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Amor y tragedia en la Batalla de Hogwarts. por Diego0402

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Notas del fanfic:

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Básicamente se trata de un fanfic inspirado en el mundo y cronología de Harry Potter y las Relquias de la muerte. 

Puntos de vista de diferentes estudiantes que nos cuentan su historia de manera personal y ardiente. 

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Notas del capitulo:

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Me encanta imaginarme las escenas de batalla durante aquél 2 de mayo de 1998: y ahora que tengo la oportunidad de compartirles mis ficciones, agradezco profundamente la oportunidad, y a tí lector por darte el tiempo de leerme. 

Espero que lo disfrutes. 

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PARTE 1

 

Tomábamos nuestras varitas con miedo, ya éramos estudiantes de última generación pero la idea de enfrentarlos al ejército del señor tenebroso era demasiado pesada para poderla sostener sobre nuestros temerosos cuerpos.

Le tomé la mano que tenía libre y la apreté con todas mis fuerzas, tratando de decirle sin palabra alguna que él era mi sustento en ese momento, y que no importase lo que pasara él sería mi prioridad y juntos teníamos una ventaja que el enemigo nunca tendría: amor.

No esperaba que volteara tan lentamente, de fondo solo se oía estruendo y podía ver por el reflejo de su rostro lo que muy posiblemente era el hechizo protector cayendo a pedazos desde el cielo nocturno. Ninguno de los dos volteamos a ver directamente al muro de luz que caía, nos vimos las almas a través de nuestros ojos e intercambiamos silenciosamente nuestras ideas; nos prometíamos que saldríamos de ésta juntos, vivos o muertos.

Nos soltamos y apuntamos hacia el frente con nuestras varitas esperando la mas mínima señal de peligro por parte de los mortífagos. Estábamos tensos pero al parecer el miedo ahora se había vuelto coraje.

-¡Desmaio!- Alaric envió volando a un mortífago que apenas pude divisar por el borde de nuestro balcón. Ahora sentía un disparo de adrenalina que me otorgaba las ganas de correr despavorido o luchar apasionantemente hasta el final. –¡Vincent reacciona!: recuerda que no estamos solos en esto y necesito que estés alerta para que me cubras las espaldas. La lucha ha comenzado- . Tenía razón, yo estaba paralizado y a pesar de las llamas de lucha que se quemaban dentro de mí no hacía nada y por fin me di cuenta de lo que sucedía: bandadas de bolas de humo negro bajaban desde el cielo para aterrizar fuertemente contra el suelo, materializándose en magos obscuros que atacaban sin piedad a todo el que les ofreciera resistencia. Explosiones, derrumbes y sonidos de energía mágica me envolvían aturdiéndome; pero no, no podía dejar que los años de entrenamiento en defensa contra las artes obscuras se fueran simplemente por el drenaje: era mi turno de demostrar lo buen guerrero que era.

-¡Incarcerus!, levicorpus- apuntaba la varita a todo aquel que me apuntara amenazantemente. –Protego!.- Un destello de luz roja casi choca contra mi pecho, y de los escombros que estaban a mi derecha surgió una silueta no muy alta pero corpulenta; su rostro era nauseabundo y dejaba dibujar una sonrisa entre burlona y sádica: su varita seguía moviéndose agresivamente disparando destellos rojos y yo solo las desviaba o las eliminaba con hechizos de protección.

-¡Depulso!- Gritó a mis espaldas Alaric. Había lanzado a mi agresor unos 4 metros hacia atrás, haciéndolo chocar contra una columna y dejándolo inconsciente. Estaba a punto de agradecerle cuando otros cinco mortífagos se acercaban velozmente por el cielo empeñados en aterrizar en donde estábamos parados.

-Bombarda…- exclamó burlonamente uno de los cinco magos arrojando una especie de bola de energía que al tocar el suelo se expandió destruyendo toda la arquitectura que le estorbase, y desplazándonos a lo lejos a Alaric y a mí.

Caímos fuertemente contra lo que quedaba de suelo en el balcón; el hacia la izquierda y yo hacia la derecha. El golpe me sacó el aire y quede aturdido un momento antes de darme cuenta de que los cinco magos desaparecieron; al parecer no querían aterrizar donde nosotros, si no que su objetivo era destruir el punto desde el cual defendíamos la escuela.

-¡Alaric! ¿Estás bien?- Grité a todo pulmón para asegurarme que él pudiera escucharme del otro lado. Entre quejidos se levantó y me respondió afirmativamente a lo que agregó: -Estamos muy lejos uno del otro y el hechizo dejó un enorme agujero en el balcón, tendremos que rencontrarnos en otro punto del castillo, Vincent… ¡te veré cerca de los salones de transformación!- No quería separarme, pero Alaric hablaba con la verdad, el cráter de la explosión había prácticamente destruido balcón y tejado con un diámetro de dos metros volviendo imposible que él o yo lo atravesáramos saltando ya que estábamos muy adoloridos por la onda expansiva. Asentí y nos separamos rápidamente.

Por donde pasara había grupos de estudiantes aturdiendo o atacando sin piedad a cualquier mortífago que se les acercara. Pero también existían grupos de mortífagos más cobardes que atacaban con ventaja de mayoría a otros pequeños grupos o alumnos a solas forzando un inevitable desenlace fatal.

Ayudaba en lo que podía si veía que algún estudiante estaba en peligro, aturdía o petrificaba mortífagos distraídos; cuando pasaba por las escaleras cambiantes hechizaba una que otra para hacer que se movieran y desbalancearan a los agresores; para después noquearlos con hechizos aturdidores potentes.

Cuando llegué a uno de los pasillos, justo antes de llegar a el salón de transformación pude distinguir a la elegante silueta de la profesora McGonagall defendiendo a un grupo de tres estudiantes bastante mayores, pero dos de ellos estaban cuidando y atendiendo a uno de sus compañeros el cual sangraba de manera sobrehumana por uno de sus brazos y su pierna izquierda. –Protego!, Impedimenta, Expulso…- Podía divisar ira en los ojos de la profesora McGonagall, y aquella ira era el combustible que la hacía disparar los hechizos más brillantes y rápidamente que sus contrincantes: seis diferentes mortífagos. Asombroso, ¡la profesora estaba luchando contra seis mortífagos ella sola! Y estaba ganando. –¡Depulso!- gritó, y una devastadora onda expansiva arrojó a un mortífago hacia atrás; sinceramente, no pude ver cuantos metros lo había lanzado lejos, pero podría apostar que eran más de diez. –¡Gladius in orus!- Nunca había escuchado directamente de un profesor ese hechizo: pude ver como la profesora blandía su varita como si estuviese blandiendo una espada y alcancé a ver a dos de los mortífagos retorcerse y perder la fuerza en sus piernas cayendo al suelo mientras gritaban desconsoladamente. Al parecer no podían mover las piernas y de éstas comenzaba a brotar un líquido rojo vinoso: la profesora McGonagall les cortó a ambos las rodillas y les rajó al final sus respectivos cuellos haciendo que silenciaran en un gemido ahogado y cayeran por completo muertos en el suelo.

Quedaban tres, tres atónitos y temerosos mortífagos. Estaban a punto de huir cuando hechizo a uno de ellos –¡Petrificus totallus!-. El más grande de los tres que restaban cayó en seco al suelo como en posición de gateo. La profesora no me miró pero me agradeció en voz alta: al parecer no necesitaba de mi ayuda, pero le otorgué una pequeña ventaja. –¡Impedimenta!- gritó. Ambos mortífagos restantes dejaron de ser un humo negro al instante y cayeron al suelo. –Anima fiat… tigris!- La profesora no había acabado de decir el hechizo cuando se transformó en un enorme tigre negro con patas grandes y pesadas; en un solo rugido logró que uno de los mortífagos se orinara del miedo. Los estudiantes que se refugiaban detrás de ella estaban atónitos y presenciaban la escena donde un feroz tigre aplastaba el pecho de cada uno de los mortífagos restantes con solo colocar una de sus patas encima. Al final la profesora regresó a su forma normal y se dirigió con los estudiantes para trasladar al malherido a la enfermería.

Era hora de seguir con mi travesía para llegar al salón de transformaciones, ya quedaba poco y solo tenía que protegerme de pedazos de tejado que se venían sobre mí, o de algún hechizo perdido que rebotaba o golpeaba agresivamente una de las paredes del pasillo. Al fin había llegado al aula, y estaba vacía. Había señales claras de que alguien había luchado aquí, pero de seguro no terminaron aquí dentro su disputa.

Una banca se movió violentamente contra mí despegándose del suelo. –Finite!- grité mientras apuntaba a la banca: ésta paró en seco y cayó al suelo unos cincuenta centímetros frente a mí. Me volví hacia los lados y atrás para ver quién había sido el responsable de tal hechizo; de pronto Todas las bancas delante de mí comenzaron a alzarse del suelo y en forma de ola comenzaron a dirigirse hacia mí con ánimos de aplastarme. –Protego máxima- A pesar de que estaba muerto de miedo, pronuncié lo más rudamente posible el hechizo mientras cruzaba la varita sobre mi pecho. Una esfera de energía invisible me cubrió en un radio lo bastante grande para evitar que ninguna de las cuarenta bancas de madera maciza aplastara mi cuerpo.

-éste resultó bueno…- dijo en voz alta una voz femenina; pero de la cual no podía identificar su origen en el espacio. –Deberíamos tratarlo como un auror y darle nuestro mejor esfuerzo, Tania- ahora había hablado una voz masculina, grave y que me calaba los huesos. –Más vale que te prepares, listillo. Te han tocado los peores asesinos de la noche…- habló un mortífago mientras caía del tejado, materializándose al fondo del aula. Era de raza negra, muy alto, fornido y con barba entrecrecida cubriéndole el rostro. A su derecha se materializó una mujer; delgada, con el pelo increíblemente largo, negro y lacio como si pareciera de seda… una lúgubre seda negra. Los ojos de la mujer eran color amarillo dorado y eran tan penetrantes como los que serían de un basilisco. A la izquierda se materializó un último mortífago de talla media, caucásico y con cara de cinismo; al cual se le notaba una grotesca cicatriz que le deformaba el lado derecho de su rostro.

-Avada kedabra!- rugió el mortífago de la cicatriz apuntando su varita hacia mí. En un solo movimiento me arrojé a mi izquierda cayendo detrás de una columna que terminó por servirme de escudo. –Maldita sea, escurridizo de mierda…- se quejaba.

-Faustus deberías dejar de ser tan impulsivo… aprende de los profesionales- dijo en tono de mofa la mujer. –Reducto; stíli- Oí como una pequeña descarga eléctrica salía de su varita y sentí como en menos de un segundo, la columna que me servía de escudo, había dejado de existir. Volví mi vista hacia los mortífagos con los ojos llenos de horror. ¡Una columna de piedra maciza había dejado de existir en pocos segundos, sin dejar otro rastro más que una silueta obscura en el suelo; como si ésta hubiera sido incinerada en instantes! No era un poder con el que pudiera luchar, no sin morir tarde o temprano.  Comencé a hacerme a la idea de que si no huía de aquí pronto, y si los otros dos hombres eran capaces de tener la misma energía en su magia… estaría perdido.

-Bombarda máxima!- No pude elegir otro hechizo mejor, agité la varita mientras lo conjuraba y solo distinguí como el suelo donde estaban colocados voló en pedazos. Me paré y me dispuse a correr hacia la puerta. Apareció frente a mí con un hechizo de teletransportación  el mortífago de la cicatriz.

-Incendio…- dirigió su varita a mi túnica creando fuego al instante. Grité y sacudía las llamas mientras aquél mago se burlaba de mí. Lo ví con ojos de rabia y moví mi varita lo más rápido que pude como si ésta tuviera un final cortante al estilo de un escalpelo. Un poco de sangre manchó mi rostro; le había rajado el lado no deformado de su rostro mucho antes de que se diera cuenta. –Son ustedes los que no se esperan un mago como yo- les dije a manera de fanfarrón. Escuché un crujido en el suelo a mis espaldas y en acto reflejo dirigí un hechizo hacia ahí –Ignis allenti!- mi varita se iluminó y disparó una enorme bola de fuego que se impactó sobre una silueta masculina.

El mortífago de la cicatriz no paraba de lloriquear y quejarse sobre el dolor de mi hechizo: entre calumnias apuntaba su varita y me disparaba hechizos aturdidores. Me protegía con el hechizo de “protego” y a veces regresaba sus propios disparos con el hechizo “relapso”. Cuando salió la bruja del pelo lacio conjuró un patronus obscuro que se abalanzó sobre mí. Era una enorme bestia con cuernos, una especie de toro enorme. Logré esquivarlo pero no así el resto del mobiliario del aula, el cual acabó hecho pedazos.

-¡Crucio!- dijo rabiosa la bruja. Mi varita se dirigió en contra del hechizo y lo anuló. –Protego horriblis…- susurré. Al parecer la bruja pudo oírme y se sorprendió: -Es imposible que puedas conjurar esa defensa mágica, ¡requiere décadas de entrenamiento!- gruñó. –Supongo que soy especial, bruja estúpida- bufé mientras le lanzaba un hechizo paralizante, el cual desvió.

-No te confíes pequeña basura, conmigo no será tan fácil…- alzó su varita mientras decía eso cuando uno de sus compañeros me desarmó con el hechizo “expeliarmus”. Ese hechizo me sorprendió y me dejó completamente vulnerable ante la enferma mujer de ojos amarillos y el demente de la cara rajada.

Podía leer los labios de la mujer, estaba a punto de lanzarme una maldición de tortura cuando… apareció.

-¡Sectumi evertus!- gritó con una voz potente Alaric. La bruja soltó un grito ahogado y salió disparada contra un muro dejando un rastro de sangre a su paso. –¡Everte statum!- se dirigíó al hombre de raza negra lanzándolo como si fuera un muñeco contra el escritorio del profesor. El tercer mortífago, al cual le desgracié lo poco normal que quedaba de su rostro, dirigió amenazante su varita lanzando rayos eléctricos hacia todas partes gritando –Radiactus, turbina, tonitrua!-. Alaric desviaba o anulaba los rayos, hasta que con voz firme y violenta dijo -¡Placare!- y los rayos desaparecieron por completo. El mortífago desconcertado seguía moviendo su varita hacia Alaric sin resultado alguno.  

-Nescientis…- y una especie de impulso salió de la varita de Alaric, para chocar en la frente del mortífago desfigurado; tirándolo al suelo, inconsciente.

 

-Lamento llegar tarde guapo…- me dijo con una sonrisa coqueta.  


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