LA ARAÑA DE GEORGE
A Colín le aterraban las arañas y de nada había servido el que a su novio le regalaran una para navidad, pues sorpresa, sorpresa, a él le encantaban estas criaturas con las cuales fastidiaba al pobre aracnafobico de su hermano menor constantemente.
Para colmo de males la muy condenada siempre se escavaba de su jaula provocando una buena oleada de gritos y ataques de pánico del pobre muchacho que ya le había advertido a George que debía escoger entre el arácnido o el por lo cual este desde el fondo de su corazón y muy dolido contesto lo que todo chico enamorado haría en ese caso.
-A ti amor-
Aquello no era justo, su pobre pequeña no tenía la culpa de los malditos temores de su novio, amaba a Colín y solo deseaba su felicidad y por ello le ayudaría, asi tuviera que provocarle un nuevo ataque de nervios, pero no le quedaba más remedio si deseaba ayudarle a superar aquella terrible fobia.
¡Lo había conseguido! ¡Lo hizo por Merlín! ¡Si tan solo Fred estuviera vivo para verlo se volvería a morir de la envidia!
No podía negar que al principio le había dolido condenadamente la transformación y que el escoger a una criatura tan pequeña y de diferentes proporciones a las suyas no había ayudado en nada para mitigar esto, sobre todo cuando tras la reducción de sus células sintió como de sus costados aparecían poco a poco escarbando desde su interior unas patas peludas y asquerosas que le hubieran erizado hasta el último vello de su cuerpo si es que los tuviera, claro está.
Un mundo nuevo se abrió ante sus ojos, uno diferente de grandes proporciones y fantástico, tanto asi que hasta su propia tienda era una gran aventura para él, dándose cuenta que aquella idea no solo beneficiaría a su novio.
Le dio un beso en los labios asegurándole que aquella noche seria grandiosa y como no serlo si era su aniversario.
Cuando su novio llego a su hogar se encontró con una bella decoración que empezaba desde la entrada cubierta por un mar de pétalos de rosa hasta rodear la que era una mesita justo enfrente a la chimenea de la sala de estar.
-Esta vez te has superado Wesley- dijo el chico soltando un suspiro emocionado y sentándose frente a esta en un cómodo cojín que reposaba sobre el suelo.
Su lindo castaño había tomado una de las fresas bien dispuestas para la ocacion bebiéndose sensualmente una de las copas de champaña mirando a su alrededor y sobre todo hacia la chimenea donde el siempre salía de improviso para darle un susto de muerte cuando menos se lo esperaba, le vio sonreír ante esto dándole la razón en lo que se imaginaba y supo que era la hora para ejecutar su plan maestro.
Noto como una pequeña caja con un gran moño rojo se removía en el centro de la mesa y como una voz chillona salía de está pidiendo que la abriera. Colín ni tonto ni perezoso la tomo con emoción soltando el gran moño y abriéndola muy despacio para ver en su interior…
-¡Pero qué demonios!- chillo el muchacho histérico retrocediendo a rastras, mientras una araña pollito salía de esta -No te me…no…no…- suplicaba al ver que el arácnido había saltado desde la mesa hasta el suelo mientras él se apoyaba contra la pared -No…no…- gemía muerto de terror al ver que esta se aproximaba, jurando por un momento el verle sonreír, aunque eso fuera totalmente imposible -No…no, ¡no te me acerques!- volvió a chillar para ver como esta estiraba la pata a un palmo de él estando a punto de tocarle.
Un estruendo se escuchó al retumbar una y otra vez su zapato en contra de la pobre araña que sin oportunidad alguna de escape termino embarrada en la hermosa alfombra que le trajeran sus padres de su último viaje a Francia, dejando como prueba de su existencia solo una pata sobre esta.
Colín aun temeroso acerco su mano hasta esta para envolverla en una servilleta con cierto asco y tirarla sin el menor remordimiento directo a la chimenea en donde inicio un incendio para desvanecerla de la faz de la tierra y volver su mirada aquella cajita que aun reposaba sobre la mesita.
Era brillante, hermoso, precioso, único.
-Oh, George- suspiro el chico conmovido con una gran sonrisa en el rostro -Es…es hermoso- dijo levantándose de golpe, mientras se ponía el anillo en su dedo pensando en lo que aquello significaría luego de tres años de convivencia -¡George, George!- comenzó a llamarlo -¡George!, ¡sí!, ¡acepto, acepto!- grito emocionado corriendo por toda la casa en su búsqueda de su amado, ignorando por completo que su novio jamás le contestaría, ni mucho menos le volvería a hacer otra broma, jamás.
Fin