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Sin olvido por zandaleesol

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Draco se paseaba por su despacho muy nervioso, lo que le producía este estado era una carta que acababa de recibir de la persona que menos lo hubiese imaginado.

El joven con la fuerza de su imaginación juvenil, revivía las escenas inolvidables junto a Harry, experimentaba la sensación de algo inconcluso, de tenerlo en sus brazos, apasionado y estremecido, desfalleciente palpitando una vez más. Su temperamento sanguíneo, de persona de acción, hacia surgir los deseos con fuerza pasmosa y el deseo era en él desde siempre como un principio de acción.

Como surgían esos días, tan lejanos perdidos en la noche de los tiempos a pesar de que sólo habían transcurrido cinco años. Cuando miraba al pasado y luego investigaba su propia alma, se sorprendía de haber podido engañarse tanto, existía en aquel tiempo entre ambos la más absoluta comunidad de almas, una fusión de todos los sentimientos y formas de ver la existencia.

Al pensar en el presente comparándolo con aquel pasado, ese pasado irreparablemente muerto lo acosaba, las ilusiones de su juventud las había dejado caer una a una, como las hojas de los árboles, primero mustias, luego marchitas, después arrastradas por el viento llevándolas arremolinadas quizá dónde. Y por extraña incoherencia y contradicción de su alma, se complacía a veces, evocando el recuerdo de aquellos días con la amarga voluptuosidad y el sentimiento de recuerdo entristecido de quien halla en el fondo de un cajón, al rayar la vejez el retrato ya olvidado de sus años juveniles.

A esto se añadía en él, un lento desencanto de transformación desesperante, realizada a su propia voluntad, y un sentimiento de impotencia absoluta para impedir los fatales cambios de la vida. Una obsesión de ensueños y de recuerdos pasados le apartaba más y más de la realidad del presente, pero, sin embargo, continuaba amándolo con la misma exaltación, con el mismo extremo amor de los dieciséis años, sintiendo aún esa relación íntima y agonizante entre el amor y la muerte.

El era todo lo que siempre había necesitado, lo que reclamaba su naturaleza ardiente, profunda e íntimamente sensual. Recordaba los comienzos de ese amor, cuando en las intimidades de pareja comenzaban a diseñarse entre ellos, ese acuerdo fisiológico indecible de dos temperamentos que encontraron su punto de contacto. Sus imaginaciones que marchaban al unísono, movidos por la comprensión hallada el uno en el otro.

De esa forma poco a poco habían ido naciendo esos acuerdos fundamentales y secretos, siempre ignorados por quienes les rodeaban, surgidos en el laboratorio de esos temperamentos ardientes y del desarrollo natural de esas personalidades antagónicas, pero que sentían y concebían la vida a través del lento nacimiento de ese amor y de dos corazones que lograron unirse.

De esa manera fueron encontrando poco a poco el acuerdo de esas dos impetuosidades que comenzaban a entenderse y, a pesar de ser sus vidas encaminadas por rumbos distintos, a pesar de esas diversas formas de existencia, el entendimiento fue naciendo inevitablemente entre ellos, como nacen los rayos del sol al amanecer, cada vez más radiantes, más luminosos, separando las tinieblas, derrumbando muros invisibles, intangibles, originando deleites misteriosos, sin estar seguros de si estaban más lejos o más cerca, si se estrellarían o en qué dirección marchaban.

Ambos habían sentido de pronto que nacía un total acuerdo entre ellos, en cada palabra, en cada gesto, cada eco de la voz del otro que sonaba verdadero y jubiloso a los sentidos de cada uno llenándoles de insospechada alegría.
Eran dos jóvenes unidos por una cadena de amor eterno, se ataron en un círculo apasionado imposible de romper, a medida que ambos descubrían ideas y sentimientos sin necesidad de usar palabras, bastaba mirarse, y cuando ya se habían examinado a sí mismos, veían en el otro el fortalecimiento de ese amor que iba cubriendo sus almas y despertándolos, tal como la nieve impalpable e imperceptible se derretía en forma lenta y segura iluminada por los calidos rayos del sol.

Draco sentado en su escritorio en una especie de trance con todos estos sentimientos y recuerdos; no pudo evitar despreciarse a si mismo una vez más por la gran pérdida que era su vida, la sombra caía y sentía que la soledad llenaba su alma, el tedio ante las frivolidades de la vida y el desencanto de sueños rotos por su propia voluntad; tenía conciencia de la breve duración de las alegrías humanas y sintió nuevamente en su corazón como tantas otras veces en esos años la opresión de la angustia de la sombra que era su vida.  

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