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Suffering and grief por Kitana

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Notas del capitulo: Como de costumbre, historia especialmente dedicada a mi super escritora: Crawlingbutterfly, jo jo espero que sea de tu agrado nena.

Contempló el reflejo que le devolvía el espejo, estaba sonriendo, ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sonriera de esa manera? No podía recordarlo, hacía tanto tiempo ya...

La razón era simple, Hyoga, su Hyoga, el jovencito que se había colado en su corazón de una manera por demás inesperada y a esas fechas ya le amaba de un modo que él mismo no podía creer. Sonrió al imaginarlo esa noche en el estreno, definitivamente estaba en camino de ser grande, de ser lo que él siempre quiso ser.

Tenía miedo, miedo de que ante ese nuevo mundo de posibilidades que se abrían ante él, Hyoga desistiera de estar con él, Hyoga comenzaba en ese mundo, todo era nuevo, brillante y plagado de misterios por descubrir, pero para él, para él todo aquello era historia antigua, una historia que dejaría atrás por siempre.

Las cosas se mantenían en calma, tensas pero calmas con el resto de la familia. Milo le aceptaba, Aioria tenía sus reservas, el castaño simplemente había dejado de tratarle con cortesía, sospechaba algo, y Hyoga no se había atrevido a hablarle abiertamente del tema pues temía su reacción.

Aioria parecía no estar de acuerdo con que nadie se le acercara a su sobrino. Con el paso de los días, su hostilidad hacia Camus había ido en aumento, y si le toleraba en casa era solo por la reciente reconciliación con Milo, de otro modo se las habría arreglado para echarle. Después de lo sucedido con Isaac, no confiaba en nadie que estuviera cerca de Hyoga.

Esa noche, los Cavafis se encontraban sentados en la primera fila del auditorio, Milo sostenía la mano de Aioria en un intento por obligarlo a permanecer en su asiento.

- Sabes que tarde o temprano encontrará a alguien. - le dijo en voz baja. Aioria frunció el ceño.

- Cariño, no dudo de que lo encuentre, pero que no sea él.

- ¿Por qué? ¿Es por lo que te conté? - preguntó el rubio temeroso de que su confesión hubiera dañado a Camus aún sin quererlo.

- No, no es por eso. Sigo pensando que es muy mayor para él. Es mayor aún que yo.

- Tú eres muy joven.

- Eso no quita el hecho de que le lleva más de diez años, no me gusta. Además, aún esta el asunto de Isaac, Hyoga tal vez no debería apresurarse.

- De eso ha pasado poco más de un año, tú tienes algo más en mente.

- De acuerdo... pero tienes que prometer no enojarte si te lo digo.

- Bien, dímelo y veré...

- Milo...

- Solo dilo Aioria.

- Hablé con Saga...

- ¿Por qué no me sorprende?

- Me buscó hace unos días en la oficina, me pidió que no te dijera nada, ahora entiendo porque.

- ¿Qué fue exactamente lo que él te dijo?

- No quieres saberlo.

- Si quiero.

- Milo... él me pidió que aleje a tu primo de Hyoga.

- No entiendo... ¿por qué hace esto...? Creí que Shaka habría conseguido convencerlo de que dejara este asunto por la paz... - dijo Milo acongojado.

- Cariño... yo, no quiero que lo lastimen... soy todo lo que tiene, tengo que cuidarlo, no me perdonaría verlo tan devastado como cuando pasó lo de Isaac.

-Sé que pretendes cuidarlo, pero tienes que dejar que viva su vida a su modo. No puedes ni debes evitar que acumule experiencias.

- Lo sé... pero... de repente siento que ha crecido demasiado y yo me lo he perdido.

-Te sientes como su padre... de cierta forma también lo siento así, de repente ha madurado...

- Ha dejado de ser un niño, cuando estaba con Isaac, lo veía tan distinto a como lo veo ahora...

- Solo déjalo volar querido, sólo déjalo vivir a su manera.

Aioria miró a su esposo a los ojos, aquella sonrisa le incitaba a confiar, pero... ¿de verdad debía hacerlo? No estaba seguro, tenía que saber más.

Camus se mantenía cerca de los camerinos, estaba nervioso, una cosa era presentar una puesta semejante como bailarín y otra muy distinta en el papel de director. Los nervios eran terribles, casi insoportables.

- Hola. - dijo aquella voz que le sonaba a trinos celestiales. Era Hyoga, el jovencito se veía hermoso con aquel vestuario.

- Te ves hermoso. - el propio Camus se sorprendió por aquel comentario. No era muy dado a manifestar aquella clase de emociones, sin embargo, con Hyoga, todo parecía especial, distinto, nuevo y maravilloso a cada paso del camino.

-Gracias. - dijo Hyoga con una sonrisa hermosa.

- ¿Sabes? He estado pensando que... es tiempo de hablar con Aioria. Esto no es un juego para mí, y quiero que él sepa que mis intenciones hacia ti son del todo honorables...

- Él se dará cuenta de que así es, no creo que se deje influir tan fácilmente por los gemelos.

- Eso espero... tú no los conoces como yo, esos dos son capaces de venderle a un paralítico un par de patines...

- Nunca los imaginé capaces de lo que han intentado...

- ¿De que hablas?

-Saga me buscó, hace unos días habló conmigo, me temo que también habló con mi tío, así que no sé si estará en buena disposición para charlar contigo.

- ¿Qué fue lo que te dijo Saga?

- Que no me conviene estar a tu lado, que vas a abandonarme como hiciste con él. - dijo el jovencito con la voz quebrada por el llanto, no había podido evitarlo, se había puesto a llorar a pesar de que quería resistirse, a pesar de que quería olvidar todas las palabras de Saga, éstas resonaban en su mente cada vez que miraba a Camus, de alguna manera, Saga había conseguido su propósito al causarle tal desazón.

Camus le abrazó y limpió sus lágrimas.

- No tengas miedo... no me atrevería a abandonarte, no lo haría porque te amo como a nada en este mundo... lo único que quiero en esta vida es estar a tu lado.

- Él dijo cosas terribles... no las creí, pero...

-Pero tienes tus dudas después de lo que te conté, ¿no es cierto? - Hyoga asintió. - Comprendo que sientas dudas después de lo que sabes de mí, temes que me aterre de nuevo y salga corriendo, pero te juro que no lo haré, te juro que jamás voy a separarme de ti, que nada ni nadie va a arrancarme de tu lado... si siquiera yo mismo.- se abrazaron, Hyoga se serenó un poco, tenía tanto miedo de que lo dicho por Saga fuera cierto.

La tercera llamaba se escuchó, Hyoga tenía que salir a escena, se despidieron con un fugaz beso. Hyoga intentó concentrarse, pero durante toda la representación, simplemente no pudo sacar de su mente las palabras de Saga.

Va a dejarte cuando menos te lo esperes, cuando más le necesites...

 Lo dicho por el gemelo resonaba una y otra vez en su mente, podía sentir el temor irracional de la pérdida.

A pesar de que lo conocía hacía relativamente poco, a pesar de que no llevaban más que unos cuantos meses de convivencia, amaba a Camus, de alguna manera el pelirrojo se había ganado su corazón.

Una dicotomía se había formado en su corazón.

Por una parte se encontraba el profundo amor que comenzaba a gestarse entre ellos, pero por la otra, el pasado no tan remoto con Isaac.

No quería sentirse como con Isaac, no quería ver en los ojos de Camus la indiferencia que había visto un día en los ojos de ese joven al que amó tanto. Le amaba, no quería separarse de él por nada del mundo. Pero temía a las consecuencias de ese amor, temía no poder recuperarse de un nuevo abandono...

Al término de la representación, Camus estaba esperándole en el camerino del cuerpo de baile con un enorme ramo de camelias.

- ¿Camelias? - dijo el menor tomándolas en sus manos.

- Son muy literarias... además, nunca me han gustado las rosas. - dijo Camus con una sonrisa. Hyoga se dejó envolver en un abrazo del mayor. Hyoga no podía dejar de sonreír, estando así, no pensaba en lo dicho por Saga, no pensaba en lo sucedido con Isaac...

Tuvieron que separarse cuando llegaron hasta ahí Aioria y Milo, el francés se sintió sumamente incómodo al notar la manera en la que le miraba el tío de su amado. Aioria lucía una expresión particularmente feroz, algo que no encajaba con la idea que se había formado del gentil esposo de su primo.

- Me gustaría charlar contigo después, Aioria. - dijo el francés dominándose, estaba demasiado nervioso.

- Tendrá que ser en otra ocasión, mañana debo levantarme temprano, tengo que viajar.- dijo Aioria cortante.

- De acuerdo, cuando vuelvas podremos hablar serenamente. - dijo el francés.

- ¿Qué les parece si vamos a cenar? Hace tanto que no salgo que se me antoja cenar fuera una noche. - dijo Milo intentando romper la palpable tensión entre su esposo y su primo.

A regañadientes, Aioria se dejó arrastrar por su esposo en dirección al restaurante favorito de Hyoga. Estaba de mal humor, no creía que Camus se atrevería a intentar hablar con él acerca de Hyoga.

Había creído que Camus era un hombre amable, sencillo, sin dobleces de ninguna clase. Pero luego de las conversaciones con Milo y Saga, su opinión había cambiado.

Primero se había sentido ofendido, ese hombre iba a y venía en su casa, tal vez intentando algo con su esposo, tal vez desde el principio enfocado a su sobrino, no podía saberlo, lo que si sabía era que empezaba a detestarlo. No solo por su intervención en el desastroso pasado de su esposo, también por esa sensación de traición que se anidaba en su pecho con más y más fuerza. No dejaba de verlo como el ladrón que se había internado en su casa para robar algo que él consideraba precioso.

Además, consideraba que su sobrino no estaba listo para la clase de relación que un  hombre de la edad de Camus esperaría tener.

Hyoga era, en muchas formas, aún un niño. No le veía lidiando con alguien dotado de la malicia que creía ver en el francés.

Por si todo aquello fuera poco, lo dicho por Saga había venido a destruir la buena imagen que Camus hubiera tenido en su concepción. No lo quería cerca, ya no de su esposo, de su sobrino. No iba a permitir que Hyoga  volviese a sufrir todo lo que había sufrido con Isaac.

Había pasado más de un año para que su sobrino volviera a ser el de antes, y no iba a dejar que ese hombre, por mucho que dijera amarlo, le destrozara las alas nuevamente.

La cena transcurrió en medio de la tensión entre Camus y Aioria.

El francés intentaba sacarle conversación a su primo político, topándose cada vez con un muro de indiferencia que comenzaba a irritarle. Hyoga notó la guerra sorda entre esos dos hombres a los que sin lugar a dudas amaba. No le gustaba nada esa situación. Ni él ni Milo sabían que hacer para aliviar la tensión. Hyoga tuvo miedo de que la cena terminara con alguna escena indeseable, protagonizada por su tío y su pareja.

Conocía el carácter de Aioria. Su tío era pacífico hasta que se atrevían a tocar algo o alguien que era importante para él. Y Hyoga lo era.

Por suerte para todos, la cena terminó  sin que las  fricciones llegaran a un punto difícil de manejar. Para  disgusto de su tío, hyoga decidió acompañar a Camus en su auto al volver a la casa de los Cavafis.

Milo no se atrevió ni siquiera a hablar, el mal humor de su esposo era legendario.

- Empiezo a creer que tu tío me odia. - dijo Camus cuando estacionó el auto frente al domicilio de los Cavafis.

- Él no te odia... es solo que...

- Que la conversación con Saga le influyó más de lo que creías, ¿no es cierto? - dijo el francés.

- Lo sé, pero, yo hablaré con él y lo haré entender como son las cosas en realidad.

- No tiene caso... por cada argumento que le des a mi favor, Saga le dará diez más...

- No seas tan pesimista. Cuando Aioria vea que soy feliz, se dará cuenta de que lo que Saga dice son solo palabras.

- ¿Eso piensas? - preguntó Camus esperanzado.

- Sí, es eso precisamente lo que creo. - Camus sonrió y sostuvo fuertemente la mano de Hyoga.

- Gracias por creer en mí. De verdad... sí tú no creyeras en mi, no sé que pasaría conmigo... te me has vuelto indispensable, Hyoga. Realmente indispensable, te amo de una manera en que no admite límites.

- También te amo, Camus... tanto como no creí que podría volver a amar.

Se abrazaron, Hyoga escondió el rostro en el amplio pecho de Camus, pensando que ve verdad no podían estar separados, que quien quiera que intentara arrebatarlo del lado de Camus, fracasaría estrepitosamente porque estaba decidido a llevar ese amor hasta sus últimas consecuencias, lo amaba y sin importar quien se interpusiera, seguiría a su lado, porque creía en ese amor, creía en lo que los ojos de Camus le decían.

Al interior de la casa, Aioria no perdía detalle de lo que ocurría en el auto de Camus. No le gustaba nada el apego que Hyoga estaba mostrando por él.

- Vamos a la cama, gatito. - dijo Milo amorosamente al ver que su esposo no se despegaba de la ventana.

- Adelántate, tengo que afinar algunas cosas antes del viaje. - dijo Aioria abrazándolo.

- ¿Tardaras mucho?- preguntó Milo.

- No lo creo, solo serán dos o tres días como máximo, no quiero despegarme de ti ni de nuestro bebé, ero, hay que hacer esto cariño. - lo abrazó con fuerza - ¿Estarás bien?

- Por supuesto, me has dejado en manos de mis sobre protectores primos, ninguno de ellos va a dejar que nos pase nada. Aioros y yo vamos a estar bien. No tienes que preocuparte tanto.

- Lo sé, pero... me cuesta tanto separarme de ustedes.

- Créeme, a mí tampoco me gusta tenerte lejos. - dijo Milo besando su mejilla. - Me voy a dormir, aprovechemos que Aioros duerme. - dijo con una sonrisa.

- Te alcanzo en un momento.

Aioria se quedó solo en la sala, no quería que Hyoga le encontrara ahí. Ya llevaba un buen rato charlando en el auto con Camus, eso le tenía disgustado, se había esforzado por hacerle creer a su esposo que todo estaba bien, pero la verdad era que estaba molesto.

La conversación con Saga le había dejado un muy mal sabor de boca.

No concebía que Camus fuera capaz de tanta hipocresía. Tenía que hacer algo.

Unos veinte minutos más tarde, Hyoga al fin entró en la casa, cuando escuchó el auto de Camus alejarse, se decidió a hacer esa llamada que había dudado tanto en hacer.  Tomó el teléfono y marcó, tardaron un poco en responder.

-Hola Aioria. -  era la profunda voz de Saga.

- Hola Saga, pensé bien en lo que me dijiste... y quiero pedirte un favor.

- Adelante, sabes que puedes pedir lo que quieras, con toda confianza.

- Se trata de mi esposo y mi sobrino.

- Dime, ¿en que manera puedo serte útil?

- Quiero que mantengas a Camus lejos de ellos en tanto yo regreso. No tardaré mucho, pero no lo quiero cerca de mi familia sin que yo pueda vigilarlo.- Aioria no pudo notarlo, pero al otro lado de la línea, Saga sonreía ampliamente.

- Dalo por hecho, de mi cuenta corre que ese arrivista no se acerque para nada a tu familia.

- Te lo agradezco... te veré cuando vuelva.- dijo Aioria y colgó para ir  a su habitación, necesitaba sentir a Milo cerca, más que nunca, sentía que el equilibrio de su pequeño universo iba a ser trastocado por la intervención de ese hombre que parecía amenazarlo todo con su sola presencia.

En tanto, en la casa de Saga Gemini, este había comenzado a hacer llamadas. La última de ellas fue a Ángelo. Cosa que no le agrado demasiado.

- ¿Quién era? - dijo Mu desde el tocador, se encontraba cepillando su larga cabellera.

- Saga. - dijo Ángelo con sequedad.

- Por tu cara y por como hablas, creo que lo que te dijo no te ha gustado nada.

- No estoy contento, nada contento Mu.

- ¿Por qué lo dices?

- Porque Saga ha encontrado el pretexto ideal para lanzarse contra Camus, y lo peor es que ha conseguido que Aioria se ponga de su lado.

- Eso es grave... ¿Milo sabe de esto?

- Lo dudo.

- ¿Qué piensas hacer?

- Lo único que me queda por hacer, hablar con ese cabeza hueca de Camus. Si Saga esta tan decidido a hacer algo, Kanon lo apoyará. Tío Anaximandro estará del lado de sus hijos, lo cual nos deja al resto con pocas opciones.

- No me gusta cuando hablas así.

- A mi tampoco me gusta cuando tengo que hablar de esta manera... pero es el caso de que tenemos que tomar previsiones.

- ¿De que clase de previsiones hablas?

- De las únicas que podemos tomar, evitar tomar partido, ayudarlo en lo que sea posible sin comprometernos demasiado, nuestra posición en la familia sigue sin ser la más favorable.

- Tal vez deberías hablar con Emmanuel, él podría intentar convencer a Anaximandro de no intervenir.

- Anaximandro hará lo que Saga diga que haga, así son las cosas, y Emmanuel no podrá hacer mucho.

- Lo sé, pero, tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados mientras esto sigue creciendo.

- Es verdad... haré lo que pueda.

- Gracias...

- ¿Por qué?

- Porque sé que en el fondo haces todo esto porque yo te lo pedí. - dijo Mu sonriendo.

- Nunca he podido negarte nada... - dijo tomando el teléfono. - Voy a llamar a Camus.

Mu contempló a su marido, no estaba seguro de en que iba a parar todo aquello, pero si Ángelo había decidido intervenir a favor de Camus, no pararía hasta conseguir reivindicarlo, su esposo al fin había abierto los ojos.


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