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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Notas del fanfic:

Tooodos los personajer de Saint Seiya no me pertenecen a mí sino a su autor Masami Kurumada, yo simplemente los estoy tomando prestados para poder devertirme un poco.

Notas del capitulo: Hola hola, heme aquí estrenando fic a ver que les parece, bye bye
 

Otro aburrido y tedioso fin de semana se avecinaba para Milo Scouros. Era como si la realidad se empeñara en carcajearse a costa suya. Él, que había sido uno de los más poderosos santos de Atena, él que había conseguido enfrentar a cientos de enemigos y derrotarles, él, que había consagrado su vida a la protección de Atena, se veía a sí mismo degradado a la calidad de empleado de la fundación Grad, que presidía la propia Atena. Lejos de concordar con su diosa en cuanto a que aquello era un premio por los servicios prestados en la última guerra santa, Milo pensaba que aquello no era sino un tormento para vengarse de las burlas de que Sahorí era objeto por parte de sus santos. Al caballero de Escorpión, al igual que a la mayoría de los santos, no le cabía en la cabeza que una diosa pudiera ser más inútil que la suya, ¿es que le encantaba dejarse torturar y matar? Al menos esa era la creencia general, no muy desmentida por las acciones de la diosa en cada enfrentamiento con los dioses que habían librado.

Milo simplemente no terminaba de adaptarse a la nueva situación. Eso le ponía de muy mal humor. Llevaban ya casi un año en Japón y pese a que fue el primero en dominar por completo el idioma, Milo no terminaba de comprender algunos detalles de la cultura japonesa que francamente chocaban con su enraizado pensamiento espartano.

Después de su independencia forzada por cierta circunstancia de cabellera verde y cejas pronunciadas, Milo apenas si tenía contacto con el resto de los dorados fuera de las oficinas de la fundación. Consideró que era lo más apropiado pues no estaba muy dispuesto a dar explicaciones de porque había optado por abandonar la mansión.

El reloj de pared marcó las 6:30, Milo suspiró resignado y se aflojó el nudo de la corbata. Era su hora de salida. Detestaba sentarse frente a un escritorio de 9 a 6:30 con una hora de comida, detestaba sujetarse a un horario. Pero lo que más detestaba de todo aquello era que se le había reducido a un simple empleado administrativo. Al principio había pensado que aquello no podía ser tan malo, pero pronto se dio cuenta de que el sedentarismo no era lo suyo. Era demasiado humillante confinarle a una minúscula oficina en el centro de Tokio, a él, Milo de Escorpión, uno de los más poderosos santos del santuario. Habría querido volver a Grecia, al santuario. Pero el santuario ya no existía, al menos no como lugar de entrenamiento para guerreros. A la diosa se le había ocurrido la brillante idea de transformarlo en un destino turístico, con lo que todos los habitantes del santuario se vieron desalojados de la noche a la mañana. Los santos de bronce y plata, al igual que las amazonas de plata y bronce fueron licenciados y se les permitió volver a sus lugares de origen para reiniciar una vida como personas normales. Pero, de acuerdo con Milo, los dorados no habían tenido tanta suerte, pues la diosa había decidido llevarlos con ella a Japón. A Milo no le hizo ninguna gracia abandonar su templo y mudarse a Japón, como tampoco le hizo gracia cuando le informaron que debía presentarse a trabajar en la fundación Grad en calidad de empleado del área de seguridad.

No tenía idea de lo que se esperaba de él, ni de lo que iba a hacer ahí, al igual que todos los demás dorados, Milo se presentó un lunes de junio a trabajar en la fundación sin tener idea de lo que se trataba. Se sintió humillado al enterarse de que permanecería en una oficina como analista de riesgos para el área de seguridad de la fundación. Le pareció que eso no era sino un eufemismo para decirle que estaría ahí solo para darle un pretexto a Sahorí y Shion para seguir dándole órdenes. Generalmente no tenía nada que hacer en la oficina así que se entretenía leyendo textos en alguno de los diversos idiomas que conocía. Era la semana del castellano, así que Milo tenía en su oficina un ejemplar de El Quijote, llevaba apenas unas páginas pero ya sentía envidia del famoso hidalgo, "ojala me volviera loco, así solo vería lo que me gusta ver" pensó Milo.

La situación era demasiado humillante para un ser tan orgulloso como lo era Milo. Le resultaba denigrante en extremo aconsejar a medio mundo sobre la seguridad de su empresa mientras se pasaba los días sentado frente a un escritorio. Después de todo había sino entrenado desde niño para convertirse en una máquina de guerra lista para aplastar lo que le pusieran delante sin hacer preguntas, para hacer de él alguien dispuesto a arriesgar el pellejo en bien de la humanidad y esas cosas que ahora le parecían tan sin sentido. Cada mañana se obligaba a sí mismo a salir de la cama y presentarse al trabajo a pesar de considerarlo una franca afrenta a su honor no solo de caballero, sino de hombre.

Desde que los obligaran a salir del santuario, las cosas habían cambiado y según el concepto de Milo, aquel cambio no tenía nada de bueno. Lo que para el resto era la oportunidad de un nuevo comienzo, para Milo no era sino una broma macabra del destino. Al principio él también había estado entusiasmado con las posibilidades que se abrían para él y sus compañeros con el cambio en las reglas, lo que mejor le pareció fue eso de que se les permitía romper el tan traído y llevado voto de castidad que en realidad nadie cumplía, pero era un alivio para todos no tener que incurrir en una falta al relacionarse con sus parejas. Ese condenado voto había sido lo que le había mantenido alejado de Camus durante años, el francés no era tan flexible al aplicar las reglas como lo eran otros santos y el propio Milo.

A la mayoría de los dorados les tomó unos meses aprender el idioma, adaptarse y comenzar a funcionar correctamente en el nuevo papel que su diosa les había asignado, pero para Milo no era tan fácil, él y Saga de Géminis eran los que más difícil encontraban la adaptación a las nuevas circunstancias. A raíz de esto fue que Milo  y Saga se vieron cada vez con más frecuencia estando juntos en las tareas que debían realizar. Se conocían de antes, sí, pero nunca habían tenido un verdadero lazo de amistad como el que unía a Milo con Camus o Afrodita. Fue así que se hicieron amigos, y fue así como Milo supo de las entrevistas que Saga tenía cada fin de semana con su hermano gemelo Kanon. Los gemelos se alternaban para visitarse, de modo que Saga visitaba a Kanon un fin de semana y al siguiente Kanon le devolvía la visita saliendo de su encierro en el templo submarino de Poseidón.

Desde que Milo decidiera abandonar la mansión Kido y establecerse en su propio departamento, Kanon se quedaba con él para no verse en la necesidad de inventar más pretextos que justificaran su presencia en Tokio. Aquél había sido un arreglo sin palabras, ni Milo le había ofrecido hospedaje a Kanon, ni Kanon se lo había solicitado; simplemente un día el general se presentó en el departamento de Milo acompañando a Saga y se había quedado a dormir sin que Milo se opusiera. Habían llegado a ser amigos después de casi seis meses de la misma rutina.

Al escorpión no le pasaba desapercibido que cada viernes el humor y la escasez de paciencia de Saga aumentaban, en tanto que los lunes generalmente se presentaba a trabajar con una enorme sonrisa y profundas ojeras.

Sí la memoria y su calendario no fallaban, Kanon tenía que presentarse ese mismo fin de semana. Se sintió aliviado, al menos por unas horas tendría a alguien además de Saga para conversar.

Luego de apagar su PC, las luces y dejar bien cerrados lo cajones donde escondía sus cigarrillos y los chocolates que tanto le gustaban, Milo se quitó la corbata, el saco y salió en mangas de camisa de su oficina. Se sintió ligeramente mejor, al menos podía irse a casa. No quería pensar ni sentir. Odiaba tener tanto tiempo libre, la falta de un verdadero trabajo le hacia tener mucho tiempo libre, y tanto tiempo libre le daba ocasión de pensar; y cada vez que se detenía a pensar llegaba a la misma conclusión: su vida era un desastre.

En uno de los corredores del edificio se encontró con Afrodita y Death Mask.

- Bicho, ¿cómo estás? - le preguntó  Death Mask.

- Bastante bien, ¿qué tal ustedes? - dijo Milo - Hace días que no los veía a ambos.

- Estábamos fuera del país atendiendo uno de los asuntos de la fundación.- dijo Afrodita.

-Ah ya entiendo.

- Death, los chicos y yo iremos a tomar unas copas a un bar que nos recomendó Shaka, ¿te gustaría ir? - le dijo Afrodita.

- No, será en otra ocasión, ahora debo irme a casa. - les dijo Milo, a ninguno de los dos le sorprendió, Milo ya no salía prácticamente más que a comer con Saga o a tomar café con Camus. a Death se le ocurrió provocar a Milo para ver si con eso lograba convencer al escorpión de acompañarlos.

- Te has vuelto un aburrido bicho, ¿desde cuando te encierras en tu casa en fin de semana? Vamos, no seas aburrido y acompáñanos. Recuerdo que cuando estábamos en el santuario tú eras de los divertidos. - le dijo Death.

- Déjame en paz cangrejito playero, no estoy de humor para discutir por una estupidez ¿sabes? Yo hago lo que me viene en gana en mi tiempo libre.- dijo Milo perdiendo la escasa paciencia de que era dueño.

- Death, mejor déjalo en paz.- dijo Afrodita al reconocer en la voz de Milo el exasperado tono de voz de cuando verdaderamente estaba al borde del colapso. Había llegado a conocer cada matiz de la voz del escorpión, no en vano habían sido compañeros de misiones por tanto tiempo.

- Como digas. - dijo Death acariciando la mejilla de Afrodita con suavidad. - Perdona bicho, no quería molestar, pero es que últimamente parece que nos huyes.

- Eso no es verdad... es solo que necesito tiempo para entender lo que estamos enfrentando. No es culpa de ustedes.

- Sí necesitas hablar...- dijo Afrodita.

- Tal vez después, por ahora no lo creo, pero gracias amigo.- dijo Milo, Death y Afrodita lo miraron, parecía aún más abatido que antes. - Los veo el lunes. - dijo Milo y se echó a andar con dirección al elevador. Llevaba el saco echado sobre el hombro y en una mano sostenía su corbata y el portafolio. Entro en el elevador y pulso el botón del estacionamiento. Se sentía terriblemente inquieto. Recorrió a prisa el techo que separaba el elevador de su auto y subió de inmediato con la idea fija de no encontrarse con nadie más, no estaba de humor para volver a ser acosado con preguntas que no sabia ni podía contestar.

Condujo en medio del infernalmente pesado tránsito de un viernes por la tarde hacia el gimnasio. Para ser sinceros, Milo estaba ya harto de la rutina casa-trabajo-gimnasio-casa que realizaba cada día con excepción de los fines de semana. Sin embargo no hallaba la forma de hacer que eso cambiara, de mejorar las cosas. No podía librarse de esa sensación de hastío, de sentirse fuera de lugar. Estaba convencido de que su vida era definitivamente aburrida. No era que extrañara ser un guerrero, más bien lo que extrañaba era que su vida tuviera un propósito, ¡demonios¡ ¡él era Milo de Escorpión! No extrañaba el verse inmerso en una y mil batallas para librar de algún peligro a la humanidad, pero definitivamente extrañaba la sensación de ser poderoso, de ser alguien con un propósito y un ideal. A sus casi 25 años sentía que había vivido demasiadas cosas, había luchado contra enemigos poderosos, había descendido al hades y había muerto con gloria enfrentando a un dios, había sido castigado por los dioses condenándole a permanecer encerrado con sus compañeros de armas en un monolito del que habían sido rescatados por la diosa.  Había perdido tanto, y todo justificado con la divisa de proteger a la humanidad y a su diosa. Pero en aquel momento de su vida, nada de eso le era útil. Ninguna de sus vivencias le era útil para llevar la vida que llevaba en esos momentos.

Llevaba ya un año sin batallas. Casi un año sintiéndose fuera de lugar y sin encontrarle sentido a nada de lo que hacía. No le tranquilizaba que Saga se sintiera igual, Saga tenía sus razones, cargaba con el estigma de ser señalado por el resto como un traidor, y tenía que lidiar con el hecho de haber intentado conquistar el mundo. Comparado con eso, lo suyo le parecía cosa de nada. Tuvo que reconocer que se le estaba amargando el carácter... y todo por el insignificante detalle de que estaba enamorado del que siempre había sido su mejor amigo: Camus de Acuario. Sabía que no era capaz de soportar las manías y excentricidades del resto de los dorados y mucho menos de Seiya y sus amigos. Cuando se mudó, lo hizo en parte porque estaba harto de tener que librar una pequeña batalla campal cada mañana para poder ducharse y desayunar algo decente, sin mencionar que nunca faltaba que alguno de sus compañeros tomara sin permiso su ropa dejándole sin nada que ponerse. Pero la razón determinante de su cambio de domicilio había sido Camus. Simplemente no soportaba ver al francés con Hyoga, se sentía hervir de celos y de envidia. Le resultaba realmente insoportable verlos juntos, y es que desde que Camus se decidiera a declarársele a su alumno y se hicieron pareja, la vida en la mansión se había vuelto una tortura para el escorpión. Así que decidió que antes de dejarse llevar por los celos y terminar el trabajo que había comenzado años atrás en su templo, Milo decidió poner distancia entre ellos y salir de escena. Se mudó a su cómodo y enorme departamento, solo, aunque pronto las visitas de Saga comenzaron a menudear, el geminiano también quería escaparse de los otros dorados y de los chicos de bronce, sencillamente no toleraba que quisieran inmiscuirse en su vida y el departamento de Milo se convirtió en su oasis en medio de la ciudad. Saga le pidió autorización a Sahori y a Shion para poder  mudarse con Milo, pero se la habían negado, consideraron que no era lo correcto. Saga lo tomó como parte de su castigo, lo aceptó, pero eso no quitaba que se pasara la mayor parte de su tiempo libre metido en el departamento de Milo. A veces veían películas, otras se limitaban a mofarse de los hábitos de sus compañeros de armas, su blanco favorito era la propia diosa a quien ninguno de los dos terminaba de respetar.

A diferencia del resto de los santos de Atena, Milo estaba convencido de que Saga y Kanon de verdad se habían reformado y que merecían una segunda oportunidad. Fiel a sus creencias, el griego aceptó sin reticencias a sus compatriotas sin objetar en ningún momento el proceder de Kanon cuando decidió volver al santuario de Poseidón. Para ellos nada había sido fácil después de la resurrección y la mudanza a Japón. Los tres estaban tan aferrados a su forma de vivir en Grecia que les costaba sangre entender muchas cosas.

Solamente con Saga se sentía cómodo, a diferencia de los demás santos de Atena, ellos dos continuaban con el entrenamiento. Milo se empeñaba en mantenerse en forma considerando que podría suceder algo en cualquier momento. A diferencia de los otros dorados que creían que el retiro era definitivo, Saga y Milo pensaban que lo  mejor era mantenerse en condiciones de enfrentar a quien fuera. Algunas veces Seiya se les unía, pero a Milo le daba la impresión de que el chico lo  hacía solo para estar cerca de Saga, el geminiano no dejaba de arrancar suspiros entre quienes lo conocían.

Al fin llegó al gimnasio. Era su único pasatiempo además de sus interminables horas frente al televisor. Cada día se ejercitaba hasta quedar exhausto para luego irse a casa y poder dormir en paz. Para él esa era la mejor forma de cerrar su día. El mantener su cuerpo listo para la acción le servía de ancla para poder seguir adelante. Era lo único lógico en su existencia y no estaba dispuesto a perderlo.

Sin poner demasiada atención a nada ni a nadie, Milo se ejercitaba levantando pesas y sintiendo cada músculo de su cuerpo trabajar por acción de los aparatos. Solo esa sensación le tranquilizaba un poco... pero nunca al grado de hacerle olvidar sus preocupaciones.

Había terminado su rutina del día se limpió el sudor del rostro y del pecho con una toalla que colocó sobre sus hombros para luego dirigirse a las duchas. Había sido un día tan monótono como de costumbre, ¿qué más daba? Estaba tan cansado que lo único que le venía a la mente era dormir.

Se quedó quieto un momento bajo el chorro de la regadera permitiendo que el agua tibia diera alivio a sus adoloridos hombros. Se dijo a sí mismo que sin importar lo que pasara, él siempre sería Milo de Escorpión, un santo dorado de Atena. Ni siquiera ese pensamiento logró mejorar su ánimo.

Notó que alguien lo miraba, no era la primera vez, se sabía lo suficientemente atractivo como para despertar las pasiones de hombres y mujeres por igual, pero ya no le atraían las aventuras de una noche como en sus tiempos en el santuario. Cuando sabes que tu vida no esta en constante riesgo tus prioridades cambian radicalmente. El sujeto que lo miraba se acercó desnudo hacia él, y le insinuó algo con la mirada. Milo lo miró con un gesto de franco desdén y le insultó en su idioma natal.

- Hoi poloi. (1) - dijo con un tono de voz bastante audible, consideraba que el "baka" japonés no tenía tanta fuerza en sus labios como ese lindo insulto griego que le había dirigido al tipo que lo miraba con lascivia. Cerró las llaves de la regadera y tomó su toalla, ni siquiera se cubrió. Todo habría terminado ahí de no ser por las inquietas manos del mirón, se atrevió a posar sus manos sobre el trasero de Milo. - No debiste hacer eso. - murmuró Milo hecho una furia. Le dio un solo golpe que lo dejó noqueado al momento. - Mi maldito trasero es sagrado.- dijo y le propinó una patada en las costillas.

Volvió a casa mucho más relajado. Cuando llegó se encontró a Saga sentado en un sillón y a Kanon dormido en un sofá.

- Hola.- dijo con desgano sentándose en el suelo. Saga hizo una mueca de cállate que Milo ignoró por completo. - Voy a cenar, ¿quieres algo?

- Sí, voy contigo. - los dos se dirigieron a la cocina de Milo, a Saga le sorprendía el meticuloso orden que reinaba en el hogar de Milo, según sabía, en el santuario él no era de los más ordenados.

Cenaron en el más absoluto silencio, como de costumbre. Milo terminó primero, Saga le miraba con insistencia, para el escorpión no pasó desapercibido.

- Lo que tengas que decir solo dilo y deja de mirarme como si me estuviera muriendo.- dijo Milo, a Saga se le escapó una risa nerviosa, le encantaba el humor ácido de su nuevo amigo, la amargura presente en ambos era lo que les había unido en principio.

- ¿Sabías que tienes un genio peor que el mío? Y eso es decir mucho.

- Suéltalo de una vez Saga, tú sabes que odio los rodeos.

- Esta tarde tuve una conversación muy interesante con Aldebarán. En realidad no fue precisamente una conversación, el amenazaba con retorcerme el pescuezo si no le decía la verdad. - dijo Saga riéndose.

- ¿Y a mi que demonios me importa lo que ese y tú hablen?

- Mucho mí despistado amigo, mucho. Porque la conversación fue sobre ti.

- No me hagas reír, ¿desde cuando le interesa a  ese lo que pase conmigo? - dijo Milo, se frenó, iba a decir, ¿desde cuando le importa a alguien lo que pase conmigo?

- Te has vuelto demasiado arisco insecto. Da igual, aunque no te interese te contaré. Me preguntó si me acostaba contigo. - la sonrisa en los labios de Saga no podía ser más burlona. - Como comprenderás le dije que ese no era asunto suyo y él asumió que somos amantes, calculo que para esta hora ya todo el mundo debe saberlo.

- Ah ya veo. - dijo Milo sin emoción alguna. En realidad no se molestaría en aclarar que la conclusión a la que había llegado Aldebarán era errada. En ese momento de su vida le daba igual lo que la gente pensara de él. Desde el santuario tenía fama de ser un depredador sexual aunque en la realidad su experiencia se limitaba a un par de encuentros ocasionales con algunas chicas del pueblo y algunos encuentros mucho más que íntimos con Aioria. Pero a la hora de sacar conclusiones a nadie le importaba su versión de la historia así que optó por no aclarar nada a nadie después de varios intentos fallidos.

-¿No vas a protestar? Tal vez el toro estaba interesado en ti de verdad. Deberías aclararle las cosas.

- ¿Cómo para qué? A nadie le importa, sí te preguntó eso fue por que es un maldito chismoso y nada más, no te hagas ideas Saga. Además por lo que sé de ese tipo de inmediato querrá poner algo en mi trasero y mi maldito trasero es sagrado. -Saga se río ante el comentario, Milo estaba lleno de sorpresas, él habría jurado que las historias de Aioria respecto a Milo eran ciertas, pero vaya sorpresa, al bicho no le gustaba que le tocaran el trasero.

-¿Sagrado como Atenea o sagrado como el batallón de Tebas? - dijo Kanon entrando en la cocina con los ojos todavía medio cerrados.

- Hoi poloi. - murmuró Milo.

- Cuidado con lo que dices, que no se te olvide que nosotros si entendemos griego. - dijo Saga adoptando una postura semejante a la de un padre regañando a su hijo.

- Deja de actuar como si aún fueras el patriarca, ya te he dicho que no te queda.- le dijo Kanon. - Saga y yo nos vamos, ¿vienes o te quedaras a dejar que te salgan telarañas como todas las semanas? - dijo refiriéndose a Milo. - Maldita sea no me hagas suplicar insecto, es mi maldito cumpleaños y quiero tu sagrado trasero espartano en una discoteca esta noche.- dijo Kanon mirándolo de esa manera entre furiosa y sensual que doblaba a cualquiera... pero no a Milo.

- Insecto vamos, no te pierdes de nada intentando salir de tu infierno privado, ¿sabes? Hasta podrías encontrarte a alguien cuyo trasero no fuera tan sagrado como el tuyo.

- ¿Sí lo hago no volverán a insistir y me dejaran que viva mi condenada vida en paz?

- Sí.- dijo Saga.

- Es muy probable.- murmuró Kanon.

- Esperen, me cambio y salimos. - dijo Milo. Se dirigió a su habitación. No estaba convencido, pero pensó que era mejor aburrirse acompañado que aburrirse solo.

Kanon miraba fijamente la puerta de la habitación de Milo.

- ¿Crees que deberíamos dejar de observar y hacer algo por él? - le dijo a Saga.

- No. Él solo tendrá que salir de esa terrible depresión en la que está sumido.

- Si no se da cuenta de lo mal que está es difícil que decida hacer algo al respecto, ¿no crees?

- Él sabe que esta mal... solo que no sabe que hacer. Y si se lo dijéramos estaríamos cometiendo un error... él debe encontrar las razones para vivir por sí solo... como tú y yo lo hicimos.

- Yo no lo hubiera logrado sin ti.- dijo Kanon abrazando a su gemelo.

- Ni yo sin ti... y cierta forma, sin él. Además de ti, él es la única persona con quien me siento bien, el único que parece entender y haber olvidado el pasado. Solo no se lo digas...

- Él lo sabe... como yo sé que sin ti soy nada. - los gemelos unieron sus labios en un impúdico beso cargado de pasión, Milo se quedó en su habitación un poco más cuando escuchó gemir a Kanon. No quería interrumpir.

(1) en griego antiguo significa idiota.

Notas finales: A ver que les pareció? haganmelo saber a traves de sus reviews o a mi mail amazing_kitana@hotmail.com

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