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Suffering and grief por Kitana

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Notas del fanfic:

Dedicado especialmente a mi buena amiga Crawlingbutterfly, amiguita tù sabes que te aprecio cantidad, te quiero mucho y espero que con esto quede resarcido el daño hecho con nuestras historias, je je ya sabes que tù y Cyberia son mi hit, espero que lo disfrutes y sea de tu agrado.

Ah¡¡¡ y por cierto toooodos los personajes de Saint Seiya no me pertenecen a mì sino a Masami Kurumada, y yo solo los he tomado prestados para divertirme un poco y cumplir un encarguito.

Notas del capitulo: Bueno aquì va el primero, fans del pato no me maten¡¡¡¡

 

Aquella era una de esas tardes lluviosas, parecía que el cielo estaba a punto de venirse abajo sobre los habitantes de Atenas, más de uno tuvo la idea de que aquello era una réplica del diluvio universal.  El hospital Metropolitano respiraba la tranquilidad de una tarde tranquila, sin embargo, aquel clima tan terrible presagiaba que la tranquilidad estaba a punto de quebrantarse.

Y así fue, el operador de radio del hospital recibió el aviso de que había ocurrido un accidente automovilístico en el que se habían visto involucrados varios vehículos y un enorme camión de carga. Dados los informes, se podía pensar que aquello tendría proporciones trágicas.

Las ambulancias comenzaron a llegar trasladando a los heridos más graves. Parecía que la caravana de heridos y paramédicos sería interminable. De una de las ambulancias fue sacado un hermoso joven de alborotada melena rubia, sus ojos azules reflejaban un terror irracional, un miedo rayano en lo animal. Sin duda el temor en sus ojos era indescriptible. Su delicada frente exhibía una cortada que sangraba profusamente, en sus mejillas podían verse los surcos plasmados por el incontrolable llanto que le acometía.

-¡Mi bebé! ¡Mi bebé! ¡Tienen que salvar a mi bebé! - gritaba mientras que intentaba soportar el dolor que le atenazaba el cuerpo - ¡Por lo que más quieran, salven a mi bebé!- gritó, más de un corazón se desgarró al escucharle gritar de ese modo. Una par de mujeres se acercaron interesándose por el estado de ese muchacho que parecía desesperado.

- Cálmate muchacho. - le dijo una de las mujeres. - Soy la doctora Sheppard, vamos a atenderte a ti y a tu bebé, ¿me entiendes? - el rubio asintió con la cabeza. - ¿Cómo te llamas?

- Hyoga, Hyoga Cavafis. - dijo el rubio fijando sus acuosas pupilas en el amable rostro de la mujer que le interrogaba.

- Bien Hyoga, te haré unas preguntas y quiero que me respondas lo mejor que puedas, ¿de acuerdo? - él asintió nuevamente y se olvidó del dolor para concentrarse en esa mujer. - ¿Sabes que día es hoy?

- Es viernes, es 23 de junio.

- Excelente, ¿sabes en donde estás?

- En el hospital, los paramédicos me trajeron porque tuve un accidente. No sé que fue exactamente que pasó, yo viajaba en un taxi, estaba leyendo un libro y solo escuché un rechinido de llantas y luego el otro auto nos golpeo... ¡Tiene que ayudar a mi bebé¡ me duele mucho. - dijo el rubio. - Tiene que decirme si mi bebé está bien, ¡tiene que ayudar a mi bebé! - gritó nuevamente alterado.

- Cálmate por favor, sabes que esto no le hace bien a tu bebé, dime ¿cuánto tienes de embarazo?

- Según mi médico llevo catorce semanas.

- Bien, ¡traigan un monitor fetal y llamen a la doctora Aridjis de obstetricia! ¡A prisa! - gritó la doctora Sheppard. - Vamos a pasarte a la mesa de examen, necesito que estés lo más relajado posible Hyoga, ¿estás escuchándome?- notó que el muchacho estaba a punto de desmayarse, aquello estaba siendo demasiado para él.

- Sí, si.- dijo el rubio aún consciente.

- Vamos a revisarte a ti ya tu bebé, pero quiero que estés muy tranquilo, ¿de acuerdo Hyoga?

- De acuerdo. - murmuró Hyoga, permitió que lo recostaran  en la mesa de examen. No notó la expresión de angustia de los presentes cuando el monitor fetal fue conectado. Simplemente cerró los ojos y se dispuso a orar en voz baja rogándole al dios que su madre le había enseñado por la vida del pequeño ser que crecía en su vientre. Sintió que no podía más, su cuerpo no respondía, solo alcanzó a repetir aquella frase que se había vuelto una especie de mantra- Por favor, salven a mi bebé. No lo dejen morir... - dijo antes de desmayarse.

- ¡Demonios!- gritó uno de los enfermeros al ver que el jovencito sangraba profusamente.

- ¡Pronto, busquen una identificación, algo que nos permita saber donde encontrar a su familia! - dijo la doctora Sheppard.

- ¡Encontré su celular! - gritó una enfermera luego de registrar los bolsillos del joven.

- Pues úselo y llame a la familia de este muchacho, tenemos que operarle de inmediato. - dijo la doctora Sheppard. - ¿Cómo está el bebé? - preguntó dirigiéndose a la doctora Aridjis. La mujer solo negó con la cabeza.

- Dudo mucho de que se salve... la placenta está completamente desprendida, eso es lo que genera el sangrado.

- ¡Dios¡- exclamo simplemente la doctora Sheppard, era obvio que para el jovencito aquel sería un golpe terrible.

Mientras tanto, en la casa de la familia Cavafis el teléfono sonó. Milo se encontraba solo, supuso que sería Aioria avisándole que llegaría tarde a cenar. Con una tierna sonrisa en sus labios rojos levantó la bocina.

-¿Hola? - dijo esperando el afectuoso saludo de su esposo.

- Hola, ¿es la casa de la familia Cavafis?

- Sí, ¿quién habla?

- Le llamo del hospital Metropolitano de Atenas, el joven Hyoga Cavafis ha sido ingresado debido a un accidente, esta muy grave y requiere de una operación urgente, necesitamos que alguien de la familia venga a firmar el consentimiento.

- ¡Zeus! - murmuró Milo, se tomó un instante para hacer acopio de fuerzas y pensar con claridad, tomó los datos del hospital y se apresuró a tomar las llaves de su auto, tendría que ser especialmente cuidadoso al mencionarle la situación a Aioria, dado que la oficina de Aioria estaba de camino al  hospital decidió ir personalmente a informarle de la situación a su esposo. Se puso el abrigo y se dirigió a la oficina central del corporativo Cavafis, del cual Aioria era el dueño y presidente.

Estaba sumamente nervioso, aquella situación no hacia sino destapar la cloaca del pasado con todo lo que eso significaba. Casi deja escapar un grito de angustia al recordar el estado de Hyoga, ¡como pudo olvidar que estaba embarazado! Tuvo que detener el auto un momento pues las lágrimas le impedían vislumbrar lo que se encontraba frente a él. Aquello no podía ser peor. Simplemente las cosas no podían ser más parecidas a lo que había sucedido años atrás, aquella semejanza le revolvió el estomago.

Al fin llegó hasta la oficina de Aioria, su esposo lo recibió con una sonrisa en los labios que no tardo en desdibujarse al escuchar el motivo de la presencia del rubio ahí. Cuando consiguieron tranquilizarse, Milo le dijo que lo llevaría al hospital. Tenían que apresurarse. Aioria permitió que su esposo condujera, estaba tan perturbado que no podía pensar ni darse cuenta del estado en el que se encontraba su esposo. Milo no quiso angustiar más a Aioria, así que hizo acopio de fuerzas y evitando toda reminiscencia al pasado, condujo hasta el hospital. En cuanto estacionaron el auto se precipitaron hacia la recepción.

- ¡Buenas noches, busco a Hyoga Cavafis, soy su tío. - dijo Aioria al llegar al módulo de informes.

- Si, el jovencito llegó muy mal, la doctora Sheppard podrá informarle mejor que yo de su condición, está por allá. - dijo la enfermera señalando a una mujer como de cincuenta años. Aioria ni siquiera dio las gracias, simplemente se dirigió a donde se encontraba la doctora para interrogarla sobre la salud de su sobrino.

- ¿Doctora Sheppard? - preguntó el castaño muy angustiado.

- ¿Usted es pariente de Hyoga Cavafis?

- Sí, soy su tío y tutor legal, ¿cómo está el, y su bebé?

- Siéntese por favor, esto no será nada fácil. - dijo la doctora con un gesto que lejos de tranquilizar a Aioria le alteró aún más.

- Hable claro, por favor, según le dijeron a mi esposo al teléfono, cada minuto cuenta así que solo dígalo.

- De acuerdo, no le mentiré Hyoga está muy mal... ha perdido mucha sangre y el bebé... el bebé ha muerto, su corazón dejó de latir.  No hay mucho que podamos hacer, pero dado que Hyoga es menor, necesitamos de su autorización para practicarle un legrado al joven y someterlo a los procedimientos necesarios para que podamos detener el sangrado. - Milo no pudo más, dejó escapar un desgarrador sollozo que puso en alerta a su esposo. Aioria lo abrazó.

- Doctora... haga lo que tenga que hacer para salvar a mi sobrino. - dijo Aioria luchando por no ponerse a llorar junto a Milo. La doctora los dejó solos. Milo lloraba de una forma por demás dolorosa. Aioria simplemente se mantenía callado, acariciando la espalda de su esposo.

La espera se les hizo eterna, Hyoga estaba delicado, hubo un momento en el que los médicos estuvieron a punto de darse por vencidos. Finalmente la operación concluyó. Habían conseguido salvar la vida del muchacho, no habría mayores consecuencias, simplemente requeriría de muchos cuidados, en especial durante los primeros meses.

No les permitieron verlo sino hasta el día siguiente, ni Aioria ni Milo habían querido abandonarle en el hospital, decidieron quedarse ahí a pesar de la insistencia de los médicos.

Hyoga abrió los ojos, se sentía extraordinariamente cansado, mareado y tenía esa extraña sensación de pesadez. Lentamente hizo memoria de lo ocurrido la tarde anterior, instintivamente se llevó las manos al vientre. Estaba asustado, preocupado por su bebé, aquel accidente había sido grave.

Una enfermera entró, revisó sus signos vitales y le sonrió.

- ¿Cómo te encuentras?

- Me duele la cabeza.

- Debe ser la anestesia.

- ¿Cómo está mi bebé?

- La doctora Aridjis te informará, por cierto, afuera están tus tíos, ellos quieren hablar contigo. - dijo la enfermera intentando hacerlo con el mayor tacto posible. Aioria y Milo entraron en la habitación, ambos lucían muy cansados y bastante preocupados. Aioria aferraba la mano de su esposo en un gesto de completa desesperanza. Milo le miraba con sus opacos ojos azules cargados de una indescifrable emoción. El castaño se sentó en la cama sin saber como comenzar, aquella noticia no iba a ser nada fácil, ¿cómo decirle que jamás tendría entre sus brazos a ese bebé que tanto había deseado? Aioria tomó sus manos, Hyoga comenzaba a asustarse con la actitud de la pareja.

-Hola, ¿cómo te sientes Hyoga? - le dijo finalmente Aioria, mientras Milo se mantenía en un sepulcral silencio.

- Bien... aunque me siento mareado. - dijo el rubio intentando sonreír.- ¿Qué les han dicho los médicos? - Aioria volteó a ver a Milo.

- No mucho... a decir verdad, prácticamente nada.

- Para ser nada te ves muy preocupado tío, dime, ¿qué sucede?

- Hyoga... esto es muy duro también para mí... no quiero que te culpes a ti ni a nadie... fue un accidente, solo eso.

- Habla claro, me estás asustando.- Milo se acercó un poco más a la cama, tomó una de las manos de su esposo y le miró de esa forma que solía usar para darle confianza.

- Verás... las lesiones fueron más serias de lo que los médicos pensaron en el momento en el que te ingresaron en el hospital... tuvieron que operarte, estás bien, te recuperarás...

-¿Qué pasó con mi bebé?

- No te angusties por favor...

- Por favor tío, solo dime, ¿está bien mi bebé? Recuerdo haber sangrado... - dijo Hyoga mientras su mente recordaba cada detalle de lo ocurrido después de que el taxi en el que viajaba volcara.

- Tu bebé Hyoga... él no se salvó... los médicos hicieron todo lo posible por salvarlo, pero cuando fuiste ingresado... su corazón ya no latía, ellos hicieron todo lo que estaba a su alcance... pero fue imposible salvarlo. Tuvieron que hacerte un legrado. - concluyó Aioria con gesto desolado...

- No, no puede ser... esto no puede estar pasándome a mí... - murmuró Hyoga mientras que las lágrimas brotaban de sus hermosos ojos azules. Simplemente no podía creer que aquello le estaba sucediendo. - ¡Mi bebé! Fue mi culpa...- dijo Hyoga, su tío lo abrazó y el rubio comenzó a llorar sin consuelo.

- No debes sentirte culpable, fue un accidente. - insistió Aioria.

- Yo... yo amaba a mi bebé...

-Lo sé. Lo sabemos Hyoga... - dijo Aioria. Milo se aproximó un poco más y le acarició la mejilla con una suave caricia.

- Entiendo que esto sea lo peor que pudo sucederte Hyoga... sé que nada de lo que te diga  en este momento te servirá de nada. No hay nada en este mundo que pueda consolarte, lo único que puedo decirte es que vas a estar bien, con el tiempo lograrás sentirte mejor, te lo prometo Hyoga. Y nosotros estaremos contigo. - le dijo Milo con los ojos llenos de lágrimas. Por alguna razón, Hyoga sintió que Milo podía entenderlo.

- Gracias... a los dos... - dijo Hyoga  mirándolos a ambos, estaba conmovido por las palabras y la actitud de ambos.

- No tienes nada que agradecer, somos tu familia. - dijo Aioria.

- Isaac está afuera, ¿quieres verlo o prefieres que le digamos que vuelva mañana? - dijo Milo sin soltar la mano del rubio. Hyoga sonrió, al menos le quedaba él.

- Quiero verlo, necesito verlo. - dijo Hyoga con la sonrisa más triste que se le hubiera visto jamás.

- En ese  caso, Milo y yo saldremos para que ustedes hablen. Ven amor, creo que necesitamos beber algo caliente. - dijo Aioria. Se puso de pie, y llevando a Milo de la mano, salió de la habitación.

Momentos después Isaac entraba en la habitación de su prometido. El gesto adusto en su rostro no presagiaba nada bueno.  Hyoga contempló el rostro de su prometido intentando hallar en él señal alguna de apoyo, de comprensión... señales que no encontró. No imaginó siquiera las palabras que saldrían de esos labios que tantas veces le habían jurado amarlo eternamente.

- Hola, ¿cómo te sientes? - dijo Isaac acercándose a la cama desde donde un dolorido Hyoga le miraba ilusionado.

- Bien...

- Ya supe lo del bebé. - su voz le sonó tan fría, tan dura.

- Sí... tío Aioria acaba de decírmelo...

- Y supongo que estás consciente de que esto es tu culpa. - le dijo Isaac con furia mal disimulada. Hyoga lo miró con los ojos enormes por la incredulidad. ¿Cómo podía decirle eso? - Te dije que debías ser cuidadoso, ¡te dije que tenías que cuidarte más! - dijo Isaac sin poder contener más todas las emociones que le invadían en ese momento.

-Fue un accidente Isaac. - dijo Hyoga al borde de las lágrimas.

- Sí, un accidente que se pudo haber evitado si tú no te hubieras empeñado en asistir a esa condenada comida, Hyoga, ¡mataste a nuestro hijo! - dijo Isaac, Hyoga lo miraba con incredulidad, no, aquello no era su culpa, ¿o sí? Había insistido tanto en ir a esa comida con sus compañeros de la universidad, se suponía que no sería peligroso, que nada iba a pasarles. Sus tíos también le habían pedido que no fuera, que se quedara en casa, el clima era horrible y estaban preocupados, en especial Milo. Pero él no les escuchó, creyó que nada pasaría, pero no había sido así, su necedad le había hecho perder a su hijo... - Comprenderás que no puedo seguir a tu lado, me es imposible verte y no culparte por esto Hyoga. - aquella frase retumbó en los oídos de Hyoga, que miraba a Isaac con la incredulidad tatuada en el rostro. Alentado por el silencio de Hyoga, Isaac prosiguió. - Nuestro compromiso debe romperse Hyoga, no puedo seguir a tu  lado, me es imposible, creo que todo el amor que sentía por ti se ha tornado en resentimiento. Tú sabías lo importante que era para mí ese bebé, por eso te insistía tanto en que te cuidaras.. pero tú no me escuchaste y ya ves lo que ha pasado.

- No puedes estar hablando en serio Isaac... y si es broma, ya has ido demasiado lejos y créeme que no es un buen momento para hacer bromas.

- Hyoga, comprende... yo creo que he dejado de sentir lo que sentía por ti... en realidad necesito tiempo para asimilar las cosas...

- Pues tomate todo el tiempo que quieras para aclarar tu mente Isaac... solo que no esperes que yo esté esperando por ti si algún día decides regresar.- dijo Hyoga muy dolido y al borde de un colapso. - Vete por favor, aquí no tienes nada que hacer... ya has dicho y hecho suficiente. - dijo Hyoga sin poder resistir más el llanto.

Vio salir a Isaac, el chico de negros cabellos le lanzó una última mirada, no habría querido que las cosas terminaran así... pero eso era exactamente lo que sentía en ese momento. No estaba seguro de lo que sentía por Hyoga, no resistiría estar cerca en esos momentos; lo mejor  era que se alejara por un tiempo.

Cuando se vio solo, Hyoga no pudo más. Dio rienda suelta a su dolor. Dejó que el llanto emergiera de las profundidades de su ser. Le había perdido, no solo a su bebé, también al chico del que estaba enamorado, a Isaac, el hombre que había creído el amor de su vida. ¡Qué poco le había durado ese amor que había dicho profesarle! ¡Qué fácil le era abandonarle a su suerte y encima culparle de todo! Sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Sentía que no le quedaba nada, o al menos eso creyó hasta que vio aparecer a su tío y a su demacrado esposo. Al ver esos amables rostros preocupados supo que no estaba solo, que pasara lo que pasara, ellos estarían ahí, a su lado, sosteniéndole cuando estuviera a punto de caer.

 


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