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Suffering and grief por Kitana

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Como toda espera, la que se llevaba a cabo en el hospital, era angustiante. Toda la rama principal de familia Scouros se encontraba ahí, había algunos miembros selectos de los primos lejanos que habían tenido el honor de ser admitidos.

Milo se encontraba sentado en un rincón, flanqueado por dos de sus primos, Aioria y Hyoga que permanecía sentado a su lado. Milo no parecía tener intenciones de dejar de llorar.

- ¿Te sientes mejor? - dijo Aioria ofreciéndole un poco de té.

- Sí, si, solo estoy preocupado.

- Comprendo. - no quiso hacer más preguntas, Milo no sabía esconder las cosas, no lo hacía, confiaban plenamente él uno en el otro y tarde o temprano terminaría diciéndole porque se encontraba en ese estado.

Cerca de la medianoche, cuando casi todos dormían, se vio aparecer en la recepción del hospital a un hombre de larga cabellera roja. No aparentaba más de treinta años. Era muy alto, y su rostro, aunque hermoso, no mostraba rastro alguno de emoción sino hasta que se vio en el pasillo que conducía a la habitación que ocupaba Sophithia Scouros. Fue entonces que ese rostro inexpresivo se convirtió en la viva imagen de la angustia y el dolor.

Cruzó a toda velocidad el corredor maleta en mano. Su corazón dio un vuelco al reconocer el rostro de cierto rubio que se refugiaba en el abrazo que un hombre castaño y de ojos verdes le proporcionaba.

Sin duda estaba sorprendido. Sabía que iba a encontrarlo tarde o temprano, pero no se imaginó que sería de aquella forma, mucho menos que se sentiría así, casi asfixiado. La emoción de verlo de nuevo aunado a la preocupación por el estado de salud de su madre empezaba a pesar. Mime se acercó a él, apenas mirarlo se dio cuenta de que estaba idéntico, acaso su rostro se veía más maduro, ya no era el chiquillo que siempre estaba detrás de Milo, Milo...

- Camus, que bueno que llegaste. - dijo Mime - Ven conmigo, ella te esta esperando. - dijo el rubio arrastrándolo hasta la habitación.  Camus notó que Milo ni siquiera deseaba mirarlo, en tanto que el resto de la familia le lanzaba miradas de franco desprecio.

Camus entró en la habitación solo, Mime  había decidido esperar afuera. Sabía que no podría seguir escapando de las preguntas de Hyoga, se había convertido en su única fuente de información dado que Milo no estaba en condiciones de responder y Aioria sabía tanto como él.

Camus se sentía bastante mal. Habían pasado cinco años ya, cinco años en los que había estado escondiéndose de todos, aún de su madre.  Había decidido romper todo contacto con la familia, únicamente hablaba con su madre por teléfono en contadas ocasiones.

Sophithia miró a su hijo, estaba tan feliz de verlo. Contempló cada uno de esos rasgos que eran una copia exacta de los de su fallecido esposo Henry. Eran prácticamente idénticos, aún en el tono rojo de sus cabellos.

- Mamá. - dijo él y se inclinó sobre la cama para besarle en la frente.

- Hijo... creí que no vendrías.

- Mime me aviso y vine en cuanto pude.

- Es una suerte que hayamos podido vernos una última vez. - dijo ella acariciándole suavemente el rostro.

- No digas eso mamá, te repondrás de esto.

- Eso no lo sabes Camus, el médico ha dicho claramente que es cuestión de tiempo. Moriré hijo. Pero antes de morir quiero pedirte algo.

- Lo que sea.

- Quiero que te reconcilies con Milo. Ustedes dos eran prácticamente hermanos. Él te perdonará si lo intentas, estoy segura. Lo conozco bien y sé que aún le duele. Tú siempre fuiste más fuerte que él.

- Mamá yo...

- Ya sé que él ni siquiera te habla, pero, ¿qué esperabas si te fuiste así nada más sin despedirte siquiera? Él te necesita, esta en un momento muy difícil. - dijo Sophithia. - Sabes que es muy frágil, siempre lo ha sido y si te soy sincera, temo por su salud mental. - Camus negó con la cabeza.

-Mamá... tú lo conoces tanto o mejor que yo, sabes que él es un ángel pero... yo le hice mucho daño, más del que te puedes imaginar.  Estoy casi seguro de que me odia.

- Él no te odia.

- Sí, me odia, al igual que el resto de la familia. Me desprecian... y tal vez tengan razón al hacerlo.

- Camus, tus primos no son toda la familia, Emmanuel no te odia ni te desprecia como tú crees. Y mi hermano no es muy distinto de su hijo.

- Quisiera poder ser tan optimista como tú mamá, pero tengo que asumir que mis errores han tenido consecuencias.

- Heredaste el pesimismo de Henry. - ella sonrió, sabía que no iba a conseguir nada, de ninguno de ellos, con Milo no había podido ni siquiera tocar el tema.

- Mime ha crecido. - dijo Camus solo para cambiar el tema.

- Sí, ya no tiene 16 años.

- Ni Milo 19.

- No te hagas más daño hijo... eso que tú sentías por él solo te hiere... - dijo la mujer mirando con amor a su hijo.

- ¿Quién es el hombre que está con él?

- Aioria Cavafis. Su esposo. - aquellas palabras le taladraron el alma. Milo había decidido dejar atrás el pasado, y a él también.

- No tenía idea...

- Camus, en cinco años pasan muchas cosas, ¿qué esperabas? La vida continúa hijo, no solo la tuya, también la de él.

- Es solo que... - dijo Camus clavando la vista en el icono religioso que pendía de la pared.

- Lo sé... tú esperabas que él siguiera solo... te duele. Era inevitable.  Por favor, no hablemos más de esto... no me siento bien, ve a llamar al médico. - dijo la mujer llevándose la mano al pecho. Alarmado, Camus se precipitó fuera de la habitación, a gritos pidió la presencia de un médico. Pronto alguien acudió a su llamado.

Camus se vio solo en mitad del corredor, presa de la angustia y sin tener a nadie a quien acudir. La mayor parte de la familia lo miraba con indiferencia, mientras que Kanon, el menor de los gemelos le miraba con desprecio, al igual que Ángelo, al que todos conocían como Death Mask. Saga, el primo mayor, ni siquiera se dignó a mirarlo.

El médico salió poco después, al enterarse de que él era el hijo de la enferma, se dirigió a él.

- Lo lamento señor Delluc, hicimos cuanto fue posible pero... ella acaba de fallecer. - Camus le miró con incredulidad, no podía creer que eso estaba sucediendo en realidad. Se vio solo en mitad del pasillo bajo la mirada escrutadora del resto de los presentes. Mime fue el único que se atrevió a acercarse.

Milo ni siquiera lo miraba, ya estaba enterado de que Sophithia había muerto y lloraba desconsolado en brazos de ese hombre que era su nuevo esposo. Aquello era demasiado para él, se obligó a sí mismo a resistir sin doblegarse ante el peso del dolor. Lejos de suplicar, estaba ahí para tratar  de recobrar lo perdido, en el supuesto de que aún quedase algo que recuperar.

Todo lo que sucedió enseguida le pareció irreal. Se quedó ahí estático. Escuchó a Mime decirle que los gemelos iban a hacerse cargo de todo y que él y Death ya estaban ocupándose de llamar a los amigos más cercanos de su madre. Pronto se encontró solo, sentado en el corredor con la maleta descansando a sus pies y sin saber que hacer.

No tenía un lugar a donde ir. Tampoco tenía a quien acudir. Tal vez Mime, pero no, no podía imponerle al muchacho su presencia.

Decidió quedarse ahí. A pesar de todo, Sophithia era su madre y no podrían echarle aunque quisieran. Tendrían que soportar su presencia por más detestable que les resultara.

- Hola, soy Aioria,  el esposo de Milo. - dijo una voz amable a la que pronto se unió una mano extendida que Camus no despreció.

- Camus. - dijo el pelirrojo clavando sus enormes ojos color caoba en el gentil rostro de ese hombre al que ya consideraba un rival.

- Sé que esta pregunta te sonará de lo más estúpido pero debo hacerla, ¿te encuentras bien?

- Sí, en la medida de lo posible en una situación como esta.  ¿Cómo está Milo?

- Muy afectado. - dijo Aioria.

- Lo imaginó, ella era como su madre. Mi madre cuidó de él después que tía Élide murió.

- No tenía idea.

- ¿Él no lo mencionó?- dijo Camus sorprendido, no concebía que Milo hubiera olvidado menciona a Sophithia.

- Tal vez lo olvidó, tú debes saber lo despistado que puede llegar a ser.

- Es cierto.

- ¿Con quién vas a hospedarte? - preguntó Aioria repentinamente.

- En realidad no lo sé... creo que lo más conveniente sería que buscara un hotel. No quiero molestar a nadie.

- No es necesario que busques un hotel, puedes venir a casa con nosotros. Nuestra casa es grande, y en esta clase de situaciones, lo mejor es estar con alguien de la familia, ¿no lo crees?

- Pero yo... - Camus sabía que no debía aceptar, lo mejor era negarse a la oferta de Aioria, no podía estar tan cerca de él.

- No voy a aceptar una negativa Camus. No sé lo que esta pasando entre tú y tu familia; pero lo que sí se es que no es recomendable estar solo  cuando se ha perdido a alguien tan cercano.

- Te lo agradezco pero... no creo que sea una buena idea aceptar.

- Camus, no puedo dejarte solo. Además, a esta hora no vas a encontrar alojamiento en ninguna parte. Sí lo prefieres, solo quédate esta noche y mañana consigues sitio en algún hotel.

- Está bien... tu ganas, iré contigo.

- Excelente. Vamos, hasta donde sé, ya se llevaron a tu madre a la funeraria. Supongo que querrás comer algo y descansar un poco, se nota que has tenido que hacer un largo viaje para llegar hasta aquí.

- Gracias Aioria. - susurró Camus, no podía creer que aún existiera gente como Aioria. Era obvio que no sabía nada, que desconocía todo el daño que él había causado a Milo.

Salieron del hospital, Camus iba cabizbajo, ¿cómo iba a presentarse frente a él después de lo que había ocurrido? A sabiendas de lo que ocurriría había aceptado. Pero... la necesidad de verlo una vez más había sido superior a toda la cordura que en aquella situación habría podido reunir.

Anhelaba mirarse de nuevo en aquellos ojos tan azules como el cielo de medio día. Ansiaba esas manos entre las suyas. Lo ansiaba a él.  A pesar del tiempo, del daño sufrido por ambas partes, seguía anhelándolo. Nunca iba a poder arrancárselo del corazón, de eso estaba convencido.  Milo seguía ahí, con igual o mayor fuerza que cinco años atrás.

Llegaron hasta la casa de la pareja. En cuanto la vio notó que esa era justamente la casa que Milod escribía como la casa de sus sueños. Esta impresión se confirmó al entrar. Todo en aquella casa mostraba la  presencia de Milo.

- Espera aquí. Subiré tu maleta y le diré a Milo que estás aquí. - dijo Aioria con amabilidad.

Camus lo vio subir a la planta alta a grandes zancadas. Lo siguió con la mirada hasta que se perdió por el pasillo. Sus ojos se detuvieron en una fotografía que pendía de una pared junto a la escalera. El retrato de bodas de la pareja. Milo lucía sencillamente arrebatador en aquella imagen.

Se quedó sentado en la sala esperando a lo que fuera que sucedería. sabía que esa no era la mejor manera de hacer las cosas pero se dijo que de no ser así, ¿cómo iba a conseguir verlo de nuevo? Escuchó que alguien descendía por la escalera, levantó la mirada y se encontró con un precioso joven de hermosos ojos azules y alborotada cabellera rubia. Se sintió transportado al pasado al ver a aquel hermoso joven enfundado en unas mallas de ballet. Recordó aquellos lejanos días en que él y Milo eran inseparables. El chico clavó sus ojos en él. Sus labios sonrosados se abrieron con sorpresa.

- Hola. - dijo Hyoga, lo había reconocido. Le sonrió y terminó de bajar para reunirse con él. El jovencito se sintió incómodo, de pronto se encontraba a solas en la sala de su casa con el mejor bailarín del mundo y no le venía nada a la mente.  Cuando Camus lo miró fijamente al rostro los nervios lo invadieron, era hermoso.

- Hola. - dijo Camus con amabilidad. - ¿Quién eres?

- Soy  Hyoga, el sobrino de Milo.

-Eres algo mayor para ser hijo de mis primos.

- No, no, yo soy hijo del hermano de Aioria, el esposo de Milo.

- Entiendo, que torpe... es que te pareces tanto a Milo. Lo siento, de verdad. - él rió, Hyoga se detuvo a mirarse un instante en esos profundos ojos verdes

- No te preocupes... - siguieron conversando por un rato más. Hyoga encontraba fascinante a Camus y Camus hallaba en él cierto consuelo.

Arriba, en la habitación de Milo y Aioria las cosas no eran tan agradables como Aioria se pudo haber imaginado.

- Debiste consultarme. - dijo el rubio sentándose con dificultad en la cama.

- ES tu familia Milo, además no creí que te molestara. No podíamos dejarlo ahí abandonado.

- ¿Y no te pusiste a pensar que si todos lo rechazan es por algo? - dijo Milo con cierto dolor y bastante molesto.

- Milo yo...

- Lo sé, tus intenciones eran buenas... que se quede, pero no me obligues a convivir con él.

-Será como tú quieras. Lo siento. - dijo Aioria abrazando a Milo que luchaba por calmarse.

- Quizá exageré un poco... será mejor prepararnos para ir a la funeraria. - dijo y se puso de pie con ayuda de Aioria.

- Tienes razón... de nuevo, lo siento. - dijo Aioria acariciando el abultado vientre de su esposo.

- Debemos ofrecerle algo de comer, no tengo ni idea de cuanto tuvo que viajar para llegar hasta aquí. - dijo el rubio recobrando la buena disposición.

- Sí, debió ser mucho. - dijo Aioria, Milo lo miró con los ojos acuosos. No se sentía bien no decirle la verdad, a él que  se lo había dado todo, a  él que le había devuelto las ganas de vivir.

Mientras Aioria se duchaba y se cambiaba, Milo bajó a la sala, finalmente  iba a encontrarse con Camus. Durante cinco años había evitado siquiera la mención de su nombre, y ahora tenía que enfrentarlo. Se sentía amenazado, Camus estaba ahí, en la sala de su casa, irrumpiendo de nuevo en su vida y amenazando con destruirlo todo de nuevo.

Bajó con lentitud  la escalera, sintió al bebé agitándose en su interior, el pequeño había estado particularmente activo ese día. Se llevó la mano al vientre y esbozó una sonrisa, quería convencerse de que pasara lo que pasara su vida con Aioria seguiría intacta.

Hyoga aún se encontraba en la sala  conversando con Camus, habían simpatizado y se encontraban mutuamente muy agradables. Sostenían en esos momentos una animada charla sobre ballet.

Milo respiró hondo, no iba a derrumbarse ahí, se calmó un poco y luego se encargó de fingir una sonrisa que habría podido engañar a cualquiera pero no a Camus.

El pelirrojo contempló un instante a Milo, estaba un tanto pálido, pero sin duda más hermoso de lo que estaba la última vez que lo viera.

-Hola Camus... bienvenido. - dijo Milo con aquella sonrisa tierna que tan bien le sentaba.

- Iré a cambiarme. - dijo Hyoga sintiendo que ellos tenían cosas de que hablar sin necesidad de su presencia.

- Adelante, no tardes, vamos a comer algo antes de ir a la funeraria. - dijo el rubio mayor.

- Eso se oye muy bien, ¿tú cocinas? - respondió Hyoga con una sonrisa.

- Sí, claro. Avísale a Aioria.

-Desde luego. Te veré después Camus. - dijo Hyoga sonrojándose.

- Hasta luego Hyoga. - susurró el pelirrojo sin poder apartar la vista de Milo. No podía creer lo que veía, finalmente se había percatado del avanzado estado de preñez de su primo.  - Estás embarazado... - dijo Camus cuando se vieron solos.

- Sí, así es. - dijo Milo en tono cortante. - Creo que es algo bastante obvio.

- Tú sabes que no...

- El médico que me trata me ha asegurado que todo esta bien y que nada malo le sucederá a este bebé. - dijo el rubio acariciando  su abultado abdomen.  Camus notó con tristeza que los hermosos ojos azules de Milo se clavaban en él con una mezcla de indiferencia y cierto rencor.

-¿Estás seguro de eso?

- Muy seguro. - dijo Milo- Debo ir a la cocina... Aioria no es de los que salen de casa sin comer algo antes.

- Tú no cocinabas, nunca tuviste paciencia para aprender.

- Si... en cinco años cambian muchas cosas, ¿no lo crees?

- ¿Aún me odias?

- Odio es una palabra muy fuerte, ¿no lo crees? Será mejor cambiar de tema... no quiero recordar el pasado.

-Pero hay tanto que aclarar...

-No, te equivocas, no hay nada que aclarar. Todos sabemos que fue un accidente, todos sabemos que te fuiste y me quedé, es todo. Ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer. - dijo el rubio intentando ponerse de pie.  Camus se acercó solícito al ver que ese simple movimiento se le dificultaba a Milo.

-Deja que te ayude. - dijo el pelirrojo aferrando la mano de su primo.

- No, no es necesario.  - respondió Milo apartando la mano con brusquedad. Finalmente consiguió ponerse de pie y se dirigió a la cocina.

Cuando Aioria bajo disfrutaron de una sencilla pero deliciosa comida preparada por Milo. El rubio había cambiado y mucho, se dijo Camus. Mientras comían, Aioria y Hyoga intentaban mantener el ánimo de Milo en buen nivel. Milo simplemente se mantenía en un obstinado silencio que nadie fue capaz de romper. El no solo había madurado, tenía una vida en la que el pasado ya no tenía espacio.

Sentado en aquella mesa con esa familia casi perfecta, Camus se sintió confundido. No hallaba la manera de descifrar aquello en lo que Milo se había convertido, y la turbación que le producía el joven sobrino del esposo del que fuera su gran amor, no estaba ayudando en nada.

No podía más, la necesidad de superar las barreras era intensa, no podía con aquel dolor e incertidumbre. Sí, Milo había tenido razón al decirle que a final de cuentas todo había sido un accidente... pero eso no le bastaba para sentirse mejor, para evadir la culpa que el resto del mundo se empeñaba en arrojar sobre él.

Terminó de comer y se excusó, dijo que debía cambiarse. Ese encuentro estaba siendo más  de lo que venía dispuesto a soportar. Se tendió en la cama y sin quererlo, se remontó al pasado, a aquellos días en los que era feliz... y quiso llorar.

Habían transcurrido ya cinco años desde lo que él solía llamar "la expulsión del paraíso". Cinco años en los que su propia familia le había visto como a un apestado, de que todos le dieran la espalda.

Se vistió cuidadosamente, Aioria le había prestado un traje, él no había traído nada apropiado. Con dedos temblorosos se ajustó la corbata frente al espejo. Él también había cambiado en esos cinco años, se había vuelto más frío, más hermético, más encerrado en sí mismo. Solo al bailar se daba el lujo de mostrarse expresivo. Nunca fuera de los escenarios. Cierto, le daban los mejores papeles a él, cosa que cinco años atrás no sucedía. Cierto, su carrera le daba multiples satisfacciones, pero estaba solo.  Y cada vez que pensaba en Milo se derrumbaba. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera quedado? ¿Qué habría sido de ellos? Tal vez estaría casado con él  y no con ese Aioria. tal vez y solo tal vez ese bebé que se gestaba en el vientre de Milo sería suyo. Pero la fría realidad era que él mismo había renunciado a esa posibilidad.

Detestaba llegar cada noche a casa y encontrar solo silencio. Odiaba escuchar el eco de sus pasos en su departamento vacío. Nada ni nadie le esperaba. Nada ni nadie. Solamente el recuerdo de aquel malogrado amor de juventud.

Alguien llamó a su puerta, era Hyoga, ese joven rubio que tanto le había turbado.

-El auto espera. - dijo el oven y desapareció. Bajo las escaleras, Milo y Aioria ya estaban ahí. Al mirar a su primo Camus no pudo evitar pensar en las palabras de su madre, Milo se encontraba en su momento más frágil.

En silencio subieron a la lujosa camioneta en que se trasladarían a la funeraria. Aioria se apresuró a colocar el cinturón de seguridad a Milo siguiendo las instrucciones que para ello le había dado Aldebarán.

- ¿Estás cómodo? - le preguntó.

- Sí gatito, estoy bien.

- Entonces vámonos, no querrás recibir un regaño de Anaximandro. - dijo el castaño en tono de burla. Milo simplemente le dirigió una sonrisa algo triste.  Cuando lo besó, Aioria lo sintió tan ansioso y desamparado como el día en que se conocieron.- Tranquilízate bichito, ya verás que todo saldrá bien. Lo sé, yo te cuidaré. - dijo Aioria y volvió a besarlo. Milo se refugió unos instantes en sus brazos.

- Sí... lo sé, sé que siempre puedo contar contigo gatito.

- Eso es cierto.

Se dirigieron a la funeraria. Hyoga contemplaba el impávido rostro de Camus, a su parecer el pelirrojo estaba a punto de estallar, solo que al parecer había algo que se lo impedía. Se sintió tentado a confortarlo, aparentemente nadie más lo haría.  Ni siquiera Milo.

Cuando llegaron a la funeraria Hyoga se sorprendió al encontrarse con que el sitio estaba repleto de celebridades del ballet de todos los tiempos.

Los miembros de la familia Scouros contemplaron con absoluta extrañeza a Camus. Les resultaba verdaderamente extraño  que hubiera llegado con Milo y su familia. Los primeros en acercarse fueron los primos mayores, los gemelos Saga y Kanon.

- Buenos días.- dijo el siempre correcto Saga. - ¿Te encuentras bien Milo? Te noto algo pálido.

- Estoy perfectamente Saga, solo un poco cansado, es todo.

- Creo que será mejor que vayas a sentarte un momento, recuerda tu estado. - dijo Kanon.

- Tus primos tienen razón bichito, recuerda que debes cuidarte y también a nuestro bebé. - susurró Aioria tomando la mano del rubio.

- Vayan, papá  y los tíos están allá atrás. - dijo Saga. Camus intentó  seguir a la pareja y a Hyoga pero los gemelos le cerraron el paso.  El par de imponentes figuras de largas melenas negras y furiosos ojos verdes le impidieron pasar.

- No tan rápido. - le dijo Kanon.

- No tenemos idea de cómo fue que lograste acercártele tanto, pero esta vez si estamos preparados. No sabemos que pretendes, pero queremos advertirte algo. No vamos a permitir que le hagas daño nuevamente. - le dijo Saga.

- Ya le arruinaste una vez la vida, ¿te imaginas siquiera lo duro que fue para él? no, no te lo imaginas y eso es obvio porque te largaste dejando que se enfrentara solo a todo aquello que tú causaste. Te largaste como una vil y vulgar rata. Pero esta vez... esta vez no vamos a permitirlo.  El ha vuelto a sonreír y ni tú ni nadie va a arrebatarle eso de nuevo, ¿he sido lo suficientemente claro? - dijo Kanon.

- Ustedes y sus bravatas de criminales, ya no estamos en el colegio  ni somos adolescentes. Vine aquí porque quise hacerlo, por mi madre; y ustedes ni nadie va a impedirme estar aquí. ¿He sido lo suficientemente claro? - dijo Camus. Los gemelos simplemente lo miraron con una mezcla de odio y desprecio.

-Guárdate tus estupideces Camus, no es el lugar ni el momento para hacerte aterrizar en la realidad. - dijo Ángelo, su más fiero detractor.

-Death. - dijo a sus espaldas una suave voz  que Camus no tardó en reconocer. Se trataba de Mu, el esposo de Ángelo, y el único que podía llamarle Deathmask en su cara sin el riesgo de perder algún diente. - Basta, esto es un funeral, no un circo, él es su hijo y aunque te pese tiene derecho a estar aquí. - dijo aquel hombre de aspecto delicado clavando sus ojos esmeralda en Camus.

- De acuerdo, vayamos con Milo. - dijo Saga. Mu tomó la mano de su esposo y él se dejó llevar por ese hombre de larga cabellera castaña. Death miró a Camus con aquellos ojos de tintes violáceos cargados de furia. Mu se apresuró a llevarlo lejos del pelirrojo.

- Ustedes tres deberían tranquilizarse. - dijo Mu cuando ya se habían alejado. Los gemelos fingieron no escucharlo. - Ustedes no son ningún dechado de virtudes, ¿sabían? - dijo mientras intentaba arreglar un oscuro mechón de la cabellera de su esposo.

- Lo sé... pero él, él si que es un infeliz...

- No te metas en este asunto Death, no te corresponde.

- No puedes pedirme eso Mu... tú sabes que si yo hubiera intervenido se hubieran evitado tantas cosas.

- El hubiera no existe Ángelo. - dijo el castaño acariciando la mejilla de Death.

- Aún así... no podemos permitir que se le acerque de nuevo. - dijo Kanon.

- Ustedes siempre lo sobreprotegieron... pero me temo que en esta ocasión concuerdo con ustedes. - los gemelos le dirigieron una mirada cargada de desprecio a Camus. El pelirrojo notó el escarnio al que era sometido, le trataban como si fuera un apestado. No le extrañó. Así había sido desde aquel accidente.


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