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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Llegaron al departamento de Milo. El griego se puso a repartir cervezas sin mediar palabra y sin importarle las protestas de Camus. No quería hablar. No quería escuchar nada de lo que Camus quisiera contarle... estaba harto de ser solo su amigo, harto de que todos creyeran las patrañas que se contaban acerca de él, que si se acostaba con Saga, que si se acostaba con Kanon, que si tenía algo entre manos con no sé quien de contabilidad... estaba harto.

Con desgano se sentó en el sillón, como era su costumbre. Contempló con gesto indefinido a Camus y a Aldebarán, al fin notó algo en Aldebarán.

- Nunca me había fijado... - murmuró como para sí mismo.

- ¿En qué? - le interrogó Camus.

- En que los ojos de Aldebarán se parecen a los de Laques... - murmuró el escorpión sin poder evitar hacer memoria de ese otro par de ojos verdes que iluminaron su adolescencia. Milo pareció recobrar el control de sí mismo, se aclaró la garganta y dijo lo primero que le vino a la mente con la intención de hacer olvidar a los presentes lo que había dicho. - ¿Alguien quiere otra cerveza? - dijo y se dirigió de vuelta a la cocina.  

Estando solos Camus y Aldebarán se miraron, la misma pregunta rondaba en la mente de ambos, ¿quién era Laques y que papel había tenido en la vida del escorpión?

Milo volvió sin cervezas, pero a cambio había conseguido una buena botella de tequila.

- He vuelto. - anunció y volvió a ocupar su lugar en el sillón. Camus lo miró de un modo indescifrable, una idea comenzaba a germinar en su mente. Por su parte, Aldebarán comenzaba a sentirse incómodo, por los escuetos comentarios que Milo y Camus habían intercambiado de camino al departamento, era obvio que su presencia ahí sobraba dado que esos dos querrían hablar de sus asuntos, así que cuando Milo le ofreció una copa rebosante de tequila, el enorme brasileño declinó la invitación y se despidió. Milo lo acompañó a la salida. - Gracias. - dijo Milo entre dientes.

- ¿Por qué?

- Por no sentir lástima... te debo una. - dijo Milo intentando sonreír. - Te compensaré, ¿qué tal una invitación a comer? Yo pago. - dijo Milo con esa sonrisa sensual que sin querer se posaba en sus labios de vez en cuando. Aldebarán le sonrió también, eso era más de lo que esperaba obtener en aquella ocasión. - ¿Qué dices?

- Esta bien, ¿qué tal mañana?

- Hecho. - dijo el griego.

- Bien, entonces vengo a buscarte a las tres.-  Aldebarán salió sintiendo que sus posibilidades con Milo habían ascendido drásticamente de un cero a un cincuenta, después de todo, Milo no estaba tan amargado como Aioria decía.

Milo sintió esfumarse la pequeña dosis de tranquilidad que Aldebarán le había infundido cuando vio a Camus paseándose por la sala de su departamento, respiró profundo a modo de preparación para lo que venía. Camus era su mejor amigo, o al menos eso querían creer ambos. Camus siempre había considerado a Milo un hombre extremadamente atractivo. Solo que el carácter seco y desconfiado del escorpión le hacía catalogarlo como impropio para acercarse a él de un modo distinto a la amistad... aunque en ese preciso instante todo podía irse al demonio, estaba dolido y Milo estaba ahí hechizándolo con su majestuosa belleza griega de la que al parecer, no estaba siquiera consciente. Milo se llevó un nuevo cigarrillo a los labios y jugueteó un poco con el encendedor entre sus largos dedos, Camus contempló el índice del escorpión, el mismo del que brotaba la mortal Scarlett Niddle.

- Voy a poner música... sabes que detesto el silencio. - dijo Milo y fue a encender el reproductor. Camus lo siguió con la mirada, el griego se había despojado del saco y la corbata, deambulaba en mangas de camisa por la habitación hurgando entre su colección de discos. Camus contempló al arisco griego y pensó que era cierto lo que muchos de sus compañeros pensaban, Milo era demasiado sensual y al parecer era una sensualidad nata, carente de planeación, y precisamente por ello, extremadamente efectiva. Milo tomó un disco al azar, la mirada de Camus le estaba poniendo nervioso, una suave música de piano invadió la estancia. Milo volteó hacia el techo el rostro rogando a los dioses porque Camus dejara de  mirarlo de esa forma. Habría matado por tener esa mirada sobre él... pero no de esa forma, no con esa lascivia que asomaba en los verdes ojos del aguador. No quería lascivia, no quería ser un remedio a la ahogada y reprimida pasión que otro provocara en Camus,  ¡quería que solo lo mirara a él!

Camus se acercó lentamente. Posó una mano en el hombro de su mejor amigo. Le dirigió una cálida sonrisa que Milo no supo como interpretar.

- ¿Qué pasó con tu pato? - dijo Milo queriendo deshacerse de esa incomodidad creciente que se apoderaba de él.

- No mucho... se metió con su amiguito el Fénix. Y el muy imbécil tuvo el descaro de decírmelo esta mañana. Por eso no me presenté en su festejo. - dijo Camus.

- ¿Y qué hacías en el restaurante entonces?

- Te buscaba a ti, eres mi mejor amigo. - dijo Camus, sostuvo un mechón de los azules cabellos de Milo y lo enrolló entre sus dedos de forma por demás seductora. - Necesitaba... hablar.

- Entonces hablemos. ¿Qué vas a hacer?

- No sé.

- Esa no es respuesta Camus. - dijo Milo sintiéndose cada vez más nervioso debido a la proximidad de Camus. En la mente del aguador las palabras de Milo sonaban huecas, carentes de sentido, lo único importante en ese momento, lo único que importaba era la hermosa cabellera de Milo cayendo en el más absoluto desorden sobre los hombros de su propietario. Se preguntó como sería besar esos labios algo gruesos pero muy sensuales. Milo iba a decir algo pero las palabras y su cordura murieron al sentir los labios de Camus sobre los suyos. Las manos del aguador fueron a parar a los hombros de Milo. El escorpión se dejó llevar por aquella fantasía hecha realidad. Estrechó la cintura de su compañero y se dejó hacer cuando Camus comenzó a desabotonarle la camisa. Si era un sueño no quería despertar...

Las manos de Camus se apresuraron a despojarle de la ropa, quería gozar se la visión de ese hermoso cuerpo cincelado cual escultura, aprisionó el rostro de Milo entre sus manos y le besó de nuevo, la lengua de Milo se aventuró en el interior de la boca de Camus. El francés sintió que desmayaría de placer al sentir que esa perversa boca griega recorría cada centímetro de su piel. Milo no solo era hermoso, Milo sabía dar placer. Milo lo miró con una lujuriosa sonrisa en sus labios, estaba decidido a que aquello fuera inolvidable para ambas partes. Estaban desnudos, tumbados sobre la alfombra en la sala del departamento que Milo compartía con los gemelos. Camus miró al griego. Sin duda era hermosamente masculino. Las manos de Milo bajaron hasta la cintura de Camus, con delicadeza Milo comenzó a repartir  húmedos besos sobre el pecho del francés. Camus cerró los ojos cuando la boca de Milo hizo desaparecer en su interior el erguido miembro del acuariano. Milo notó el abandono de Camus a sus caricias y se esforzó por proporcionarle placer. Se dedicó a acariciar en forma apasionada a la vez que delicada el pene de su amante, la ardiente boca de Milo se mantenía ocupada mientras que sus manos recorrían los muslos del aguador. Camus se sintió en el límite de la locura, nunca imaginó a Milo así... apasionado pero cuidadoso, salvaje, incontenible... aprisionó la azul melena de su compañero y empujó la pelvis contra el rostro del otro y entonces sucedió...

En medio de la locura del orgasmo su voz y su mente evocaron a otro...

- Hyoga... - dijo en voz baja, aunque no lo suficiente como para evitar ser oído por el griego. Los movimientos de Milo pararon en seco. Camus sintió el vacío que el cuerpo de su amante había dejado entre sus piernas. Abrió los ojos solo para encontrarse con la imagen de la furia. Milo le miraba con los ojos vidriosos, lleno de ira le arrojó su ropa al rostro y se sentó en el suelo.

- Quiero que te largues ahora mismo. - dijo el griego. Camus lo miró ciertamente avergonzado. Milo estaba más que furioso. - ¿Es que no me has oído? ¡Lárgate!

- Milo yo... lo siento, no era mi intención...

- No, por supuesto que no era tu intención, ¡tú maldita intención era vengarte de lo que ese imbécil te hizo! Y quien mejor para hacerlo que yo, el tipo que se acuesta con todos, ¿no es cierto? Debí imaginarlo. No te creí capaz de jugar así conmigo, se supone que eres mi amigo. Se supone que algo en mi te agrada y te importa... uno no le hace esta clase de porquerías a sus amigos...

- Tú no me pediste que parara.- dijo Camus con su característica frialdad. Milo lo miró con una sonrisa burlona mientras se ponía los pantalones.

- ¡Maldito infeliz¡ ¿Te has puesto a pensar en lo que yo siento? Siempre piensas en ti, luego en ti y por último en ti, solo eres un cabrón egoísta.

- ¿De qué estás hablando Milo? - dijo Camus.

- No me obligues a decírtelo, sí hasta la estúpida que dice ser nuestra diosa se ha dado cuenta... - dijo Milo mientras con la mirada perdida se calzaba los zapatos.

- No te entiendo Milo, explícate.

- ¡Estoy enamorado de ti maldito imbécil!- gritó Milo sujetando a Camus por los hombros. Milo se sintió avergonzado de haber confesado aquello... no había un lugar para él en la vida de Camus, en ese  momento aquello se convirtió en una verdad que lo sofocaba. Milo le dio la espalda y Camus solo atinó a mirarlo sin saber que hacer. - ¿Ahora puedes largarte y dejarme solo? No te necesito aquí, y si quieres cogerte a alguien para tomar venganza... hay muchos otros dispuestos a hacerlo, no cuentes conmigo para eso. Y por cierto... no vuelvas a buscarme. Desde hoy ya no somos amigos. - dijo Milo. Camus quiso decir algo, pero solo vio a Milo dirigirse a su habitación, y se sintió culpable... Milo enamorado de él, ¿cómo era posible que esa alma forjada en acero hubiera cobijado semejante sentimiento hacia él? No tenía respuesta, lo único que tenía era esa enorme culpa. Lo había dañado aún más de lo que ya estaba. Y ni siquiera se había dado cuenta.

Cuando Saga y Kanon llegaron al departamento se encontraron a un completamente ebrio Milo tirado inconsciente en el baño. Había estado bebiendo toda la tarde y parte de la noche.

- Esto cada vez esta peor. - dijo Kanon mientras levantaba a Milo del suelo.

- Estoy de acuerdo contigo. Hay que dejarlo descansar, pero mañana, mañana hablaré con él y tendrá que escucharme.

- Tendrá que escucharnos a los dos, estoy harto de verlo lanzarse de cabeza a un abismo y no hacer nada por él. - dijo Kanon. Lo llevaron a su habitación.

A la mañana siguiente Milo despertó con la peor resaca que hubiera tenido en años. No recordaba cuando había sido la última vez que se sintiera tan mal a causa de la bebida.

- Insecto tenemos que hablar.- le dijo Kanon apareciendo en su habitación seguido por Saga. Los gemelos lo contemplaron con gesto paternal, Milo se desperezó... así que definitivamente había caído lo más bajo que se podía caer, ese par estaba preocupado por él.

- ¿Qué quieren?- dijo Milo sin mirarlos.

- Queremos que dejes de hacer cosas estúpidas, queremos que comiences a preocuparte  un poco por ti mismo.- le dijo Kanon. - ¡No te das cuenta de lo mal que estás!

- ¿Crees que no sé el despojo en el que me he convertido? ¿De verdad crees que no lo sé Kanon? Me doy asco a mí mismo... pero, ¿qué puedo hacer? ¡Ni siquiera he podido vengarme del imbécil que me violó! Ayer estuvo aquí el tipo del que estoy enamorado y me trató como si yo fuera una estúpida ramera, ¡pretendía usarme como lo hacía Mu! - gritó Milo con lágrimas en los ojos.  Saga y Kanon se acercaron. Milo se aferró a las manos que los gemelos le ofrecieron, ¿acaso podía ser más patético? Se dijo a sí mismo. Levantó el rostro pensando que se encontraría con algún gesto compasivo en los rostros de sus amigos, pero lo que encontró fue un par de apacibles rostros que le miraban como si entendieran a la perfección lo que le sucedía.

- Tranquilo insecto... lo resolveremos, ya lo verás. - dijo Saga.

- Es cierto...

- No sé si eso sea posible... - murmuró Milo.

- Puedes salir de esto... si yo pude, tú puedes, eres más fuerte que yo insecto...- le dijo Kanon.

- Yo no soy como tú... tú lo tienes a él. - dijo Milo.

- Deja de compadecerte insecto, ¡eres un maldito santo de Atenea! No eres cualquier imbécil, simplemente tienes que dejar de auto compadecerte y de regodearte en tu puta desgracia. - le dijo Saga apretando con fuerza su mano.

- Eres Milo de Escorpión,  tienes el orgullo más grande de toda Grecia y no puedes seguir sumiéndote en tanta porquería, tú eres más que eso Milo. - dijo Kanon.

- Si ustedes no fueran ustedes ya los habría mandado al demonio... solo ustedes entienden. Mi maldito orgullo es lo único que me mantiene vivo. Nunca he sido aceptado por esos idiotas, a sus ojos solo soy un asesino, a mí si pueden reprocharme cada muerte y cada asesinato porque no estaba loco como Death Mask cuando lo hice. A mi pueden endilgarme cualquier cantidad de amantes y en mí es reprobable porque yo no tengo el corazón tan roto como Afrodita. Creen que soy tan estúpido como una piedra, pero en mi es un defecto porque no tengo buen corazón como Aldebarán. Obedecí cada orden del patriarca, al igual que Shura, pero a mí me lo reprochan porque no estaba bajo control mental como Shura. A sus ojos no significo nada más que el material perfecto para inventarse un nuevo chisme... y a nadie le importa la verdad... y ese maldito infeliz de Camus que se decía mi amigo viene aquí y pretende acostarse conmigo solo para poder vengarse de su noviecito. ¿Es que no entienden que yo también tengo sentimientos? - dijo Milo llorando abiertamente. Los gemelos lo dejaron llorar a sus anchas, ellos mejor que nadie sabían que eso era justo lo que Milo necesitaba para renacer de sus cenizas. - Los detesto... detesto a esa diosa de pacotilla que se cree dueña hasta de mi respiración solo porque decidió convencer al resto de los dioses de resucitarnos después de que morimos por su ineptitud.- dijo Milo mientras lloraba lágrimas de odio y dolor mezclados. - Nunca quise ser esto... nunca quise ser nada de lo que soy ahora, yo creía en el honor de un santo de Atenea, pero ¿qué honor hay en servir a una niña caprichosa? ¿Qué honor le queda a alguien que ha sido tan humillado y ultrajado como yo? - dijo Milo. - No soy digno de nada... de nadie. - dijo Milo limpiando con violencia las traicioneras lágrimas que se negaron a permanecer en sus ojos. Milo se quedó callado y con cierta mansedumbre aceptó el abrazo que Kanon le proporcionó.

- ¿Quién quiere almorzar? Yo invito. - dijo Saga sabiendo que Milo no hablaría más al respecto, había sido suficiente con aquello. Había aprendido a conocer bien a Milo y decidió que eso era suficiente.

- Me baño y nos vamos. - dijo Milo sin salir del abrazo de Kanon. Era extraño, ninguno de los tres sentía especial inclinación por el contacto físico, pero en ese momento pareció lo más correcto dejarse abrazar unos por otros. Los gemelos intercambiaron un beso, Milo los miró y sonrió. - Demonios, ¿es que no pueden sacarse las manos de encima? - dijo con una sonrisa retorcida adornando su rostro. Los gemelos sonrieron. Milo había vuelto, al menos en parte.

- Bien, creo que voy a sacar el auto. - dijo Saga algo nervioso, Milo le dedicó una de sus sonrisas torcidas mientras Kanon permanecía con él.

- Voy a bañarme.- dijo Kanon. - Y por cierto insecto, será mejor que dejes las pastillas de una buena vez. - Milo estaba sorprendido, ¿desde cuando el general sabía de su afición por las pastillas? - Tranquilo, no se lo he dicho a Saga, pero sí no las dejas tendré que decirle. - dijo Kanon antes de abandonar la habitación.

Milo sonrío con ironía, definitivamente había alguien que efectivamente se percataba de todos y cada uno de sus actos. Se sintió mejor después de ese arrebato de sinceridad que le había acometido hacía un rato. Definitivamente tenía que dejar salir todo lo que llevaba oculto desde hacía tiempo. Pero había sido suficiente  por un día. Incluso había admitido ante Kanon lo de la violación... La violación... ese infeliz de Rhadamanthys seguramente estaría carcajeándose a sus costillas, pero no iba a ser por mucho tiempo...

- ¡Maldición insecto, sal de tu maldita cueva de una vez! - le gritó Kanon desde la sala. De mala gana Milo terminó de vestirse y se dirigió a donde ya lo esperaban los gemelos. Aquella mañana habían decidido vestirse iguales.  Milo detestaba ese juego. Uno de ellos de entregó una nota que decía: "Si adivinas quien de nosotros es Saga nosotros pagamos la cuenta."

- Ustedes y su maldito juego... - murmuró Milo ante la sonrisa burlona de los gemelos que se mantenían de pie frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con autosuficiencia. El orgullo de Milo quedó picado con la oferta de los gemelos. Para el griego nunca había sido un reto aquel juego que consideraba absurdo, era fácil saber que Kanon era el más bajo de los gemelos, que Saga era quién tenía la pequeña marca  de una cicatriz sobre la ceja izquierda, así que no le era difícil diferenciar a uno del otro. - Tú eres Saga. - dijo dando un golpecito con el dedo índice en la frente del mayor de los gemelos. La sonrisa de Milo se ensanchó cuando vio la reacción de los gemelos.

-¿Cómo es que siempre sabes? - le dijo Kanon.

- Fácil... soy más observador que los ineptos a los que siempre engañan. - dijo Milo. - Vamonos de una vez, quiero estar aquí cuando Aldebarán venga.

- ¿Aldebarán?- dijo Kanon muy sorprendido.

- Si, Aldebarán, ¿tiene algo de particular?

-Solo que... bueno a mi que demonios me importa. - dijo el ex general. - Hay que salir de aquí. - dijo y se dirigió a la puerta.

- Con que el toro ¿eh?- dijo Saga - La florecita va a estar muy decepcionada.

- Lo mismo que el burro cuando al fin se percate de que te acuestas con tu hermano. - dijo Milo.

- Yo no me acuesto con mi hermano. Yo estoy enamorado de mi hermano. - dijo Saga remarcando muy bien la última frase.

- Eso ya lo sé.

- ¿Van a venir o tendré que irme solo? - dijo Kanon desde la puerta.

Almorzaron en un lugar cercano, Milo comió con buen apetito, había días que no estaba comiendo lo suficiente. Después de almorzar fueron a dar un paseo. La tríada de griegos llamaba bastante la atención, en especial porque Saga y Kanon no dejaban de besarse. Milo los miraba con un mohín algo amargado, ¿Cuándo encontraría a alguien que lo amara así? Se dijo que la pregunta correcta en ese caso era, ¿existía alguien dispuesto a amarlo solo a él?  Desechó de inmediato la idea. Sí algo había aprendido en todo ese tiempo había sido que en realidad nadie podría ser como había sido Laques...

Laques, cada vez que pensaba en él se llenaba de nostalgia. ¿Y como no hacerlo? Aquél muchacho había sido su primer amor. Laques el hermano de su maestro y su primer amor, lo había sido todo para él... ¿cómo se había enamorado de ese hombre? Y aún más sorprendente, ¿cómo había sido que ese majestuoso guerrero se había fijado en él? Porque Laques lo había amado, lo había amado de una forma en la que nadie más lo había hecho, sin pedir nada a cambio, sin exigirle su cuerpo a cambio como hiciera AIoria; asomándose al verdadero ser del muchacho inseguro que solía ser Milo antes de ascender a santo dorado de Atenea. Laques murió en la misma batalla que Hefastión, cuando Milo lo supo quiso morir de dolor y quiso venganza... por eso aceptó el nada honroso papel de asesino a las ordenes del patriarca en turno en cuanto se lo ofrecieron. Poco después de recibir la armadura dorada de Escorpión fue que tomó venganza de aquellos que habían terminado con la vida de su amado. Les mató sin misericordia, justo como habían matado a su precioso Laques. Quizá ese había sido el comienzo de una serie de eventos que le trajeron una y mil desventuras. Pero él nunca se había quejado. Nunca mostró ni la mínima señal de dolor o inconformidad con su suerte, le bastaba con el recuerdo de Laques... hasta que conoció a Mu. Pero el carnero no lo amó y la decepción le condujo a los brazos de Aioria de Leo. Sin embargo, Aioria no hizo sino ahondar la herida que el escorpión llevaba a cuestas exigiéndole algo que había jurado no darle a otro que no fuera Laques. En el fondo Milo se mantenía fiel a Laques, a su memoria. Quizá al único al que hubiera podido darle aquello por su voluntad hubiera sido a Camus, pero nunca espero que un maldito espectro de Hades le arrebatara lo que tanto tiempo había protegido y reservado para alguien especial... alguien que con toda seguridad nunca llegaría.

Volvieron a casa. Un par de horas después apareció Aldebarán con una enorme sonrisa en los labios. Le sorprendió encontrar a la tríada completa esperándole. Kanon le pidió a Milo algo, de mala gana el escorpión accedió a buscarlo, de manera que Aldebarán se quedó a solas con Saga.

- Y... ¿qué demonios te traes tú con el insecto? - preguntó Saga arqueando un poco las cejas.

- Solo quiero ser su amigo.- dijo Aldebarán como sí aquello fuera lo más natural del mundo.

- Sí como no... y yo me chupo el dedo. - dijo el mayor de los gemelos. - Uno no se acerca a alguien como Milo solo por eso. Me parece que todo lo que quieres es meterte entre sus piernas.

- ¿Hablas por experiencia? - dijo Aldebarán.

- Toro, yo no digo que no lo intentes, solo te pido que te andes con cuidado, en este momento el insecto necesita de todo menos otra decepción, ¿entiendes?- dijo Saga. Aldebarán se quedó callado, Saga no solía ser tan protector, ni siquiera con su hermano, ¿de verdad no había nada entre ellos? Milo no era de los que aceptan ser protegidos. Además, ¿cómo imaginarse siquiera que el sanguinario escorpión, el asesino favorito de Arles necesita protección? Supuso que detrás de aquello había algo que no encajaba y estaba dispuesto a averiguarlo.

Notas finales: Que les pareció? ALdebarán se ligara a mi adorado fetiche? a ver qus pasa... nos leemos el próximo fin de semana, bye bye¡¡¡

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