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CRZ. por GZB

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Notas del fanfic:

Bueeeno, ésta es una historia que tenía empezada y guardada por ahí...

Ahora, ya que nadie me conoce aquí, me siento con la libertad de compartir con ustedes que soy bisexual sin tapujos.
Nunca he leído un yuri completo (no me llaman mucho la atención, a diferencia del yaoi, nunca he encontrado una historia que me cautive), pero sé de primera mano lo que es estar con una chica. Así que ésto tal vez sea mejor definido como historia lésbica que como yuri (siendo que yo no conozco sus bases).

Sólo es algo que me daba vueltas por la cabeza y lo quería compartir con vosotr@s. Ni siquiera sé si haría una continuación para ésta historia.

Notas del capitulo:

Quisiera saber cómo definir ésta mini historia, pero no se me ocurre nada. Sólo es algo parecido a un borrador.

De lunes a viernes, poco antes de las seis de la tarde, Samanta salía de su clase de piano y se dirigía a uno de los jardines del instituto de arte. Se sentaba en un rincón apartado, cerca de un pino pequeño con la vista hacia el mismo caminito empedrado por el que había llegado y esperaba con ansia a que las manecillas marcasen las seis en punto, las campanas de la iglesia cercana siempre le avisaban el momento exacto y a partir de ése momento ya no apartaba la vista de la entrada a ése jardín. Comúnmente entrarían algunos estudiantes para conversar un poco y casi en seguida marcharse a sus casas, pero ellos no le interesaban.

Ése día esperó cerca de tres minutos y, como siempre, por entre los arbustos, por el camino de piedra entró una chica. Era más bien bajita, seguramente no llegaba al metro con sesenta centímetros, su cabello oscuro y ondulado llegaba hasta sus hombros. No era gorda, pero tampoco delgada. Su cuerpo era curvilíneo, su cara redonda y su piel morena.
Hacía semanas que le observaba. Siempre guardaba distancia para no ser descubierta. Era una precaución  casi innecesaria, ya que la otra chica siempre parecía absorta en sus pensamientos con los audífonos puestos escuchando quién sabe qué.

Como si de una rutina se tratase la chica de cabello corto se dirigió a la terraza. El jardín se encontraba sobre una parte del primer piso del instituto y tenía una muy buena vista de una parte de la ciudad y desde ahí la chica observaba la puesta de sol y luego el cielo nocturno hasta las siete con cuarenta minutos.

 

 

Recargada sobre la baranda de la terraza y escuchando alguna canción pegajosa, Celia despegaba la vista del cielo para mirar su celular.

Las siete treinta. Podía quedarse un poco más.

Volvió a la contemplación de las estrellas y comenzó a mover los labios siguiendo la letra de la canción que empezaba a sonar en sus oídos sin emitir ningún sonido.

Un rato después volvió a revisar el celular. Le quedaban dos minutos. Se acomodó el abrigo y se colgó la mochila despacio mientras se acercaba a un árbol que despedía un aroma dulce e intenso. Respiro hondo un par de veces y salió del jardín. Caminó por los pasillos de la escuela esquivando a quienes salían de sus últimas clases del día. Bajó hasta la recepción y firmó su salida. Una vez fuera rebuscó en su mochila y sacó un caramelo de cereza y su navaja. Desenvolvió el caramelo y se lo echó a la boca mientras, con la otra mano se guardaba la envoltura y la navaja en el bolsillo. A veces le parecía una exageración suya, pero por el lugar nunca faltaba algún hombre ebrio que intentara algo con las estudiantes que salían tarde e incluso algunas veces le había parecido escuchar que le seguían.

Giró a la derecha, caminó dos cuadras hasta llegar a una avenida y se sentó en una de las bancas de la parada del bus. Afortunadamente no había mucha gente. Poco después de ella, una chica alta y de hombros un poco anchos se sentó a su lado pero no le prestó mucha más atención y se levantó viendo que el bus se acercaba. Entró tras dos mujeres que iban platicando, pagó por el viaje y recibió su boleto. Caminó por el pasillo y se sentó al lado de la venta, se asomó por ésta y vio a la chica que se había sentado a su lado. Ésta le miraba con una expresión extraña. Parecía reclamarle algo con la mirada. El bus arrancó y ella despegó su mirada de la chica. Bostezó e intentó distraerse con algo. No quería quedarse dormida en el camino a casa.

 

 

Samanta se sentía algo decepcionada. Era la segunda vez que intentaba hablar con la chica de cabello oscuro y por segunda vez le había ignorado. Tal vez no lo hacía a propósito.

Cuando el bus desapareció entre el tráfico Sam regresó en dirección al instituto pero lo pasó de largo por tres cuadras, cruzó un parque, giró a la izquierda y, tras caminar otras tres cuadras, llegó al edificio donde se encontraba su apartamento. Tomó el ascensor y pulsó el último botón. Salió al corredor y tocó el timbre, demasiado perezosa para sacar sus llaves.

Su hermano, un chico con el cabello rizado y castaño, abrió la puerta y le dejó entrar. Una vez dentro se saludaron y el chico le invitó a la cocina para cenar. Sam se negó. No estaba de humor y no tenía apetito, así que se encerró en su habitación.

 

 

Celia bajó del bus a las nueve. Su cuerpo estaba entumido por estar tanto tiempo sentada y le dolía el cuello. Echó a andar hacia una zona llena de edificios de apartamentos. En el camino se detuvo en una pastelería y compró una torta de chocolate. No celebraría nada especial, pero tuvo el impulso de comprarla y no era como que en casa le fueran a dejar comérsela entera por su cuenta. Nunca falta gente con ganas de comer torta, menos si es de chocolate.

En el edificio de su apartamento subió por las escaleras hasta llegar al tercer piso y sacó la lleve para abrir. Su departamento era pequeño. Sólo había dos habitaciones; la de sus padres y la suya. Como era de esperar en el apartamento no había nadie más que su perrito. Sus padres llegaban tarde y se iban temprano, siempre hasta el cuello de trabajo o salían con sus amigos y colegas. Así que prácticamente vivía sola.

Cerró con llave la puerta y entró a la cocina. Cortó un trozo de torta y comió en silencio, observando a su cachorro que se sentaba frente a ella.

No le molestaba estar sola, más bien le gustaba. Se había acostumbrado a que sus padres le dejaran billetes en la mesa para que comprara la despensa y casi no le dirigieran la palabra. Si quería hablar o salir con alguien, tenía algunos amigos que siempre le acompañaban.

Lo que le deprimía un poco por el momento era que hacía bastante tiempo había terminado con su novio pero aún le recordaba. Claro, cómo no hacerlo si el tipo aún le hablaba por chat.

Ése pensamiento le hizo enfadar un poco y la sacó de su ensimismamiento. Lavó el plato que acababa de ensuciar y tapó la torta  con una campana de vidrio.

Después de media hora ya estaba en su cama con su perrito a un lado y con música suave saliendo de su estéreo. La lluvia que había empezado hacía apenas unos diez minutos golpeaba despacio la ventana.
La escena le puso nostálgica y le hizo recordar aquellas veces que se quedó a dormir con Gabriel, su ex. Generalmente sólo se abrazaban en silencio y se besaban despacio, sólo una vez las cosas empezaron a subir de tono y ella se arrepintió casi de inmediato, parando todo el asunto y haciendo enfadar a Gabriel, quien ya estaba puesto. Ése no era un muy buen recuerdo.

Sin embargo, lo que quería justo ahora era a alguien que le abrazase entre las sábanas tibias y le besase tiernamente. Unas lágrimas insípidas rodaron por sus mejillas en silencio mientras caía dormida.

 

 

Sam se sentía intrigada por ésa chica que todas las tardes veía la puesta de sol en la terraza del instituto y se marchaba hasta tan tarde. Les había preguntado a sus amigos si le conocían, algunos le habían visto una que otra vez pero ninguno sabía su nombre.

Se preguntó qué era lo que impulsaba a la chica a quedarse ahí de pie en la terraza por casi dos horas y se avergonzó al preguntarse qué era lo que le impulsaba a ella a quedarse a verla.

Sam se paró frente al espejo y se observó. Sin poderlo evitar, se comparó con la chica que observaba en el instituto. Ella era más alta pero su cuerpo era parecido en sus proporciones con excepción de que ella tenía los hombros un poco más anchos que su cadera, dándole un aspecto un poco masculino. Su cabello era castaño rojizo y liso. Su cara era más bien cuadrada y su piel era blanca.

La otra chica tenía cosas que a Sam siempre le habían gustado y hubiera querido tener, como la piel tostada, los ojos redondos y grandes o la proporción entre sus hombros y caderas. Pero Sam no sentía envidia, se sentía atraída por la otra chica. Lo sabía y no le importaba, ya había salido antes con chicas. Pero ésa muchacha le hacía preguntarse muchas cosas.

Sam se volvió a ver otra vez en el espejo. ¿Podría ella resultarle atractiva a la otra chica?

Notas finales:

Por favor comenten y séan muy sicer@s, ¿vale la pena que en un futuro siga la historia?

GRACIAS POR LEER <3


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