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AMANTES Y RIVALES por desire nemesis

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Despertó con unas voces hablando cerca—Así que esto era lo que escondía el jefe—eran los guardias de la casa a los que solo se les permitía entrar para entregar comida al prisionero o liberarlo para que fuera al baño. Sus caras denotaban malas intenciones—Así que al jefe le gusta jugar ese tipo de jueguitos. ¿Eh?—preguntó acercando su cara a la de Fye que estaba atado a la pared, y con la ropa algo desarreglada sobre la cama, su posición, semi de costado con el cuello de la camisa abierta y la corbata desatada era muy sensual y además podían verse ciertas marcas bajo la camisa que de normalmente no se veían.

 

¿Qué se supone que miran?—preguntó DeFluorite con desafío y uno de los tipos sonrió.

 

¡Así que te crees muy muy porque le gustas al jefe! ¡Que eres carne prohibida!—preguntó el tipo con una cicatriz sobre la ceja izquierda. Bajó una mano hasta su cintura para empezar a desatarse el cinturón—Yo te demostraré que no lo eres—

 

¡Maldito! ¡Atrevete y verás!—le dice Fye.

 

Kuno, si el jefe se entera…--le dijo su compañero al otro.

 

¡Calla, Ryuichi! Si no te atreves vete de aquí. Me comeré este manjar yo solito. Vete y deja de llorar como una nena—dijo a su compañero—Estoy seguro que lo mismo le dices al jefe—le dijo al ojos azules.

 

El otro esta intranquilo pero se vé que quiere seguir su ejemplo mientras Fye piensa que si le ha dicho lo mismo a Kurogane pero la situación vaya a saber por qué se le hace muy distinta en el interior. Kuno luego de dejar caer sus pantalones jala las piernas de Fye para llegar a su cintura y desde ahí halar sus pantalones. Cuando el rubio se siente desnudado y admirado por esos dos pares de ojos libidinosos una gran repulsión se apodera de él y empieza a patalear.

 

¡Si no vas a irte ayuda!—le dice Kuno a Ryuichi y este se acerca para agarrar una de las piernas del rubio mientras el de la cicatriz se apodera de la otra. Esto esta mal, se dice DeFluorite de pronto atemorizado pues sabe lo que pretenden, pero no lo dejará ver en su rostro. Kuno se apodera de ambas y las empuja para arriba--¡Al jefe le debe gustar que seas tan poco colaborativo!—le dice el pelinegro mientras el castaño mira con atención—No está bueno que dañe el juguete del jefe por lo que deberé hacerlo bien—dice el pelinegro mientras le pide a su amigo—Vuelve a agarrar la pierna—después mete tres dedos en su boca.

 

¡Malcomunado!—grita el ojos azules con chispas saliendo de sus ojos, luego siente como un dedo se introduce en su entrada. Se siente mal. No se siente como antes. Como con él. Otro dedo se une con el otro. Aunque es mas suave que lo que el otro le hiciera la ultima vez se siente horrible. En verdad quiere que se detenga pero no lo hace. Cuando saca sus dedos el ojos azules sabe lo que va a venir y se tensa. Es por eso que duele tanto cuando el otro se introduce aunque le haya preparado. Pero el grito muere en su garganta. Nadie lo escuchara quejarse o rogar. Así no es él.

 

Las embestidas son fuertes y Fye enfrenta con sus ojos a los de su enemigo mientras este que se ha apoderado de sus dos piernas continua empujando con sus caderas y el otro se ve realmente excitado.

 

El rubio no siente lo mismo. Solo espera que eso termine mientras el otro lo hace se queda esperando con los ojos cerrados que salga de él. Cuando siente que este lo ha hecho se alivia un poco pero de inmediato lo siente de nuevo entrar. Lo mira sorprendido pero no es el pelinegro el que ha entrado. Es el castaño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Kurogane llegó más tarde de lo usual esa noche. Había tenido que ir a conversar con un dueño de disco con el que tenía un negocio común y el hombre insistió para que se quedara a tomar unos tragos con él. También invitó a unas empleadas a que se sentaran con ellos en la mesa, chicas muy lindas y divertidas. De la clase de chicas que usaba para entretener a sus clientes más importantes. Pero eso no importaba para Fuko que no le hallaba encanto a tal encuentro. Pronto se dio cuenta a que era porque en su cabeza alguien más no le dejaba concentrarse. Saludó al guardia por su nombre al entrar y vio tal vez el destello de una mirada soberbia en ese tipo pero no le prestó demasiada importancia.

 

El rubio estaba recostado dándole la espalda, con la cara hacia la pared sobre la que estaba empotrado el pequeño catre.

 

¿A que sigues disgustado?—le preguntó sabiendo de antemano que se hallaba despierto y como el otro trataba de ignorarlo, encendido en ira lo agarró de una pierna mientras le decía—¡Oy!—pero al tirar de él percibió algo raro. El otro sin motivo aparente se encogió un poco de dolor al voltear. Las alertas de Kuro saltaron al instante. ¿Qué sucedía ahí?

 

De inmediato vio un cambio en la mirada del otro. Era casi imperceptible pues su mirada se negaba a ceder pero había algo profundamente diferente en ella que el ojos rojos alcanzaba a percibir. De inmediato levantó la pernera del pantalón por la que lo había halado y halló allí marcas que él estaba seguro de no haber dejado.

 

Entonces su mirada cambió pues una ominosa duda se había hecho con su mente. Sus ojos miraron de nuevo a los azules y su mano nerviosa procedió a apartar a tirones la ropa interior del otro. La cama tenía nuevas sábanas y era evidente que hacía poco el otro se había lavado por el olor a jabón pero esa entrada estaba demasiado enrojecida para haber estado intacta casi un día.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fye vio sus ojos rojos encenderse y supo que el otro sin necesidad de preguntar lo sabía. No dijo una sola palabra y se fue. Era claro que regañaría a sus subalternos por lo hecho, el otro no esperaba más. Él no era más que un suvenir y ambos eran hombres de negocios turbios. Esperar más sería una idiotez, se dijo mirando al techo.

 

Entonces un fuerte estruendo se oyó y la puerta de entrada que se veía desde su cama se abrió de golpe dejando caer a uno de esos tipos dentro. A pesar de que el otro hombre era de una contextura parecida a la de Kurogane Fuko de hecho se veía ahora como un hombre normal tirado a sus pies.

 

El ojos rojos levantó al otro con un solo brazo del cuello de la camisa.

 

¡Jefe yo no…!—una cachetada que era como un camión con acoplado interrumpió lo que decía el tal Kuno que lucía aterrorizado--¡Jefe!—otra--¡Je…!—otra mas y al suelo. El otro estiró su mano como pidiendo perdón pero el enloquecido pelinegro no buscaba excusas, ni siquiera hablar, lo golpeaba en el suelo como si de un balón de balonpie se tratara, una, dos, tres, cuatro veces, inmisericorde y en el más absoluto silencio, solo sus misteriosos ojos rojos hablaban de una furia infernal desatada en su dueño.

 

El otro guardia abrió una puerta interna pues venía de la parte trasera de la casa llamado por los sonidos de pelea. Al entrar vio lo que sucedía y por sus ojos Fye pudo ver que adivinaba lo que impulsaba a su jefe a hacer eso. Corrió de inmediato buscando alejarse de su castigo. El rubio lo perdió de vista como a su rival que fue tras él. Se oyeron sonidos de cosas cayendo y rotura de vidrios en la otra habitación, después golpes y más golpes y más tarde silencio.

 

Pero no un silencio normal, sino uno de esos silencios que te crispa y te avisa que se acerca una cosa temible y espantosa. Como el silencio que se escucha veinte segundos antes de desatarse un huracán en el mar.

 

Los ojos azules esperaban fijos en la puerta interna para ver quien salía aunque muy dentro sabía quien lo haría y él salió, miró el cuerpo encogido en el piso por un momento y luego desdeñándolo se fue directo hacia él. Sus ojos rojos taladraron los propios y Fye le vio sacar su navaja, poco a poco la acercó a la cara del rubio.   


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