Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Fake It. por JHS_LCFR

[Reviews - 21]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Bueno, ustedes me conocen, ¿No? Saben (o están acostumbrados, no lo sé) a que caiga con este tipo de cosas repentinas, desesperadas...y no sé, quería compartirlo con ustedes.

Notas del capitulo:

www.youtube.com/watch?v=NpEGO2p2MIU

Sing us a song and we’ll sing it back to you.

 

 

-Hagamos de cuenta que no pasa nada—murmuró al fin, de soslayo y con los ojos vidriosos note cómo se esforzaba por sonreír. Mi corazón…dolió. Una vez más logró desgarrármelo—Hagamos de cuenta que todo está bien.

 

 

Y yo fingí. Fingí hasta donde pude.

 

 ------------------------------------------

 

I am finding out…that maybe I was wrong.

 

 

Siempre lo quise, no les voy a mentir. Siempre lo miré, disperso en sus cosas y con sus actitudes tan insoportablemente infantiles. Nunca le creí que fuera más grande que yo, nunca le llamé “Hyung”, ni “Ge”, ni nada…porque su nombre era demasiado bonito como para cambiarlo, porque ver que giraba el rostro hacia mí al escucharme llamarlo era el mejor regalo de todos, un regalo que pedía a diario y una caricia por dentro que necesitaba robar todo el tiempo.

Nos conocimos en las clases de chino, en el primer piso del colegio y en el rango de doce a cuatro de la tarde. Empezamos siendo muchos en la clase, terminamos siendo trece. Él con suerte podía entender los caracteres y todos los días se sentaba al lado mío, buscando la página y ojeando en mi libro para copiar las respuestas, aunque todo era en vano a la hora en que le pedían que leyese. Ahí se perdía, ahí lo mandaban afuera.

Un día, no hice los deberes. Llegué diez minutos tarde, noté cómo me buscaba desesperado entre el alumnado y me senté donde siempre sin sacar ninguno de mis libros; miré fijamente al pizarrón y entrelacé los dedos de mis manos, sin levantarme los lentes que iban bajando por el puente de la nariz, sin correrme el flequillo que me estaba molestando desmesuradamente. “Kim Jongdae”, había dicho el profesor, y yo le contesté “sí, llegué tarde y no hice nada. Y no porque no entienda”. Y me mandaron afuera.

A los cinco minutos salió él: tampoco había hecho los deberes, mucho menos pudo copiarse. Raro, porque teníamos cinco o seis chicos a nuestro alrededor que podrían ayudarlo. No obstante, lo observé en silencio y apoyando mi espalda en la pared, doblando una pierna y abrazándola con mis manos aún entrelazadas.

“¿Te echaron?”, murmuré mirando la ventana que me regalaba la visión de la copa del árbol más cercano, instintivamente sonreí de lado. “Sí”, me dijo con un tono tembloroso y lamentable al sentarse a mi lado y mirar también al frente; el timbre que poseía y su acústica realzaba sus facciones infantiles, el rol que jugaba le venía bien. “¿Hiciste eso porque te molesta que me copie?”, preguntó mirándome, dejando de moverse. “Si quieres, lo dejo de hacer”, agregó. Y negué despacio, bien lento, sin mirarle ni echarle un solo vistazo. “Sólo quería asegurarme”. Al escucharme, pareció reír. Nunca lo supe porque siempre bajaba la cabeza y juntaba los labios, durante mucho tiempo me pregunté por qué.

 

 

“Kim Minseok”, se había presentado al fin. “Voy en el último año, orientación arte, me gustaría convertirme en profesor de cerámica, ¿Tú?”. Era un día nublado a pesar de ser el comienzo del otoño; con las hojas crujiendo bajo mis pies, seguimos caminando hasta la plaza central y bajé apenas la bufanda de mis labios para responderle. “El profesor ya dijo mi nombre varias veces, lo único que te falta saber es que voy a quinto, soy un año menor que tú y me gustaría…aprender. Aprender a escribir y, sobre todo, a leer”. “¿Letras?”, preguntó con una sonrisa. “Sí”, e inevitablemente me contagié de la alegría.

Seguí sin mirarlo durante el otoño, es el día de hoy que me arrepiento.

 

 

Con Minseok pude lograrlo, pude hacerlo. Aprender, eso era todo lo que añoraba y quería: exposiciones, bibliotecas, teatros y cines, no había lugar en Seúl en el que no hubiese quedado la marca de nuestros zapatos; me había llevado hasta los rincones más insólitos con tal de enseñarme algo nuevo. Siempre se preparaba y estudiaba la zona y el conocimiento nuevo a transmitir con cuidado. La creación de imágenes a base de restos de mosaicos, la música indie, las obras más conocidas y los clásicos de todos los tiempos, las modas y lo imperdible. Minseok me había adentrado en un mundo completamente nuevo. Un mundo donde aparentemente no se necesitaban las palabras para emitir y comunicar una idea o un sentimiento, porque el primer día que salimos juntos me llevó a su taller y me mostró cómo hacer una vasija. Y algo tan común e insignificante para mí como lo era una vasija tenía todo un ritual, de iniciación, espera y recompensa, gozo. Teníamos ambos dieciocho años cuando lo vi hacer magia con sus manos, amoldando y girando, pisando el pedal y fijar los ojos en la arcilla reacomodándose.

 

 

Hoy, no permito que nadie toque esa vasija. Ha intentado quitármela, robármela e incluso romperla. Pero no puede, soy capaz de matarlo si se mete en mis recuerdos, en lo que alguna vez me hizo feliz.

 

 

“Creo que es demasiado evidente, pero me gustas”, rió para ocultar hasta su nariz bajo la bufanda aquel quince de Julio, primer salida oficial del invierno, primer musical con el cual terminé descubriendo la danza contemporánea. “No te voy a decir que eres el amor de mi vida”, agregó, mirándose los zapatos. “Pero contigo, me siento más feliz que nunca. Y este sentimiento es algo que verdaderamente me gustaría atesorar”.

En el verano se graduaría y se alejaría de mi lado, pero en aquella época no importaba. Yo tenía algo más importante de lo que ocuparme, tenía algo pendiente que resolver.

 

 

No le correspondí ni asistí a la ceremonia protocolar de su egreso. Simplemente esperé a que mostraran por Internet las fotos y lo admiré, vistiendo un traje que resaltaba su escuálido cuerpo, agarrando del brazo con cariño a la persona que consideraría de repente como mi primer enemigo.

 

 

Pasado un año, sabía que iba a aparecer en mi graduación. Por eso me había estado arreglando y preparando con histeria una semana, por qué no, meses antes: me había dejado crecer el cabello y me había mantenido el largo del flequillo como lo tuve siempre, eventualmente se me ondularon las puntas de los pelos y en un inexplicable intento por parecer fresco y natural, me quité las gafas. Para siempre: más de una vez había jugado a robármelas y dejarme el resto de la tarde con ciertas visiones fuera de foco; si estábamos en casa para terminar los ejercicios de chino, él siempre me abrazaría por detrás, a la altura del cuello y me las quitaría, riendo como solía y corriendo alrededor de la mesa mientras evitaba que lo atrapara.

Si estábamos en su casa, la rutina era otra. Él se arrodillaría frente a la cama, separaría mis rodillas juntas y cerraría el libro que descansaba sobre ellas, se estiraría hacia mí y me acariciaría la cara, besándome con incomodidad mientras retiraba los anteojos como un gesto de paz. De intimidad, de dulzura. Entonces lo abrazaría y le correspondería, gradualmente dejándome acostar sobre la cama con él encima; acariciaría el costado de su pierna ni bien hundiese una rodilla contra mi cadera, y él acariciaría mi pecho subiendo desde el ombligo y arrugándome la camisa a la altura del cuello, junto con el nudo de la corbata. Mirándome el torso desnudo, sus ojos brillando sin vergüenza y siempre con asombro. Como si todas las veces fuera la primera vez, como si siempre olvidara lo que era recorrerme entero y amarme hasta que nos abrazase el frío de la noche.

La noche de mi egreso, lograría que me mirase a los ojos por más de cinco segundos. Y no notaría los lentes de contacto, no notaría la fuerza empleada por mi parte en mantener el contacto visual, no notaría el sudor en mi nuca ni el temblor en mis hombros. Porque no podría tocarlo, porque Junmyun me abrazaría y me besaría en los labios frente al resto de mis compañeros.

 

 

“Tiene un bonito nombre”, opinó encogiéndose de hombros. El camino del colegio a casa era innecesario, los chicos de mi promoción planeaban celebrar yendo hacia el otro lado. Junmyun no se pasaría por alto mi ausencia. Y aún así, sentía que lo necesitaba. Que necesitaba recorrer ese camino pisando hojas o nieve una vez más; que necesitaba escuchar su voz mirándonos ambos los pies. Éramos demasiado tímidos como para querernos en plena calle.

 

 

“No te veo casándote con él”, sonrió en cuanto llegamos a la fuente de la plaza central, fuera de servicio y congelada.

“No pienso hacerlo”, respondí mirando su pecho…aquella noche tenía miedo.

“Creí que yo te gustaba”.

“Y me gustas”.

“Entonces rompe con él”.

“No puedo, él…”

“Estaba bromeando”, interrumpió al marcharse. “Nunca podría pedirte algo así”.

Aquella noche esperé durante quince minutos y sentado en la fuente, suponiendo que podría llegar a volver. Cuando Junmyun llamó por quinta vez, no tuve más remedio que levantarme e irme, viendo el rastro de sus huellas desaparecer en el asfalto, desaparecer por siempre.

 

 

“Hagamos de cuenta que no pasa nada” exclamó feliz, un día de esos en los que nos encontrábamos casual y no tan casualmente. “Hagamos de cuenta que todo está bien”. Estábamos frente a la misma fuente, tres meses después; los árboles tenían retoños y las abejas zumbaban veloces, pero mi mente y mis oídos pitaban mientras mis ojos examinaban esa sonrisa rota, esa sonrisa que iba dirigida no a mí, sino al aire, al viento. “Puedo con esto”, agregó, abrazándose las rodillas y tirando de las mangas de su buzo tejido color beige. “Siempre he podido”. Cuando le quise preguntar qué había querido decir, sacudió la cabeza y sonrió para sí mismo, juntando los labios con fuerza y tensándolos para que dejaran de temblar.

 

 

Yo tenía veintitrés cuando lo vi caer, cuando lo vi perderse. Un día solitario y acompañado del viento del nuevo otoño, caminaba por las galerías pensando en él, como comenzó a ocurrir en ese entonces…muy repetidamente. Los colores, los aromas, todo me recordaba a él: Él era rojo, marrón y naranjo, amarillo y verde oscuro, verde que muere…él era el otoño, el verano, el invierno. La primavera y el día y la noche, era el aire y el sueño que necesitaba para poder vivir. Pero nunca me animé a aprehenderlo y lo dejé huir, no sé cómo pude.

Estaba subiendo los escalones en dirección a la sección de cerámica cuando lo vi: un cuadro, escondido en el pasillo de la entrada y detrás de una columna. Eran como rasguños, cortes, manchas. Pero no de colores oscuros, al menos los de la capa del fondo no lo eran. Resultaron tan toscos que el lienzo estaba a punto de desgarrarse…al mirar atónito la placa, leí mudamente: “lo que me generas, lo que me nace de él”.

 

 

Éramos dolor, éramos fuerza. Éramos todo lo que queríamos y más, éramos los órganos vitales, el primer grito de un niño que nace y que luego llora. Éramos ese hormigueo en las palmas y las plantas de los pies, éramos ese escalofrío en la espalda y ese vistazo cargado de duda y miedo, porque alguien nos sigue y no sabemos qué hacer.

Nunca supimos qué hacer. Nunca fuimos lo suficientemente valientes como para mirarnos y sonreír, decir “sí, es lo que quiero. Quiero tenerte”.

Me considero como un alguien que atesora a la gente. La toma entre sus manos y la protege, luego le construye un pedestal o una cuna de oro y ahí los dejo hasta morir. Los miro con aprecio, entorno levemente los ojos, sonrío con cuidado de no pasarme y luego, me doy vuelta y me voy. Yo quiero, atesoro. Pero no cuido, no ayudo…no permanezco.

Minseok, no obstante, había dado el primer paso. Siempre había ido él un poco más adelante, siempre fue el primero: sus ojos, su mentón, su rostro, sus manos…su pelo, su voz y su temblor característicos. Que no comiese, que no se cuidase, necesitaba verlo y ver que no estaba bien.

Con veinticinco años, necesitaba que me buscase, necesitaba que se sentase a mi lado y mirase lo que estaba haciendo, que lo copiase con mala caligrafía para poder empezar otra vez. Otra vez y hacer las cosas bien.

 

 

En mi última noche con Junmyun, lloré. Me levanté de la cama y me dejé caer, siendo arrastrado hasta el baño para pedirle disculpas y marcharme.

Tengo veintiséis años y he perdido a mi pareja de siempre.

Tengo veintiséis años y no sé qué hacer.

Tengo veintiséis años y Minseok no aparece.

Tengo veintiséis años y espero llegar a los veintisiete, mi límite…si todo sigue igual, sé que lograré morir.

 

 

 

 

 

 

I am nothing now and it's been so long 
Since I've heard the sound, the sound of my only hope 

This time I will be listening.

Notas finales:

Agh, quiero llorar y el llanto no sale Cx

los quiero~ ♥ (estado emocional deplorable -> 3:31 AM)

PD: Ojo, ando sobria (?)

 

 

~*~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).