La figura oscura, encaramada a la barandilla del balcón como un gato, miraba a los oscuros tejados y calles bajo sus pies con fingido interés, en apenas unos segundos había encontrado el lugar perfecto para aterrizar. Pero justo cuando se disponía a saltar, el filo de un cuchillo se encontró con su cuello y una mano fuerte se agarró como una garra de hierro a su brazo mientras una punta afilada se clavaba entre sus omóplatos.
Ni siquiera le dio tiempo a pensar en cómo deshacerse del agarre antes de encontrarse de cara a la pared, con un brazo retorcido tras la espalda y el peso de su captor inmovilizándolo.
–No te muevas- susurró una voz grave tras él –estás detenido- Teru maldijo su suerte pensando en un millón de maneras en las que podría deshacerse del soldado, si tan solo pudiera alcanzar la daga que guardaba en su muñequera…
Sintió un lazo de cuerda enrollarse en sus muñecas y casi se echó a reír, sintiéndose ofendido, ¿cuerdas? ¿De veras? Parecía que alguien le subestimaba. Ni siquiera valía la pena que luchara, en cuanto le ofreciera una apertura podría escurrirse por ella como el agua.
No tardó mucho en encontrar esa apertura, en cuanto el soldado se separó un poco para registrarlo. Mientras las manos fuertes palmeaban rudamente su cuerpo, alcanzó el diminuto cuchillo cortando la soga con facilidad.
– ¿Dónde está, ladrón?- preguntó el soldado en un gruñido, provocándole escalofríos, pero él tan solo se volvió rápidamente, pegando una patada a la espada que se había clavado en su espalda, y encontrándose de frente con el hombre más atractivo que había visto nunca. Alto, mucho más que él, con el pelo negro como el ala de un cuervo y los ojos rojos como la sangre. Se le aceleró el pulso y no pudo evitar relamerse.
Teru miró al hombre furioso frente a él y sonrió con su sonrisa más seductora, luego subió los brazos por encima de su cabeza –Y, ¿dónde podría haber escondido nada?- ronroneó haciendo referencia a su más que evidente falta de cobertura –aunque si quieres desnudarme, eso se arregla fácilmente- añadió soltando los botones de su corta chaqueta, revelando que no había nada debajo.
Escapar había sido sencillo, cuando el soldado se había quedado ensimismado mirando su pecho desnudo, Teru haciendo gala de su legendaria habilidad acrobática, había retrocedido hasta la barandilla y con una voltereta había desparecido en la noche. Más tarde, cuando las patrullas ya se habían rendido, se había descolgado desde el tejado, y allí estaba, de vuelta en el punto de partida.
Asegurándose de que nadie podía verle, Teru metió la mano en el pequeño agujero en la pared extrayendo un paquetito bien envuelto y con cuidado, casi con reverencia, apartó el papel duro, quedándose sin aliento al ver lo que ocultaba.
Observó el gran zafiro en su mano con cariño, pero manteniendo el gesto enfurruñado, aquel guardia sexy se equivocaba.
Él no era un ladrón.
Era un artista.