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El ritual por karin_san

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Notas del fanfic:

Tenía antojo marinero hahahhaha

Notas del capitulo:

Amo el KanonxMu

El ritual



La luz se columpiaba a través de la ventana a medida que la brisa mediterránea mecía las cortinas azules de su habitación. Tenía diecisiete años y quería ser un marino de la fuerza naval griega. Su hermano gemelo también, se recordó plantándose ante el espejo y observando su cabello largo caer hasta por debajo de su cintura por última vez. Tomó aire, bajó al primer piso y se sentó en la cocina dispuesto a realizar su ofrenda a Poseidón. Su hermano menor, Milo, junto a sus amigos Aioria y Mu, lo espiaban entre divertidos y curiosos a través de la puerta. Soltó una puteada e hizo un ademán con su mano para echarlos, bastante nervioso estaba como para aguantar las burlas de un par de mocosos, sin embargo, no se fueron, y Milo no paró de hacer morisquetas mientras su mamá cortaba su cabello. 

(Muchos años después encontré entre los libros de Mu un mechón de mi cabello)


“No estaba tan mal” se animó comprobando su nuevo aspecto, ya uniformado y con un bolso a cuesta se disponía a dejar la casa que cobijó su infancia junto con su hermano. Pero antes vino el abrazo de su madre; las lágrimas de Milo. Sonrió y les prometió volver pronto con una medalla en el pecho. Su madre solo le rogó volver y luego, a cada uno de ellos por separado, cuidarse el uno al otro. Suspiró la promesa al tiempo que revolvía el cabello de Aioria, iba a repetir el gesto con Mu pero lo encontró ocupado tartamudeándole su “adiós” a Saga. Se encargó del problema. “Creo que el pequeño quiero decirte que vuelvas pronto así se casan” dijo echándose a reír. Mu se sonrojó y escupió furia a través de todo el ancho de sus ojos, pura esmeralda.  “Solo bromeaba” agregó forzando el abrazó mientras pensaba que ya pasaría. No pasó. Durante los siguientes cinco años no pasó. Durante los siguientes cinco años el tibetano se negó a saludarlo y se dedicó ignorarlo cada vez que regresaba de visita a su hogar.

—Vamos, Mu, no puedes estar enojado por eso aún, salúdame al menos— aprovechó a sacar el tema un día en que lo encontró en el mercado de Plaka poco después de desembarcar. El tibetano pasó el peso de las bolsas de un brazo a otra mirando su reloj. —Mu…— insistió sujetando su mano prontamente ansiosa por escabullirse.

—A ti no te puedo hablar. A Saga ni siquiera lo puedo ver— le respondió zafándose del contacto e intentando proseguir camino sin él, sin embargo, el marino secó el sudor de su frente y le colocó su gorra al menor al tiempo que le quitaba las bolsas que cargaba para acompañarlo a la casa que habitaba con sus abuelos y sus dos hermanos: Shion y Kiki. 

—Solo fue una tonta broma.

—Era un niño, me avergonzaste…

—Aún eres un niño, sino no actuarías así y estarías cogiendo nenes de tu edad y ya…

—Idiota…

—¿Qué? Vamos, Mu, Saga ni debe recordar ese día y está demasiado ocupado con su carrera para pensar en niños ¿por qué solo no haces caso a Milo o Aioria y ya?

—Quiero a Saga.

—Solo estás encaprichado.

—No sabes nada. 

Kanon dejó las bolsas en el suelo y sujetó su rostro, esbozó una sonrisa deleitándose con los curiosos y sutiles rasgos del adolescente. Las mejillas carnosas como los labios. La barbilla afilada, la mirada profunda, el cabello como seda pegado a su frente por el calor. 

—Tú, no sabes nada— refutó inclinándose para besarlo. Los labios de Mu permanecieron tiesos la brevedad del gesto. Su rostro caliente. Sus ojos mudaron de la sorpresa a la furia. 

—¿Ves? No es la gran cosa, el supuesto amor no es la gran cosa, no deberías estresarte tanto— dijo en tono aleccionador pellizcando sus mejillas divertido.

Mu trastabilló, pasó saliva, demoró la vista en el suelo buscando la palabra más venenosa de su vocabulario. No la encontró y tuvo que conformarse con sujetar sus bolsas de compras y girarse dignamente sobre sus talones para comenzar la segunda edad del hielo con el marino. Quizá y ahora tampoco lo mirara a él pensó, pero no, Mu si lo miró durante los días que se encontraron en la casa de su mamá, claro que con enojo, pero después de todo estaba bastante acostumbrado a eso. Un año más, un año menos.

Un año más. Y otro. Contaba con una mano las oportunidades que tuvo de pisar su tierra. Ascendió y representó a su nación en navíos que dieron la vuelta al mundo. Lo único que lo unía  a la tierra de sus ancestros eran las postales que le escribía Mu. Aún recordaba las primeras con una sonrisa rodando entre sus labios. Luego del beso él amigo de su hermano pequeño había quedado tan enojado que le escribió una postal solo para comunicarle su resentimiento y soltar las palabrotas que no logro articular tras la funesta escena.

•   “Estaba demasiado molesto para decírtelo en la cara en esos días. Pero fuiste un idiota. Y te equivocas, no sabes nada del amor ni de mí.”

•   “Sé que mi boca causa esos efectos, descuida. Y sé mucho de ti, te tomas todo muy a pecho. Y te gusta mi hermano :p ”

•   “Jajajaja qué gracioso. Idiota. ¿Y qué lugar es ese? la postal es hermosa…”


Y así, de a poco, comenzaron a hablar de otros asuntos haciendo a un lado el dichoso beso. El formato de postal exigía condensar en pocas líneas la vida, solo podía esbozar apenas una idea, un sentimiento, un pensamiento. Kanon admiraba el modo en que Mu podía expresar tan poco con palabras cuidadosamente elegidas, el por el contrario se sentía demasiado torpe con ellas. Hubo ocasiones en que solo le copiaba la letra de una canción que era su tema preferido en ese momento o le describía la costumbre más extraña de una cultura que visitó o le contaba alguna anécdota curiosa o le detallaba con exactitud fotográfica como era el mar en determinado lugar a determinada hora. Finalmente, una tarde, mientras se sentaba en un recóndito lugar del mundo le llegó la pregunta que esperaba pero no deseaba leer.

•   Milo logró conquistar al chico que le estaba ayudando a preparar sus materias, a tu mamá le agrada mucho el tal Camus, parece que es un joven muy correcto y responsable ¿y tú cómo estás? ¿Y Saga?

•   Sale con alguien, ya deja de pensar en él como idiota, ni tu nombre debe recordar.



Luego de esa línea cruel solo hubo silencio. Siquiera una queja le llegó en los meses sucesivos. Pese a que se disculpó admitiendo que estaba de mal humor cuando le escribió o a la postal detallada sobre un minúsculo pueblo en el confín del mundo. Pese al dragón de peluche que le envió desde oriente solo hubo silencio. Pese a las llamadas. Tuvo que esperar a que llegara su permiso para volver a Atenas. Lo irritó su ausencia. Su propio hermano menor le dijo: “no sé, hasta pareciera que desde que llegaste se lo tragó la tierra”

Suspiró enojado. Qué se jodiera si aún no maduraba lo suficiente, no necesitaba buscarlo ni verlo ni saber de él. Pero cuando acababa su mes de franco antes de retornar al servicio los nervios y la ansiedad comenzaron a masticar sus pensamientos. Quería al menos decirle que era un idiota (y que extrañaba sus postales con su estúpida letra tierna). No lo encontró en su casa, sino ayudando a sus abuelos en su barco pesquero, o intentándolo, rió burlón viendo los nudos que realizaba con las redes. El mismo tuvo que ayudar a los viejos para que Mu acabara antes y pudiera llevárselo con él. El menor lo acompañó de mala gana, siempre caminando varios pasos delante. No supo explicarse a sí mismo que hacía desperdiciando su último día en tierra así. Caminaron mucho bordeando la costa, primero el puerto, luego las rocas, finalmente la arena clara, sin embargo, él seguía sin dar muestra de querer hablarle.

—Mu…

Se cansó de su silencio pero las palabras que pensaba decir murieron entre sus bocas. El menor había recargado todo el peso de su cuerpo en la punta de sus pies y alcanzado sus labios que permanecieron tiesos por un breve lapso de tiempo. Muy breve. Cuando recuperó la rienda de sus pensamientos apenas podía respirar y sentía la garganta reseca. Mu se había puesto en cuclillas en la arena a esperar el aire llegara a sus pulmones tras ese demandante beso que habían permitido ser. Kanon se sentó a su lado, le puso su gorra sobre el cabello y encendió un cigarrillo.

—Eres un chico raro— soltó.

—Eres un marino idiota— apretó los labios— no era en Saga en quién pensaba, hace mucho que dejó de ser Saga— le tiró arena en el rostro dejándolo aturdido. ¿Cuándo dejó de ser Saga?

“El beso”

Le había arrancado la confesión bajo las sábanas. En la oscuridad de su habitación solo podían reconocerse con las yemas de los dedos, en la intimidad de sus cuerpos no había espacio para los secretos. Las mejillas carnosas como los labios se hilaban bajo su índice. La barbilla afilada, la mirada profunda hacían cosquillas a su pulgar. El cabello como seda aún estaba pegado a su frente por el calor que el sexo había irradiado.

“¿Te iras?”

“Sí”

No había espacio para las mentiras blancas tampoco bajo las sábanas. Nunca hubo una etiqueta para su relación que consistía en pocos encuentros cuando Kanon desembarcaba y volvía a casa. A sus brazos. Un consuelo cada vez más breve porque aunque internet fuera un buen engaño a la distancia, no lo era del mismo modo a los cuerpos. Eso ambos lo sabían y aunque mantenían la magia a través de la pantalla está se evaporaba ante la carne, ante los pasos que daba la vida.  

—¿Cuántos?

—Unos cuantos.

—¿Alguno en especial?

—Tú— ante su respuesta Mu besó sus labios, sabía que no era solo suyo pero sí que lo era todo para él.

—¿Y tu?

—Me acosté con tu hermano.

—¿Milo?

—Estaba mal por separarse de Camus, se quedó unos días aquí… pasó… 

Nada que sus manos no pudiesen borrar en el ritual del encuentro. Besos, caricias, parejas, todo podía hacerlo desaparecer en esa cama, en solo unas horas. Al menos el primer año, el segundo, el quinto. Levemente, como el mar que engulle islas, la distancia los devoraba. Cada vez costaba más sostener lo insostenible pensó observando a Mu esa noche con los ojos humedecidos mientras lo penetraba. Pensó que podía ver a Kanon y decir: “no, estoy viviendo con él y lo amo. No lo engañaré”. Se equivocó porque Kanon era un huracán y no amainó su deseo el llanto de Mu, pensar en la culpa que la sombra de su esposo proyectaba en él lo irritaba. Lo encendía. Caldeaba sus celos. “Me separé ¿feliz?” había odio en sus palabras, había rabia con la tormenta que solo regresaba para azotarlo, dejar su mundo en trizas y perderse en la distancia. “Sí. Era un imbécil. No nos entendía…” el golpe. La risa. La cama. Cada vez costaba más. La luz se columpiaba a través de la ventana a medida que la brisa mediterránea mecía las cortinas azules de la habitación. Un año más y otro. El amor y el odio. La espera. Y esa noche no vino. Y la otra sí. Sus piernas se enredaban. No había secretos bajo las sábanas.

“¿Te iras?”

“No”

“Yo también. La próxima vez, no volveré. Y esta vez es en serio.”

Kanon encendió un cigarrillo contemplando su espalda desnuda mientras se vestía. La punta de su cabello oleaba como el océano indico a las seis de la tarde sobre sus caderas. Lo vio acordonar sus zapatillas lentamente, demorando la despedida silenciosa. “Hagas lo que hagas, no te servirá” decía y revisaba su maletín, aún tenía exámenes que corregir para el lunes se reprochaba y abotonaba su camisa y se negaba a mirarlo. “Y no me llames, ni me escribas, ni me busques”. La luz del atardecer se columpiaba a través de la ventana y sobre sus labios. Apagó el cigarrillo siguiendo sus pasos hacia la puerta. Lo vio sujetar con fuerza el picaporte, contener el aire, arquear el ceño.

—¿Dijiste que no?

Soltó la risa que había estado conteniendo acercándose a él y dejando la gorra de su uniforme sobre la cabeza de su amante. Sujetó su rostro como antaño y desembarcó un beso en su boca. 

“No”

El ancla tocó fondo.

Notas finales:

Ojala les guste. Saludos!


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