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Por siempre Sherlock Holmes. por Likari Aoi

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Notas del fanfic:

Hola, hola ­

Reportándose de nuevo Likari *w*/

 

Creo que no he tardado mucho tiempo en subir mi último fanfic, pero si fue así, espero me disculpe. Ya que dije no tardaría mucho en subir una nueva historia después de la anterior ^-^. Pero buenooo aquí esta....

Notas del capitulo:

Estaba, a pesar de lo que la historia pueda decir, con un estado de humor bastante.... satisfactorio XD. Ok, estaba happy ^////^

Así pues, nació esta historia. Como siempre, espero le agrade y si es así me dé el regalo de leer sus palabras en un review n_n......

 

Nos leeremos abajooooo.

CORAZÓN ÚNICO

La caída

La dicha, la esperanza, la alegría y desde luego su preciada “tranquilidad”. Todo. Todo lo que alguna vez había querido y por fin obtenido se le había consumido de las manos. Tal cual su amigo había caído al vacío. La cordura que guardaba para no echársele encima a Holmes se quedaba ahora y para siempre sepultada bajo sus recuerdos. Muerta y destruida en ese mismo vacío rocoso en el que ese hombre había terminado con su vida, la del mismo Holmes y saldaba por fin su lucha contra el matemático James Moriarty.

Le amaba. Le amó. Con todo su cuerpo, con su alma luchadora, perspicaz y amable. Le quería y le quiso. No siempre había sido así, pero ese sentir llegó en un momento, sin que se diera cuenta, y cuando apenas se detenía a ver qué era lo que pasaba se encontró con la más extraña sensación. Sus sueños estaban poblados de aquellos lucidos recuerdos, todas y cada una de sus aventuras bailaban felizmente, al compás del Stradivarius. Los pensamientos que debían concentrarse en observar lo que él observaba no alcanzaron, a últimas fechas, a llegar más lejos de “el”.

Porque era él. El hombre más inteligente que jamás hubo conocido, y convencido estaba conocería siempre. No el segundo. Nunca habría lugar para que alguien más ocupara el trono en el que Holmes, por su esfuerzo, se había creado...

Porque era él. El ser más humano que cualquier otra persona, que el mismo. El hombre que se apropiaba de sus recuerdos más felices... de sus sueños más comprometedores. Alma fiel, restringida, agradable solo con quien había demostrado serlo, y para con él. Para con John Henry Watson, el hombre más cordial y gentil. Más amistoso.

Sin embargo, jamás hubo algo más. No quiera algo más, él quería todo. No un caballero, un hombre. Un gentil gallardo, a alguien incluso más directo de lo que había sido. Pero no podría esperar nada de eso... jamás. Estaba dispuesto a ser siempre aquel que le ayudara a ponerse de pie, aquel en el que se apoyara, quería estar incluso más cerca de él de lo que ya estaba. De lo que estuvo.

Era egoísta, y lo seguiría siendo. Por toda su vida, lo que le quedaba. Estaba seguro que ya no había más, no quiera que hubiera más. No lo soportaría, aquella carga, el sentimiento de pérdida, el de culpa, el vacío que fundía la voz dentro de él. Aquel agujero que se tragaba de a poco su alma, que le infligía dolor a latigazos. Ese que le destrozaba los oídos a gritos desesperados.

La voz de Holmes, la voz de Moriarty. El rugido de las cataratas... el susurro de un “te amo” que había salido de sus labios al besar suavemente aquel último mensaje. Y aquella burlona carcajada de sus pensamientos.

“No tuviste opción antes” le dijo su cabeza al roto corazón que pedía a gritos salir de su pecho “no la tendrás ahora” concluía. Una y dos veces. Tres y cuatro más. No se detenía.

Ya lo sabía, pero hubiera sido mejor no saberlo. Los gemidos que salían de su boca los días en los que Holmes salía en busca de más información. Aquel olor a semen que inundaba la habitación de Holmes. El aroma que llenaba sus pulmones cuando aspiraba la almohada de Holmes. Pero no se detendría, porque le gustaba. Una y otra vez su mente le repetía lo errado de sus acciones, su corazón le gritaba afanosamente el daño por el que estaba pasando.

Pero su cuerpo pedía más. Y él no obstaculizaba los deseos de su cuerpo. Porque le gustaba. Muchas veces había tallado su miembro erecto contra las cobijas de Holmes, gemía descaradamente sobre su almohada y sus manos tocaban y jalaban desesperados sus pezones. Y cuando el orgasmo estaba cerca, hundía el dedo medio entre sus nalgas y se penetraba deliciosamente. Justo cuando dos de sus falanges perforaban su ano, un tercero se encargaba de golpear su próstata, entonces era el momento en el que susurrante rezaba el nombre de Holmes y dejaba, al mismo tiempo, su semen esparcido por las cobijas.

Se arrepentía. Pero ahora lo hacía más que nada por no haber dejado que Holmes le viera de aquella forma. En esa pose. Así al menos todo habría terminado rápidamente y él hubiera desechado ese amor de una forma más rápida y directa.

Sin complicación alguna y en su desespero le gritaría que le quiera, que aquella admiración se había transformado en algo más. Pero no. ¡Porque John Watson no merecía nada de eso!

No merecía aquel dolor que luego le habría traído tranquilidad. No merecía que aquellos ojos grises le miraran con odio, con repugnancia. No valía la pena. Era mejor que John Watson terminara en un abismo semejante al de Holmes. Sí, porque merecía lo peor. Lo peor para aquel que se atrevía a enamorarse de un hombre, de su mejor amigo, del grande y talentoso Sherlock Holmes.

La paz era para quienes se la ganaban. La esperanza, abrigaba únicamente a quienes tenían fe. La alegría y al tranquilidad nacía en aquellos cuya vida por fin terminaba con sus tiempos bruscos. Nada más. Nada menos. Así era, el no merecía nada, todo lo que alguna vez tubo murió en el momento mismo en que su amor hacia ese hombre había nacido. Terminaría todo cuando su cuerpo ya no sintiera nada más. Cuando todo sucumbiera como su alma. Cuando rindiera sus cuentas en el más allá.

Y él no tendría objeción alguna. Que dolor sería más grande, que podría comparar con la falta que ahora Holmes le hacía, con aquella falta, que era lo que esperaba estando vivo. Su esposa no venía al caso.

La abandonaría. Y ella se quedaría con todas sus posesiones. Sin embargo ella si lo amaba. Lo amaba tanto como el a Holmes, y eso aunque no aumentaba su dolor, si le hacía voltear atrás. El vacío solo se hacía más grande. Y en este minuto sería egoísta, porque ahora, más que en ningún otro momento, su dolor le importaba más que el de Mary. Justo hoy, en este mismo instante, le valdría lo mismo lo que Mary hiciese. El únicamente debía terminar con el dolor y la culpa. Aquella culpa irremediable que le carcomía desde fuera y le ponía enfermo, maldito. Esa culpa de desgarrada voz, aquella molestia irremediable. No te vayas, algo va mal, esta situación es extraña. La carta de aquel chico, sus sentidos rogándole porque no se fuera, porque no se apartara de Holmes.

Su sentido del deber no debería ser tan fuerte. No debía haber sucumbido a las palabras de Holmes para que fuera. Porque su regreso le supo a muerte. El ver las huellas que iban y no regresaban, las filas en pares de pies que llagaban al precipicio, nada de más, ninguna huella de menos. Y para confirmarlo aquella carta de tres hojas en la que aclaraba todo, o casi todo.

... créame, querido amigo, que nunca he dejado de ser suyo sinceramente. Sherlock Holmes.

Se había sentido tan dramático. Llorar así, como una niña. Vergonzoso. Terriblemente estúpido, ni siquiera pudo tomar la pitillera de plata sin que sus rodillas temblasen y le dejaran caer libre al piso. Abrazando fuertemente aquellas tres hojas perfectamente arrancadas y tan patético como se sentía, siguió llorando hasta que, igual de soso, miró y buscó por todo el pie de la cascada el cuerpo inerte de Holmes. El de Moriarty. Y simplemente al hallar nada, el que aquellos “expertos” no encontrasen nada, no había causado más dolor del que ya sentía.

Las pruebas eran definitivas. Holmes le quería, si, no se equivocó cuando pensó en que le tenía en alta estima como su único y verdadero amigo. Pero solo hasta ahí. Holmes le dejó todas sus pertenencias a su hermano mayor... ¿y para él? ¿Es que acaso Holmes creería que una pitillera y un bastón serían suficientes? Él quería algo más. No sabía que era exactamente lo que ambicionaba, pero necesitaba más.

Ya que nunca, ni aunque estuviera vivo, tendría su alma, o sus besos. Quería algo que le mostrara que Holmes había existido, cada vez que recordara su rostro, sus ojos grises o su delgada figura. Pero ahora eso estaba de más. No sería complacido y sinceramente, ya no le importaba. Solo terminaría con todo.

“Quédate un poco más, solo espera un tiempo”

La conciencia que se había formado en sus pensamientos y su extraño parecido al tono de Holmes le detenía. Había algo, una cosa que contenía sus impulsos. Una sombra que no encajaba con todo aquello. Pues muy poco o más bien nada había aprendido sobre Holmes, y sin embargo, ahí estaba, dudando sobre sus decisiones. Creyendo de la forma más estúpida que probablemente aquella era la voz de Holmes. Tratando inútilmente de arrepentirse, de creer erradamente el hecho de que su decisión tomada estaba mal.

Pese a todo, ahí estaba, sentándose por última vez en aquel sillón frente a la chimenea del 221 B de la calle Baker. Su cuerpo no moriría, su corazón tenía la esperanza de que su esposa le curara. Y su destrozada mente ya simplemente no omitía palabra alguna. Era el fin de su cuerpo. El fin de su alma y corazón. Pero si Mary era feliz teniendo solo su cuerpo, por lo menos estaría haciendo algo bueno. Aunque no le retribuyera nada, aunque eso solo alimentara las ganas de morir, de que su cuerpo simplemente dejara de notar lo poco que apenas sentía.

Estaba consiente que cualquier excusa le salvaría de la cobardía, de aquel miedo a lacerar su organismo, era doctor y sin embargo no podía hacerlo si era su propio cuerpo. Tal vez tendría que esperar que alguien lo hiciera por él.

Nada. Tres años de tortuosa y desesperante vida en las que nada pasaba. Ya estaba convencido de que ni la muerte le quería, de que no iría de ningún modo a donde estaba Holmes y, además, no podría jamás estar otra vez en paz. Errante, cual zombi, andaba de aquí para allá asistiendo a sus consultas. Ya nada le quedaba, Mary había muerto también y él no podía aun llorar por su ausencia. Aunque ciertamente, no tuvo jamás la intención de hacerlo.

La tarde, en la cumbre donde se cumplían tres años exactos después de la muerte de Holmes, estaba, como antes y siempre, tratado vagamente de no llorar. Como lo había hecho, e hizo en los aniversarios anteriores, pero ya nada lo podría detener. Las amargas lágrimas cian sobre sus cansadas mejillas. Sobre aquellos labios que se habían prometido solo a Holmes. No se detendrían, eso no pasará hasta que Holmes vuelva a él, hasta que ambos vivan de nuevo juntos, hasta que sus ojos vuelvan a encontrarse. Cuando su alma se sienta tranquila, aun a pesar de las amenazas, a lado de Holmes.

No se detendría, ni obligaría a detener sus legañas aun cuando tuviese visitas, simplemente ocultaría sus ojos como lo hizo tantas veces ya. Evitaría decir palabras, para que no se notase lo ronca que su voz definitivamente estaría y listo, simplemente mandaría al tipo a su casa o le daría una cita para después. Se quedaría una vez más, solo.

....

No lo olvidaría. De ningún modo, jamás aquella imagen se borraría de su selectiva mente. Sus recuerdos se detendrían y guardarían aquella escena para siempre, por siempre. Esos penetrantes ojos grises, esos firmes y delgados labios, aquella aura de seriedad, firmeza y humildad. Tan rápido como aquel embate de felicidad le había golpeado, llegó también la oscuridad.

Estaba soñando. Probablemente muerto. Había enloquecido. Aquella irreal calidez, esas manos de largos dedos que le desabrocharon lentamente el cuello de su blanca camisa, esas firmes manos sosteniéndolo, poniendo su cuerpo inconsciente en la mejor posición sobre la silla de madera. Y mientras estaba aún sumido entre esa oscuridad, en aquel sueño tan fantástico que esa magnífica visión le había provocado, se sintió, por primera vez en tres años, feliz.

Contento, completo y magnifico. Precisamente ahora no importaba nada más. Justo en ese instante sus tres años de agonía se perdían. Por ahora cada cosa que había perturbado su mente, que le había orillado a pensamientos depravados y suicidas, desaparecían, se evaporaban. Ya no había nada, no cabía más.

Sin embargo aún no estaba convencido, podría ser que aquel deseo suyo solamente se haya cumplido como un simple preludio de su final. El beso de un ángel. El beso de su ángel Sherlock Holmes. Porque justo cuando sus ojos se abrieron al sentir esos labios fríos y delgados contra los suyos, creía que ahora sí, había muerto.

 

Y moriría, pero de felicidad.

Notas finales:

No sé qué es lo que me orilló a escribir algo como esto, pero....

Aah, de todas formas como ya se habrán dado cuenta, la historia está basada en el libro y no en.... en .-. .... otra cosa o versión XD

Entonces ¬¬.... ok, ya no sé qué escribir. Oh si, oh sí.

E de aprovechar este espacio para agradecerle por haber leído, si no esto, al menos si hasta el final de la historia. Le agradezco aún más si ha leído más de mis historias, más de mis, aunque pocos, humildes fanfics f8;wf8;.

También desde luego, mandarle un cordial abrazo, sin razón alguna. Y un beso, por estas fechas XD.

No sé si es necesario mencionarlo, o si la estaría aburriendo escribiendo de más. Pero lo escribiere de todas formas n_nU

Había pensado en hacer un especial, o algo así, con motivo de estas festividades. Sin embargo pensé—obviamente ya muchas autoras se han ocupado de eso—por lo tanto el que YO haga un especial, no sería relevante entre esas autoras que yo considero buenas. Y si ahora no estoy satisfecha con mi “popularidad” pues lo estaría, entonces, menos, si escribo un especial.

Así pues, no haré un especial.... aunque a nadie le importe TTwTT.

Pero ya, me gusta escribir y si no le gusta, pues no lea XD. Y se le gusta lo que escribo, de nada me ayuda el que no me lo diga ToT.

Bueno, probablemente nadie ha llegado hasta este punto, así que me despidoooooooooooo ^^/

 

Paz, amor.... Yaoi. LK.


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