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White Rabbit por Synchronicity

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Notas del capitulo:

Segunda parte del prólogo, separados ambos porque en teoría iba a ser nada más que uno, y esto un siguiente capítulo. Peeeeero, como me gusta enrrollarme como las persianas y tal, lo continué de manera que la historia aún no avanza. Por lo que parece.

Los siguientes si serán los capítulos.

 

Viste de un hermoso azul tan puro como el cielo, sus zapatos negros le dan un tono más inocente, mas blanco cae sobre su vestido con ligeresa, pintando su delantal; rasgos azucarados en su mirada y una sonrisa tierna viste su rostro, un espíritu implacable, y un destino desconocido a sus espaldas.

Deberíamos empezar, Alicia.

Oh, sí. Ahora sí que estaba empezando a desesperarse de verdad, de querer mandar todo a la mierda y de rasgar todos esos endiablados modelitos de… Pero claro, debía mantener la calma, si no, su madre siquiera le perdonaría. Aunque estaba segurísimo de que ella aún ni sospechaba en donde se encontraba. Su desaparición ya iba a ser razón para no perdonarle y que le diesen un buen castigo.

Suspiró con más fuerza, queriendo no parecer más frustrado si es que se podía. La huida de aquella boda pasaría factura, no sabía si estaba mejor donde se encontraba, o en su casa. Por otro lado, el ambiente empezaba a helarse poco a poco, en el suelo estaba el vestido que hasta haría unos minutos cubría su cuerpo. Hubiese sido horrible verse ahora desnudo, pero parecía llevar otro modelito exactamente igual, o al menos, parecido.

Espera un segundo. Si había encogido…, la puerta, sería capaz de pasar por ella. Aunque toda esta porquería era totalmente irreal, y comenzaba a preguntarse si se había comido alguna baya o se había golpeado fuertemente la cabeza, pues todo esto era increíblemente imposible. Ni en sus sueños, ni pesadillas. Oh si, en lo último tal vez. Se acercó con cautela y desespero hacia el picaporte dorado que, sin recordarlo él mismo, antes había hecho algún que otro sonido.

Y caí sin preocupaciones, varios objetos observé, la fantasía empezaba a volar.

Una canción resonaba como un saludo desde las teclas de un desgastado y viejo piano que flotaba en el aire, observé pues, con astucia, ciertos personajes que debía de conocer, sin embargo mi mal humor lo impedía.

Impedía soñar.

Creer.

Tiró lo más fuerte que pudo del botoncito dorado, más la puerta no era capaz de abrirse. Observó pues, que este tenía el símbolo de una cerradura, y además, el hueco para que una llave pasase por esta. Así que…, supuso que estaba más que perdido. Pardiez, que tan difícil era largarse de ese sitio, todo formaba de un rompecabezas del que seguramente no sospechaba casi nada.

Se giró, volvió a sentarse apoyando su espalda con la oscura madera marrón. Debía de pensar que hacer, sin embargo las ideas eran limitadas y… ¿Qué diablos? ¿La puerta se había quejado? Se apartó de esta de un salto al escuchar lo que parecía un gemido de angustia. O incomodidad, fuese lo que fuese.

Observó con sus ojos como la puerta comenzaba a hablar, soltaba ridículos insultos e incluso opinaba sobre no-se-que cosa de aquel cuarto. Pero, para él era diferente, era… ¿Se imaginan que toda tu vida es normal y repentinamente una puerta te habla? Pues así mismo se sentía él. Una mezcla entre temor, e incluso irónica risa empezaba a formarse en su interior. Pero solo permaneció estupefacto observando esa criatura.

- … Diablos. – Susurró… Pues ahora mismo se estaba dirigiéndose a él. Ordenando.

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Tosió un poco agotado. Sus manos rápidamente resbalaron por sus bolsillos en busca de un objeto deseado, pintado de colores dorados e incluso puede que algo oxidado, pues de oro no era, vaya que no. Sus anteojos colgaban de su chaqueta, balanceándose inútilmente en busca de algún refugio en el cual reposar, sin embargo yacía ahí descuidado. Como si a su dueño no le importase.

Y es que estaba demasiado concentrado en otras cosas. Como por ejemplo, le era su tiempo. Sacó por fin el ansiado objeto, abriéndolo a la par que sus manos temblorosas lo sujetaban, a veces, le daba la impresión de que lo iba a dejar caer en cualquier instante. Y esa inseguridad no era precisamente agradable. No podía perderlo, claro que no, no podía perder ese maravilloso objeto.

Vestido con el color blanco principalmente en su chaqueta y pantalones, un poco de su camisa azulada asomaba por una pequeña abertura, o mejor dicho, el escote  que se formaba al abrochar todos los botones. Se colocó nuevamente sus guantes de tela también de un puro blanco. Y empezó a correr nervioso sobre zapatos negros propios de vestir.

Había observado entonces la hora antes de volver a dejar su reloj en sus bolsillos.

Llegaba tarde. Siempre llegaba tarde.

Le iban a cortar la cabeza.

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Se planteaba mientras cruzaba sus brazos que hubiese pasado si hubiera aporreado sin cuidado aquella cosa parlante. Es más, si hubiese pasado directamente sin haber tenido que buscar la estúpida llave, simplemente a golpe limpio contra esa puerta. Aunque parecía resistente, y probablemente sus puños dolerían, además de que los gritos e insultos se volverían gritos y otras maldiciones aun mas fuertes.

No dejaba de maldecir en voz baja lo mucho que detestaba todo, el cuarto, el vestido, la puerta, la puñetera flor que ahora mismo le estaba mirando como si esto fuera todo un espectáculo… Espera, ¿Qué? Se hallaba en algún otro lugar, tras haber cruzado por el umbral.

Llevo una de sus manos a su cara cerrando con fuerza sus ojos, se le había olvidado pensar también en lo absurdo que se veía. Supuso que la falta de sueño tampoco le hacía bien, no para su cuerpo, ni tampoco para su mente.

Algo le incitó a seguir. Repentinamente su mirada se vio alzada al escuchar susurros en la pequeña brisa que recorría esos páramos. Atónito y asimilando poco a poco la situación, comenzó a andar hacia algún lado, sin rumbo predefinido, prosiguió creyendo saber qué es lo que tenía que hacer.

El día era oscuro y la poca luz que se filtraba entre las negras nubes parecía ser lunar. La temperatura bajó repentinamente entonces, de nuevo; llevó ambas manos en un abrazo propio con esperanza de mantener su calor corporal y no sucumbir ante el frío que ahora amenazaba, tan solo en un par de segundos y minutos todo podía volverse diferente, tanto la situación, como el resto.

Para que mentirle a nadie, estaba perdido, y además, tratando de contestarse con la mayor coherencia a sus propias preguntas e incluso, discutiendo consigo mismo. Como mucho antes había repetido estando encerrado, sin embargo, todo esto…

Era algo normal en él.

Frente a su cara, dos carteles uno contrario al otro, señalaban con palabras extrañas que no era capaz de comprender rumbos distintos. Parpadeó un par de veces, tratando de verlo todo con mas claridad, el camino se dividía y ninguno tenía precisamente un bues aspecto como para optar. Pero, era eso, o volver atrás hacia el cuarto del que había salido, hablando de eso…

Giró. A su espalda, no había más que pradera. Esa puerta había desaparecido, es más, no había rastro de ningún tipo de edifico. Volvió a observar nuevamente los dos trozos de madera en forma de flecha. Uno estaba escrito en rojo, mientras que el otro tenía tonalidades azuladas. Aunque no era más que seguirle el juego a toda esta situación, ahora debía de decidir, y con suerte encontrar algún lugar cálido, pues la temperatura seguía bajando por momentos.

Nunca había pasado tanto frío…

- ¡Pero que estás haciendo! – Gritó alguien a su izquierda. Se giró rápidamente retrocediendo un par de pasos, confuso. – Llegas tarde, ¿lo sabías? ¡Mira qué hora es! Oh, ¡por dios! – Continuaba sea quien fuese ese hombre. Hablaba rápidamente y hacía gestos exagerados, sacando y guardando un reloj cada dos por tres en sus bolsillos.

- … - Pero qué…, ninguna otra palabra era capaz de cruzársele por su mente. Aunque se empezaba a acostumbrar. Mas o menos.

- ¿Qué haces? ¿A qué esperas? Vamos, ¡tenemos que irnos! Llegamos tar… -

- ¡Cállate! – Gritó este irrumpiendo. ¿Llegaban tarde a dónde? ¿Era acaso de importancia? No conocía a ese tío. Es más…, no conocía a ningún chico u hombre que tuviese orejas en su… cabeza. No iba a seguir a nadie a ningún lado, tampoco es que tuviese alguna cita aquí, ya que había llegado hacía un ratito nada más.  Empezaba a sonar como alguien desesperado que formulaba un secuestro mediocre hacia un chico vestido de mujer. No, su rostro era demasiado inocente.

- … Perdona Alicia… - Susurró rascándose en la nuca, agachando con preocupación la cabeza y cesando por fin sus exagerados movimientos, quedándose quieto un rato. ¿Alicia?  Su nombre no era Alicia.

No lo era.

Se quedó un rato en silencio, este continuaba arrepentido, con unos guantes blancos en sus manos, y una expresión que denotaba que de verdad lo sentía. Por dios, que exagerado era, solo le había mandado a callar por no dejar que le dijese toda esa tabarra de que llegaban tarde, pues, por lo que sus ojos mostraban, pretendía seguir soltando frases sin sentido.

- No soy Alicia. Es más, no conozco a esa tía. – Se encogió de hombros.

- ¡Sí que lo eres! ¿No lo ves? – Volvió a su estado de antes. Se acercó rápidamente a él, que, por su lado, se trató de alejar a medida que este se acercaba. El Conejo Blanco comenzó a señalar partes de él, mientras las nombraba. - ¿Ves? Tienes la diadema. – Sonrió acariciándola y dibujándola con sus dedos. - ¡También el vestido azul! Solo Alicia lo puede tener. – Señaló incluso. Le agarró por los hombros, levantando las mangas de estos como queriendo mostrárselas, también por el torso, en realidad solo pretendía tocar el vestido con inocencia, pero para él, que las manos pasasen por su cintura le provocó un escalofrío, casi sonrojándose.

- ¿Pero tú eres idiota? – Le empujó. – Mi nombre, no es Alicia, ya te lo dije, joder. - …

- … Claro. Bueno, pues, no-Alicia. Yo soy el Conejo Blanco… - Y empezó a soltar no-se-qué de una Reina. Servir haciendo muchas mierdas que no tenía ni ganas de escuchar, y otras cosas tan irreales como todo lo que había sucedido, que si no le gustaba cierto color, o que si tenia que traerles pastelitos a no se que hora. Etc, etc, etc.

La sensación de tener frio aun amenazaba sobre su cuerpo. Y el vestido que llevaba no era precisamente cálido, de hecho, parecía un modelito sacado de un catálogo de verano. Claro que él aun no sabía que era un catálogo de verano, así que lo dejo en la conclusión de que era de verano y ya. Ignorando aun la palabrería igual de exagerada que los gestos del que la soltaba, se volvió a abrazar, temblando un poco. ¿No habría ninguna chaqueta por ahí o algo así? Por Jegus.

- … pero me dicen, John. – Finalizó por fin. Tan distraído, que no había observado a Alicia. – Oh no, ¡lo siento! – Se disculpó al verle por lo que parecía aburrido, sin embargo el cómo estaba le advirtió de que no es que estuviese aburrido, que si lo estaba, si no de que se estaba helando. – Alicia, no puedes coger frio, toma. – Se quitó su chaqueta. Entregándosela.

Pero este la rechazó negando con la cabeza y un pequeño empujón. Nunca aceptaría nada de nadie.

- ¡No seas tonta! Digo, tonto. – Se corrigió. Se puso a su lado, colocándosela por encima y sonriéndole. – Cerca de aquí hay una casa. – Afirmó señalando por donde la flecha azul marcaba el camino.

Por otro lado, “Alicia”, agradeció internamente ese gesto, mas negándoselo unos segundos después, soltando algún que otro insulto y frases que claramente lo rechazaban, el que le prestase su chaqueta, a veces podía ser tan infantil…, pero sin embargo cedió. Ese imbécil seguía llamándole por un nombre que ni siquiera el suyo, por dios, además, el género también era contrario a él. No era una chica, era, un, chico. Un-chico. Pero parecía no entenderlo con su sonrisa burlona y sus ojos alegres.

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- Deberías… darte prisa. – Advirtió colando sus dedos por los finos cabellos rubios del joven. Agarró estos obligándole a aumentar su ritmo. El segundo, comprendió que era lo que exactamente le pedía, y empezó a moverse más rápido, diablos… Si no se lo dificultaran todo, quizás podría darse prisa de verdad, pero es que si no eran cadenas, eran cuerdas, si no era atarle a ninguna cosa o lo que fuese, era simplemente prohibirle ciertos gestos y acciones; desobedecerle era un craso error.

No era capaz de responderle, pues se mantenía ocupado con su tarea. Sin embargo, no hacía falta respuesta alguna para nada…, simplemente continuó. El mayor echó la cabeza hacia atrás, murmurando algo incomprensible, pero haciéndole entender que por fin estaba a punto de acabar.

- Que es lo que pasó. – Murmuró con dificultad el menor, recostado sobre el pecho del mayor, jugando con una tarjeta de visita que habían encontrado un par de semanas atrás. Algo de moda Maryam. Ni idea de que se trataba, sin embargo la tarjeta comprendía varios colores atractivos a la vista, y por eso se había dedicado a conservarla un tiempo.

- … Noté que… - Tragó saliva el mayor. Era un asunto importante, de hecho, se había dado cuenta desde que el Sombrerero había dejado de hacer esas fiestas absurdas de su No-Cumpleaños. – Creo que ya llegó el día. Ya sabes, todo lo de Alicia y esas cosas. – Añadió tratando de sonar claro y tranquilo. De forma concisa. Sin embargo, eso suponía…

Tan solo formaba parte del comienzo de la historia. De lo que se avecinaba, una guerra por un simple motivo.

¿Estás lista Alicia?

Está comenzando la cuenta atrás.

Notas finales:

En especial dedicado a un amigo. 

Bye bye bi.


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