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Suffering and grief por Kitana

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Había transcurrido un año ya desde que Hyoga comenzara a estudiar bajo la batuta de madame Leduc. Sin duda estaba convirtiéndose en un gran bailarín. Tanto Aioria como él estaban muy entusiasmados; solo que por más que se esforzaban por involucrar a Milo en aquello, el rubio se las ingeniaba para evadirlo, en especial se rehusaba a enfrentar a madame Leduc, jamás se había presentado ante ella. La sola mención de su nombre le ponía los nervios de punta. Milo sabía que tarde o temprano tendría que verla, pero esperaba poder retrasar el momento lo más posible. Sabía que en el momento en que se encontraran el pasado le estallaría en la cara como una bomba.

Aquella mañana Milo se sintió indispuesto. Se despertó muy tarde, algo muy raro en él. Siempre se levantaba muy temprano para encargarse personalmente del desayuno de Aioria y Hyoga. Disfrutaba de ese pequeño placer, de esa sensación de darle esa pequeña muestra de amor a su esposo. Pero esa mañana no, se sentía mal, tenía demasiado sueño y dolor de cabeza.

- Buenos días bichito dormilón.- le dijo Aioria en cuanto lo vio abrir esos precioso orbes celestes que lo fascinaban.

- Ah... buenos días gatito. Me quedé dormido. - Milo intentó levantarse pero Aioria se lo impidió.

- Déjalo, no vayas, quedate en la cama conmigo, por favor, solo un momento más. Es sábado, no es necesario que nos levantemos temprano.

- Está bien, pero solo porque es sábado. - Aioria lo abrazó.

- Te noto preocupado, ¿qué pasa?

- Nada, más bien todo, es que no sé como decirlo.

- Solo dilo y ya, lo único que tienes que hacer es dejar que salga de esos hermosos labios para que llegue a mis oídos.

- Tienes razón... es que es difícil de explicar.

- ¿Difícil de explicar?

- Pues sí...

- Solo dímelo y ya buscaremos juntos una explicación.

- Si, siempre cuento contigo amor. - dijo Milo refugiándose aún más en el abrazo que Aioria le proporcionaba.- Bueno es que yo... creo que... creo que estoy embarazado. - Milo escondió el rostro en el pecho de su esposo, no pudo ver la esplendida sonrisa que se dibujó en los labios de su esposo que lo abrazaba con más fuerza.

- Sabes que eso no es motivo de preocupación, más bien sería la mejor noticia del mundo...

- Lo sé, por eso es que no quería decirlo, ni siquiera estoy seguro de que sea un hecho.

- Tendremos que ver al médico para que lo confirme.

- Tengo miedo...

- ¿De qué?

- No sé. Solo tengo miedo.

- Tú sabes que no hay nada que temer, es un bebé, un hermoso bebe que hará feliz a nuestra familia, ¿no lo crees? ¡Es algo maravilloso! Mi ángel, sabes que no hay nada en el mundo que desee más que un bebé nacido de ti y de mí, de nuestro amor.

- Yo... yo no sé si estoy listo... ¿y sí...?

-Nada va a pasar, nunca estaremos cien por ciento preparados para un bebé, pero si los dioses han decidido enviárnoslo ahora, debe ser porque no hay mejor momento para ello.

- Tal vez tengas razón. - dijo Milo, en esos momentos sintió que el pesado pesaba demasiado, que quizá era el momento preciso para confesar, para hablar de ese pasado que llevaba ya casi cuatro años ocultándole. Pero, ¿cómo iba a tomar Aioria todo aquello? Se dejó llevar por aquella calidez que emanaba de su esposo y quiso fingir que nada de ese pasado había sucedido. Prefirió callar, creer que su vida había comenzado el día en que Aioria había entrado en su vida.

Alrededor de las diez de la mañana la pareja bajó a desayunar. Hyoga estaba sorprendido pues ellos no acostumbraban levantarse tan tarde.

- Buenos días Hyoga. - dijo Aioria con la sonrisa más grande del mundo.

- Buenos días tío, buenos días Milo. - dijo el rubio intrigado por la felicidad de Aioria y el obstinado silencio de Milo. Los tres se sentaron a la mesa, Milo había estado comportándose extraño desde hacía unos días y Hyoga creía conocer la razón.

- Milo, ¿quieres tomar un poco de leche? - dijo Aioria al notar que su esposo apartaba el plato que tenía frente a sí con cierto asco.

- No... creo que solo voy a tomar un poco de fruta. - dijo Milo- ¡Dioses! Ya vuelvo. - dijo el rubio poniéndose de pie, los presentes lo vieron llevarse las manos a la boca y correr escaleras arriba.

- ¿Se encuentra bien? - dijo Hyoga, sus sospechas comenzaban a confirmarse con aquella escena.

- Sí, esta bien, aunque todo parece indicar que ¡voy a ser padre! - dijo Aioria muy emocionado.

- Te felicito, se que te mueres de ganas por tener un bebé. - Hyoga sonrió.

-Si, solo espero que no sea falsa alarma.

-Créeme, lo he observado y yo estoy casi seguro de que está embarazado.

- Zeus te escuche sobrino, Zeus te escuche.

 

Después del desayuno Aioria hizo una llamada, necesitaba que su buen amigo Aldebarán de Oliveira revisara a Milo para confirmar el embarazo de éste. Aldebarán accedió a recibirlos ese mismo día ante la insistencia de Aioria, aunque el griego no quiso decirle el motivo de la urgencia. La pareja de griegos salió de su hogar cerca del medio día, bastante nerviosos y algo preocupados, pero muy ilusionados ante la posibilidad de convertirse en padres. Hyoga se quedó solo en casa, no tenía práctica y aunque Shun y su hermano lo habían invitado a salir, quiso quedarse en casa a esperar las buenas noticias, ya que él estaba seguro de que Milo en efecto estaba en cinta.

Las emociones que invadían al despistado rubio eran contradictorias, por un lado, la idea de estar preñado le hacía sentirse feliz y lleno de ilusiones. Sin embargo, el recuerdo de ese pasado del que se negaba siquiera a hacer recuerdo, significaba una amenaza, además estaba el detalle de que quizá su organismo no estuviera en condiciones de llevar a término un embarazo. En suma, su mente era un hervidero de ideas de todo tipo.

Cuando llegaron al consultorio Milo estaba insoportablemente nervioso, solo la confiada sonrisa de su esposo pudo convencerlo de que pasara lo que pasara, estarían bien. Milo confiaba en el médico, no solo porque era un amigo muy cercano de Aioria, también porque era el especialista que había estado vigilando el embarazo de Hyoga hasta su fatal desenlace, era un experto en la materia y se le consideraba casi milagroso debido a que había llevado a feliz término muchos embarazos que habían sido desahuciados por otros médicos.

- Buenos días chicos. - les dijo Aldebarán con su eterna sonrisa.

- Buenos días. - le dijo Aioria sonriendo, Milo se quedó callado, estaba demasiado nervioso.

- ¿Siguen preocupados por Hyoga? Él esta bien, estuvo muy bien atendido, tuvo mucha suerte.

- No estamos aquí por eso, más bien por Milo.

- ¿Qué te sucede Milo?

- Nada... es que creo que estoy embarazado.

- Así que al fin se decidieron, los felicito. Bien, creo que tendremos que practicarte un ultrasonido, es más rápido que un análisis sanguíneo. - dijo Aldebarán se puso de pie y luego colocó una botella de agua frente a Milo. - Comienza a beber.

- No entiendo. - dijo el rubio muy confundido.

- Necesito que bebas toda esa agua para poder practicarte el ultrasonido.

- Ah, ya veo. - Milo comenzó a beber el agua, aquello era bastante raro.

- ¿Cómo ha estado Hyoga? Hace tiempo que no lo veo.

- Mucho mejor, eta completamente repuesto y en camino de convertirse en profesional.

- Me alegro, lo merece, por lo que sé ha trabajado duro.

 

Cuando Milo se terminó el agua y estuvo listo para el ultrasonido, Aldebarán le indicó que se recostara en la mesa de examen. Milo se estremeció al sentir el frío gel esparciéndose sobre su vientre, recordaba bien aquella sensación y aún con la ilusión que aquello le producía, sintió miedo de estar embarazado.

- Ahí está. ¿pueden verlo? - Dijo Aldebarán señalando una borrosa figurilla en la pantalla del aparato - Ahí está su cabeza, una de sus piernas, sus manos... y esté es su corazón. - dijo al tiempo que señalaba un palpitante puntito. - Este es su bebé, según mis cálculos debe tener... unas seis o siete semanas, felicidades chicos. - concluyó Aldebarán con una sonrisa.

- ¿Lo has escuchado Milo? ¡Vamos a tener un bebé! - dijo Aioria loco de alegría al recibir esa maravillosa noticia. Milo se echó a llorar en los brazos de su esposo, estaba feliz. - Te amo bichito.

- Y yo a ti gatito. - dijo el rubio aferrándose aún más a su esposo. El regreso a casa fue aderezado por los planes e ilusiones de la pareja. Milo se dijo que después de todo, la vida comenzaba a regresarle todo aquello que un día había perdido.

 

Los meses pasaron, Hyoga se encontraba a punto de convertirse en profesional gracias a las enseñanzas de madame Leduc. Estaba nervioso, pues en menos de tres días tendría la prueba definitiva para ingresar a la compañía de ballet de madame Leduc. Sabía de buena fuente que Sorrento se presentaría también y que el castaño estaba seguro de que conseguiría un sitio en aquella compañía. Sabía que mucha gente talentosa intentaría ingresar a la compañía pues se sabía que era el trampolín perfecto para saltar a los grandes escenarios.

Aquella tarde de agosto se disponía a salir de casa cuando escuchó sonar el teléfono. Dejó su maleta en el piso y se apresuró a contestar creyendo que se trataría de Shun, habían acordado salir juntos aquella tarde.

- ¿Hola? - dijo.

- Hola Hyoga, soy Mime. - Hyoga reparó en el matiz preocupado en la voz de su ex maestro.

- ¿Qué pasa Mime?

- Necesito hablar con tu tío.

- ¿Con Aioria? espera le pasaré la llamada.

- No me refería a él sino a Milo.

- - ¿Tú conoces a Milo?

- Algo así, ¿está en casa?

- Sí, espera un momento.

- ¿Quién es? - le gritó Aioria desde la sala.

- Mime, quiere hablar con Milo. - dijo Hyoga cubriendo con sus manos el auricular.

-¿Con Milo?

- Sí, eso fue lo que dijo, a mí también me extraño.

- Que raro. - dijo Aioria.- Subiré a avisarle. - dejó el libro que había estado leyendo y se dirigió a la planta alta. Milo se encontraba en una habitación que habían acondicionado para que trabajara en casa, ya que por ordenes del médico debía mantener cierto reposo, mismo que Aioria estaba seguro no tendría si acudía a la tienda a trabajar. En esos momentos se encontraba examinando una costosa pieza que alguien le había enviado de España. - Bichito, tienes una llamada.

- ¿De la tienda o de la universidad? - preguntó Milo sin quitar los ojos de la pieza que examinaba.

- Ninguno de los dos, es Mime, el maestro de Hyoga, Mime Benetsnatch.

- ¿Mime Benetsnatch? - repitió el rubio levantando el rostro y sintiéndose al borde de la histeria. - ¿Y que tiene que hablar conmigo? Sí es sobre Hyoga, él sabe que debe entenderse contigo. - Aioria no se dio por enterado de lo nervioso que la mención de aquel nombre había puesto a Milo.

- No sé que es lo que quiere solo sé que pidió expresamente hablar contigo.

- Está bien... tomaré la llamada aquí.  - dijo el rubio preguntándose una vez más que podía querer con él Mime. Aioria le ayudó a ponerse de pie, estaba en su quinto mes de embarazo y se le dificultaba un poco moverse.

Milo tomó la bocina, fue como si el mundo le cayera encima en un instante, ¿para que lo buscaba Mime?

- Hola Mime, ¿qué sucede? - dijo intentando dominarse, Aioria lo estaba mirando desde la puerta.

- Hola Milo... yo sé que tal vez no quieres hablar conmigo pero he tenido que buscarte... es por Sophie.

- ¿Qué le pasó? - preguntó asustado el rubio.

- Acaba de tener un infarto, los médicos dan pocas posibilidades, ella lo sabe y me pidió que te llamara.

- Entiendo... ¿en qué hospital está?

- En cuidados intensivos del Santa Juana, date prisa, tengo la impresión de que solo los esta esperando a ustedes. - dijo Mime muy angustiado.  Milo sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Pero se contuvo, no era el momento para llorar.

- ¿Camus vendrá?- preguntó el rubio sintiendo que aquello sería el golpe definitivo para la escasa paz mental que aún tenía.

- Sí, dijo que tomaría el primer vuelo que pudiera encontrar. Estoy intentando localizar también a Afrodita, pero pareciera que se lo  ha tragado la tierra.

- Eso sería demasiado bueno para ser verdad. - dijo Milo. - Salgo de inmediato para el hospital, te veré allá.

- Correcto, solo date prisa, no queda mucho tiempo.

- Lo sé. - dijo Milo y colgó en seguida. Aquello era demasiado para un solo día, no solo le informaban que su tía estaba a un paso de la tumba sino que además, probablemente tendría que ver de nuevo a esos dos hombres. Se dijo que no estaba listo para eso, nunca lo estaría.

- ¿Qué pasa? - dijo Aioria sacándolo de sus cavilaciones.

- Es mi tía... tuvo un infarto y quiere verme. Tengo que ir gatito, ella esta agonizando.  ¿Vendrías conmigo? No creo que pueda hacer esto solo...

-  Sabes que sí querido. - Aioria lo abrazó, Milo se refugio en aquel abrazo y comenzó a llorar. Por más que quisiera, ya no podía seguir escondiendo su pasado.

Cuando Hyoga se enteró del motivo de la llamada de Mime, quiso acompañarlos, Milo no tuvo fuerzas para discutir y se dijo que en realidad el rubio tenía derecho a estar ahí también dada la estrecha relación que mantenía con ella. Salieron inmediatamente, Milo estaba hecho un manojo de nervios. Sabía que todo estaba fuera de control, ¿y si tenía que encontrarlos de nuevo?  Todo estaba mal, muy mal. Y no tenía modo de escapar de aquello.

Hyoga había notado la extraña actitud de Milo y se preguntaba la razón, y también que relación tenía la tía de Milo con Mime, al parecer Mime y Milo se conocían de antes y él quería averiguar porque tanto misterio.

Al fin llegaron al hospital. Milo tuvo que apoyarse en Aioria más de una vez mientras subían a la habitación en que se encontraba Sophie Delluc, su tía. Mime ya los esperaba con impaciencia. No le sorprendió que Hyoga también estuviera ahí con la pareja.

- Mime. - dijo Milo al verlo, se abrazaron con cariño, Mime se tomó un instante para contemplar a Milo, estaba más hermoso que como lo recordaba. Y estaba embarazado. - ¿Cómo está?

- Viva, pero muy delicada, los médicos dicen que es cuestión de tiempo para que fallezca...

- Gracias Mime... yo... yo me haré cargo desde ahora. - dijo Milo tomando una de las manos de Mime entre las suyas.- Siempre fuiste un gran amigo. - Hyoga y Aioria contemplaban la escena sin entender absolutamente nada.

- Deberías entrar ahora mismo. - lo apresuró Mime.

- Sí, si, tienes razón, lo haré. Tengo que avisarle a papá... a la familia. - dijo Milo, se dio cuenta de lo egoísta que había sido al apartar a Sophie de su vida, se arrepentía tanto de aquello. Pero considerando la relación de ella con Camus, era lo lógico... pero él jamás había actuado conforme a lo lógico, se sintió tan mal. - Gatito... hazme un favor, llama a papá, dile que... dile que Sophithia lo necesita, dile que está en el hospital. ¿Harías eso por mí? - dijo Milo sintiendo que su único apoyo en esos momentos era sin duda Aioria.

- Claro que sí bichito, yo iré, ahora entra ahí, es obvio que ansías verla.

- Gracias Aioria. - susurró el rubio, depositó un suave beso en los labios de su esposo y enseguida entro en la habitación donde su tía se encontraba.

Aioria fue a hacer la llamada que Milo le había pedido, mientras Hyoga permanecía ala expectativa, ansiaba desentrañar todo ese aparente enredo cuyo epicentro parecía ser el esposo de su tío.

- Mime, ¿podemos hablar? - dijo el joven rubio acercándose a su ex maestro.

- Por  supuesto, aunque estoy casi seguro que lo que quieres preguntar es ¿de donde conozco a Milo? ¿Cierto?

- Es verdad.

- Conozco a Milo porque su tía fue mi maestra de ballet. - dijo Mime.

- ¿Quieres decir que la tía de Milo es...?

- Sí, madame Leduc es la tía de Milo, ese es su nombre artístico, ella es Sophithia Scouros. - dijo Mime. - No voy a responder a más preguntas sí es que quieres hacerlas, no me corresponde.

Milo se encontraba hablando con Sophithia.

- Hola. - dijo ella con una lánguida sonrisa cuando lo vio entrar. -Te ves bien querido.

- Nunca supiste mentir mamá. - dijo Milo sonriendo. - Estoy hecho un globo.

- Te ves tan hermoso... tendrás un bebé.

- Sí, en unos meses.

- Va a ser hermoso, en especial si hereda tus ojos.

- ¿Cómo te sientes?

- Ahora estoy mejor. Pero note preocupes por eso... no importa.

- Sí, si importa, ¡perdóname, nunca debí alejarme de ti!

- No hables así. Lo hiciste porque era la única manera en que podías aliviar tu dolor mi niño.  Además si me odiaras no me habrías invitado a tu boda.

- Pero no fuiste.

-Estaba de gira.

- Lo sé, aunque no lo creas, siempre he sabido de tus triunfos.

- Eso no significa nada si no tienes a alguien con quien compartirlo. Según sé eres muy feliz con ese muchacho con el que te casaste a pesar de lo apresuradas que fueron las cosas.

- Sí, todo fue muy rápido.

- Igual que cuando yo me casé con Henry. - dijo la mujer sonriendo. - ¿Lo amas?

- Con toda el alma, y él a mí.

- Eso me alegra, al menos a ti te dejaré en buenas manos.

- No digas eso mamá... Yo creí que nunca volvería a enamorarme.

-  Te hicieron mucho daño.

- Preferiría no hablar de eso.

- Mime está buscándolo... a él y a mi hijo.

- Lo sé...

- ¿Estás listo para verlos de nuevo? - Milo simplemente negó con la cabeza. Sophithia entendió que aquello aún lastimaba a Milo más de lo que  el rubio estaba dispuesto a admitir.- ¿Sabes? Hyoga es muy bueno, tanto como para ser profesional. Deberías verlo alguna vez, te sorprenderías gratamente.

- Sabes que el ballet no es algo que me agrade.

- Recuerdo que antes no era así.

- Antes como antes y ahora como ahora. Mamá, si no te importa, no quiero tocar ese tema.

- Lo lamento querido.

- No, no importa, no es culpa tuya que yo odie el ballet.

- Y tampoco es de él, ¿sabes? - Milo sonrió, ella seguiría abogando por él hasta que consiguiera que lo perdonara.

- Yo solo sé que quiero que eso se quede enterrado en el pasado.

- Sabes que no siempre será posible hijo, pero si es lo que quieres, así se hará.

- Mamá... perdóname por haberte abandonado como lo hice.

- Querido, tú siempre fuiste como otro hijo para mí, no hay nada que perdonar, ¿entiendes? Hiciste lo que creíste mejor. - dijo ella abrazando al joven que se había dejado caer sobre su regazo. Un médico entró y le pidió a Milo que saliera, tenía que revisar a Sophithia. Cuando estuvo fuera de la habitación, Milo dio rienda suelta a su llanto, no podía contenerse más. Aioria se apresuró a ofrecerle refugio en sus brazos, mismo que Milo no dudo en aceptar.

- Dioses... me siento tan culpable... no debí hacerlo, jamás debí alejarme de ella como lo hice. - dijo Milo, Aioria lo ayudó a sentarse, con gesto amoroso comenzó a acariciarle la espalda. - Nunca debía abandonarla, pero... me sentía tan dolido... no quería pensar ni recordar... - él mismo se frenó al darse cuenta de que estaba hablando de más.

- Tranquilízate amor, todo saldrá bien, ya lo verás. - dijo Aioria intentando consolar a su esposo.

Hyoga tenía tantas preguntas... pero se dio cuenta de que no era el momento correcto para hacerlas. Milo atravesaba por un mal momento. Decidió guardarse todas las preguntas y estar ahí para él, como él había estado un año atrás cuando perdió lo más valioso de su vida.

La familia de Milo ya se encontraba en el hospital, los primeros en llegar habían sido los primos mayores, ese par de gemelos que podían lo mismo ser atemorizantes que fuente de risa sin control. Hyoga les echó una mirada discretamente, eran bastante imponentes. Después de ver a Sophithia se quedaron de pie junto a Milo, eran extraños, muy extraños, pero parecían adorar a  Milo.

Los médicos anunciaron que todo lo que quedaba por hacer era esperar. Un ambiente tenso y tremendamente triste se instalo en aquel pasillo.

Hyoga comenzó a preguntarse, ¿por qué? ¿por qué todo ese hermetismo? ¿Por qué nadie mencionaba al hijo de la enferma? Aquello era especialmente raro.

Notas finales: Va por tí Crawling¡¡¡

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