Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Un Sueño por LHPerez

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

 

 


 Capítulo I


  


Mientras el ascensor descendía, saltaba de una pierna a  otra, vibrando de los nervios que tenía. Ya se me estaba haciendo tarde, pero mi jefe del edificio Gobierno Paranormal me había detenido con un proyecto de último momento. Esperaba que no se hubiera hartado de esperarme, y que quién sabe qué habría hecho para darme una lección. «Dios, ¿no puede bajar esto más rápido?». Como por arte de magia, o quizás sólo cosa de mi mala suerte, el ascensor se detuvo en el segundo piso. Por un momento pensé en bajarme y correr por las escaleras, creyendo que así me rendiría más el tiempo, pero cuando vi a Jacob Bunds con toda su manada esperando para entrar al ascensor, me detuve. Realmente intenté no babear ante esa belleza dorada y pelinegra, pero no podría apostar que no lo hice. Jacob Bunds era el lobo más reconocido en toda la nación, si es que no era en todo el mundo. Él, con su manada, logró derribar millones de grupos fanáticos de humanos que tenían presos a distintas criaturas paranormales, explotándolas o experimentando con ellos. Estaba feliz por eso, pues no lograba comprender cómo es que los humanos podían herir tan bellas criaturas, pero a su vez, esto hizo un cambio radical a nivel mundial. Ahora sólo había un gobierno al que todos tenían que responder, tanto humanos como criaturas paranormales, y algunos con suerte, como yo, fueron elegidos para un cargo en éste.


 


No podía decir que jamás lo había visto, pero sí que jamás lo había tenido tan cerca. Es más, si estiraba un poco el brazo, estaría acariciándolo, debido a que ahora estaban entrando al ascensor. Jacob quedó en medio de los demás miembros de su manada, y me encontré aplastado contra una esquina del ascensor. Esos ojos plateados que tenía, estaban clavados en los míos, haciendo que el aliento se me atrapara en la garganta y temiera hacer el ridículo, desmayándome en ese momento. Un gruñido a mi lado me sacó de mi ensoñación, y ahora con la cara completamente roja, me quedó mirando el suelo, regañándome por esa falta de respeto. Esperaba que este momento de estupidez no me fuera a pasar una factura muy alta, porque es verdad que era el favorito de mi jefe, pero si Jacob se quejaba, jum, adiós trabajo y quedaría de paticas en la calle.


 


Si antes el descenso se me había hecho largo, ahora era una eternidad. A mis anteriores nervios se le sumaban unos nuevos porque podría jurar que sentía todos los ojos de la manada observándome, pero ni aunque mi vida dependiera de ello, me atrevería a subir la mirada para confirmarlo. Después de lo que parecieron años, finalmente el ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron milímetro a milímetro. «Oh, vamos. ¡Esto no puede estar pasando!». Ni permití que se abrieran del todo antes de escabullirme de ese lugar que parecía estar cerrándose a mi alrededor. Como una bala, salí del edificio corriendo y me dirigí al callejón que estaba como a unas diez cuadras. Llegué jadeando y sudando, pensando que iba a caer ahí mismo, y tuve que apoyarme en la mugrienta pared por unos segundos, intentando recuperar la respiración y limpiándome el sudor que se sintió frío al tacto. Me sentía tan débil que entendí que si no se movía ahora, no podría cumplir con mi parte del trato.


 


Metí la mano en mi chaqueta, buscando aquel bolsillo profundo donde llevaba la bandeja metálica. Una vez me sentí con más fuerzas, saqué del bolsillo del pantalón oscuro una de esas nuevas herramientas de mano que por un extremo tenía una hoja de acero inoxidable y por el otro un catión. Detrás de mí, sonaron varios golpes de patas contra el cemento pero no le presté atención, pensando que se trataban de perros callejeros. Justo cuando me arremangué el saco y la camisa blanca que llevaba debajo, exponiendo la piel pálida de  mi brazo que parecía alumbrar en medio de la oscuridad de la noche, un lobo de pelaje oscuro cayó desde el techo, aterrizando a un metro de mí. Es verdad que ahora la humanidad convivían diariamente con todo tipo de criaturas, pero ni eso pudo evitar que me sobresaltara y pegara un grito. Retrocedí bruscamente, la herramienta cayendo al suelo. Mi temor, aunque tardó unos buenos minutos en ceder, finalmente pasó cuando el lobo no se movió ni un centímetro, a excepción de sus ojos que veían la bandeja metálica en el suelo, la herramienta que ahora descansaba a unos centímetros de ésta y a mí. Aunque no me lo podía terminar de creer, esos ojos eran los mismos plateados de Jacob, cosa que podía asegurar porque había pasado años de mi vida estudiando a ese gran espécimen de lejos. Mis mejillas nuevamente se ruborizaron ante ese pensamiento. «¿Espécimen? ¿Qué diablos?».


 


Miré por encima de mi hombro, notando por primera vez que algunos miembros de su manada —por cierto, totalmente desnudos— estaban cerrando el callejón. Ahora sí, con la cara completamente en llamas, aparté apresuradamente la mirada, pero esta vez me encontré con una vista celestial, o bueno, infernal, dependiendo del punto de vista donde se le mire. No me había equivocado, era el mismíso Jacob Bunds el que tenía al frente, y al igual que sus familiares, estaba completamente desnudo. Ni con todo mi autocontrol logré apartar la mirada de ese cuerpo completamente esculpido, que empezaba por una cara perfecta con el cabello negro cayendo más allá de sus hombros anchos, que daban lugar a unos pectorales de infarto con unos pezones pequeños que pedían a gritos ser mordidos y que señalaban a esos abdominales velludos que ni por cinco años de trabajo continuo en el gimnasio había logrado sacar. Su polla, bueno, basta con decir que se me hizo agua la boca y mi propia polla se endureció incómodamente en respuesta, y ese pesado saco que era apenas velludo rogaba a gritos por ser lamido. Sus muslos, completamente anchos, bajaban hacia unas rodillas fuertes y unas pantorrillas bien definidas. Joder, hasta sus pies eran perfectos, grandes y hermosos.


 


Cuando volví a repasar su cuerpo —sólo quería confirma que no me hubiera pasado por alto ningún detalle—, me encontré con sus labios que estaban torcidos en una sonrisa enigmática y sus ojos que ahora tenían una luz de picardía.


 


—Jac… Se-ñor, Bunds —tartamudeé, mi cerebro oponiéndose a atrapar aquellas palabras que se escapaban de mi alcance, y que por culpa de ellas lucía como un idiota.


 


—Así que sabes quién soy —dijo, pareciendo sorprendido por ese hecho.


 


—Jacob Bunds —dije, como para confirmarlo. Tragué saliva y me di una sacudida mental, intentando que mi cerebro volviera a funcionar.


 


—Ya veo. —Dio un paso más cerca de mí—. Me gustaría saber cuál es tu nombre, pero estoy en blanco. Una lástima, me atrevo a decir.


 


Me pareció que hablaba como si fuese un conde o yo qué sé, alguien digno de una corona. Su voz era profunda, y hacía que mi vello sensualmente se erizara y que escalofríos dichosos recorrieran mi cuerpo. Sus labios me hipnotizaban, esas bellezas llenas moviéndose, húmedas y brillando ante la opaca iluminación que alcanzaba a entrar a ese callejón.


 


—Me lla-mo Diego, Diego Katz —dije, extendiendo mi mano. Sólo en ese momento me di cuenta qué tan raro era todo esto. Me refiero a que el hombre dueño de mis sueños desde hace cinco años finalmente me estaba hablando, totalmente desnudo y en medio de un callejón donde había venido a dejar mi sangre para la criatura que una vez me había salvado la vida. Era una ofrenda, un pago. Debido a que salvo mi vida, ahora esta le pertenecía, pero para poder recuperarla y no ser un esclavo de tan temible criatura, hice un pacto que era darle mi sangre cada día de mi vida.


 


Él aceptó mi mano, y aunque su agarre fue firme, no era para nada doloroso en intimidante. —Un placer finalmente conocerte, Diego.


 


Me ruboricé de nuevo, pero esta vez no de vergüenza sino de puro gusto. «¿Acaso estoy en medio de un sueño?». Debería de estarlo, porque de ninguna manera el propio Jacob Bunds estaría diciéndome eso, como si hubiera esperado un largo tiempo para hablarme.


 


Liberó mi mano para mi frustración, y nuevamente miró el suelo, donde reposaban mis artefactos. —¿Qué hacías? ¿Qué es todo esto? —preguntó, agachándose a recoger la herramienta. Sé que se veía amenazante, y sólo pude extender mi mano, esperando que me la devolviera.


 


Cuando no lo hizo después de unos segundos, me pasé la mano por mi nuca, pensando en cómo explicarle. ¿Debería de decirla la verdad, o ahuyentarlo?


 


La decisión fue arrebatada de mis manos cuando un rugido horripilante rompió el aire. Conocía muy bien ese sonido, y me puse a temblar, entendiendo que el tiempo se me había acabado. Miré por un último segundo los hermosos ojos de Jacob, y con miedo, levanté la vista al cielo. En el edificio que estaba a mi izquierda, se veía la sombre de la criatura que era mi salvadora y mi pesadilla. Estaba inclinada, como si nos estuviera mirando, entendiendo y escuchando lo que decíamos.


 


—¿Eso es una puta manticora?


 


Mis ojos no se apartaron de la criatura, aunque me sentí sorprendido por el uso de palabras de uno de los lobos que estaba en la entrada del callejón. Como eran parte de la manada de Jacob, había pensado que serían tan educados como él. Bueno, me había equivocado.


 


—Diego —se escuchó el gruñido, rompiendo el aire. Me estremecí—. No cumpliste.


 


Jacob se volvió a mirarme. —¿«No cumpliste»? —repitió. Sus ojos en seguida se ampliaron, y se llenaron de preocupación. Me conmovió, porque jamás nadie se había preocupado por mí aparte de mí mismo—. ¿Qué clase de trato tienes con esta criatura?


 


—Me salvó la vida —susurré, volviendo a mirar hacia arriba. La sombra que proyectaba se veía amenazante, pero la verdad es que esa criatura atemorizaba. Con su cara de hombre, cuerpo de león, cola de escorpión y alas de dragón… Uff, ya me entenderán.


 


         —¡Es una manticora! —replicó con afán y desespero, por primera vez olvidando ese tono respetuoso que le caracterizaba. Lo entendía, en verdad que lo hacía. Las manticoras eran conocidas como «devora humanos». Pero esta, en cambio, me había salvado y me entregó mi libertad. Lo menos que podía hacer era cumplir con medio litro de sangre diario.


 


—Diego, me perteneces —gruñó de nuevo, y las alas se desplegaron amenazadoramente. La sombra empezó a caminar hacia un extremo del edificio, nunca dejándoles de observar—. ¡Dile a estos lobos que se alejen!


 


Mire a Jacob con suplica en mis ojos. Ya había llegado tarde, no quería enfadarle más. Nadie se podría imaginar su reacción.


 


—Ni lo pienses, Diego —sentenció con brusquedad. Se volvió a mirar a la manticora, y gritó en voz alta—: He salvado muchos de los tuyos antes, manticora.


 


Aunque la sombra dejó de pasearse, se escuchó un gruñido alto y amenazador. Estaba a punto de orinarme en mis pantalones ante ese sonido, pero apenas me logré controlar. «Dios, ¡gracias!». No quería avergonzarme de esa manera.


 


—Te diré lo que haremos. Me iré de aquí con Diego, y tú lo dejarás de molestar.


 


El próximo sonido que siguió fue como una mezcla de risa humana y un gruñido. —¿Y por qué lo haría?


 


—Porque tengo el poder de destruirte, manticora, y lo sabes. —La sentencia fue seguida por un silencio tenso, donde hasta el mismo aire no se atrevió a hacer ningún sonido, quizás pensando al igual que yo que cualquier cosa podría llevar a una reacción que para nada sería buena.


 


Los segundos se convirtieron en minutos, y yo ya me sentía a punto de colapsar. No había comido nada en todo el día, mi jefe me la había montado hoy y todo este estrés amenazaba con romperme. Finalmente, la manticora despegó en el aire, y sólo alcancé a escuchar varios gritos de «cuidado», antes de que un aguijón gigante penetrara en mi hombro. Lo miré con asombro e incredulidad, pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, dejé de sentir mi cuerpo. Las rodillas se me doblaron, pero antes de caer contra el suelo, Jacob me agarró. En cualquier otro momento hubiese disfrutado a lo máximo de estar en medio de esos musculosos brazos, pero hoy no porque me encontraba en dos grandes problemas: no sentía nada y me empezaba a faltar el aire. Por más que intentaba atrapar ese bendito oxígeno, mis pulmones se negaban a expandirse. Me empecé a ahogar, y aunque estaba desesperado, no podía hacer ni el más mínimo movimiento. El mundo se empezó a oscurecer, y antes de perderme en la belleza de las sombras, pensé que por lo menos iba a morir en los brazos de lobo que amaba.  

Notas finales:

¡No olviden dejarme sus comentarios!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).