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W.C.E. por hexotic

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No todos los días se tomaban la molestia de sentarse juntos a platicar.

A veces, Kris iba y venía de su mediocre -en palabras de Luhan- trabajo como cajero en un banco al norte de la ciudad y las prisas no daban tiempo para nada. Tenía un descanso para ir a comer, y lo aprovechaba yendo a su pequeño departamento, cruzando interminables avenidas llenas de semáforos y un frío atemorizante. Al llegar a su hogar encontraba un poco de sopa fría y algo de carne, casi todo eran las sobras del día anterior. Luhan no se molestaba por preparar algo los Miércoles. Solía dormir en la sala, usualmente con un libro de botánica debajo de la cabeza, sirviéndole de almohada -porque era el más grueso y cómodo,explicaba el mayor- y un té helado en la mesita de al lado. 

Kris sabía que su novio no comía hasta que el llegase en la tarde. Al llegar, le despertaba con pequeños besos en la frente hasta despertarlo con un hambriento -y cálido- beso en los labios. El mayor se estiraba lentamente hasta pararse e ir hacia la cocina, para calentar la comida.

La comida se calentaba lentamente, la llama de la estufa era pequeña, siempre baja. Realmente, era una pequeña estrategia, la comida no se quemaría mientras el par de enamorados se besaba.

Decir sus sentimientos tal vez no era el punto fuerte de Kris, pero una sonrisa de Luhan le hacía temblar y con ese mínimo gesto era suficiente para susurrarle algunos ‘Te amo’ al oído mientras le abrazaba por la espalda. A los ojos no le veía, porque sabía que la mirada de su amado podría tomar su alma -su corazón ya le pertenecía al mayor, no había vuelta atrás- y no regresársela nunca (aunque a Kris realmente no le importaba, aquel hombre era todo para él y todo de él le pertenecía.)

Usualmente, la comida se servía en plástico. Un refresco sin gas era abierto y se servía en las tazas de un ciervo y un león -las únicas en la casa-, regalo del pequeño Sehun (hermanito de Kris) cuando estos se fueron a vivir a ese pequeño y barato departamento.

La mesa solo tenía tres sillas. La única visita frecuente era el pequeño Sehun, con su ceceo y pasos cortos. A veces su madre le dejaba quedarse los fines de semana y aprovechaba para desordenar el pequeño nido de amor de su hermano. Ellos, se sentaban enfrente del otro, comían en silencio, a veces sus miradas se encontraban y se sonreían, incluso después de tantos años se seguían sonrojando como en las primeras citas. Cuando terminaban dejaban los platos sobre la mesa, caminaban de mano en mano a la recamara y a veces se acostaban y contemplaban el techo, desnudos la mayoría de las veces, con la única preocupación de que pronto sonaría la alarma para el siguiente turno de Kris.

En algunas ocasiones el menor se sentaba al lado de la tina, mientras Luhan se bañaba, le contaba sobre su infancia o su trabajo, a veces solo le miraba bañarse y en otras le lavaba el cabello. Se daban pequeños besos mientras el agua seguía tibia y se quedaban así, a veces solo un par de minutos y otros tantos olvidaban sus responsabilidades y solo tenían ojos para el presente. 

No era que sus vidas fueran rutinarias, pero el calor de hogar de simples acciones les hacía querer seguir así por al menos un par de décadas más.


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