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El cuarto de Geminis por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Hola les traigo el nuevo capítulo espero lo disfruten, le doy gracias por su fidelidad por la historia enserio, muchas gracias :'3

gracias a ustedes lectores y a los chicos que me escriben, gns (gracias por el alcanze en el último comentario), Innis y amorosa que siempre me sacan una sonrisa con sus reviews <3

Esta vez quiero agradecer especialmente a Karori que me ayudó con la edición del cap, enserio es maravillosa :'3 muchas gracias (L)

 

NOTAS: Los tres texto en cursiva corresponden a Flashback

CAPÍTULO XI
LA GEMA DEL SUEÑO Y LA LLAVE NEGRA

 La testarudez de Saga y el no ser un buen enfermo no permitieron dejarlo dormido o descansado por mucho tiempo, necesitaba conversar con el dueño de la casa para saber si todas sus sospechas eran ciertas, caminaba lento y aletargado por los pasillos del templo de picis. A lo lejos escuchó un tarareo de una canción la cual no conocía pero supuso de quien se trataba al instante y se propuso a seguir la voz hasta el jardín.

 Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la luz del sol y cuando por fin ya podía enfocar con normalidad observó a un pacífico Afrodita bebiendo una taza de té mientras tarareaba una alegre canción, Saga quedó extrañado, confuso, dudando si realmente había despertado. El caballero de picis parecía ensimismado, sobre la mesa de  hierro pintada de blanco había dos tazas servidas y bastantes cosas para comer para una sola persona.

 —Te estaba esperando, el agua aun sigue caliente, ven y siéntate querido— Afrodita parecía más calmado de lo normal, más alegre, más radiante, se sentó con cautela quizás aun sintiendo un tipo de desconfianza y tenía razones para desconfiar de todo el mundo, era cosa de mencionar a Shura y a los hermanos griegos, la gente se aprovechaba de su debilidad adquirida, la gente lo estaba pasando a llevar y esta actitud era algo a lo que no estaba acostumbrado y tampoco tenía la mínima intención de adaptarse a ello.

 — ¿Té? ¿Café? ¿Cuanto de azúcar? Saga. No me pongas esa cara me haces sentir como si hubiese dicho algo malo— Tras analizar al caballero de la doceava casa se dio cuenta que no era necesario mantenerse en guardia, al menos no con él, seguía con su actitud amigable y lo seguía tratando con aquella confianza con la que habían acordado tratarse el uno al otro.

 —Lo siento Afrodita, pero con todo lo que me ha pasado últimamente ya no sé en que creer, en que o quien confiar— Afrodita lo escuchaba atento, el semblante de saga era melancólico, cabizbajo, herido, creyó que jamás podría ver a Saga tan vulnerable, pero ahí estaba, un Saga tan humano como cualquier otro, con miedos, con dolor, ira, pena e incertidumbre— Pero… me alegra saber que al menos aun puedo confiar en ti— A pesar de aquellas palabras el rostro del geminiano no cambiaba, el aura angustia que lo rodeaba  permanecía y  se rehusaba a desaparecer, y hasta el mismo Afrodita podía sentir la emociones del otro en su misma piel. 

— ¿Ya te lo dije o no, Saga? Ahora somos amigos y compañeros, puedes confiar en mí—  Afrodita tomo las lastimadas manos del gemelo y las rodeó con su propio calor. Saga se dio cuenta de algo, algo que a esas alturas ya debía saber. Se encontró a sí mismo buscando un calor que no encontraba ya que ese calor era propio de algo o de alguien mejor dicho, el tacto del caballero de picis era gentil, era amable como si le diera ánimos. Saga había perdido contra a Aioria, el geminiano había quedado prendado del otro sin quererlo, lo odiaba por lo que había hecho a pesar de no saber muy bien que realmente había pasado, no tenía memorias  mentales de aquello, pero la memoria física existía y su epidermis clamaba por aquel calor dorado.

 —Te mentiría si te dijera que todo está bien ahora, pero estoy agradecido de que al menos aun quede alguien en quien confiar— Dejó su lúgubre rostro a un lado, y apareció una medía sonrisa lo cual le bastó al dorado para alegrarse, Saga era otro ahora, era sincero, vulnerable, pero sin duda alguna era aquel Saga honorable, aquel poderoso géminis que brillaba sin necesidad de una armadura— Me gustaría un poco de té con dos de azúcar si no te molesta— Afrodita sonrió y el griego imitó su gesto, el patio era agradable, era fresco, el sol mantenía una iluminación y  temperatura perfecta, las rosas entregaban el paisaje y su aroma conjugaba el perfecto y armonioso ambiente para charlar todo un día.

 Y eso era lo que más necesitaba Saga.

 —Aioria te trajo aquí muy lastimado— Las palabras del caballero de las rosas demoníacas sacó a Saga desde la tarea de revolver y disolver el azúcar de su taza que lo tenía completamente concentrado. Saga lo intuyó desde un principio o eso quería creer, el fiel Aioria lo protegió, lo salvó de su muerte inminente, la sola mención del caballero en cuestión lo confundía y lo hacía internalizarse aun más, hacía preguntarse así mismo el qué quería, el qué deseaba, qué esperaba, y cada tópico tenía que ver con el caballero de Leo, se había internado completamente dentro de él, mezclándose y aforrándose con fuerza a su subconsciente sin la mas mínimas ganas de despegarse.

Su corazón latía con rapidez ante el recuerdo del león, por una parte aquel rencor que aun guardaba hacía a él y por otro lado esa calida sensación de la cercanía del otro.

— Saga, quizás no lo quieras escuchar pero… no lo tomes a mal—Pausa —Aioria te quiere— El corazón del gemelo comenzó a palpitar de una manera demasiado rápida, Afrodita logró con una sola frase convencer al gemelo todo lo que se estuvo negando a creer, aun desconfiaba del cariño que el dorado le profesaba, pero sus sentimientos propios eran inconfundibles, avasalladores, martillaban contra su pecho para hacerle entender que existían, que eran reales y que no podía hacer absolutamente nada para deshacerse de ellos— Se enfrentó a Shura, te trajo conmigo, me pidió que te resguardara, el fue el que te vendó, pude ver en sus ojos lo sincero que es contigo y no sabes cuanto te envidie por conseguir a alguien que te pueda mirar con aquellos ojos con los que Aioria te miraba.

—Afrodita, todo esto es complicado no sé que pensar de él, se que es sincero, logró adentrarse muy dentro de mí y tengo miedo de aquello, siempre he sido sólo yo— El de cabellera celeste lo veía atento a cada expresión que salía de manera natural desde el rostro de Saga, se veía como un impetuosa tormenta que no sabe que rumbo tomar, con las nubes cubriendo sus pensamientos y  no dejándole ver que es lo que hay frente a sus ojos— Además mis sueños, esos malditos sueños donde aparece alguien, que conozco pero no lo hago, me hace pensar aun más en Aioria. Me confundo, ya no sé si mis sentimientos son por Aioria o por el chico llamado Heracles que aparece en mis sueños — Saga bien lo sabia, sentía que sus sentimientos tanto por aquel hombre llamado Heracles y los sentimientos por Aioria muchas veces se mezclaban, eran el mismo tipo de sentimientos, uno más ajeno que el otro pero si se sobreponían uno sobre el otro eran idénticos.

— ¿Quien es ese chico Heracles? —Afrodita rió por lo bajo, aquel nombre le recordó aquel libro del origen de cada constelación zodiacal, y si esa era el caso Heracles no era un nombre para nada ajeno al dorado de la quinta casa. —Descríbemelo.

—Aclaro que sólo han sido sueños. ¿Que tal si dejamos la conversación hasta aquí? No me siento cómodo hablando de mis sueños— El caballero del doceavo templo sirvió nuevamente la taza de Saga con una sonrisa forzada, era clara señal que no podría escaparse del interrogatorio de picis. El gemelo bufó y sorbió un trago de la taza del té que el sueco preparó, no tenía azúcar pero el sabor no le molestaba— He soñado varias veces con él. Tiene un cosmos muy cálido,  es alto, no logro recordar su rostro, su nombre es Heracles, su piel tostada la cubre una piel de león llamado Nemea el cual el derrotó. Cuando sueño con él me hace pensar que es una vida pasada más que un simple sueño.

Saga vio los ojos de picis abrirse de par en par asombrado con lo que le había relatado para luego formar una delicada sonrisa en su rostro— ¿Saga, conoces el mito de la constelación de Leo? — El gemelo se sorprende por la repentina pregunta de su compañero, pero niega al no saber la respuesta, conocía la historia de su propia constelación porque su maestro solía relatársela a él y a Kanon cuando eran pequeños  y apenas comenzaban entrenar para el puesto de Géminis.

—En un pueblo rodeado de unas montañas existía un león llamado Nemea que atormentaba a todo el que se acercara. Nemea era un león cuya piel era imposible de ser perforada por cualquier arma. El Dios Zeus encomendó a su hijo Heracles un semidios a acabar con el animal, y así lo hizo, Heracles acorraló al león en su propia guarida y lo estranguló, cortó la piel del león con las mismas garras de él y se fabrico la armadura más resistente hasta esa época conocida y por la valentía del guerrero Zeus convirtió su hazaña en una constelación, la constelación de Leo— Aioria termino su relato y observó como el gemelo procesaba la información, se veía sorprendido, no queriendo creer todo lo que él mismo le estaba diciendo así que intentó presionarlo a creer en sus palabras—¿Saga, te das cuenta que esto significa que aquel Heracles no puede ser otro más que Aioria? Todo calza a la perfección con al descripción y  además está el hecho de que tú no sabias de esto hasta ahora.

Saga se negaba a creerlo, pero su negación no duró mucho, Afrodita tenía razón, todo calzaba perfecto, demasiado perfecto, todo cobraba sentido, todo estaba claro, él era Castor, Aioria era Heracles, ellos se amaron en la antigüedad y al parecer fue un amor que no pudo con el tiempo, pero algo había ocurrido entre ellos en su vida pasada, lo sabía pero no lo recordaba, algo los separó y probablemente todo apuntaba a que tenia que  ver con aquel mito del “Dios de la Nada”.

Ahora su cuestionamiento era otro, se preguntaba si es que la historia se volvería a repetir, se preguntaba si es que Aioria ya sabría todo aquello, se preguntaba donde estaba, como estaba y que si en esta vida sentía lo mismo que sintió en aquella vez.

***º***

El coliseo ese día en especial estaba lleno de personas, estaban todos reunidos por  un torneo amistoso y competitivo entre los santos de menor nivel. Varios de los santos dorados habían sido invitados a participar como jueces de los combates los cuales aceptaron a modo de distracción y saber el potencial de las nuevas generaciones que aparecían en el santuario.

Aioria había llegado en un momento justo cuando una batalla entre un santo de bronce y plata estaba a punto de terminar entregándole la victoria al chico de menor rango. La multitud aplaudía y gritaba el nombre del ganador mientras que el perdedor era sacado del lugar para poder recuperarse, el ambiente rebozaba en adrenalina y testosterona, aquello le gustaba, ver la dedicación, trabajo, valentía  y esa convicción que se podía ver en los hombres que luchaban al igual que él en el nombre de la diosa.

Sin vacilar y dejando el encanto que entregaba el torneo subió al escenario frente a los murmullos de los participantes. Esa era la oportunidad perfecta para hablar frente a todos y hacer lo que se había propuesto, defender a Saga con dientes y garras era su propósito, se lo había prometido a la pitonisa, a Kanon, a Saga y a él mismo, y no temía las represalias de sus actos, al que dirían, no le importaba nada más que no fuese la seguridad y felicidad de la persona que él amaba.

— Quiero aprovechar esta oportunidad para dar un anuncio del cual me imagino muchos ya están enterados—Pausa. Sus facciones eran serias, ya todos conocían la personalidad de Aioria y si es que se presentaba frente a todos con ese tipo de expresión significaba que habían serios problemas— Sólo lo diré una sola vez, es cierto, Saga de géminis ya no posee su cosmos— La multitud enmudeció y varios de los santos dorados lo miraban  reprobatoriamente creyendo quizás en algún tipo de venganza contra el ex caballero dorado, pero lo que seguía no se lo podían ni si quiera imaginar saliendo de los labios de Leo.

—Pero no voy a dejar que nadie se atreva a ponerle un dedo encima porque no vivirá para contarlo, el es alguien muy preciado para mí, el más importante de todos, alguien a quien amo y si alguien osa en lastimarlo acabaré con él sin misericordia— El cosmos de Aioria ardía como el mismo sol, algunos temían, otros estaban en un ligero estado de shock, no sabían como tomar la declaración pública, era tan sería que no cabían dudas en ella, sus compañeros dorados seguían sus movimientos sin hacer juicio alguno y probablemente nadie quisiera hacerlo al menos no en presencia del caballero de la quinta casa.

Abandonó el escenario al igual como llegó a él, frente a la mirada confusa de todos y ligeros murmullos, su corazón estaba acelerado, proclamó sus sentimientos frente a todos sin que su voz temblara pero había algo más que debía hacer, no podía mantenerse en aquella postura tan pasiva de sólo esperar que Saga decidiera, por su mente pasó una idea la cual al mismo tiempo se lamentaba, pero aquello era preferible antes que una vida sin la cercanía del otro.

Saga ya estaba impregnado en él y así le gustaba a Aioria, no podía imaginarlo de otra forma.

 

***º***

Tras la intima conversación con el caballero de la doceava casa y sus múltiples intentos de que Saga no sólo aceptara sus sentimientos por el león si no que también lo perdonara a pesar de lo que hubiese hecho, el geminiano se dirigió a su habitación para descansar, aun estaba adolorido, aun no podía moverse libremente.

Recostado sobre la cama comenzó a pensar demás y ese demás era Aioria, sin quererlo había escuchado mucho las palabras de Afrodita. Quería hablar con Aioria, saber de él, preguntarle demasiadas cosas pero su orgullo no se lo permitía.

Pensó en todo lo que lo llevó a estar ahí, las mentiras, el engaño, el deseo de poder y todo partiendo por una armadura que jamás le perteneció, porque de eso estaba seguro, la armadura era de Kanon, siempre lo fue y probablemente él en sus tiempos de juventud lo intuía y por ello se enfrasco tanto en torcerle la mano al destino y apoderare de la armadura de géminis.

El jamás había sido el gemelo semidios hijo de Zeus, el era Castor, hijo de Tíndaro y Leda el hermano mortal, el humano que desde un principio no le gustaba su posición, ahora entendía el porqué de su corazón, de donde vino tanta maldad que lo atacó y lo apresó por tantos años, era únicamente envidia, la palabra le causaba escalofríos, el era tan competente e incluso mejor que cualquier otro pero no tenía aquel destino semidivino del cual gozaba su hermano, por que si él era Castor, sólo Kanon podía ser Pólux, el guardián del mito del Dios de la Nada, un guardián el cual no conocía su propósito.

Tocó su bolsillo derecho, aun estaba ahí aquella gema que había robado del cuarto de Aioria, se preguntaba como había logrado obtenerla, porque estaba seguro que la gema en sus manos era la misma gema de sus sueños/visiones. Más dudas llegaron a su mente acompañadas de dolor, colocó el collar que llevaba la gema alrededor de su cuello y lo escondió bajo su ropa.

***º***

Su escapada desde Delfos había sido larga y tortuosa, habían logrado reconocerlo y clamaban la cabeza de él por haber profanado el templo del dios Apolo, supuso que sus largos cabellos azules no pasaban desapercibidos y tampoco sabia como esconderlos, no alcanzaba poner un pié dentro de algún pueblo al cual pasaba para buscar comida y refugio y lograban reconocerlo.

Esa había sido su vida por al menos desde que obtuvo el rojo objeto que salio desde la garganta de la pitonisa. Estaba enfermo por no comer, por no dormir, no descansar y no conseguir agua que fuese bebestible, tras el ultimo pueblo que visitó las cosas se complicaron más que nunca, rodeado de lugareños los cuales lanzaron piedras, lastimándolo seriamente y persiguiéndolo varios kilómetros hasta perderlos.

Terminó perdido o al menos eso creía, sus pies ya no respondían, tampoco su cuerpo y se dejó caer, con los últimos aleteos de conciencia sintió el terror de morir, la desdicha que a pesar de todo su esfuerzo moriría como siempre temió, solo, en medio de la nada, sin poder derramar una mísera lagrima. El sol  quemaba su piel, mientras que poco a poco toda luz de vida se preparaba a abandonar su cuerpo.

Cuando volvió a abrir los ojos se dio cuenta que no estaba muerto, sentía demasiado dolor para ser el limbo, había demasiada luz natural, la cama que reposaba era demasiado cómoda y la casa donde estaba era muy acogedora para ser el inframundo. Se reincorporó a duras penas, gimoteando en el camino, sus brazos estaban llenos de vendas y hasta podía sentir la viscosidad de algún ungüento que reposaba entre la piel y la tela, sólo ruidos de la naturaleza y una increíble sensación de paz.

Se miró a si mismo y su ropa habían sido quitadas, toda la superficie de su blanca piel rozaba con la suavidad de la seda y el lino, se avergonzó por un momento al sentir su propia desnudez en una casa ajena y se sintió demasiado expuesto. Inspecciono cada rincón era una típica casa griega, las paredes altas, sin techo, pintadas de un color terracota y detalles en dorado y color tierra, columnas de un color blanco un poco sucio soportaban el peso de la fachada, se veía demasiado limpia, todo perfectamente adornado como para ser una casa perteneciente a un plebeyo.

Su primer encuentro fue casi mágico, como si el destino siempre tuvo planeado aquel encuentro, el hombre que había ingresado a la casa portaba en una mano varias hierbas mientras que la otra estaba ocupada con un ánfora donde llevaba agua, su piel, bronceada por el sol, un color  muy parecido al oro el cual combinaba casi a la perfección con la piel de león que cubría gran parte de su cuerpo, sus ojos verdes eran demasiado llamativos como para dejar de mirarlos, no había pronunciado palabra tras entrar sólo se quedo se quedó inmóvil  en medio de la habitación mirando al joven de largos cabellos azules alborotados con su cara enrojecida mientras intentaba cubrir su desnuda piel con una seda casi transparente.

—Mi nombre es Heracles— Pronunció con una sonrisa, acercándose y agachándose hasta quedar a la altura del otro. Se perdió completamente en él y en aquella curvatura de labios, olvidó quien era él, su objetivo, los largos meses de lucha, la presencia del castaño le entregaba una seguridad y armonía la cual le costaba describir, era un completo extraño el cual le dió alojo, lo curó y lo desnudó, no quería saber el porqué sólo tenía una extraña necesidad de permanecer junto a él viendo aquella sonrisa.

—El mío es Castor— Respondió de una forma que no era propia de él, demasiado avergonzada, demasiado quebradiza, aquel hombre no respetaba su espacio personal, estaba demasiado cerca, sentía el olor a oliva cerca de él, sentía que el calor del aliento del otro se adentraba en sus pulmones, estaba inspirando al mismo tiempo en que el otro botaba el aire, se preguntó por un momento que se sentiría besar a un hombre, o más bien dicho que se sentiría besar a aquel hombre y se recriminó por sus pensamientos…

***º***

—Los he llamado aquí por una razón, Saga de géminis no puede seguir en esta tierra sagrada, su sola presencia mancha toda la pureza del lugar y trae deshonra a nuestra diosa Athena— Shura tras su confrontamiento con el caballero de la quinta casa, se detuvo a pensar en que si su propio actuar era correcto, si es que el gemelo aun merecía permanecer ahí junto a ellos como cualquier otro. No lo merecía dictaminó, tras pensarlo detenidamente, no merecía morir ya que aquella vida era un regalo que la misma diosa le había entregado, pero no tenía derecho a permanecer en tierra santa nunca más.

—Necesito de su ayuda, averigüen donde se esconde, y junten más santos que quieran ver al ex patriarca lejos de aquí, y cuando estemos listos obligaremos a Saga a abandonar el santuario a sí tengamos que pasar por sobre Aioria de leo— Los santos de plata y bronce que habían sido llamados por el caballero de capricornio asintieron tras el mandato del otro, ellos también creían que lo mismo que el santo de oro, por eso mismo reunirían la fuerzas que fuesen necesarias para sacar al de cabellera azulada lejos de las tierras que protegía la diosa Atenea.

A Shura no le importaba pisar a quien tuviese que pisar para conseguir un propósito el cual el consideraba justo, no podía dormir pensando en que el otro disfrutaba de una vida plena mientras el se recriminaba una y otra vez lo que hizo por culpa de aquel maligno ser que se escondía bajo la mascara del patriarca

 

***º***

Habían logrado crear una atmosfera demasiado familiar, como si se conocieran de toda la vida, a Heracles no le molestaba la presencia del de ojos azules y Castor no tenía la más mínima intención de abandonar el lugar que ahora sentía como un hogar, varias veces se habían generado situaciones incomodas pero las hacían ver normal para una mejor convivencia, dormían juntos con el pretexto de la existencia de una única cama y aquel acercamiento de sus cuerpos por la noche los disfrazaban de sueño.

No preguntaban mucho el uno sobe el otro y ambos respetaban aquello y más aún Castor. Comprendió que el estar cerca de Heracles era suficiente, olvidó todo el asunto del cofre y los dioses. Poco a poco el castaño se internaba en su corazón con su valiente y guerrero perfil, sus sonrisas, aquellas bromas que le hacía fruncir el ceño, sus paseos por la montaña lo llenaban de armonía y amor, amor por la montaña, amor por su nueva casa y amor por Heracles.

—Nunca te pregunté porqué me rescataste — Siempre tuvo la duda pero en pos de una buena convivencia no se atrevía a preguntarlo, pero su naturaleza curiosa no lo permitió por mucho más tiempo, pero a su pregunta sólo recibió una sonrisa seguida por un silencio, entonces creyó que su duda no sería respondida al menos no en esta ocasión.

—Sígueme— Se avergonzó al sentir los calidos dedos del otro enlazarse con los propios, no renegó el tacto y disfrutó cada segundo en el que sus manos estaban unidad. Heracles lo dirigió hasta un claro en el cual la sombra de los árboles no llegaban y el sonido del agua de un arrollo adornaba el lugar, el hombre que vestía con la piel de león lo guió hasta un campo que rebosaba en flores de color azul hasta donde su vista alcanzaba a ver, paró en un punto y se giró para ahora enlazar ambas manos.

—Estas son mis flores favoritas, cuando te encontré moribundo recordé estas flores, ví en ti la misma hermosura y me ocurrió lo mismo que cuando encontré este campo por primera vez... me enamoré de las flores y me enamoré de ti con sólo un vistazo— Castor no sabía como reaccionar, tanto sus manos como piernas temblaban, su corazón latía hasta sentirlo en sus propios oídos, sentía un calor que subía hasta su rostro, ardía, se derretía o eso era al menos lo que el sentía, el otro lo veía con un brillo en su verdosa mirada y una ligera sonrisa en su rostro.

Sus cuerpos instintivamente se acercaron aun más, con expectación, con nerviosismo de parte de ambos, sus bocas se acercaban cada vez más, sus alientos se entremezclaban mientras se dejaban llevar por aquel mágico y añorado momento que estaban viviendo, sus labios se unieron por completo, se besaron, con entrega, con amor, como si el mundo se fuese acabar, estaban en sincronía y se aventuraban a jugar con sus lenguas y mordisquear los labios del otro, se separaron y se miraron agitados, una pequeña risa se escapó de la boca de ambos para terminar abrazados entre aquel campo de flores que se confundían con los largos cabellos de Castor.

***º***

— ¿Saga, podrías venir al patio por un momento?— Esa había sido la voz de afrodita que lo había desconcentrado completamente de sus pensamientos, le parecía extraño que el caballero de picis no entrara al cuarto pero no quiso pensar de más, probablemente tendrían otra larga conversación en donde nuevamente intentara convencerlo en al menos considerar hablar con Aioria. Era algo que había pensado demasiado pero aun  no estaba preparado para aquello, al menos no en ese momento.

— Saga—Fue un susurro, casi una caricia que toco su rostro con suavidad y lo hizo voltearse al lugar de donde fue pronunciado su nombre a pesar de la poca ganas de hacerlo porque ya sabía de quien se trataba, el rápido latir de su corazón había delatado al otro antes de llamar por él, y tal como lo había pensado hace un rato atrás aun no estaba listo para verlo, no estaba listo para odiarlo, no estaba ni si quiera cerca de aborrecerlo.

El lenguaje corporal del otro demostraba a toda vista lo que pasaba con Aioria,  su mandíbula apretada al igual que sus puños, sus hombros tensos, la ligera curvatura de sus labios, el león estaba nervioso, así lo veía y  Saga sólo esperaba que no se trataran de malas noticias, no soportaría alguna otra sorpresa del castaño, su corazón no aguantaría.

— Dime lo que tengas que decirme— Parco y reacio a propósito, hasta él mismo sabía que su actitud había sido forzada. Aun seguía molesto por lo ocurrido pero a la vez le restaba importancia porque realmente el no había vivido nada de lo poco que le contó Aioria, sólo podía pensar e imaginar, una tarea la cual mentalmente había rechazado a realizar por una cosa de salud propia y no amargar más su vida, lo que sea que hubiese pasado no quería saberlo, o más bien si quería  pero sería cargar con otra angustia más a su vida.

— Sé que no me necesitas, que no quieres verme y no te culpo por ello, todo esto es mi culpa como ya lo te lo dije, pero al menos déjame protegerte, déjame ser tu amigo, ganarme tu confianza, cualquier cosa es mejor que tenerte lejos de mí— Enlazó su manos con las de él y Saga no lo había rechazado, un dolor se posiciono en el centro de su pecho, una corriente eléctrica parecía pasar por sus manos a  través de los dedos de Aioria y derepente la realidad se mezclo con un pasado muy lejano, se mezcló con una brisa primaveral, con un campo de flores azules tras la figura del castaño, se mezcló todo aquello para formar un sentimiento de felicidad que se esparcía por todo su torrente sanguíneo.

 Había perdido, se declaraba como el perdedor, pero jamás se había sentido tan feliz de ser el perdedor en algo, el ardor de las lagrimas comenzaban a brotar tras de sus parpados hasta colarse hasta la comisura de sus ojos, Aioria lo había quebrado y vuelto a armar. Apoyó su rostro contra el hombro que era cubierto por la armadura dorada, la cercanía de tener al otro junto a él los llenaba a ambos y ese ligero tacto de sus manos aun permanecía sin intención alguna de desaparecer.

— Esta es la última oportunidad para nosotros Aioria, por favor no la desperdiciemos— Sus ojos se encontraron, sus alientos se mezclaron y Saga fue el que guió su boca hasta la del otro invitándolo a seguir el beso, sintiendo la suavidad de los labios del otro, disfrutando la sensación que sentían al reconocerse el uno al otro, sus lenguas jugando, conociéndose, explorándose y sincronizándose y adaptándose a un ritmo que ellos mismo habían creado.

Aioria desenlazó una de sus manos para tocar el cabello de Saga, acariciar su rostro y tocar su labios, por un instante se impresionó por la avergonzada cara que ponía el gemelo, era algo nuevo para él, las reacciones de Saga después de besarse, al mirarlo fijamente, al acariciarlo, quería saber todo de Saga, quería conocer hasta el más mínimo detalle del otro, Saga veía los ojos de Aioria con un brillo especial, asombrado, como la cara de un niño que encuentra algo especial, porque así era para Aioria habría encontrado una de la cosa más fascinante  y especiales de todas.

— No me atrevería  a perder una oportunidad como esta—Ambos se sentaron en uno de los escalones quedando mirando al campo de rosas sin saber como continuar, si hablar, si besarse nuevamente, ¿Cómo era que debería seguir algo que ya había empezado? Saga era demasiado rápido, adelantándose a cada decisión que el pensaba tomar, sintió el cuerpo del otro recargarse a su costado, el león se quedó estático no queriendo perturbar la cómoda posición que haya adoptado el gemelo, sin querer romper el momento y disfrutando de un silencio el cual no era incómodo para ninguno de los dos.

— Te amo— Aioria se atrevió a confesar, Saga lo escuchó pero aun no estaba seguro que debería responder, recién descubría lo que sentía, recién se aventuraba a entregar un poco de sí a alguien, algo que nunca había hecho, no quería pensar que la vulnerabilidad realzaba cada emoción que sentía, pero hasta que no estuviese seguro de sí mismo no sería capaz de entregarle una respuesta tan digna como la que el otro le entregaba, así que sólo mantuvo un silencio. Aioria lo entendía, no era que le agradara, pero al menos podía intentar comprender lo que Saga pensaba, su actitud había sido temeraria y si lo pensaba bien en ningún momento esperó una respuesta del otro, sólo hizo lo que sintió en el momento.

— Lamento…Lamento lo que alguna vez hice y todo lo que te cause, aun no entiendo como pudiste seguir buscándome después de todo lo que provoqué— Su voz era frágil, su mirada estaba fija en el horizonte mirando como con cada minuto que pasaba el color del cielo cambiaba de naranja a rosa, de rosa a dorado y en un momento los tres se entremezclaban en los cielos, el ocaso estaba cerca y  la noche comenzaba a hacer su acto de presencia. Lo sentía de verdad, las palabras que mas ahondaban en su corazón eran aquellas las que más costaba sacar a flote de una manera clara, estuvo gran parte su vida siendo controlado por Arles, disfrazando lo que pensaba, lo que sentía, pero ahora ya no podía ocultarse tras una mascara, estaba expuesto, se sentía casi desnudo pero no le molestaba ser así de sincero, al menos no con Aioria.

— Quien diría que tú y yo terminaríamos así— Aioria esbozó una sonrisa  y dejó entre colar un ligero suspiro entre sus dientes, recordando los momentos vividos hasta ese punto, pasó su brazo por detrás de la espalda de Saga y dejó descansar sus manos sobre el hombro de él— Yo tampoco entiendo del todo como nació todo esto, pero no me desagrada para nada que esto esté pasando—El menor junto su frente con la del otro de improviso, sorprendiendo a Saga. Se sentía intimidado y pequeño frente a la mirada esmeralda del dorado, ¿Lo quería?, ¿Lo amaba?, ¿Lo deseaba? Aquello no le importaba, sólo sabía que las cosas cerca de Aioria se sentían demasiado calidas.

Un carraspeo de garganta y un tosido mal fingido irrumpió el momento de la pareja, Afrodita había aparecido ante ellos y al verlo parado ahí inmediatamente mantuvieron cierta distancia, ellos aun no se acostumbraban a la idea y no esperaban ventilar su “relación” cuando apenas comenzaba, el caballero de picis reía disimuladamente frente a la reacción de los dos hombres frente a él, pensó que hacían una linda pareja y se reprochó por tomarlo todo de una manera tan relajada y normal.

—Es hora de comer ¿Te nos unes, Aioria?— Afrodita preguntó restándole la importancia a lo que recién había presenciado, ambos chicos se levantaron de los escalones y Saga miró a Aioria esperando la respuesta a la pregunta que picis le había formulado.

—Sería un placer pero creo que por hoy paso, pero gracias de todas maneras— De cierta forma tanto Saga como afrodita agradecieron el gesto, hubiese sido una sobremesa demasiado incomoda, repleta de miradas cruzadas y silencio sepulcral— Nos vemos mañana entonces Saga— El castaño se le acercó y besó su mejilla, mientras el gemelo se quedaba estático por la acción del otro, no le molestaba, y de hecho esperaba algo más pero la presencia de Afrodita no permitía más que eso.

Le dedicó un ligero adiós apenas audible para que sólo Aioria lo escuchara y vio como el dorado de la quinta casa abandonaba el templo de los peces, pero aun no podría relajarse a pensar y a disfrutar en silencio todo lo que el día le había entregado, la mirada inquisidora de Afrodita se lo dejaba entrever, preguntas, más preguntas con detalles, muecas, risas y además debía preguntarle del porqué lo había engañado para que fuera al patio, para lo cual ya suponía una respuesta del otro, se lo imaginaba con sus expresiones, su cara, su tono de voz particular y ese ligero aleteo de pestañas cuando sabía que tenía la razón

“Para que algo como esto pasara querido Saga” esa sería su respuesta.

***º***

Una mañana en particular escuchó a Heracles abandonar la cama sin emitir ruido, el sol aun no se animaba a salir pero se notaba que pronto lo haría, algo en su corazón le decía que siguiera al castaño sin que este se diera cuenta y así lo hizo. Vio una silueta dorada de un hombre que se presentó frente al otro y por unos instantes Castor se paralizó, no creía que pudiera ser cierto, aun no era momento de generar hipótesi alguna, debía escuchar desde la lejanía, pero con cada segundo que pasaba su corazón le advertía que algo malo estaba  a punto de pasar.

Escucha de la boca de Heracles escuchar decir la palabra “Zeus” y “padre” en la misma frase con lo cual sólo tuvo un revoltijo en su estomago y un gran golpe sobre su espalda, mareos, todo se venía abajo o así lo sentía, lo podía palpar entre sus dedos pero la esperanza opacaba la voz que le gritaba que huyera de aquel lugar.

Las palabras de Zeus habían sido claras “Mata al traidor que quiere atentar contra los dioses, mata al sujeto que albergas en tu casa, al traidor que robó el tesoro de Apolo” Heracles sólo asintió y las palabras que le dijo al dios terminaron de romper en pedazos su corazón.

“Yo mismo llevaré la cabeza del traidor hasta el mismo Olimpo padre, es una promesa”

Zeus desapareció, Heracles sacó la  daga que escondía entre su ropa mientras caminaba con furiosos pasos hasta la casa que ellos dos compartieron, donde se amaron, donde se quisieron. Castor no se atrevió a seguirlo, no lo iba a escuchar, el de cabellos azules observó la gema que colgaba de su cuello y se propuso en seguir con su plan original, todos los dioses lo pagarían y el mismo se encargaría de aquello.

El camino que eligió fue el contrario a Heracles, sus caminos se habían separado, dividido ya no Vivian el uno para el otro y ya no había necesidad de seguir juntos o al menos eso era lo que Castor pensó.

***º***

Aioria esa noche no tardó en dormirse, estaba cansado las emociones de ese día lo habían dejado agotado, sus ojos se cerraban lentamente mientras que poco a poco con cada cerrar de sus parpados la figura de  un hombre aparecía frente  a él.

Su cuerpo estaba sumergido en la oscuridad no lograba ver nada a su alrededor, no sentía sus brazos, su manos y nada de su cuerpo, sólo sabía que estaba vivo en algún lugar, una voz resonó en su cabeza, una voz poderosa la cual al parecer conocía y no sabía de donde.

— La historia se repite hijo mío, por mi culpa y egoísmo, los hice sufrir a ambos y fue por mi culpa que la catástrofe casi acaba con todo, esta vez no seré yo, las manecillas del destino se comienzan a mover, ocurrirá otra vez lo que pasó hace miles de años, aquel dios renacerá como el ave fénix y ahora es tú deber detenerlo, sólo tú puedes ayudarlo y ayudarnos a todos— Era Zeus eso lo sabía pero a la vez dudaba, entendía muy poco lo que el otro hablaba, pero era algo demasiado importante, así lo presentía escuchó atento cada palabra hasta que frente a él apareció un collar, con un dije que brillaba como el mismo sol, su propio cuerpo se materializó con cada rallo frente a él, y sobre una de sus manos calló aquel cristal.

— No hay manera de detenerlo y su existencia volverá una y otra vez, esta gema se pulió con el poder de cada dios existente, esta gema no suprime su destructividad sólo le entrega a su portador la capacidad de controlarla, ahora todo está en tus manos Aioria de leo de que la desgracia no ocurra nuevamente y cerrar este ciclo— El sueño  comenzaba a desmaterializarse mientras perdía la noción de que era un sueño, los últimos rastros de la voz de Zeus se desvanecían como el sonido de una brisa.

Aioria despertó de golpe y sintió como algo cayó desde su mano al suelo de la habitación, aquella era la misma gema que se apareció en sus sueño, aquella que iluminó toda la oscuridad, pero la pregunta era ¿Que significaba todo aquello?, ¿Por qué Zeus le encomendaba tan importante misión? ¿Cómo era posible que existiese alguien tan poderoso como los mismos dioses, alguien tan poderoso que obligó a cooperar entre todos ellos para apaciguar el poder de un solo dios?

Aioria suspiro pesado, aun seguía demasiado cansado para pensar en algo más, dejó el collar dentro del segundo cajón de su mesita auxiliar para volver a cerrar sus ojos y dar por terminado aquel especial día.

Saga esa misma noche no estuvo a salvo de sueños extraños, casi reales y  reveladores, era parecido a uno de los sueños que una vez tuvo, estaba parado frente a la gran e imponente estatua de la diosa Atenea, dentro de su bolsillo izquierdo la gema roja parecía brillar con vida propia como si estuviese llamando a algo,  a algo tan obscuro como la noche, y frente a él aquel libro color ébano con el cual todo había comenzado cambiaba su forma, sus hojas desaparecían volviéndose polvo y la tapa se transformaba en una llave negra, que era depositada en su mano.

Saga despertó aturdido y confundido por el sueño, sintió la dureza y la helada sensación del hierro sobre su mano. Apoyó sus manos contra el colchón y se reincorporó, era imposible que fuera la misma, no había razón lógica que algo así ocurriera, pero la lógica había abandonado su vida desde que llego al templo, una angustia del pasado se apoderaba de él, la sentía propia, la sentía suya y de nadie más,  cansado intentó dormir nuevamente no lográndolo, el color negro sobre el velador lo incitaba, lo seducía, le susurraba algo, no era algo malo, tampoco algo bueno, la llave susurraba ansias de libertad, ansias de volver a ser uno.


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