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Perspectiva por golddie

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Notas del fanfic:

De manera personal quedé satisfecha con el resultado. Está confuso, pero esa es la idea; siento que no necesito explicar un escrito (perdería su chiste, quizas), así que interpretación total se las dejo en sus manos.

Disclaimer: B.A.P. no me pertence, ni a ninguna de sus fans, son almas libres hasta lo que TSEntertainment permita.

[!] Fanfic largo y confuso, pero si se llega a comprender tiene un mensaje importante(?).

(I)

Junhong suspiró aliviado al oír el timbre desde el salón de clases, el cual anunciaba que su castigo al fin había terminado. El profesor a cargo se despidió con ademan flojo, deseándoles que volvieran a casa seguros por mera cortesía y salió del salón tan rápido como un parpadeó. Junhong sabía que el hombre estaba harto del alumnado problema, así que tanto él como los otros muchachos en el salón ni se molestaron en despedirse apropiadamente como respuesta a su actitud. 

Se levantó de su lugar tomando su bolso muy lentamente, casi cautelosa. No tenía ganas de volver a su casa tan pronto, así que no había ningún apuro. Quizá podría pasar a comprar Kimchi en un local que quedaba casi al otro lado de la cuidad para llegar a casa más o menos a la hora de la cena, ignorando hacer su tarea y así, ojalá, ganarse otro castigo. 

Observó a un par de chicas que salían mientras charlaban, dejándolo en medio del salón vacío, así que consideró ya pertinente comenzar a moverse. 

Pasó por el umbral a la par que un auxiliar llegaba con utensilio de aseo y las llaves para limpiar un poco la sala y posteriormente cerrar la puerta con pestillo, dando con eso por finalizado su turno. Junhong dio una pequeña reverencia, y caminó a paso muy lento hacia la salida que estaba a un par de pasillos más. 

En momento así, a Junhong le gustaría tener amigos. Sería agradable poder llamar a alguno y poder quejarse de lo injustos que eran sus profesores por darle castigos (aunque en el fondo sabía que era su culpa, pues era él quien se metía en problemas por no hacer la tarea o con algunas de sus actitudes 'irrespetuosas', como los mayores calificaban), saber qué había hecho en el día, en fin, alguien que lo escuchara o al menos fingiera que lo hacía. 

Notó por la posición del sol que tenía bastante tiempo que perder, así que caminó. Caminó de cuadra en cuadra, aferrándose a su bolso perdido en pensamientos y no-pensamientos sobre lo que le gustaría hacer o no quería hacer. En un par de ocasiones chocó hombros con algunas personas, pero, como ellos no se disculpaban, él tampoco le daría importancia. Simplemente quería perder el tiempo, así que tomaba las rutas más largas hacia el local que le ofrecería su comida favorita. 

No tenía mucho apetito a pesar de que solo hubiera ingerido la insípida comida que vendían en la escuela, pero sabía que si no comía algo nutritivo: se moría. Y Junhong no quería morir aún, por lo que eso era básicamente lo que necesitaba: comer.

Cuando llegó al local después de haber andado por casi una hora, entró para encontrar a un par de personas ahí también, esperando sus ordenes. Junhong se puso a la fila y buscó entre su bolso algo de dinero para no estar ahí parado sin hacer nada. Mientras esperaba su turno notó a las personas hablando a su alrededor, como reían e interactuaban como si estuvieran felices. 

Siempre se cuestionaba su propia felicidad, y la de los demás. Junhong no se consideraba alguien feliz, pero tampoco alguien triste, y cierta parte de él le molestaba infinitamente el hecho que las personas en general fingieran estar felices frente a otras personas cuando probablemente se odiaban a sí mismos, como todos. Todos estaban dañados, y por esa razón él era leal a su sentir y lo reconocía abiertamente, no mostrando ninguna sonrisa hipócrita, que estaba dañado. 

La señorita de la caja le llamó, y compró su cena, pidiéndola para llevar. 

De vuelta se encontró con que el sol estaba por ponerse, así que decidió que quizás no era la más brillante idea estar solo en las noches en una cuidad como Seoul, así que aceleró un poco su paso. 

Al rato después, quizás unas cinco cuadras, sintió a alguien siguiéndolo.

Ante eso, hizo que Junhong casi se echara a llorar: tenía una enorme fobia a que le robaran, y aunque sabía que solo un ladrón muy mediocre y necesitado le robaría a un chico de secundaria, no podía menospreciar el hecho que un robo tiene asociada la violencia, y, si Junhong le tenía fobia a los robos, le tenía un gigante odio a la violencia. 

Quiso acelerar su paso, o a lo más poder mirar hacia atrás para corroborar si efectivamente había alguien detrás, pero no podía, su mente estaba dominada por el miedo, así que solo siguió su paso normal. Pensó que si tenía suerte, llegaría al centro de la cuidad sin que sufriera el atentado, ya que se podría esconder en algún local cualquiera a esperar, pero al poco rato se armó de valor y se giró. 

No había nadie ni nada detrás suyo, pero Junhong estaba cien porciento seguro de que había escuchado pasos detrás de él, y solo de él. Frunció el ceño ante la preocupación de que el presunto ladrón se estuviera escondiendo, quizás esperando a que se volteara de frente para atacarlo sorpresivamente por detrás. Pero ante un ruido como de un bote de basura dado vuelta se oyó detrás de un muro que dividía las calles perpendicularmente, supo que estaba sucediendo lo que él pensaba. 

Sabía que debía correr, que debía a lo más tomar su dinero y abandonar su bolso en medio de la calle con la esperanza de no tener ningún enfrentamiento físico, pero el lado aventurero (o tal vez masoquista) de Junhong lo hizo avanzar, hasta quedar a un par de pasos de la pared en cuestión. 

“¿Al alguien ahí?”, preguntó sorprendido de que pudiera hablar a pesar de que sus rodillas estuvieran temblando de miedo. 

No hubo mayor respuesta que el mismo sonido de antes, pero seguido luego de un silencio total. 

Junhong tragó saliva, esperando una respuesta verbal. Volvió a repetir la pregunta seguido del mismo silencio que antes, así que tomó todo el valor que había en su cuerpo y dio dos pasos hasta mirar tras el muro. 

Efectivamente, no había nada. Nada que pudiera darle una respuesta verbal, al menos. Unos grandes ojos negros, una cola gris y peluda moviéndose rápidamente por alegría, y un hocico mostrando una lengua con respiración acelerada se presentaba a sus pies. 

Junhong frunció el ceño. Estaba seguro que había oido pasos. Quizás el ladrón había huido y ese cachorro solo estaba hurgando en la basura por hambre, y era solo una coincidencia. 

Se dio media vuelta sin cuestionarse el asunto y continuó su camino, ahora riendo ligeramente ante la situación, hasta que el mismo cachorro de antes comenzó a caminar a su lado. Le miró con enfado de los humanos, queriendo que entendiera que no lo quería con él (había leído que los animales perciben el sentir de los humanos como si leyeran su mente), pero el animal que lo escoltaba parecía no estar enterado. 

“Deja de seguirme”, le habló. 

El cachorro le miró, y se detuvo. Sonrió, pensando que el can había entendido, hasta que un lastimero llanto salió desde la garganta del mismo, haciendo que su corazón se hiciese más pequeño. 

Negó con la cabeza ante su sensibilidad y se agachó en donde estaba para sacar un poco de Kimchi de su envoltorio para darle al pequeño. El cachorro ladró en felicidad y comenzó a comer un par de verduras. Junhong sonrió suavemente, maravillado por la pureza natural que había en un animal tan pequeño distinto de los seres humanos, antes de volver a marchar y librarse del animal. 

O eso pensó. 

Unas cuantas calles después, volvió a ver al mismo cachorro a su lado, corriendo feliz a su lado, como si fuese su mascota. 

Junhong lo miró directamente, consciente de las otras personas a su alrededor.

“Deja de seguirme”, soltó y el pequeño perro ladró sin entender su enfado, pues movía la cola con mucho ánimo. 

Junhong se sintió levemente frustrado. No odiaba a los animales, odiaba encariñarse con cualquier criatura; así que le frustraba no poder devolver el afecto de un inocente animal por más que lo quisiera. Junhong tomó una piedra que estaba reposando en el piso convenientemente y la lanzó hacia el cachorro, ahuyentándolo de inmediato. 

Huía como todos, después de todo. 

Se volteó para seguir su camino, pero antes de que llegara muy lejos, un fuerte sonido de un choque de autos lo alarmó. Se volteó rápidamente, corriendo hasta el lugar donde las personas se estaban comenzando a reunir. Observó por sobre un par de chicos que un auto había colisionado contra un poste de luz, el cual no recibió daño tan grave como el del capot del auto. Del vehículo se bajó un hombre en traje, con el rostro rojo producto del enojo y la vergüenza de lo ocurrido, caminando hacia un callejón donde se juntaban dos edificios donde había algo que le llamaba. Junhong se acercó aún más, casi saliendo del grupo de personas, para notar que en el callejón estaba el mismo cachorro de antes, aterrado por la creciente cercanía de aquel iracundo hombre, desesperado al rasguñar la pared en busca de alguna salida. 

Junhong vió como el hombre se acercó hasta pescarlo del pescuezo y al instante en que levantó la mano para propinarle un golpe, corrió hasta ahí intentando evitar aquel maltrato. 

“¡Espere!”, gritó lo más que pudo, pero ya era tarde, el pobre animal ya estaba en el piso, habiendo recibido el colérico golpe de ese hombre, quien satisfecho o no, se volteó hasta Junhong. 

“¡¿Es tu perro?!”, preguntó con mucho enojo. 

Junhong tembló ante el grito, pero negó con la cabeza. 

“¡Entonces no te metas!”, volvió a decir el hombre, volteándose para dispuesto a dar una patada al cachorro en el piso, pero ante de que pudiera, Junhong sabía que debía detenerlo. 

“¡Es decir si! ¡es mio, es mío!”, gritó, corriendo hasta el animal para interponerse. 

La confesión no pareció alegrar al señor. 

“¡El muy hijo de puta hizo que chocara mi auto!”, soltó, Junhong tenía la mirada en el suelo, haciendo reverencias a modo de disculpa, “¡lo voy a matar!”, gritó, dando un fuerte golpe a la cabeza de Junhong para apartarlo y haciéndole caer al piso, pero antes de que pudiera hacerle más daño al cachorro, las sirenas de la policía se hicieron oír, provocando que el hombre soltara un grito sufrido y se volviera por el callejón, probablemente para hablar con la autoridad. 

Junhong se quedó donde estaba, demasiado afectado por lo ocurrido como para moverse hasta que recordó al cachorro. Se sentó, intentando enfocar su mirada hasta donde debería estar el pequeño animal. Estaba tirado, como si estuviese muerto, pero por el movimiento de su pecho Junhong se alivió de que no fuese así. Se acercó gateando hasta el can y lo acobijó entre sus brazos para acunarlo contra su pecho intentado entregar algún tipo con confort. 

No se dio cuenta que estaba llorando hasta que se afirmó contra una de las grandes paredes para quedar sentado: odiaba a las personas. Odiaba que fueran tan crueles, tan superficiales, tan irracionales. Ese hombre estaba decidido a matar al cachorro por un simple auto, es decir, donde estaba el control, la evolución emocional, lo que por como especie los hacía diferentes a los animales. 

Observó al pequeño en sus brazos y este le observó de vuelta, haciendo el mismo sonido lastimero de antes, teniendo el mismo efecto en el corazón del chico. 

“Lo siento”, susurró Junhong al animal, “lo siento, lo siento”, pidió soltándose a llorar aún más fuerte contra el suave pelaje, sin cargarse. 

No supo cuanto tiempo había estado llorando, mucho menos cuanto tiempo había estado sentado ahí perdido en pensamientos después de haberse cansado de llorar, pero cuando salió del estrecho, el auto ya no estaba estrellado contra el poste, la gente se había dispersado y el sol ya se había escondido. 

Junhong llegó a casa con el cachorro en brazos, no queriendo hacerlo caminar por miedo a que se fuese a lastimar. El kimchi que había comprado con anterioridad se había perdido en la carrera por llegar al callejón (aún tenía su bolso por el hecho de que estuviera contra su espalda), así que se conformó con un ramen instantáneo que ya había en su casa y a dos cuadras de su casa había comprado comida para perro, llevando todo a su habitación y encerrándose ahí. 

“Después de lo que pasó hoy, no sería capaz de dejarte en la calle”, le explicó al animal que comía feliz su alimento, al parecer habiendo olvidado la agresión hace un par de horas, “aunque probablemente estés lleno de pulgas, yo también lo estoy”, bromeó comiendo su cena en calma con la compañía del animal. 

Pensó que el nombre para el cachorro sería Moon, pues su pelaje era gris —algo poco común en un perro callejero— que brillaba con la luz de la luna; y como 'luna' era 'moon' en inglés, decidió dejarlo así y no darle mayor rodeo al asunto. 

Decidió que sus padres no tendrían porqué saber que tenía un perro, lo más seguro es que ni importancia le darían, así que solo se alegró de tener una mascota, a pesar de que eso significara dejar de comer almuerzo en la escuela para comprarle alimento a Moon. 

Suspiró, se sentía apenado de no poder darle una vida mejor al animal, sobretodo después de la experiencia traumatice que vivió, pero también pensó que el cachorro tampoco la pasaría mejor en la calle o al cuidado de otra persona que luego se aburriría de él y lo tiraría a la calle. 

Se estiró para tomar en sus brazos a su nueva mascota y recostarla en su propia cama, lo acobijó como si fuese un bebé, riéndose ante la comparación y salió para tirar los restos de su ramen a la basura, descubriendo que el cachorro lo siguió hasta la cocina y comenzó a gimotear quizá pensando que lo estaba abandonando. Junhong suspiró cuando terminó de poner todo y tomó a Moon en sus brazos, para volver a la habitación. Le dejó en la cama, el cachorro se ponía a girar sobre su espalda mientras él se quitaba su uniforme de la escuela y lo intentaba limpiar con pequeños golpes para después doblarlo y dejarlo en un pequeño mueble opuesto a la cama, listo para el siguiente día. Vistió una playera muy larga que usaba de pijama y se metió a su cama, con Moon a su lado y agotado por las eventualidades del día, se quedó profundamente dormido. 

 

 

 

Resultó que Moon si se había lastimado por lo que pasó hacia días, el fin de semana, cuando Junhong le estaba enseñando a responder a su nombre, notó como el cachorro cojeaba de una de sus patas delanteras, así que lo llevó a un veterinario que atendía gratis cerca del centro de la cuidad. Esperó cerca de una hora a que fuera su turno, ya que naturalmente no era el único en el consultorio, pero valía la pena si era por el bien estar de su cachorro. La recepcionista lo hizo pasar a la sala 02, y ahí fue con Moon en sus brazos. 

La veterinaria hizo muchas preguntas sobre qué había pasado, Junhong asumió que era porque a un lugar así deberían llegar muchas mascotas abusadas, así que solo le mintió diciendo que estaba jugando con el animal y este, en un descuido, metió una de sus patas a un agujero de su patio y se había torcido hace días, pero que recién ahora lo había notado y lo llevaba a atenderse. 

La mujer creyó la mentira y lo regañó por no haberlo traído antes, ante lo cual Junhong se disculpó muchísimas veces, prometiendo que de ahora en adelante estaría más al pendiente de todo lo que pasara. 

Finalmente, le hicieron un examen que tardó casi diez minutos más para descubrir que efectivamente su pata estaba torcida, mas no fracturada, como Junhong había temido en un principio, así que con una venda ajustada a la pata del pequeño los dejó irse, haciéndole saber a Junhong que si Moon se comenzaba a morder el vendaje tenía que reponerlo o evitar que lo hiciera del todo, así que no podía dejar de tenerle un ojo encima. 

“Al menos nos dio estos vendajes gratis”, murmuró Junhong al llegar a casa, luego de tres largas horas desde que había salido de casa.

 

 

 

Luego de un par de semanas Moon ya respondía a su nombre, y su pata ya había mejorado en su totalidad, así que estaba libre de vendajes; solo una pequeña des-alineación de la misma pata hacía evidente su accidente, pero la veterinaria había dicho que era normal, aun siendo un cachorro regeneraría bien y eventualmente se alinearía con el paso del tiempo. 

Junhong ya le había mostrado su mascota a sus padres; su madre, demasiado cansada, solo le acarició la cabeza y lo felicitó antes de irse a dormir, mientras que su padre le dejó en claro que no pagaría nada del alimento del animal. Junhong se había encogido de hombros ante eso, no es como que esperaba que su padre le fuera a dar más dinero para el mes, así que solo intentaba balancear bien sus comidas y ajustarlas lo suficiente para poder darle leche y comida para perros a Moon, y que nada le faltase para que creciera correctamente. 

Ni siquiera le sorprendía el hecho de que no lo hicieran haberlo regresado a la calle: tan poco tiempo estaban ambos padres en casa que ni les iba a molestar, de todas formas. 

 

 

En todo ese tiempo, algo había cambiado en Junhong, a pesar de todo. Si bien odiaba encariñarse con las cosas, no podía evitar reconocer que su mascota lo hacía más feliz. Le daba una razón para querer llegar temprano a casa, una razón para hacer la tarea y no ganarse ningún castigo para poder estar con él y jugar en las tardes, sentía que quizás nada de lo que pasó había sido al azar, quizás encontrarse con Moon fue mandado por algún Dios para iluminarle el camino, tal vez para guiarlo. 

Moon era un simple cachorro, pero Junhong pensaba en él como un ángel.

 

 

 

Ocurrió todo una mañana de un sábado. Junhong despertó como cualquier otro día mirando hacia el techo, así que a penas giró la cabeza para ver a su mascota lanzó un grito de miedo que salía de sus capacidades vocales. 

No estaba su adorada mascota a su lado, sino un chico. Junhong tembló ante el descubrimiento, queriendo escapar de ahí. Se levantó y se apegó a la pared, observando como el otro muchacho se despertaba poco a poco. 

El otro chico lo miró extrañado, girando la cabeza a un lado en curiosidad. Pasó un momento antes de que Junhong pudiera reaccionar. 

“¡¿Quien eres?!”, gritó, asustado, “¡¿por qué estas ahí en mi cama?!”. 

El otro frunció el ceño, hasta que hizo un gesto que pareció entender qué pasaba. Una de sus manos salió de la cama y tocó su rostro. 

“Oh”, soltó el chico con ambos ojos cerrados, volviendo a mirar a Junhong a la cara con expresión alarmada. Se sentó en la cama con un movimiento lento, tratando de no asustar más al otro chico, y se levantó, “Junhong, yo-” 

“¡¿Cómo sabes mi nombre?!” gritó, y se movió, intentando llegar a la puerta sin desmayarse pero estaba aterrado, “¡Mamá! ¡Mamá, ven!” llamó, pero antes de que pudiera seguir gritando, las manos del otro chico estaban sobre su boca, sin dejarlo hablar. Ante la impresión, Junhong cayó sentado ya con algunas lágrimas en sus ojos provocadas por el miedo. 

“Junhong, no grites, por favor”, pidió, alzando sus cejas en una expresión que parecía sincera, pero Junhong no podía pensar en su estado, “por favor, Junhong, soy Moon”, explicó. 

El aludido frunció el ceño, observando mejor al otro por la tranquilidad que le dio el recuerdo de su cachorro: el chico tenía ojos pequeños, un rostro estilizado y cabello plateado, del mismo color que Moon. ¡Pero era imposible! ¡los perros no se transforman de la noche a la mañana en personas y-! 

“Mirame, Junhong”, pidió de nuevo, acercándolo para que le viera a los ojos, “soy yo, mira-”, soltó enseñando su brazo que correspondería a la pata atrofiada de Moon si fuese un animal. El brazo estaba desalineado a la misma altura que Moon tenía en su pata, pero aún así- 

“¡Tú no eres!”, gritó, sin querer creer en lo que decía el extraño, “Moon es un cachorro y tú-”, Junhong observó el cuerpo del otro chico, dándose cuenta de algo, “¡-tú estas desnudo!”, soltó cubriéndose el rostro con ambas manos, sintiendo el creciendo rubor en sus mejillas ante el hallazgo. 

“No tengo ropa, los perros no usan ropa”, soltó el muchacho. 

Junhong separó su dedo indice para poder mirar al otro chico a la cara.“Solo mírame, Junhong, mirame a los ojos”, y el aludido así lo hizo, dándose cuenta que los ojos de ese muchacho se le hacían demasiado familiares: no eran ojos fríos, desconocidos; eran ojos que lo miraban de vuelta con cariño, como si fuese su mundo. 

La misma sensación que le daba Moon al mirarlo. 

“¿... Moon?”, inquirió, bajando ambos brazos, como derrotado. 

El otro chico sonrió ante el reconocimiento. 

“En realidad mi nombre es Jongup, pero Moon es un lindo nombre, Junhong-ah”. 

 

 

 

 

 

 

(II)

Moon ahora con forma humana —Jongup le había explicado qué era, dio muchas vueltas al asunto para solo dejarle en claro que era un Ángel. Había sido enviado a la tierra con la misión de eliminar a una semilla de demonio que había aparecido en la tierra, así que había adoptado la forma de un cachorro para pasar inadvertido mientras terminaba su faena. 

Junhong no había creído sus palabras en un principio, hasta que Moon —Jongup le enseñó cómo se transformaba. Era algo impresionante, si Junhong parpadeaba solo un segundo, se lo hubiera perdido: Jongup se llenaba de una luz interior rápidamente y cambiaba de forma, que para la demostración se había convertido en un gato de pelaje plateado.

Solo después de eso, Junhong confió en lo que Jongup le decía. 

“¿Puedes transformarte en lo que sea?”, preguntó, ahora altamente curiosos, como si hace un par de horas no hubiera estado muerto de miedo. 

“Todo lo que tenga vida”, respondió, “pero cuando tomo forma humana, solo puedo verme de esta forma, que era mi cuerpo en el mundo humano”, explicó notoriamente aliviado de que el chico comenzara a preguntarle cosas, pues significaba que ya le creía. 

“Es increíble”, musitó, tirándose de espaldas a su cama, “no puedo creer que cuidé de un ángel todo este tiempo”, comentó luego. 

Hubo un silencio hasta que Junhong volvió a preguntar. 

“Espera, ¿entonces por qué ya no eres un cachorro, qué sucedió?”. 

Jongup pareció serio al momento en que le preguntó, borrando la sonrisa que había tenido todo ese tiempo que conversaban. 

“Ya sé donde está la semilla”, respondió, “tuve un sueño anoche que me lo dijo, así que mi cuerpo decidió cambiarse a modo de defensa o algo, yo tampoco lo entiendo muy bien”, dijo soltando una risita. 

Junhong sonrió, pero al darse cuenta de algo, se puso totalmente serio. 

“¿Eso quiere decir... que tienes que irte?”, preguntó amargamente, sin siquiera querer esconder su evidente tristeza. Jongup comprendió la situación, pues Junhong le había contado muchas cosas a Moon, cosas que él ahora como Jongup también sabía. Sabía que irse significaría dejar a Junhong sin su mejor amigo, sin su motivo para vivir. 

“Me temo que así es”, respondió suavemente, tomando la mano del otro chico que al oír la respuesta fijó la mirada en su regazo, combatiendo las lágrimas, “pero no aún, tenemos tiempo para pasar juntos, ahora como amigos en lugar de dueño y mascota”, comentó, haciendo que el otro chico riera un poco ante lo último y se giró para encarar al otro muchacho, enseñándole la linda sonrisa que se posó en sus labios ante la expectativa. 

“Eso me gustaría”, musitó calmado. Si le iban a arrebatar a Moon, al menos quería crear buenos recuerdos de los que pudiera sostenerse luego, antes de que sucediera. “Pero antes tienes que vestirte”, dijo luego, ante lo cual Jongup pareció sorprendido. 

 

 

 

Junhong no tenía mucha ropa, y el hecho de que Jongup fuera más bajo que él no ayudaba en la acomodación de las mismas, pero como el muchacho solo se vestía para no hacer escándalo público, no le daba mucha importancia. Junhong le puso una sudadera con capucha para esconder su cabello plateado, porque a pesar de que en Seoul habían algunos que se tenían el cabello, pensaba que sería mucho mejor no llamar la atención; luego compraría un tinte barato para dejarlo castaño y después salir sin preocupaciones. 

Jongup vistió uno de sus shorts que usaba para hacer deporte, que a él le llegaban a la rodilla, pero al otro casi al talón y la sudadera de antes, para salir a la calle y comprar el tinte. Junhong conocía una parte donde eran baratos, porque eran traídos en masa, así que luego de comprar, volvieron a la casa del muchacho para hacer el cambio de look. 

Entre risas en el baño y ambos terminando muy mojados por la eventual guerra de agua, Jongup salía secando su cabello ahora marrón como el chocolate con una toalla y Junhong secándose su cara con otra. 

 

 

 

Lo primero que hicieron fue ir a comer Kimchi al lugar donde compraba usualmente, pero en lugar de ir caminando usaron el transporte público: ahora en lugar de ahorrar dinero, Junhong tenía que ahorrar tiempo. En un par de minutos ya estaba ahí, así que en el mismo lugar disfrutaron de su tardío desayuno. 

Jongup pareció maravillado ante el sabor. 

“¿Seguro que no prefieres la comida de perro?”, bromeó Junhong, ante lo cual Jongup le dio una suave patada por debajo de la mesa ante la molestia. Al contrario de sentirse lastimado, la reacción de Jongup solo le hizo reírse ante su propio chiste, provocando que su risa se contagiara a la de su amigo. 

Pensando en otras perspectivas, era distinto ver a dos personas riendo que ser una de las personas que ríe. 

La siguiente parada fue al cine, Junhong pagando por ambos, entraron de la mano a la sala oscura que proyectaba una película de comedia norte-americana. Junhong se reía, pero Jongup no, pues no entendía los chistes, pero se reía casualmente de cosas que no eran bromas, atrayendo la atención de algunas otras personas por ese motivo. Junhong no tenía tiempo de avergonzarse por la atención, demasiado ocupado notando que la risa de Jongup era hermosa. 

Asumiendo que las palomitas serían su almuerzo, Junhong llevó al otro chico a un árcade que había descubierto años atrás pero nunca se había atrevido a entrar solo porque para él no tenía sentido ir a un lugar donde se va a pasar con amigos... sin amigos. 

Ya dentro se puso a explorar con la mirada, pero cuando se fijó en Jongup, notó que sus ojos estaba pegados en una de esos juegos donde tienes que marcar la flecha que te indica la pantalla de acuerdo a la canción. Lo tomó de la mano y se acercaron, Junhong puso dos fichas para que ambos pudieran usar una plataforma y la música empezó a sonar. Fue como si toda la vida fuesen de esa forma, como si fueran a diario y se hubieran aprendido las canciones, las flechas, los pasos de memoria, el cuerpo de Jongup seguía el ritmo tan bien como el de Junhong, que al finalizar la canción ambos se llenaron de risas ante lo que había sucedido. 

Más cansados por el encuentro de baile, pasaron a los simuladores de conducción automovilística. 

“No quiero jugar a eso”, musitó Jongup. 

Junhong estuvo a punto de preguntar el porqué hasta que recordó cierto accidente; se dio la media vuelta llevando a su amigo con él hacia el lado totalmente contrario. 

Jugaron varios turnos en la mesa de hockey, hasta que Junhong se aburrió de perder y salieron del árcade. 

“¿Cómo eres tan bueno si nunca lo has hecho?”, preguntó Junhong, refiriéndose al partido anterior. 

Jongup le miró con una expresión extrañada, mientras iban caminando lado a lado en las calles del centro de Seoul, buscando algo más que hacer. 

“¿Crees que cuando vivía esas cosas no existían?” musitó, con cuidado de que alguien más lo fuera a escuchar, aunque si fuese así esa persona solo pensaría que estaba jugando o estaba loco, “¿tan viejo me veo?”. 

Junhong negó con la cabeza sinceramente. 

“¿Cuantos años tienes, hyung?”, inquirió luego movido por curiosidad. 

“Hm, este cuerpo debe tener unos dieciocho, pero en vida o más bien, no-vida, debo tener unos cuarenta”, respondió con una sonrisa que ante la expresión incrédula del otro muchacho se transformó en una risa. 

“¿Es en serio?”. 

Jongup le miró, deteniendo su caminar por un momento. Junhong lo imitó quedando a su lado, esperando la respuesta del mayor. 

“Eres muy inocente”, comentó, “eso es lindo”. 

Junhong no supo por qué se ruborizó como lo hizo ante esas palabras, ni porqué su corazón se aceleró. 

 

 

 

Cada día que pasaban juntos, más se llegaban a conocer. Jongup escuchaba atentamente lo que Junhong le contaba sobre sus clases —a las que obviamente no podía asistir, sus experiencias y su visión del mundo. Le contó especialmente que le desagradaban las personas en general, que no podía evitar enfadarse al simple contacto, y estaba agradecido que Jongup fuera un ángel para no sentirse hipócrita, porque en realidad le agradaba. 

Jongup escuchaba más de lo que hablaba de sí mismo, a Junhong le gustaba eso: lo hacía sentirse especial, como si a Jongup solo le importara escucharlo y nada más, algo que siempre quizo sentir pero nunca tuvo la oportunidad por su forma de ser. 

Cuando los padres de Junhong merodeaban la casa, Jongup se transformaba en el pequeño cachorro para no levantar sospechas, a pensar de que ya le había confesado a su amigo que se sentía mucho más cómodo en su forma humana, porque cuando era can no podía ver en colores ni rascarse propiamente la espalda. Por las noches Jongup volvía a la forma humana y abrazaba a Junhong mientras él dormía, Junhong estaba seguro que no era normal sentirse como se sentía por Jongup —ni siquiera había experimentado el amor antes, pero el hecho de que el chico fuese un ángel, le aseguraba que terminaría con el corazón roto, pues eventualmente Jongup tendría que volver a donde pertenecía, al haber completado su misión y él no podría hacer nada al respecto. Aún así, algo dentro de él, tal vez esperanza, le hacía aferrarse a ese sentimiento. 

 

 

 

“¿Cómo es la semilla del demonio ese?”, preguntó Junhong, ojeando su tarea mientras su espalda reposaba en el pecho de Jongup quien tenía sus dos brazos al rededor de su cintura. Últimamente ese tipo de contactos eran normales entre ellos. 

“Lo sabré cuando la vea, supongo”, respondió vagamente por sobre el hombro del otro muchacho. 

Junhong hizo un sonido con la garganta ante eso, como si estuviera pensando. 

“Espero nunca la veas”, musitó dejando su texto a un lado, y pasando sus largos brazos por encima de los de Jongup. 

Jongup, sin embargo, se quedó callado. (Junhong sabía que no decía nada para no ponerlo triste.) 

 

 

 

Junhong sabía que su tiempo juntos se estaba acabando cuando volvió de clases y se encontró a Jongup sentado en un rincón de su habitación con un fuerte destello de luz al rededor de su cuerpo con ambos ojos fuertemente cerrados, como si resistiera algún tipo de dolor. El chico no tardó en caer a su lado y abrazarlo muy fuerte, sollozando por el estado del ángel, quien a pesar de estar así, le devolvió el abrazo sin dudar un solo momento, frotándole la espalda para tranquilizarlo.

Incluso después de que Jongup —literalmente— dejó de brillar, siguió acunando a Junhong contra su pecho ya que sus lágrimas parecían infinitas. Jongup no quería que el otro lo viera en ese estado, pues ya había sucedido antes, pero últimamente era muy seguido, lo cual indicaba que su esencia en la tierra se estaba comenzando a desvanecer sin siquiera haber completado su misión aún. 

Jongup no quería irse por la misma razón que Junhong no quería que se fuese, tener un real amigo aún después de su vida humana, no lo hacía despreciar en lo más mínimo el afecto que sentía por el chico, pero las vueltas de la vida los quiso juntar cuando no podrían estar juntos como quizá el destino les tenía planeado. 

Esa tarde Jongup depositó un suave beso en los labios de Junhong, asegurandole que lo quería mucho, y que cuando se fuese, no quería verlo mal por su ausencia. Tal acción solo desencadenó más sollozos pero sonrió orgulloso cuando Junhong se lo prometió por la memoria de Moon que haría lo posible por estar bien: por no dejarse derrotar por el sentimiento de extrema tristeza que estaba seguro abordaría su cuerpo al momento que Jongup se fuera de su vida. 

Tanta era la dependencia emocional, que Junhong a veces creía que era un sueño. Jongup había sido mandado por algún Dios para guiarlo en la vida: para salvarlo, y aunque Jongup luciera como un simple chico de dieciocho años, Junhong sabía que era más que un ángel. 

 

 

El tiempo se había anunciado al tercer mes desde el primer encuentro. Jongup dijo que se despedirían esa tarde y no quería ver una sola lágrima. Junhong asintió y avisando que saldría a pasar a Moon, salió de su casa con Jongup de la mano. 

Ninguna palabra se dijo en el viaje: prefirieron caminar esta vez, tenían que ahorrar tiempo, pero al mismo tiempo aprovechar al máximo la unión de sus dedos. 

Jongup lo llevó al punto donde había sido dejado, que era por un camino de tierra muy a fueras de la cuidad, donde no transitaban los autos, y solo se llegaba caminando. 

Una vez ahí, por primera vez se vieron a los ojos desde que salieron de la casa, frente a frente con ambas manos juntas. Junhong sentía paz ante el contacto, pero estaba seguro que eso pronto cambiaría. 

“Lamento que no hubieras podido cumplir tu misión por mi culpa”, dijo Junhong mirando sus zapatos. 

Jongup soltó una risa vacía, demasiado corta para ser real. 

“Jongup-hyung, quiero hacerte la última pregunta antes de que te vayas”, murmuró con tristeza. 

“Ya me has hecho muchas, ¿qué es esta vez?”, preguntó con una sonrisa. 

Junhong tomó aire, y miró a Jongup a los ojos antes de susurrar '¿yo soy esa semilla que buscabas, no es verdad?', que a pesar de ser un susurro, fue como un grito en los oídos de Jongup, quien cambió su semblante a uno completamente sorprendido, debido a que la expresión macabra del otro chico, deformada por la germinación de la semilla dentro de él. 

“Junhong...”, dijo Jongup, antes de estrecharlo contra sus brazos, soportando los leves espasmos que atravesaban el cuerpo del menor, “te amo”, confesó al mismo tiempo que ambas manos se llenaron de luz y se incrustaron en los omóplatos del chico. 

De un momento a otro no hubo nada en ese deshabitado camino de tierra.

 

 

 

 

 

Zelo suspiró aliviado al oír el timbre desde el salón de clases, el cual anunciaba que la clase al fin había terminado. El profesor a cargo se despidió con una amable sonrisa antes de desaparecer del salón en lo que Zelo tardó en responder junto con otro de sus amigos. Él sabia que el hombre se preocupaba por ellos sinceramente, pues había sido el profesor en cargo de su clase durante ya un par de años, así que tanto él como los otros muchachos en el salón le tenían una gran estima. 

Salió del salón de clases, después de haber ordenado sus cosas para ir a encontrarse con sus amigos de otros grados. Moría de ganas por conversarle a Youngjae que al fin había superado el nivel que le complicaba en el juego que le había prestado y de comentarle a Daehyun que había aprobado historia gracias a su tutoría. 

Caminó por los pasillos hasta llegar a su casillero, donde guardó los libros que no necesitaba para estudiar, y sacó lo que necesitaría luego, guardándolos en su bolso con una sonrisa. 

Los pasillos aún estaban poblados de estudiantes, pero a Zelo no le molestaba en lo absoluto, saludando a algunos de sus conocidos de vez en cuando. 

Después de haber hablado con sus amigos afuera de clases, se dirigió a su casa caminando como de costumbre, hasta que escuchó pasos tras suyo. Se volteó rápidamente para encontrarse con ser de apariencia resplandeciente. 

Parecía que ese Ángel se había percatado de su presencia en el mundo humano, pero debido a los cuerpos físicos que mantenían, no podía hacerle nada; hasta que su cuerpo físico se movió por sí solo y lo acogió entre sus brazos. Brillante idea de parte del ángel haberse transformado en un cachorro, pero ni eso le serviría para acabar con él.

 

 

 

 

 

Choi Junhong observó al nuevo alumno de su clase y sintió curiosidad ante su nombre. Moon Jongup, se había presentado y lo primero que notó del muchacho, eran las vendas de uno de sus brazos y que su sonrisa era tan hermosa que parecía la de un ángel.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Adoro hacer este tipo de cosas. Como dato anexo, confieso que en un principio esto iba a ser un DaeLo, pero, vamos, que ponerle "Jung" a un perro no tendría sentido, así que quedó Jonglo por el hermoso apellido (y convenientemente en inglés) de Jongup.

(A demás de que el Jonglo es amor, y Daehyun como un ángel, déjenme reir.)


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