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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Notas del capitulo: otro capitulo y espero que el once ya se vea ja ja
 

Milo se encontraba en el baño de su habitación lavándose la cara. ¿Por qué había hecho eso? ¿Cómo había podido permitirse hacer tal cosa como llorar como una quinceañera en brazos de Aldebarán? Por suerte el toro no estaba intentando hablar del tema como pensó que lo haría al darse cuenta de lo que había hecho.

Se sentía bastante avergonzado, esa era la verdad, ¿qué clase de hombre llora de esa manera? Se sentía estúpido...

- ¿Te encuentras bien? - le gritó Aldebarán desde la habitación.

- Si, no tienes de que preocuparte.- dijo Milo saliendo con una toalla en la mano.

- ¿Quieres tomar un poco de café? Podemos pedir servicio al cuarto.

- No... no hace falta. - dijo  Milo y se sentó al lado de Aldebarán en la cama. El brasileño lo miró con una sonrisa en los labios, desde el primer momento se dio cuenta de que aquello había sido un arrebato de Milo del que seguramente luego se arrepentiría, así que consideró que lo mejor sería no mencionarlo siquiera.

- Si lo prefieres te dejo solo.

- No. No quiero que te vayas... yo... tengo algo que decirte... - dijo Milo, levantó un poco el rostro dejando que sus ojos fueran cubiertos por el ya largo flequillo azul. Detrás de aquella tenue cortina examinó el rostro de Aldebarán en espera de alguna señal de alarma... pero no la encontró, todo en ese rostro moreno parecía gritarle "confía en mí". Con cierta reticencia se aproximó un poco más al brasileño. - ¿Sabes? Siempre he sido un idiota que no sabe decir lo que siente y cuando lo dice generalmente tiene consecuencias nefastas... odiaría que me vieras diferente después de hoy... esa es la verdad.

- ¿A que te refieres?

- Estuve con Rhadamanthys...

- No entiendo. - dijo Aldebarán sin poder ocultar la punzada de celos que lo había acometido.

- Quizá debí contarte esto antes... quizá debí decírselo a alguien, pero me avergonzaba demasiado.

- Si sientes algo por él... no debería avergonzarte.

- Yo no siento nada más que odio por ese infeliz. - dijo Milo con gesto fiero, Aldebarán cada vez entendía menos. - Tú sabes lo que me pasó hace unos meses... no fue un asalto... - dijo Milo con una mueca de dolor deformando sus bellos rasgos. - A mi... a mí me violaron...- Aldebarán se quedo sin palabras. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo es que había sucedido eso?

- Milo...

- Lo sé... es bastante patético, ¿no es cierto? Un santo dorado violado y vejado como si fuera un indefenso niño... lo sé... no tienes que decirlo ni mirarme de esa forma.

- ¿De que forma?

- De esa forma... por eso no quería decirlo, ya era suficiente con la sobreprotección de los gemelos, y ahora esa mirada... no es algo que disfrute. - dijo Milo mientras apartaba de su rostro un largo mechón de su azul melena.  - Tal vez no fue buena idea comenzar esta conversación.

- Espera Milo, yo no he dicho que te tenga lástima, tú has asumido que yo te tengo lástima. Pero no es así, me preocupas, pero no es por esa razón.

- Entonces ¿por qué? Dímelo de una vez. Dime porque razón sigues junto a mí si a veces te he tratado como a mi peor enemigo, ¿por qué Aldebarán?

- Por que te amo, es así de sencillo y así de complicado. No sé porque me enamoré de ti, tienes un genio de los diez mil demonios, crees que todo el mundo está contra ti, siempre piensas lo peor de las personas que se te acercan, le restas importancia a tu persona y eres el ser humano más pesimista que conozco, pero aún así yo te amo Milo. Y eso no va a cambiarlo ni siquiera tu mal carácter y tus maldiciones griegas. - dijo Aldebarán sosteniendo las manos de Milo entre las suyas. Milo estaba atónito, nunca en toda su vida alguien le había hecho semejante confesión, cierto, Laques le había dicho que lo amaba el día en que cumplió catorce, pero era distinto, entonces él era distinto. Una enorme sonrisa apareció en los labios de Milo. Extendió la mano para tocar el moreno rostro de su interlocutor, repasando con sus manos cada detalle de ese rostro, que si bien no podía ser descrito como absolutamente bello, tenía su encanto, un cierto aire de salvaje sensualidad que le gustaba, no dejó de sonreír, ¿cómo era posible que una simple frase le hubiera dado la alegría que no había sentido en años? No lo entendía ni quería entenderlo, simplemente deseaba que ese sentimiento le durara para siempre. Deseaba decirle que también lo amaba, pero habría sido una verdad a medias en esos momentos. Sentía algo por él, no sabía qué, pero sí sabía que era más profundo que lo que sentía por Shun y menos fraternal que lo que le unía a Afrodita. - Tranquilo... sé que no sientes lo mismo. - dijo Aldebarán con toda calma.

- Eso es cierto... yo no te amo... aún. - dijo Milo y se aproximó lentamente al rostro del brasileño. Se quedó quieto, a unos milímetros sus labios de los del toro, aspirando simplemente el aliento de ese hombre de apariencia ruda, los dedos de Milo se enredaron en la negra cabellera del brasileño, Aldebarán se dejaba hacer sin atreverse a tocarle siquiera, entre sus temores de recordarle la violación y el deseo de no romper la magia del momento, permanecía quieto contemplando su reflejo en aquellos ojos tan profundos como el cielo del que parecían dos trozos.  - Verde... el verde es el color de las cosas vivas y también el de la esperanza... - murmuró Milo provocando que su cálido aliento acariciara el rostro del toro, Aldebarán se estremeció al sentirlo tan cerca, ¿aquello era real o producto de su fantasía? De momento no quería averiguar nada, solo perderse en esos ojos que se clavaban en los suyos en un tenaz intento por descubrir no sabía que. Milo seguía mirándolo sin moverse ni un ápice, Aldebarán no pudo contener más los deseos que había reprimido durante años, así que se encargó de vencer el obstáculo que la distancia suponía y posó sus labios en los de Milo en un dulce y casto beso en el que quiso poner todas las emociones que el griego despertaba en él. Milo aceptó el beso... no sabía que pensar, Aldebarán era tan suave como no había sido nadie más que su primer amor, las manos del griego bajaron por el cuello de Aldebarán hasta quedar posadas en sus hombros, no intentó en ningún momento romper aquel dulce beso, exento de pasión pero cargado de ternura. Sintió como era atraído hacía el imponente cuerpo de Aldebarán, al fin se separaron los labios, pero Aldebarán no dejó de abrazarlo, Milo apoyó la frente en el ancho pecho de su compañero de armas y dejó que una vez más las lágrimas brotaran de sus ojos azules. - Maldita sea... como siga llorando como chiquilla cada vez que me toques se me secarán los ojos. - dijo Milo con aire juguetón.

- Espero que eso no suceda, tienes los ojos más hermosos que haya visto en toda mi vida. - dijo Aldebarán limpiando con cuidado las mejillas húmedas del griego.

- Gracias toro, eres... demasiado para mí... no merezco que me ame alguien como tú.

- Eso no es cierto... y tú lo sabes... el amor no se refiere a merecimientos, solo es amor... y entiendo que te sea difícil después de lo que te pasó y también entiendo que no quieras contarme nada al respecto, yo solo soy alguien que se preocupa por ti y no te estoy pidiendo nada a cambio. La confianza se gana, no surge de la nada.

- Fue Rhadamanthys... pero no se lo digas a nadie, por favor. - dijo Milo apartando el rostro, Aldebarán lo abrazó con más fuerza, no era el momento de preguntar nada. -  Ya le hice pagar... - dijo Milo con un tono de voz que a Aldebarán le pareció extremadamente tétrico. Aún así se limitó a acariciar la cabeza del joven que se estremecía entre sus brazos. Milo sintió que todo el dolor acumulado durante años al fin abandonaba su sistema en forma de enormes lagrimones que iban a morir en la camiseta de Aldebarán. - Soy un imbécil...

- No, no lo eres.

- Si no lo fuera no me pasarían tantas cosas estúpidas... no pretendo que te quedes conmigo, ¿sabes? Sé que te irás como lo han hecho todos... pero quiero disfrutar el momento, quiero pensar que esto va a durar más de lo que me estoy imaginando.

- No hables... a veces las palabras solo arruinan las cosas. - dijo Aldebarán.

- Entonces todo esto será sin palabras... Sin disfraces... Sin reproches...

- Será como tú quieras que sea... - dijo el brasileño estrechando aún más el abrazo. Milo lo miró sorprendido, ¿acaso Aldebarán hablaba en serio? Levantó el rostro para encontrar sus respuestas en esos ojos verdes y en esas amables facciones del toro, y ahí estaban, solo había ternura, y un enorme amor que tal vez las palabras no alcanzaran a describir. Habría llorado de nuevo si su enorme orgullo no hubiera terminado por imponerse. Esbozó una sonrisa y se quedó quieto mirando esos ojos verdes en los que creía leer la esperanza de un futuro mejor que su presente.

- Iré a mi habitación.

- No te vayas, todavía no... - dijo Milo apoyando su frente en la de Aldebarán. El brasileño sonrió. Suavemente se acomodó en la cama, apoyó su espalda en la cabecera de la cama con Milo aún en sus brazos. El griego se sentía demasiado extraño, pero no le importó, se sentía como un niño entre los brazos del enorme Aldebarán, pero ¿acaso importaba si se veía ridículo? En realidad no. Lo único que importaba era que entre esos brazos todo pasaba a segundo término, todo era insignificante, todo excepto la persona cuyo corazón arrullaba sus sueños en ese momento.

Aldebarán noto que Milo se había quedado dormido, no se movió ni un milímetro, aquello era una especie de dulce sueño del cual creyó que despertaría si soltaba aunque fuera por un instante a ese griego malhumorado y pesimista que le había robado el corazón años atrás.

Le vino a la mente su primer recuerdo de Milo, no había sido aquel día en el coliseo, ni en el templo de Aries... ahora lo recordaba. Había sido una tarde cualquiera de un otoño griego, el sol agonizaba en el horizonte... tenía 16 años. Milo tenía la misma edad entonces. Regresaba del pueblo cercano al Santuario cuando lo vio apoyado en una columna semi derruida. Estaba solo, dejando que la tibia brisa del otoño le despeinara esa larguisíma melena azul. Sostenía en el brazo derecho su casco y miraba con apacible indiferencia el ocaso. Al brasileño le pareció que aquel joven era la esencia de lo que su maestro había intentado explicarle cuando le dijera de que se trataba ser un santo de Atenea. Aquel joven de arrogante e imponente figura le impresionó favorablemente. Reconoció la armadura que el chico portaba, era la del Escorpión celeste, recordaba que su maestro le había dicho unas semanas antes que Escorpión tenía un nuevo guardián. No quiso hacerse notar, pero recordó de inmediato aquella estampa cuando Mu le contara acerca de Milo unos meses después.

Y ahora tenía a ese altivo hombre entre sus brazos, durmiendo apaciblemente. Se sentía extrañamente bien. No había habido una aceptación de parte de Milo, ni siquiera se podía decir que existiese algo más que una amistad profunda, pero él se sentía bien con aquello. No sentía nada más que una enorme calma y un inmenso amor hacia ese amargado hombre de cabellos azules. Se dijo que en ese momento nada podía ser mejor. Sentía que tenía todo su mundo descansando entre sus brazos.

Aldebarán se durmió con una sonrisa en los labios, se sentía pleno y feliz. Aunque con cierta incomodidad, logró dormir toda la noche sin soltar ni un segundo a Milo. Para el escorpión fue la primera noche en años en la que durmió plácidamente y sin despertar ni una sola vez.

Shiryu entró ya muy de madrugada en la habitación, se sorprendió al verlos abrazándose de esa forma. Le pareció que ellos destilaban más que pasión, ternura... Salió sin intentar siquiera acercarse, le pediría asilo a Dohko en su habitación, seguramente su maestro pasaría la noche en la habitación del patriarca.

Los primeros rayos de sol se filtraron por entre las cortinas de la habitación de Milo obligándole a abrir los ojos. Aldebarán contempló con callado gozo ese par de zafiros abriéndose solo para él y contemplarle abanicados por las deliciosamente tupidas pestañas oscuras de Milo. Por su parte, para el griego ese fue el mejor despertar que recordaba en años. Sin proponérselo siquiera sonrió ante la imagen de un despeinado y somnoliento Aldebarán.

- Buenos días. - dijo el brasileño en un susurro.

- Buenos días. - le respondió Milo. - ¿Nos quedamos así toda la noche? - dijo Milo algo sorprendido de que Aldebarán se hubiera quedado con él.

- Sí, no quise despertarte cuando te quedaste dormido y después también me dormí. - dijo Aldebarán sonriendo.

- ¡Ja! Vaya forma de pasar nuestra primera noche juntos. - dijo Milo contemplando el rostro moreno del toro. Aldebarán no quiso comentar nada, era suficiente con que Milo hubiera admitido que estaban juntos, de alguna manera lo estaban, ¿cierto?- Tengo hambre, ¿vamos a desayunar? - dijo Milo con una enorme sonrisa que a Aldebarán se le antojó luminosa.

- De acuerdo... solo deja que me estire un poco. - le pidió Aldebarán. Milo contempló divertido al enorme brasileño estirarse lentamente, había sido bastante incómodo para él dormir así. Pero lejos de reprochárselo, le agradecía a Milo permitirle aquello.

Milo no sabía que pensar o que decir acerca de lo que estaba surgiendo entre él y Aldebarán. Sintió algo de culpa al recordar la confesión de Afrodita, el sueco lo amaba.

- ¿En que piensas?- le dijo Aldebarán.

- En nada... en que esto ha sido extraño...

- ¿Arrepentido?

- No... es solo que me preocupan las consecuencias... - dijo Milo mientras se dirigía al baño. Aldebarán lo miró con gesto confundido, ¿qué quería decir con las consecuencias? Milo terminó de bañarse y fue el turno de Aldebarán. El griego se miró al espejo y se sorprendió a sí mismo por la sonrisa boba que adornaba su rostro.

¿Por qué estaba tan feliz? No tenía idea, solo quería disfrutarlo, pensar estaba demás.

- ¡Bicho! ¡Bicho, sal de una vez!- era Kanon gritando desde el exterior de la habitación.

- ¿Qué demonios te pasa? - dijo Milo cuando salió a abrir la puerta, estaba a medio vestir.

- ¿Qué no puedo venir a ver como esta mi mejor amigo? - dijo Kanon con una enorme sonrisa en sus labios.

- Ah ya veo, tuviste una noche movida con Saga, ¿verdad? Eso explica porque estás tan de buen humor. 

- Eso es cosa que no pienso discutir contigo maldito insecto entrometido, solo estoy de buen humor, y dado que mi hermano fue requerido por la bruja en persona, se me ocurrió que podríamos ir a desayunar juntos.

- Por mi está bien, le diré a Aldebarán. - Kanon casi se desmaya de la impresión, ¿qué hacia el toro ahí con el insecto? Eso sí que era extraño, pero decidió guardarse sus preguntas para después.

Kanon saludó con un extrañado hola al brasileño y luego se dirigieron al restaurante del hotel, era su último día ahí así que pensaban disfrutarlo. Se dirigieron al elevador mientras Kanon elucubraba acerca de que sería lo mejor para cerrar con broche de oro aquel accidentado viaje.

- Buenos días chicos. - dijo la dulce voz de Afrodita cuando se encontró con ellos al lado del elevador. Milo lo miró y sonrió, él era su amigo, su luz al final del túnel pero no sabía si podía verlo como algo más. Afrodita notó la mano de Aldebarán sosteniendo la de Milo y con cierta tristeza le sonrió; el sueco se acercó y le susurró algo al oído. - No te preocupes por mí, sé feliz con él. - dijo el sueco sin dejar de lado esa tierna sonrisa que encantaba a cualquiera.

- Gracias...

- No tienes nada que agradecer... pero sí decides que él no es lo mejor para ti, yo estaré esperándote. Te amo, nunca lo olvides. - dijo Afrodita y besó suavemente la mejilla de Milo, el griego aspiró el delicado perfume de rosas que emanaba de la piel de porcelana de Afrodita y sonrió.

- ¿Es que piensan quedarse ahí todo el día? Vamos, entren al elevador, me muero de hambre. - dijo Kanon sin poder evitar sentir que estaba muy lejos de entender lo que estaba sucediendo ahí. Y eso no le gustaba.

Milo y Aldebarán continuaban tomados de la mano. Ambos se sentían extrañamente bien. Para Milo aquello era como vivir lo que no había sino imaginado, alguien que no reprochaba, alguien que simplemente estaba ahí, sin preguntas, sin dudas, sin nada que no fuera una sonrisa. Eso era lo que siempre había querido.

Nadie conocido en el comedor, solo los dos griegos, Aldebarán y Afrodita que se había unido a ellos. Al sueco le dolía ver a Milo junto a Aldebarán, hubiera querido ser él quien sostuviera la mano del griego, sin embargo, le bastó ver la sonrisa de Milo para darse cuenta de que Aldebarán era lo que él necesitaba el atormentado corazón de Milo para sanar de una vez por todas. Le resultó obvio que Aldebarán solo tenía ojos para Milo y que probablemente dentro de poco Milo solo tendría ojos para ese enorme sujeto.

Poco a poco el resto del grupo se presentó a desayunar, para nadie pasó desapercibida la nueva actitud de Milo y Aldebarán, con lo que las especulaciones comenzaron a florecer. Milo notó las miradas curiosas y extrañadas de más de la mitad de sus compañeros de armas. Quizá el más sorprendido fue Aioria. Para el león no era fácil de digerir la cercanía de esos dos.

Death Mask apareció en el restaurante con un gesto de alegría pintado en su rostro algo demacrado, habían sido días difíciles, peor al final de cuentas todo comenzaba a marchar mejor. Por la noche se había sentido tan mal que había tenido que llamar a su psiquiatra, el hombre le repitió lo que le venía diciendo durante los últimos meses, "solo di no" y palabras más sabias no había escuchado, o más bien procesado. Le había dicho no a esa mujer tan fastidiosa, y lo había hecho de una forma que no daba lugar a dudas, sabía que ella difícilmente se resignaría a perder a uno de sus juguetes pero se sentía satisfecho porque al fin había dicho la mágica palabrita no.

Death se sentó al lado de Afrodita, el sueco le lanzó una de sus ensoñadoras miradas cargada de curiosidad al verlo con esa enorme sonrisa.

- Buenos días Ángelo, ¿dormiste bien? -le dijo Afrodita, no había querido despertarlo pues sabía que Death había estado durmiendo muy poco en los últimos días.

- Buenos días... y si dormí muy bien. ¿Qué tal tú?

- Umm no me quejo.

- ¿Sabes? Estaba pensando que sería buena idea mudarme de la mansión.

- ¿Estás hablando en serio? Es que tú... bueno tu condición...

- Si, ya sé que no estoy capacitado para vivir solo, por eso quería pedirte que vinieras conmigo.

- Pero... ¿y Atenea?

- Atenea por mi puede irse al demonio. Estoy cansado de vivir como si ella fuera la dueña de mi vida, y sé que tú también, así que sí estás de acuerdo en cuanto lleguemos a Tokio me gustaría que comenzáramos a buscar un departamento.

- Está bien, lo haremos. Y por cierto, llámame Soren.

- De acuerdo Soren. - dijo el italiano con una sonrisa bastante sincera. Esperaba que con el tiempo, Afrodita se olvidara de Milo y comenzara a fijarse de nuevo en él, si ya había ganado su corazón una vez, bien podía hacerlo de nuevo. Y esta vez no dejaría que su enfermedad le arruinara las cosas.

Era la primera vez en mucho tiempo que Milo se sentía completamente cómodo con alguien que no fueran Saga o Kanon. Aldebarán se sorprendió al encontrarse con un Milo conversador y sonriente, hasta su sarcasmo se había suavizado. Definitivamente no era el Milo de siempre. Y este nuevo Milo casi alegre era bastante agradable.

Milo se levantó de la mesa para servirse un poco más de lo que había estado comiendo.

- Así que ahora vas tras Aldebarán. - dijo Mu con una sonrisa burlona. Milo lo miro de una forma extraña. - Definitivamente debe ser cierta la teoría de Aioria de que pretendes tirarte a todos los dorados, y por cierto, ¿qué pensaría Aldebarán si se enterará de que te ves con ese espectro Rhadamanthys?

- A mi me importa un carajo lo que tú y ese gato de azotea piensen, ¿lo has entendido? Y si Aldebarán es lo que yo creo que es seguro que opina lo mismo que yo. - fue todo lo que Milo dijo antes de darle la espalda a Mu, no quería pelear con él, ni con nadie en realidad. Ese era un buen día y nada iba a arruinarlo, ni siquiera la impertinencia de Mu. Pero el ariano no iba a darse por vencido. Estaba furioso, Shaka  había terminado la noche anterior su relación diciendo que no podía estar con alguien que trataba a los demás de la forma en que le había visto tratar a Milo y a los gemelos. Mu se dijo que necesitaba un desquite. Así que ni tardo ni perezoso se dirigió a la mesa donde se encontraba Milo con Aldebarán, Saga se les había unido y en ese momento aceptaba con cierta vergüenza que Kanon pusiera en su boca un trozo de fruta, a veces Kanon lo trataba como a un niño y eso no le gustaba demasiado... al menos no en público.

- Adivinen quien viene a fastidiar. - murmuró Kanon al ver a Mu acercarse.

- La mascota de Shion se libró de su correa. - comentó Saga con una cáustica sonrisa adornando su masculino rostro.

- Más que mascota yo diría lacayo. - añadió Death Mask.

- Menos que lacayo, mal imitador. - dijo Afrodita. Todos se sorprendieron, el sueco no solía participar en las carnicerías verbales que el grupo emprendía, pero de alguna manera ese día cambiaron muchas cosas. Milo miró a sus amigos, al parecer las cosas seguirían un rumbo insospechado desde aquel día, y estaba ansioso por saber en que terminaría aquello. Se dispuso a recibir los insolentes comentarios de Mu, no le haría caso, era su día perfecto, nada ni nadie iba a arruinarlo.

- Hola Aldebarán, ¿puedo hablar contigo un momento? - dijo fingiendo amabilidad. Aldebarán lo miró arqueando una ceja, le resultaba difícil creerle ya al carnero.

- Lo que tengas que decir lo puedes decir frente a todos, ¿no lo crees? - le respondió, Mu esperaba aquella respuesta. - Bien, si eso es lo que quieres... - dijo Mu sintiendo que el pequeño triunfo que estaba planeando sin duda estaba a unos segundos de concretarse.

- Si es lo que tú quieres... está bien por mí. - Mu jaló una silla y se sentó bajo la hostil mirada del resto de los ocupantes de la mesa. Seis pares de ojos estaban pendientes de lo que haría, para él aquello estaba más que perfecto. Aquel era el escenario ideal para lo que haría a continuación. - Dime una cosa Aldebarán, ¿qué clase de relación tienes con Milo? - dijo Mu fingiendo una candidez que estaba muy lejos de poseer.

- Deja que sea yo quien te responda a eso Mu.- dijo Milo con una sonrisa retorcida. - Él y yo somos lo que tú podrías llamar una pareja. - dijo Milo sin deshacerse de ese aire altanero que siempre  lo acompañaba. La afirmación de Milo no solo sorprendió a Mu, también al resto, todo el mundo sabía lo reacio que era el escorpión a mostrar que alguien le importaba. - Así que si eso era todo lo que querías saber, ya puedes irte. -dijo Milo en tono casi amenazador. Aldebarán estaba que no cabía en sí de gozo, ¡Milo había dicho que entre ellos había algo más que amistad!

- Es cierto, largo borrego, contaminas nuestro campo visual. - dijo Kanon agitando la mano desdeñosamente. Mu los miró y esbozo una maligna sonrisa que Saga calificó como una señal de alarma.

- En ese caso, creo que mi deber como amigo de Aldebarán es decirle que ayer te vi besuqueándote con Rhadamanthys ayer en la tarde Milo. - Mu soltó aquello con una sonrisa en los labios. - ¿Qué me dices Aldebarán? ¿T e gusta que tu novio le ande calentando la cama a otro o qué?

- Mu, por favor, déjate de estupideces, ¿quieres? - dijo Aldebarán sin soltar ni por un segundo la mano de Milo. - A mi no me importa lo que Milo haya hecho antes de estar conmigo, ¿sabes? Yo no tengo delirio de persecución como tú, Milo era libre de besar a quién él quisiera hasta que admitió ser mi pareja. - dijo el brasileño sin ocultar su satisfacción. - Así que si quieres conservar toda tu dentadura original, deja de decir cosas sin sentido, y si fuera tú aceptaría la sugerencia de Milo.

- Ya oíste al buey, o te vas o te invitamos amablemente a desalojar el recinto. - dijo Saga con gesto furioso.

- Créeme carissimo, es lo mejor que puedes hacer. - dijo Death Mask sonriéndole con ironía. Mu se alejó molesto y en silencio. Los seis pares de ojos no lo perdían de vista.

- ¿Alguien quiere fresas con crema? Están deliciosas.- dijo Afrodita para romper la tensión del momento. Death Mask volteó a mirarlo y le sonrió.

- Lo que sea que venga de ti debe ser delicioso. - dijo Death acariciando la mejilla de Afrodita. - Soren, ¿te gustaría dar un paseo después del desayuno?

-Claro, podemos ir al acuario, tú sabes que me encantan los peces.- respondió el sueco con una sonrisa. Le pareció que no estaba mal darse una oportunidad con Death, después de todo, Milo parecía al fin haber encontrado en Aldebarán lo que buscaba. Él podía intentar reencontrar el amor que una vez le había tenido a Death, o mejor dicho, a Ángelo.

- Saga. - dijo Milo.

- ¿Qué quieres insecto? - dijo el mayor de los gemelos mientras se dedicaba a alimentar a Kanon.

- Te lo advierto, como le vuelvas a decir buey a Aldebarán, tu hermano tendrá más sitios por donde penetrarte. - dijo Milo con una sonrisa burlona. Saga no respondió, Milo nunca cambiaría su temperamento ácido, pero definitivamente estaba feliz aquella mañana.


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