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Do you really want to hurt me? por Kitana

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Notas del capitulo: Hola¡¡¡ disculpen la tardanza, aquí esta por fin¡¡¡¡ es el capitulo final, espero que les agrade, bye¡¡¡
 

La noche había caído en Tokio. La plana mayor de la orden de Atenea se encontraba en el salón principal de la mansión Kido discutiendo lo que podía querer la diosa. Ya todos los presentes sabían de que Shion había sido expulsado de la orden y las conjeturas acerca de la razón eran muchas y de lo más variopintas.

Sahorí hizo su aparición en el salón seguida por Tatsumi. La mujer se veía bastante afectada. Los santos se quedaron en su lugar esperando lo que ella quisiera decir. La diosa recorrió con la mirada a la concurrencia, los gemelos y Milo no habían acudido a su llamado, tampoco Shaka, el ex guardián de Virgo no se había presentado en la mansión desde que la abandonara meses atrás. Ikky tampoco estaba presente. Y los que habían asistido la miraban con gesto irritado, ¿por qué? ¿acaso no había sido generosa con ellos? Apartó esos pensamientos de su mente y se sentó en la cabecera de la mesa. Como de costumbre, los santos de bronce fueron quienes se sentaron más cerca de ella. Sahorí estaba estupefacta, a su alrededor todo lo que veía eran gestos de aburrimiento y fastidio, aun en los rostros de los santos de bronce. Los ojos de cuatro santos de bronce y cinco santos dorados se clavaron en ella. La diosa intento recobrar el aplomo sin mucho éxito, se sentía intimidada. La expulsión de Shion había generado más descontento entre todos los santos presentes, aún Mu que siempre procuraba no mezclarse a menos que hubiera un buen motivo para hacerlo, participaba de aquello. La expulsión de Shion le había causado una molestia que ni siquiera su propia conveniencia le hizo pasar por alto.

Al ver que la diosa se mantenía callada, Shura tomó la palabra.

- Señora, la estamos esperando. - dijo el moreno con su marcado acento español.

- Sí, si... solo quería anunciarles el despido de Shion... y que tendrán que firmar un nuevo contrato para poder seguir  bajo mis órdenes.

- ¿Es que acaso el que firmamos se ha vencido? - dijo Camus bastante intrigado.

- No, es solo que he incluido nuevas cláusulas. - a una señal de Sahorí, Tatsumi recorrió el salón repartiendo entre los santos presentes copias del nuevo contrato. El primero en vociferar al respecto fue ni más ni menos que Aioros de Sagitario.

- ¡Pero esto es una aberración! Bajo este contrato más que empleados seremos esclavos. - Exclamó el arquero con una mueca de franco desafío en ese rostro que por momentos parecía infantil.

- Estoy completamente de acuerdo. - dijo Shiryu poniéndose de pie. - Y te recuerdo que yo no soy un empleado, creí que éramos amigos. Y dado que no estoy dispuesto a soportar esto... creo que lo mejor es que me vaya. - dijo y  dirigió sus pasos hacia la salida, aún estaba molesto por lo que había ocurrido con Shion y su maestro.

- Espera Shiryu.- dijo Sahorí yendo tras él. - Tú no puedes hacerme esto.

-Sahorí, créeme que no estoy actuando de mala fe ni con intención de echar a perder las cosas, pero esto es simplemente inaceptable. ¿Cuántas veces nos has dicho que somos familia? ¿Cuántas veces nos has tratado como hermanos? y ahora haces esto, supongo que es momento de aceptar nuestro lugar en tu vida, después de todo, tú eres una diosa y nosotros tus simples servidores. - dijo el oriental clavando esos ojos azul acero en la confundida Sahorí. Uno a uno los santos abandonaron el salón para subir a sus habitaciones, pronto se les vio bajar de la planta alta llevando consigo lo que habían traído del santuario y las cosas que ellos mismos habían adquirido. Era como un pacto sin palabras, pues no habían intercambiado ni una frase entre ellos. En medio de un silencio sepulcral, Sahorí vio abandonar su casa al grupo de hombres que había ofrendado ya su vida por protegerla y se sintió culpable.

Contempló a Seiya, el hermoso muchacho castaño le lanzó una mirada triste seguida de un suspiro y camino siguiendo a Shun.

- ¡Seiya! - la escuchó gritar, pero no se detuvo. Ella continuó gritando su nombre con voz desgarradora.

- Tal vez deberías ir.- le sugirió Shun.

- Tal vez lo haría si ella fuera la mujer de la que estuve enamorado, la muchacha que quería salvar el mundo, pero ahora... ahora simplemente no la reconozco. - dijo el santo de Pegaso sintiendo que una parte de su vida se quedaba muy pero muy atrás.

Minutos después, en el departamento que Milo, Aldebarán y los gemelos compartían se suscitaba una discusión en ese preciso instante.

- Ya te dije que no, ¡no, no y mil veces no! ¿De que jodida manera tengo que explicarles que ese español hijo de puta no me pasa ni con agua? - exclamó Saga hecho un energúmeno. Shura había llamado a Aldebarán para pedirle asilo en tanto conseguía un sitio donde vivir y en aquel momento el consejo de griegos deliberaba, Aldebarán no quiso presionar, después de todo, él estaba ahí solo por Milo y en calidad de refugiado.

- Vamos Saga no seas cascarrabias, además solo será por unos días, ya después despacharemos a la cabra montesa. - dijo Kanon. Saga volteó a mirarlo furioso, de todas las personas creía que el que mejor lo entendía era Kanon.

- ¿Estás seguro de lo que dices? ¡Ese imbécil es amigo de Aioros!

- ¿Y que si es amigo de la madre Teresa? No tenemos que hablarle, solo prestarle el sillón del bicho.

- Kanon, hoy estás insoportablemente estúpido. - dijo Saga y furioso se metió en su habitación.

- Ya se le pasará. - dijo Kanon restándole importancia.

- Yo creo que no. - dijo Milo contemplando a Saga.

- Se le pasará, mira allá viene.- dijo Kanon reprimiendo una sonrisa. En efecto, un muy furioso Saga volvió a tomar su asiento en el sillón al lado de Kanon.

- Que se quede... pero si ese asqueroso imbécil hijo de puta de Aioros se atreve a venir a buscarlo... ¡aténganse a las consecuencias!- dijo Saga.

- Viejo, a ese y a su sarnoso hermano no los quiero en mi casa. - dijo Milo con su ya clásica sonrisa amarga. Aldebarán los miró divertido, la carnicería iba a comenzar.

- Pasando a asuntos tan importantes como la pelusa en la lavadora, ¿alguien me puede decir para que demonios nos llamó la bruja? - dijo Kanon.

- ¿Y yo que sé? Seguro alguna otra estupidez como las que se le vienen en mente a últimas fechas. - dijo  Saga mientras intentaba encender un cigarrillo bastante maltrecho.

- Quería que firmaran un contrato nuevo. - dijo Aldebarán.

- ¡Por Zeus Olímpico¡ ¿Y para que demonios un nuevo contrato? ¿Quería asegurarse de que nadie va a fugarse por la puerta de atrás como hizo Shaka?- comento Milo con burla.

- De hecho... sí. - dijo Aldebarán. Contempló las torvas sonrisas en los rostros de los griegos, mismas que fueron ensanchándose cuando el brasileño comenzó a relatar la escena que había tenido lugar esa misma tarde en la mansión Kido. Al terminar el relato, las acalladas risitas de los griegos se habían transformado en escandalosas risotadas.

- ¡Maldita sea mi suerte! ¡Lo que no habría dado por verle la cara en ese momento! - dijo Kanon palmoteando sobre sus muslos.

- ¿Y si le hacemos una visita? - dijo Saga.

- Oh vamos, ni siquiera tú eres tan miserable. - le dijo Aldebarán, ante el comentario del brasileños todos, incluido Saga, rieron.

- Bienvenido a la familia buey. -dijo el mayor de los gemelos. Aquello era la muestra fehaciente de que el griego al fin le aceptaba como parte de la vida de Milo y de la propia pues seguirían viviendo juntos por un rato más.

- Resuelto el asunto de la cabra, ¿salimos a comer algo? No me viene en gana cocinar. - dijo Milo.

- El que invita paga insecto. - dijo Kanon.

- Mejor cada uno lo suyo. - rectificó Milo contemplando a los gemelos.

- Tacaño. - dijo Kanon.

- Idiota.- le reviró Milo.

-Amargado.

- Desgraciado.

-Hijo de puta.

- Marica.- al llegar a ese insulto los dos se echaron a reír. Siempre hacían lo mismo. Aldebarán los miró, había muchas cosas que nunca llegaría a entender y una de ellas era la relación de Milo con esos dos, pero ¿qué importaba? Al parecer todos estaban conformes.

- Vamonos ya o me arrepentiré de ver a la cabra montada en sofá. - dijo Saga al tiempo que se ponía de pie para dirigirse a la puerta.

- ¿No vienes? - dijo Milo al ver que Aldebarán permanecía sentado en el sillón.

-No, esperaré a Shura.

- ¿Y que tienes que esperarle? Que le abra el portero. No vas a detener tu vida solo por ese español hijo de puta. Además no creo que esos dos te dejen algo si pido comida para llevar. - Aldebarán sonrió, aquella era la primera vez que veía a Milo celoso, se quedó callado.

-Está bien, le dejaré las llaves con el encargado del edificio.

- Me parece bien, ahora mueve tu enorme trasero brasileño y vamos a comer que me muero de hambre. - dijo Milo con una sonrisa de satisfacción.

Fueron a comer al restaurante favorito de Saga como una manera de resarcirle por la discusión que la próxima llegada de Shura había causado. Aldebarán se maravilló de lo bien que esos tres se entendían sin palabras. Saga estaba de mejor humor, así que ni Aldebarán ni Milo se sorprendieron de que los gemelos desaparecieran del restaurante sin decir nada.

-Ese par de desgraciados me la ha vuelto a hacer. - dijo Milo mientras pagaba la cuenta. Aldebarán se rió con ganas. Milo jamás dejaría de ser Milo, ni siquiera porque era feliz. - ¿Sabes? Estoy pensando que sería bueno que nos escapáramos también, solo unas horas, ¿qué dices? Hay algo que quiero mostrarte. - dijo el peli azul. Aldebarán aceptó la proposición de Milo. Milo sostuvo su mano entre la suya y le sonrió. Milo cada vez se permitía más y más esos gestos que con nadie más se permitía, a Aldebarán le agradaba. En principio creyó que solo eran los celos del griego por Shura los que le hacían actuar de esa forma. -¿Sabes toro? Nunca me imaginé que mi vida sería así. - dijo Milo mientras caminaban por la calle solitaria. Estaba atardeciendo y el cielo se teñía de rojo, Aldebarán admiró el regio porte de su compañero y secretamente bendijo a los cielos por haberle concedido el privilegio de estar a su lado.

-¿Y eso es  bueno o es malo? - inquirió un confundido Aldebarán.

- Más que bueno, ¿malo? No, no podría ser malo. Creo que las cosas han llegado al punto en el que siempre debieron estar. - dijo y le miró con una sonrisa.

- ¿Por qué sonríes?

- No sé. Cada vez  que te veo tengo ese maldito impulso de sonreír, así de fácil.

- A veces pienso que debo estar loco para soportarte así como eres, pero la verdad es que tengo otra razón más poderosa y egoísta: te amo Milo de Escorpión.

- Y yo a ti Aldebarán de Tauro. - se besaron. Milo no se separó esta vez como solía hacerlo. Permaneció abrazando a su colosal compañero sintiéndose estúpidamente feliz. - Maldito seas Aldebarán. - dijo con una sonrisa retorcida.

- ¿Y ahora que hice?

-Casi nada, has hecho que me enamore de ti, y no conforme con eso me tienes vuelto un idiota romántico que no sabe vivir sin ti.  - dijo Milo y volvió a besarlo.

- ¿Qué era lo que querías mostrarme? - dijo Aldebarán, aquella sonrisa retorcida en los labios de Milo le hizo pensar en mil y una posibilidades.

- Cierto, camina hombre. - dijo el griego dándole un suave empujón con la palma abierta. Milo a veces actuaba de esa forma, clásica en un hombre, con él no había contemplaciones, y con la única persona que las tenía era con Afrodita, a veces Aldebarán se preguntaba si acaso el griego no había tenido algo que ver con ese hermoso sueco. No sería extraño, Afrodita era una belleza espectacular, la clase de persona que te hace sentir en las nubes si te llega a mirar. - ¿En que demonios estás pensando que no me atiendes? - dijo la irritada voz  del griego al darse cuenta de que Aldebarán no había entendido ni media palabra de lo que le decía.

- ¿Alguna vez estuviste con Afrodita?

- ¿A qué viene esa pregunta?

- Llámale curiosidad, pero quiero saber.

- Yo le llamaría "estoy jodidamente celoso", pero si de verdad quieres saber te lo diré. Tendría que ser estúpido para no darme cuenta de que es hermoso, no en vano le llaman el más hermoso de entre los 88 santos de Atenea. - Aldebarán le miró con la mandíbula apretada, Milo fingió no notar la molestia de su pareja y siguió hablando. -  Soren solía ser mi mejor amigo cuando niños, él fue el único que estuvo a mi lado cuando Laques murió, cuando empecé a hacer el trabajo sucio del santuario, en pocas palabras, jamás lo hubiera visto de esa forma. Él es como parte de mi familia, un hermano o algo así, pero un amante, jamás. Además ya te he dicho que al que amo es a ti. - dijo el griego esto último como al descuido. Aldebarán sonrió, así era él, un par de cucharadas de miel por cada diez litros de acidez.

- Una pregunta más...- dijo Aldebarán más tranquilo.

- De todos modos terminaras jodiendome por una respuesta, así que adelante.

- ¿Estás celoso de Shura?

- ¿Tengo razones para estarlo? - dijo Milo levantando la ceja izquierda.

- No, no las tienes.

- En ese caso... te diré que simplemente no me cae, y será mejor que dejemos esto para otro día, no tengo mucha paciencia estos días.

- No te ofendas, pero tú nunca tienes paciencia. - Milo se rió con ganas ante el comentario del brasileño.

- ¿Es que acaso todo el mundo me ve como a un ogro?

- Más o menos. Y el hecho de que golpees a los que te fastidian no ayuda mucho, ¿sabes?

- No era mi intención, pero si me fastidian reacciono.

- Solo que tú no reaccionas, estallas.

- Supongo que esa es una de mis áreas de oportunidad. Como sea, así me amas, ¿cierto?

- Cierto. - dijo el brasileño con una sonrisa sincera. Era verdad, a pesar de ese maldito e infernal carácter, lo amaba.

- Bien, aclarado el punto, vamos. - dijo y tomó de la mano a Aldebarán, era extraño, Milo a veces actuaba de esa forma, haciéndole perder la paciencia, pero generalmente le desarmaba con un par de comentarios sinceros.

A pesar de las protestas de Aldebarán, Milo no aflojó el paso ni quiso decirle a donde iban. Finalmente se detuvieron frente a una casa pequeña pero de aspecto agradable. Lucía bastante bien.

-¿Qué hacemos aquí?- dijo Aldebarán sin entender.

- Esto es lo que quería mostrarte. - dijo y le jaló en dirección a la  puerta. - Vamos. Anda mueve tu enorme trasero brasileño y entra. - le dijo antes de abrir la puerta de aquella casa. - Demonios Aldebarán termina de entrar, ¿quieres? - dijo el griego al ver que Aldebarán se quedaba en la puerta de la casa sin saber que hacer.

- No entiendo que hacemos aquí.

- No importa, solo dime, ¿te gusta?

- Sí, me gusta, ¿por qué?

- Pues porque esta va a ser nuestra casa. Aquí viviremos sí es que tú estás de acuerdo. El dúo de payasos tendrá que sacrificarse y vivir aquí si es que quieren seguir con nosotros.

- Me temo que ellos irán a donde vayamos, ¿no es cierto?

- Sí, la tríada es inseparable ahora. - dijo el griego.

- Cualquiera que los viera juntos diría que se detestan, pero eso no cierto.

- Digamos que son como los hermanos que no tuve y nunca quise tener. - los dos rieron ante el comentario del griego. - Como sea, aquí vamos a vivir, ¿estás de acuerdo?

- Sí, ¿los gemelos ya lo saben?

- No, antes quería que tú vieras la casa, solo si te gustaba a ti dejaríamos el departamento.

- ¿Le devolverás el departamento a Sahorí?

- Por supuesto que no, es lo mínimo que merecemos por haber soportado todas sus idioteces.

Una semana más tarde, se mudaron a la casita. Kanon y Saga estuvieron de acuerdo en mudarse, lo cierto era que empezaba a aburrirles el departamento y eso de voltear y encontrarse con alguien mirándoles no era precisamente agradable. Consideraron que en la nueva casa tendrían más espacio. Después de la deserción masiva habían tenido que acoger no solo a Shura, también a Dohko y a Shion. Nadie había tenido objeción en hospedar a los "venerables ancianos" como solía llamarles socarronamente Kanon. Claro que la buena disposición se les terminó a los cuatro cuando se percataron de que los "venerables ancianos" eran aún peores que los gemelos en cuanto a que terminaban haciéndolo donde les atraparan las ganas. 

Era por eso que todos bendijeron la mudanza, Dohko y Shion tendrían su habitación y dejarían de hacerlo en donde fuera, o al menos eso fue lo que quisieron creer. Parecía que la rebelión había revitalizado a los sobrevivientes de la anterior guerra santa, pues actuaban como si de verdad no rebasaran la veintena.

Aquella era una típica mañana de domingo en la casa de los ex dorados. Milo se había levantado especialmente temprano, quería estar listo antes de que la bandada de locos con los que compartían la casa estuviera consciente.

- Levántate toro, tenemos cosas que hacer. - le susurró al oído a su impresionante pareja. El brasileño vio con gesto horrorizado el reloj que descansaba junto a la cama. Eran las siete menos cuarto de un domingo por la mañana, en esos momentos si que estuvo de acuerdo con Kanon en cuanto a que Milo tenía alma de tirano.

- ¿Y no podría ser más tarde? Dioses Milo, no son ni siquiera las siete.

- Por favor, ¿quieres que estemos solos o que la partida de locos se una al plan?

- Me convenciste. - dijo el brasileño abandonando la cama finalmente. Se bañaron juntos, salieron como un suspiro. Tuvieron suerte de no ser descubiertos por ninguno de los moradores de la casa y pudieron abandonar el lugar sin ser vistos. Aldebarán se dejó llevar por Milo a las afueras de la ciudad, no hizo preguntas, conociendo a su arisco escorpión, supo que era lo mejor que podía hacer.

Los gemelos despertaron como de costumbre, abrazados. Kanon dormía aún en brazos de Saga cuando el mayor despertó. Contempló aquel rostro idéntico al suyo y una sonrisa sincera se dibujó en aquella boca tan sensual. Acarició con suavidad la mejilla izquierda de su hermano y se dijo que aquella era la única forma correcta de despertar.

- Buenos días Saga.- musitó Kanon entre bostezos. - ¿Qué hora es?

- Ni idea, pero debe ser temprano, no escucho al insecto en la cocina.

- Tal vez y solo tal vez deberíamos dejar de fastidiarlo un día y salir a desayunar fuera.

- No, no me apetece salir.

- ¿Entonces?

- Nos quedamos aquí y pedimos algo, no quiero salir hoy.

- Bien hermano mayor, como se te antoje. Por cierto... ¿no crees que la casa está muy callada?

- Prefiero no averiguar porque.

- Lo mismo digo, prefiero concentrarme en cosas más importantes que eso.

-¿Cómo qué?

- Como tú. ¿Sabes? El día en que me dijiste que sentías lo mismo que yo fue el más feliz de mi vida. Y no me arrepiento, a pesar de todo lo que hemos tenido que pasar, no me arrepiento de nada.

- Ni yo. En realidad si hay algo de lo que me arrepiento... y es de no habértelo dicho antes. - se besaron, pronto se encontraron uno en brazos del otro ejerciendo su forma predilecta de mostrarse su amor.

Aquella mañana Dohko se despertó solo en la cama que compartía con Shion. Se estiró con cierta pereza, fue entonces que se percató de la nota que Shion le había dejado sobre la mesa de noche. La leyó y una sonrisa se dibujó en sus labios. Después de ducharse, se vistió lo más rápido que pudo. Iba a despedirse de los gemelos y de Milo y Aldebarán, pero el silencio en la habitación de estos últimos y los sonoros gemidos que surgían de la de los gemelos lo disuadieron.

Salió a la calle para encontrarse con Shion. El ex patriarca lo miró con una sonrisa bastante pronunciada en sus labios. Iban a pasar el día juntos, a solas, como hacía tiempo que no lo hacían. Tenían toda la vida por delante para amarse y esta vez, no iban a desperdiciar la oportunidad.

Llegaron hasta una zona bastante apacible, un bosque en mitad de la nada que invitaba a la paz y quietud. Aldebarán no se sorprendió de que Milo hubiera tenido aquello preparado con antelación. El escorpión solía planear cuidadosamente hasta aquellas esporádicas escapadas. Aquella pequeña cabaña en la que se instalaron resultó ser la explicación del extraño comportamiento del griego en los últimos días. Aunque no explicaba del todo la reticencia del griego a ser tocado a últimas fechas.

Milo se encontraba tumbado en la sala mirando con cierta fascinación el paisaje que se le ofrecía a través de la ventana. Pronto Aldebarán fue a tumbarse a su lado. Permanecieron en silencio un buen rato, a veces solían compartir esos largos silencios, sin tocarse, sin mirarse siquiera. Era una forma extraña de estar juntos según la concepción tradicional de una pareja, pero sin duda, una muy adecuada al carácter del griego.

- ¿Sabes? Me gusta estar contigo... contigo no necesito hablar para sentir que me entiendes. Contigo salen sobrando las palabras. No tengo que explicarme ni tengo que darte razones de lo que hago. Sé que te agrado tal como soy y que no vas a intentar hallar en mí a alguien que no sea yo. Nunca me había sentido así con nadie. - dijo Milo luego de un rato de profundo silencio. - Quiero que sepas que aunque no lo diga tan frecuentemente como tú quisieras, que aunque a veces actúe como si no sintiera nada por ti, yo te amo. Esto es difícil para mí, no quiero arruinar las cosas. Yo no sé mostrar amor, y espero que tú lo entiendas. Y también espero que me ayudes a mejorar en ese aspecto. No va a ser fácil soportarme, a veces ni yo mismo me soporto, pero créeme que si te quedas conmigo, valdrá la pena.

- Ha valido la pena cada instante junto a ti. Y estoy seguro de que si lo intentamos juntos, todo será mejor. - dijo el brasileño.

- No me pidas demasiado... paso a paso, así será más fácil.

- Estás decidido a que esto funcione, ¿cierto?

- Cierto. Nunca había tenido tantos deseos de estar con alguien. Sé que es absurdo y hasta ridículo, pero es verdad, yo ya no puedo vivir sin ti a mi lado.

- En ese caso somos igualmente ridículos y absurdos porque siento lo mismo.

- No quiero arruinarlo con mi mal carácter, de verdad que no. - dijo Milo en un tono que a Aldebarán le sonó de lo más desesperado.

- No vas a arruinar nada, tú sabes que te amo tal y como eres, solo tenemos que cambiar algunas cosas, pequeñas, cosas que te harán mejorar ese carácter infernal que tienes. - dijo Aldebarán con una sonrisa dulce. - Aunque en realidad me gustas tan amargado como eres, solo si tú quieres cambiar cambiaras. Por lo que respecta a mí, todo está bien como esta.

- Eso es lo que más me agrada de ti. - dijo Milo y le sonrió. - Ven, aprovechemos el tiempo. - dijo y se puso de pie para dirigirse a la habitación que se encontraba a sus espaldas. Aldebarán le siguió sin decir ni una palabra.

El brasileño contempló con gesto arrobado la forma en que Milo iba despojándose de cada una de sus ropas hasta quedar frente a él en una gloriosa desnudez que le robó el aliento. Milo se tendió en la cama sonriéndole provocativamente. Sin duda el griego era hermosamente masculino, y sensual a más no poder. Aldebarán se desnudó sin prisas, bajo la penetrante mirada azul de Milo que no dejaba de mirarle ni un instante. Milo le encontró sensual y sexualmente apetitoso, no podía evitarlo, deseaba a ese descomunal hombre de piel morena y ojos verdes.  

Aldebarán se recostó al lado de Milo, disfrutando del hermoso paisaje de piel tostada que se le ofrecía. Sus manos comenzaron a acariciar aquel preciado cuerpo, deteniéndose más tiempo en las afiladas caderas del griego. Le fascinaba en particular aquella zona de la anatomía griega. Milo le besó en los labios con suavidad al principio, aumentando la intensidad progresivamente. Pronto se vieron fundidos en un profundo abrazo, besándose y acariciándose cuanto podían. Milo sintió a Aldebarán colándose entre sus piernas, aquella sensación era particularmente excitante ahora que tenía algo que mostrar.

Una risilla ronca escapó de la garganta del griego, Aldebarán se detuvo. Milo estaba planeando algo, había aprendido a conocer cada ligero matiz en aquella extraña persona con la que compartía sus días.

-¿Qué estás tramando? - se atrevió a preguntar mientras las inquietas manos del griego se daban un festín con su miembro.

- ¿Por qué siempre crees que estoy tramando algo?

- Porque tienes esa mirada.

-¿Qué mirada?

- La mirada que dice "dioses prepárense porque tengo una maldita idea".

- Ja, un año conmigo y ya maldices igual que Saga. - comentó el griego con sarcasmo. - Y si, tienes razón, planeo algo, nada grave ni perverso, es más bien algo que se podría llamar una muestra de amor.  - dijo el griego con una sonrisa retorcida adornando su rostro. - Verás, tengo la pésima costumbre de marcarme en honor de las personas que he amado, a la distancia me parece que ha sido estúpido, pero en este caso, quiero volver a ser estúpido. - dijo el griego y se giró dejándole ver a Aldebarán un diminuto toro negro tatuado en el glúteo derecho del ex custodio de escorpión.

-¿Cuándo te hiciste eso? - preguntó Aldebarán sorprendido.

-  Esperaba cualquier reacción pero no esta. Da igual, me lo hice esta mañana. ¿Te gusta o tendré que borrarme otro tatuaje?

-Claro que me gusta... es solo que es algo inesperado.

- ¿Por qué? Ya te dije que es un mal hábito que tengo eso de tatuarme y espero que este se quede donde está hasta que este completamente muerto. - dijo el griego con una risilla. Aldebarán sonrió.

- ¿Quién creería que un maestro de escuela tiene un tatuaje en el trasero y es así de sexy como tú? ¿Y que pasará sí se dan cuenta?

- ¿Y quien demonios va a verlo si no tú? A veces me encabronan tus preguntas Aldebarán.

- Como sea... gracias. Sin duda eso significa que  soy algo en tu vida, ¿cierto?

-Cierto. - aquella sonrisa retorcida apareció en los sensuales labios del griego. Sí, era tremendamente ogresco, sin embargo, así amaba Aldebarán a ese impertinente ejemplar.  Y a su muy particular modo, Milo había llegado a amarlo.

- Me alegra que lo hayas hecho, eso al menos me pone al nivel de los otros.

- Por favor, no digas esas cosas, tú estás muy por encima de los otros. - dijo Milo con ese tono que tan bien le conocía ya Aldebarán, era el tono de estoy hablando muy en serio.

- Definitivamente cada día me sorprendes más.

-¿Eso es bueno o malo?

- Definitivamente bueno.

- Bien. Ahora continuemos lo que empezamos. - Milo volvió a tenderse en la cama, con ese gesto altivo que Aldebarán se repetía una y otra vez solo era sensual cuando lo realizaba ese griego malhumorado.

Aldebarán comenzó de nuevo a acariciar esa atezada epidermis que era la fuente de sus fantasías. Comenzó por besar la espalda de Milo en aquella zona que había descubierto era particularmente sensible en el griego.

Aldebarán sostuvo la mirada azul de Milo por un instante, lejos de parecer desafiante, en ese momento parecía llena de amor.

- Te amo Milo.

- Te amo Aldebarán. - gimió Milo mientras sus manos se aferraron al cuello del brasileño. Sintió la erección del otro pugnando por abrirse camino en su interior. Una risa ronca brotó de sus labios. - Debes aprender a ser más paciente, ¿sabes?

- Te deseo griego, ¿es que no puedes darte cuenta de ello?

- ¿Y tú no puedes darte cuenta de que yo también te deseo? - dijo Milo. El griego se entregó con su enorme orgullo aflorando en cada gesto, en cada caricia que le proporcionaba a ese cuerpo, a esa piel que había aprendido a amar. Milo empujó con cierta brusquedad a Aldebarán, pronto el brasileño se vio con la espalda contra la cama y con Milo encima de él sonriéndole. - Tranquilo... ya verás que esto será divertido. - dijo Milo con aquella voz que le ponía los pelos de punta por la excitación.  El griego se tomó su tiempo masajeando a su antojo cada parte del cuerpo de su amante, quería ver ese rostro moreno contorsionarse de placer por causa suya. Aldebarán vio bajar aquella cabeza de despeinada cabellera azul hasta su miembro. Al poco rato se sintió devorado por esa demandante fiera de cabellos azules y mal genio. Se sintió arder con cada roce de esos labios. La lengua de Milo hizo maravillas para el gusto de Aldebarán. Se sintió al borde del orgasmo y entonces Milo se detuvo. El brasileño abrió los ojos para contemplar a su sonriente pareja. Milo le miraba con gesto de niño travieso mientras se aproximaba más y más a su rostro en busca de un beso. Sus bocas se unieron, Milo estaba más demandante que de costumbre, sin romper aquel beso tan apasionado, Milo sostuvo entre sus manos el miembro de su pareja para guiarle hasta la tierra prometida. Aldebarán gimió al sentirse dentro del cuerpo de Milo, el peliazul simplemente reprimió un gemido y sonriendo le besó.

No hubo necesidad de palabras, se entendieron a la perfección con solo mirarse. Milo se dejó llevar por la pasión y gracias a sus endemoniadas caderas, llevó a Aldebarán hasta un orgasmo que no tuvo precedentes. Por su parte, el brasileño le masturbó con maestría hasta que consiguió hacerle derramar su simiente entre los cuerpos de ambos.

Luego de aquello, Milo se tendió al lado de Aldebarán lanzando un suspiro.

- Jamás me imaginé que tú suspiraras. - comentó Aldebarán.

- Jamás me imaginé a mi mismo contigo.

- Cierto, nunca fuimos precisamente compatibles.

- Pero las cosas son diferentes ahora, ¿no?

- Tienes razón.

- Y eso me gusta... empiezo a creer que después de todo no fue tan malo regresar de la muerte. - dijo Milo mirando fijamente el rostro de Aldebarán. - No va a ser fácil.

- Contigo nada es fácil.

- Ni contigo. A veces no sé como tratarte.

- Solo trátame como te gustaría que yo te tratara.

- Eso suena justo.

- Gracias Milo.

- ¿Por qué? Quien debería agradecerte soy yo, de no ser por ti seguiría sumido en la porquería que era mi vida.

- Tú hiciste la mayor parte, yo solo estuve ahí cuando te hacía falta compañía.

- Tú no eres solo compañía en mi vida. Maldita sea, me siento tan ridículo, pero si no lo digo me pesará. Tú eres lo que me motiva a seguir Aldebarán.

- Eso es más de lo que yo esperaba escuchar... gracias Milo. - dijo Aldebarán aprisionando al griego en un abrazo cargado de afecto y emotividad. Milo se sintió ridículamente bien en medio de los brazos de ese hombre, con él podía perder la compostura de vez en cuando y caer en el ridículo romanticismo sin miedo, Aldebarán bien lo valía.

Milo se dijo que al fin había encontrado esa persona a la que tanto había buscado, y justo en el sitio más insospechado, pero estaba feliz, feliz aunque no lo mostrara, aunque no lo pudiera creer. Era feliz porque amaba y era amado. Y así fue hasta el fin de sus días.

FIN.

Notas finales: Bueno, espero que les haya gustado, fue divertido escribir esto, gracias especialmente a mis super amigas Cyberia_bronze_saint, Crawlingbutterfly y Torres de cristal, gracias chicas por todo. besos, bye¡¡¡

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