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Amrita por GekitetsuNikki

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Notas del fanfic:

¡Buenas! Gracias por entrar aquí (?).

 

Quiero pensar que los personajes que usé no son tan mundialmente desconocidos, pero igual dejaré referencias de Atsushi Sakurai, Tatsuro, Sho Asakawa y Kanon Kaweshima. Si no conoce a estos geniales músicos, píquele al nombre (?). 

Me voy a ahorrar todo el speech para las notas finales. 

Notas del capitulo:

El verdadero terror, es que yo esté intentando escribir terror. 

"A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos.”
 H.P. Lovecraft  “La llamada de Cthulhu”

 

I

Caléndula réquiem

Atsushi Sakurai vivía de la muerte.

Ahí donde había desgracia, aparecía haciendo su trabajo. No era sepulturero ni ebanista, no se dedicaba a tallar los contenedores del eterno reposo. Su oficio era curioso y bajo las luces de este nuevo siglo, ridículo, macabro y de mal gusto: Sakurai se ganaba la vida retratando cadáveres. Cuando los deudos derramaban un  caudal interminable de lágrimas él, callada, silenciosamente, se movía de aquí para allá como un fantasma mientras hacía su trabajo. Parecía tener una habilidad innata para que el último recuerdo quedase perennemente grabado en plena serenidad.

Después de tantos años conviviendo con la muerte de manera cercana, había llegado a tres conclusiones: a la gente le gustaba mentirse a sí misma, el máximo motivante del grueso de la población solía ser el arrepentimiento;  y la más importante, mientras él pudiese vivir bien gracias a aquello, no haría el menor esfuerzo por cambiar esas dos últimas circunstancias.

Narro esta historia como quién ha sido testigo de todos los hechos, pero lo cierto es que yo sólo fui partícipe de una parte del todo. El resto ha sido un esfuerzo por buscar unir las piezas aisladas e intentar darle sentido, buscar un orden natural en las cosas. Conocer la verdad de labios de la única persona que la posee supuso un largo periodo de tiempo colmado de arduo trabajo; y aunque no quise hacerlo, he debido hacer suposiciones, bastantes.

Considero que esa cercanía antinatural con la muerte marcó su carácter y lo encerró en un universo de conceptos y percepciones personales; si bien no era un tema tabú tomando en cuenta la gran tasa de mortandad del día a día, él lo vivía de manera más cercana que nadie. Tocaba, maquillaba, creaba la ilusión de vida ajustando los cuerpos a arneses y trípodes, abriendo párpados con cucharillas de té o dibujando pupilas artificiales cuando el rigor mortis amenazaba con frustrar el ensueño; si los ojos son el espejo del alma, él era capaz de inventarles un espíritu artificial a los que acababan de perderlo. En más de una ocasión se vio obligado a sellar los labios de algún difunto con pegamento, eso cuando atar un pañuelo en torno a la mandíbula no era suficiente.

Ahora mismo nadie podría creerse que incluso en la pasarela fotográfica de la cripta existían tendencias y estilos, la forma de fealdad tan intolerable que conocemos como moda y debemos cambiar cada seis meses ─parafraseando a Wilde— no deja escapar a nadie, ni en plena ausencia de vida.

Ah, vanidad. Tu nombre no es mujer.

Hubo quienes posaron de pie con gesto adusto, hombro a hombro con un cuerpo que se enfriaba a cada minuto; familias enteras que se lamentaban en torno a un ataúd abierto, madres que contuvieron estoicamente las lágrimas mientras sostenían a su pequeño hijo y con una plegaria le rogaban al ángel de la muerte que tomase el papel materno para aquella inocente criatura que había sido arrancado prematuramente de sus brazos.  Pero lo que él más disfrutaba ─porque sí, a Sakurai le gustaba su trabajo, más allá del tinte mórbido que este pudiese tener─ era fingir que estaban sumergidos en un profundo sueño. La bella durmiente, a pesar de la bendición de todos sus dones, se hubiese puesto celosa de los modelos involuntarios de Atsushi y la belleza que el juego de luces y sombras le regalaban a la cámara.

Como se puede deducir con facilidad, el oficio de fotógrafo postmortem no se limitaba a simplemente retratar difuntos, así como no cualquiera podía dedicarse a ello. Tocar un cadáver no es apto para los que se impresionan con facilidad y en aras de la ley de la supervivencia del más fuerte, Atsushi se había insensibilizado por completo respecto al tema. Incluso me atrevería a decir que, salvo por cierta repulsión que sentía hacia la oscuridad, había perdido la capacidad de sentir algo semejante al miedo.

Esto no quiere decir que tratase a sus clientes más directos como el saco de carne listo para los gusanos en los que se estaban convirtiendo; por el contrario, Sakurai solía conversar con sus difuntos mientras realizaba las labores tanatoestéticas. Estaba seguro que de ese modo lograba aquella expresión de tranquilidad que caracterizaba a sus fotografías. Quizá se trataba de una superstición impropia en un hombre como él, pero lo cierto es que, al parecer, le funcionaba.

Salvo en una única ocasión.

Al otro lado del camino se extendía una amplia arboleda que ocultaba una gran casa de estilo neoclásico. Nuestros vecinos eran dos hermanos, hijos de un general que había muerto en la guerra y durante mucho tiempo sólo se tuvieron el uno al otro.

Ahora Tatsuro ya no tenía a nadie.

Kanon siempre fue una niña enfermiza, pero a lo largo de los años aquello se había complementado con una firmeza de carácter que podría considerarse impropia para una señorita de familia. Estoy hablando, claramente, con eufemismos: Kanon era necia. Cuando se le metía una idea a la cabeza se aferraba a ella hasta las últimas consecuencias… qué lástima que en una desventurada ocasión, aquellas consecuencias se convirtieron realmente en las últimas.  

En realidad  lo que le acarreó la desdicha fue una nimiedad, una suerte de efecto mariposa como suele ocurrirle a las personas con ese rasgo de la personalidad. No tuvo nada que ver con malgastar la bien ponderada fortuna familiar, ni con el distraído y desgarbado mercader de vida casi nómada con el que se empeñó en comprometerse. Había iniciado como una simple travesura de niña malcriada: Kanon escapó de casa y se internó en la ciudad. Se había negado a recortar el dobladillo de su  vestido favorito y subirlo por encima del talón, como las normas de seguridad contra la epidemia de fiebre española dictaban. No era la primera vez que hacía algo como eso, así que Tatsuro, acostumbrado a los arranques de su hermana, no se preocupó sino hasta que estuvo bien entrada la noche y Kanon no regresaba.  Salió a buscarla personalmente, registrando calle por calle con la ayuda de un par de sirvientes; cerca del amanecer la hallaron hecha un ovillo debajo de una marquesina, con el rostro rojo y casi delirando de fiebre. Para cuando llegaron de vuelta a casa su respiración se había vuelto fatigosa  y su piel adquirió el característico color grisáceo que suele evidenciar la falta de oxígeno. El lado positivo de todo fue que su débil condición física le ahorró tres de los cinco días de sufrimiento: la siguiente puesta de sol se evaporó junto con su último aliento.

A su favor debería decir que Kanon no era tonta, aunque suene contradictorio. Solía mantenerse alejada de las situaciones que pudiesen llegar a perjudicarle, pero apelando a la presunta sensibilidad de las féminas respecto a ciertos temas, no se encontraba informada sobre la crudeza de la pandemia.

De cualquier manera, ahora que medito sobre eso considero que no importa lo que pueda o no decir para justificarla. La relevancia de Kanon es que había muerto y para cuando Atsushi llegó a la casa detrás de la arboleda para hacer su trabajo, ya estaba fría.

Sakurai la conocía, llevaba una relación cordial con el mayor de los hermanos e incluso pasó un par de tardes conversando con él, mientras la muchacha se entretenía tocando el clavicordio. Tatsuro le había confiado que en realidad eran medios hermanos y cada uno conservaba el apellido de su madre. Aunque eso explicaba por qué físicamente eran tan diferentes entre sí, Atsushi había descubierto que el parentesco se evidenciaba en los ojos.

La moderna Ofelia yacía sobre el que había sido su lecho en vida, las capas y capas de la amplia saya ondeaban como bruma alrededor de ella; los bucles castaños se extendían plácidos sobre las almohadas, llevaba el cabello sujeto con horquillas de plata. Incluso alguien había tenido cuidado de colocarle los guantes cuando sus dedos todavía podían moverse, todo en función de preservar la ilusión de que sus manitas blancas de muñeca nunca se verían corruptas por los moretones propios de la muerte y la cianosis. En resumen, se encontraba tan bella, tan absolutamente preciosa, que era una verdadera lástima tener que vestirla con el sudario en lugar del vestido de novia.

Sakurai cerró la ventana y corrió las cortinas en cuanto invadió su habitación, ahora iniciaba la carrera contra el curso natural de la descomposición humana y la luz solar era un enemigo declarado.  Su labor fue poca, simplemente se dedicó a ocultar las úlceras que la fiebre había marcado sobre sus labios y a regalarle el rubor natural que cualquier jovencita sana debería lucir a esa edad, también hubo que matizar el tono gris que se impregnó en su piel como ceniza y las sombras oscuras que reclamaron terreno debajo de sus párpados.   

La espiral descendente comenzó cuando intentó abrirle los ojos.

Kanon tenía una mirada bella, lo notó cuando la conoció y los múltiples retratos fotográficos y al óleo que había desperdigados por el salón sólo sirvieron para confirmarlo. Sería una completa lástima que no quedase un último registro de esos ojos que en otros tiempos contemplaban lánguidamente al mundo; sin embargo, le habían cerrado los párpados y ahora se encontraban tan inamovibles como una roca. Cortarlos podría considerarse un crimen: si ese cuerpo iba a sangrar,  preferible que lo hiciera en la privacidad de su ataúd y para ser honestos, a Atsushi no le gustaba profanar de aquél modo a sus cadáveres. Yo diría que sentía más respeto por los muertos que por los vivos.

Tomó el maquillaje y dibujó iris y pupilas sobre esos párpados pétreos una, dos, tres veces; el pincel se movía cada vez de manera más errante y temblorosa, las palmas de las manos le sudaban y la frustración aumentaba con cada redoble del segundero, todos sus intentos le parecían una imitación prosaica, tan rígidos y artificiales como los mosaicos que tapizan Santa Sofía.

Volteó desesperado a todos lados, buscando una mínima referencia que se materializó a través del espejo; durante un segundo creyó estar alucinando, pero el rostro que le miraba interrogante era varonil y tosco en comparación. Tatsuro le interrumpió para peguntarle si su hermana estaba lista ya para celebrar los funerales. Su tono era calmo, mesurado; pero la angustia que se adivinaba en su mirada daba vértigo y a Sakurai le gustó eso, vio los labios del señor de la casa moviéndose pero no comprendía con exactitud lo que decía. Atinó a farfullar una excusa y pedir más tiempo.

Con la imagen de esos ojos en la mente, la mano se movió casi por sí sola. Tomó la fotografía con la sensación de nunca haber hecho un trabajo igual, seguro de que su labor como el Prometeo de la vida artificial no había fallado.

Cuando abandonó la casa con todo su equipo fotográfico cargado en la espalda, ya se comenzaba a orar el ángelus, quizá esa vez con más devoción que nunca.

 

II

Ánima sola, que en el campo gimes y moras…

La  casa de Sakurai tenía las paredes desnudas, sin ningún rastro del buen gusto artístico de la época. No porque no se lo pudiese permitir, simplemente es que ahí no había nadie que las contemplase. Su vivienda siempre estaba en penumbras y aquello no era en función de una mera excentricidad, ni siquiera por gusto propio.

En el sentido más literal de la frase, Sho nunca había visto la luz. Vino al mundo con la extraña particularidad de que, en cuanto el sol lo tocaba, su piel se empezaba a llenar de llagas.

Para el resto de su familia era un perfecto inútil, un objeto de lástima y conmiseración en el mejor de los casos. Para Sakurai, su sobrino era un compañero de trabajo invaluable: su vista era aguda y estaba tan habituada a la oscuridad que con el paso de los años aprendió a ver en la penumbra. 

En la oscuridad los miedos tienden a aumentar. Pero los diestros ojos de Sho, tan sensibles a la luz como plata sobre albúmina, no le temían a las sombras porque las conocían a profundidad; dentro del pequeño laboratorio podía trabajar perfectamente sin la suave luz roja, tan necesaria para el resto de sus colegas. Las fotos le mostraban lo que él nunca podría ver por sí mismo, no importaba si se trataba de un paisaje o de una hermosa joven muerta. Como la que se suponía era la imagen latente en la placa de vidrio que Atsushi le había entregado esa tarde. 

Desmontó el negativo de cristal casi con solemnidad, inmerso en la completa negrura. Sabía que de proponérselo podría hacerlo incluso con los ojos cerrados, pero le gustaba estar atento a cualquier posible fuga de luz que dañase su trabajo, por mínima que fuese. Tenía los químicos dispuestos y a la temperatura correcta, incluso se había tomado la libertad de preparar un juego extra para virar a tonos sepias la fotografía.

Comenzó el proceso con el reloj de cadena colgado al cuello, aguzando los oídos para contar cada segundo. Hizo los cambios correctos de sustancias en el tiempo exacto, pero no necesitó culminar el proceso para darse cuenta de que algo no iba bien. 

Conocía la teoría, pero nunca en todo el tiempo que llevaba trabajando con Sakurai había visto algo como eso. Tomó la placa y la enjuagó, frotó tantas veces como pudo hasta asegurarse de que no se trataba de un error.  Con el entrecejo fruncido secó sus manos, se envolvió en una gruesa capa negra y se dirigió al ala iluminada de la casa, esa donde estaba la habitación de su tío.

 

Detrás del candil la triste luz que bailaba sobre el rostro de Sho proyectaba sombras en las comisuras de sus labios, regalándole expresiones a esas facciones herméticas que variaban en función de la danza flamígera. La tetera anunció con un lamento que sonaba como el de un alma en pena que su contenido estaba listo, el muchacho dejó de tamborilear los dedos contra el reposabrazos del sofá y se dirigió hacia la cocina.

Sho había dejado sobre la mesita de noche la placa de cristal, con la superficie negra y opaca. Estaba velada y no había nada que se pudiese hacer para salvarla, la fotografía se había perdido para siempre.

Para cuando su sobrino volvió con una taza de té en las manos, Sakurai ya no pudo conservar por más tiempo la calma. Miró interrogante al chico como pidiéndole que le diese una explicación; implorándole que le dijese que el error había sido suyo, que los químicos estaban vencidos, que no había sido la luz lo que les había jugado una mala pasada y él no lo había notado hasta entonces.  

─¿No has escuchado eso de que el alma de los muertos queda atrapada en las fotografías? ─susurró Sho con tranquilidad─ Puede que la caprichosa señorita haya querido hacer una última travesura antes de abandonar este mundo.

Un intento de broma, uno muy desafortunado. Atsushi alzó la vista para mirarlo con toda la intención de darle una respuesta lapidaria… y lo vio muy claro en un destello de lucidez: se reía de él.  Se burlaban. Todos lo hacían, incluso Sho. Mejor dicho, Sho sobre todos los demás.

Su sobrino le acompañó en silencio hasta que por el Este Apolo y su lámpara le ahuyentaron, sin decir ni una palabra se volvió a perder en el silencio y la oscuridad de su claustro. Fue cuando se supo a solas que Sakurai lanzó la placa de vidrio contra el piso, con los cientos de pequeñas piezas veladas e inútiles que la conformaban dispersándose. Él nunca había fallado, algo que disfrutaba del memento mori era justamente la idea de que esa foto no se podría volver a reproducir jamás. Él quería esa mirada que probablemente ya no existía y sólo había otra igual en el mundo.

Sonrió cuando se dio cuenta de que no todo estaba perdido.

En lo sucesivo, el incidente pareció quedar olvidado. No se volvió a tocar el tema por un tácito acuerdo mutuo aunque aún no sabían qué se le diría a Tatsuro. Sho percibía que su tío se sentía incómodo cuando le tenía cerca, así que prefirió no imponerle su presencia; de ese modo Sakurai pasó cada vez más tiempo a solas, desmenuzando una y otra vez el plan que tenía en mente para tener de vuelta esa foto perdida.

El otoño comenzaba a anunciar su llegada y la de sus tonos ocres la tarde en la que llamaron a la casa de la arboleda y el mismo Tatsuro abrió, había perdido peso y su cabello, levemente enmarañado, evidenciaba que no le importaba en absoluto ni estaba al pendiente de ello. Con un ademán cortés invitó al fotógrafo a pasar y ordenó que les dispusieran del servicio de té mientras conversaba con Sakurai en el salón.  Esperaba que simplemente le llevase aquél trabajo encomendado y se marchase, pero la conversación se alargaba hora tras hora y los temas se volvían inagotables. Cerca del ocaso el té fue sustituido por bebidas más robustas y cuando el alcohol comenzó a destensar el organismo de Tatsuro, Atsushi se dedicó a hacer lo que mejor sabía: observar. No perdía de vista ningún gesto de su anfitrión, ni de los movimientos de la servidumbre. Quién entraba y a qué hora, por qué y para qué.  En especial, no dejaba de ver esos ojos, que achispados por el licor habían dejado de ser tan melancólicos.

Conforme las visitas se hacían más frecuentes, Tatsuro dejaba de interesarse por la fotografía y comenzaba a hablar de otras cosas. La soledad suele ser una enfermedad terminal y fulminante para quien no está habituado a ella, peor que cualquier peste devastadora. Las tardes con Sakurai comenzaban a convertirse en el opio del enfermo que buscaba rehabilitarse desesperadamente, mostraba los signos de quien empieza a sobreponerse al luto.

Atsushi  tenía su confianza. Él quería su mirada, pero sabía ser paciente.  

Podía conseguir los escasos y costosos químicos inherentes a su oficio sin mucho esfuerzo, la morfina fue cosa de risa comparado con ello. Estaba bien documentado al respecto: sobre los dos gramos se hallaba la dosis mortal para el consumidor sin tolerancia. En alguna charla le preguntó al respecto a Tatsuro y el chico le confirmó que nunca en su vida había consumido ningún opiáceo ni tenía el hábito de la aguja. Se aseguró  también de llevar una reserva generosa de ajenjo. Entonces, cuando el hechizo del hada verde se completó y Tatsuro estuvo lo suficientemente ebrio como para dejar de percibir lo que sucedía a su alrededor, Atsushi hundió con la precisión del cirujano la aguja hipodérmica dentro de la carótida. Dispuso del émbolo con lentitud, tampoco era un salvaje incivilizado y sobre todas las cosas, no deseaba que aquél chico tan amable sufriera, no si aquello amenazaba con dejar huella dentro de ese rostro, esa mirada.

 

La respiración de Tatsuro se fue haciendo cada vez más débil hasta que simplemente desapareció,  Sakurai tuvo cuidado de abrirle los ojos y pegarle los párpados antes de que los músculos comenzaran a tensarse. Aunque no lo necesitaba, se permitió gastar un par de horas en cepillar ese largo cabello hasta dejarlo brillante, en observar con detalle sus facciones mientras tarareaba una suerte de canción de cuna. Había sido una lástima eso de tener que matarlo, pero todavía quería darse el lujo de disponer de los candiles de la habitación para generar una iluminación adecuada y debía apresurarse.

 

III
La muerte le sienta bien

Conocía el proceso de memoria, antes había trabajado sin problemas con el colodión húmedo e incluso con daguerrotipos.  No necesitaba de Sho para revelar lo que traía en las manos y, por suerte, el reloj aún marcaba la media noche. Nada de fugas de luz involuntarias.

Utilizó materiales nuevos, no importaba derrochar. Incluso tomó un viejo abanico para acelerar el proceso de secado, estaba ansioso por mirar el resultado final. Sacó cuidadosamente la fotografía de la última bandeja de revelado… y tuvo que boquear para que algo de aire llegase a sus pulmones.    

Corrió como si la vida se le fuera en ello, como si el mismísimo diablo lo siguiera. Salió de su hogar hecho un torbellino que causaba estragos a su paso, nada tenía importancia, nada tenía sentido y necesitaba hallárselo. Sus autónomas piernas, su trastornada conciencia le llevaron hasta las rejas de hierro del cementerio, con una pala que parecía más cacharro que nada logró abrirse paso entre ellas y las tumbas que le salían al frente. Atsushi se lanzó con furia sobre el blanco sepulcro, destrozó ángeles ciegos de granito, partió por la mitad la lápida marmórea que loaba la virtud de Kanon y la convirtió en un montón de sílabas inconexas; apartó la pesada loza que cubría el féretro ayudado por la fuerza que le había obsequiado el delirio. Con la pala, e incluso con las manos desnudas en un momento de frenesí, apartó la tierra hasta toparse con el cajón de madera; abrió la tapa del ataúd sin vacilar ni un instante.

No le hizo falta acercar el quinqué, la débil luminiscencia de las farolas del camposanto bastaba para permitirle la visión, pero a pesar de todo quiso cerciorarse de lo que ya sospechaba. Cayó de bruces sobre la tierra húmeda y dejó que la lluvia lo acompañase hasta la placentera oscuridad.

 

Una tormenta eléctrica reemplazó el temporal en algún punto de la madrugada. Sho, bien envuelto en su gruesa capa negra, consiguió traerle de vuelta a base de observar detenidamente las huellas que quedaron marcadas en el lodo; le dejó en su habitación no sin grandes esfuerzos y permaneció ahí, velando la intranquila inconsciencia de su tío. 

Los relámpagos le regalaron destellos luminosos a la habitación y cuando Atsushi abrió los ojos prácticamente se encogió sobre sí mismo, balbuceando palabras incoherentes sobre miradas brillantes que lo acosaban desde las esquinas iluminadas de su pieza; desde el espejo y su superficie reflejante. Gritó, suplicó porque alguien cerrara las malditas cortinas y ahogara esas visiones en las tinieblas.

Inexorablemente, la oscuridad perpetua de esa casa arrastró a Sakurai dentro de sus fauces; fue apagando las luces de los candiles una a una,  la única que no sucumbió ante la purga de la bestia devoradora de claridad fue la suave luz roja que brillaba fuera del laboratorio de Sho. Las sombras que tanto le disgustaban terminaron por fagocitarlo e integrarlo a mi hábitat natural. Nunca volvió a ser el mismo después de encontrar el sepulcro vacío, sin ninguna huella de profanación exceptuando la suya, claro está.

Siempre quise saber qué fue lo que orilló a mi tío a actuar desde la violenta irracionalidad, pero no estaba en condiciones de decir nada. La respuesta apareció por sí misma, en el sitio más inesperado: nuestro ahora abandonado laboratorio. Estaba en el piso, como esperando que alguien tropezara con ella en plena oscuridad y se agachase para recogerla, una total fortuna que no se hubiese roto al caer. Suerte que mis ojos percibieron sin problemas el reflejo de la luz roja sobre el cristal. 

Por primera vez en mi vida me vi en la necesidad de acercarme a la luz de una vela para mirar una fotografía, incluso pasé la mano sobre la placa de vidrio a sabiendas de que mis sentidos no me engañaban. Ahí estaba, preservada para siempre sobre plata, la imagen de ambos hermanos tomados de las manos y con los ojos abiertos, sumergiéndose al unísono en las aguas de Caronte.  

Eso es lo que me ha contado la oscuridad en todos estos años.

 

Notas finales:

En sánscrito, "Amrita" significa "Sin muerte", cuando menos en su traducción más literal y sencillaMe gustó el significado cuando lo leí en el libro homónimo de Yoshimoto y quise usarlo aquí. 

La tradición de la fotografía postmortem fue muy socorrida en la era victoriana, también se le conoce como "Memento mori". Si usted desea ver y no tiene un corazón sensible (A mi me parecen peciosas, pero a muchas personas les impresiona porque... ahí hay alguien muerto, I mean) dele un vistazo acá: http://thanatos.net/preview/

Inicio citando al fanboy por excelencia de Poe porque ninguna cita del buen Baudelaire me parecía apropiada y poque YOLO.

Ahora lo que toca: Agradecer. Gracias a la señorita Kyusagi por explicarme la línea narrativa de Poe con peras y manzanas, a Junnie por venderme la idea de la pareja, a Yuu por la completísima cátedra sobre la gripe española y la morfina, a mi sensual tocaya por citar a Howie y recordarme que ese pasaje me puso los pelos de punta. Y en general, a todos los que incordié en algún momento con "Es que estoy atorada y no puedo escribir". Lamento las molestias (_ _) 

Algunos por ahí sabrán quién era el prometido de Kanon. No tiene relevancia alguna en la historia, pero las otepés son las otepés, aunque sean hetero. 

En suma, es el fanfic con el que más he tenido que investigar. Necesitaba que una epidemia, una droga potente para matar a alguien y un proceso fotográfico a oscuras me coincidieran.Casi me vuelvo loca buscándolo y enloquezco de paso a mis profesores en la universidad x'D. Al final, el proceso que se utiliza aquí es el Gelatinobromuro, precusor de la fotografía análoga como la llegamos a conocer, sólo que en placas de vidrio en lugar de papel (?). Procuré no usar vocabulario técnico en todo caso, pero si algo suena como a Arameo antiguo, pueden preguntar con toda confianza (: Ya veré qué les invento. 

Al final, lo considero como una suerte de experimento raro. Sé que no da mucho miedo, pero jugué con una fobia personal y esto es lo que logré sacar (Y no, no es que te aparezcan cosas raras en las fotografías, aunque una vez me sucedió y fue macabro (?)). También esa narrativa que oscila entre la tercera y la primera persona fue algo entretenido, aunque puede que no del todo correcto; igual me pareció atractivo retratar la errática mente de Sho con eso.  En general tuve muchos problemas conectándome con los personajes, creo que respeto mucho al señor Sakurai como para imaginármelo inmiscuido en mis delirios. 

Yo estaba haciendo un fanart para acompañar este one-shot (Me gusta hacer fanart de mis fanfics (?) ¿Problem?) Pero ya no lo terminé a tiempo... lo subiré en otra ocasión. 

Gracias por leer y espero que cuando menos le guste un poquito a la creadora del desafío.

http://ask.fm/GekiNikki

PD: @DrugSucks ¡Feliz cumpleaños, You, little cabroncilla!   ♥♥♥♥♥. Inicia su año respondiendo a un desafío, seguramente es un buen presagio... y un sutil mensaje del destino de que debemos convertirnos en adultos responsables y bajarle al YOLO. ♥ 


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