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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo¡¡¡ bueno aquí les dejo un capitulo nuevo a ver que les parece, igual y me ausento un par de semanas así que no me verán por acá en un tiempo, bye¡¡¿
 

Con una enorme sonrisa en los labios Kanon se metió entre las cobijas en espera de que Saga le diera alcance, apenas habían llegado a su destino una media hora atrás y se sentía tremendamente feliz. Sintió frío y se arrebujó aún más en las tibias mantas que cubrían su cuerpo semi desnudo. Saga se encontraba en el baño terminando de asearse después del pequeño contratiempo que habían tenido en el lobby del hotel. Consideraba que su hermano había exagerado un poco al ponerse tan furioso después de que un chiquillo de no más de siete años le había decorado la camisa con un poquito de helado de chocolate. Saga había comenzado a gritar como energúmeno despotricando en contra del mundo entero por el desastre ocasionado a su hermosa camisa de seda genuina. Analizándolo un momento, Kanon se dio cuenta de que esa camisa era la que él le había regalado en su pasado cumpleaños. Sonrió al rememorar la pelea que había sostenido Saga con la madre del chico culpable del accidente. Saga siempre sería el mismo, algo gruñón, algo cínico, bastante sinvergüenza, pero así lo amaba.

Saga lo miraba esconderse debajo de las mantas como cuando eran niños, llevaba un buen rato espiándolo desde la puerta entreabierta del baño. Sonrió involuntariamente, lo amaba, vaya que lo amaba. Kanon podía ser una bomba de problemas amenazando con estallar en cualquier momento pero era así como lo amaba, era así como se había ido colando en su corazón sin detenerse ante las críticas, sin detenerse ante nada para conseguir lo que deseaba, ese era Kanon, el Kanon del que se había enamorado perdidamente.

- ¿Sigues despierto? - dijo al fin Saga. Se acercó a la cama, Kanon le miró con una sonrisa de medio lado adornando su bello semblante.

- Sí, sabes que espero que cumplas lo que me prometiste antes de salir de casa.

- Siempre has tenido una excelente memoria hermanito.

- Y tú siempre has sabido como manejarme a tu antojo.

- Eso no es cierto... eres tú quien hace de mi lo que quiere... como hace rato.- dijo Saga refiriéndose al lío con el chiquillo.

- Solo hice lo necesario para que no fueras a parar a la cárcel como asesino de niños y mujeres revoltosas.

- Créeme que por un segundo si que sentí deseos de enviar a ese urraca a otra dimensión. - dijo Saga sonriendo.

- Ja¡ a veces sigues siendo algo perverso, ¿sabias?

- ¿Ah sí? Pues déjame demostrarte todo lo perverso que  puedo llegar a ser...

- Promesas, promesas. - dijo Kanon riendo mientras Saga le besaba el cuello. Kanon no pudo evitar lanzar un suspiro que complació sobremanera a Saga.

- ¿Sabes? Siempre supe que terminaríamos así... - susurró Saga en el oído de su hermano menor. Las traviesas manos de Kanon se entretenían hurgando dentro de la camisa de su hermano. Saga ahogó una risita de Kanon con un beso apasionado. Kanon comenzó a desnudar a su hermano mientras Saga hacia lo propio con el cuerpo de su hermano. Suaves gemidos brotaron de las gargantas de ambos mientras se acariciaban con una mezcla perfecta de ternura y pasión.

Kanon se sintió en el cielo cuando Saga le hizo suyo. Con una sonrisa en los labios le susurró un te amo, Saga lo miró sintiéndose pleno; nadie como Kanon para hacerle sentir feliz. Se pasaron el resto del día en la cama, justo como Saga había pronosticado.

A la mañana siguiente Saga se desperezó lentamente en la cama, Kanon ya estaba levantado. Se sentía particularmente bien, le pareció tan absurdo el temor que tenía de que Saga lo abandonara. Saga lo amaba, y él amaba a Saga. Le pareció que había sido una gran idea. Habían llegado la tarde anterior, no supo como había hecho pero había conseguido una reservación en un hermoso hotel con una preciosa vista a un maravilloso jardín. Un sitio especial para parejas, lo suficientemente aislado para que nada ni nadie turbase la privacidad de los amantes.

Kanon entró en la habitación llevando solamente un pantalón, su torso al descubierto hizo que Saga sonriera de esa forma especial, dando a entender lo que deseaba. Kanon se aproximó lentamente, sus verdes ojos se clavaron en los de su hermano. Lo encontró hermoso, muy hermoso... y deseable. Se tendió en la cama al lado de Saga, sin proponérselo siquiera había conseguido excitar la pasión de Saga. El mayor rodeo su cintura con un brazo, se sentía bien, demasiado bien.

- Buenos días. - dijo Saga sonriendo, sus inquietas manos comenzaron a acariciar el cuerpo que le encantaba, se sentía tan bien, Kanon no le respondió con palabras sino con un sonoro gemido que hizo sonreír a Saga. - ¿Tan bueno es lo que te hago que no puedes hablar?- dijo Saga mientras se deshacía de los pantalones de su hermano.

- Saga... - murmuró Kanon, al sentir que la mano de Saga descendía hasta su entrepierna, cuando los dedos de Saga circundaron su endurecido miembro, Kanon simplemente gimió.

- Kanon... ¿quieres hacerlo?- Kanon simplemente asintió incapaz de hablar. Repitieron aquel acto que tanto disfrutaban, mostrándose de aquella manera lo mucho que se amaban.  Se desnudaron sin prisas, tenían todo el tiempo del mundo para amarse, y en esos momentos en todo lo que pensaban era justo en eso, en amarse, una y otra vez, hasta que sus cuerpos se rindieran a esa dulce fatiga que sigue a la entrega.

Mientras tanto en Tokio, Aldebarán y Milo se presentaron a trabajar, aquella mañana el brasileño vestía un traje de lana gris, Milo había optado por un traje negro que lo hacía ver tremendamente varonil y sensual. Charlaban animadamente hasta que se despidieron, Milo se dirigió a su oficina luego de besar suavemente los labios de Aldebarán, el brasileño se sentía complacido por aquel gesto que cada vez se hacía más frecuente en público. Milo pretendía encerrarse en su oficina, no le apetecía mucho estar ahí, pero quería dejar todo en orden al momento de presentar su renuncia. En realidad no había mucho que hacer, salvo un par de reportes, pero aún así, quería que todo estuviera al día.  Se topó en el pasillo con Camus, retorció la boca en un gesto de disgusto y siguió su camino sin poner atención en el francés.

- Buenos días Milo. - le dijo el francés, Milo simplemente siguió su camino sin siquiera mirarle. - ¿Hasta cuando seguirás con esa actitud? - dijo el francés con su paciencia ya a kilómetros de él. Milo volvió sobre sus pasos para encararle.

- ¿Hasta cuando, preguntas? ¡Hasta que uno de los dos caiga muerto! - masculló Milo con la furia pintada en el rostro. No toleraba cerca de sí a Camus, no desde aquel desafortunado encuentro que él creyó sería la culminación de todas sus fantasías.

- Sé que cometí un error... pero creo que aún estamos a tiempo de repararlo, de volver a ser amigos.

-No me hagas reír Camus de Acuario. - dijo Milo con el temperamento ácido que le caracterizaba. - Yo fui tu amigo, pero tú nunca fuiste el mío.

- No te atrevas a decir eso... yo te he querido casi como a un hermano.

- En ese caso, no has sabido demostrarlo, lo único que percibo en ti es a un infeliz advenedizo dispuesto a usarme como una ramera pero no a apoyarme cuando le necesité, ¿sabes lo que ha sido mi vida desde que llegamos a este maldito país? ¡No lo sabes! Y eso es porque jamás te detuviste a pensar en nadie que no fueras tú maldito francés hipócrita. Ahora no me interesa nada que venga de ti, ¿lo comprendes?

- Milo yo...

- No, no intentes disculparte, si no hace falta, yo solo soy el imbécil que siempre estaba ahí cuando necesitabas de un hombro para llorar, el idiota que te resolvía la vida sin pedir nada a cambio... pero eso se acabó, ¿entiendes? Se acabó.

- Milo, tu siempre fuiste mi mejor amigo, ¿qué te ha pasado? - le dijo Camus apesadumbrado.

- ¡Idiota! ¿Qué me ha pasado? Me ha pasado que me cansé de ser el perfecto imbécil, el ejemplo de todo lo que no se debe ser, ¡estoy harto de que cualquiera pase por encima de mi honor y dignidad solo para sentirse satisfecho consigo y su conciencia! No más Camus, no más de ti y de todos esos infelices, incluida esa diosa de pacotilla a la que solo sirves porque te mantiene, ¿o es que también te ha hecho subir a su lecho? - dijo Milo con una sonrisa cínica curvando sus labios rojos.

- ¡Cómo te atreves! - gritó Camus iracundo.

- ¡Cómo te atreves tú a llamarme amigo después de lo que me has hecho! - gritó Milo aún más fuerte.

- ¿Te enfureces porque no pude darte lo que querías? ¿Es por eso griego? - los ojos de Milo brillaron de furia. Camus lo miró, sintió que estaba perdiendo el control y eso no era bueno, pero se dijo que no podía dejar las cosas así. - Yo te deseaba, no solo esa tarde, muchas otras tardes me pregunté como sería tenerte, como sería ser tuyo... ¿crees que eres el único que ha sufrido? ¡Pues no lo eres! Me pasé trece años de mi vida reprimiéndome a mí mismo para no saltar a tu cama a la primera oportunidad, siempre te he deseado Milo de Escorpión, siempre he querido conocer el sabor de tus besos. Y te odie por ir por ahí regalándote con ese infeliz de Mu que solo quería sacar a Saga de su corazón metiéndote a ti en su cama, te odie por enamorarte de Aioria, te odio ahora porque has sido capaz de enamorarte de nuevo, a pesar de todo y de todos, y me odio a mí por no poder amarte como te merecías. ¿Qué querías? ¿Qué ante tu amor solo pudiera ofrecerte sexo y pasión? Lo lamento, pero solo eso podía darte, nunca he amado a nadie en la forma en que tú pretendías ser amado por mí, ni siquiera a Hyoga, no he podido enamorarme de ti, ni de él, ¿crees que eso no me hace sufrir? ¿Crees que eso no me quita el sueño por las noches?

- Puedes quedarte tu remordimiento y ponerlo donde mejor te acomode Camus... nada volverá a ser igual. Yo ya no puedo ser tu amigo, no pude desde el momento en el que me enamoré de ti.  Es mejor dejar esto por la paz, guardémonos el respeto necesario por haber sido compañeros de armas y nada más, no puedo decir que haya sido un placer Camus de Acuario, que haya paz santo de Atenea. - dijo Milo volviéndole la espalda para dirigirse a su oficina. Camus lo miró alejarse sintiendo que el peso de su conciencia se volvía enorme. Contempló el reflejo de su pálido rostro en el cristal de una ventana. En efecto, Milo había acertado al llamarle hipócrita, ¿qué sabía él de amar si jamás había sentido en carne propia aquello que parecía volver a llenar de vida los cansados ojos azules de Milo? No, nunca se había permitido amar, aunque muchos lo habían amado, solo sexo y nada más.

Pensó en Hyoga, ¿hasta cuando se cansaría de jugar al payaso con Ikky? Tal vez era el momento exacto de terminar con aquella comedia. Él no sentía nada, en realidad se había acercado a Hyoga para aliviar la tremenda pasión que el chico despertaba en él, y, aunque no quisiera admitirlo, para no sentirse esclavo de Milo, de ese rostro que ahora simplemente parecía de roca al mirarlo. Sonrió al reconocer que simplemente no había sido que no hubiera podido corresponder a Milo, simplemente no lo había querido. Con Hyoga las cosas eran diferentes, muy diferentes, se suponía que tenían una relación, y vaya que le disgustaba compartir al cisne con otros, pero él tampoco era precisamente fiel. Shura no era un mal amante después de todo, quizá si ponía algo de empeño, las cosas resultaran al final, pero para eso, tenía que deshacerse de Hyoga.

Decidido, Camus se dirigió a la oficina de Ikky y Death Mask, el italiano continuaba en ese viaje en el que se había embarcado junto con Afrodita, eso solo podía significar que sí Hyoga estaba ahí, él y el Fénix no estarían precisamente jugando poker. No llamó, simplemente abrió la puerta tratando de ser lo más silencioso posible, sobre el escritorio se encontraba sentado Hyoga, con Ikky entre sus piernas.

El rubio dejó escapar un grito de sorpresa al ver el inexpresivo rostro de Camus contemplándole desde la puerta. De un empellón apartó a Ikky, el peliazul lo miró molesto y al notar la presencia de Camus, simplemente hizo una mueca extraña y se retiró un poco.

- Creo que esto sería más fácil si ambos se suben los pantalones. - dijo Camus con una serenidad impropia de una situación como esa. El francés los miraba sin demostrar emoción alguna en su pálido rostro, el primero en reaccionar fue Hyoga.

- Camus, esto no es lo que parece.

- No me des explicaciones, sin duda una imagen vale más que mil palabras. ¿O es que no estaban fornicando sobre el escritorio? - dijo Camus con una ironía que Hyoga le desconocía. Ikky se apresuró a arreglarse la ropa, aquello no era precisamente cómodo. Habría querido disculparse, pero la verdad era que no le interesaba en lo absoluto lo que Camus pensara de él.

- Los dejo para que hablen. - dijo el Fénix y abandonó el lugar sin mayor explicación.

Camus se quedo mirando a Hyoga, era hermoso, era un gran amante, le había dado grandes noches de pasión, pero él no era lo que necesitaba en ese momento. Camus se dijo que necesitaba descubrir que era amar y al lado de alguien como Hyoga no era posible encontrar en el fondo de su corazón ese sentimiento.

- ¿Listo para hablar? - le dijo Camus.

- Listo o no tú estás dispuesto a comenzar, ¿no es cierto?

- Si, en efecto. Bien, creo que no hay mucho que decir o hacer, el punto es que no funcionamos como pareja. Esa es la verdad, y creo que para ambos es evidente.

- ¿Estás terminando conmigo?

- Supongo que ese es el término adecuado. - dijo Camus con una frialdad digna de Siberia.

- Entiendo si estás molesto, pero la verdad es que Ikky no significa nada, lo superaremos Camus, solo necesito otra oportunidad.

- Pero yo no quiero otra oportunidad contigo, es obvio que ni yo te doy lo que necesitas ni tú a mí; créeme, no es justo para ninguno de los dos.

- Tal vez tengas razón... hace mucho que no me siento bien contigo, salvo cuando lo hacemos pero eso no lo es todo ¿o sí?- dijo Hyoga como si pensara en voz alta. - En realidad creo que fue mala idea desde el principio, tú nunca dejaste de mirar a Milo, por eso te acostaste con él cuando descubriste que yo me acostaba con Ikky, ¿cierto?

- Yo nunca me acosté con Milo.

- Pero es evidente que si me acosté con Ikky, ¿correcto? - los dos sonrieron de una forma extraña. - Lo siento, de verdad.

- No importa, no ha habido daño que lamentar, salvo por uno que otro disgusto sin importancia. - se abrazaron, pero fue un abrazo desprovisto de toda intención, más bien fue como una despedida.

Pero las cosas no podían ser perfectas para todos aquella mañana, en especial para Aldebarán. El enorme brasileño se introdujo en su oficina poco después de despedirse de Milo, tenía todo listo para el momento en que presentara su renuncia, solo faltaba recoger algunas cosas. Poco después llegó Mu, la sonrisa en sus labios dio mucho que pensar a su ex mejor amigo, en fin, accedió a acompañarlo a la oficina que ocupaba la diosa en el edificio de la fundación.

- ¿Me llamó Atenea? - dijo el brasileño con todo el respeto que era capaz de fingir, definitivamente la diosa había descendido en su escala de aprecio. Pero por unas cuantas horas más se obligaría a si mismo a mantenerse callado y en silencio.

- Siéntate. - ordenó la diosa, Aldebarán la miro intrigado, no estaba siendo hipócritamente amable como de costumbre, había algo más y supuso que tal vez ya sabía de sus intenciones de renunciar. - Debemos hablar... sé de lo tuyo con Milo. Y debo decirte que no me gusta

- Le recuerdo que usted misma revocó el voto de celibato. - dijo Aldebarán. Los labios de Saorí se curvaron en un a mueca de molestia que no pasó desapercibida para el brasileño.- Con todo respeto mi señora, creo que no tiene motivos para disgustarse, es decir, él y yo no hacemos nada malo y nuestra relación no interfiere con los deberes de ninguno ni en la fundación ni con respecto a usted. - dijo Aldebarán haciendo acopio de paciencia.

- Sí, no tengo queja alguna de ninguno de los dos en ese aspecto, sin embargo, no estaba dentro de mis planes que ustedes dos estuvieran juntos, no se si me comprendas Aldebarán.

- Lo sé, usted hubiera preferido que Milo se uniera a Shun, ¿correcto?

- Correcto. Verás Aldebarán, lo pondré de una forma en la que hasta tú lo entiendas. Me estorbas, estorbas en mis planes, y creo que lo mejor es que prescinda de ti, en todos los aspectos.

- ¿A que se refiere?

- A que estás despedido y relevado de tus deberes como miembro de la orden de Atenea. - Aldebarán se sintió ofendido, aquello era demasiado, iba a abrir la boca para protestar, sin embargo algo en su interior le obligó a callar. - Si no estás cerca tal vez Milo recapacite y se de cuenta de que lo que le ofrezco es mejor que seguir contigo. Seamos sinceros Aldebarán, ¿qué puedes tú ofrecerle? Con Shun estará mejor, créeme. - el brasileño sintió su sangre hervir de furia. Podía tolerar todo o casi todo, pero aquello le resultó en extremo ofensivo.

- Con todo el respeto que me merece señora, creo que está usted actuando de forma poco escrupulosa. Sé que le debemos no solo la vida sino mucho más, sé que usted es una diosa y nosotros solo somos simples humanos,  comparados con usted, quizá no seamos nada, pero sé también que tenemos derecho a seguir nuestra propia senda sin que nada ni  nadie nos detenga o nos lo impida... esa es la verdad. Ciertamente sin su intervención seguiríamos muertos, y su solo deseo bastaría para hacernos volver al Hades, pero eso no le da derecho a intentar manipular nuestras vidas a su antojo. Amo a Milo y, aunque no lo parezca a veces, él me ama a mí; y eso es algo que ni siquiera un dios puede cambiar. Señora, sé que esto a sus oídos se escucha como una ofensa, y tal vez lo sea, pero no estoy dispuesto a permitir que usted gobierne mi vida, el propio Zeus decretó que volviéramos a la vida, y si seguimos a su servicio es por mandato suyo. No tengo objeción en abandonar mi rango como santo dorado, y tampoco la tengo respecto a ser despedido, solo quiero decirle que Milo me ama y nada de lo que usted haga o diga hará que eso cambie. - la diosa lo miró incrédula, aquello no podía ser posible, primero Milo, luego la rebelión de Shion y los demás, y ahora el eternamente fiel y pacífico Aldebarán le hablaba de esa manera.

-¡Cómo te atreves a decirme eso! ¡Soy una diosa, tu diosa!

- No, usted no es más mi diosa, me ha echado de su orden. No lo cuestiono, en realidad me ha liberado de un peso que no estaba dispuesto a soportar más.

- Aldebarán, te arrepentirás de esto, ¡te juro que te arrepentirás!

- Más me arrepiento de no haber manifestado mi inconformidad antes, ahora si me disculpa, creo que debo ir a recoger mis cosas. - dijo Aldebarán poniéndose de pie. La diosa le vio salir, estaba furiosa, no podía creer que las cosas se estuvieran dando de esa manera. Definitivamente todos esos hombres eran unos malagradecidos, empezando por esos insufribles gemelos, en cuanto los viera los despediría. Comenzaba a creer que lo mejor sería deshacerse de todos ellos, Shion incluido, no le servían para nada y no le obedecían, solamente conservaría a sus santos de bronce. Ellos sí que sabían apreciarla.

Con una enorme sonrisa en el rostro, Aldebarán se apersonó en la diminuta oficina de Milo, el griego estaba cantando voz en cuello una canción que el brasileño desconocía.

Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás; no hace falta cambiarte nada... - Milo se interrumpió a sí mismo al notar la imponente figura del toro, se reprimió a sí mismo mentalmente por mostrar en su rostro una sonrisa que se le antojo estúpida al notar la llegada de Aldebarán. - Hola.- murmuró luego de bajar el volumen de la música.

- Hola.- le dijo Aldebarán con una sonrisa.

- ¿Ya renunciaste?- Aldebarán negó con la cabeza sin dejar de sonreír. - ¿Y entonces?

- Me despidió, quiere que te deje.

- ¡Maldita bruja! Esto ya es demasiado. - dijo Milo más que furioso. - He tolerado todas sus estupideces, pero esto es demasiado, ¿despedirte porque estás conmigo? ¡esa mujer esta loca!

- Tranquilízate, no debes alterarte tanto.

- Aldebarán, esa estúpida mujer debería entender que ya le dedicamos una vida y que no pienso desperdiciar esta con sus estupideces.

- Y tú debes entender que después de todo, simplemente es una chiquilla de 17 años con demasiado poder, una chiquilla que no ha logrado comprender que las cosas cambian y que no puede oponerse a que el resto del mundo siga su curso sin su intervención.

- No me importa... nada ni nadie me va a separar de ti, ¿entiendes? - dijo Milo con una vehemencia que le arrancó una sonrisa a Aldebarán. el brasileño miró al griego dirigirse a uno de los cajones sacó un pequeño paquete y se inclinó para sacar una caja de debajo del escritorio.

- ¿Qué haces?

- -Nada importante, ahora podemos irnos.

- ¿Irnos?

- Sí, tú y yo, abandonamos este lugar, no voy a esperar hasta el viernes para dejar este lugar. - Milo clavo sus ojos en los de Aldebarán y en ese momento supo que si él no estaba a su lado, nada era importante.

Salieron del edificio entre los murmullos del resto de los empleados.

-¿Por qué nos detenemos aquí? - dijo Milo al ver que Aldebarán paraba frente a la mansión.

- Por que tengo que recoger mis cosas para irme contigo. - dijo, aquella frase le arrancó una enorme sonrisa a Milo. Con cierta reticencia, Milo entró en la mansión. Eran cerca de las diez. Subió la escalera siguiendo a Aldebarán. Se rio de sí mismo al recordar todo lo que pensaba en el momento de entrar a ese lugar por primera vez. Sí, era todo ilusión ese día, la ilusión de hacer que Camus finalmente le viera como algo más que un amigo, la ilusión de vivir como siempre había querido vivir, en forma tranquila, feliz... pero el tiempo le había enseñado que las ilusiones eran solo eso, cada una había ido esfumándose para dar paso a la cruda realidad que nada tenía que ver con lo que la vida real le deparaba. Y ahora estaba ahí, esperando por Aldebarán, esperando que ese hombre de proporciones monumentales recogiera sus pertenencias para que desde ese día compartiera cada insulso detalle de la existencia. Su sonrisa, siempre amarga, se tornó dulce, Aldebarán era todo lo que él esperaba y más, lo amaba, aunque probablemente esas palabras no abandonarían sus labios sino a solas, las más de las veces mientras creía que el otro dormía.

Contemplaba a su pareja ir y venir haciendo maletas, atareado pues no quería que le sorprendieran ahí. Se acercó para ayudarle. Aldebarán le sonrió, el griego no era de grandes muestras de afecto, generalmente optaba por hacer cosas pequeñas pero que solo hacía para quien despertaba su interés en forma especial.

- Hemos terminado.- dijo Aldebarán cerrando la última valija.

- Entonces vámonos, y le ruego a lo que sea que esté más allá de nosotros por no volver a pisar esta casa.

- Ten por seguro que si esta es mis manos ninguno de los dos volverá a poner ni un pie aquí.

- Ahora vámonos, tengo hambre; quiero cocinar algo muy bueno hoy, ¿te apetece musaka?

- Por mi esta bien.

- Vámonos de una vez. - dijo Milo, salieron. A  lo lejos, Shun los miraba, cuando vio la sonrisa en los labios de Milo se alegró sinceramente, era la primera vez que veía una sonrisa así en los labios del griego, aunque no dejó de doler un poco, él lo amaba. Pero sí era feliz, ¿qué importaba si no era a su lado?

Notas finales: ESpero que les guste, bye¡¡¡

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