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El cuarto de Geminis por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Aclaraciones el texto en cursiva ,Es un flash back, no le quise poner Flash back por que soy quisquilloso y se veía poco estético a mi gusto.
.
Bueno vamos en el capítulo 10 y quiero agradecer a todos aquellos que me escriben y en especial a gns que me dio una idea con su análisis de los dorados, enserio gracias ajajajaj para que vean que siempre tomo en cuenta cada comentario que me escriben, un saludo a gns como ya he nombrado a YoxD(hazte la cuenta antes que te roben el nombre ajaja), Megami_pallas que siempre me divierte con sus comentarios y agen_sagigemini que me escribió, y muchas gracias a todas y todos los lectores del fic.

 

y tengo una declaración que hacer... no seguiré con el fin y tomen esto como el final(?) ajajaj no mentira pero si queda poco he hecho los temarios para los capítulos que quedan y probablemente sean de 3-4 cap para el final

u.u

Bueno un saludito para todo y espero les guste el cap 10

CAPÍTULO X

EL GUARDÍAN CON PIEL DE LEÓN

 

Titubeó antes de seguir, era difícil escoger las palabras adecuadas, pero odiaba los rodeos y  por la cara de Saga  los odiaban aun más que él, su estrategia sería la honestidad, la estúpida honestidad y su falta de tacto, odiaba enmascarar lo malo, y lo que debía decirle estaba dentro de una de las cosas malas que había dicho y hecho.

 

El gemelo tenía una mirada gélida posándose sobre  la silueta del que estaba a un costado suyo, su interior era contradictorio quería saber todo pero a la vez quería permanecer ignorante, a veces la ignorancia era buena, no, no era buena pero si una buena salida a la realidad y el muy bien lo sabía.

 

Habían varias cosas que debía admitir que le agradaban de Aioria, se mostraba sincero, se mostraba preocupado por él, por mucho que le pesara aceptarlo le agradaba tenerlo cerca, era incomodo, pero a la vez calido, tanto que a veces pensaba que si seguía tan cerca de él podría quemarse, temía que tal vez lo que el menor debía contarle destruyera todo aquello destellos de calor que sentía cerca de él pero odiaba las mentiras y odiaba ser utilizado,  algo muy irónico para él frente a todo lo que hizo como patriarca.

 

— El día que te encontré te traje aquí tal como te dije… sabes no quiero contar todos los detalles y probablemente tampoco quieras escucharlos… lo que sucede es que terminamos Aioros, tú y yo desnudos en la cama tocándonos por decirlo de una manera más amigable— Un silencio brutal,  el caballero de Leo ya conocía que Saga no poseía su cosmos pero su cambio de humor, su ira y odio podía sentirse sin siquiera mirarlo.

 

Pudo lograr aquella hazaña de dos formas o el León estaba desprevenido o simplemente no quiso poner resistencia, el puño de Saga golpeó la quijada del caballero de la quinta casa, pudo sentir que toda la energía que había perdido Saga regresó a él por unos momentos, probablemente movido por la adrenalina y su odio, Aioria  termino golpeando contra el respaldo del sillón y con un furioso hombre sobre él que golpeaba su rostro con ahínco sin poderle hacer un real daño, lo cual no aplacaba en nada la furia azul.

 

— ¡Estaba inconsciente y abusaron de mí! — Golpe — ¡Te maldigo a ti y al idiota de tu hermano y si alguna vez lamenté  todo lo que les hice me retracto! —Golpe— ¡Muerte de una maldita vez!— El león cubría su rostro con sus brazos los fuertes golpes de Saga que no cesaban, mientras escuchaba como lanzaba sus palabras llenas de rabia sobre él, mientras oía  cómo el orgullo y aquella lengua mordaz del dolido geminiano lo atacaba con todo lo que tenía.

 

Los golpes contra la armadura retumbaban en el salón mezclándose con los bufidos que salían de los labios del mayor, mientras que de los nudillos del agresor caían gotas de un color escarlata que manchaban tanto el dorado metal como la piel expuesta del caballero de Leo.

 

Su cuerpo se detuvo, sin poder moverse, quería golpear al otro por toda la eternidad hasta que gritara de dolor pero para lograrlo tardaría eso, toda una eternidad en lograrlo, colapsó sin fuerzas sobre el cuerpo del otro, aun con enojo, pero ahora con otros sentimientos que se subía al tren emocional privado de Saga, la frustración.

 

Era algo nueva o poco conocida para el gemelo griego, rara vez lo había sentido, pero sentirla tan vividamente, con tanta intensidad, era un asco, odiaba esa sensación, odiaba al chico que estaba bajo su cuerpo igual de inmóvil que él y sin decir nada y pasó algo que hace años no pasaba, hace años no sentía la necesidad de hacer, lloró, en silencio, un llanto limpio, con su mandíbula apretada y con uno de  sus puños golpeando el pecho dorado del otro.

 

Las estaba pagando, todas y cada una de ellas, tras años de opresión, tras año de su dictadura como patriarca y utilizar gente para sus egoístas propósitos, sentía en carne propia lo que era ser manipulado sin si quiera saberlo, sin siquiera haberlo imaginado y sentido.

 

Se levantó del cuerpo de su compañero y se sentó nuevamente sobre el sofá, agachó su rostro cubriendo la melancolía que lo atormentaba tras un muro de cabellos azules, de sus nudillos nacían hilos de sangre color rojo que paseaban por sus blancos y largos dedos hasta caer como gotas desde las puntas de sus dedos.

 

Aioria mantuvo su silenció y su lúgubre desplante ninguno de los dos se miraba, uno ignoraba y el otro se mantenía ignorado, ya no había palabras por decir, ni excusas que dar, ya nada había por hacer, sólo mantener un duelo por lo que fue, por lo que se hizo y por lo que pudo haber sido.

 

— Necesito mi ropa—Era una demanda, clara y concisa teñida de rencor y con la clara intención de dejar el templo de Leo, el castaño lo sabía y miró el perfil del otro, sus cabellos enmarañados cubrieron su cuerpo de un eterno y dolido azul, así lo veía su mirada verdosa como un garabato azul ajeno al espacio.

 

Obedeció como alguna vez lo hizo para Saga, encontró aquellas prendas de guardias impregnadas del olor del geminiano,  hundió su nariz sobre las prendas a modo de despedida, extrañando aquel aroma peculiar que emanaba el otro.

 

Sería difícil pero la esperanza de un perdón lo “iluminaba” en aquella tormenta interna.

 

Llegó frente al ex caballero de géminis con la ropa que solicitó y un botiquín de primeros auxilios y sin pedir permiso de nadie/Saga se hincó y tomó con sus manos las de Saga, lo curó, el otro no reclamó, sentía la gasa impregnada de suero fisiológico raspar la sangre seca de ambas manos, para colocar una gasa esterilizada sobre todo el área lastimada, los dedos del gemelo griego eran fríos, Aioria notó aun más detalles de él como las pequeñas cicatrices que tenía  en partes de su mano.

 

Sus manos fueron vendadas con sumo cuidado, ninguna palabra se dijo en ese entonces.

 

—Realmente lo siento— Aioria habló, tal ves era necesario o tal ves ya tenía razón de ser la disculpa, pero como pensó sus palabras se las llevo el aire, las vibraciones de sus palabras no llegaban al otro, se enredaban entre hilos añiles, siendo ignorado como se planteó desde un principio.

 

Las acciones de Saga lucían calculadas, casi cronometradas, el tiempo para ignorarlo, el tiempo de levantarse, ponerse el traje de desoldado sobre la ropa que llevaba. El tiempo para ignorarlo. Las miradas frías, los silencios, aquella imagen saliendo del templo del León. El tiempo para ignorarlo…

 

***º***

 

No, a géminis no podría volver era demasiado cerca de Aioria, no podía poner ni si quiera un píe fuera del santuario, no podía  dormir  y vivir como soldado, no si aun quería seguir vivo, la doceava casa podría resguardarlo él lo sabía, sólo esperaba que Afrodita de verdad fuese aquel amigo que se dijo ser, necesitaba un soporte, algo que nunca hubiese imaginado, estaba demasiado sólo, demasiado aproblemado, con problemas demasiado grandes para alguien tan pequeño.

 

Había colapsado una vez en el templo del león, gastó sus fuerzas golpeando una armadura irrompible con sus fuerzas humanas hasta sangrar, tenía que subir un centenar de escalones hasta la doceava casa, no era tarea fácil para un dañado cuerpo y espíritu. El sol de la tarde no lo ayudaban en nada, lo quemaban, lo derretía, lo hacía perder en grandes cantidades el agua que tenía dentro de su cuerpo, un cristalino sudor mojaba su espalda, frente, cuello, todo su cuerpo en general estaba cubierto por una fina capa de sudor provocado por el cansancio.

 

—Que honor tener al patriarca Arles frente a nosotros, se ve algo cansado, ¿Lo ayudamos maestro? — Antes del templo de capricornio una grupo compuesto de ocho soldados lo saludaba, Saga preveía lo que querían con él no era una coincidencia cualquiera el verlos a ellos reunidos ahí, sus palabras estaban llenas de un repudiable sarcasmo sin intención de ser escondido, muchos de los hombres que ahí se encontraban le dedicaban miradas de odio o hacían crujir sus nudillos, el geminiano pensó que si ellos querían jugar a ser los matones soldaditos les demostraría a todos que Saga se podía defender sin necesidad de un cosmos.

 

Atacaron entre los ocho al mismo tiempo, una actitud sumamente cobarde para su gusto, esquivó a uno, golpeo a otro, empujó a uno para que cayera sobre otro de los mismos guardias, sintió un fuerte golpe sobre sus costillas pero no se detuvo por nada.

 

No había conseguido ser un gran y poderoso santo solo porque sí, Saga no era sólo un ex caballero dorado que no sabía luchar, su estrategia en el combate seguía siendo impecable sometiendo uno a uno a los atacantes, con su fuerza, con la fuerza del contrincante, no  importaba, recibir golpes le recordaba sus antiguos entrenamientos, ese calor que corría por su cuerpo, el volver a sentir su poderío y destreza sobre lo otros le causaba un deliciosa satisfacción.

 

Los hombres se alejaron unos cojeando y otros llevando a sus inconcientes compañeros a cuestas, el geminiano se sentía satisfecho, pero completamente quebrado, se sentó sobre el suelo que lo quemaba, transpiraba, respiraba profundamente, escupió el sabor metálico del carmín que se mezclaba con su saliva.

 

Se sorprendía gustosamente de su mismo y la capacidad escondida de lucha que aun conservaba y que había nacido de su empolvado y débil cuerpo totalmente humano, esperaba ninguna redada en los templos que quedaban, quizás pudo con aquellos hombres pero eso no le aseguraba una próxima victoria.

 

Las pisadas del metal eran sonoras contra los peldaños, o quizás el dueño de los pasos así quería hacer notar su presencia, giró su rostro y acostumbró su vista al dorado resplandor, analizó la mueca en la cara del otro, lenguaje corporal  y todo indicaba que capricornio no venía en son de paz.

 

Saga logró sentir apenas dos cosas, la energía del cosmos sobre el puño de Shura y su cuerpo siendo lanzado varios escalones más abajo como un muñeco de trapo cualquiera, recuperó el aire e intento levantarse para luego sentir como expulsaba el oxígeno recién obtenido de una sola vez con patada que había terminado lanzándolo aun más abajo.

 

De su frente escurría un líquido viscoso color granate manchando su rostro, mezclándose con su sudor  y el azul violáceo de sus cabellos, ya no tenía la fuerza para intentar levantarse, el dolor lo consumía por completo sin darle lugar a una recuperación, el caballero de capricornio no había dicho palabra alguna desde que lo vio, sólo lanzó esos golpes sin introducción alguna y sin explicar motivo, en un vengativo silencio que irritaba a Saga.

 

El dorado lo levantó desde su azulado flequillo hasta llevarlo a la altura de su cara, gritó de dolor al ser tomado de aquella manera como si miles de agujas eran insertadas en aquella porción de su cabeza, la mueca de color y odio en el rostro del gemelo no conmovió a Shura que permanecía con ese inalterable rostro con aquella seriedad  propia de en un semblante de piedra.

 

—Que débil escoria eres… ya no mereces pisar esta tierra santa, pero tus pecados aun no están perdonados, deja que el sagrado poder de Excalibur corte cada pecado y nazca la redención— Saga temió, Saga sintió su fin acercarse, un solo corto y ya era historia, el sentido de la justicia del caballero de la casa de capricornio era igual de fuerte que su devoción a la diosa, intentaba zafarse en vano, su cuerpo a duras penas respondía, pero no lo suficiente como para salirse del dorado agarre, pensó en lo que fue, en lo que hizo y pensó en el León, en el que quizás ya no podría escuchar ninguna otra palabra de arrepentimiento hacia él.

 

Shura lo soltó, desapareció antes sus ojos o mejor dicho fue lanzado de un golpe contra uno de los pilares, Aioria lucía furioso, Aioria encendía su cosmos dejando ver esa aura color oro, tan brillante como el mismo sol que lo quemaba, lo envolvía y lo calmaba, porque eso hacía la presencia de Aioria en esos momento lo calmaba como un sedante, entibiando su abatido y golpeado cuerpo con sus brazos.

 

Shura se levantó dentro de los escombros, sacudiendo los restos de la columna de piedra de sus hombros, salió furioso de entre las partículas de polvo con su serie templo claramente perturbado, con dudas, con preguntas, con excusas de parte del dorado que lo atacaba, Leo tenía razones de sobras de avalar su castigo pero protegía a aquel deshonroso sujeto como ahora llamaba el de cabellos negros.

 

—Quiero dejarte una sola cosa en claro Shura, Saga es mi responsabilidad, Saga es mi protegido y si te atreves a poner un sólo dedo sobre él, la próxima guerra santa será entre mi y todo aquel que lo lastime— El gemelo intentaba enfocar al dueño de esa voz, lo traicionaba el sol, el contra luz de la silueta del león, lo traicionaba su mirada ya borrosa y su cansancio, antes de cerrar sus ojos logró ver sobre él aquella piel de león una vez más y recordó ya haberlo visto, ya saber como se llamaba, tener vagos recuerdos de un pasado ajeno, sentir que el mismo calor que estaba palpando en esos momentos era tan antiguo como los mimos dioses.

 

***º***

 

Aioria tenía que pensar que hacer con el hombre que dormía en sus brazos, debía curar a Saga, recostarlo, cuidarlo, pero Saga lo detestaba y lo sabía. No sabía en quien confiar su cuidado, su hermano estaba descartado por obvias razones, Kanon era Kanon y probablemente estaría muy “ocupado” con sus asuntos.

 

Siguió repasando con su mentes a los nueve dorados restantes y llegó a la conclusión que muchos de los dorados no se atreverían mantener bajo su templo a alguien a quien en un principio no quería, pero tal ves si había alguien del cual si se podía confiar, alguien en el cual los “pro” eran más que los contra, el dorado con el nombre de la diosa de la belleza, el dorado que vivía rodeado por peligrosas rosas, Afrodita de picis era su mejor opción en esos minutos.

 

***º***

 

Llegando al doceavo templo se encontró con una delicada y amigable sonrisa la cual cambió su semblante al ver el estado de su amigo Saga, lo dejó entrar sin dudar, tendrían tiempo de sobra para charlar, y demasiado tiempo para hacer las preguntas, pero antes las heridas del otro debían ser tratadas.

 

El dorado de la doceava casa guío por los pasillos del templo al menor, Aioria estaba asombrado por la pulcritud del lugar, los detalles puestos en él, aquel inconfundible y delicioso aroma a rosas que se posaba en cada rincón de los pasillos e incrustándose firmemente hasta en las imperceptibles uniones de las baldosas de mármol que revestían pisos y muros, el dorado le mostró un cuarto vacío en el cual entró y depositó con cuidado sobre la cama el cuerpo del de mirada azulada.

 

Aioria revisó el cuerpo de Saga de manera superficial buscando algún tipo de fractura o algo que estuviese fuera de lugar, pero para su alivio sólo raspones y manchas de color violeta manchaban la blanca piel del geminiano. Limpió con cuidado cada mancha de sangre, limpió cada herida, y tapó cada lugar en donde aun corría sangre, agradecía el botiquín de emergencias  y el que Afrodita aun fuese fiel a Saga y más que fiel presentía un lazo el cual aun no podía descifrar.

 

Tras curarlo depositó un beso en la frente del que dormía y acarició su pálido y adormilado rostro, quería verlo bien nuevamente, sano, compuesto, quería ver la sonrisa de aquel chico tan parecido a Saga que aparecía en sus sueños en el rostro del gemelo.

 

—Shura lo interceptó y su justicia quería la cabeza de Saga—Afrodita lo miraba expectante, lo había invitado a tomar té en su jardín par conversar de lo sucedido tras abandonar la nueva habitación del geminiano, Afrodita se veía preocupado por Saga, pero aquella astuta mira color turquesa demostraba que sabía cosas las cuales no deberían saber.

 

—De seguro ya habrás escuchado que Saga ya no posee su cosmos— Afrodita asintió mientras le daba un trago a su taza y Aioria se propuso en seguir con la conversación— Verás me gustaría pedirte un favor… Saga ya no confía en mi, deseo protegerlo pero yo sé que él no me permitirá incluso acercarme a él. Quería  saber si puede quedarse contigo yo me ocuparé de él si es una molestia— Afrodita cerró sus ojos y  se quedó un rato mudo, el león lo miraba expectante y preocupado hasta que vio nuevamente aquella sonrisa  de amistad que le daba el Santo de picis.

 

—Saga, ya se había estado quedando aquí, digamos que es mi nuevo mejor amigo— El caballero de las rosas demoníacas rió por su comentario y al santo de leo no le gustó.

 

Sintió un poco de celos y sus mirada lo demostraba por completo a lo que Afrodita levantó ambas manos mostrando sus palmas por dicho semblante en el otro— Tranquilo Aioria— dijo aun riendo— no pienso quitarte a Saga, veo lo mucho que te gusta y hasta me atrevería decir que lo amas, me agrada que Saga tenga a alguien como tu protegiéndolo— Tenía razón Afrodita de picis sabía más de lo que él pensaba y probablemente lo sabía por el gemelo, no se imaginó que tan estrecha se había convertido la relación entre ellos pero por cierta parte le agrada y por otra parte se confundía.

 

Los dorados conversaron lo que sus tazas duraron, Afrodita prometió  mantener resguardado al geminiano y que el paradero de este no caería en oídos de nadie dentro del santuario, ambos chicos se unieron con un propósito en común cuidar del gemelo, este también prometía dejarlo entrar las veces que quisiera al templo de picis y que era bienvenido en cualquier momento a beber una taza de té.

                              

—Espero que al final de todo lo que está pasando Saga te elija a ti—Aioria parpadeo y giró su cuerpo para ver como la silueta del caballero de picis alejarse por la entrada del templo, le agradaba el de cabellos celestes como un aliado, le agrada que pudiese confiar en él y esperaba que quizás si Saga hablaba con picis lograra perdonarlo.

 

Ahora tenía una nueva tarea que realizar, una tarea como el protector de Saga, se daría conocer como tal y proclamaría sus advertencias frente a todos en el santuario no dejaría que nadie tocara al de cabellos añiles, no iba permitir que nuevamente alguien dejara tan lastimado a su Saga, por que aunque él no quisiera en su corazón nacían aquellos sentimientos de celos, posesión, cariño, protección y  un profundo amor por Saga.

 

***º***

 

Había quitado su mascara, aquella que cubría no sólo su rostro, una mascara también es capaz de esconder emociones e incluso disfrazar el alma de quien la porta y así era. Tras aquel objeto azulado se escondía el benevolente rostro de Saga de géminis o en otras ocasiones el rostro despiadado de Arles el patriarca del santuario.

 

Muchas veces no sabía si estaba dormido o no, incluso creía que a veces cuando era Saga era un sueño o cuando Arles se apoderaba de su subconsciente no era más que sólo una pesadilla, pero sus ropas, la mascara, aquel olor de la sangre de Shion que se había  guardado en su memoria olfativa le demostraban que no era ni uno ni lo otro, que todo era real, tan real que incluso a veces dolía.

 

Miró las estrellas como ya le era costumbre, Star Hill era el lugar propicio para hacerlo, para relajarse, adivinar el curso de las estrellas y de la vida misma, aquella montaña le propinaba una tranquilidad a su inestable alma apartándose del caótico lugar que se había transformado el puesto del patriarca.

 

Parecía ser como una noche como cualquier igual a otra anterior, el viento soplaba sobre su rostro produciéndole un escalofrío satisfactorio, aquella montaña tan alta, tan solemne y tan solitaria se parecía a Saga y así lo sentía él y probablemente era por ello que tanto le gustaba aquel desolado lugar, el cielo era su limite por donde mirara podía verlo todo, aumentaba su ansias de poder, moldear el mundo a su gusto, las ganas de su utopía propia, el crear aquel lugar perfecto donde el gobernaba.

 

El cielo parecía mas estrellado que nunca, y cada constelación parecía brillar más que nunca en especial aquella el cual lo guiaba, aquella constelación de luces que lo resguardaba, géminis se veía mas brillante y el patriarca se dejó deslumbrar por aquella luz y caer en un trance el cual siempre lo acompañaba una visión.

 

En aquella visión seguía mirando al cielo, las luces que formaban los gemelos adoptaron un forma luminiscente de un niño el cual se separó de su hermano y comenzó a vagar por el cielo estrellado, el niño corría, saltaba, jugaba e incluso a veces lloraba moviéndose por lo largo y ancho del cosmos hasta que se detuvo, de su pecho nació una obscuridad que poco a poco lo consumía intentando apagar el brillo de cada estrella su alrededor.

 

Saga sentía la frustración y el miedo de aquel niño como si las sensaciones fueran propias, el infante asustado corría por todos lados llorando y gritando por ayuda y mientras más avanza más estrellas eran apagadas hasta que se  quedó sollozando  frente a la constelación a la cual identificó como leo, al igual que géminis este se volvió una figura de un león luminiscente el cual subió al pequeño niño sobre su lomo, la obscuridad cesó al igual que el llanto, las estrellas volvían a brillar mientras que el pequeño sonreía y abrazaba la gran melena del león.

 

La preedición había sido demasiado confusa, demasiado rara y aun no sabía como tomarla, presentía que era importante pero poco probable que sucediera algo como aquello, dejaría de lado aquel extraño sueño/trance que había tenido al menos por ese momento, necesitaba descansar, necesitaba sentirse Saga antes de que Arles volviera para dominarlo a él junto a todo el santuario.

 

***º***

 

Sabía que dormía, pero aun no tan seguro de que si realmente lo estaba, luego de caer reiteradas veces en un abrupto sueño había aprendido a identificar que era un sueño y que no lo era, recordó los último momentos que estuvo despierto, a los ocho soldados, a Shura y a la figura de aquel hombre con piel de león, esa silueta que ya había visto muchas veces pero nunca la había echo realmente al menos no con los ojos de Saga.

 

Los pasadizos de su mente lo llevó a recuerdos muy antiguos, desempolvando toda tela de araña que mantenía atrapado sus recuerdos, lentamente volvieron a él las imágenes de Pólux, se recordó a él como Castor  y un peculiar joven llamado Heracles, un joven valiente, gallardo, fuerte que vestía la piel del león de Nemea demostrando su fuerza y sus habilidades como guerrero, pero él sabía que el chico de cabellos castaños era mas que eso.

 

Una persona agradable, un tanto exasperante cuando algo cruzaba su mente, a veces un tanto egoísta, alguien que siempre quería su atención a base de bromas, tacto, caricias y besos, aquel del que había quedado totalmente absorto con tan sólo verlo, aquel que lo ayudó cuando estuvo a punto de morir cerca de tierra santa, lo protegió, lo curó y lo sedujo de una manera que jamás pudo haber sentido, el calor de un hombre era diferente al de cualquier mujer, el calor de este hombre era diferente al de cualquier otro, cada tacto quemaba su piel, cada beso lo sofocaba pero siempre quería aun más de Heracles.

 

Heracles lo calmaba y lo hacía olvidar del mundo exterior enfocándose sólo en aquel pequeño mundo que compartían entre las montañas rodeados de vegetación,  ríos, cascada, frutas, olivos y animales, la misma montaña, la misma tierra santa le daba todo aquello que necesitaban y el resto dependía el uno del otro.

 

Recordó su cuerpo desnudo siendo palpado con suaves caricias de las yemas de los dedos del otro, esa mezcla del agua fría y un tacto caliente causaba escalofríos a lo largo de todo su cuerpo, incluso cuando se bañaban no podía dejarlo pensar en otra cosa que no fuese él,  sus cabellos azules se veían enredados pero cada vez que el castaño los acariciaba y pasaba sus manos entre ellos lo obedecían dejándolos como suave seda de un color añil aun más intenso, Heracles sabía como mimarlo y el sabía como mimar al otro, ya se conocían demasiado el uno al otro.

 

Sus manos posándose en los hombros del otro, enterrando sus uñas en aquella piel aun mas fuerte con cada embestida recibida, una boca ardiente besando cada centímetro de su cuello, sus gemidos al unísono con el ruido de la naturaleza mezclándose, siendo parte de un solo sonido, la manos del castaño paseando sin recato alguno por sus caderas, sus muslos, glúteos e incluso jugueteando lascivamente en aquel lugar dando sus cuerpos se unían, no tenía vergüenza de nada, hacía lo que él quería, y eso que Heracles quería a Castor le encantaba.

 

Pero había algo que Saga/Castor no podía recordar por qué a pesar de tanta felicidad, por qué a pesar de tanto amor no siguieron juntos, porqué se volvió a dejar seducir por el poder de aquel Dios que se encontraba sellado, rememoraba cada rincón de su mente y no encontraba nada, sólo una sensación de dolor, de traición, aquel dolor en su pecho como su si corazón fuese arrancado.

 

Despertó con su cuerpo adolorido y abatido totalmente, reconoció de inmediato la habitación y donde se encontraba, el olor a rosas no se podía esconder de nada, Saga se sentía avergonzado por sus recuerdos, pero a la vez feliz, se sorprendió a si mismo pensando en la felicidad y sonrió como hace mucho tiempo no lo hacía.

 

Pensó en el rostro del hombre a quien llamaba Heracles en sus recuerdos pero no encontraba nada, sólo cabellos castaños y una piel obscurecida por el sol, recordaba su voz, su manos, su cuerpo el latir de su corazón pero no su rostro y decidió dejar el tema de lado cuando un dolor de cabeza lo hizo levantarse de golpe y cerrar sus ojos, vio sus manos vendadas, sintió la tela sobre su frente, alguien lo había traído al templo de picis, pero la pregunta era ¿Quién?, recordó la silueta, pero no se fiaba de la veracidad que sus ojos veía en ese momento ya que de ser así no podría ser otro que el mismo chico que había visto en sus sueños.

 

Recordó de pronto ese cosmos radiante y dorado, recordó el calor del cosmos y el olor que emanaba el cuerpo que lo había protegido, era él, no podía ser otro, se recrimino al pensar en perdonarlo y detestó al fiel Aioria por confundirlo.


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