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Pure Heroine por hexotic

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Su primer tatuaje fue debajo del pecho a los quince años, un desconocido que empezaba en el negocio se ofreció a tatuarlo a cambio de una cajetilla de cigarros y un encendedor económico; él escogió una frase corta que tradujo al inglés -la tediosa tarea de algebra fue abandonada por horas hasta poder conseguir el significado que más le parecía-; aquellas palabras le habían dando vueltas por la cabeza desde el domingo anterior, la estación de radio que su dentista escuchaba era extranjera para el lugar, pero el idioma llegaba dulce y melodioso para Jongin, su lengua materna producía eco por las paredes violetas hasta llenar de nostalgia al joven, incluso la letra de la canción motivaba más ese sentimiento de melancolía.

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El soplo gélido otoñal que lograba colarse por la ventana –después de golpetear sin mesura durante horas- traía consigo pequeñas hojas en diferentes tonalidades de amarillos, éstas caían rendidas en la tarja y otras más aventuradas se pegaban con la leche casi seca y a veces cuajada de los bowls que solían dejar despreocupadamente a lo largo de la cocina.

                Algunos pájaros entonaban suaves melodías, trinando en varios tonos que cambiaban al mismo compás que los colores en el cielo, los rojizos y naranjas se descomponían entre las nubes y dejaban ver poco a poco el sol, vista que Jongin encontraba maravillosa, la altura a la que se encontraba el departamento le permitía ver aquel espectáculo con lugar privilegiado, pero esa era su último amanecer en el lugar por los siguientes meses.

El día anterior tenía que haber empacado sus cosas pero todas estaban tan desacomodas y esparcidas por el lugar que prefirió pedirle ayuda a su primo Jongdae, con quien compartía el departamento. Las ojeras de ambos eran notorias, en la noche anterior y de último momento al mayor se le ocurrió rentar videojuegos y se les fue la noche tratando de averiguar cómo pasar de nivel (ese era uno de los pocos momentos cuando Jongdae se lamentaba de su pésimo inglés y Jongin reía por lo bajo mientras tomaba más palomitas de la bolsa).

—Quita ese gesto, parece que te orinaron en la cara. —Dijo Jongdae entre risas mientras doblaba camisetas, él odiaba todas aquellas prendas con cuadros, fuese la tela que fuese, pero el menor parecía apreciarlas a montones. La tensión en los pocos momentos que compartían (y que se hacían tediosos cuando el mayor no hacía bromas) era bastante notoria, incluso con años de vivir juntos aún no habían llegado al punto de comprenderse o llevar las cosas naturalmente, los silencios eran tan incómodos como la mirada perdida que Jongin solía poner, acompañada de una mueca indescifrable.

 

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“Solo me dejé llevar”, decía en la declaración escrita que el abogado había entregado a Jongdae una semana antes.

Jongin había sido arrestado al regresar en una fiesta a las afueras de la ciudad, su mejor amigo Sehun (el cual Jongdae tenía personalmente marcado en su lista negra desde muchos inviernos atrás) tenía pocos días de haber llegado de un largo viaje a Tokio, donde sus excéntricos souvenirs no eran solamente aparatos tecnológicos -según la declaración de otro chico involucrado-, tenía varios paquetes con alucinógenos ilegales de la isla y algunos otros de drogas más conocidas escondidos por toda la casa; la propiedad en donde se habían reunido pertenecía a la familia de Sehun, pero al ser una de las tantas ya llevaba tiempo deshabitada, solo siendo utilizada en las fiesta de éste y como almacén de su pequeña adicción.

Roppongi en Japón era el lugar de donde provenían todas las recientes adquisiciones del joven amigo de Jongin, aquella parte de Minato que vivía la adrenalina de la vida nocturna, esencial para la sobrevivencia de Sehun.

 

 Las dosis de droga repartidas en paquetes diferentes  –una lista amplia y específica que la policía se había encargado de catalogar estaba anexa a los documentos-, se diferenciaban por la manera en que fueron finamente empaquetadas: muchas drogas iban ocultas tras pequeñas hojas de bambú que habían sido cosidas hasta crear un envoltorio fuerte y resistente, otras en bolsas comunes de plástico con cierres herméticos, ciertas hierbas tenían su lugar en cajas minimalistas de madera con grabados hermosos y, la heroína que Jongin llevaba en el asiento trasero de su auto al momento de ser arrestado en la carretera, se diferenciaba por estar envuelta en hojas de cerezo, también cosidas y con un ligero toque fresco, incapaz así de despistar el olfato de los perros de reconocimiento.  

No era la primera vez que la policía detenía a Jongin, pero sí la primera vez desde que había cumplido la mayoría de edad.

 

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Las flores se empapaban y sus colores palidecían igual que el cielo, sus recuerdos se difuminaban como el camino que se alejaba de él, solo unos cuantos permanecían en el espacio, siendo atraídos y devueltos como simples hojas.

 

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El hombre que lo había tatuado se llamaba Joonmyeon, un chico mayor que él por unos cuantos años, estudiante de música clásica en el departamento de artes contiguo al de su primo, ellos se conocían de nombre, nunca hablaron más de lo necesario.

Se conocieron en la tercera semana de abril, el calendario indicaba 2009 y fue una semana llena de días soleados con fuertes vientos que casi arrancaban árboles desde la raíz –no exactamente, pero Jongin lo recordaba como un día único, algo debía de destacar cuando lo relataba-.

Días antes de dar el gran paso, Jongin llamó a su madre y a la madre de Jongdae para pedirles dinero, les mintió diciendo que el colegio requería un pago inmediato o le expulsarían y, dado a que era bueno mintiendo, pudo conseguir hasta más de lo solicitado, todo cortesía de la abuela, nunca le negaría nada a su nieto favorito.

 Lástima que gastó más de la mayoría en alcohol de mala calidad que terminó en el estómago de Sehun (de todos sus amigos, solo él sabía lo que haría con el dinero, los demás creían que comprar alcohol y gastar en cigarros que todavía no sabían fumar era la única meta Jongin con sus sucios trucos).

 

 

 

Joonmyeon ni siquiera trabajaba en aquel lugar. Se había quedado a cuidar el local en lo que sus amigos salían y compraban cerveza para ver repeticiones del Súper Tazón; para cuando llegó Jongin se sentía ansioso, le contó que había practicado en hojas pero ninguna experiencia en su historial; sus amigos habían tardado ya tanto que terminó por mostrarle sus propios diseños, inspirados en su país natal y algunos simbolismos de su cultura, cosa que el joven rechazó sin tratar de ser grosero,  aquella frase que tenía anotaba en un papel de libreta necesitaba estar en él, ni la sonrisa sincera del mayor le convencía de cambiarla.

 

Fue doloroso para Jongin: su piel era sensible y no hacía mucho acababa de darse un baño caliente después de su práctica de boxeo, la piel le ardía un poco y estaba tan perceptivo al dolor que tomaba grandes bocanadas de aire que dejaba salir de poquito y poquito. No quería parecer un cobarde.

 

                Joonmyeon tomaba la tinta con cuidado y leía dos veces las palabras que tenía que impregnar en la piel. Se sentía orgulloso y confiado de su caligrafía, alzaba las cejas en suma concentración y mordía su labio inferior cuando la punta de la máquina tocaba al pequeño,   lanzaba un trazo y sonreía para si mismo al ver que todo combinaba hermosamente, por ser su primer trabajo solo le pidió al menor que le comprase unos cigarros y tuviera un buen día.

                El encendedor era cortesía de Jongin.

 

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Se volvieron a ver en junio, ambos coincidieron en una fiesta en los barrios bajos, aquellas que los conocidos de Joonmyeon solían realizar sin miedo a ser descubiertos y en donde Sehun se había hecho de varios amigos, de muchos buenos amigos que después le meterían en más problemas y, por su puesto, en más drogas.              

 

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Jongin no era una persona de palabras y Joonmyeon hacía más de lo que su cuerpo podía coordinar.

Sehun aseguraba que el momento que «todo comenzó» era casi la cabeza de Jongin en los labios del otro, siempre contaba la historia con ruidos obscenos y risas maníacas, las redes sociales estaban en su apogeo y había un álbum dedicado a ese beso, la descripción variaba entre: “ese día solo hubo acción, no sabía si grabarlo o vomitar” y “vomité unas horas después de todo”.

 

 

Joonmyeon era dos personas: el amable estudiante de música que tenía tantos buenos valores como porciones de cocaína en los bolsillos y, el Joonmyeon del otro mundo, aquél que se ponía tan alto y caía tan lento, aquel invencible en tontas competencias donde el único premio era seguir arriba con más y más por toda la noche y, a veces, por días.

(Jongin amaba ambas dos por igual, no podría vivir sin una ni la otra)

 

 

Jongin no era una persona de pensar las cosas dos veces, ni siquiera de analizarlas, pero Joonmyeon si lo era, no quería juntar demasiado al más joven en sus cosas, no tienes edad, le repetía mil veces, Jongin le ignoraba millones más.

 

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Jongin brincaba en su asiento con desesperación, mientras sus torpes y temblorosas manos trataban de desabrochar el cinturón de seguridad, el sudor y adrenalina recorrían su cuerpo como grandes corrientes eléctricas, sus ojos miraban para todos lados, la carretera parecía tener curvas exageradas y pronunciadas cada dos segundos y el límite de velocidad había sido olvidado minutos atrás.

                Sus ojos trataban de enfocarse en la oscuridad y evitar pensar en la horrible sensación de mareo y ganas de vomitar que le producía el momento, quería salir del auto y sentarse a respirar al borde de la carretera por solo unos minutos; habían salido horas antes de Nueva York con destino al este de Ohio, era la segunda boda del padre de Joonmyeon y algunos paquetes de droga en el asiento trasero se escondían debajo de la camisa que Jongin se había quitado con el calor infernal que se producía dentro del automóvil, el aire acondicionado seguía sin ser reparado, todo un infierno andante para ambos.

Aún así, al comenzar el viaje tenían tiempo suficiente para hacer paradas y llegar con todo el tiempo necesario a la fiesta, pero un neumático descompuesto, el calor del momento y la droga escondida llevaron de una a otra cosa y ya estaban más de dos horas retrasados, ambos con los ojos rojos y mente en otro lado, Joonmyeon manejaba peor que los ancianos en su estado normal, pero unos ligeros impulsos en polvo lo habían incitado lo suficiente para arrancar a toda velocidad y casi morir en la carretera.

 

 

El mayor permaneció inconsciente por casi tres días, Jongin rezaba en voz baja y ronca junto a su cama cada amanecer y al ponerse el sol.

Joonmyeon al despertar solo dijo que había renacido al igual que Jesús. Jongin solo lo abofeteo.

 

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Era otra de esas relaciones no establecidas, sin títulos, sin citas en parques o cenas ocasionales. Joonmyeon no era tan formal como aparentaba, pero hacía gestos que le hacían honor al  apodo que le habían puesto sus amigos, el ‘Príncipe’.

Tenían cosas en común y peleaban como cualquier pareja, viajaban a lugares cercanos en fines de semana y Jongin se sentía la persona con más suerte cuando el mayor le recogía en la escuela, Sehun se moría de envidia porque su estúpido novio solo mandaba al chofer por él.

 

 

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Jongin era más tierno, con más necesidad de afecto. Le robaba besos al mayor antes de dormir y reía entre de los brazos de Joonmyeon mientras buscaba calor humano. Joonmyeon a veces se sentía más enamorado que nunca y le cantaba al oído, movía su cabello con suma delicadeza,  y le besaba la frente.

Palabras cursis, dulces y de todo ese tipo eran dichas entre sueños más que despiertos, parecía ilógico, se expresaban más al estar uno al lado del otro que con palabras ya establecidas, era ese amor mudo y fuerte que muchas personas desearían experimentar al menos una vez en sus vidas.

 

 

 

Jongdae regresaba a Corea en invierno y las primeras noches que pasaron juntos fueron improvisadas, ambos dormían en la sala, con montones de cobertores ya que el invierno pegaba con fuerza, la luz la dejaban prendida porque la puerta principal no tenía chapa y era fácil que la gente entrara; además, la unidad de departamentos se encontraba justo al lado de una obra en construcción y los asaltos eran habituales de vez en cuando.

Jongin gemía ‘Príncipe’ cuando los momentos íntimos parecían practicados o cuando el mayor parecía estar de mal humor; la respiración entrecortada y sus mejillas coloradas eran suficientes para llevar insano a Joonmyeon y decirle entre risas que gritara más. Besaba el tatuaje que él mismo había hecho y junto a su piel decía que la frase no era cierta.

 

Ambos colocaban sábanas y almohadas a su alrededor para que no cayeran directamente sobre el frío y duro piso después de consumarse los efectos de lo que fuese que tomaran. Se quedaban bajo una sábana solamente y Joonmyeon podía ver la perfección de Jongin solo para él, el mundo no tenía tan privilegio en aquel momento tan encantador (exceptuando los ronquidos que éste producía, solían quedar fuera de lugar en los momentos de inspiración del mayor.) A veces quedaba junto a él hasta pasado el amanecer, sin pegar sueño y dejaba agua y comida en el horno para más tarde; después de años de intentar, había conseguido trabajo en el negocio de sus amigos, le dolía dejarlo tan solo e indefenso por las mañanas, pero siempre volvería por él.

 

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Jongin fue arrestado varias veces con Joonmyeon por consumo de drogas y  para su buena suerte, no eran más que sanciones menores y algunas malas notas en su expediente.

 

(Jongdae fue a pagar muchas veces la liberación de su pequeño primo y la de Joonmyeon, siempre estuvo enamorado del mayor pero eso nunca a nadie se lo contó.)

(La familia es primero.)

 

 

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Llegaron a vivir juntos un tiempo, Jongdae tenía que crear pretextos cada que su tía o abuela llamaban, cubrir a Jongin era su rutina y no podía hacer nada más que cuidar al pequeño niño.

 

 

Podía decirse que Jongin no se preocupaba por la casa, solamente de su pequeña colección. Solía guardar y limpiar las cajas de los cigarros que fumaba, la mayoría era gold marlboro, tanto en blanco como en negro, predominando más al último; las acomodaba sobre una repisa, las llenaba de gipsófilas y cuando estas se secaban, las metía a un frasco vacío de café, las pequeñas cajas  las volvía a llenar de esas pequeñas flores y cuando el frasco de vidrio estuviese lleno, con sus manos las  deshacía y arrojaba desde el balcón. Era una costumbre.

Joonmyeon regresaba de trabajar antes de las veintidós, compraba pan de caja y mermelada los jueves y en los finales de mes era recibido por pétalos sobre su cabello, corría por las escaleras de servicio hasta el departamento y abría con un golpe de cadera, dejaba las cosas sobre la mesa y buscaba al más joven por todo el lugar, le aprisionaba entre sus brazos mientras le besaba el cuello, Jongin tenía ese sabor entre suyo y paraíso.

 

 

El padre de Joonmyeon nunca le perdonó a su hijo el haber faltado a su boda –se hacía sordo al hecho de que éste casi muriera en el accidente que le impidió llegar-, además de la ‘gran falta de respeto’ que significaba el que tuviera de pareja a Jongin, la simple idea de que su hijo menor fuera gay le irritaba, «se esperaba más de él.»

                El señor les visitó en repetidas ocasiones, en la primera trató de no ser tan descortés con la pareja de su hijo, su nueva esposa era más joven que Joonmyeon pero le controlaba como si tuvieran ya una vida juntos y era muy amable con ambos, pero no se veía feliz.

 

 

Jongin no podía decir que era felicidad, pero al menos, la sentía con Joonmyeon, sabía que estaba ahí cuando le llamaba por su nombre.

 La mayoría de la gente se refiere a sus parejas como sol, luna o estrellas, pero Jongin sabía que él era como su tierra, un lugar firme en el cual se podía apoyar, brincar, hincarse a llorar o simplemente quedarse ahí, era la estabilidad en su más retorcida manera, ambos se podían poner tan mal que no recordaban lo que habían hecho días anteriores, pero al estar juntos, incluso en esos momentos de perdición masivos, no había nada más que aferrarse el uno al otro, tocarse hasta volverse una sola existencia, sentirse mientras sus manos navegaban por lo largo de sus cuerpos, respiraban a través del otro porque si no es estar destinados ¿cómo se le puede llamar a eso? Su relación no se basaba en expresar todo el tiempo con palabras, era persistencia con lo material que su mismo vivir podía demostrar, era sentirse hasta no dejarle al resto de humanidad una sola pizca de la perfección de ese amor. Sí, otros se prometen la extensión de las cosas o lugares para medir el amor que se tienen, que el cielo es infinito como lo que sienten, pero ellos no buscaban lo que otros prometían, el infinito se crea desde adentro.  

El padre de Joonmyeon juraba saber todo sobre su hijo, pero siempre le había fallado el descubrir por qué sus ojos siempre estaban en la distancia.

Hasta que un día lo descubrió por si mismo: eran paquetes pequeños apilados debajo de la lavadora, el perro que tenía su esposa no dejaba de ladrar por la madrugada y el señor estaba casi a punto de lanzarlo por la ventana, pero creyó que había una rata y prefirió buscar.

Al día siguiente, antes de que Joonmyeon pudiera ir a trabajar, su padre había marcado a un centro de rehabilitación. Jongin regresó a su antiguo departamento con su primo y con un corazón roto.

Prometió quedarse sobrio en lo que el otro salía de recuperación, seguía su vida normal y hasta había conseguido entrar a la universidad, su madre hablaba con él por video-chat y solo regresó a Seúl cuando su abuela falleció.

 

El lugar en que estaba Joonmyeon era al norte de Kansas City y no tenía acceso a visitas. Volvieron a darle empleo a cientos de carteros con las cartas que se enviaban. La mayoría hablaban de lo mucho que apestaba la vida sin el otro, aun así, los te amo estaban descartados.

 

 

 

Jongin se consideraba con suerte cuando supo que su condena era de solo un par de meses en un centro de rehabilitación, no el mismo que Joonmyeon pero si menos tiempo padres  y un par de cientos de horas de servicio a la comunidad, Sehun había salido bien librado gracias a los contactos de su novio, después ambos se mudaron a Canadá, de donde el otro era originario.

 

 

 

 

Jongin soplaba aire caliente entre sus manos, ambas cerradas en puños mientras temía por la derrota de su equipo y pedía en voz baja que ganaran o no habría sentido en las palabras altaneras que había lanzado contra Luhan: había apostado todo lo que le quedaba para el resto del mes a un equipo que iba bajo en las expectativas para la temporada, pero su fe en el equipo era más grande que el miedo a la derrota (y su ego ya había sido pisoteado muchas veces por su amigo, no había tanto a qué temer).

(No había notado al hombre sonriente a su lado, era la misma sonrisa de años atrás, igual de cálida y esplendorosa.)

Se reencontraron un jueves de febrero viendo un partido de fútbol bajo la lluvia, ambos iban mojados de pies a cabeza, miraban la televisión de una tienda de electrodomésticos desde la parte de afuera en pleno centro de la ciudad. Era cuarto para las diecinueve, el partido iba en el primer tiempo y la lluvia parecía no tener fin.

(Eran casi dos años sin verse)

Se besaron como nunca antes y como desde ahí al futuro siempre sería, Joonmyeon le dijo ‘Te amo’ al mismo momento en que terminaba el partido, había dos triunfos en la misma noche.


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