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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Notas del capitulo: Hola de nuevo, espero que les guste
 

Iban a dar las tres de la mañana, Milo se retorcía en la cama sin poder dormir. Tenía como música de fondo los gemidos de alguno de los gemelos, se negaba a averiguar de cual de los dos. Se sintió tentado a acudir a sus pequeñas salvadoras, las pastillas para dormir, pero se detuvo a sí mismo diciéndose que no las requería más, solo era insomnio, nada con lo que no pudiera lidiar.

Salió de la cama y se dirigió  a la cocina, estaba harto de las malditas pesadillas. Éstas habían vuelto a desatarse con la presencia de Rhadamanthys en Tokio. No podía evitarlo, lo odiaba, lo detestaba con cada fibra de su ser y no podía sacárselo de la mente. Los planes le estaban resultando medianamente bien. Se había obligado a ignorar al espectro con el fin de hacerle perder la paciencia y orillarlo a intentar un acercamiento, no permitiría que la furia le arrebatara el placer de humillar a Rhadamanthys. Milo sabía que la venganza era un plato que debía devorarse frío y no pretendía apresurar las cosas. Había notado cierta culpa en Rhadamanthys, y esa sería un arma que no dudaría  en utilizar llegado el momento oportuno.

Tenía que acabarlo, hacerlo polvo, obligarlo a sentirse al borde del suicidio como había estado él, cada gota de su sangre le exigía una satisfacción no solo a su orgullo herido sino también a su espíritu que desde aquél nefasto día no estaba en paz.

Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo rápido, no toleraba ver a ese infeliz pavonearse frente a él como si nada hubiera sucedido jamás. Y lo peor de la situación era que esos tipos permanecerían por un buen tiempo cerca.

Se encontraba en la cocina cuando apareció Saga.

- Lo siento... creo que te despertamos. - dijo algo apenado.

- No importa, de todos modos no podía dormir. - dijo Milo mientras examinaba con detenimiento los diseños del piso de la cocina.

- Demonios... ¿es que en esta casa nadie duerme? - dijo Kanon apareciendo medio desnudo en la cocina, su cuello y su pecho estaban adornados con visibles mordiscos que Saga había repartido estratégicamente en la piel de su hermano. Milo rió por lo bajo al notarlo, definitivamente Saga estaba celoso a causa del repentino interés que Shaka empezaba a mostrar en su hermano.- ¿Otra noche sin sueño insecto? - dijo Kanon mientras se asomaba al refrigerador buscando algo apetecible que llevar a su boca.

- ¿Desde cuando estás así? - dijo Saga.

- Unos días, no tiene importancia.

- En ese caso, toma un par de pastillas para dormir y métete a la cama.- dijo Saga  fingiendo no darle importancia al recurrente insomnio de Milo.

- No, pastillas no, mejor te preparo un té. - se apresuró a decir Kanon.

- Tampoco eso me apetece, creo que saldré a caminar un rato. - dijo Milo deseoso de salir de esa incómoda situación.

- ¿Estás seguro de eso?- le dijo Saga.

- Te he dicho que no me hace falta niñera Saga, mejor quédate a complacer a tu hermano. - dijo el escorpión con gesto burlón y se dirigió a la puerta. Los gemelos lo vieron salir pensando que seguramente daría un par de vueltas por el vecindario antes de aburrirse y terminar volviendo a casa helado y con un humor peor que con el que se había ido.

-¿Qué tal si ahora si nos vamos a dormir? - dijo Kanon después de lanzar un gran bostezo.

- Como quieras... - dijo Saga acercándose a él para besarlo.

Milo caminaba lentamente por las calles aún solitarias de Tokio sintiendo que el frío le calaba más que en los huesos, en el corazón. Se rió de si mismo. No iba a ser fácil librarse de tanto dolor, lo sabía, nunca había sido bueno lidiando con sus propios sentimientos. Sencillamente le resultaba prácticamente imposible confesar lo que sentía, en especial cuando sus sentimientos le hacían sufrir. Además de su notoria ineficiencia confesándose respecto de sus sentimientos, se encontraba en su contra las experiencias vividas cada vez que se había atrevido a abrir su corazón a alguien más. Nunca había conseguido el efecto deseado sino uno totalmente opuesto.

Estaba confundido... no sabía como proceder. Por una parte estaba Shun, el chiquillo le empezaba a agradar más de lo que estaba dispuesto a admitir, de alguna manera el chico había logrado penetrar la férrea resistencia del griego a un acercamiento. Milo sabía lo que el jovencito pretendía, estaba seguro de que no iba a aceptar tan fácilmente que él no estaba interesado. Además el jovencito era sumamente hermoso. No era que no le agradara ni que fuera insensible a los encantos del chiquillo, era solo que... en ese momento de su vida no se sentía capaz de darle a nadie lo que el chico le reclamaba.

Del otro lado de la balanza estaba Aldebarán. El brasileño no había pronunciado una palabra, no había intentado siquiera un acercamiento físico como lo había hecho Shun, sin embargo, ciertas conductas del brasileño le confortaban a grado extremo, la forma que el enorme toro tenía de mirarlo... no era tan estúpido como para no notar el interés que despertaba en él. Y por alguna razón le recordaba más de la cuenta a Laques. Ese no era un punto a favor, en todo caso no estaba dispuesto a hacer con Aldebarán lo que Mu hiciera con él, no quería ver en Aldebarán el reflejo de Laques, lo que él quería era asomarse a la verdadera personalidad del brasileño.

Se rió de si mismo por tener semejantes pensamientos en relación con esos dos, ¿desde cuando se había convertido en una chiquilla enamoradiza? Él era Milo de Escorpión, todo temple y orgullo, si querían conquistarle, que lo intentaran, él no era como Afrodita a quien unas cuantas bellas palabras bastaban para hacerle caer, y tampoco era Shura que gozaba el ser deseado por sus compañeros, hombres o mujeres. No iba a permitirle a nadie más romperle el corazón.

Sus pasos le condujeron hacia un parque cercano. Se entretuvo ahí con el espectáculo del amanecer, ¿cuánto tiempo llevaba caminando ya? No importaba, ya volvería a casa sin importar lo lejos que estuviera. Sentado en una banca contempló el amanecer... tuvo un pensamiento... quizá lo que necesitaba en ese momento no era venganza sino olvidarse de todo, dejar atrás los esquemas que le habían impuesto durante años y dejar salir al verdadero Milo... sin embargo se dejó convencer por la idea de la venganza, sin duda más y más tentadora a cada instante. Deseaba destrozar el espíritu de Rhadamanthys como él había destruido el suyo reduciéndole a un objeto de placer sin voluntad ni futuro.

Con ese pensamiento fue que volvió al departamento que compartía con los gemelos. No era fácil ver a esos dos derramar miel cada mañana, ni escucharles prácticamente cada noche ejecutar la adoración a Afrodita en la habitación de al lado, pero después de todo, ellos eran lo único que él tenía y él era lo único que esas demenciales criaturas tenían. Una relación extraña sin duda, pero al fin y al cabo, una de las pocas cosas que los tres tenían en claro.

Llegó al departamento, los gemelos al fin dormían. Se sintió demasiado solo y estuvo tentado a ir a buscarles. No lo hizo, el pensamiento de estarles estorbando le hizo encerrarse en su habitación hasta que fuera hora de ir a trabajar.

Estaba harto de esperar, así que se dio un baño y se dispuso a salir, era temprano pero no tanto como para encontrar un buen lugar donde pudiera desayunar tranquilamente.

Tomó su portafolio medio vacío y salio nuevamente del departamento. Bajó por la escalera, llevaba puesta su ropa de gimnasio como cada mañana desde que había decidido variar su rutina. Comenzaría el día más temprano, en realidad le daba igual. No tenía nada mejor que hacer que refugiarse en el gimnasio durante las dos horas acostumbradas a ejercitar su cuerpo y olvidar así sus problemas, quería dejar para una mejor ocasión las preocupaciones, quería que todo fuera como antes, cuando lo único que le importaba era ser lo suficientemente fuerte como para vencer a cualquiera que lo enfrentara en combate.

En realidad no tenía ningún interés en pararse esa mañana por la fundación ni por ningún lugar donde alguien lo conociera. Once años... once largos años sin Laques. Y dolía prácticamente igual que el primer día. Once años cargando a solas con ese dolor, sin poder decir a nadie que había amado hasta la locura a ese joven, recordaba cada detalle de su rostro, cada matiz del verde de sus ojos profundos y amorosos, de esos ojos que solo lo miraban a él.

Finalmente fue hora de ir a desayunar, se encaminó al estacionamiento después de bañarse. Llevaba el pelo aún húmedo y un gesto de tristeza se mostraba en su rostro. Se metió al primer restaurante que encontró y le pareció lo suficientemente decente para su paladar y presupuesto.

Se  sentó en una de las mesas del fondo, procurando, como siempre, mantener una buena visibilidad del resto del lugar. No le gustaba sentirse acorralado. Ordenó un desayuno sumamente sencillo. No tenía mucho apetito.

Luego del desayuno se dirigió al edificio de la fundación. No tenía ánimos. Cuando llegó allá se molestó al ver que aún estaba cerrado. Se recargó en el cofre de su auto sin pensar en nada, en realidad no tenia mucho en que pensar. La misma idea que había germinado en su mente hacía meses era la que le corroía el alma en ese momento.

Finalmente le permitieron entrar. Cruzó el corredor de todos los días para dirigirse a su oficina. Solo dejó sus cosas y enseguida se dirigió a la oficina que Death Mask compartía con Ikky, quería hablar con su antiguo compañero de andanzas. Hace días que lo notaba más extraño de lo habitual, o mejor dicho, más normal que de costumbre.

Entró en la oficina y se encontró que el italiano no estaba ahí, simplemente Ikky estaba ahí despatarrado en el escritorio sobre Hyoga. No pudo evitar la sonrisa sardónica y un resoplido de sorpresa, así que no había sido un evento aislado. No dijo una palabra, se dio media vuelta y salió cerrando la puerta tras de sí. La pareja había notado su presencia, Hyoga apartó con brusquedad a un confundido Ikky y acomodándose la ropa salió a encontrarse con Milo. El griego se encontraba ya algo alejado de la oficina. El cisne se apresuró a darle alcance, ¡qué rápido era ese infeliz! Se dijo Hyoga. Al fin logró alcanzarle. Sujeto su brazo a lo que Milo reaccionó con violencia.

- ¿Y a ti quién demonios te ha dicho que puedes tocarme? - dijo el escorpión lleno de furia, sus ojos azules se tornaron tan rojos como cuando se disponía a atacar.  Hyoga le miró furioso.

- Si por mí fuera ni siquiera voltearía a mirarte maldito engreído.

- Pues no tienes que hacerlo, niño idiota. - dijo Milo remarcando la palabra niño en forma sarcástica y burlona. Milo siguió su camino sin esperar a que Hyoga siguiera hablando, no le importaba lo que el ruso tuviera que decir.

- ¡No soy un niño! Soy más hombre que tú... y si no pregúntaselo a Camus.- dijo el ruso con voz cargada de veneno. Milo solo se rió.

- A mi no me hace falta compararme con nadie para saber que de verdad soy un hombre. Eso se entiende cuando uno madura... niño.

- Pero si te hace falta meterte con las parejas de otros, ¿no es cierto? ¿Por qué tenías que meterte con Camus?

- Con quien me meta o me deje de meter es solo cosa mía, a nadie le importa y mucho menos a ti.

- ¿Vas a decirle a Camus?

- Escucha niño, no es mi costumbre meterme en lo que no me importa, yo solo venía a buscar a Death, encontré más de lo que yo hubiera querido pero eso no es mi asunto, ¿entiendes? Lo que tú y ese pajarraco hagan no es cosa que me importe.

- Pero Camus...

- Camus tampoco es cosa que me importe. - dijo el griego con molestia, peor ¿con quién creía ese que estaba hablando?

Se encerró el resto de la mañana en su cubículo sin salir para nada. A la hora de la comida buscó a Death, lo encontró como siempre en compañía de Afrodita.

- Hola bicho, ¿qué hay de nuevo? - le dijo el italiano.

- No mucho. - murmuró Milo apartando un mechón de su azul cabellera que caía sobre sus ojos. El sensual movimiento del griego le hizo acaparar la atención de cierto Kyoto que deambulaba por los corredores de la fundación esperando encontrar a ese esquivo griego en su camino. - ¿Quieren comer conmigo hoy?

- Desde luego bicho. - se adelantó a responder Death.

- Entonces vamonos. - dijo el griego, Afrodita solo los miraba, ninguno de los dos estaba actuando como de costumbre, Death estaba siendo demasiado normal y Milo demasiado amable, ¿qué era lo que estaba sucediéndoles a esos dos?

Milo y sus compañeros se movieron en dirección a la salida, Afrodita se excusó un momento, había olvidado  cerrar su oficina. Death y Milo se quedaron solos, el griego se recargó contra la pared.

- Bicho. Estoy preocupado.

- ¿Por qué?

- No sé. Creo que por ti.

-¿Por mí?

- ¿Quieres dejar de hacer preguntas? - Milo le dirigió una sonrisa torcida muy propia de él.

- Bien, dejo de preguntar.

- ¿Sabes? Creo que a estas alturas de nosotros tres el más normal es Afrodita, ¿no lo crees? - Milo asintió en silencio. - Yo estoy loco, siempre lo he estado y siempre lo estaré, pero eso no significa que no tenga remordimientos... hice cosas bastante... tú sabes.

- Todos las hicimos, en especial nosotros tres...

- El punto es que por más que lo intento no logro ver la utilidad de todo aquello, ¿me entiendes? Es decir... somos asesinos, no guerreros, en eso nos convirtieron los años al servicio de Arles, borrando todo lo que le estorbaba.

- ¿Culpas a Saga?

- Yo menos que nadie, hasta cierto punto entiendo, él tenía doble personalidad, en mi caso no hay tal, solo estaba demasiado enfermo como para entender lo que hacía, pero esa no es disculpa. Tú debes entenderme... en estos momentos siento que jamás seré una persona normal.

- ¿Y quién de nosotros lo es? Todos tenemos cola que nos pisen, y lo  peor es que lo usamos para agredirnos entre nosotros. Escucha Ángelo, nadie puede decir que sea precisamente normal, todos tenemos demasiadas manías absurdas, eso sin mencionar que cada uno de nosotros fue entrenado para matar.

- Solo que nosotros lo hacíamos sin compasión... sin remordimientos...

- Eso es pasado... o al menos eso espero. - dijo Milo.

- Yo no sé... podrían obligarnos a hacerlo de nuevo y es que en realidad tenemos una diosa bastante inepta, tanto que esta planeando casarte con ese niño que es su favorito... - dijo Death como sí aquello fuera lo más normal del mundo.

- ¿De qué demonios hablas?

- Tú sabes, de sus malditos planes para que todos seamos felices, ¿sabías o no?

- Pues no lo sabía...

- Pues ahora lo sabes... esa mujer está más loca que yo. - dijo el italiano plegando sus labios en una sonrisa burlona. Milo repaso cuidadosamente cada palabra dicha por el italiano... él no mentiría...

- ¿Cómo supiste?

- A la bruja se le va la lengua cuando esta en la cama... sí sabes a lo que me refiero... - dijo Death con una mueca de asco en el rostro. Milo no quiso comentar nada al respecto, ya de por sí era bastante humillante para el italiano comentarlo como para tener que discutirlo.

- Creo que el pez se ha tardado demasiado... - dijo Milo evadiendo mirar a Death.

- Es cierto. Vamos a buscarlo, con esos estúpidos espectros aquí no quiero que esté solo.

-¿Por qué?

- Porque no quiero que lo molesten.

-Ángelo, ¿Cuándo demonios piensas decirle que estas enamorado de él?

-Cuando yo no sea una carga para nadie. - musitó el italiano. Milo no dijo más, caminaron a paso lento en dirección a la oficina de Afrodita. En silencio llegaron hasta la bifurcación del corredor, voltearon a mirarse cuando escucharon risotadas y algunos gritos de Afrodita, ninguno dijo nada, simplemente corrieron hasta donde su amigo se encontraba.

Afrodita se encontraba rodeado por Minos y Ayacos bajo la mirada expectante de Rhadamanthys que se mantenía algo alejado de la acción. El inglés contemplaba con ojos fríos el sitio en el que Afrodita se revolvía para escapar de esos otros dos.

- Escúchenme bien pareja de imbéciles, si no lo sueltan ahora mismo tendrán un boleto solo de ida al infierno cortesía de Death Mask. - masculló el italiano al tiempo que dejaba sentir su poderoso cosmos a los presentes.

- Ya lo oyeron, o se apartan o nosotros los apartamos. - murmuró un muy furioso Milo.

- Pero que tenemos aquí... - dijo Minos contemplando a los furiosos ejemplares frente a sí. - El resto de la pandilla de asesinos del santuario de la bondadosa Atenea.

- Deja de decir idioteces y apártate de una vez de Afrodita. - dijo Death Mask. Milo no quiso esperar más, no iba a permitir que a Afrodita le ocurriera lo mismo que a él. Con un movimiento que asombró por su rapidez a los dos espectros, llegó hasta ellos, con certeros puñetazos les envió a visitar el suelo y arrancó a Afrodita de ahí. Todo sucedió en un parpadeo, sin duda el griego estaba en mejor forma que nunca. Rhadamanthys se sorprendió mucho al ver la velocidad y habilidad del griego, definitivamente no era el mismo que había luchado contra él en el inframundo, este nuevo Milo era mucho más fuerte de lo que pudiera haberse imaginado aquella noche en que lo secuestró. El Kyoto avanzó un poco al ver que Milo y Death Mask se disponían a terminar lo que habían comenzado.

- No es necesaria la violencia caballeros. - dijo el inglés aproximándose lentamente. Los dorados lo miraron con odio pero el inglés ni se inmuto, continuó avanzando hacia Milo, esperaba hallar ira, dolor, quizá miedo en esos ojos que comenzaban a tornarse rojos... pero todo lo que halló fue burla y un odio profundo. - Ustedes dos, largo de aquí. - les dijo a sus compañeros. Death Mask se apresuró a tomar en brazos a un agitado y despeinado Afrodita.

- ¿Te encuentras bien? - murmuró el italiano, Afrodita solo asintió con la cabeza.

- Llévatelo de aquí, yo aún debo cambiar algunas palabras con este. Los alcanzo en el restaurante de la esquina. - le dijo Milo a Death, el italiano se alejó maldiciendo a los espectros en su lengua materna mientras sostenía a Afrodita sujetándole por la cintura, aquello había sido demasiado para los destrozados nervios del sueco.

- ¿Y qué es lo que quieres decirme Milo de Escorpión? -dijo en tono retador el espectro. Esperaba que Milo en ese momento le reprochara lo ocurrido meses atrás, esperaba que el griego le golpeara, que hiciera algo más que ignorarlo.

- Lo que quiero decirte es que espero que ese par no se le vuelva a acercar jamás a Afrodita, porque si lo vuelven a hacer no solo Death Mask los enviará al infierno, me encargaré de que sufran en carne propia el veneno del escorpión.  - dijo el griego y le volvió la espalda. Rhadamanthys lo miró sin creer lo que estaba sucediendo.

- Pero... ¿de que estás hecho griego? - dijo el Kyoto al ver que Milo continuaba ignorándolo.- ¿Es que no vas a decirme nada más?

- ¿Para qué? ¿Es que acaso tenemos algo más de que hablar? - dijo Milo mirándole con desdén.

-¡Eres un maldito! Ni siquiera te imaginas lo que yo he pasado en estos meses por tu culpa, por lo que me obligaste a hacer... infeliz... - Milo lanzó una sonora carcajada. Rhadamanthys sujetó los poderosos hombros del griego, no obtuvo una respuesta verbal sino un golpe en el estómago que lo dejó sin aire.

- Nadie me toca, ¿entiendes? Nadie. - dijo Milo sin inmutarse. Se apartó y se fue sin decir más, dejando a Rhadamanthys tumbado en el suelo preguntándose ¿qué era exactamente lo que había ocurrido ahí? Era como si para Milo el secuestro y los hechos posteriores a éste no hubieran ocurrido jamás. El griego no parecía afectado, no estaba como había imaginado que lo encontraría, derrotado y deseando morir, herido, pero no, el Milo que se encontró era el mismo ser orgulloso de siempre, con el mismo gesto entre desafiante y sensual que siempre había tenido. Y sobre todo... continuaba ignorando el interés que había logrado despertar en él...

Milo caminaba furioso hacia la salida, le había costado sangre contenerse y no moler a golpes a ese inmundo sujeto. Pero tenía que contenerse, contenerse al menos lo suficiente como para desesperarle aún más. Sabía que tenia media batalla ganada, la culpa sería su gran aliada. Solo restaba tener algo de lo que él generalmente prescindía: paciencia. Era un hombre de armas tomar, con el tiempo y el trabajo realizado en el santuario, había aprendido a golpear primero y preguntar después, había aprendido que debía actuar rápido. Pero también había aprendido a acechar, Hefastión le había entrenado más que como un guerrero, como un cazador, solo que él no acostumbraba a usar lo aprendido de su maestro, más bien le gustaban las confrontaciones directas, nada de juegos, nada de estrategias complejas para ocultar sus intenciones, le gustaba ir al punto. Pero aquella era una situación diametralmente distinta a todo lo que hubiera tenido que enfrentar antes.

Se encontró en el restaurante con Afrodita y Death Mask, los dos estaban mucho más tranquilos y el italiano charlaba amenamente con su sueco favorito.

-Al fin llegas. Me preocupé por ti... - dijo Afrodita clavando sus hermosos ojos en el rostro de Milo.

- Sabes que no tienes que preocuparte por mí... - dijo Milo posando su dedo índice en la pálida frente de Afrodita. El sueco le regaló esa mirada ensoñadora que hacía perder el piso a más de uno y le sonrió.

- Sí, yo sé que tú puedes cuidarte solo... no como yo. - dijo Afrodita bajando el rostro algo apenado.

- El que esos dos te hayan sorprendido no quiere decir que no puedas cuidarte solo. - le dijo en tono suave Death Mask.

- Ángelo tiene razón... a cualquiera pueden sorprenderlo. - añadió Milo algo sombrío. Se disculpó, tenía que lavarse las manos. Afrodita lo siguió con la mirada.

- ¿Hasta cuando se dará cuenta de que existo...? - murmuró Afrodita, Death Mask fingió no oírlo. - ¿Quieres ordenar ya Ángelo? - dijo Afrodita cambiando su triste semblante por una encantadora sonrisa que hubiera engañado a cualquiera, pero no a su mejor amigo y adorador número uno, Death Mask le devolvió la sonrisa y se sumergió en el estudio de la carta.

Notas finales: Hola hola espero que les haya gustado y recuerden que acepto sugerencias, bye bye ¡¡¡

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