Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Takano Makoto no Baai~ por UsamiSaori

[Reviews - 124]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola, hola, hola! Aquí estoy con mi segundo Yaoi :3 hablé de este en mi anterior fic. Decidí que quería publicarlo ya :)

Es como una continuación a "Volverás a mí", puesto que cuenta la historia de Makoto, el hijo de Ritsu y Takano, razón por la cual este fanfic tendrá la presencia de personajes tanto de mi fic anterior como de Sekaiichi Hatsukoi y Junjou Romantica.

Es más un original, pero igualmente espero que lo disfruten!

Notas del capitulo:

HOLA! No tengo mucho que decir :3 me llamo Tanya, tengo 15 años y soy de Paraguay. Este es mi segundo fic y espero que les guste, creo que para entender un poco mejor este fic, sería buena idea que leyeran el otro que tengo, "Volverás a mí" ya que es como una continuación.

Eso es todo, disfruten!

Takano Makoto no Baai~

El hombre cosecha lo que siembra.

 

            Takano Makoto, dieciséis años de edad. Un chico bastante bajo, de apenas un metro cincuenta y seis centímetros; de cabello ondulado negro azabache, brillantes ojos verdes. Hijo adoptivo de Takano Masamune (60) y Onodera Ritsu (58), ambos hombres, una pareja de homosexuales que lo acogió a sus dos años. Hermano menor de los mellizos, Emi y Zen (31). Es un estudiante del segundo año del Bachillerato.

            Actualmente, tiene graves problemas para vivir en su casa, ya que sus padres, pasados de edad, lo vuelven loco con los recados. Sus dos hermanos están ya casados y viven independientemente (la chica con Kaito, su novio de la juventud, con el que tuvo dos hijos. El chico con You, un chico con el que mágicamente -en realidad, gracias a un medicamento- lograron concebir a una hija) y por ello... el pobre chico se ve en la obligación de cuidar a sus padres.

            —Onee-san, papá está... ejem... de nuevo —comentó el chico en el teléfono, mirando a su padre, castaño canoso, con cara rara en el sofá, con los ojos verdes entornados—

            —¿Otra vez? Mako, ¿Qué andas cocinando? ¡Es la tercera vez esta semana!

            —¡No tiene nada que ver! De tanta fibra que ando cocinando, he perdido como cinco kilos y el médico me ha dicho que estoy bajo de vitaminas —replicó el menor, haciendo gestos con las manos, como si su hermana pudiera verlo. La mujer suspiró—

            —Vale, te creo. Kaito, los niños y yo iremos a cenar hoy. No prepares nada, ¿Vale? Le avisaré a Zen —informó la castaña, ya salía para el trabajo—. ¿Es todo? Debo colgar, Makoto.

            —¡No, no! ¿Y qué hago? ¿Lo dejo así? Papá está sufriendo, onee-san.

            —Ah, lo olvidé. En la mesita de noche de mi habitación, en el cajón hay unas pastillas para estreñimiento. Que se trague una, se aliviará en un rato —Mako se preguntó por qué su hermana tenía eso, pero sabía que no debía preguntar—

            —¿No será un laxante?

            —¡Claro que no! Los laxantes solo empeoran el estreñimiento —como siempre, Emi no perdía la oportunidad de gritar en el teléfono—. ¿Listo? Suerte, otouto.

            —Gracias, onee-san —agradeció, su hermana le mandó un beso y colgó, seguramente debía ir al trabajo—. Papá, iré arriba a traerte un medicamento, ¿Vale?

            —Está bien, ¿Pero no debes ir al instituto?

            —Todavía es temprano.

            Subió las escaleras, aún no estaba acostumbrado a vivir solo con sus padres casi ancianos, por lo que generalmente tenía que llamar a sus hermanos para que lo socorran, claro que uno era más amable que la otra. Entró a la vieja habitación de su hermana, de paredes verde manzana, estaba tal y como la había dejado cuando se casó; si no tenía polvo era porque Ritsu o él limpiaban todos los cuartos de vez en cuando. Abrió el cajón indicado y encontró una cajita rectangular. Sacó una pastilla y bajó las escaleras lanzándola y atrapándola, aburrido.

            —Aquí está, papá. Si te la tomas ahora, te aliviarás en un momento —le puso la pastilla en la palma de la mano y cargó su bolso—. ¿No irás a trabajar hoy, papá?

            —Avisé a mi secretaria que iría cuando me sintiera mejor.

            —No eres tan viejo, papá. No actúes como un octogenario.

            —No me digas que hacer, Takano Makoto. Ahora vete a la escuela, la educación es primero —regañó, levantándose a tientas y palmeando la cabeza del chico—

            Tomó aire. Salió de la casa y corrió hacia la estación, había mentido a su padre, no era tan temprano como había hecho alarde, sólo no quería dejarlo convaleciente en la casa. La última vez que lo había dejado pasar, Masamune lo había castigado por semanas, porque Ritsu casi había sido hospitalizado. Tampoco es como que fuera su culpa, llevaba cocinando lo ideal para ambos y el de cabello castaño era el único perjudicado, el de ojos marrones no había tenido problemas... lo cual era bastante sospechoso.

            Decidió olvidar el tema, ya se ocuparía de ello con Emi llegada la noche. Se rebuscó en su bolso y de él sacó sus apuntes de literatura. Sus errores ortográficos eran lamentables. Aún siendo un experto en inglés y alemán, pareciere que el japonés no estaba dispuesto a cooperar, y eso terminaría siendo un gran problema. El año anterior había tenido que recuperar, porque había suspendido, gracias a que la redacción que había escrito para el examen era corta, incoherente, mal redactada y sin pies ni cabeza.

            Lo peor era que nadie tenía el tiempo suficiente para ayudarlo a estudiar.

            Tomó el tren y tomó asiento mirando los papeles. Comparó sus apuntes con los de un compañero, y se dio cuenta de que estaba en serios problemas. Sus padres aún no lo sabían, pensaban que Mako era sobresaliente en el colegio, ya que siempre llegaba con notas espectaculares en materias como química, física, aritmética… pero nunca hubo noticias de la literatura. La mentira tiene patas cortas, por lo que antes de que se diera cuenta, todo el mundo sabría que era un asco en la cátedra.

            —¡Oi, Takano-kun, buen día! —lo saludó un compañero, su mejor amigo, cuando ingresaba al salón—. ¿Cómo estás?

            —Ah, hola. Estoy bien, ¿Y tú, Hirasaka?

            —Pues no tan bien… no terminé la tarea de física —se rascó la nuca, el pelinegro ya se lo esperaba. Sacó su cuaderno y se lo pasó—. ¡Eres un ángel, Takano!

            —Sí, sí. Copia rápido, no sea que te vean y yo me meta en problemas —volvió a checar su escrito en literatura, frustrándose al no hallar la razón de sus fallos—. ¿A dónde puedo ir en la hora de literatura?

            —¿Eh? A qué te refieres? —Hirasaka, con su cabello castaño y ojos del mismo color, levantó la mirada, confundido—

            —Bueno… mi tarea es un asco. Y sinceramente, no estoy de humor para que me regañen. Shima-sensei es muy estricto.

            —Hmm… si ese es el caso, te recomiendo ir al gimnasio, escóndete bajo las gradas; o a la azotea, aunque la entrada suele estar cerrada… —su amigo era un experto en escapes y cosas parecidas—. Pero he oído que Shima-sensei se fracturó el tobillo el fin de semana y no vendrá hasta el lunes siguiente.

            —¿Ah, sí? Entonces me quedaré. Ahora sigue copiando.

            El día transcurrió tan normal como siempre. Hirasaka quedó como un héroe por haber terminado su tarea (Makoto miraba por la ventana, sin interesarle que en realidad, su amigo haya hecho una copia tan vulgar de su tarea). Luego del receso, en el horario de literatura, Mako se escondió tras la puerta, listo para salir corriendo si acaso el profesor Shima se presentaba. Pero éste nunca llegó, en su lugar un joven alto, de cabello negro azulado y ojos marrones, usaba anteojos y sonreía como si estuviera tratando de venderle un producto de belleza a una cuarentona.

            —Joven, ¿Piensa quedarse allí? —inquirió el ojimarrón, con una voz grave, aunque dulce—. ¿Es usted del segundo año, verdad? Aunque por su estatura…

            Takano sintió como una venita brotaba en su frente.

            —Pensaba entrar. Y sí, soy del segundo año. Y no necesita hablarme de usted… —no sabía cómo se llamaba, así que detuvo su declaración—

            —Kusama Masaru, soy el reemplazante del maestro Shima.

            —Ah, eres algo joven, ¿No? Sin ofender. Sólo curiosidad —lo miró, no era para nada el típico profesor anciano—

            —Sí, tengo veintidós años. ¿Entramos?

            Asintió. Corrió a su lugar y puso su trabajo en la mesa, lucía como un hombre paciente, amable, así que no tenía ningún miedo en cuanto a la calidad de su escrito, muy probablemente se lo consideraría o incluso, le ayudaría a mejorarlo. Era definitivamente su día de suerte. Hirasaka a su lado lo miró extrañado, ¿Por qué de repente Makoto parecía tan feliz y seguro de sí mismo? ¿Acaso no veía el aura oscura que rodeaba al maestro suplente? Las chicas no podían maravillarse por la belleza de Kusama, ya que se sentían intimidadas en su presencia.

            —Buen día. Mi nombre es Kusama Masaru, soy el maestro suplente de literatura. Espero que cooperen conmigo para el desarrollo de la clase —se paró frente al escritorio y sonrió, todos alrededor de Takano dieron un respingo en sus lugares, espantados por la macabra sonrisa—. Tengo entendido que tenían una tarea, una redacción. Llamaré lista e iré revisando sus trabajos.

            Comenzó a llamar, nombre por nombre, en orden alfabético. A aquellos que traían trabajos buenos, les sonreía auténticamente (las chicas se sonrojaban a tal punto que parecían tomates) y los alentaba a seguir así. A los de trabajos regulares, les daba unas palmadas en la espalda y les decía que si se esforzaban un poquito más, lograrían mejorar. Al final, todo el mundo terminó amando al profesor Kusama, que demostraba tanto cariño que era extraño. Mako, el último en la lista, fue llamado y se levantó con una seguridad colosal, se sentía como un rascacielos. Se paró frente a Kusama.

            —Ah, así que tu nombre es Makoto. Bien, Mako-kun, veamos que tienes —el de cabellos azulados sonrió, recibiendo la hoja del ojiverde—

            Mientras Kusama pasaba los ojos por los renglones, su rostro se agravaba en muecas cada vez más espantadas. Takano pensó para sus adentros, alentándose, que tal vez el talento nato que tenía impresionaba a tal punto. Se cruzó de brazos, sintiéndose el amor y señor de todo, cuando el reemplazante al fin levantó la mirada del papel y se quitó las gafas para mirar al menor directo a los ojos.

            —Takano... ¿¡Cómo puedes siquiera escribir algo tan... horrendo!? —sentenció finalmente el mayor, asustando al chico—. ¡Esto parece una redacción de primer grado! ¿Puedes explicarte?

            Sorprendentemente, nadie ni sonrió. Y eso que eran comunes las burlas colectivas.

            —Etto... sensei, lo que pasa es que Mako no habla muy bien el japonés —intentó explicar una compañera del chico, ligeramente sonrojada—

            —Eso no es cierto, Keiko-san. Sé hablar japonés, pero no soy bueno en la literatura.

            —Por favor, dime que esto lo escribió un preescolar. Te lo ruego —decía el profesor, como tratando de salvar su propio orgullo—

            —No, lo escribí yo. Lo siento, pero la literatura no se me da bien —se disculpó el ojiverde, con su autoestima por los suelos—

            —¿Es que tus padres no te ayudan?

            —No lo hacen. Ellos son muy viejos y están ocupados con sus respectivos trabajos.

            —Oye, no hables así de tus padres. No creo que sean tan viejos —Kusama se extrañó en la forma de hablar de sus padres—

            —Uno tiene sesenta y el otro cincuenta y ocho, ¿Eso es poco? —preguntó Mako, indiferente a la expresión asombrada del maestro suplente—

            El mayor suspiró, había algo en la declaración del chico que le decía que tenía que hacer algunas preguntas. Miró la tarea y al dueño de ésta una y otra vez, por turno. Y llegó a una buena conclusión. Se levantó  de su silla y observó a los alumnos, que más enmudecidos que un muerto, contemplaban a Masaru, nuevamente intimidados por el aura oscura que volvía a envolverlo. Sacó la cabeza por la puerta, llamó a alguien y volvió a entrar.

            —Está bien, la maestra de historia se quedará con ustedes un momento, mientras Takano y yo vamos a discutir con el director —informó. El aludido dejó de respirar, ¿Estaba en problemas? ¿Tan mal estaba su trabajo? Comenzó a rezar—. Acompáñame, Mako.

            La profesora de historia ingresó al salón y se sentó en el escritorio. Miraba encantada al suplente, lo que rápidamente fue captado por todos los alumnos, ¿La maestra de historia, mujer divorciada, enamorada del reemplazante? Sería un buen chiste en los días siguientes. Makoto siguió al ojimarrón fuera del salón, completamente nervioso, con el corazón en la garganta. ¿Podría ser, que por primera vez desde que había entrado en aquel instituto, estaría en problemas tan serios como para ir a la dirección?

            —Oye... allá adentro, me habías dicho que tus padres tienen sesenta y cincuenta y ocho años, ¿No? —interrogó de repente, el mayor lucía nervioso por preguntar—

            —Sí. ¿Es tan raro?

            —No... bueno, sí, un poco. Pero... los mencionaste como si ambos fueran hombres, ¿Acaso...?

            —Sí, soy adoptado. Mis padres son homosexuales —respondió sin más. Le importaba poco o nada lo que la gente pensara después de todo—. ¿Algún problema, Kusama-sensei?

            —No, no. Los míos también son homosexuales —admitió entre risas, luego sacudió los cabellos del chico—. Me recuerdas a mí cuando era pequeño, aunque... no, nada.

            Al parecer el tema no le agradaba, por lo que Mako supuso que no era necesario preguntar a qué se refería con "aunque... no, nada".

            —Y... ¿Estoy en problemas?

            —No, sólo... creo que es necesario comunicarle esto a tus padres. Para que puedan darte alguna clase de apoyo.

            Caminaron por los pasillos hasta la oficina del director. Dentro del lugar se olía una desagradable mezcla a cigarrillo y café negro, además de que hacía un calor sofocante, Mako sentía la necesidad de quitarse el chaleco, pero sabía que si lo hacía, se llevaría una reprimenda de las buenas. Una vez sentados frente al escritorio, Masaru comenzó a hablarle al director de los problemas del pelinegro, alegando que necesitaba permiso para comunicarse con sus padres. De muy buena gana, el directivo le dio su consentimiento, e incluso lo estimuló a usar el teléfono de la dirección y llamar en ese mismo momento.

            Takano se vio obligado a proporcionar el número de la oficina de Ritsu, ya que prefería que éste se enterara, antes que su amargado padre de sesenta años.

            —Buenas tardes, ¿Con Onodera Ritsu? —saludó el de cabello azulado, sonriendo como si tuviera a la secretaria en frente—

            —Sí, un momento. ¿Con quién lo comunico?

            —Kusama Masaru, profesor de literatura de su hijo, Makoto —se identificó rápidamente. El chico sentía su corazón palpitar a demasiada velocidad—

            Por algunos segundos, la oficina quedó en silencio. El viejo director observaba por su ventana que daba al patio, como si fuera un filósofo que intentaba hallarle razón a alguna cosa minúscula en el paisaje que se desenvolvía fuera del cristal. Makoto se sorprendió a sí mismo pensando de aquella manera, y pensó que tal vez simplemente no se le daba bien escribir, porque ideas, no le faltaban. De hecho, quizá podría escribir cosas interesantes, si supiera cómo plasmarlas.

            —Ah, buenas tardes. Lamento molestarlo, Onodera-san —se disculpó primeramente el ojimarrón, aquello comenzaba a molestar a Mako, ¿Por qué era tan educado? No hacía falta—. No, ningún problema. Quería nada más convocarlo a una charla... en el horario que usted pueda está bien... ¿La salida? Está bien, nos vemos luego, Onodera-san. Muchas gracias por su tiempo.

            Lo molestaba que Ritsu siempre usaba su apellido de soltero, alegando que la Editorial era Onodera o algo así y que por ello no podía cambiarse el nombre.

            —¿Qué te dijo? —quiso saber el menor, repentinamente acelerado—

            —Primero pensó que hiciste algo malo y estabas en problemas. Pero luego se tranquilizó. Vendrá a la salida a charlar conmigo —declaró levantándose de su silla—. Muchas gracias, director. Perdón por las molestias.

            —Ah, descuida, Kusama-kun.

            Volvieron a salir. Makoto tomó mucho aire, como si no hubiera respirado en años, ¿Cómo podía el director permanecer en aquel lugar sin ahogarse a sí mismo? Era insoportable. Algo de lo que una persona normal no se acostumbraría rápidamente. Si por él fuera, le recomendaría que fumara afuera, que mantuviera abierta la ventana o en todo caso, que colocara un maldito aire acondicionado.

            —¿Volvemos al salón? —dijeron ambos al mismo tiempo. Takano se sonrojó y miró hacia otro lado, avergonzado—

            Sin decir nada más, se encaminaron nuevamente.

 

            Mientras ellos hablaban, Makoto los miraba uno a uno, como en un partido de tenis. Cada vez que alguno decía algo, él enfocaba la mirada hacia esa persona, y cuando dejaba de hacerlo, volteaba a ver a la otra. No entendía ni pío de la conversación, a pesar de que estaban hablando su mismo idioma, se le hacía demasiado difícil comprender qué decían. Capaz estaba en un estado de negación, porque aún no aceptaba el hecho de que habían insultado a su trabajo diciendo que era digno de un preescolar. Por lo menos, por los rostros de ambos, no parecían estar peleando. Eso era algo.

            Comenzaba a darle sueño. Estaban por dar las cinco y media, y en lo que no llegaran a la casa cuanto antes, habrían problemas. Masamune siempre estaba irritable luego del trabajo y se molestaba cuando nadie se encontraba en la casa cuando él llegaba. Justo cuando terminó de bostezar, Ritsu se levantó de su silla, quejándose un poco, porque le dolía la espalda o algo así.

            —Gracias, Kusama-kun. Estaré buscando un profesor para Mako. Espero que mi hijo no te haya causado problemas —y otro pesado que se ponía súper educado—

            Masaru no entendía como el viejo y el niño no podían estar relacionados, eran bastante parecidos físicamente, y parecían estar rodeados de la misma aura, como si ambos estuvieran aparentando alegría y educación, cuando en el fondo eran amargados y holgazanes. Pero pensó que tal vez era simplemente un prejuicio, por lo que se lo sacudió de la cabeza, no valía la pena estar en ello.

            —Ha sido un placer, Onodera-san. Espero haberlo ayudado —estrecharon las manos como amigos que se conocen de toda la vida y volteó a ver al menor—. Esfuérzate, Mako-chan. Sé que puedes mejorar.

            Cuando el de ojos marrones posó su mano en la coronilla del menor, éste sintió como si un escalofrío le recorriera por los hombros, observó la sonrisa cariñosa del profesor y un sonrojo invadió sus mejillas. Masaru observó el rostro sonrojado del pequeño y quedó sin habla, al acariciar los suaves cabellos negros del chico... sintió algo extraño corriendo por sus venas... ¿Qué era esa sensación? ¿Por qué se sentían tan raros?

            —Makoto, ¿Piensas quedarte allí parado? —preguntó Ritsu, claramente fastidiado—. Ya no soy tan joven, venga, vámonos.

            —Ah, perdón, papá. Un placer, Kusama-sensei —hizo una reverencia rápida y salió corriendo tras su padre, que ya estaba bastante lejos—

            Salieron al estacionamiento. Fuera estaba el auto azul marino de Masamune, con éste sentado al volante. Eso lo extrañó. ¿Había terminado de trabajar más temprano? Mientras se acercaban al vehículo, el castaño comenzó su famosa perorata de padre preocupado, de esas que a Makoto simplemente no le gusta oír.

            —Mako, ¿Por qué nunca nos dijiste que no eras bueno en literatura? Podríamos haberte ayudado, especialmente yo —comenzó, el pelinegro rodó los ojos—. ¿Y qué es eso de que el año pasado tuviste que tomar el examen dos veces?

            —Lo siento, es que ustedes siempre están tan ocupados... Sin contar que son unos ancianos amargados —se excusó. Sin querer completó la frase mentalmente, contuvo una risa—

            —Ok, ok. Pero estoy más tranquilo. Hablaré con Masamune y te conseguiremos un profesor particular, no queremos que te atrases más —Ritsu lo abrazó por los hombros con un brazo, intentando alentarlo—. Tu padre salió temprano hoy, ¿Puedes creerlo? Vino a recogerme de la editorial.

            —Genial. Emi y Zen vendrán a cenar hoy. Onee-san me prohibió cocinar, al parecer ella lo hará —al mencionar aquello, Ritsu sintió un escalofrío—. Pero estoy seguro de que Kaito no le dejará hacerlo, la conoce bien.

            —Algo tengo que concederle a mi yerno, por lo menos es prudente.

            Subieron al auto, e incluso antes de terminar de cerrar la puerta, Masamune había empezado a quejarse por el tiempo que se habían tardado (lo cierto es que, en ese punto, el chico estaba de acuerdo. Mira que media hora sólo para decidir que le van a conseguir un profesor particular...) y cosas tan tontas y ajenas como que en el trabajo un autor arisco se había resistido a cambiar su manuscrito y blablabla. Llegaron a la casa, la puerta estaba abierta, sin cerrojo, lo cual sorprendió a todos.

            Ingresaron y nada más lo hicieron, hallaron a Emi, sus dos hijos y a Zen, con su hija, sentados en el sofá, hablando como si llevaran una vida y la mitad de otra sin verse. La primera, con su largo cabello castaño y sus ojos esmeralda, sonreía a su mellizo. Eiri, de corto cabello castaño y de ojos azules, movía los pies, sentado en el sofá; ese era su sobrino de ocho años. A su lado, abrazando un oso de peluche, estaba Kaede, de siete años, cabello rubio y de ojos esmeralda. Su otro hermano mayor, Zen, estaba sentado con Mitsuki en su lugar, la niña, ya de once años, tenía el cabello castaño clarito y unos bonitos ojos azul celeste.

            —¿Emi, Zen? ¿Ya están aquí? —inquirió Ritsu asombrado—

            —¡Abuelitos! —gritaron los tres niños y corrieron a abrazar a los viejos—

            —¿Y Kaito y You? —preguntó Mako, algo molesto por tanta gente en la casa—

            —Kaito está cocinando, no me deja pasarle ni los ingredientes —se quejó Emi, suspirando enfadada—

            —You fue al baño —respondió el otro, levantándose del sofá—. Mako, ¿Has bajado de peso? Estás muy delgado.

            —¡Tienes razón, onii-chan! Makoto, ¿No andas comiendo? ¿Eres anoréxico? —acusaba la chica en tono de madre preocupada—

            —Ya te dije que es por comer tanta fibra. Hola, Miki —Makoto saludó a su sobrina, que intentaba llamar su atención—. Voy a cambiarme y vuelvo.

            Subió corriendo por las escaleras, y nada más llegó a su cuarto, suspiró pesadamente. Cerró la puerta con llave y se arrojó en la cama. Estaba algo cansado, a pesar de que no había hecho ninguna actividad que pudiera agotarlo, tal vez simplemente le había hecho mal lo del reemplazante; de un segundo a otro, ya estaba destinado a un profesor de literatura particular. Se sentía como un retrasado mental. Su celular vibró en su pantalón.

            —¿Eh, Keiko-chan? —se extrañó abriendo el mensaje, la chica nunca lo había contactado vía teléfono, y eran raras las veces que hablaban en la clase—

            "Olvidaste tu libro de física, baka —Hirasaka. PD: No tengo crédito en mi teléfono :P"

            Eso lo explicaba todo. E incluso le aliviaba. Por alguna razón no tenía ganas de contactarse con personas del sexo opuesto, y no es que no le gustaran las chicas, es sólo que no le gustaba mucho hablar con aquellas que no llamaban su atención... a Mako le gustaba una chica, del primer año, pequeña, de cabello castaño y ojos azules, Yamasaki Ai. Pero no se atrevía a hablarle, ya que siendo él un senpai, iba a ser raro ir y de la nada hablar con una kouhai.

            —¡Ojisan! ¿Ya vas a salir? Abuelito quiere que bajes —avisó Mitsuki, como siempre, hablando bajito, como un siseo—

            —Ah, sí. En un minuto, Miki —mientras respondía, se quitaba rápidamente el chaleco y la camisa—

            Se puso sin más una camiseta y unos pantalones vaqueros, miró su cuaderno de literatura tirado en la cama, suspiró nuevamente y bajó a pasos lentos. Desde arriba podía oír a sus hermanos y cuñados hablando y riendo entre ellos. Por alguna razón no escuchaba ni a sus padres ni a sus sobrinos, ¿A dónde irían? ¿O estaban demasiado callados? Eso era... raro. Tal vez demasiado. O tal vez no.

            ¿Qué onda con estar pensativo? Qué raro.

            —Adivina qué, Makoto. Ya te conseguimos profesor particular —anunció Ritsu sonriendo de oreja a oreja—

            —¿Qué, tan rápido? —preguntó el chico asombrado—

            —Busqué en los clasificados del periódico. Ya lo llamé.

            —¿Ah, sí? ¿Y quién es? ¿Cómo se llama? —interrogó, bastante curioso. Tenía un mal presentimiento—

            Ritsu le miró con una sonrisa que en cierto modo parecía burlona.

            —No te lo diré~ vendrá el sábado.

            Suspiró, se resignó a otorgarle el beneficio de la duda. You apareció desde la cocina, bostezaba un poco y lucía bastante cansado; tal y como siempre fue, tenía el cabello castaño claro, los ojos del mismo color, y un montón de piercings (la verdad no tenía ganas de contarlos) en la oreja izquierda. Si algo odiaba, era como su hermano también se había puesto un piercing, por el simple hecho de parecerse a su novio (ahora marido). Su cuñado se dio cuenta de que lo miraba y le sonrió.

            —¡Hola, Mako-kun! ¿Cómo estás? No nos vemos hace tiempo —la voz de You, suave como el terciopelo y fina como la seda, le saludaba. Tenía veintinueve años, si no estaba mal, uno de los pocos hombres que lograron embarazarse una década atrás—

            —Hola, You-san. Estoy bien, gracias. ¿Lo tratan bien mi hermano y Miki?

            El mayor concentró su mirada en los susodichos. Luego sonrió como si le hubieran contado que había ganado la lotería.

            —Por supuesto. Zen-san y Miki-chan son mi familia, después de todo.

            Cuando Makoto había planeado responder, oyó el grito de su hermana, que lo llamaba a la cocina cuanto antes, como si se estuviera incendiando algo. Conociendo a su hermana mayor, caminó a pasos cansados al lugar y cuando entró, la vio a ella y a su esposo, Kaito, de cabello negro y ojos azules; observando dentro del bote de basura, como si dentro hubiera oro. El chico se aproximó y se cruzó de brazos.

            —Makoto, ¿Cuándo fue la última vez que revisaste el basurero?

            —Ehh… hace un mes. Este mes le toca a Ritsu —respondió. Normalmente llamaba a sus padres por sus nombres para evitar confusiones—. ¿Por qué? ¿Hay mucha basura?

            Oyeron como alguien se acercaba corriendo. Ritsu venía gritando que no miraran dentro del contenedor.

            —Cariño, sostén a mi padre, ¿Quieres? —Kaito suspiró y acató la orden de su cónyuge—. Venga, Mako. Mira lo que hay dentro del contenedor.

            —¡Suéltame, Kaito! ¡Suéltame! —se quejaba el castaño, rojo como un tomate—

            El pelinegro se acercó al bote de basura y miró dentro. Allí habían incluso más alimentos que en el refrigerador. Miles de trozos de hortalizas, verduras, cereales, legumbres, arroz… prácticamente todo el menú rico en fibra que Makoto había estado preparando exclusivamente para sus ancianos padres. Cuando al fin el menor entendió lo que ocurría, volteó lentamente, y Ritsu dejó de resistirse.

            —… ¿No has estado comiendo lo que te doy? ¿Has estado tirándolo todo al basurero? —interrogó claramente enfadado, pero su voz fue tranquila—

            —B-bueno, verás… es que simplemente no me apetece nada de frutas, verduras, arroz… así que he estado comiendo carne, sushi y cosas así en el combini de la esquina —admitió el castaño, Makoto sintió que necesitaba asesinarlo—

            —O sea… ¿¡QUÉ HE ESTADO AGUANTANDO TUS MALDITOS PROBLEMAS DE ESTREÑIMIENTO SÓLO PORQUE “NO TE APETECE”!? ¡Vete al diablo, anciano! —espetó el menor, explotando al fin ante toda la presión—

            —Makoto, ya deja de gritar. Asustarás a los niños. Y tú, papá, ¿Qué clase de actitud infantil es esa? ¿Qué Mako no cocina bien?

            —Yo no he dicho tal cosa. Simplemente yo no…

            —Desde ahora en más, comerás todo lo que te diga Mako, o si no sufrirás más, papá —de repente notaron que Zen también estaba allí—. Ahora volvamos a la sala, los niños creen que se están peleando.

            “¿Qué no es así?” pensó un fastidiado Makoto, caminando fuera del lugar.

            Durante la primavera de sus dieciséis años, Takano Makoto sintió que tal vez el viejo era él y que debía cuidar a sus padres como si fueran sus hijos. Suspirando hacia la nada, recordó que aún debía solucionar cierto problema existencial.

            ¿Quién sería su profesor particular?

Notas finales:

Espero que les haya gustado! Dejenme un review :) diganme lo que piensan de él, intentaré poner el siguiente la próxima semana.

Gracias por leer!

Ja ne~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).