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Eternal Snow por KanonxKanon

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Notas del fanfic:

The Gazette x Penicillin


 


UruhaxHakuei

I

Llévame contigo, porque estoy solo

Los viernes —empezando desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche— eran los días más escandalosos de la semana. Era algo a lo que aún no me acostumbraba, a pesar de tener ya casi cinco años internado, pero debía admitir que, así como para muchos de los demás internos, eran las horas más alegres de todo el septenario. No había viernes en el que Yasunori no me visitara y tomaba todo el horario de las visitas para estar conmigo; a él le había conocido mucho antes de ingresar al hospital —tres años antes para ser exactos—, se convirtió en un buen amigo y compañero desde el primer momento que le topé: en una pequeña cafetería él recién se alejaba de la caja tras  haber pagado su café y al estar atendiendo el móvil no se percató a tiempo de que yo estaba a su lado esperando mi turno para pagar, el café —que agradezco ya no estaba tan caliente— se derramó sobre el saco color siena que yo llevaba aquel día. Cuando solemos recordar aquella ocasión, Yasunori siempre resalta que cualquiera se hubiera puesto como energúmeno ante tal descuido de su parte, pero que mi reacción fue de lo más cómica: me había quedado mirando la mancha de café que se extendía por el casimir —digamos que tardé en digerir el pequeño incidente— y en cuanto percibí el aroma de la bebida, entorné la mirada a la suya y dije: «Acabas de desperdiciar un buen macchiato

Yasunori aún ríe como loco cuando recordamos aquella ocasión. Después de eso nos topábamos a menudo en la misma cafetería. Comenzamos a charlar, a concertar las horas para encontrarnos y poco a poco nos volvimos buenos amigos; pero yo lo considero una persona tan especial, que me atrevería a decir que es como un hermano para mí.

Faltaban exactamente diez minutos para las tres. Las enfermeras empezaron a salir de los habitáculos, dejando listos a los internos para sus visitas y yo observaba el ir y venir de las personas desde la incómoda camilla  de mi habitación. Sonreí para mí y me giré hacia el buró donde almacenaba mis objetos personales; del primer cajón extraje una pequeña caja y acomodé la misma sobre mi regazo. Observé aquel objeto con detenimiento durante un momento; no era muy vistosa salvo por el material aterciopelado de color vino con el que estaba forrada y el decorado dorado que tenía en las esquinas. Pero, no es como que importe mucho el lugar donde solemos guardar nuestros recuerdos, ¿o sí? Uno toma a veces una simple bolsa de papel o una de esas cajas de aluminio donde empacan las galletas danesas y esos sencillos objetos  muchas veces nos sirven para atesorar desde cartas, el boleto de un cine… yo qué sé. Todos esos detalles que nos traen buenos recuerdos. En mi caso, en esa caja había una foto, el trozo de un periódico  y un anillo.

Yasunori abordó la habitación —sin llamar antes como era su costumbre—antes de que yo destapara la caja y mi vista se desprendió del objeto para irse a encontrar con la animosa faz de mi mejor amigo.

—¡Shima! —La voz de Yasunori despertaba algo de inmediato en mí: me relajaba, su sola presencia me relajaba.  Pero para las enfermeras que alcanzaban a escucharle representaba un ajetreo que no se permitía en el hospital, por lo que las mirabas de reprimenda y las señas indicándole silencio no se hacían esperar.

—Un día de estos te van a prohibir que vengas a verme, Yasu. —Su sonrisa era un encanto, debía admitirlo, tenía ese aire de complicidad, esa picardía con la que suelen sonreír los niños.

—Eso nunca, los viernes son nuestros días y no podrán quitármelos —sentenció Yasu antes de tomar asiento al lado de donde yo reposaba.

Intercambiamos miradas durante un largo rato. La sonrisa enorme en los labios de Yasu se volvía fraternal una vez que se acomodaba a mi lado y, así como pasaba en cada ocasión, era él quien rompía el silencio:

—Te ves mejor, ¿cómo te sientes? —Eran las mismas palabras con las que iniciaba la conversación desde hacía mucho tiempo y su efecto siempre era el mismo: una afable sonrisa me atravesaba los labios y enseguida yo saltaba con esa misma respuesta que seguramente él ya había aprendido de memoria:

—Sino fuera porque la gelatina sabe horrible, estaría de maravilla. —La risa de Yasu no tardaba en invadir el ambiente y yo reía entre dientes mucho más bajo que él.

—Y, ¿tus ojos como siguen, Shima?

—Aún puedo verte, con algo de dificultad, pero puedo —decía y volví la mirada hacia la pequeña caja sobre mis piernas—. Aunque no puedo decir lo mismo de mis piernas, creo que ya no me será posible salir sin ayuda. —Supongo que mi semblante cambiaba cuando hablaba de los avances de mi enfermedad, pero la mano de Yasu ni tarda ni perezosa, iba a palmear las mías para confortarme.

Esclerosis múltiple. Cuando me dijeron de tal padecimiento no lo supe digerir de inmediato, es decir, ¿quién lo haría? Te atacan con información, posibles síntomas y los diversos métodos para hacer más lento el proceso de la enfermedad y ayudar a controlarla, pero nadie te pregunta si psicológicamente hablando lo has entendido. Yo aprendí sobre los medicamentos y las terapias ocupacionales para esto, pero aun después de tanto tiempo de padecerlo no sé cómo es qué debería sentirme. ¿Bien? ¿Mal? Supongo que lo último es el camino más viable, pero Yasu dijo que, a pesar de todas las consecuencias que esta enfermedad me trajo y traerá —los problemas con la coordinación y el equilibrio, la debilidad muscular y, el más reciente, las alteraciones de la vista— es mejor sentirme tan bien como me sea posible. «No tiene caso que uno se siente a lamentarse. Es triste, yo lo sé, pero si te detienes a dejar que la enfermedad te duela, no lograrás más que sentirte peor. Duélele tú  a la enfermedad, Shima, que no pueda contigo.» Dijo él, con esa sonrisa tranquilizante tan suya.

Creo que parte de que yo haya llegado hasta aquí se lo debo en gran parte a él; lo demás ha sido cosa de que realmente no me preocupa esta enfermedad. Sé que no hay cura para ella y que, si bien los tratamientos la retrasan tanto como es posible, llegará un momento en que —como puede ser una enfermedad autoinmune en la que el cuerpo se ataca a sí mismo— terminará por desahuciarme, pero eso me tiene sin cuidado. La verdad era, que no le tenía ni una pizca de miedo a ese padecimiento.

Yasu cambiaba enseguida la conversación. Sonreía para mí y me hablaba de su trabajo, de sus estudiantes —ejercía de maestro de música en una universidad, instruyendo canto y piano—; siempre venía con anécdotas nuevas sobre las ocurrencias de su clase y de cómo muchos alumnos resultaban prodigios para componer. La charla era amena y era abarcada enteramente por Yasu. Yo no tenía mucho que aportar salvo el avance de los tratamientos y alguna mejora, y cuando terminábamos de contarnos lo relevante de la semana, regresábamos a los tiempos en que salíamos a las cafeterías, íbamos a bares y hacíamos cualquier tontería para pasar el rato.

—Algún día nos quedaremos sin temas de conversación —le comenté mientras me recostaba un poco; empezaba a sentirme entumido y no quería arruinar la visita de Yasu con alguna intercepción de los médicos.

—Cuando eso pase, siempre puedes hablarme de eso. —Sus ojos curiosos señalaron la caja entre mis manos y yo reí entre dientes, apretando un poco aquel objeto entre mis manos.

—¿Por qué te da curiosidad?

—No es la primera vez que la veo, Shima. ¿Qué es lo que cuidas con tanto esmero?

—Un recuerdo, como todo el mundo.

—¿Qué clase de recuerdo? —Yasu ladeó su rostro y sus orbes azulinos me observaron fijamente, entre aquellos mechones de su cabello azabache que caían sobre sus parpados.

—Chismoso —musité y él rio.

—Anda, cuéntame, Shima. —Se inclinó hacia mí, como si buscara una confidencia y entonces sonreí con cierta nostalgia y guardé silencio.

Quizá fueron varios minutos los que perdí la mirada en aquella caja pero la voz de Yasu volvió para sacarme de mi ensimismamiento:

—Vale, iré por algunas de esas gelatinas horribles que no te gustan. —Reí en mis adentros y antes de que terminara por levantarse, destapé aquella caja y de ésta extraje ese anillo platinado, sin más adorno que el de una diminuta gema azul celeste de fantasía.

Yasu se quedó un poco extrañado y yo comencé a acariciar la pequeña joya entre las yemas de mis dedos.

—¿Sabes? Yo no crecí en un hogar como el tuyo, Yasu. Tus padres son buenas personas y tu hermana es una gran mujer; tienes una buena familia y eso es algo que yo no conocí. —Empecé a hablar tranquilamente y durante un instante quedé embelesado de aquella azulina gema, pero mis ojos no tardaron en buscar los de Yasu y cuando los encontré, le indiqué que volviera a acomodarse y así lo hizo.

—Eso ya me lo habías comentado en una ocasión: creciste en un orfanato, ¿no es así? —Asentí y él volvió a guardar silencio, cediéndome su atención.

—Así es, pero, esta pequeña caja viene de mi vida en aquel sitio y eso no te lo he contado aún.

—Entonces, soy todo oídos, Shima.

—Bien, comenzaré por decirte que quizá nos tome un par de horas, así que no comerás hasta casi la hora de la cena. —Las risas de ambos irrumpieron en la tranquila habitación y con un pequeño gesto, Yasu me pidió que continuara—. Era un lugar cálido ¿sabes? En su mayoría éramos niños pequeños y los mayores apenas si nos adelantaban por un año o dos. La encargada del orfanato era una mujer muy tranquila y de lo poco que supe de ella me enteré que fue una esposa que no pudo llegar a concebir, siendo esta la razón por la que su marido le dejase a solo un par de años de casados.

»Era una mujer sencilla, pero de ésas que su misma sencillez te hace verlas hermosas. Tenía el cabello largo y castaño, ojos grandes, una voz tan bonita que no había día en el que no le pidiéramos que nos cantase algo. Su nombre era Keiko y me atrevería a decir que nos quería a todos como si fuésemos sus hijos. Cuando yo tenía cuatro años fue que conocí a Keiko; ella me recogió de la oficina de una trabajadora social y me llevó andando hasta el humilde edificio que ella usaba como albergue infantil.

»Recuerdo que ella me contó en el camino sobre los demás chicos y yo estaba más asustado que un ratón bajo la pata de un enorme gato.

Yasu rio un poco y me miró con cierto deje de terneza que no pasé por alto.

—Pero eso no quiere decir que de pequeño fui un miedoso; era pequeño y recién me acostumbraba a que mis padres ya no estarían conmigo, y ese orfanato se convertiría en mi hogar, un hogar en el que habitaban niños a los que no conocía.

—Lo entiendo, lo entiendo, solo me parece curioso imaginarte a esa edad. —Ambos reímos y tras ello, dirigí la mirada a mi regazo y a esa caja que descansaba sobre este.

—No creas, pienso que conforme avance, te darás cuenta que hay cosas todavía más curiosas que eso, Yasu. Es verdad que estaba asustado, pero una parte de mí también me decía «sé fuerte» y creo que esa sigue acompañándome hasta ahora, sino no creo que hubiese llegado tan lejos después de tantas cosas por las que me tocó pasar. A veces es así ¿no? Si haces una recopilación de tus vivencias a lo largo de tu existencia, te preguntas, después de contar las cosas buenas y malas: ¿cómo es que sigues aquí? ¿Cómo fuiste tan fuerte para continuar? Al menos yo me lo pregunto. —La mirada de Yasu se tornó algo reflexiva y entonces le sonreí—. Pero deja, deja que continúe antes de que se nos acabe la hora de visitas. —Él asintió, y de nuevo tenía toda su atención.

»El camino fue rápido. Anduvimos quizá treinta minutos y llegamos a una simple edificación de, sino mal recuerdo, tres pisos. Tenía un jardín enorme que, cuando se llenaba de flores, lucía precioso. Y en el patio trasero, que era un poco más pequeño, había un corral mediano que Keiko usaba de hogar para tres crías de conejo.

»Era un lugar cálido y eso podía sentirse desde que entrabas. Eso pasa en todos los lugares a los que uno va ¿sabes? Inclusive en sitios como restaurantes, cafeterías, bares; todos pueden ser buenos, pero solo algunos se convierten en nuestros predilectos y eso se debe al ambiente que nos transmiten. El orfanato de Keiko era así: un lugar donde se aspiraba la tranquilidad y te sentías cómodo desde que cruzabas el enorme cancel color crema que rodeaba el sencillo edificio.

»Poco recuerdo de lo que Keiko me contó mientras atravesábamos el jardín de la entrada, pero supongo que habrán sido cosas como: «Todos son tan amables. Verás que serás bien recibido. Este será tu hogar.» Mi atención estaba en todos lados y a la vez en ninguno. Observaba los árboles, los columpios no muy lejos del edificio y de tanto en tanto echaba vistazos a las ventanas. Eso sí lo recuerdo bien: buscaba algo entre esos cristales y mis ojos se deslizaban tan rápido como les era posible para encontrar qué era. Tenía esa sensación, esa donde sientes la mirada de alguien encima e inmediatamente te vuelves para ver de quién se trata. En mi caso, esa «sensación» me la transmitían las ventanas.

»Supongo que lo recuerdo bien porque fue ahí donde empezó a gestarse este recuerdo. Pensé que esa «mirada» que sentía sobre mí era mi imaginación, pero no. Tras rebuscar una última vez por los cristales, me encontré con un par de ojos que observaban minuciosos. Al principio sentí un poco de miedo ante ellos, pero cuando el dueño de estos fue asomando su cabeza para observar mejor mi andanza, me percaté de que se trataba de otro niño con una mirada muy curiosa. Traté de no prestarle atención, pero fue imposible. Agachaba la mirada por un momento y al siguiente ya estaba echándole una ojeada a aquella ventana.

»Ese había sido un primer encuentro peculiar, pero ahora que lo pienso todo ése niño ya era muy singular por sí solo. Aunque claro, en ese momento no tenía idea de ello.

Detuve mis palabras por un instante. Sentí un pequeño mareo que nubló mi vista y las piernas se me entumieron repentinamente.

—¿Estás bien? ¿Llamo a alguien? —Yasu se puso de pie y moví la cabeza negativamente.

—Estoy bien. Siéntate —indiqué. Me giré hacia el buró para servirme un poco de agua y en cuanto bebí de ella logré relajarme un poco.

—Si necesitas descansar, podemos dejarlo para otro día, Shima… —Yasu había tomado asiento de nuevo, pero su mirada se aderezó con cierta preocupación.

—No, es solo un malestar que tengo de a ratos; pasará solo, además ya me has hecho comenzar, así que te quedas hasta que termine —dije.

—Bien, bien. Pero no quiero que tu odiosa enfermera me riña, así que, si te sientes mal, le llamaré para que te haga descansar un rato. —Dejé el vaso de agua sobre el buró y me recosté sobre la camilla. Mis manos sobre aquella caja, ya no se aferraban con la misma fuerza, pero eso fue algo que sólo yo pude notar.

—De acuerdo —asentí—. Entonces permíteme que te hable de ese niño, Yasu.

—¿El de la ventana?

—Sí —susurré—. El dueño de este recuerdo: Tanaka Hirohide.

II

Tuve un sueño sobre ti, uno en el que te aferrabas a mí

—Desde la primera vez que le vi —continué— a través de aquella ventana, tuvo algo que llamó mi atención. Es decir, yo estaba consciente de que todos me mirarían como  «bichito raro», pero la mirada que aprecié tras ese cristal no me pareció así. Ahora que lo medito un poco, podría decir que se trataba de esa clase de mirada que pone un niño cuando ha estado esperando todo el día a que llegue su madre o su padre; había un ápice de emoción en aquellos ojos y no sabía por qué me transmitían eso.

»Cuando Keiko me llevó dentro del edificio, fuimos recibidos por una jovencita que se presentó como una ayudante de medio tiempo. Aparentaba la edad de una chica de preparatoria y recuerdo bien que llevaba un vestido veraniego azul celeste, un listón blanco anudando sus cabellos siena y uno más del mismo matiz  alrededor del cuello sosteniéndole un pequeño camafeo. Su nombre, era Kanon.

»Kanon se encargó de arrear a todos los chiquillos para que se juntaran en la sala del recibidor y yo quedé en medio de todos; incluyendo a ese niño de la ventana. No puedo negar que me sentí intimidado. Había comenzado a jugar con mis dedos sin darme cuenta y podía escuchar risillas y cuchicheos provenientes de los niños que me rodeaban.

»—Anda, Kou, tienes que presentarte con los demás. —La voz afable de Keiko más que calmarme me hizo encogerme.

»Pero no iba a esconderme durante mucho tiempo, oh no. En lugar de esperar a que todos se rindieran, apreté mis dedos entre si y, sacando energías de no sé dónde, aspiré profundamente y entonces delante de todos grité: «¡Ho-hola. Mi nombre es Kouyou!» Los ojos de los niños, de Kanon y Keiko se abrieron a pares; inclusive, algunos de los menores respondieron el saludo y yo sentí que todas esas energías se me acumulaban en la garganta. Los ojos se me pusieron acuosos y un lastimoso puchero me deformó el rostro antes de que rompiera a llorar. Fue una escena vergonzosa a decir verdad, pero, antes de que los adultos pudieran reaccionar, ahí estaba ése niño.

»No sé por qué lo hizo, pero llevó una mano a mi cabeza y comenzó a acariciar mis cabellos. Él era más alto que yo  —después supe que llevaba por tres años— y no vaciló en acuclillarse para mirarme a los ojos.

»—¿Estás contento? —Fue lo primero que escuché salir de sus labios mientras observaba su figura distorsionada a causa de la humedad en mis ojos, misma que intentaba dispersar tallándome estos con las manos—. Vas a ser bien recibido en esta casa —aseguró—. La maestra Kanon nos había informado de tu llegada y yo te esperaba con mucha emoción. —De repente el llanto se detuvo y aunque mi labio inferior temblaba un poco, sonreí lo mejor que pude—. Mucho gusto, Kouyou. Me llamo Tanaka, Tanaka Hirohide.

»Ese fue nuestro primer encuentro.

»Tanaka se convirtió en alguien muy especial para mí. Nos convertimos en buenos amigos y cualquier cosa que hiciéramos, la hacíamos juntos. Yo fui un niño muy distante de los demás durante los primeros días en el orfanato. Hablaba realmente muy poco y de alguna manera eso me hacía ser un poco aislado; pero al estar con Tanaka empecé a sonreír.

»Él era muy amable, sobre todo conmigo. Me buscaba para jugar, me ayudaba con las tareas pesadas —en el orfanato todos tenían pequeñas labores y la que a mí más me gustaba era alimentar y limpiar a los conejitos del jardín trasero—, nos bañábamos y comíamos juntos y, cuando Keiko nos lo permitía, dormíamos juntos. Me sentía muy tranquilo al estar al lado de Tanaka. Era confiable y simpático, y en una ocasión —un día de invierno en el que jugueteábamos con la nieve acumulada al pie de los árboles— se lo dije.

»—Tanaka es realmente muy amable —le dije, mientras acumulaba una pequeña montaña de nieve.

»Teníamos pensado hacer un enorme hombre de nieve que alcanzase la copa del árbol. Algo realmente imposible, sí, pero en la mente de un niño, los límites no existen.

 »—¿Por qué lo dices? —Sus ojos me observaron curiosos y con las manos enguantadas echó una carga más de nieve a mi pequeña montaña.

»—Eres confiable y simpático. Además eres muy amable conmigo, me ayudas en todo y… —Exhalé y el vaporcito en el que se transformó mi tibia respiración, me hizo cosquillas en la nariz; me froté con el antebrazo y eso dejó tan roja la punta de mi nariz, que una sonrisa divertida se instaló en los labios de Tanaka—. C-cuando estoy contigo, me siento muy tranquilo, siento que puedo sonreír con toda naturalidad y tú me sonreirás también.

»Tanaka me observó durante un largo instante y enrojeció un poco. Me dijo: «Muchas gracias.» Y me alegró oírlo, de veras que me alegró oírlo...

»Pasamos muchas cosas como esa a través de los años. Tanaka se volvió alguien muy especial para mí: una persona que siempre estaba cuando le necesitaba y me brindaba un abrazo cálido cuando me sentía solo; y claro, yo intentaba ser todo eso para él también.

Hice una breve pausa y tomé de nuevo aquel pequeño anillo entre los dedos de mi diestra; observé la pequeña joya un momento y con una sonrisa nostálgica, tendí el diminuto objeto a Yasu. Vaciló un momento, pero al final lo sostuvo con cuidado en una de sus manos.

—Para mi cumpleaños número siete, Tanaka me obsequió ese anillo. Esa joya de fantasía estaba dentro de esta caja, ¿puedes creerlo? —Yasu rio un poco y yo me dediqué a acariciar distraídamente la tapa de la caja—. Era el joyero de su madre y él decidió usarlo como un «envoltorio» para ese anillo; aunque, en aquel entonces el aro era demasiado grande para cualquiera de mis dedos. —La mirada enternecida de Yasu se clavó en mí y depositó la argolla de nuevo en mis manos—. Pero el presente por mi cumpleaños no acabo ahí.

»La noche de ese día, Tanaka me hizo esperar hasta que todos estuviesen dormidos y me llevó a escondidas al ático del orfanato; ahí había unas escaleras que daban directo al techo del edificio y me ayudó a subir para que ambos llegáramos a ese lugar.

»Nunca olvidaré el cielo de aquella noche de Junio. El cielo estaba coronado de brillantes estrellas y la luna se asomaba enorme y altiva; su brillo no opacaba el de las estrellas, por el contrario, ambos se confabulaban e iluminaban de una manera preciosa todo lo que teníamos alrededor, incluyendo los tranquilos orbes de Tanaka. Nos tendimos ahí, en el techo de la edificación y él poco a poco comenzó a relatarme su historia. Me habló de su pasado, con el manto nocturno cobijándonos.

»—Mis padres murieron en un accidente igual que los tuyos, Kouyou. Eso paso cuando tenía tres años. Después me llevaron a vivir con mi abuelito, el papá de mi madre, pero cuando cumplí siete años, él murió. —Un nudo se formó en mi garganta, y con la intención de buscar confortarle me giré hacia él para medio abrazarle, acurrucándole enseguida la cabeza en el pecho—. Ese día la noche estaba tan bonita como esta. Yo me sentía abandonado, ya nadie estaría conmigo y sentí que la luna se mostraba tan brillante y contenta por ello que le odié en aquel momento; pero ella aparecía cada noche e iluminaba esa oscuridad donde yo muchas veces quise ocultarme, así que con el tiempo se convirtió en mi compañía y en esa luz que me ayudaba a no sentirme solo… —Se giró hacia mí de un momento a otro y sus brazos me envolvieron correspondiéndome el cálido abrazo que yo ofrecía.

»Mi cabeza fue refugiada bajo su barbilla y yo me sentí tan tranquilo en ese instante que pensé firmemente que así podría quedarme para siempre.

»—Pero eso cambió cuando tú apareciste, Kouyou. —La voz de Tanaka hizo acto de presencia repentinamente y sentí que sus brazos me apretaba con un poco más de fuerza—. Tú eres esa luz que ya no me deja solo.

»Si antes éramos demasiado unidos, tras esa noche Tanaka y yo nos volvimos inseparables. Siempre estábamos como si fuéramos una sola persona y tal vez eso hizo que surgiera aquel sentimiento.

—¿Te enamoraste de él? —interrumpió Yasu. Supongo que no pudo contener la pregunta y la hizo inconscientemente, ya que enseguida contrajo los labios y se rascó la nuca mientras me observaba con un aire culpable.

—Puede ser —mencioné—. Sólo que yo no me di cuenta de lo que ocurría. Para mí era algo natural quererle y no veía la diferencia que él ya había notado. Tú sabes que hay muchas maneras de querer a una persona y la suya era hacia mí era especial.

»Me lo hizo saber una noche, una de esas tantas en las que nos fugábamos al techo para observar las estrellas. Esa vez hablamos de muchas cosas: nuestro futuro, los sueños que teníamos y me preguntó qué iba a ser lo que haría cuando alguien llegara a adoptarme. Por supuesto, como en todos los lugares de esa índole, había parejas que iban a conocer a los niños y la triste realidad era que los mayores de dos o tres años no eran la opción más popular para tramitar una adopción.

»—No creo que eso suceda; yo ya estoy grande y las personas que vienen solo llevan a los pequeños —aseguré y él giró su rostro para mirarme por un momento.

»—Dime, Kouyou… —Tanaka empujó su cuerpo hacia adelante para lograr sentarse y dándome solo la vista de su perfil, inquirió—: ¿Aún tienes el anillo que te regalé?

»—Sí, todavía lo tengo —respondí en lo que le imitaba, sentándome a su lado.

»Hubo un momento de silencio y cuando menos lo esperé, Tanaka me abrazó con mucha fuerza. Refugió su cabeza en mi cuello y no dudé en corresponderle de la misma manera.

»—Recuerda, Kouyou, siempre, dónde quiera que esté o vaya, mi corazón va a pensar en ti… —Aquellas palabras lograron acelerar mi corazón y provocaron una enorme sonrisa en mis labios—. Kouyou… te quiero.

»—Sí, yo también te quiero, Tanaka —respondí de una manera animosa y sentí que él se encogía.

»—¡No así! —exclamó—. ¡No así! Yo no te quiero como un hermano o algo por el estilo, sino… —Vaciló un momento y enseguida se separó de mí—. Sino como a una persona. Siempre he querido protegerte de esa manera. — Sus manos se aferraron a mis hombros y cuando sus ojos se encontraron con los míos, estoy seguro de que temblé—. Y eso me atormenta… —Fue lo último que escuché de sus labios, antes de que estos se pegaran a los míos.

»Fue un beso casto, un beso robado y también, uno breve. En aquel momento yo no entendía por qué se había comportado de aquella manera y eso turbó muchos de mis pensamientos. No sabía qué hacer y de alguna manera me sentía tan avergonzado de ello que ni siquiera podía sostenerle la mirada. Creo que fueron dos o tres días en los que apenas si nos veíamos y eso hizo que me sintiera todavía más frustrado y fue durante los últimos días del mes en curso —tras la visita para las adopciones— que me enteré que había personas interesadas en Tanaka. Era una pareja algo mayor que no había tenido hijos y ahora era demasiado tarde para considerarlo, por ello, necesitaban a un niño que fuera responsable y ya no tan dependiente, y Tanaka era justo lo que buscaban. Pregunté a Kanon si aquello iba en serio y su respuesta fue un baldazo de agua fría.

»—Lo es, ¿no estás feliz? Tanaka tendrá un hogar y padres que lo querrán mucho. Deberías hacer las paces con él, Kou, los he notado distantes estos días y según sé, aquella pareja terminará los trámites en esta semana y después se irán por un tiempo a vivir a Estados Unidos. —La mano cariñosa de Kanon acarició mi cabeza y añadió—: Te sentirás muy triste después si él se va y están enojados.

»No era exactamente lo que Kanon pensaba, pero acertaba en lo último. No podía hacer nada porque Tanaka no se fuera, pero tampoco sabía cómo responderle, cómo mirarle, cómo quererle…

Nuevamente hice una pausa y elevé la mirada hacia el reloj de la pared.

—Son las siete ya —musité y Yasu echó también un vistazo al reloj.

—Todavía hay tiempo. No me vayas a dejar a mitad de la historia. —Reí por lo bajo y aunque el movimiento no fuera muy brusco, me aturdió las extremidades.

Traté de no hacer tan notorio el malestar y es que no se había ido como predije; por el contrario, el entumecimiento de mis piernas se volvió constantes tirones y tuve que sacudir furtivamente la cabeza para tratar de aclarar mi vista. Podía sentir punzadas en la cabeza y fueron estas mismas las que me obligaron a detenerme de nuevo. Sin embargo, no dije nada, sólo guardé silencio antes de continuar:

—No lo haré. Una hora es tiempo suficiente, además ya estamos casi por el final. —Yasu sonrió y como buen oyente, se quedó tan solo observándome, cediéndome completamente la palabra—. Éste es Tanaka… —Fue lo primero que dije y de aquella caja extraje la vieja fotografía y la tendí a Yasu, quien no tardó en asirla.

Era un foto que Kanon me había dado; Tanaka tenía siete años en ella y lucía un poco apesadumbrado a pesar de su sutil sonrisa. A mí me gustaba mucho esa foto.

—A pesar de las palabras de Kanon yo seguí huyendo de la mirada de Tanaka. Hoy puedo decir que tenía miedo y que estaba tan confundido que no me di cuenta de la clase de sentimiento que tenía por él. Muchas veces me pregunté por qué mi corazón había empezado a latir de manera diferente después de su confesión y todas ellas lo atribuí  a que mi cariño había cambiado para mal; pero no era así, ese latido, sí, cambió, pero era una señal para decirme que no quería que se apartara de mi lado.

»Pero era un crío y no sabía nada o al menos en el instante correcto no lo supe comprender. A principios del invierno, los nuevos padres de Tanaka terminaron sus trámites y un  fin de semana fueron a recogerle. Keiko me llevó al aeropuerto para despedirme, pero cuando tuve a Tanaka delante de mí, me quedé mudo y absorto en aquella mirada que me exigía una respuesta.

»—Cuídate mucho, Kouyou y prométeme que cuando nos volvamos a encontrar iremos a ver las estrellas al techo… —La voz de Tanaka era amable, cariñosa, no había cambiado en nada durante esos días que apenas si nos cruzábamos y yo no podía hacer otra cosa salvo mirarle con cierto miedo—. Lo suponía... —dijo dándose media vuelta—. Perdóname por atormentarte, Kouyou; puedes olvidarte de mí, así estarás más tranquilo. —Arrastrando su maleta, Tanaka me dio la espalda.

»—¿Eh? ¿Cómo se supone que podría hacer eso? —cuestioné a media voz.

»—Entonces dame una respuesta —contestó él y guardé silencio.

»Jamás olvidaré la sonrisa que me dedicó antes de irse; es una imagen que tengo muy grabada y que no se irá nunca. Él se fue sin decirme nada más. Prometió a Keiko llamar en cuanto llegara a Estados Unidos y estuviera en su nueva casa, pero no dijo nada más. Y ahí estaba yo, caminando nuevamente de la mano de Keiko en dirección hacia el orfanato; la diferencia era, que Tanaka no estaría ahí cuando llegara, no le vería observarme a través de la ventana y no sabía cuánto tiempo pasaría para poder volver a verle. Y entonces ahí estaba la respuesta: entre todas esa sensaciones me di cuenta de que le quería, no como un amigo, no como mi familia, sino como la persona que era; le quería a mi lado y tenía que decírselo.

»Al llegar al orfanato, lo primero que hice fue estar pendiente de las llamadas, pero, por más que estuve esperando, aun cuando no me separaba del teléfono, esa llamada nunca llegó.

Tres golpes a la puerta de mi habitación me hicieron levantar la mirada y detener el fluir de la historia. Era la enfermera y en cuanto asomó la mirada, yo dirigí la mía hacia el reloj de la pared; las manecillas marcaban diez minutos para las ocho.

—Disculpen, pero el horario de las visitas acabará en breve —informó la enfermera y tanto Yasu como yo, asentimos. La chica se retiró, pero ya estábamos enterados que era hora de terminar nuestra pequeña reunión.

—Demonios, tendré que esperar una semana para que termines… —se quejó Yasu en lo que se ponía de pie.

—En realidad, la historia termina ahí. —Yasu me miró extrañado y estiró sus brazos, cuestionándome luego con la mirada—. No volví a ver a Tanaka después de eso y solo me quedó esto como recuerdo de que él una vez formó parte de mi vida.

—Le querías mucho —aseguró Yasu.

—Le quiero mucho —corregí y él sonrió.

—Deberías entonces poner todo tu empeño por mejorarte y salir de aquí; quien sabe, quizá podríamos darnos una vuelta por Estados Unidos para ver qué ha sido de ese muchacho, Shima. —Aquellas palabras atrajeron una pequeña punzada a mi pecho y viré la mirada hacia el anillo.

—Es precisamente por él por lo que no le tengo miedo a esto, Yasu. —Hubo un momento de silencio y tras este, levanté la mirada hacia mi amigo—. Hay algo que quiero que hagas por mí, Yasu.

—Para ti, lo que sea, Shima —afirmó él y le tendí la caja, ese pequeño alhajero y cuando él lo tomó, continué—: La foto, ¿puedes buscar un marco bonito para ella? Me encantaría que tuviera uno; y, cuando salga de este hospital, me la regresas como premio por ello, ¿te parece? —Supongo que aquello supuso una buena propuesta para Yasu, ya que asintió enseguida y resguardó cuidadosamente la caja entre sus manos, dejando previamente la foto alzada en el bolsillo de su camisa.

—Me parece bien. Dalo por hecho, Shima.

Duramos los minutos restantes intercambiando miradas y alguna sonrisa por aquí y por allá, hasta que nuevamente irrumpió la enfermera para avisar que el horario de visita había terminado.

—Bueno, pues me retiro antes de que ella me eche a patadas —mencionó Yasu, provocando de nuevo las risas de ambos—. Cuídate mucho, Shima. Ten por seguro que vendré el siguiente viernes a verte —Asintió, corroborando sus palabras y tras despedirnos con una venía, mi amigo emprendió el paso hacia la puerta de habitáculo.

—Yasu… —Le detuve, haciéndole volver el rostro  y me miró de soslayo—. Muchas gracias por venir hoy… por venir todos estos viernes… —Me dedicó una amplia sonrisa y sin decirme nada, solo dedicándome su mirada cargada de afecto, salió de la habitación, dejándome con tan solo aquel pequeño anillo entre mis manos.

 Me pregunto si Yasu se sorprenderá cuando se encuentre ese trozo de periódico viejo dentro de la caja.

Supongo que debí al menos advertirle, pero no quería narrar hasta el final de la historia; me dolió el pecho durante toda esta y estaba seguro de que cuando llegara al final, me iba a romper de nuevo, como aquella vez:

No mentí cuando le dije a Yasu que no hubo llamada. Yo estaba ansioso por escuchar el teléfono sonar y me imaginaba que cuando le dijera a Tanaka que lo quería así como él me quería, enrojecería como aquella vez en la nieve y nuevamente me diría «muchas gracias», pero no fue así. Cuando llegó la noche yo estaba desesperado y esa misma ansiedad me hizo ir directo a la pequeña oficina de Keiko; la televisión sonaba desde el interior y ese sonido se mezclaba con el de unos distantes sollozos. Me extrañó aquello y con cuidado empujé la puerta, procurando que no notase que me asomaba. Al echar el primer vistazo dentro de la habitación, me percaté de que Kanon se abrazaba a Keiko con fuerza, temblaba y la mitad de los sollozos que escuchaba eran suyos. La mirada de Keiko estaba fija en el pequeño televisor sobre una repisa y las noticias que se transmitían en este, anunciaban:

«Continuamos con el reporte de la información de hace unos instantes. El vuelo AR-112, con destino a Los Ángeles, que partió de la ciudad de Tokio a las trece horas el día de hoy, se precipitó al Océano Pacifico inmediatamente después del despegue. Ya ha sido publicada oficialmente la lista de pasajeros. Repito: El vuelo AR-112, con destino a Los Ángeles, que partió de la ciudad de Tokio a las trece horas el día de hoy, explotó sobre el Océano Pacifico. Las posibilidades de encontrar algún sobreviviente, son nulas… »

Y ahí en esa lista de nombres que se deslizaba por el pequeño monitor, estaba el suyo… su nombre aparecía ahí: Tanaka Hirohide.

La noticia nos fue dada al día siguiente, así como también apareció en la primera plana de los periódicos, misma que yo arranqué del que llevaban a diario al orfanato, como un recuerdo de esas palabras que nunca fui capaz de decir.

Cuando volví a ver el reloj, faltaba ya un cuarto de hora para las diez. Me había quedado durante horas pensando aquello, rememorándolo mientras el anillo, ese pequeño aro lleno de recuerdos, paseaba entre mis dedos. Aún sentía ese hormigueo en la cabeza y pronto comencé a dormitar; no lo hacía como normalmente era: es decir, cerrar los ojos y abrirlos de golpe, sino que, los cerraba, perdía noción del tiempo y algo en mi cabeza golpeaba para sacudir mi cuerpo, sin embargo se hacía más débil con cada minuto que pasaba, como si ese golpe de mi cabeza ya no fuera suficiente para reanimarme.

Aproveché el momento de lucidez que fui capaz de soportar. Llevé la mirada hacia mis manos y, finalmente tras tantos años, me atreví a colocarme aquel anillo en el anular de la zurda; era un lugar significativo y realmente se veía precioso ahí. Sonreí para mí mismo y antes de cerrar los ojos, me llevé esa imagen: la de esa pequeña gema que brillaba tenuemente pero hermosa, tal y como lo hacían las estrellas de aquella noche de mi cumpleaños.

III

No tengo miedo a la muerte, porque me esperas

Cuando abrí los ojos, sentí que me encontraba dentro de un sueño. Todo a mi alrededor parecía haberse congelado, pero era lo suficientemente nítido para que yo pudiera distinguirlo. Era de noche y del cielo caían pequeñas motitas blancas que desaparecían antes de llegar al suelo, pero aun así, este se encontraba cubierto por un manto albino. Al observar un poco, me di cuenta de que se trataba del patio delantero del orfanato; todo lucía igual que muchos años atrás y aunque nevaba —al menos así lo quise pensar— el cielo estaba despejado y podía observar claramente la magnificencia de la luna y el hermoso brillo de las estrellas.

Comencé a avanzar hacia el edificio de mi niñez y cuando estuve delante de la puerta, fue que sentí aquello nuevamente; levanté la mirada como por inercia y la dirigí hacia la misma ventana de años atrás. Ahí estaba… ahí estaban esos ojos curiosos de nuevo, observándome con emoción, una emoción que se me contagió al instante y me obligó a correr, a correr tan rápido como pude dentro del edificio. Corría como disparado por todo el lugar. Subí las escaleras a toda prisa, al segundo, al tercer piso y cuando llegué al ático, abrí la puerta con cuidado, solo hasta entonces me moví con calma y, cuando por fin pude vislumbrar el interior, fue que le encontré.

—Tanaka… —susurré y mis labios temblaron.

—Tanto tiempo, Kouyou… —dijo él y antes de que yo pudiera acercármele, sentí sus brazos envolverme con fuerza.

Volví a ser un niño entre sus brazos y yo le ovillé con los míos, tomándole gustoso aquel cálido abrazo. Gimoteé, no pude evitarlo y él se alejó un poco para mirarme. Su carita era la misma que recordaba.

—Ta-Tanaka, yo… —Me vi interrumpido por un casto beso de su parte  sobre mis labios y tras este, apoyó la frente sobre la mía.

—Has sido muy fuerte, Kouyou y yo estaba esperando con mucha emoción que llegaras. Tenemos muchas cosas de qué hablar, ¿no es así? —Asentí y asió mis manos para guiarme hacia esas pequeñas escaleras que daban hacia el techo—. Tenemos mucho tiempo para ello, así que, por ahora, vayamos a ver el cielo, ¿quieres? —Apreté sus dedos entre los míos deteniendo momentáneamente el andar que pretendía iniciar y cuando me encontré de nuevo con su mirada extrañada, le dediqué una amplia sonrisa.

—Te quiero, Tanaka… —dije, liberando por fin aquellas palabras y él respondió a ellas con una tierna sonrisa.

—También te quiero, Kouyou… —dijo y entonces jaló de mis manos, llevándome con él hacia ese sueño eterno, hacia ese sitio lleno de estrellas y luz donde únicamente existíamos los dos.

Notas finales:

Chan, chan, chan  ~ fue una historia triste, lo sé :c

Tenía muchas ganas de escribir algo así y cuando escuché YES de ABC me terminé de inspirar xD. Aún siento no haberte escrito a ti algo con porno :c pero lo haré, es una promesa ♥.

Esto es para ti, mi flanecita y espero que te haya gustado o al menos entretenido un rato c:

Te quiero y bien muchote *-*

¡Feliz navidad! Y muchas gracias por estar conmigo todos estos años, aun en mis momentos más geish <3. Gracias por darte el tiempo de leer ; ; <3

Y a los que se pasaron por aquí de casualidad, también gracias por leer c:


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