En uno de los pocos días que tenía como “libres” Roronoa Zoro, salió del castillo de su maestro con la intención de dar un pequeño paseo para librarse de Perona que no dejaba de quejarse por todo.
Claro que, termino perdido, en una zona de la isla que nunca había visto, llena de edificios, o los escombros de estos, llenando todo el paisaje, prácticamente todos estaban totalmente destruidos a excepción de uno.
Con curiosidad, el peliverde se acercó hasta quedar frente a un enorme portón, el edificio era una capilla o algo parecido. De pronto una melodiosa y dulce voz se empezó a oír desde dentro.
-~Pequeño espadachín… ¿Qué es lo que tu corazón anhela?~
Como si estuviera hipnotizado, entro lentamente a la construcción, sin darse cuenta de que una pelirosa lo observaba desde el cielo.
-~Mi pequeño niño, ven aquí… Eso es, recuéstate en mis piernas~
Por alguna razón, Perona no podía entrar, lo que antes había sido una puerta ahora era una pared sólida, que no podía atravesar aun con sus poderes.
-~ ¿Deseas volver con tu capitán? ~
Zoro negó con la cabeza, sin atreverse a hablar, se sentía tan cómodo en ese lugar, la temperatura era perfecta y esa bella mujer que le hablaba mientras acariciaba su cabeza solo lo hacía sentirse mejor.
-~Tu alma es tan pura…aunque tu cuerpo este lleno de cicatrices y heridas. No quieres decir tu deseo por que lo consideras egoísta… ¿Verdad? ~
Esta vez asintió y desvió su mirada, sonrojándose al verse descubierto.
-~Yo te ayudare pequeño… pero debes tomar la forma de tu alma, ¿éstas seguro? ~
Zoro cerró los ojos, en ese momento no sentía miedo, inseguridad, ni nada parecido, aspiro una enorme cantidad de aire, antes de dejar salir un apenas audible “si…”
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Mihawk llegó a su castillo después de un día de viaje por asuntos de Shichibukai, esperaba encontrarse a su alumno entrenado afuera o escuchar los gritos de la chica fantasma, pero todo el lugar estaba extrañamente silencioso.
Con recelo avanzó hasta el comedor, sorprendiéndose al ver a un babuino ahí, que sostenía un pequeño bulto blanco y tres katanas más que familiares. El animal al notar su presencia, se acercó hasta el hombre lentamente, dejó las espadas en el suelo y con delicadeza le ofreció el bulto que ahora se movía.
A punto de usar su daga para acabar con la vida del animal, unas pequeñas orejas se dejaron ver entre el manto, seguido de la cabeza y un cuerpo felino, terminado en una cola.
Ahora, he aquí un dato que quizás no conocían del espadachín más fuerte del mundo, es que no puede resistirse a los gatos, o en este caso, a un pequeño tigre, así que desechando de inmediato la idea de cortarlos, acepto al minino y para cuando iba a dirigirle una mirada al simio, este se había esfumado.
Un ronroneo y la sensación de una cabeza restregándose contra su pecho lo sacaron del pequeño trance en el que se encontraba. Miro al felino, estudiándolo, su pelaje en lugar de ser naranja, era verde, con sus rayas negras, recorriendo todo su cuerpo, en un extraño patrón, en la pata delantera izquierda tenía una mancha, como si tuviera algo amarrado.
-Hmm, me recuerdas a cierto mocoso… -rascó las peludas orejas antes de agacharse y recoger las espadas.
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Zoro se negaba a abrir los ojos, estaba tan a gusto, podía sentir el calor que emanaba el cuerpo de Mihawk, y no se hubiera dignado a despertar, si no fuera, que el humano, lo tomo y comenzó a caminar hacia un lugar desconocido. Gruño cuando sintió el frio del mármol tocar su piel, en ese momento, por fin se fijó en sus alrededores, estaba en un enorme baño, uno que nunca en su estancia en ese castillo había visto, por lo tanto, debía ser el baño de Mihawk.