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¿Quien eres? por shawolminkey

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Notas del capitulo:

Aqui nace nuestro Minkey

Prólogo 2

 

Dieciséis años después

 

 

 

Choi Minho se sentó en el escritorio de la oficina del taller mecánico que poseía y contempló al jóven que hablaba con uno de sus empleados.

 

Parecía enfadado y exasperado. El cabello rubio como el oro le caía sobre la frente, una hermosa cascada dorada que brillaba bajo la luz del sol. No era demasiado delgado. Tenía unas curvas estupendas, un trasero de infarto debajo de aquel ajustado jean plata, y unos labios y ojos que hacían juego a la provocación

 

Los pantalones mas que entallados, justos señidos a esas esbeltas piernas. Se preguntó si llevaría bóxer justo de lycra o tela, aunque a su juicio se veía de lycra

 

Finalmente, el joven levantó las manos, alzó la vista y sus miradas se cruzaron. Las fosas nasales perfectamente redondas se ensancharon con determinación y se apresuró a dejar atrás al mecánico con el que había estado discutiendo, enfilando hacia la puerta de su oficina.

 

Minho observó cómo aquella asombrosa visión atravesaba la estancia y plantaba las manos en su escritorio mientras lo fulminaba con la mirada.

 

—Mire, todo lo que necesito es una llave inglesa —dijo enérgicamente—. Présteme una. Véndamela si quiere. No importa. Si no arreglo ese coche, acabaré teniendo que hacer autostop. ¿Tengo pinta de querer hacer autostop? —Extendió los brazos al tiempo que se incorporaba, le dirigió una angustiada mirada con sus hermosos ojos felinos y apretó los labios rosados al darse cuenta de que el mecánico se acercaba por su espalda.

 

—No, señor, no la tiene. —Minho negó con la cabeza, deslizando la mirada por su figura antes de volver su atención al mecánico—. ¿Hay alguna razón por la que no podamos revisarle el coche? —le preguntó al otro hombre.

 

Luhan entrecerró los ojos.

 

—El taller está completo, jefe, ya se lo he dicho.

 

—Sólo una llave inglesa —gruñó el rubio entre dientes—. Sólo préstenme una maldita llave inglesa.

 

Parecía frustrado. Tenía la frente cubierta de sudor y las mejillas relucientes. Pero la expresión de su rostro se relajó cuando logró controlar sus emociones.

 

—Escuche. —El joven había suavizado la voz, y él quedó cautivado. Allí, ante la voz de aquel dulce y hermoso sureña, Choi Minho perdió el corazón—. Sólo necesito un poco de ayuda. Se lo juro. Si me deja en la estacado llegaré tarde a una entrevista de trabajo. Le prometo que no le robaré demasiado tiempo.

 

El rubio joven sonrió, y él sintió que el mundo se movía bajo sus pies. Aquellos labios se curvaron dulcemente, con una mezcla de nerviosismo, frustración y preocupación, y se mantuvieron así. Pero le había sonreído y ese simple gesto había conseguido que Minho volviera a sentirse como un adolescente.

 

Se levantó del escritorio y señaló la puerta con la mano.

 

—Muéstreme el coche. Le ayudaremos a ponerse en camino.

 

—Pero jefe, estamos hasta arriba —protestó Luhan.

 

Minho lo ignoró y observó cómo el joven se giraba y lo precedía hasta la puerta. Su mirada se demoró en el trasero curveado mientras él caminaba y fue la más hermosa de las visiones. Le hormiguearon las manos por las ganas de tocarlo. Ardía en deseos de acunar aquellas curvas y sentirlas bajo los dedos.

 

—Me llamo Kibum. —El rubio le brindó una sonrisa por encima del hombro—. De veras, no sabe cuánto le agradezco lo que está haciendo.

 

Ese acento de Daegu conseguiría que él se corriera en los vaqueros. No podría contenerse si él seguía hablándole de esa manera.

 

Tenía que aprovechar la oportunidad.

 

—Le costará algo —le dijo arrastrando las palabras mientras abría el capó del pequeño sedán deportivo.

 

—Siempre es así —suspiró él—. ¿De cuánto estamos hablando?

 

Parecía preocupado. Definitivamente, era un chico con una meta y estaba dispuesta a conseguirla. Tenía las uñas cuidadas, el maquillaje discreto para resaltar sus rasgos y los labios suaves.

 

—Una cena. —Minho sonrió ampliamente al percibir la sorpresa en los ojos rasgados.

 

—¿Una cena? —La cautela se reflejó en la voz del joven.

 

—Sólo una cena —le prometió él. Por ahora—. Esta noche.

 

Kibum le miró fijamente durante un largo momento; aquellos ojos felinos parecieron clavarse en los de él, escrutando y calentando zonas en su interior que Minho no sabía que existieran. Y mucho menos que estuvieran frías.

 

Al fin, curvó los labios, brindándole una encantadora y coqueta sonrisa.

 

—¿El chico malo de Seul  me está invitando a cenar? —se mofó  traviesamente—. Creo que me voy a desmayar.

 

—Me estás confundiendo con Luhan. —Señaló al mecánico—. Yo sólo soy un simple mecánico y un SEAL. —Las mujeres se morían por los SEAL’s. Y él haría cualquier cosa por impresionarlo.

 

—Choi Minho, el SEAL de la feroz mirada penetrante y flamante carisma —replicó el joven—. Sé quién eres.

 

—Pero yo no sé quién eres tú —adujo él sombríamente—. Y me encantaría descubrirlo.

 

Aquella mirada de nuevo. Intensa, penetrante.

 

—En la cena —acordó el rubio al fin—, nos veremos entonces.

 

¡Bien!

 

—Reservaré mesa en Piedmont's. —Nombró el restaurante más caro del pueblo, lo que tampoco decía nada—. A las siete.

 

—De acuerdo, estaré allí a las siete. Pero no podré hacerlo si no me arreglas el coche.

 

Kibum sonrió con ironía para sus adentros. Tenía el presentimiento de que si le contaba que sabía qué era exactamente lo que le ocurría a su coche, jamás la creería. Le dejó perder el tiempo, encontrar el manguito suelto y apretarlo. No le había mentido cuando le había dicho que lo único que necesitaba era una llave inglesa. Su padre le había enseñado cómo arreglárselas con cualquier vehículo hacía mucho tiempo. Por desgracia, en aquel momento no tenía una llave inglesa a mano.

 

Así que dejó que le arreglara el coche, fingiendo que era una chico rubio indefenso, porque le encantaba la manera en que lo miraba, cómo se oscurecían aquellos feroces ojos chocolate que brillaban intensamente en su rostro bronceado.

 

—A las siete —le recordó él mientras cerraba el capó y lo miraba con intensidad—. Te estaré esperando.

 

—Allí estaré —le prometió. No había manera de que el rubio  no acudiera a la cita. Lo había visto con frecuencia en el pueblo, incluso había tenido fantasías con él un par de veces.

 

El ardiente SEAL. El niño malo de Alpine. Todas las chicas de la facultad iban tras él. Pero, tal y como decidió Kibum en ese momento,Minho  iba a ser suyo.

 

 

 

Dos años después

 

 

 

—Oh, Dios, Key, ¿qué has hecho?

 

El joven dio un respingo y se giró hacia su esposo, que se dirigía furioso al lugar donde su coche había impactado con la parte trasera del todoterreno. Fascinado, observó sus feroces ojos, sus rasgos masculinos, el cuerpo duro y moreno, el pecho húmedo de sudor, las briznas de la hierba que había estado cortando pegadas a los vaqueros...

 

—Es sólo una pequeña abolladura, Minho. Te lo prometo. —Tenía el corazón en la garganta. No por miedo. El jamás le haría daño. Pero su furia era temible.

 

—Una pequeña abolladura. —-Lo agarró por los hombros, la apartó a un lado y bajó la mirada hacia el guardabarros abollado que se había hundido en el parachoques de su todoterreno.

 

Había sido un accidente. Y, en realidad, había ocurrido por culpa de Minho.  Si no hubiera estado cortando el césped sin llevar nada más que las botas y aquellos vaqueros que le ceñían el trasero, jamás habría ocurrido.

 

—Has chocado contra mi coche. —El orgullo y la indignación rezumaban en su voz—. Es mi todoterreno, Key.

 

Sí. Lo era. Estaba muy orgulloso del potente cuatro por cuatro negro. Lo mimaba más que cualquier mujer a su hijo. Key se hubiera sentido celoso si no fuera porque no había manera de que él pudiera meter el vehículo en casa.

 

—Lo siento mucho, Minho. —Su voz se volvió ronca al alzar la mirada hacia él, mordiéndose los labios con nerviosismo mientras se preguntaba cuánto tardaría en enfurecerse.

 

En cuanto lo hiciera, se transformaría en un hombre sombrío y parco en palabras. Lo fulminaría con la mirada.

 

Se dedicaría a ver partidos de béisbol. Se acostaría tarde. Muy tarde. Mucho después de que él se hubiera ido a dormir. No hablaría con él  hasta la mañana siguiente. Lo cual era, sencillamente, injusto.

 

—Minho, por favor, no te enfades conmigo.

 

—¿Cómo es posible que hayas chocado contra mi todote-rreno? ¿Cómo? Si estaba aparcado aquí mismo. A plena vista, Kibum. —Se estaba enfadando. Sólo decía su nombre completo o sus apellidos cuando estaba o muy enfadado o muy excitado. Y no estaba excitado. Aquello no era una buena señal. Key podía vivir con eso durante unos días, pero no le apetecía.

 

Dio un fuerte pisotón en el suelo y lo miró furioso.

 

—Si no fuera por tu culpa, jamás habría chocado.

 

—¿Por mi culpa? —Minho retrocedió un paso, negando violentamente con la cabeza—. ¿Cómo puede ser esto culpa mía?

 

—Porque estabas cortando la hierba sin camisa, vestido sólo con esos provocativos vaqueros y las botas, y en cuanto vi ese culo prieto me puse caliente. Has sido tú quien me ha distraído, así que la culpa es tuya. Si te hubieras vestido de manera decente esto no habría ocurrido, Minho...

 

El lo besó. No fue un beso tierno o gentil, sino áspero, rudo y lleno de lujuria. Lo estrechó con fuerza contra su cuerpo y presionó su miembro contra el abdomen plano y semifemenino , haciéndolo jadear de placer.

 

—Te mereces unos buenos azotes. —Lo tomó en brazos y atravesó con él el patio, dejando abierta la puerta del coche del rubio joven y alejándose del todoterreno abollado—. Debería zurrarte, Kibum . Ver cómo ese precioso trasero que tienes se pone completamente rojo.

 

Entró y cerró la puerta de un golpe antes de dirigirse hacia las escaleras.

 

—Oh, zúrrame, Minho —le susurró el rubio provocativamente al oído—. Haz que suplique.

 

El se estremeció contra suyo, lo arrojó sobre la cama y se dispuso a hacer que le pedía.

 

 

 

Una semana después

 

 

 

—Volveré a casa en una semana. —Minho estaba vestido con vaqueros y camiseta. No parecía un SEAL, sino un marido a punto de salir de viaje de negocios. Nada relevante.

 

Kibum sabía cómo engañarse a sí mismo.

 

—El todoterreno estará aparcado mañana delante de la tienda —le dijo el rubio asintiendo con la cabeza mientras le observaba sacar el petate del armario y girarse hacia é—. Lo meteré en el garaje y lo cuidaré por ti. -—Kibum le sonrió provocativamente y se retiró un poco el flequillo de la cara—. Me debes una, ¿sabes? Tuve que enseñar las piernas para lograr que lo arreglaran tan rápido. Tienes unos mecánicos muy exigentes, Minho.

 

El poseía un taller y una estación de autoservicio en las afueras del pueblo. Un pequeño y próspero negocio que Key sabía que le encantaba.

 

Minho soltó un gruñido, recorriendo con la vista las piernas desnudas del  joven cuando éste se sentó en la cama con unos pantalones cortos.

 

—Gato —gruñó él—. Tengo que irme y lo sabes.

 

Key se quitó la camisa y se desabrochó los pantalones cortos, dejándolos caer por las piernas. Sin dejar de observar a su esposo, deslizó los dedos por la forma cilíndrica de su miembro y luego se llevó la mano a la boca.

 

Minho gimió y Key adoró aquel sonido. Había separado los labios y tenía una mirada salvaje, como si lo estuviera saboreando.

 

—Venga, un revolcón rapidito —susurró key , desesperado por tenerlo una última vez antes de que lo dejara. Se incorporó en la cama cuando él se acercó y le quitó el cinturón con dedos ágiles—. Te desafío. Hazme tuyo como más desees...

 

Minho le dio la vuelta, lo empujó sobre el borde de la cama y, al cabo de dos segundos, lo estaba penetrando. Duro y palpitante, acariciándolo, llenándolo, enterrándose en él con rápidos y duros envites hasta que Key se sintió atravesado por una violenta y candente sensación de placer.

 

—Minho, Minho, te amo —gritó mientras él lo embestía, inmovilizándolo y moviendo las caderas con fuerza contra las delicadas, sujetándolo fieramente con las manos, quemándole la piel con los dedos.

 

Más tarde, él susurró las mismas palabras con el fluido y lírico sonido gaélico. Le murmuró su amor en el idioma que su abuelo le había enseñado y que él  sentía en el alma.

 

—Para siempre —susurró Key, girando la cabeza hacia él y aceptando su beso—. Para siempre, Minho.

 

 

 

Una semana después

 

 

 

Key abrió la puerta y se quedó paralizado. El tío de Minho, Siwon, estaba en el umbral al lado del capellán. Sabía que era un capellán militar por el uniforme oscuro. Siwon llevaba un uniforme blanco, con la gorra en la mano y las medallas colgadas en la pechera. El joven se sintió desfallecer.

 

—Minho llegará en cualquier momento —murmuró Kibum con los labios entumecidos, percatándose de la aflicción y el dolor que reflejaba la expresión de Siwon—. Has llegado pronto, Siwon . El aún no está aquí.

 

Estaba llorando. Podía sentir cómo lágrimas ardientes le abrasaban la piel mientras se apretaba las manos contra el estómago y se le aflojaban las rodillas.

 

—Key. —Siwon tenía la voz ronca y los ojos brillantes por las lágrimas contenidas—. Lo siento.

 

¿Que lo sentía? ¿Le estaba arrancando las entrañas y decía que lo sentía?

 

Él  negó con la cabeza.

 

—Por favor, no lo digas, Siwon. Por favor no lo digas.

 

—Key. —El tragó saliva—. Sabes que tengo que hacerlo. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que destruirlo?

 

—Señor Choi —dijo el capellán por él—. Señor, tengo que comunicarle con gran pesar que...

 

—¡No, no! —gritó Kibum  mientras Siwon lo envolvía entre sus brazos y le ayudaba a entrar en casa. El rubio siguió gritando. Gritos que le desgarraron el pecho como una cuchillada brutal y despiadada. El dolor la arrastró hasta un profundo pozo de desesperación, un abismo del que no creía que pudiera salir jamás.

 

—¡Minho! —lloró, gritando su nombre. El le había jurado que siempre sabría el momento exacto en el que lo necesitaría, incluso en la muerte. Porque él tenía ese don. Era por los ojos, le había asegurado, y él se había reído. Sin embargo, ahora deseaba con todas sus fuerzas que fuera cierto porque necesitaba a Minho, aquellos feroces ojos de mar chocolate —. ¡Oh Dios mío, Minho!

 

 

 

Seis meses después

 

 

 

Key despertó entre sollozos con la respiración entrecortada y rebuscó en la cama estirando los brazos, arañando las sábanas, la almohada, desesperado por alcanzarle.

 

Minho estaba sangrando. Podía ver la sangre en sus manos como si estuviera mirando por los ojos de él. Podía sentir su agonía, sus entrañas retorciéndose, su alma clamando con una angustia que lo desgarraba.

 

Tenía que ser un sueño. Los sollozos le quemaban la garganta mientras se aferraba a las mantas y lanzaba un grito gutural de cruda agonía al sentir que se le partía el corazón.

 

—¡Minho!

 

Gritó su nombre con voz ronca y áspera por las lágrimas, por los horribles meses pasados.

 

En el entierro... ni siquiera lo habían dejado verle.

 

Deshaciéndose en lágrimas, hundió la cara en la almohada y se enfrentó una vez más a la cruda realidad de que Minho se había ido para siempre.

 

Habían cerrado el ataúd sin que él lo viera. No había podido tocarlo, ni besar su amado rostro, ni decirle adiós. No había nada a lo que aferrarse, nada que aliviara aquella agonía sin fin.

 

Sólo había vacío. Vacío en su cama, en su vida. Un doloroso y horrible hueco en su alma. Un vacío que lo consumía, que le quemaba la mente y que le recordaba cada segundo, cada día, que Minho se había ido.

 

MInho se había marchado.

 

Para siempre.

 

Salvo en sus pesadillas. Donde él gritaba su nombre. Donde lo  tocaba y se desvanecía antes de que él pudiera darle alcance. Donde lo miraba con los ojos llenos de pesar. O cuando Kibum  sentía el dolor y las lágrimas de Minho. Interminables, agonizantes.

 

Luego, con la misma rapidez con que comenzaban, en cuanto él se daba cuenta de que lo que sentía era el propio dolor de Minho, los sueños cambiaban.

 

—Te amaré siempre, Gato. —Estaba inclinado sobre él, desnudo, con el pecho brillando, la piel dorada bloqueando el sol radiante, los intensos ojos marrón observándolo fijamente—. Siente cómo mi alma toca la tuya, Kibum. Siente cómo te amo, pequeño...

 

Un grito desgarrador le quemó la garganta cuando intentó aferrarse al aire, a los insustanciales recuerdos que se desvanecían, que se esfumaban igual que Minho se había ido.

 

—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Minho... —susurró Key apretando la almohada contra el pecho y empezando a mecerse.

 

Echó la cabeza hacia atrás y soltó un grito desolador desde lo más profundo de su alma partida en dos.

 

—Maldito seas, Minho...

Notas finales:

OMG!! tranquilas tranquilas


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