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Por Romeo por Wendigo

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Notas del fanfic:

Primer intento.

 Aun no se como agregar personajes ni que significan todas las categorías que vienen o tampco que significa abierto o cerrado etc... espero ir aprendiendo.

 

Notas del capitulo:

Terminado, ¡ja!

 Claro que con errores, es el trabajo de un dia. Conoscan a Mercutio, pero mejor aún a Della Escala, adoro a ese personaje por alguna razón....

Prefacio

 

Por amor…

entrego mi corazón y alma

que desafío a mi sangre…

Romeo, romeo,

por ti, que muero a la cortante mordida del metal.

M.

 

 

Él podía sentirlo, las formas del cuerpo, la manera en que se hundían sus palmas al presionar la piel, y bajo esto… el profundo latir de un corazón desbocado que golpeaba las yemas de sus dedos. Si subía podía encontrarse los gemidos, quedos y agonizantes que se escapaban de unos labios rojos y encendidos. Pero no eran los que él quería… ni los gemidos, ni los labios.

Se concentró dentro, en su propio corazón que golpeaba su pecho, golpeándolo, abriéndole las entrañas, quebrando sus costillas. Se le escapaba un aliento ronco por entre los dientes mientras su piel se perlaba de sudor. Un pensamiento batía dentro del interior de su vientre hasta llegar a su garganta, deslumbrando su mente con una palabra que se escurría de sus labios. Jadeó, adentrándose en una profundidad que no era propia y en un infierno de sensaciones.

La palabra atrapada en su garganta lo asfixiaba despiadadamente mientras sentía que  un sabor amargo latía dentro de todo su cuerpo. No podía respirar, tenía que encontrar un modo de salir de esa asfixiante sombra que se disfrazaba de Nombre, enloqueciéndolo de furor.

En el cuarto tibio y oscuro latía el batir de dos corazones. Él sentía que no resistiría la presión de su pecho y que el nombre tenía que formarse en una palabra antes de que el mundo, su mundo  se rasgara en dos. Con un desesperado y último intento lo gritó, el nombre escapó de sus labios desahogando sus ansias, sus ojos se llenaron de luces que lo cegaron por un momento en una oscuridad blanquísima mientras derramaba, con un grito, el mar de sensaciones que tenía dentro.

Se tiró sobre su costado, agotado, cerrando los ojos sintiendo como su pecho llameaba y era golpeado por su corazón. Suspiró con un alivio que no era alegre.

A su lado escuchó la respiración agitada y sin aliento de “el  otro”. Con todo y su agotamiento el joven a su lado logró de algún modo levantarse para verlo con ojos profundos como pozos.

            – Mercutio ¿… quién es Romeo…?

Qué contrariedad. El aludido se disponía a responder reacio cuando escuchó golpes en la puerta con fuerza.

            – ¡Abrid en el nombre del príncipe…!

 

Della Escala se encontraba en su estudio, miraba hacia afuera, hacia la provincia de Verona con el seño fruncido. Debajo de él se encontraban gran cantidad de papeles acomodados en un orden escrupuloso y perfeccionista. Su pluma, adornada de garigolas doradas se había detenido de su ardua tarea solo unos instantes. De porte soberano y mirada aguda, lucía sus regios ropajes de con gallardía. Apenas se sobresaltó cuando llamaron a la puerta.

            – Pase.

Su guardia entró.

            – Disculpe la intromisión, su majestad, pero se le requiere con urgencia.- Indicó el Soldado, inclinando respetuosamente su cabeza.

            – Eso espero, ya que mis órdenes eran no ser molestado. ¿Cuál es la situación tan urgente?- Dejó la pluma de lado con molestia-  Si me llego a enterar de que se trata de otra riña entre Montescos y Capuletos…

            – No se trata de eso, su majestad.- Indicó el guardia.-  Se trata de otro asunto, su sobrino…

Della Escala se sorprendió un poco e hizo una mueca, llevándose ambos dedos a la barbilla.

            – Mercutio… ¿Mi enviado le ha traído?- Preguntó, con una mirada inquisitiva y aguda.

            – Así es, su majestad.- Respondió el soldado.

            – Ah, una buena noticia.- murmuró Escala, más para sí mismo que para el guardia. -Despide a  mi enviado, y has pasar a mi sobrino. A su compañero envíalo a una celda, la más oscura que encuentres, ya me encargaré de él luego.

Della Escala pudo ver la sorpresa reflejarse en el rostro de su guardia, pero la prudencia le hizo omitir la pregunta que se hacía de cómo podía haber sabido acerca de la presencia del otro joven al que no había mencionado. Della Escala lo miró salir con desdén.

            “La ingenuidad de un civil, se creen que para ser príncipe basta sólo el título. Se requiere de mucho más…”

Pocos momentos después entró Mercutio. Joven y magnífico, en el esplendor de la juventud con rostro brillante el cabello rubio ondulado y labios que como era su costumbre, sonreían astutamente.

            “Qué desperdicio” pensó Escala con molestia, volviendo su atención a los papeles.

Mercutio le sonrió, acercándose animadamente.

            – ¡Ilustre príncipe mío! Las aves cantan y el sol brilla afuera, le imploro me diga ¿Quién ha sido muerto? ¿Qué oscura nación amenaza nuestra paz? ¿Qué perversa maldición privará al sol de salir el siguiente, día para que su semblante se ensombrezca de tal manera, tío?

            – Recuerda tu posición, sobrino, y en qué situación te encuentras.- Respondió con dureza, sin dignarse a verlo concentrado en firmar uno de sus papeles.

La sonrisa vana de Mercutio se tornó en una mueca de amargura.

            – Le ruego me disculpe “su majestad” veo que mi presencia le incordia de sus magnánimas tareas. Me dispongo a dejar de importunarlo al momento, es un hecho que ni siquiera le estaría molestando si no fuera que el espía que mandó a seguirme  decidió oportuno sacarme de mis habitaciones en el peor momento posible…

            – Corta la palabrería, Mercutio.- Ordenó Escala, mirándolo con despiadada molestia. –No me faltan razones para ordenar que te corten la lengua, o mejor aún, manden encerrar en donde ya no deba escucharme ni cuidar de tus desviaciones.

La amenaza de Escala se quedó en el aire unos segundos con dureza. Su sobrino lo miró silencioso antes de sonreír levemente, con amargura.

            –… Sería una lástima que un escándalo de tales proporciones pudiera afectar la carrera política de su majestad…- Añadió, queda y puntualmente.

Escala lo miró con molestia, alzando una ceja.

            – No me subestimes, sobrino. Se de otros lugares a donde puedo mandar a tu calaña, el buen Fray Lorenzo podría hacerse cargo…

            – Yo, ¡un cura! Dios proteja a mis confesados.- bufó con sarcasmo ácido, Mercutio.

            –… de enviarte a un monasterio en las lejanías. Los manicomios también aceptan trastornos de tu estilo.- Terminó Escala con frialdad.

Mercutio guardó silencio unos instantes, perdiendo su locuacidad entre las amenazas.

            – Tío… - Comenzó, mucho más humildemente.

Escala lo detuvo con un movimiento de su mano, aunque complacido por el cambio en la actitud soberbia de su sobrino.

            –Búscate algún entretenimiento si las muchachas no son lo que te satisface ¿Te gusta la poesía, no? Escribe, si así lo deseas para desahogar esa perversión tuya. Prívame de la incordia de enviarte a un monasterio como se hace con los locos. Ahí tendrías tiempo de sobra para hacer los libros que quisieras y en caso de insatisfacción podrías echar en mano un recurso viejo como el tiempo…

            – Comprendo, tío.- Respondió Mercutio incomodidad.- No hay necesidad de entrar en detalles…

            – Esto no se repetirá, ¿Soy claro?- indicó Escala con severidad.- Dejando del lado lo anterior, podrías estar más que agradecido de que haya sido yo el que te he descubierto… Hay otros grupos cuyas medidas son un tanto más extremas que enviarte a un monasterio, y desearía no atraer la atención de la inquisición a mi familia.

Escala notó como el rostro de su sobrino perdía color y cómo a su cuerpo lo recorría un escalofrío con la fúnebre mención de la inquisición. Dejó que el silencio hiciera énfasis en sus palabras.

            – Estás advertido, puedes retirarte.- Indicó con seriedad.

Escala volvió a sus documentos, pero notó que su sobrino aun no se retiraba.

            – ¿Qué ocurrirá con Jean?- preguntó.

            – De momento lo envié a prisión, un tiempo ahí le hará reflexionar si quiere arriesgarse a contrariarme de nuevo, me encargaré de él cuando tenga tiempo, dependiendo de su actitud decidiré si mantenerlo en prisión o sobornarlo por su silencio.

De reojo, Escala pudo ver la expresión ácida de su sobrino.

            –Su magnanimidad es grande, ilustre príncipe…- murmuró con ironía. Esperó unos segundos cerca de la puerta- …Tío ¿En verdad es tanto el desprecio que sientes por mí?

Escala no levantó la mirada de sus documentos, pero dejó de escribir unos instantes. Mercutio continuó.

            – ¿O el desprecio es a mi necedad en dejarme atrapar? ¿Al escándalo que podría causarte? ¿A la mancha en el insigne nombre de nuestra familia? Me lo pregunto porque… Si tú ya tenías conocimiento de mis “gustos” como para  enviar a un hombre a espiarme, pero no hacer nada más al respecto…

Escala no volteó a verlo unos instantes.

            – Me repugnas. - Respondió, duramente.- Eres una ofensa para mí, para nuestro señor y para todo lo que es bueno. Sin embargo, tu castigo infernal ya está asegurado a tu muerte, sobrino, no tengo porqué, ni me interesa penarte en esta vida.

            –… tal vez compartamos castigo infernal, su majestad.- Le respondió Mercutio.

Escala notó que no le creía, rió levemente ante la acusación.

            – Por distintas razones. Retírate- Ordenó.

Mercutio salió de la habitación mientras Escala sonreía para sí. Su deudo podría ser distinto a él en muchos aspectos, pero en la lucidez de la cabeza…

 

Mercutio salió de las habitaciones del príncipe con amargura. Al llegar afuera nadie lo esperaba, y no le sorprendió. El pobre de Jean debía estar pudriéndose ahora en prisión, preguntándose quién era Romeo, y cuando llegaría Mercutio a rescatarlo… y esperaría en vano.

Sólo se sentía medianamente culpable, Jean sabía en qué se metía y nada movería la decisión del príncipe ahora. Su libertad dependería de que fuera tan astuto como para someterse ante Della Escala.

Suspiró, tal vez podría convencer a su tío de al menos ofrecerle unas mejores condiciones a su amante, aunque posiblemente se arrepentiría de ello, otra discusión con el príncipe de Verona acerca de sus “desviaciones” seguramente terminaría con el poco hígado que le quedaba.

Escribir, le había dicho… bufó negando con la cabeza. Como si hubiera una piel más fría y muerta que las hojas de papel, y lo que el necesitaba era la vida batiendo debajo de sus manos con la tinta roja y encendida que corría por el cuerpo de su amado.

Sin embargo, las palabras de su tío lograban hacer eco en su mente. La imagen de los siniestros inquisidores con sus cruces en el pecho, sus hogueras en una mano y sus aparatos de tortura en la otra, se abrió paso por su mente, los gritos de horror y dolor de tantos como él, los juicios, las muertes; un violento escalofrío lo recorrió. Temía si… temía por su vida.

Se dirigió a una de las ventanas del pasillo, recargándose en su marco miró hacia afuera. Verona le sonrió en su esplendor de ciudad, tranquilizándole. Tan llena de vicios, de quimeras, de intrigas y últimamente, de afrancesados; tan magnífica, tan llena de vida… La ciudad para alguien como él.

 

En pocos momentos se encontró en sus calles respirando el aire de odios y conflictos al que ya se había acostumbrado. Se dirigía a la casa de los Montesco, para encontrarse con la obsesión que lo turbaba desde hace meses.

Con cada paso que daba iba cambiando su expresión, lentamente se maquillaba de una sonrisa y una jovialidad que la visita a su tío le había hecho borrar por unos momentos. De nuevo era el alegre Mercutio que con su locuacidad y entusiasmo sabía moverse como pez dentro del agua. Tan cómodo estaba con ese antifaz suyo que comenzó a silbar de buen humor mientras en su pecho su corazón se retorcía y agitaba cada paso que daba más cerca a la casa de los Montesco.

¿Valía la pena? No lo sabía, pero mientras más se acercaba, más ganas sentía de correr, en búsqueda de ese rostro juvenil y magnifico, esa sonrisa honesta y sin mascaras, esa ingenuidad aguerrida que se abría paso a través de su mirada con la misma fuerza que habitaba en sus brazos y pecho. En un corazón que ardía de juventud encandilando los sentidos de Mercutio. Ah… ¡Romeo!

El ruido de una trifulca le hizo desviar su atención. No muy lejos se podían escuchar los gritos de la gente.

            – ¡Muerte a los Capuletos y Montescos!

Mercutio suspiró

            – Esto a Escala le va a encantar.

Preocupado, cambió de dirección; se dirigió veloz hacia la casa de los Capuleto, temía por quien estuviera en la riña.

Se abrió paso entre los gritos intentando ver qué era lo que ocurría. Vio a los que pudo reconocer como sirvientes de Montesco peleando con otros que serían seguramente Capuletos. Dos jóvenes nobles al centro de la trifulca tenían los aceros desnudos a su vez.

            – ¿Por qué desenvainas? ¿Acaso quieres encontrarte con la muerte, Benvolio?

Reclamaba uno con voz exaltada. Mercutio lo reconoció, y a Benvolio, que replicaba airado.

            – Estoy imponiendo paz, envaina tú, y deja de inventar quimeras.

            “Como si eso fuera a pasar” pensó Mercutio.

El otro contrincante era Tybalt, algo más que el rey de los gatos; era el mejor y más diestro esgrimidor, espadachín de profesión, y desde esa distancia se podía ver que su espada moría de sed de pelea y sangre. Mercutio suspiró con alivio, no era que no le importara Benvolio, eran muy buenos amigos después de todo, pero le alegraba no ver a Romeo enfrentándose a semejante gato.

Preocupado por Benvolio, Mercutio rodeó la gente a una prudente distancia intentando acercarse de algún modo seguro. La trifulca embravecía, a lo lejos vio a Montesco, acompañado de su mujer desenvainando furioso en contra de Capuleto que salía de su casa exigiendo a gritos la espada a su mujer.

Pronto habría sangre, Mercutio lo sentía en la espina. De pronto un grito se escuchó por encima del escándalo, causando unos instantes de confusión y seguidos de alarma.

Della Escala había aparecido; imponente, regio y furioso. Acompañado por su séquito, a base de fuerza y amenaza separaron a unos de los otros. Los ciudadanos lo miraron intimidados y sobrecogidos, callando ante la soberana presencia que su Tío imponía con su llegada.

            – ¡Rebeldes! ¡Enemigos de la paz, derramadores de sangre! ¿No queréis oír? Fieras disfrazadas de hombres, que con sangre intentan apagar el furor de su ira. ¡Arrojen en seguida las armas!- rugió y su voz hizo eco por el lugar, que del escándalo había pasado al silencio absoluto.

        –Tres veces, por vanas quimeras y fútiles motivos, han ensangrentado las calles de Verona ¡y ha sido más que suficiente! ¡Si alguien se atreve de nuevo turbar el sosiego de nuestra ciudad, me responderá con su cabeza!- Sentenció a los que lo rodeaban, estos respondieron con un sobrecogido silencio.

         –Basta por ahora; retírense todos. Tú, Capuleto, vendrás conmigo. Tú, Montesco, irás a buscarme dentro de poco a la Audiencia, donde te hablaré más largamente. Pena de muerte a quien permanezca aquí.- Ordenó.

La plaza comenzó a vaciarse. Verona sabía que cuando su príncipe ordenaba, Verona obedecía; o se atenía a las consecuencias. Mercutio lo sabía mejor que nadie, dirigió una última mirada a su tío antes de salir apresuradamente del lugar, en búsqueda de Benvolio… o en su mejor caso, de Romeo.

Notas finales:

Jean es un OC (Own Character) quiza vaya creando otros para llenar huecos necesarios.

PD: No tengo idea de si Verona era un principado o un estado independiente por más que he buscado información sobre ello, pero sabemos que Della Escala era el mandamás incuestionable, así que supondré que uno de los dos.


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