Cuando noté que prefería mil veces permanecer dormido a estar despierto, supe que algo andaba mal, o quizá no estaba mal, pero era extraño, porque sabía perfectamente que todo era producto de mi imaginación, porque nada de eso podía ser realidad, porque era consciente de que mi realidad era totalmente opuesta a lo que “vivía” fuera de mi mente, porque por más que tratara de hacerlo apegado a mí y la realidad sabía que nunca sería lo mismo, nunca podría sentir las verdaderas caricias, jamás sentiría el calor corporal ajeno, pero aún así cuando estoy dormido… soy feliz.
Y eso era por un motivo muy simple. Es en mis sueños, en mi territorio, en mi mundo, donde el existe, donde está a mi lado y donde podemos hacer lo que sea que queramos sin consecuencias.
Enamorarse de una persona que solo existe en tus sueños puede sonar triste, pero cuando estoy en ellos yo no estoy triste, ¿y cómo serlo si siempre me sonríe de esa manera? ¿Cómo sentir lástima de mi mismo si tan solo la idea de cerrar mis ojos ya me hacía sonreír?
Aquí nadie interfiere, nadie molesta, nadie nos critica ni nos señala para humillarnos. No sé si afuera de mí “mundo” pudiera soportar algo así o siquiera intentar mantener una relación que la sociedad tiene tachada como errónea, no lo sé, por eso y muchas razones más, prefería permanecer dormido.
Si no fuera por la inestabilidad de la realidad, la discordia de la sociedad, el riesgo al fracaso, el miedo a la derrota y el temor a la muerte, quizá todos desearían permanecer despiertos y realizar todo lo que sus mentes ideaban, pero ese no es el caso, ese no es el mundo donde habitamos, es mucho más complicado y mucho más cruel, aunque existieran quienes aseguren que la vida es fácil una vez aceptas las condiciones de esta y las características que a cada quien nos corresponden, ¡pero es tan complicado cuando existen las tentaciones de otro mundo!
Debería agradecer mi condición, la cual no le deseaba a nadie, pero debido a las decadencias de mi salud fue que descubrí lo que podía hacer dormido y aprendí a disfrutarlo. No recuerdo en qué momento mi cuerpo comenzó a presentar complicaciones, cuando habían iniciado los desmayos, la pérdida de fuerza, los mareos y la agitación, nunca lo atribuí a nada y seguía viviendo cómo cualquier niño o joven de mi edad, hasta que las faltas se hicieron evidentes.
Ingresé al hospital numerosas veces: revisiones, consultas, análisis, tratamientos. Ya pasaba demasiado tiempo allí que me había acostumbrado a las agujas, los medicamentos, el olor de los desinfectantes y la luz reflejada en las blancas paredes, pero mientras permanecía allí, prefería dormir.
Nos las arreglábamos como podíamos con el dinero y los horarios. Mi familia, yo y mi mejor amigo íbamos las veces que fueran necesarias. Y un día mi estadía fue más prolongada que las anteriores.
Yo estaba por cursar el último año de la preparatoria y mi amigo estaba por ingresar a la universidad. Se había pasado enterrado entre libros y apuntes preparándose para el espeluznante examen de admisión mientras yo… bueno yo simplemente pasaba el tiempo descansando en casa.
Y luego la llamada. Fue algo así:
-¡PASÉ EL EXAMEN! –Me gritó al otro lado de la línea, yo alejé mi oído cuanto pude para evitar quedarme sordo.
-¡Pues a festejar! –La idea me entusiasmaba a mi también, ambos anhelábamos entrar a la misma universidad, solo que él se me adelantaría, ya sería mi turno de prepararme y alcanzarlo.
Festejamos haciendo uno de sus pasatiempos favoritos, ir de compras, paseamos y caminamos de tienda en tienda, pero mi vida en ese momento sedentaria sintió el cambió.
Esa noche ingresé al hospital y así inició mi historia. Fue en esa cama, en esa habitación…
¿Debería recordar cómo fue que esto comenzó? Si, tal vez debería…