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Notas del capitulo:

Death Note no me pertenece :c

 

CAPÍTULO DOS

 

A las doce con quince minutos, los niños bajaron a tomar el almuerzo al gimnasio, donde los supervisaban dos auxiliares contratadas específicamente para comer. En cuanto se fueron, me senté frente a la mesa de trabajo, con sus expedientes. Acababa de abrir el de Nate, cuando llamaron a la puerta.

— Adelante —exclamé.

— Soy yo. ¿Qué tal te fue?

Era Matsuda Touta, el maestro de educación especial del grupo que estaba en el sótano.

— Bastante bien —repuse.

— ¿A quiénes tienes? —me preguntó. Se apoyó en la mesa y se inclinó para mirar los nombres escritos en los expedientes.

  Matsuda se recargo en la mesa e inclino la cabeza para poder observar mejor. Matsuda soltó un tenue silbido.

— ¿Tienes a Keehl? ¿Se trata del niño Keehl?

—    No lo sé. ¿También tuviste a Nate como alumno?

—    ¡Gracias a Dios, no! Ese niño está loquito, lo que es una bendición para él porque así encaja con el resto de la familia. Ya verás, después de que vivas aquí un poco te enterarás de todo lo relativo a los Keehl.

— Sí. Aunque no lo creas, ya me puntualizaron eso.

— Mihael Keehl supuestamente es todo un genio. De cualquier modo, trabajo en alguna universidad del Este. Iba y venía a diario; tenía su propio Jet. De pronto todo se acabó. Supe que lo despidieron. Tiene un problema de alcoholismo bastante grave.

  Miré a Matsuda con tristeza. Este era el tipo de cosas que uno prefiere oír sobre la gente a quien no conoce, pero no sobre los padres de sus propios alumnos.

— Se da unas escapadillas —prosiguió Matsuda—. Toda esa payasada de que le digan siempre doctor Keehl. Cree que es superior a todos para siquiera dirigirnos la palabra. Nunca lo oirás decirte "Buenos días." 

— Parece una telenovela, Matsuda. Además de que parecemos mujeres cuchicheando..

— ¡Oh!, mejor todavía — repuso con un destello en los ojos—. Es de la vida real.

 

Después de que Matsuda se fue, abrí el expediente de Keehl. Nada de lo que estaba escrito ahí revelaba algo sobre lo que Matsuda me había contado. El doctor Keehl era físico. Me pregunté con ociosa curiosidad cómo se le podría llamar, en momentos íntimos a alguien con un nombre tan formal.

Había un fajo de papeles que hablaban de Nate y de su padecimiento. Su nacimiento y primera infancia había sido normales. Su avance con respecto a los objetivos habituales de desarrollo había sido lento, pero dentro de límites normarles.

Después, en algún momento alrededor de los dos años y medio, empezó a dar marcha atrás. El poco vocabulario que tenía desapareció. Poco después de que cumplió los tres años, se inició un inútil desfile de médicos y psiquiatras. Autismo, decía un informe. Retardo mental, afirmaba otro. Esquizofrenia infantil, proponía un tercero. Nadie parecía saber con exactitud cuál era su problema o qué lo había causado, pero todos estaban ansiosos por aventurar una hipótesis. Lo más sorprendente, a mi parecer, era que Nate no hubiera recibido nunca un tratamiento especial y que, de hecho, se le hubiera mantenido en un salón de clases normal durante dos años.

No había nada escrito que hablara de cómo habían llegado aceptar los padres de Nate el impedimento de su hijo, pero ¿Y la madre del niño? No había nada escrito de ella. Se hacía una breve mención de los familiares del doctor Keehl, y de lo mala relación que tenía con ellos. Eso era todo.

~o~

 

Transcurrió la primera semana de clases. Los tres niños eran muy diferentes entre sí, y lo único que yo hacía era ir de uno a otro, para tratar de mantener orden.

Mikami estaba bastante avanzado en comparación con muchos otros niños esquizofrénicos que yo había conocido. Podía controlar esfínteres, se expresaba casi bien, era capaz de obedecer instrucciones simples e incluso dominaba algunas habilidades académicas, aunque muy por debajo de lo esperado para un niño de once años. Sin embargo, aún necesitaba casi un maestro individual para poder seguir adelante.

Los problemas más graves de Mikami eran producto de la obsesión que le causaban las cosas más comunes, como los gatos, los carros de bomberos, las bisagras de las puertas, y el cabello negro y rojizo, pero especialmente el rubio. Bastaba que alguno de éstos viniera a su mente, ya fuera por ver una fotografía o por escuchar un sonido, para que todo se desencadenara. Primero, se alteraba, luego se mostraba agitado y después frenético, con una desesperada necesidad de realizar ciertos rituales elaborados, antes de poder liberar su mente y pensar en algo más. Pronto, pude identificar el momento en que Mikami se encontraba bajo el control de alguna de sus obsesiones porque empezaba a hablar con una voz extraña y apremiante. Luego, conforme aumentaba su excitación, perdía el control y era incapaz de formular palabras. En lugar de ello, aullaba: "Uh, uh, uh, uh, uh", y empezaba a aplaudir. A partir de ese momento, era presa de una gran excitación física y ya no podía permanecer sentado. Se ponía de pie, empezaba a moverse de una forma mecánica torpemente manejada, y solía terminar bajo la mesa, donde se sentaba, sin dejar de aplaudir y aullar. Después de un tiempo, se tranquilizaba.

En ocasiones, yo lograba interrumpir el síndrome de aullidos y palmadas, para calmar su frenesí y reorientarlo hacia la tarea que en ese momento realiza.  Pero, si llegaba a rebasar un cierto punto, necesita seguir adelante, pues de lo contrario estallaba y, entonces, empezaba a gritar, a voltear sillas al revés, a desgarrarse la ropa y a golpearse la cabeza en la pared.

— ¿Tienes un gato? — me preguntó el primer día.

— Sí — respondí, sin darme cuenta de lo que había iniciado.

— ¿De qué raza? — inquirió; los ojos le brillaban de emoción.

— Un gato común., supongo. Es negro.

Pero esa información no bastaba, y prosiguió su interminable interrogatorio.

— ¿De qué color son los ojos de tu gato? ¿Cuánto es su cumpleaños? Toma — dijo, y me tendió una hoja de papel—, dibújame a tu gato.

Al negarme, fue presa de un ataque de pánico. Sentí que perdía el control de la situación.

— ¡Dibújalo! ¡Dibuja a tu gato! Dibuja a tu gato en una canasta. Dibuja a tu gato en la bañera. Dibuja a tu gato cuando come — gritaba, y su voz se elevaba con cada exigencia. De modo que empecé a dibujar, y de inmediato Mikami se tranquilizó.

— Ese es tu gato. Es el dibujo de tu gato sentado — pero, cuando terminé, me tendió otra hoja de papel—. Ahora dibuja a tu gato acostado.

Pronto, la habitación se convirtió en una verdadera galería de mis dibujos de gatos. Mi cabello rojizo y algo largo resultaba fascinante para Mikami, aunque ofrecía muchas menos posibilidades de conversación.

— Me gusta tu cabello — decía. Realmente a veces me hacía sentir incomodo—. ¿Te lo vas a cortar?

— No —Respondí.

— No te cortes el cabello. Déjatelo así. Te ves muy guapo con ese cabello —. En seguida añadía—: necesito tocar tu cabello.

Pronto descubrí que era preferible que no lo hiciera. Pues, las ocasiones en que llegó a tocarlo, tiraba con fuerza, en vez de sólo tocarlo. Ya estaba dispuesto a afeitarme la cabeza.

Nate resulto ser un reto menor que Mikami. No hacía nada a menos que uno le dirigiera todo el tiempo físicamente y le ordenara, una vez que empezaba, él continuaba con la misma tarea hasta que se la detenía. Por ejemplo, si yo le daba unos lápices de color y un papel, y le pedía que dibujara, él comenzaba a hacer marcas sobre la hoja hasta cubrirla por entero y, aún después, continuaba coloreando sobre eso.

Me dirigí hasta el pequeño Nate y decidí observarlo. No hacía nada más que mirar hacia el vacío. En cierta forma era gracioso; sentado de una forma no muy común y con un dedito de su mano derecha enrollado en su cabello.

— ¿No te aburres? —pregunté. Y como era de esperarse, no respondió. Sabía que mis intentos eran inútiles, después de leer sus papeles, sabía que él no podía hablar. Tenía que intentarlo.

— ¿No te gustaría jugar? —volví a insistir.

Esta vez volteo a verme. Su mirada tan profunda y vacía hizo que mi cuerpo se estremeciera, era raro que un niño tuviera ese efecto en mí. No pude hacer otra cosa más que sonreír.

— ¿No te gusta jugar, eh? ¿No juegas con tu padre? —su mirada cambio, y apretó los puños. Entonces dejo de verme y regreso a la posición que tenía desde el principio.

— No es mi padre.

Después de que Nate dijera eso, me quede casi con la boca abierta. ¿Podía hablar? Sí, sí puede. Entonces¿Por qué no lo hizo tiempos atrás? ¿Estaría jugando nada más?

— ¿Y por qué no lo es? —no dijo ni movió musculo alguno. No podía quedarme así, yo sabía que él entendía lo que yo le decía, podía responderme sin ningún problema. Podía, pero no quería—. Sé que me estas escuchando y me entiendes. ¿Por qué no contestas? ¿Es muy difícil para ti?

— No lo es —¡Ahí está! Que me haya contestado de nuevo me emocionaba, pero lo mantuve oculto.

— ¿Por qué no es tu padre? —no, aun no se me olvidaba aquella pregunta.

— Porque no —sonrió un poco y ladeo la cabeza para mirarme—. No es mi padre, y usted no es nadie para obligarme a decirle por qué. Sin embargo, tal vez tú y mi padre se entiendan muy bien, y con él pueda aclarar sus preguntas.

— ¿No que no es tu padre?

— No lo es —Y después de eso, no dijo nada más, y continuo enrollado el mechón de pelo en su dedo.

 

 

Notas finales:

Los mismo.... Por si las dudas, no estoy copiando del libro ¿Vale? vale, tampoco aquí me explique bien. En fin, aquí el capítulo dos, si hay algún error ortografíco, disculpen. Saludos.


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