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La toxina del sastre por camui michiru

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Notas del fanfic:

Aquí mi respuesta para el desafío.

Espero le guste a la señorita creadora de este interesante desafío. Traté de hacerlo cuento y corto jajajaja pero a mí no me salen bien esas cosas, sobre todo lo corto. Espero no haberme ido mucho por las ramas.

Notas del capitulo:

Me disculpo por cualquier error que pueda haber en el fic, y pues disfrútenlo.

Lol, olvidé poner fotos para las juezas: Juri y Mitsu.

El olor. Ese extraño olor que provenía de escaleras abajo, ese que no conseguía adivinar de qué era o a qué se debía, parecía subir escalón tras escalón hasta donde yo estaba. No era demasiado fuerte, pero se alcanzaba a percibir a la perfección, en un principio pensé que podía ser cualquier cosa, empero, por alguna razón; yo estaba ansioso por saber con exactitud de dónde venía. Sin conocer el por qué, me rehusé a bajar las escaleras y adentrarme en esa oscura habitación, incluso si había la posibilidad de alumbrarla, el lugar no dejaba de verse sombrío.

Levanté una de mis manos hacia el frente, al instante de traspasar la barrera invisible contorneada por el marco de la puerta, sentí el cambio de temperatura; hacía frío, el sótano se encontraba unos grados más “fresco” que el resto de la casa. En ese momento recordé aquello que en el pasado escuché, algunas personas pensaban que el frío era una señal de muerte, cualquier lugar que poseía una temperatura baja, se prestaba para las apariciones, los fantasmas, demonios; cualquier cosa de ese estilo. Se creía que donde el frío reinaba, un portal, un nacimiento, una brecha que se abría; permitían a la misma muerte emerger y parir a cada uno de sus terroríficos espíritus.

No puedo decir que yo aceptaba esas teorías, ni siquiera sé por qué se encontraban en mi mente, solo sentí el frío y como si un foco se prendiera dentro de mi cabeza, las palabras vinieron a mi pensamiento con una rapidez tremenda. Experimenté miedo, aunque no pensaba que eso pudiera ser posible, me aterré, en segundos mi cuerpo empezó a temblar a tal grado que las piernas me flaquearon. No soy capaz de asegurarles que creía en esas estúpidas suposiciones, no lo hice, o quizá por un momento sí, no lo sé, pero esa noche no se trató sobre creer, sino sobre sentir.

En la penumbra de la gélida habitación, sentí que me moría de miedo.

 

 

۞

 

 

Vivir enamorado, sí, yo sabía lo que eso era. Entre mi amado y mi persona no había problemas como los que existen en las demás parejas: no peleábamos, no llegábamos a insultarnos, nunca nos amenazamos con terminar, no nos juramos un amor que no fuese a ser eterno, y jamás nos lastimamos. Lo que teníamos era el amor más perfecto que puede haber en el mundo, le dedicaba casi todo mi tiempo, en ningún momento llegué a hartarme de él, y hasta el último instante representó mi libertad, mi paz, mi salvación.

Yo era un sastre, uno enamorado de su profesión; casado con mi trabajo de tal forma que no necesité de los humanos —con una excepción que implicaba a mi propia sangre— ni una sola vez, al menos no hasta que lo conocí a él. Amaba pasar mi tiempo entre telas y medidas, acariciar los materiales, hacer el amor con mis creaciones; con la perfección que poseían, dejar el corazón, sudor, esfuerzo, unos gramos de vista, y toneladas de paciencia en ellas. Nunca debí dejar ese amor “puro” por la clase de amor corrompido que todos conocen, yo tenía algo hermoso, único, pero hice lo que todo humano hace; arruinarlo.

Contadas eran las ocasiones en las que me apetecía salir a caminar, curiosamente fue en uno de esos raros días que conocí a Juri, gracias a ello ahora pienso que me habría encantado suprimir esos extraños días. Me gustaba visitar un pequeño establecimiento, el delicioso aroma del café me embriagó desde la primera vez que lo olí, era la clase de fragancia que al aspirarla casi podías sentir el cálido y exquisito liquido sobre tu lengua, degustándole. En pocas palabras, te hacía agua la boca. Luego de comprar esa bebida que tanto me gustaba, me dispuse a salir del lugar, sin embargo, terminé quedándome a unos cuantos pasos de la salida. Resultó que ese muchacho chocó conmigo, le derramé todo el caliente líquido encima, y aunque yo esperaba que se enfadara o algo por el estilo, él fue quien se disculpó y, a pesar de su penoso accidente, se ofreció a comprarme otro café. No le vi problema alguno, así como tampoco le encontré inconveniente al hecho de quedarme y beberlo con él, y así, entre impedimentos que yo no encontraba, al final, empezamos a salir.

Tuvimos una relación de cinco años, pero… ¡Ah! He olvidado comentarles un pequeño detalle. Por el tiempo en el que nos conocimos, yo tenía veintitrés años y aún vivía con mi mamá, ella era la única persona a la que había dejado entrar en mi vida, después de todo era mi madre, estaba más bien obligado a dejarla ser parte de esta. Con el tiempo desarrollamos una relación muy fuerte, nos necesitábamos, al menos yo aprendí a necesitarla a ella para no volverme loco en medio de mi soledad. Encontré un equilibrio entre mi pasión y mi progenitora, pero cuando Juri llegó a mi vida, las cosas cambiaron. No quería sacrificar el tiempo con mamá porque ella se ponía triste y enfermaba, no deseaba dejar de lado mi profesión, pero era preciso hacer un buen espacio para mi pareja.

Me vi en la necesidad de traicionar a mi gran amor, no lo abandoné por completo, no obstante, las horas que trabajaba no se comparaban con todo el tiempo que le había dedicado antes de que Juri llegara.

Yo no pedí conocerlo, no quería ni siquiera tener demasiado contacto con los seres humanos, pero las cosas se habían dado con una naturalidad tremenda, nunca creí que mi otra mitad estuviese en otra persona, mas parecía que en él residía. Cada vez que miraba sus ojos veía un brillo que me hipnotizaba, en sus labios hallaba calidez, amor, deseo; cosas que había experimentado de un modo distinto, era como si Juri sembrara en mí su propia cajita de sentimientos únicos. Permití que entrara y se apoderara hasta de lo más hondo de mi ser.

Podrán decir que mis siguientes palabras son contradictorias, quizá increíbles, no importa porque son cosas que sentí, que ocurrieron, y que aun ahora no puedo comprender. Él me propuso mudarme a su departamento, estuvo dos años esperando a que yo me decidiera, no obstante, mi madre me rogó para que no la abandonara, después entró en un largo periodo de achaques, permanecía en cama durante semanas hablando de dolores y síntomas constantes. El estómago, la espalda, el cuello, el pecho, fiebre, ataques de ansiedad, depresión, desmayos… No pude abandonarla, fue la primera persona que dejé entrar y eso la hacía alguien demasiado importante, incluso un poco más que Juri. Supuse que lo entendería, pero eso no pasó, me dijo: «Esta relación no va a ningún lado», y decepcionado de su falta de condescendencia, acepté la ruptura de la relación. No volví a buscarlo, y él tampoco estaba interesado en verme más, ni siquiera como amigo, le regresé varias de las cosas que me había dado, incluyendo un juego de llaves de su casa que me dio con la intención de que lo visitara más a menudo. Perdí un enorme pedazo de lo que llaman corazón, me dolió de manera monstruosa, mi mayor problema era amar demasiado lo poco que tenía; atesoraba tres cosas y había perdido una de ellas. Esa fue la primera vez que me pregunté si arrancarme el corazón haría que doliese menos, si tan solo pudiese prescindir de él.

Como ya les dije, mi salvación siempre fue mi trabajo. Sin embargo, luego de aquella enorme desilusión, cambié de nuevo, esta vez de una forma poco positiva. Me metí tanto en mi trabajo que hasta mandé al diablo ese balance que siempre busqué tener, enfoqué mi atención completamente en confeccionar mis prendas, mis bellas y maravillosas creaciones, me sumergí en un mar de agujas, hilos, telas, moldes y demás; de manera hábil nadé entre mis instrumentos, los seduje y ellos a mí, me convertí en ellos y ellos en mí. Las cosas dieron un giro inesperado cuando encontré el objeto con el cual mitigar la soledad a la que me había condenado, llené un solo “ser” de amor y derramé toda mi obsesión sobre aquello que podía poseer.

Con el paso de los días uno de los maniquís que usaba empezó a parecerme familiar, me refiero a que su rostro me recordaba a alguien, algunas de las facciones tomaron forma de lo que quería ver, ese muñeco se convirtió en lo que deseaba que fuera, como la hada madrina de cenicienta convirtió una calabaza en un carruaje, yo transformé un muñeco frío e insípido en el hombre que amaba; reconocía su rostro en ese inanimado objeto.

Aunque no lo crean, con eso la más completa felicidad vino a mí, Juri estaba conmigo de una u otra manera, no se iría nunca, en mi cabeza podría sonar su hermosa voz pronunciando las palabras que yo necesitara, que yo deseara, compartiría conmigo mi trabajo, estaría presente mientras yo tomaba medidas, cortaba y cosía, ¿cuándo tendríamos que separarnos? Ni siquiera mientras yo dormía. Ya no me sentía solo, pero tampoco necesitaba de nadie más que ese bello maniquí, el único contacto que guardaba con las personas se daba cuando venían a casa para que yo tomara sus medidas, y con mi madre durante las cenas, comidas y demás. Yo era un ser indestructible, rebosante de felicidad interna.

Mi madre no tardó en mostrar su inconformidad con mi comportamiento, sin embargo, en vista de que yo solía ignorar sus comentarios entre dientes y, últimamente, también sus enfermedades, decidió que lo mejor era hablar conmigo de forma clara. Una noche me llamó para que bajara a cenar, cuando cinco minutos más tarde entré al comedor, noté que su rostro se mostraba enfadado, sus manos estaban sobre la mesa, sus puños bien cerrados; con tal fuerza que hasta le temblaban, la quijada se le veía tensa, los labios fruncidos, la mirada dura. Tomé asiento como si nada, ella me miró durante todo ese rato en el que intenté degustar mis alimentos, y al acabar, me pidió que me quedara unos instantes más. Si se preguntan por qué no le di mucha importancia a su actitud, pues es porque tenía mucha prisa por volver con mi precioso maniquí. A pesar de que estaba ansioso por regresar a mi habitación, accedí a quedarme con ella unos cuantos minutos más. Pasaron apenas unos segundos en los que el silencio permaneció y, finalmente, decidió dirigirme la palabra.

—Cariño, estoy preocupada por ti. —Intentó ser dulce, mas no tuvo mucho éxito.

—¿Por qué preocupada? Eres tú la de la salud delicada.

—Mitsu, no te hagas el tonto, sabes muy bien por qué lo hago.

—No, no lo sé. Es más pienso que no deberías preocuparte por mí, hazlo por ti.

—¡No me hables así! —Alzó la voz—. ¿Dónde quedó ese hijo amable y comprensivo? Dime ¿dónde has metido a ese muchacho respetuoso? —exigió saber.

—Sigue viviendo en mí —respondí con cierta culpabilidad en mi voz, aún la quería bastante como para sentirme mal por ciertos detalles de mi comportamiento—. Lo siento, no quise ser grosero contigo —me disculpé.

—Yo sé que no, pero te estás volviendo malhumorado. Te irritas con facilidad y eso es porque pasas todo tu tiempo encerrado, necesitas salir, despejarte un rato.

—No quiero salir, ni despejarme, quiero que me dejes trabajar, mamá.

—¿Quieres que te deje trabajar o que te deje estar con ese estúpido muñeco?

—Ese estúpido muñeco me ayuda bastante —comenté con tranquilidad.

—Sí, claro, todo lo que quieres es entregarle tu vida a ese maldito maniquí. ¿Piensas que soy estúpida? ¡¿Crees que no me doy cuenta de que le hablas?! —De nuevo ahí estaban los gritos.

—¿A ti qué más te da si le hablo o no? No te molesto ni a ti ni a nadie, no lo traigo a la mesa, ni salgo con él a la calle. Le tengo aprecio ¿y qué?

—¡¿Y qué?! Ni siquiera sales como para poder llevarte esa mierda de muñeco afuera y presumes porque no lo haces. ¡No tienes amigos, no tienes una vida, no hablas con nadie!

—¿Con nadie o contigo? —Estaba empezando a molestarme, a mostrarme desafiante y, de manera intencional, grosero.

—¡Ni siquiera te he visto sonreír de felicidad, nada, ya no hay emoción alguna en ti! Puro embobamiento hacia esa maldita cosa, eso es todo. —Ignoró mi pregunta.

Pues claro, a ella no le importaba que tuviera amigos, una pareja o que terminara solo, ella se preocupaba por huir de su propia soledad. Juri jamás le agradó, pero mientras yo supiese mantener un equilibrio entre ella y él, entonces no se quejaba. No voy a mentirles, amaba mucho a mi madre, y a pesar de eso no me parecía justo lo que me había hecho, hasta ese día yo nunca la culpé de nada, no obstante, viendo el «yo» de ese momento, breves segundos me bastaron para ver la clase de mujer que era, alguien que me quería como yo a ese maniquí, una madre que sentía que le pertenecía y que no tenía derecho a tener una vida, al menos no una en la que ella no pudiera manipularme. Lo que mi progenitora no sabía era que, aunque la quería ya no la necesitaba. El hombre que una vez renunció a su felicidad, ya no existía.

—No quiero seguir hablando de esto, me retiro —dije sin mirarla, me levanté de mi lugar y subí las escaleras encaminado hacia mi cuarto, escuché los gritos que venían desde el comedor, me llamaba casi con desesperación, en algún punto empezó a llorar e instantes más tarde oí que cucharas caían al suelo, así como vidrios que se rompían. Yo la ignoré en su totalidad, me encerré en mi recamara y me acerqué a admirar el objeto de mi devoción, solo a él le sonreía o frente a él lloraba, mis emociones eran todas para entregárselas, fui demasiado lejos en lo que a amor se refiere, cuando creí que no podía amar más a alguien, ese maniquí llegó para demostrarme que sí era posible.

—Te amo tanto —le susurré aquella vez mientras tocaba su faz—. Tu rostro y tu presencia me seducen como el exquisito café al que renuncié. —No sé durante cuánto tiempo más estuve observándole, no importaba la cantidad porque nunca era suficiente.

 

 

۞

 

 

Las siguientes semanas no cambiaron mucho en realidad. Algunos días notaba que mi madre traía los ojos hinchados de tanto llorar, por un par de minutos me sentía mal, después recordaba al muñeco que esperaba por mí en la recamara y se me olvidaba. Era muy feliz, con todo y los desagradables comentarios de mi madre, disfrutaba de esa vida. Llegué a pensar que mamá se conformaría con sus miradas fulminantes, sus palabras hirientes, sus gritos y los reclamos que a veces me hacía, creí que eso sería suficiente para ella… ¡Ah! Cuán equivocado estaba.

Una tarde de septiembre tuve que salir para comprar algunos materiales que necesitaba, no tienen idea de lo mucho que detestaba tener que dejar la casa, no saben lo insoportable que era la ausencia de mi maniquí. Caminaba por las calles con el único deseo de regresar a casa, aquella vez me apresuré para comprar todo lo de mi lista, y aun así sentí que tardé demasiado. No me imaginé lo diferente que sería ese día, yo vivía dentro de mi propio mundo, supongo que ese fue mi gran error, pensé que me merecía ser egoísta después de tanto tiempo, pero no pude predecir que quizá ella no me permitiría serlo.

Regresé a mi hogar a eso de las seis de la tarde, desde que entré noté que había algo diferente, llamé a mi madre esperando que ella acudiera a mí al instante, mas no lo hizo. Consideré que eso era extraño, es sólo que no quise darle mucha importancia, entonces subí a mi habitación sintiéndome animado por todo el trabajo que tenía para hacer, no obstante, al abrir la puerta de mi dormitorio quedé petrificado. Todas mis cosas se hallaban regadas por el suelo, parecía como si un huracán se hubiese desatado en mi habitación, el lugar estaba irreconocible, veía las sabanas de mi cama en el piso, los moldes, carretes de hilo en su totalidad vacios, finas líneas de colores adornaban la madera, reglas y escuadras aquí y allá.

El desastre no se limitaba a mis herramientas de trabajo, no, también mi ropa, mis muebles, todo. Oh, pero lo que en definitiva terminó por despedazarme fue que… El ser que había atiborrado con mi amor, yacía en el suelo destrozado. No pueden ni siquiera imaginar lo que experimenté en ese momento, yo había sido pisoteado, defraudado, manipulado de muchas y diferentes maneras, soporté demasiadas cosas, con todo eso fui un gran hijo, un buen vecino, un excelente muchacho, y justo cuando intenté pensar solo en mí, me destruyeron nuevamente. Pero créanme, ni todo el dolor acumulado durante años se comparaba con ese que me atacó al momento de ver mi posesión más preciada en tal estado, sentí como si me clavaran un escalpelo en el abdomen, me abrieran por la mitad, metieran la mano dentro de la herida y arrancaran mis entrañas con la más extraordinaria saña.

Yo quería morirme, solté las bolsas de las compras y caí arrodillado en la entrada de mi cuarto, me arrastre como un indefenso gusano hasta mi “refugio”, toqué  lo que quedaba de mi muñeco y lloré desconsoladamente junto a él, grité, maldije, estropeé aún más ese lugar de por sí ya arruinado. Apreté contra mi cuerpo los restos del maniquí, y me retorcí en el suelo, como cuando se le echa sal a una lombriz hasta el punto de morir.

Sé que aún sigo vivo, pero ese fatídico día una parte de mí se extinguió, fallecí de una forma que nadie debería poder conocer, toqué el infierno con mis propias manos y este no dudó en consumirme al primer contacto.

Entre mi inmenso sufrimiento la ira nació, vi a mamá recargada en el marco de la puerta, ella me sonreía o quizá no lo hacía, mas lo que importaba era que yo la veía con esa asquerosa curva en sus labios.

—No llores, Mitsu. Ahora podrás tener una vida mejor, más amigos, serás feliz. —Estaba intentando convencerme, vaya que era una maldita—. Hice esto por ti, es porque me preocupo por ti.

La miré con un profundo odio, estaba deseando que me dejara en paz, que se largara de mi habitación, el problema era que me faltaba la voz para decírselo, me encontraba tan conmocionado que no era capaz de hablar, solo lloraba y soltaba numerosas quejas, ¿por qué ella seguía ahí, observándome? Me enfurecía, me irritaba. Ella se dio cuenta de todos esos sentimientos rencorosos que en ese momento tenía, por esa razón se molestó, mientras me miraba con el enfado reflejado en cada facción de su cara, empezó a gritarme. 

 

«¿Cómo te atreves a mirarme de ese modo?»

 

Apreté mis puños con fuerza y alejé la mirada de ella.

 

«¿Es que no lo ves? El bien que te he hecho ¿No puedes verlo?»

 

Sus palabras y su voz lastimaban mis tímpanos, se presentó en mi adolorida cabeza el fuerte deseo de que se callara, empero, yo sabía que no lo haría hasta que se cansara de repetir las mismas cosas, hasta que creyera que me había convencido, ¿podía aguantar tanto?

 

«Soy tu madre, yo jamás haría algo para dañarte, es por tu bien, entiéndelo. Mitsu, Mitsu… mírame, soy tu madre, ¡Mitsu!»

 

Me llamaba y yo me rehusaba a hacerle caso, aun así sus palabras eran algo que no podía ignorar, gritaba tan fuerte, en cierto momento uno de sus pies empezó a golpear el suelo de madera, intentaba llamar mi atención cuando yo no quería ni verla.

 

«Mitsu»

«Mitsu»

 

Resonaba en la habitación.

 

«Ya no podrás ser tan frío conmigo, no me abandonarás más, estaremos juntos, seremos solo tú y yo de nuevo, se acabaron las platicas con ese estúpido maniquí…»

 

Si yo les hablara del tono en el que pronunció aquellas palabras, si ustedes la hubieran escuchado, también habrían querido que cerrara la boca. El triunfo se dejó ver en su voz, incluso cuando me atreví a mirarla, su rostro había perdido todo rastro de enojo y de este se había apoderado el sentimiento de victoria, ella estaba segura de haber ganado.

Cerca de mí uno de mis más comunes instrumentos me llamaba, las afiladas y puntiagudas tijeras con las que cortaba con tal perfección las telas; me susurraban, «haz que se calle», dijeron. Las tomé con mi mano derecha, me levanté con el cansancio reflejado en cada parte de mi cuerpo menos en aquella mano, esta última sostenía con firmeza el objeto afilado. Me acerqué hasta mi madre viendo en su rostro algo de desconcierto, sus ojos se hallaban clavados en los míos, aunque dudaba al hablar continuaba soltando tremenda retahíla de estupideces. No pude más y con toda la rabia acumulada, clavé las tijeras en el costado izquierdo de su cabeza, entonces ocurrió… finalmente se calló.

Desencajé dicho objeto de su cabeza y ella se desparramó sobre el suelo del pasillo. La sangre brotó de su sien derramándose sobre la madera, vaya espectáculo tan desagradable, tendría que limpiar ese desastre más tarde. Mis tijeras estaban contaminadas con ese espeso líquido, ella les había infectado con su esencia, las arruinó con el carmín que corría por sus venas, tan sucia y detestable persona, repugnante debía tener hasta la misma sangre.

No tuve remordimiento alguno, si de algo me arrepentía era de no haberla hecho callar antes. Lo curioso de aquella ocasión fue que, cuando me giré para regresar con las piezas de mi maniquí, noté a un pequeño roedor sentado sobre sus patas traseras, mirándome como si supiera lo que acababa de hacer, para los ánimos que tenía, todo lo que pude hacer fue aventarle las tijeras, el maldito ratón salió disparado a buscar un escondite. Ahora creo que debí cazarlo esa vez, pero estaba sintiendo una tranquilidad y libertad tan inmensas que no pude hacer nada más.

 

 

۞

 

 

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No lo recordaba. Sentado en una de las sillas del comedor, miraba el plato vacio frente a mí. Mis manos se encontraban recargadas sobre la superficie de aquel mueble, de repente movía los dedos, pero nada más que eso. ¿Cuánto había pasado desde que la callé? Tampoco sabía. ¿Por qué no? Porque mi mente estaba en blanco, ¿dónde quedaron los días después de su silencio? No tenía ni idea. Llevé mi mirada a vagar por el comedor, en el lugar frente al mío se apreciaban trozos de mi maniquí, según yo podía ver una boca, un pedazo que yo creía era su nariz y lo que afirmaba era uno de sus ojos. Quizá no era nada de lo que yo veía, pero imaginaba que lo era y así me gustaba.

 

«No es que seas una mala persona ni nada por el estilo…»

 

Escuché su voz, me entristeció el hecho de poder oírlo y de no poder admirarlo como hacía algunos días. Pero… ¿qué fue lo que dijo? Seguro sus palabras se referían al hecho de matar a mi propia madre, eso fue lo que supuse. Entonces pasó lo del olor. Me levanté de mi lugar y traté de averiguar de dónde venía, fue así como llegué a la puerta del sótano.

Antes de disponerme a bajar, me giré buscando el reloj circular colgando en una de las paredes del pasillo, sus manecillas apuntaban la una y cuarenta minutos. Yo acostumbraba trabajar hasta tarde, habitualmente prefería los horarios nocturnos por muy extraño que pudiese llegar a parecer, pero sería incapaz de poder explicarles por qué tenía esa sensación de que debía estar durmiendo, en especial aquella noche, me entraba una ansiedad profunda al no estar dormido a tales horas de la madrugada.

Como si de una película en cámara lenta se tratara, volví a darle la cara a la lobreguez de aquel cuarto, mis movimientos eran tan lentos que parecía que mis manos y pies se pedían permiso entre sí para moverse. Al bajar el primer escalón, mi mente me jugó una mala broma, y sin que yo lo quisiera, una cancioncilla que mamá solía cantarme, empezó a escucharse dentro de mi cabeza.

 

“A dormir, a dormir
los niños buenos ya deben dormir.

Despertar y sentir
la necesidad de ir
A dormir, a dormir
es a donde hay que ir”

 

A ella le gustaba asustarme un poco, eso me mantenía pegado todo el tiempo a “sus faldas”, me hacía obediente, un niño ejemplar que nunca se portaba mal. Quizá de niño pude creer en esos cuentos, quizá de adulto los respeté, pero no eran la clase de cosas que me atormentaran, con más razón me exasperaba y llenaba de nerviosismo. Escuchaba el crujido de la madera con cada paso que daba, mi mirada trataba de distinguir todo lo que pudiera, sin embargo, con todo y la luz no alcanzaba a ver gran cosa. Cajas de cartón apiladas de una forma desordenada, como si llenar cada rincón no fuese necesario, simplemente hileras que estaban mal puestas y separadas unas de las otras.

 

Parpadea, parpadea
un fantasma espera por ti
parpadea, parpadea
de la madrugada debes huir”

 

La hora seguía resultando algo que me perturbaba, ¿era demasiado tarde para volver a mi recamara? Por supuesto, yo sabía algo, una cosa que era incapaz de recordar y, al parecer, la respuesta a mis preguntas se hallaba al fondo de esa fría habitación. Cuando llegué al pie de las escaleras, doblé hacia la derecha, el lugar era algo amplio, lo bastante como para ser un simple sótano. Caminé con suma lentitud hasta el fondo, pegada a la pared del mismo se ubicaba una amplia nevera que hasta donde yo recordaba rara vez la habíamos tenido conectada. El olor era cada vez más fuerte, había algo sobre la superficie de la nevera, tardé un poco en reconocer lo que era, pero al hacerlo sentí que un fuerte mareo me atacaba. Llevé mi diestra mano hacia mi frente, me incliné dejando la izquierda recargada sobre mi respectiva rodilla, fijé la mirada en el piso mientras asimilaba lo que acababa de recordar.

 

“Yūrei, yūrei
que se entrega a la noche que le libera
si atormentarme deseas, yūrei
tras la media noche espera”

 

Desde su silencio me la había estado comiendo, lo que estaba sobre el congelador era lo único que dejé de ella. Los descompuestos restos de su cuerpo estaban allí, mandando señales al exterior para que me diera cuenta de la atrocidad que mi mente decidió olvidar, que mi raciocinio optó por ignorar.

—No es cierto —me susurré—, por dios, no es verdad. —¿Qué tan trastornado me sentía? Pues lo bastante como para llevar mis manos a tirar de mi cabello casi con desesperación, ¿es que acaso estaba loco? Si lo pensaba bien, no es que mi madre no se lo mereciera, pero llegar a tal extremo, ¿qué era lo que pasaba conmigo?

Luego de haber madurado no volví a creer en fantasmas y apariciones, empero, esa noche lo que yo llamé extrañas “coincidencias”, casi me hicieron volver a sentirme como el niño de seis años aterrorizado por seres que aún me atrevo a llamar inexistentes. Sorprendido de mis acciones, retrocedí dispuesto a salir de ahí, debido al mareo tropecé con una pila de cajas que no vaciló en derrumbarse y obstaculizar la salida. Yo quería irme, tenía que hacerlo, sentía como si ella estuviera en ese lugar esperando el momento perfecto para hacer su aparición. Estaba muerta, yo me la había comido, mas mi cabeza gritaba que en cualquier momento mi madre se presentaría ante mis ojos. Corrí hacia las escaleras y torpemente pasé sobre todo lo que estaba regado por el suelo, me tropecé de nuevo y caí sobre las escaleras, me golpeé con los bordes de los peldaños, recuerdo perfecto el dolor que experimenté cuando mi mentón chocó contra la orilla de uno, cerré los ojos por mero reflejo y cuando los abrí, pude ver a través del espacio que había entre escalón y escalón, como en el lugar bajo las escaleras un rayo de luz iluminaba de manera estratégica sus terribles y crueles ojos; esos de los que creí haberme deshecho al asesinarla.

 

“Cerrar los ojos y cantar
no te va a salvar
Allí en la oscuridad
Él espera con tranquilidad”

 

—¡No! —grité. «Está muerta», me repetía una y otra vez mientras desesperadamente intentaba levantarme. Mi vista se nublaba y la situación había provocado que hiperventilara, respiraba con dificultad y luchaba como la cebra que inútilmente intenta huir de su depredador. Nunca me había sentido tan impotente, tan inútil ante una situación, mis pies resbalaban, mis manos no me sostenían, temblaba y la piel se me erizaba, perdí la cordura cuando sentí que “una corriente de aire” me acariciaba detrás de la oreja, pudo ser mi imaginación, tal vez el movimiento de mi propio cabello con la agitación de mi cuerpo, pudo ser cualquier cosa y aun así entré en pánico.

 

“Oh niño mío, a quien la curiosidad ha invadido
Si no has podido a tu cama regresar
al sentir el roce del espectro
volver el rostro debes evitar”

 

La estrofa sonaba en mi cabeza como un eco lejano, demasiado tormento para una noche solitaria, forcé mis extremidades a responder, me levanté con el miedo dominando cada parte de mi cuerpo, subí de manera ruidosa las escaleras y al estar a cuatro escalones de mi libertad, escuché el crujir de la madera, perdí el “suelo” que pisaba y caí por las escaleras, prácticamente rebotando sobre ellas, yendo a dar encima de las cajas que antes había tirado. Puedo decir que más que el golpe, con tantas sorpresas y sustos en tan solo unos minutos, terminé inconsciente tendido al pie de las escaleras.

 

“A dormir, a dormir
Si desobediente has sido, él vendrá por ti.”

 

Lo último que oí, fue esa odiosa voz cantando para mí.

 

 

۞

 

 

No sé cuánto tiempo después comencé a recuperar la conciencia, con el paso de los minutos iba entreabriendo los ojos de a poco, así empezaba a reconocer el lugar, a rememorar lo que había pasado, a darme cuenta de las cosas sobre las que estaba y la posición en la que me encontraba. Con todo y que me sentía un tanto desorientado, una cosa logró llamar mi atención. Creía percibir el movimiento de algo sobre mi pecho, era demasiado sutil como para estar seguro, pero yo no podía quitarme esa idea de la cabeza. Entonces fui levantando mi cabeza con calma queriendo echar un breve vistazo a esa parte de mi cuerpo, sin embargo, pasé otro “susto de muerte” al ver que lo que se encontraba encima de mí era ese maldito ratón que estaba seguro era el mismo de la vez anterior. Alarmado me incorporé de golpe, provocando que el roedor cayera primero sobre mi regazo y luego saliera corriendo de nuevo en busca de un escondite. Con toda sinceridad, yo no tenía ni pizca de fuerzas para cazarlo, además de que era un estúpido ratón, lo más que podía hacer era causarme repulsión, o eso fue lo que pensé.

Me levanté con urgencia por salir de ahí, no permanecería más tiempo en ese lugar, al menos no esa noche, me dio vértigo a causa de la rapidez con la que me puse de pie, estiré las manos hacia el frente buscando el pasamanos de la escalera para agarrarme del mismo, al instante de tomarlo comencé a subir los escalones, está vez teniendo cuidado con el peldaño que se había fracturado. El cansancio me sometió una vez que salí del sótano, no tenía fuerzas para querer seguir avanzando, pero les juro que luché por llegar a mi habitación y lo logré. Esa fue la última noche que dormí “bien”, pues la pesadilla que había iniciado, no me dejaría conciliar el sueño durante varios días.

¿Saben? Yo pensé que la falta de ruido sería como la gloría para mí, mi madre ya no estaba para sofocarme con sus palabras, acciones, miradas y demás. Era libre, si quería podía salir y convertirme en la persona más egoísta del mundo, ser feliz, disfrutar de esa vida que siempre debí defender por ser mía. Entonces me di cuenta de que no quería hacerlo, lo que deseaba; esa soledad y el silencio que antes anhelaba, yo pensaba compartirlo con mi maniquí. ¿Recuerdan por qué me quedé junto a mi madre? Porque fue la primera en entrar a mi vida, ella era una prioridad para mí, y yo le permití estar cerca de mí por miedo. Quizá no me estoy explicando bien. Siempre he preferido tener mi propio espacio, eso no quiere decir que estuviera dispuesto a vivir totalmente solo, yo elegí una compañera que me mantuviera un poco conectado con el mundo exterior, decidí existir y que ella presenciara mi existencia, y eso fue porque yo temía a la locura de la completa soledad, donde no eres feliz porque nadie sabe que “eres”, que vives. Mi madre me mantuvo cuerdo, consiente de mí mismo, después el maniquí se convirtió en mi compañero, pero ya no tenía nada, la ira me arrebató todo lo que poseía porque escogí tener demasiado poco. ¿Pueden imaginarse lo espantosos que fueron esos días?

Me encontraba solo, aunque en mi mente repetía una y otra vez que no creía en espectros, que esas cosas no me asustaban; que no me afectaban, escuchaba ruidos que me estremecían. La voz de mi destrozado maniquí desaparecía poco a poco, sin un “algo” en el cual depositar mi afecto, mi anhelo, mi deseo, todo aquello que puse en el muñeco, me resultaba cada vez más difícil escucharlo. Sin embargo, por las noches me parecía oír pisadas en el pasillo, la madera hacía ruido, y las garras que raspaban la madera, las pequeñas patas que corrían de aquí para allá. Puedo sonar como un demente, pero cuando trataba de dormir percibía movimiento cerca de mis pies y encima de mi torso, me incorporaba bastante alterado, algunas veces me abrazaba con fuerza a las cobijas, buscaba conciliar el sueño y solo lograba pelear contra mis demonios, veía sombras en la oscuridad de mi recamara, cosas que se movían en la penumbra, me levantaba corriendo a encender la luz únicamente para darme cuenta de que en mi habitación no había nada.

No llevaba más de una semana desde la muerte de mi madre, no obstante, aquellos días me parecieron años, la tortura de tarde y noche no cesaba, incluso mientras intentaba trabajar me sentía observado, se me figuraba que mi madre aparecería detrás de mí y me rompería el cuello a modo de venganza, algunas veces casi podía sentir sus manos sobre mis hombros, un aliento frío detrás de mi oreja, una de sus fulminantes miradas.

Una noche en la que una se desató una repentina lluvia, estaba sentado en el borde de mi cama, entre mis manos sostenía una fotografía que conservaba de Juri, ese bello rostro que de manera extraña conservé con ayuda de un maniquí. Las gotas de agua empezaron a entrar por la ventana abierta, las cortinas se agitaron y algunos papeles volaron del mueble más cercano. De la nada creí escuchar el ruido que hace un objeto al caer, lo escalofriante fue que el sonido me pareció provenir de la habitación de mi madre; ese cuarto al que no me había acercado desde su muerte. Me tomó varios minutos decidir qué hacer, y al final terminé dejando la foto sobre la cama y saliendo sigiloso de mi recamara. Caminé muy despacio por la extensión del pasillo, me aproximaba de forma lenta hasta la puerta de su dormitorio, y justo cuando mi mano se estiraba para alcanzar el pomo de la misma, tuve la fuerte sensación de que alguien se hallaba a mis espaldas.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, y sobresaltado me giré con brusquedad para encarar aquello que, yo pensé, me acosaba. No encontré nada frente a mí, pero cuando mi mirada fue más allá; en el lugar donde iniciaba el pasillo, atisbé al pequeño ratón cuya aparición dio comienzo el día del silencio de mamá. Lo vi desaparecer escaleras abajo, y con tal de no verme obligado a entrar a ese cuarto, fui detrás del animal con el propósito de deshacerme de él. No llevaba nada en las manos, ahora no puedo explicarme cómo es que iba a matarlo, pero en el momento eso no fue algo que me preocupara. La persecución del roedor me llevó hasta la sala, lugar donde mi impaciente búsqueda me hizo tropezar con uno de los sillones, me fui de boca contra el suelo y caí justo frente a un enorme librero. De milagro alcancé a meter las manos para no darme tremendo golpe en el rostro, y gracias a esa torpeza mía es que me enfadé aún más con el roedor, tenía planeado levantarme dispuesto a continuar siguiéndole, sin embargo, cuando alcé el rostro me di cuenta de que había algo entre dos de los libros que se encontraban frente a mí. Extrañado por ver ese cacho de lo que parecía ser una hoja que sobresalía de entre los libros, sin molestarme en incorporarme, guié mi mano derecha a sacar ese papel que segundos más tarde reconocí como una fotografía.

Arrugué la imagen entre mi mano, la apreté con tanta fuerza que podía sentir mis uñas clavándose en mi piel. La vi a ella, con su rostro impasible y su profunda mirada, no me dejaba en paz ni estando muerta. Me enfurecí todavía más con ese pequeño animal, él me había llevado hasta esa habitación, me condujo a ese lugar, era como si me guiara por los sitios indicados para torturarme aún más. Llevé la mirada por toda la sala tratando de localizarle, di con él cerca de la entrada de la misma, entonces aventé la foto echa bola contra el roedor, el cual corrió ágil a esconderse en un una de las estancias a la que yo rara vez había entrado. Fui tras él y alcancé a verle adentrarse en el estudio de papá, extrañamente las puertas se encontraban abiertas, aunque como ya dije; ese lugar no era uno que visitara con frecuencia, a mamá no le gustaba y yo nunca había sentido gran interés. Quizá de niño sí, pero ya siendo el adulto que se suponía que era, ya no mostraba curiosidad por ese cuarto ni por saber qué había sido de mi padre.

Con premura me adentré en el estudio, de inmediato busqué alumbrar el cuarto y, tras hacerlo, deslicé la mirada por toda la estancia; dando pasos cortos y lentos con el fin de no asustar al ratón. Rodeé el escritorio que se situaba centrado casi al fondo de la habitación, y justo detrás de este descubrí al pequeño animal. Me quedé inmóvil, observando como sus patas delanteras se recargaban sobre la base del último cajón; dejando que sus garras arañaran a penas la madera del mueble. Era sin duda un extraño comportamiento. Mi supuesta presa dirigió sus oscuros y diminutos ojos hacia los míos, o al menos eso fue lo que me pareció, pude ver su nariz moverse junto con los largos bigotes que poseía, y luego de unos segundos echó a correr alejándose de mí. Impresionado por aquello que acababa de presenciar, surgió en mí la necesidad de husmear dentro de ese cajón.

Dubitativo me aproximé hasta la silla del escritorio, tomé asiento y estiré mi diestra para abrir la última gaveta. Una mueca de desconcierto se dibujo en mi rostro, en el compartimiento solo había una cosa y nada más, lo que se encontraba ahí dentro eran las llaves de la casa de Juri, una copia extra que hice sin saber por qué, una acción hecha solo por hacerla, tanto así que incluso olvidé que la tenía en mi poder y era la razón de no haberlas devuelto a su dueño. No sabría explicar por qué se encontraban ahí, pero no pensé en ello, no tuve tiempo de fatigarme con una pregunta que me pareció poco importante. Me dispuse a agarrar las llaves, y en el momento en el que mis dedos entraron en contacto con estas, la luz se fue.

La lluvia seguía cayendo afuera, el ruido entraba por las ventanas que había dejado abiertas, los relámpagos caían del cielo e iluminaba el mismo de forma muy breve. Últimamente la oscuridad me hacía sentir intranquilo, después de todas las cosas que escuchaba y veía, era hasta cierto punto lógico que le rehuyera. Me puse de pie mientras apretaba las llaves entre mi mano, traté de distinguir cualquier cosa en la oscuridad, forcé mi vista todo lo que pude hasta el punto en el que las sombras se convertían en masas que se movían de una forma extraña. Cerré los ojos y respiré profundo un par de veces, lo que necesitaba era luz, así que iría a buscar algunas velas a la cocina, sí, eso estaba bien. Avanzando con tranquilidad y tanteando los muebles y paredes que estuviesen próximos a mí, fue como llegué hasta el comedor, al ir casi por la mitad del cuarto escuché un ruido justo encima de mí, la madera crujió como si alguien caminara sobre ella, oí que algo rodaba en el suelo… Me aterré, «No hay nada que temer», me decía a mí mismo, pero no lograba creerme.

Mi respiración se agitó, empezó a ser difícil el hecho de controlarla; de mantenerla tranquila, mi corazón palpitaba cada vez más rápido y fuerte, sentía como golpeaba mi pecho de manera violenta, mi rostro se sentía caliente, como cuando uno llega a sonrojarse, aunque por otro lado, una ola de escalofríos atacaban todo mi cuerpo. Trataba de no hacer ruido porque incluso mi respiración, a ratos, dejaba de parecerme mía. De forma sorpresiva percibí movimiento en mis pies, como si algo hubiese pasado corriendo entre ellos, de inmediato pensé en el roedor, traté de seguir avanzando para llegar hasta mi objetivo principal, no obstante, un trueno interrumpió la melodía de la lluvia, grité como si el sonido de mi voz separara la realidad de la ficción que me aterraba, entonces el fuerte viento penetró a través de las ventanas, al instante se escucharon cosas caer al suelo, y cada ruido provocó que el alma se me fuera a los pies.

—Los muertos no regresan, no vuelven, Mitsu —me susurré con un notorio temblor en mi voz, de repente un abrumador silencio se apoderó del lugar, ¿dónde estaba el viento? Todo ruido se había detenido, las cosas dejaron de caer, creí que al fin podía disfrutar de algo de paz, hasta que escuché el prolongado chirrido de una puerta que se abría con suma lentitud. Me paralicé por completo, dejé que mi respiración se descontrolara, de la nada apareció otro trueno que rompía la pesadilla de silencio que se había apoderado del lugar, entonces corrí. Me pegué con una silla, mi hombro chocó con una pared en el camino, me golpeé con varios muebles antes de estamparme de lleno contra la puerta de entrada.

—No puedo, no puedo… —jadeé contra la madera y cogí con fuerza la manilla, abriendo la puerta con brusquedad y avanzando hasta tirarme en la entrada de la casa, sobre el camino empedrado que guiaba hasta la misma. Permanecí arrodillado durante un largo rato, me empapé todo, pero no importaba porque mi casa, mi solitario hogar no podía protegerme de lo que debía hacerlo. Estaba atemorizado, cosas en las que no creía y me negaba a creer, habían logrado espantarme, y el punto crítico de la desesperación se hizo presente.

 

«¿Qué debería hacer?»

 

Le susurré a la lluvia, cuando bajé la mirada al ir siguiendo su caída, noté que en mi mano seguían las llaves de su casa, en mi palma tenía la respuesta, un pequeño animal cualquiera me la había proporcionado.

Esa noche no dormí mucho, luego de que regresó la luz todo lo que hice fue bañarme, cambiarme de ropa y meterme a la cama sin apagar las luces, no me quedaban ganas de estar a oscuras. Dormitaba a ratos, mas no llegué al punto del sueño profundo, creo que nunca tuve tanto miedo como en aquellos días. Me levanté muy temprano, me dediqué a sacar lo que tenía de trabajo y estuve toda la mañana pensando en la noche anterior, entre tazas de café, telas, agujas, hilo y demás tomé una importante decisión. Iría a buscar a Juri, mi idea principal no era hablar con él, sí lo deseaba; llegué a creer que quizá podría citarlo para vernos, aunque no estaba seguro de que tuviera ganas de encontrarse conmigo. Fueron precisamente estos pensamientos los que me llevaron a visitarle de madrugada. No es que hubiese planeado algo en especial, de momento solo tenía ganas de observarle, de contemplarle como a mi precioso maniquí.

Cogí el auto de mamá y, como ya mencioné, me dirigí a su residencia por la noche, ya algo entrada la madrugada. Cuando bajé del auto mi reloj marcaba la una y cuarenta minutos, por supuesto que era una locura estar ahí a tales horas, pero al parecer yo me había declinado hacia el comportamiento de ese pequeño roedor, siendo extraño y quizá hasta desequilibrado. Pasé sin problema alguno la reja principal, avancé con sosiego por el camino empedrado que conducía hasta el umbral de la casa, abrí la puerta con sigilo procurando que mis pisadas al adentrarme en el vestíbulo fueran cautelosas también. Al entrar aspiré el agradable aroma que él solía despedir, esa fragancia única que cada persona va esparciendo por allí, llamando la atención de algunos, enamorando hasta enloquecer a otros.

No perdí más tiempo, con ayuda de una pequeña lámpara que había llevado en el bolsillo de mi abrigo, pude andar entre la oscuridad sin tropezarme y anunciar mi presencia, además de que conocía esa casa, estuve ahí muchas veces como para recordar ciertas cosas. Subí las escaleras encaminado a la recamara del propietario, con cada peldaño que subía me sentía cada vez más excitado, yo creía que a cada segundo me encontraba más lejos de la apresadora soledad, encontraría una manera de que él me acompañara.

 

«¿Como te acompaña ella?»

 

Surgió en mi mente la cuestión. Si lo pensaba con cuidado, ¿habérmela comido no significaba que estaba acompañándome a todos lados? La idea no me agradó para nada, se suponía que lo que quería era deshacerme de ella, bueno… llegué a preguntarme si en realidad quise eso. ¿Recuerdan que la ira había tomado ciertas decisiones por mí, incluso por mi madre? Pues no es como que tomase las mejores decisiones, ni las más adecuadas. ¿Saben “quién” más toma malas resoluciones? La desesperación.

Cuando entré a la recamara de Juri, gracias a la luz de las farolas de la calle que se filtraba a través de las cortinas, pude ubicar su cama y la silueta de su cuerpo. Me aproximé a una de las antes mencionadas y tiré con suavidad de la tela que cubría la ventana, permitiendo que la luz pasara con algo más de intensidad. La blanca piel de sus manos y rostro se iluminó ligeramente, sus castaños cabellos cubrían su frente y la imagen de sus finos labios me invitaba a saborearlos como ya había hecho hace tiempo. ¿Cuánto no le había amado? ¿Cuán solo debí quedarme para darme cuenta de que no podía vivir sin él, pero sin ella sí? Me arrepentí de cada decisión tomada en mi vida, me avergoncé de mis palabras, de mis acciones, quise ir al pasado y cambiar cada cosa que hubiese contribuido a quedarme solo.

Ya no tenía caso desear cambiar aquello que ya formaba parte del pasado, en ese cuarto apenas alumbrado por las luces de la vía pública, se encontraba todo lo que necesitaba. Me recosté con sumo cuidado junto al cálido cuerpo, contemplé su faz durante largos minutos, lloré en silencio al pensar que quizá el no querría volver a mi lado, o que en caso de que lo hiciera tal vez un día se alejaría de mí de nuevo, al final de cuentas, ¿podría tenerlo?

 

«Quizá del modo en el que te acompaña ella…»

 

 

۞

 

 

Desperté tres días después en la comodidad de mi cama, no supe cuánto tiempo estuve dormido, sin embargo, tenía la impresión de que había sido muy poco. Mi cuerpo se sentía tan cansado, mis parpados se abrían con dificultad, y el simple hecho de mover los dedos me agotaba. Formé una mueca de desagrado al percibir el fuerte olor a pudrición, con gran esfuerzo guié mi mano hasta mi nariz tallando la misma, entonces me di cuenta de que sentía sobre mi piel una especie de delgada costra, al tocar con los dedos mi barbilla noté cierta aspereza sobre la superficie de la misma. ¿Qué era lo que tenía en el rostro? Y aparentemente no estaba solo en mi rostro, tenía esa sensación en otras partes de mi cuerpo.

Con trabajo me giré hacia mi costado izquierdo, observando con total sorpresa aquello que se encontraba justo a mi lado. Esa escena sigue tan nítida en mi cabeza, a pesar del tiempo puedo recordarla con claridad. El rostro de Juri no mostraba ni pizca de vida, si me preguntaran lo que podía ver en su faz, sin duda contestaría que podía ver miedo, tal como esa vez en la que devoré a mi propia madre, había olvidado los días en los que era obvio que cometí actos realmente atroces. Las sabanas de la cama estaban llenas de sangre, cuando me incorporé alarmado por tal imagen, pude observar que en el pecho de Juri había una gran hendidura en la mitad del mismo, eso explicaba toda la sangre.

Me levanté de inmediato alejándome de la cama, la torpeza de mis pasos me condujo hasta un espejo que colgaba en una de las paredes de mi dormitorio, tenía sangre en la cara, en las manos, en mi ropa. Confusas escenas aparecieron en mi cabeza, en una le clavaba un objeto afilado en el pecho, en la siguiente le arrancaba el corazón, en una más llevaba el órgano hasta mi boca y a mordidas me lo comía. Alcé mis manos para cubrir mi rostro con ellas, ¿qué clase de decisión había tomado la desesperación por mí?

 

«Vivo dentro de ti»

 

Escuché, recargué mi rostro sobre el espejo y sonreí, no dejaba de ser monstruoso lo que hice, pero él no me dejaría solo, seguiría sin poseer su rostro, sin tener un objeto que llenar con el sin fin de sentimientos que guardaba, sin embargo, de algún modo podía sentir su corazón palpitando al ritmo del mío. Puse mis manos sobre mi pecho y les apreté contra ese lugar, no sé cómo es que llegué a creer que merecía un poco de paz, saborear una rara forma de victoria, mas al parecer no me lo merecía.

El timbre sonó de manera intempestiva, brinqué al escuchar dicho sonido y me aproximé con rapidez hacia una de las ventanas del frente, asomándome furtivamente para tratar de ver quién era la inoportuna visita. Por la pequeña abertura que formé, observé un auto policiaco afuera de la casa mientras el timbre no dejaba de sonar. Pude oír algo como «policía, abran», no estoy muy seguro si esas fueron las palabras, me encontraba un tanto lejos para entender a la perfección. Me apresuré a bajar las escaleras, sin embargo, no me atreví a abrir la puerta, estaba lleno de sangre y tenía un cadáver en mi recamara, podía limpiar el desastre e inventar algo si ellos regresaban, pero en ese instante lo mejor era permanecer callado, dejar que se fueran creyendo que no estaba, y permitir que me interrogaran después, estaba seguro de que preguntarían por la desaparición de Juri, lo presentía. Me quedé recargado en la pared que estaba junto a la puerta, más o menos a un metro de ella, desde mi posición me era posible tener vista del comedor, sin poder explicar la razón, fijé la vista en la taza y su correspondiente plato sobre la mesa, ambos mal puestos demasiado cerca de la orilla del mueble. Comencé a sudar frío mientras rogaba porque se fueran ya, podía salir bien librado, encontraría la forma si se iban, entonces cuando estaban por rendirse, cuando las voces al otro lado sugerían volver más tarde, ese maldito ratón que me había conducido al crimen, ahora me empujaba directo al castigo.

Le seguí con la mirada al tiempo que el corría por la extensión de la mesa, llegó junto a la taza vacía, la olisqueó durante algunos segundos, casi puedo jurar que me miró regodeándose de mi estupidez y desgracia, para luego de ello empujar con su puntiaguda nariz el plato junto con la taza hacia la nada. Ambos objetos cayeron al suelo causando un gran estruendo al chocar contra el suelo, como resultado; las personas al otro lado de la puerta volvieron a insistir. 

—Señora Takagawa, abra la puerta por favor. —Al escuchar esa voz llamando a mi madre, me estremecí. Había perdido solo porque me faltaron ánimos para liquidar a un estúpido roedor, respiré profundo y me dirigí hacia la puerta, con todo el pesar del mundo tome el pomo y abrí lentamente, dejando a los policías sorprendidos con la visión de mi aspecto. Y es que no tuve tiempo ni de lavarme la cara. Ladeé el rostro buscando una última vez a ese pequeño animal del diablo, ya no se encontraba por ningún lado, hecha su fechoría no le quedaba más que correr. Sonreí con amargura, al final había perdido cada batalla y terminé siendo aplastado en la guerra.

—Ella no volverá y él está en mi recamara. —Les costó trabajo entender lo que les comuniqué, ya que yo no mostraba señales de querer huir o de un comportamiento agresivo, uno de los policías se quedó conmigo mientras el otro entraba a revisar mi cuarto. Mi consuelo era que estuviera donde estuviera, él vendría conmigo.

Creo que después de todo, mi miedo a la soledad estaba bien fundamentado, solo que me equivoqué al tratar de evitar quedarme solo.

«A veces, en medio de la oscuridad, los sueños se convierten en memorias de aquellos dos asesinatos, y por las noches… despierto excitado»

Notas finales:

No siento que le llegue al terror psicológico, pero bue… ustedes saben, se hace lo que se puede.

Este fue un verdadero desafío para mí, me he imaginado escribiendo cosas medio gore, drama sobre todo, hasta la fantasía me llama la atención, pero no pensé que llegaría a intentar con el terror psicológico, se me hace algo verdaderamente complicado.

La historia no puedo decir que es completamente mía, de hecho está basada en la letra de un video de vocaloid cuyo nombre es: Tsugihagi sandoku.

Vi la letra y sentí la necesidad de escribirla, no estaba segura de que la trama le quedara al desafío, pero decidí apostarle a la idea. Con el paso de los días fue cambiando, tuve otras ideas, cosas que agregarle y así nació mi bebé raro.

Tomé la decisión de basarme más que nada en cosas comunes, está bien, matar a tu mamá y comértela no es común, pero yo me refería a la “tortura” que vivió Mitsu. Los sonidos, las voces, sentir que te observan; todas esas cosas me han pasado a mí (mi mamá dice que he de tener la conciencia muy sucia, y no se equivoca). Creo que más de una vez me he asustado a mí misma con cosas que tienen una explicación lógica, pero que en el momento no llego a pensar en ello, simplemente… pos me espanto. (?)

Yo tenía un montón de cosas que decirles aquí, pero mi cerebro ya se estresó. Señoritas juezas, espero no se les haga muy pesado y aburrido leer todo lo que he escrito XD, como siempre me ha fascinado participar en esta clase de cosas, aunque termine tirándome de los cabellos y echa un manojo de nervios, no importa, yo amo estas cosas.

Espero que lo hayan disfrutado, nos vemos~


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