Era tarde, aún medio dormido, escuché a lo lejos el sonido de algunas transmutaciones. Me quité las sabanas de encima con clara molestia y me dirigí a la habitación contigua. Sabía que Al no podía dormir, y que claramente estaría ocioso y aburrido por ello, pero por lo menos debía ser más considerado con los demás, mi cuerpo me exigía dormir.
La luna iluminaba las enormes planicies de Resembool, y su luz brillante ingresaba por las ventanas de la casa de la abuela Pinako. Cuando llegué a la puerta del cuarto contiguo el sonido se había detenido por completo. Al sabía que ya me había despertado, pero aquello no le iba a quitar la reprimenda por haber sido la causa. Abrí la puerta lentamente y lo encontré sentado, mirando hacia la ventana como solía hacer.
-Oh, nii-san. Ya has despertado -dijo fingiendo sorpresa. Observé la habitación completamente y noté el círculo de transmutación frente a él.
-¿Qué estabas transmutando?- le pregunté. Al movió la mano de forma despreocupada y negó con la cabeza. A pesar de que no podía notar su expresión gracias a la armadura que llevaba puesta, sabía que si no me había respondido era por una sola razón: estaba mintiendo.
Señalé el círculo de transmutación dibujado en el piso.
-Olvidaste borrarlo- dije con los brazos cruzados y Al suspiro al verse atrapado de manera tan boba. Se quitó la placa pectoral de su armadura y extrajo del interior un pequeño árbol, adornado con unas bolitas coloridas y una estrella en la punta. Se volvió a colocar la placa y me extendió el árbol.
-No puedo evitarlo, es la temporada- Dijo con un tono de disculpa y relaje los brazos poniéndolos a mis costados.
-¿Sigues creyendo en esa tradición tan antigua?- Pregunté enojado. Hace mucho que nuestro calendario ya había dejado de regirse por el sistema cristiano, por lo que también desaparecieron las fiestas que se celebraban gracias a ello.
“La navidad” también había desaparecido de la memoria hace mucho. Al la conocía, ya que de niños, Mamá solía leernos algunos cuentos que tenían la alegre fiesta como tema central. Duendes, nieve blanca, dulces y por supuesto, el barrigón y bonachón hombre que repartía regalos eran los temas más recurrente.
Al se encogió de hombros y miró perdido aquel festivo arbolito.
-Pero, si es una idea tan hermosa. Todos reunidos celebrando en familia. Los niños alegres abriendo los regalos que les trae “Santa Claus”- Dijo tratando de justificarse y yo sonreí con algo de malicia.
-Ah, así que ¿quieres que el viejo gordo te traiga regalos?- exclamé con una sonrisa. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, una imagen apareció en mi cabeza en es preciso instante: la imagen del mayor Armstrong sin su camisa, dejando a la vista sus enormes músculos, con un pequeño gorrito rojo con una felpuda base blanca cubriendo su incipiente calva, y con un enorme saco rojo en su espalda.
Esta imagen me causo una corriente fría en la espalda.
Luego de ese delirio mental, miré a Al y noté que había agachado su cabeza. Me acerque a él y puse mi mano de Automail sobre su cabeza, provocando que levantara la vista para mirarme. Le besé dulcemente una de sus frías mejillas metálicas. Me senté sobre sus piernas y él puso un brazo para que yo apoyara mi espalda. Cerré los ojos tranquilamente y le susurré con voz suave.
-Feliz navidad, Al- Él apoyo el pequeño arbolito sobre una caja de madera que estaba junto a él y luego me acaricio la mejilla con delicadeza.
-Feliz Navidad, Nii-san- Finalmente, me dormí tranquilo.
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