Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

You're fucking perfect to me. por BlackMoral_Inc

[Reviews - 36]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hey! ¿Qué tal están? Yo, bastante bien y espero que ustedes también. ¿Se nota que estoy contenta? Extrañamente, me siento feliz *-* Y me hizo aún más feliz haber leído sus reviews. De verdad, gracias. Me motivaron para continuar.

 

En este capítulo viene el drama. Oh, yeah. De hecho, será puro fucking drama todo este fic, lol. Anyways...

Enjoy!

 

 

Posdata: No lo dije al inicio, pero este fic va dedicado a una persona especial que sé que me está leyendo. Mosquetero, this is for you. Por tu apoyo, tu amistad y estos casi dos años que hemos pasado juntos♥ Fip you, beffo.

 

—Ohh… No puedes hablar. —Ruki esbozó una sonrisita—. Pero qué tonto, claro que no puedes hablar. —Ahora, ambos sonrieron—. Pero sí me oyes bien… ¿verdad? Sí me entiendes. —Su interlocutor asintió y borró su nombre de la pizarra para volver a escribir: « ¿Estás bien?» —. Huh… Me duele todo, pero estoy bien. Gracias, de nuevo.

« ¿Por qué te golpearon?». Reita ladeó los labios y meditó su respuesta antes de darla. Nuevamente encaró el techo y regaló a éste un pesado suspiro.

—Es complicado.

«No soy tonto, lo podría entender.» El del cabello rosa rió, pero su risa fue frenada por una punzada que le aquejó desde el abdomen.

—Quiero decir… No es algo agradable de contar ni que me haga sentir orgulloso. —Se miraron durante un buen rato, sin decir nada. Reita suspiraba continuamente pues a veces sentía que el aire se le iba—. Así que Ruki, ¿eh? Bonito apodo.

«Mi madre me decía así cuando era pequeño.»

— ¿Te decía? ¿Ahora ya no lo hace? —Takanori negó con la cabeza—. ¿Por qué?

«Porque murió.»

Otro silencio. Su imprudencia hizo sentir avergonzado a Reita, quien desvió la mirada una vez más hacia el techo; murmuró un sutil, casi inaudible “lo siento”.

«Yo lo siento más.» Sonrió, pero luego continuó escribiendo después de haber borrado lo primero: «Pasó cuando yo tenía 6 años, ahora tengo 16. La extraño, pero soy feliz con papá. Aunque me hubiese gustado tener hermanos, ¿tú tienes?...»

Escribía y borraba, volvía a escribir y borraba una vez más; casi no le daba tiempo al del pelo teñido a leer y responderle. Reita pensó en que si aquel muchachito pudiera hablar, no pararía de hacerlo. Ese pensamiento lo hizo sonreír.

Continuaron dialogando de trivialidades, Reita contando lo más rescatable de su vida y Ruki compartiéndole cómo era su vida sin haber podido pronunciar una sola palabra desde que nació. Las horas fueron pasando de prisa, entre risas mudas y sonrisas amistosas; gestos a los que ninguno de los dos estaba acostumbrado. Y, aunque el señor Matsumoto ordenó a su hijo que sacara a Reita de su casa, este accedió a los ruegos de Ruki para dejar al lacerado muchacho pasar la noche con ellos.

Reita, además de estar agradecido con ellos, se sentía avergonzado por estar dándoles molestias de ese tipo. Sabía bastante bien que al dueño de la casa no le agradaba la idea de tenerlo ahí, por lo que alegó que podría tomar un taxi e irse a casa. Pero Ruki no lo dejó.

—De verdad, esto no es necesario, Ruki. —Dijo el inquilino cuando el menor dejó sobre la mesita de noche un plato de pasta con albóndigas, un vaso de jugo —de naranja, aparentemente— y dos piezas de pan.

El castaño hizo un par de señas que el otro, obviamente, no entendió. Resultaba frustrante que no pudieran dialogar normalmente.

«Debes comer.» Escribió Ruki en la pizarra. Se miraron fijamente, Reita intentando negarse a recibir más atenciones de las que ya había recibido, pero terminó cediendo cuando el más pequeño hizo un —muy tierno— puchero.

—Seguro que usas ese truco para chantajear a tu papá, ¿verdad? —Cuestionó divertido el mayor mientras trataba de tomar el plato. Hizo gestos de dolor cuando intentó moverse, por lo que Ruki terminó poniéndole el plato sobre las piernas.

«Muy seguido, sí.» Respondió él con una enorme y orgullosa sonrisa, ya habiendo tomado asiento en la silla junto a la cama.

—Así que… baterista, ¿eh? —Comenzó a decir, retomando uno de los temas que habían tocado anteriormente; mientras tanto, se dedicó a saborear su cena. Se dijo mentalmente que había tenido mucha suerte ese día, pues además le habían servido su platillo favorito. Tristemente, se dijo, hacía mucho tiempo que no probaba algo así en casa.

«Uno muy bueno, además.» Reita rió.

—Qué presuntuoso.

«Bueno, si yo no me animo solo, ¿quién lo hará por mí? La gente solo te dice que eres bueno para callarte y que no molestes, pero yo sé que lo soy porque sé de lo que soy capaz.»

—Supongo que tienes razón. —Dirigió al contrario una sutil sonrisa. Hubo instantes donde el silencio iba y venía entre ellos, aunque a ninguno de los dos les molestaba la quietud. Reita siguió degustando sus alimentos. A veces (y pensaba que Ruki no se daba cuenta) lo miraba de reojo, tratando de recorrerlo con la mirada. Se decía que debía grabarse la imagen de aquel chico en la memoria, que no debía olvidarse de cómo lucía la única persona que había sido amable con él en muchos años.

Después de la cena y otra charla corta sin mucho sentido, Reita se quedó dormido. Ruki se tomó la libertad de cubrirlo bien con unas cobijas para que no pasara frío y de acomodar bien la cabeza del mayor cuando vio que su cuello estaba en una posición incorrecta y que, muy probablemente, le causara molestias al día siguiente.

Su padre, al igual que cualquier persona haría, preguntó porqué tanto interés en ayudar a aquel muchachito vago que seguramente estaba metido en problemas ilegales. Takanori contestó con un simple «Porque nunca sabes cuándo vas tú a necesitar ayuda.», dicho en el lenguaje de señas (que su padre comprendía a la perfección por haberlo aprendido años atrás).

 

 

—Pero deberías haberlo mandado a dormir al sofá, no en tu cama.

La repentina aparición y comentario del señor Matsumoto hizo respingar a Ruki que estaba completamente sumido en sus pensamientos.

«Debe descansar bien, en el sofá se sentiría incómodo.» Respondió el menor.

—Eres demasiado bueno como para no conocer al muchacho…—Esta observación hizo surgir un sonrojo en el rostro de Ruki—, pero la vida te lo recompensará, pequeño. Eres un buen chico. —Dicho esto, dejó un paternal beso sobre la cabeza del castaño—. ¿Quieres dormir en mi recámara? Me iré al sofá. —El menor negó con la cabeza, y agregó con un ritmo rápido al mover sus manos: «Lo cuidaré un rato más y luego me iré a dormir a la sala.  Estaré bien, prometo no dormir muy tarde.»

El adulto suspiró resignado, a sabiendas de que no podría llevarle la contraria a su hijo y hacer que cambiara de opinión. No le quedó más que desearle buenas noches e irse a descansar.

 

Cuando Ruki se quedó solo, lo primero que hizo fue ir al baño a ponerse el pijama (su ropa interior y una camisa enorme que casi le llegaba a las rodillas). De su armario sacó una colchoneta individual y la acomodó junto a la cama; tomó un comic que había comenzado a leer apenas unos días atrás y se recostó. Había dicho a su padre que dormiría en la sala, pero… Sentía la fuerte  necesidad de cuidar de aquel chico, Reita.

Mientras pasaba las páginas de su comic sin prestar real atención a este, divagaba entre pensamientos curiosos que envolvían como principal objeto al individuo que dormía en la cama. ¿Cómo será su familia? ¿Y sus amigos? ¿Tendrá novia? ¿Por qué lo golpearon?  Esas eran las principales preguntas que se trazaba mentalmente el de la cabellera castaña. Esporádicamente se levantaba a ver a Reita, le preocupaba que tuviera molestias, ya que se había dado cuenta que en ocasiones se le dificultaba respirar.

La situación le hizo recordar un día del mes de diciembre, cuando él apenas tenía cinco años y su familia materna se había reunido para convivir. A la reunión asistieron tres de sus primos (mayores que él por dos o tres años), los cuales no dejaron de molestarlo durante toda la tarde gritándole insultos variados, entre los que destacaban «Mudo» y « ¿te comió la lengua el ratón?», todos haciendo alusión a su discapacidad. Él trataba de apartarse de ellos y no hacerles caso, pero las agresiones pasaron de verbales a físicas; juguetes, tierra y hasta piedras lanzadas hacia él fueron lo principal. Hasta que lo tiraron al suelo y comenzaron a golpearlo, lo que en un principio había comenzado —para los niños mayores— como un “juego”. Por supuesto, Ruki no podía gritar para alertar a los adultos, y sus primos se aprovechaban de ello. Recordaba bien que lo patearon hasta que el aire no le llegaba más a los pulmones y que, aún cuando lloraba, se retorcía y forcejeaba en el suelo, ellos continuaron. Terminaron finalmente por hacerlo ingerir un montón de fresas mientras aún estaba en el suelo. Por supuesto, el pequeño y violentado niño comenzó a ahogarse. Fue hasta entonces que uno de los infantes agresores corrió a buscar ayuda.

Ruki había terminado en el hospital esa vez, golpeado, con miedo hacia cualquier niño que se le acercara y con repulsión hacia las fresas. Era una de las cosas que no olvidaba y que, posiblemente, jamás olvidaría. Porque su vida era así, llena de malas experiencias causadas por gente que no entendía que él no había decidido nacer mudo. Y que eso no lo hacía valer menos que los demás.

«Pero, ¿quién los entiende? Las personas somos animales racionales, pero algunas parecen ser solamente animales.» Solía pensar, muy a menudo.

 

Suspiró, hincándose junto a la cama y apoyando los codos sobre el colchón. Reita se veía tranquilo y en ocasiones arrugaba la nariz, acto que hacía sonreír a Ruki. Por alguna extraña razón, aquel del cabello rosa le había llamado mucho la atención; tenía un no sé qué que lo incitaban a querer saber más de él.

Y, por supuesto, indagaría para quitarse la curiosidad.

 

 

 

A la mañana siguiente, cuando Reita despertó, sintió la terrible urgencia de ir al baño. Se levantó con cuidado de la cama, entre quejidos y muecas, para buscar con la mirada al dueño de la habitación; a quien encontró durmiendo en el suelo sobre una colchoneta. Se sintió culpable por haberle quitado su cama y agradecido al mismo tiempo por la molestia que se había tomado. No quiso despertarlo, así que se aventuró a abrir la única puerta que había. Usó el baño y se tomó unos minutos para mojarse la cara y enjuagarse la boca. Se miró al espejo. Tenía un aspecto terrible: la hinchazón de su rostro no había bajado y dolía igual. Por lo menos, ya se había podido levantar de la cama.

Caminó acompasadamente hacia afuera y se sobresaltó cuando vio a Ruki frente a él. El pequeño hizo un par de señas, pero ni por asomo Reita entendió lo que quería decirle.

—Ruki, no te entiendo… ¿qué?

El muchachito frunció los labios y los movió de un lado a otro. Tras un gesto de resignación, fue por la pizarra y escribió: «Buenos días.»

— ¡Ah! Lo siento. Buenos días.

« ¿Tienes hambre?»

—Mh, escucha… Gracias por todo, Ruki, pero debo irme ya.

«No te vayas.» Se apresuró a escribir, haciendo luego un gesto de súplica. El peli rosa se quedó sin habla, intentando descifrar el porqué de la petición del menor.

—Mi madre debe estar preocupada, en serio tengo que irme. Te agradezco mucho, a ti y a tu padre, de verdad.

«Ven a visitarme.»

—No creo que a tu papá le cause mucha gracia que yo venga.

«No importa. Ven.»

Se sumieron en un cruce de miradas de significados desconocidos. La situación se les antojaba extraña, a ambos. Reita se preguntaba qué veía Ruki de interesante en él como para querer volver a verlo, luego se dijo que cumplir con su deseo era lo menos que podía hacer para agradecerle su gesto de solidaridad.

—De acuerdo, volveré. —El otro esbozó una radiante sonrisa al tiempo que corría al buró para tomar un viejo celular para extendérselo al mayor. Este dudó en tomarlo, pero Ruki agitó el aparato frente a él e hizo un par de ademanes para darle a entender una cosa—. Quieres… ¿quieres que te de mi número? —Un enérgico asentimiento tuvo como contestación. Se rió internamente por lo insistente y caprichoso que resultaba ser aquel adolescente, pero no hizo más preguntas y guardó su número móvil en aquel celular bajo el nombre de “Reita”. Cuando Ruki tuvo su celular de regreso, hizo una llamada al nuevo número en su agenda; dentro de la mochila del peli rosa (cuyo paradero dio por conocido hasta entonces) no tardó en sonar. El castaño cortó la llamada, haciendo otras señas para dar a entender que su número ya había quedado registrado en el teléfono del mayor—. Te llamaré de vez en cuando. —Aseguró, pero una mirada y una sonrisita extraña por parte de Ruki lo hizo darse cuenta de que había “metido la pata”. « ¿Cómo diablos vas a llamarle si no puede hablar?» Se dijo, dándose una patada mental—. Oh, oh… ¡perdón! Quise decir, te enviaré mensajes para saludarte.

Una risa muda y sincera expresión de alegría por parte de Takanori hizo reír a Reita, aunque estuviese adolorido y apenado por sus imprudencias.

Luego de eso, vino una despedida larga y un montón de “gracias”, “les agradezco de todo corazón” por parte de Reita hacia Takanori y su padre. Este se mostró, en un principio, algo hostil con el muchacho, pero terminó incluso por invitarlo a visitar su hogar en un futuro. Lo había hecho más por el entusiasmo que su hijo mostraba ante la presencia del otro joven, pensó que si él estaba feliz y se sentía cómodo, entonces no le quitaría la emoción. Aunque no dejaba pasar por alto las condiciones en que se habían conocido. Ese instinto paternal de cuidar a su hijo de posibles problemas seguía alerta.

«Vuelve pronto.» Había dicho Takanori por último, tanto en señas como en escrito. Reita le dirigió una sonrisa cálida antes de, para sorpresa incluso propia, besar la frente del menor. Abordó un taxi que lo llevó a su casa, donde estuvo en menos de diez minutos.

 

Al llegar, tal como lo había imaginado, vio a su madre tumbada en el sofá, ingiriendo una lata de cerveza. Ni siquiera se tomó la molestia de preguntar a su hijo dónde había estado y porqué no había llegado a dormir la noche anterior; a lo único que se limitó fue a verlo de pies a cabeza, percatándose de los múltiples moretones que presentaba en las zonas visibles. Sin embargo, no preguntó nada al respecto.

Reita, acostumbrado al desdén de su madre, se inclinó con dificultad hacia ella y le besó una mejilla, seguido de un inaudible “te quiero mamá”.  Luego, se fue a su habitación.

Haber subido las escaleras hasta el segundo piso lo había dejado sumamente agotado, por lo que tiró la mochila al llegar, se quitó la ropa hasta quedar en bóxers y se recostó en la cama. Estaba bocarriba, viendo el techo. Cerró los ojos para rememorar los hechos del día anterior y hasta entonces recordó que se había quedado sin dinero, todo lo que tenía se lo había llevado el líder de aquel cuarteto que lo había golpeado.

Aquel dinero era para pagar la colegiatura de la universidad. Dinero que le enviaba su padre una vez por mes y que, con desprecio, su madre recibía y se lo entregaba a él. Con ese pensamiento llegaron recuerdos de  años pasados, uno tras otro como cuenta gotas. Recordó con amargura las razones de la reciente golpiza que le había propinado, y la forma en que su madre lo había recibido.

Continuó pensando en todo aquello, hasta que inevitablemente soltó el llanto. Como un niño pequeño, se hizo un ovillo sobre el colchón y dejó que las lágrimas fluyeran. Solía llorar a menudo.

En la universidad solía llamar la atención debido a su aspecto despreocupado, liberal y rudo. Podía presumir de su popularidad con las chicas, aunque no de sus buenas calificaciones. Normalmente no entraba a clases y cuando lo hacía era únicamente para sacar de quicio a sus mentores o para quedarse dormido. Y a pesar de parecer un chico rebelde al que no le importaba el resto de la raza humana, era exactamente todo lo contrario; era ese chico sensible e inseguro que ahora estaba llorando sobre la cama.

 

 

 

 

«Buenos días, ¿dormiste bien? ¿Cómo estás?»

« ¿Te estás recuperando?»

« ¿Aún te duele mucho?»

« ¿Irás a la universidad?»

« ¿Cuándo volveremos a vernos?»

«Buenas noches. Que descanses»

 

 

Los mensajes de Takanori no tardaron en llegar a partir del día que se despidieron. Pasaron aproximadamente dos semanas comunicándose a través de mensajes de texto, los cuales se fueron haciendo cada vez más frecuentes.

Reita regresó a clases solo una semana después de aquel percance que lo había inhabilitado para poder salir de casa. Había retomado el rumbo habitual de su vida, con la anormalidad de que ahora, había una persona más que formaba parte de ella.

Le resultó extraño al principio porque aquel castaño de baja estatura parecía haberle tomado confianza y afecto demasiado pronto. Solía enviarle un mensaje a cada mañana para desearle buenos días, y uno en la noche para desearle dulces sueños. Aún así, le resultaba agradable. Había perdido la cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que alguien se había preocupado por él.

Sus encuentros comenzaron casi cuatro semanas después de haberse conocido, cuando Reita fue a buscarlo a su casa con la única finalidad de llevárselo a dar una vuelta. Por supuesto, el padre de Takanori se negó, pero ante los gestos de súplica —pucheros, demasiados pucheros— no tuvo más opción que dejarlo ir. Encontrarse frente a frente, después de haber mantenido comunicación solamente por mensajería, hizo  al mayor comportarse extrañamente tímido. Aunque comenzó a desenvolverse cuando Takanori, de una mochila pequeña que llevaba al hombro, sacó un cuaderno y pluma y comenzó a escribir para platicarle cómo le había ido con las clases de batería.

Su primera salida consistió en dar un recorrido a un parque cercano, luego en ir a tomar un helado con galletas a una heladería cercana. En ocasiones, Reita soltaba estridentes carcajadas, aunque en el fondo sentía pena por no poder oír la risa de su acompañante. Le resultaba triste.

Aún cuando Takanori tenía que esforzarse en comunicarse con el mayor, les resultaron muy amenas las pláticas que sostuvieron. El tiempo se les fue como agua entre los dedos, ni siquiera se dieron cuenta cuando la noche había caído sino hasta que el padre de Takanori le envió un mensaje a este para avisarle que era hora de regresar a casa. Reita se ofreció a acompañarlo, y así lo hizo; caminaron juntos de regreso a la morada del menor y se despidieron en la puerta del inmueble, prometiendo volver a verse.

 

La promesa no tardó en cumplirse.

 

Después de aquella primera salida, hubo un par más. Y después de esas, otras… y otras. Hasta que se les hizo un hábito verse casi a diario.

Aún si pasaban mucho tiempo juntos, los mensajes de texto cuando no se veían no cesaron. Incluso si acababan de verse, diez minutos después de despedirse, Takanori enviaba un mensaje a Reita. Y eso se les volvió costumbre.

 

Pasaron dos meses desde su primer encuentro cuando Takanori comenzó a enseñar a su nuevo —mejor, según él— amigo, el abecedario  en el lenguaje de señas. Se sintió orgulloso al darse cuenta de que Reita aprendía rápido. Y así, con el pasar de los días, ya había logrado deletrear palabras e incluso frases completas. Eso les facilitaba la comunicación, aunque en un comienzo Reita era algo lento con el movimiento de sus manos. «Es cuestión de práctica.» Solía decir Ruki para animar a su amigo, quien se desesperaba fácilmente.

Su relación se volvió estrecha con el pasar del tiempo. Día  tras día una amistad sólida se fue formando, una de la que el padre de Takanori tenía pleno conocimiento. A pesar de todo, terminó aceptando que su hijo se había encariñado con aquel muchacho de cabello rosado.

 

 

 

 

 

«Quiero que me lo cuentes.»

Aquello no había sido una petición sino más bien una orden. Takanori llevaba días insistiendo a Reita que le contara sobre el incidente por el que se habían conocido. El mayor siempre se había negado.

Ese día, sentados casi a la orilla de la terraza de un edificio abandonado, se hallaban uno junto al otro: Takanori con su cuaderno y su lápiz en mano; y Reita, consumiendo gustoso un cigarrillo.

— ¿Por qué quieres saberlo?

« Ya te lo dije, soy curioso.»

—Y yo te he dicho que no es algo que me gustaría contarte.

« Pensé que confiabas en mí.» Y con esa frase escrita en una hoja en blanco, dirigió al mayor un gesto —fingido— de decepción.

— ¡Takanori, me estás chantajeando! —Exclamó dramáticamente.

«Ni siquiera sé tu nombre.» Reprochó, ésta vez con una genuina mueca de molestia y sí, cierta decepción.

A Reita le tomó unos minutos, unas caladas al cigarro, y varios suspiros decidirse a hablar. Para entonces llevaban casi cinco meses viéndose y, tal como Ruki lo había dicho, no había hablado mucho sobre su vida.

—Mi vida no es lo que parece… O más bien, yo no soy lo que parezco. —Comenzó a contar, bajo la atenta mirada de su amigo—. Me llamo Akira. Akira Suzuki. —Confesó, volteándose a verle y regalándole una sutil sonrisa que fue correspondida con una más amplia.

«Qué nombre tan bonito.» Escribió.

—Lo dices porque eres mi amigo. —Dio un leve codazo al menor. Rieron, aunque solo una risa se escuchó. Instantes después, la expresión de Reita se tornó pensativa—. Cuando yo tenía cinco años, los problemas en mi casa comenzaron: mi padre comenzó a llegar tarde a casa, las salidas con mi madre fueron disminuyendo y aumentaron las peleas. Empezaron a preocuparse más por recalcar los defectos uno del otro más que de mi bienestar. Yo no lo entendía, es decir… ¿qué podría pensar un niño de cinco años respecto a los problemas de sus padres? —Hizo una pausa larga. Sacó un nuevo cigarro de su bolsillo y dio fuego a éste para calarlo con ciertas ansias—. Se divorciaron cuando mi madre descubrió que mi padre le había estado siendo infiel por casi dos años. Las peleas fueron aún peores, pero lo curioso es que ninguno peleaba por quedarse con mi custodia. —Rió entre dientes, dejando reposar el cigarro entre sus dedos índice y corazón. Ruki permanecía completamente serio y atento—. Mi papá se fue de la casa de inmediato y mi madre, aún cuando decía que lo odiaba y no quería verlo más, terminó rogándole que se quedara. Se volvió obsesiva. Durante meses no dejó de llamarlo, de buscarlo… Se olvidó de mí, ¿sabes? Su rutina consistía en levantarse, pedir comida rápida para mí e irse a buscar a mi padre a su trabajo, a esperar a que saliera de su nueva casa para encontrárselo. —Resopló, frotándose la cara con ambas manos, pero teniendo cuidado para no quemarse con el cigarrillo—.  Un año y medio después, él regresó. Alegaba que la casa era suya y que teníamos que irnos. Tras peleas legales y encontronazos entre mi madre y la nueva esposa de mi papá, nos mudamos. Yo tenía siete años. Mi padre aceptó pagar una pensión mensual y los gastos de mi educación, y con el dinero del primer cheque alquilamos un departamento. Era un lugar descuidado, desagradable, hasta lúgubre. Mi madre se volvió más descuidada, tanto conmigo como con ella; dejó de arreglarse, de salir. Perdió su trabajo y se alejó de su familia y amigos. Igual que yo. Sobrevivimos con lo que mi papá nos enviaba cada mes. Desde entonces vivo en el mismo lugar. —Carraspeó a causa del tabaco. Hubo un silencio largo. Ruki se acercó mucho más al mayor  y recargó la cabeza sobre el hombro derecho de Reita mientras ambos recorrían con la mirada el paisaje que se ofrecía delante de ellos. Era tarde y la noche amenazaba con dejarse caer sobre la ciudad; el clima era frío, pero soportable. Reita miró de reojo a su acompañante cuando lo sintió tan cerca y sintió la necesidad de abrazarlo, pero se contuvo y continuó—: Ella comenzó a beber desmedidamente desde que cumplí quince. ¿Sabes lo terrible que fue mi infancia y la entrada a la adolescencia? Estuve prácticamente solo todo este tiempo, Ruki. No he vuelto a ver a mi padre desde que ellos se divorciaron y mi madre… Dios, mi madre no es ni la sombra ni el recuerdo de la mujer que fue un día. —Sintió que la voz se le quebraba y que las lágrimas rebeldes pugnaban por salir y empaparle el rostro. Pero intentó mantenerse fuerte mientras los recuerdos amargos comenzaban a atacarle—. Hace casi dos años que intentó matarse. —Hubo otra pausa porque no se sintió capaz de continuar hablando. Ruki alzó la mirada para asegurarse de que él estuviera bien, pero la mirada triste de su amigo le contagió de melancolía. Iba a interrumpir, pero Reita prosiguió—: Se intoxicó con somníferos y alcohol. Estuvo a punto de morir. La cuenta del hospital fue alta, no sabía cómo pagarla. No quería recurrir a mi padre, así que busqué otra forma. Sabía que uno de mis compañeros de clase era adicto a las drogas, así que me acerqué a él. Ese chico me llevó con otro, y luego con otro… Hasta que conocí a Yuu. Al principio tuve miedo, pero mi madre seguía en el hospital y requería medicamentos y cuidados intensivos y eso me hizo tomar decisiones. Yuu me ofreció el dinero necesario a cambio de que yo trabajara con él. Así que comencé a vender droga… —Elevó el cigarro, casi extinto, hacia sus labios y dio la última calada antes de dejarlo caer al precipicio desde su posición—. Mi madre salió del hospital y volvió a casa. Su salud fue mejorando gradualmente, pero no su actitud. Se alejó de mí aunque intenté acercarme. Me rechazó incluso aunque yo la buscaba. Pero no importaba mucho, me conformaba con que estuviera bien y no volviera a intentar ninguna otra locura. Todo estaba bien, hasta que Yuu comenzó a exigirme que le pagara. Era demasiado dinero, ¿de dónde rayos iba yo a sacar la cantidad que le debía? Le pedí tiempo y me lo dio, aunque siguió amenazándome. Comencé a faltar a la escuela para darle a él el dinero que mi padre me enviaba para la colegiatura. Y así durante un año y medio para que el monto de la deuda fuera menos cada vez, pero no he logrado pagarla. Ese día que me encontraste yo iba rumbo a la universidad, pero ellos me vieron. Intenté huir, así que corrí pero fue peor.  Me golpearon y me quitaron el dinero. Lo hice todo mal, Ruki. Me fui por el camino que me pareció más fácil y ahora estoy metido en esto. Pero…te juro que fue por ella. Fue por mi madre. Por la única mujer que he amado en ésta vida, aunque ella no me ame a mí. —Y dicho esto, no pudo seguir reprimiendo el llanto.

Las lágrimas escurrieron desde sus ojos, por sus mejillas, hasta su mentón.

Ruki hubiera querido infundirle ánimo a su amigo a través de palabras. Hubiera querido decirle «Estoy aquí, no llores. Yo no voy a darte la espalda. Te amo. Yo sí te amo. Estoy contigo.», pero no pudo. Se odió a sí mismo y su incapacidad para hablar. Así que solamente lo abrazó. Lo abrazó con fuerza para transmitirle su calor, su cariño y su comprensión.

Estuvieron un largo rato abrazados. El menor dejó que las lágrimas siguieran, dándole paso a suspiros e hipidos. Akira fue tranquilizándose poco a poco, hasta tener el valor de mirar a la cara a Takanori. Sus miradas se encontraron y, un minuto más tarde, sus labios también.  

 

Notas finales:

¿Qué tal? ¿eh, eh? ¿Les ha gustado? Espero que me lo digan en sus comentarios.

 

Trataré de actualizar pronto, aunque quizás me lleve un par de días subir el siguiente capítulo.

 

Saludos y gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).