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Un gato negro en el balcón por Felidae-kun

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Notas del fanfic:

"Un gato negro en el balcón" es un relato original cuya autora me ha pedido anonimato cuando ha dado permiso de mostrar su historia que encontré en una antología de relatos homoeróticos de la página "colección homoerótica".
Esta historia en lo personal me gusta mucho porque al igual que la autora compartimos el amor desmedido por los gatitos y toda la linea felidae en general. Su cuenta va a ser desactivada por lo deseo rescatar algunos de sus escritos si ella me lo permite.

 

Relato erótico de temática LGBT.

Está licenciado bajo los derechos de autor según las leyes Méxicanas para ecritores independientes. Cualquier intento de plagio total o parcial será denunciado a las leyes correspondientes.

Notas del capitulo:

Es un original único así que esto es toda la historia.

(aunque entendí que posiblemente la autora peuda alargarlo un poco más sin salir de la trama original)

“Los vampiros, los  vampiros, vienen ya, viene ya.

A chupar tú sangre, a chupar tú sangre…

Y dolerá, y dolerá…”

Alexi constantemente cantaba esa canción en su mente; al ritmo de la famosa canción de dominio público «Pulgarcito», su mente no terminaba de asimilar los hechos y mucho menos sus sentimientos respecto a todo lo que le había ocurrido.

Alexi era un hombre de veintitrés años de edad recién cumplidos. Llevaba siempre sus castaños cabellos amarrados en una coleta, tenía unos cuantos rulos que se formaban de manera natural. Poseía preciosos ojos color miel quemada que a veces parecían amarillos cuando el sol le daba directo o se ponía su amada sudadera naranja. Se consideraba alto, nada más y nada menos que un metro con ochenta, no era delgado, en realidad tenía muy en forma todos los músculos de su cuerpo. Vivía solo desde los veinte años cuando entró a la universidad. La única compañía de Alexi era Capuchino, su amado gato negro, el mismo que encontró abandonado en una caja cerca de las puertas de su casa.  

Todos los días era lo mismo, ir a la universidad en las mañanas, por las tardes su trabajo y entrada la noche laboraba en un pequeño bar roquero como barman, alrededor de la una de la mañana salía y llegaba a su casa media hora después.

«Meow», escuchó apenas abrir su puerta, era Capuchino que reclamaba atención de su dueño, él se agachó para acariciarlo de cabeza a cola, notando que su pequeño y amado felino estaba bastante alterado, tenía el pelaje del lomo erizado y sus orejas puntiagudas bien en lo alto. No le prestó atención y caminó directo al baño.

Al irse a acostar observó su habitación entre penumbras y distinguió apenas los reflejos de las medallas de honor y la escopeta que pendían de la pared de enfrente; eran las únicas partencias de su padre, el cual había sido militar toda su vida, el cual le había infundido disciplina estricta y valores casi impecables. Suspiró un tanto fastidiado, la verdad es que no amaba ni un tanto a su padre, pero en verdad que lo admiraba por la persona que fue como militar. Cansado de todo cerró los ojos y pudo sentir como Capuchino lo hacía a sus pies.

«Agraciado espécimen, alabado tu cuerpo, bendito tu cálido elixir que fluye con fuerza, que tú Dios os salve del incubo y súcubo que han de hacer de ti la criatura más indefensa de la creación. Oh, pobre de ti que careces de instintos. Oh, pobre sea tu alma en las fauces de esta noche de luna llena».

Alexi despertó de sobre salto con aquella voz tan fuera de ese mundo, sudaba frío y respiraba tan rápido que era difícil controlarse. ¿Qué fue todo aquello? Sintió un peso sobre su pecho, ahí, cual esfinge se encontraba Capuchino, con sus ojos redondos y verdosos, lo miraba fijamente. De un momento a otro el gato vislumbró la ventana y bramó agresivo. Alexi por su parte también hizo lo mismo llamado por la curiosidad… No vio nada y se limitó a echar a Capuchino a un lado, a veces ese gato era tan extraño, pero aún si lo quería de sobremanera.

No tenía poco de haber cerrado los ojos; según él, cuando se supo despierto, no podía moverse y su vista era borrosa, más sabía que alguien estaba sentado sobre sus fuertes abdominales. De momento, impactado, intentó moverse y nada daba resultados, el peso sobre él era sobrehumano y a pesar de que estaba cubierto por su gruesa colcha un frío que entumecía su piel era menos que insoportable. Su mente le dictaba que no estaba bien, que no era lógico saberse indefenso y corroído de lasciva pura. Su virilidad estaba reaccionando ante las diferentes sensaciones que; las ahora posadas manos en su pecho desnudo, le provocaban. Suspiraba tanto como sus pulmones se lo permitían. Captó un efluvio peculiar: copal. Desesperado por todo aquello que le aquejaba berreó monosílabas indescifrables.

«Meow», escuchó en su oreja.

Alexi saltó literalmente de su cama. Recién iniciaba la mañana, las manecillas marcaban un cuarto para las seis. El sudor frío resbalaba por sus fuertes facciones y seguía teniendo problemas para retomar su respiración normal. Al ya poder mover el cuerpo libremente descubrió entre sus piernas cierta humedad característica. ¡Oh demonios! Qué sueño húmedo tan extraño, ni hablar, mejor meterse a la ducha, igual ya no faltaba mucho para que su despertador sonara. Al dar media vuelta, sobre su cama advirtió que Capuchino resoplaba frente a la ventana. Extrañado se paró raudo y caminó hasta el gran ventanal, sin temor lo abrió y se paró en el balcón y buscó el lugar a donde la gatito mandaba sus señales de advertencia. Entre penumbras y la poca luz de esas horas no logró distinguir nada fuera de lo común.

Para el resto del día todo él estuvo extraño, se notaba distante y distraído, de alguna manera aquel torcido sueño lo mantenía fuera de sí. Sus compañeros de la facultad de ciencias políticas le hicieron ver que él no solía ser distraído. Alexi comentó su sueño a sus compañeros, algunos lo tomaron como una simple pesadilla causa del estrés, excepto Ramón, el chico gótico con el que le gustaba mucho platicar.

Ramón; ya fuera del resto del círculo, se acercó a Alexi y como queriendo no hacerlo mencionó que él sabía de algunos casos extraños que comenzaban aparentemente con un sueño similar. Claro que la atención de Alexi fue captaba y pidió más explicaciones. El chico gótico era un gran fanático de las notas amarillistas en los periódicos, poseía carpetas llenas de recortes con los asesinatos más inverosímiles de la ciudad. Meses atrás notó que muchos de esos asesinatos eran muy similares, la policía ya imaginaba que un asesino serial vagaba por las comunidades. Bueno, al final siempre había una coincidencia, todas las víctimas antes de morir expresaron haber tenido extrañas pesadillas dónde se sabían seducidos poralgo y que de alguna manera los dejaba inmóviles.

—¡No me jodas! —expresó Alexi.

—Puedes creerme o no, pero lo que digo es cierto, puedo traerte las pruebas, ya sacaras tus propias conclusiones, pero —su voz se tornó algo macabra—…sea quién sea, o sea lo que sea que esté matando a estos hombres y va por ti.

Alexi quedó ciertamente sorprendido. Tras unos segundos apenas abrió la boca:

—¿Qué crees tu, Ramón?, me refiero… tú eres experto en muertes y todo eso.

—Si te lo digo no me vas a creer —musitó, ya en un tono más relajado.

—Oh, vamos, hombre, quiero saber.

—Vampiros.

«Vampiros». La palabra fue dicha tan secamente que Alexi la razonó con increíble rapidez, sin poderlo evitar comenzó a reír estrepitosamente. Dios, no, no era posible, definitivamente Ramón estaba bromeando todo el tiempo de una manera muy convincente y él que a veces sufría de lapsos de inocencia estuvo a punto de creerle.

Ramón se notaba serio, miraba a su compañero de modo peculiar. Fastidiado por la risa de Alexi se acercó apenas unos pasos a él, colocó una mano sobre su hombro y se agachó para susurrarle algo.

—Todos fueron vaciados.

Y se fue dejando a Alexi atrás.

El día transcurrió de lo más normal, bueno… casi. Entrada la noche Alexi comenzó a sentir una inseguridad nada digna de él, de pronto caminar por las calles poco alumbradas le despertó un miedo absurdo y estuvo a punto de ya no ir al bar y mejor quedarse refugiado en su casa, pero como siempre que quería desistir de algo, las palabras de su padre estaban grabadas a fuego en su mente: «Nunca demuestres debilidad ni miedo, nunca…».

Aún con la música a todo lo que daba, el efluvio de los cigarrillos y las copas que desfilaron frente a él, no solo tenía miedo a nada en particular, también estaba presente otra sensación muy peculiar, se sentía como abducido por una especie de extraña seducción. Si, seducción. Era lo más torcido que jamás imaginó sentir en una situación como en la que se encontraba. Durante el resto de su turno en el bar, la calidad de su servicio dejó mucho que desear y su jefe pensándolo enfermo decidió mandarlo de regreso a su casa antes de que rompiera otra copa más.

Alexi llegó a su casa en taxi; lo que en su estado de pánico le pareció más coherente, bajó tras literalmente aventarle el dinero al conductor sin esperar su cambio. Casi corriendo abrió la puerta de su casa y le echó el seguro al cerrojo, no perdió tiempo y corrió a cada ventana, asegurándolas correctamente.

De acuerdo, estaba justo dónde no quería: en progreso de un ataque de pánico y nervios; si su padre aún estuviera vivo, seguro que se avergonzaría sobremanera de él. Mientras pensaba profundamente, en su espalda sintió el peso de una bola de pelos.

«Meow, meow», escuchó.

Capuchino había saltado desde un mueble cercano a Alexi, quién molesto lo agarró del pellejo peludo atrás del cuello, alzándolo cerca de su cara.

—Gato estúpido, no vuelvas a asustarme así, ¿acaso los animales no huelen el miedo ajeno? ¿Qué sucede contigo? Entre mi extraño miedo y tu paranoica forma de actuar, vamos a terminar locos, tienes que ser un niño obediente y mantener ojo avizor, mi pequeño peludo —alzó una ceja—. ¡Dios, no puedo creerlo, estoy tratando de razonar con un gato! —resopló y dejó caer al felino.

En el transcurso de la noche, aún cuando se propuso mantener todos sus sentidos alertas en la seguridad de su habitación, indudablemente cayó rendido en sueño profundo, causa de su cansancio mental.

«Agraciado espécimen, alabado tu cuerpo, bendito tu cálido elixir que fluye con fuerza sobrenatural. Oh, pobre de ti que heredasteis la semilla del conocimiento y os alejasteis de la madre Tierra. Oh, pobre sea tu alma en las fauces de esta noche de luna llena».

La sorpresa no se hizo esperar. Alrededor de las tres menos un cuarto de la madrugada, Alexi comenzó a sentir un frío trémulo que calaba hasta la médula. Comenzando a hacerse costumbre, despertó de golpe, y antes de sentarse, algo tan duro como la roca y tan helado como el hielo ártico le golpeó el pecho tumbándolo nuevamente. Luchó contra la pesadez que invadía desde sus abdominales y se expandía. Luchó contra la pesadez de sus párpados, también. Finalmente logró apenas abrir los ojos. Lo que vio fue algo impactante.

Dos pares de ojos rojos, tan intensos, tan carmesí, de alguna manera, tan brillantes como la luna misma. Aquellos ojos brillantes lo observaban como si fuera un premio o alimento exótico. El primer par de ojos; los que tenía justo enfrente de él, pertenecían a la criatura más hermosa que jamás hubiese podido ver jamás, tan tétrica y perfecta en todas sus formas y figuras, incluso lo que parecía una cicatriz que cruzaba desde la ceja izquierda hasta la mejilla derecha parecía delineada en tremenda perfección. Era un hombre, el más apuesto que nunca imaginó que existiera. Aquel rostro blanco cual perla y facciones alineadas eran sencillamente de un adonis de los infiernos mismos. Le gustaba, sin embargo, le producía terror mortal.  

El segundo par de ojos se situaba justo arriba de su cabeza, era un mujer que al igual que la otra criatura era de una beldad indescriptible, si bien sus facciones eran ligeramente más redondas que las de su compañero; o lo que fuera, eso acentuaba mucho más su belleza. Sus ojos eran alargados, le recordaban un poco a los ojos de Capuchino, tenía las pestañas más largas de lo usual, la piel daba la impresión que en un tiempo pasado fue morena, pero ahora lucía pálida, aquella mujer lo sostenía duramente contra el colchón.

Alexi pudo distinguir claramente como la mujer extraña le guiñó un ojo con cierta malicia y burla, luego volteó a ver a su compañero, diciéndole algo que Alexi no pudo entender, parecía otro idioma. ¿Turco? ¿Árabe? ¿Iraní? Fuera lo que fuera, aquello sonó como permiso y nada consolativo para Alexi. Al acto, el hombre que estaba posado sobre Alexi sonrió apenas y comenzó a arrancar botón a botón de la camisa de su presa, lo cual parecería un juego. Luego la abrió de par en par y se agachó hasta juntar su larga lengua al pecho amplio de Alexi. Recorrió con camino húmedo todo el tórax de su presa de arriba a bajo. La saliva del hombre dejaba una especie de cosquilleo en la piel, un cosquilleo extrañamente cálido para la frialdad del resto de su cuerpo. Más no era todo, la sensación de calidez se incrementaba más y más, entre más le lamía, más caliente se volvía el líquido aquel. Alexi se escandalizó por completo.

La mujer entonces se agachó hasta quedar frente al rostro de Alexi, se acercó tanto que Alexi pudo ver que la piel de la chica era perfecta, no tenía lunares, marcas de edad o signos de algún problema epidérmico. La mujer de intimidante semblante sacó la lengua y no tuvo problemas en empujar los labios de Alexi e introducir su lengua para fundirse en un apabullante y quemante beso erótico. Fue cuando lo sintió. Sus labios, su lengua, sus dientes y encías advirtieron el sabor metálico de la sangre, su sangre.

Horrorizado de la situación, Alexi no desistió su forcejeo con las criaturas extrañas que lo acosaban, luchó con todas sus fuerzas intentando quitarse de encima a alguno de los dos, pero eso solo ocasionó más regocijo en ambas. No se iba a dar por vencido.

Una mordida en una de sus clavículas solo le imprimió; aparte de un gran dolor punzante, una palabra en su cabeza: «vampiros». Recordó con increíble coherencia las palabras de su compañero Ramón y sus extrañas y ahora muy reales palabras. Alexi se sintió devastado por aquella nueva y torcida relevación, no podía ser cierto, no podía siquiera tener algo de real todo aquello, no, todo menos algo tan folklórico como los vampiros, tan conocidos pero tan inexistentes como Dios mismo.

Internamente Alexi rezaba por ayuda, por zafarse de los colmillos de la mujer y así mismo supo que moriría a mano de esos dos si no venían en su ayuda.

«Agraciado espécimen, alabado tu cuerpo, bendito tu cálido elixir que fluye con fuerza, que tu benevolente Dios os brinde la fuerza para salir victorioso como la más devastadora criatura que jamás gritó en los confines del universo. Oh, mi querido y pobre benefactor…».

«Capuchino… ¿Dónde estás Capuchino?», pensó.

Era estúpido lo que se preguntaba estando a merced de dos seres que en contra de todo lo humanamente creíble sí existían.

«Capuchino, ayúdame mi niño, ayúdame».

Si, tal vez su padre sí tenía razón cuando de pequeño le dijo que por su debilidad mental era tan capaz de pedir ayuda a un animal si la situación lo ameritaba. Pues bien, era estúpido, empero, en su mente y en su corazón rezaba (añoraba) que Capuchino fuera en su ayuda, no esperaba que saltara al ataque de aquellos dos, claro que no, no era un león, pero simplemente con llegar y ver aquello el gato se asustaría y gruñiría, llamando la atención de esos dos y justo en ese momento él podría moverse más y saldría corriendo con su gato en brazos. ¡Carajo, que idea más loca!, haciendo planes de algo completamente fuera de su comprensión.

La mujer y el hombre pararon abruptamente, más no dejaron de aprisionarlo contra el colchón. Ambos venían hacía la ventana con caras de hastío y cierto coraje. Alexi también vio apenas por el rabillo del ojo.

Una nueva figura enmarcada por el halo de luna había aparecido al pie del balcón, era una hombre alto, muy esbelto y que iba desnudo, de negros cabellos como el abenuz con apariencia de seda, tan largos que llegaban a la espalda cubriendo los omóplatos. Las extrañas uñas del muchacho eran de un extraño color morado gris, parecían largas. Aquel extraño chico parecía un adulto joven y miraba con tremenda seriedad amenazante a los vampiros, dando la impresión de que los estaba retando.

La vampiresa furiosa soltó a Alexi y profiriendo lo que parecían improperios en su idioma mostraba los afilados colmillos, más el joven no se inmutaba. Mientras tanto, el vampiro continuó con lo suyo, hasta ese momento Alexi no se percató que su atacante ya lo tenía sin ropa, para someterlo de manera más íntima. Ajeno a la vampiresa y al muchacho, Alexi era literalmente ultrajado por el vampiro que mientras se hacía con él, mordía su hirviente y lastimada piel. Podía sentir claramente como su sangre pasaba a ser el banquete principal. Lo más normal es que alguien aparte de sentir dolor por deshonrosa violación, se sintiera a morir de miedo, pero no Alexi, él comenzaba a sentirse lleno de una extraña lujuria y erotismo. Por primera vez en toda la noche escuchó su propia voz, la escuchó tan excitada que no pudo reconocerse. Eso lo asustó, pues aquello era efecto de la seducción del mismo vampiro, quizá (y muy seguramente) un mecanismo de  bien efectivo cacería.

Por otro lado, la vampiresa interceptó al muchacho cuando éste quiso llegar hasta Alexi. El chico soltó una especie de gruñido que intimidó a la vampiresa, obligándola a retroceder. Sin dar tiempo a la reacción se aventó contra ella, directo al cuello, al mismo tiempo que intentaba encajarle sus ennegrecidas uñas. Tras unos minutos de pelea, la vampiresa logró zafarse del muchacho que con astucia había logrado arrancar la dura piel del cuello y hacerla sangrar. La vampiresa corrió rauda hasta la ventana, apoyó un pie en el balcón y saltó para emprender retirada, dejando la casa, mientras chillaba de manera espeluznante. El extraño joven con elegantes movimientos atravesó corriendo el cuarto hasta la cama, saltó cual bailarín y aterrizó en la espalda del vampiro restante. Sin perder ni un segundo, lo asió de los brazos con sus menudas manos y largas uñas, parecía como si lo abrazara, más el abrazo era una clara visión de pelea astuta. El vampiro furioso, dejó de violentar a Alexi, comenzó a retorcerse para quitarse al joven de su espalda, soltando golpes al aire, algunos acertaban en la desnuda piel del chico, otros más solos golpeaban el aire.

En lo que parecía una pelea de dos grandes bestias, Alexi logró liberarse de su atacante, los golpes que no acertaban en el muchacho fácilmente podían caerle a él y los zarpazos de las negras uñas del nuevo extraño parecían igualmente peligrosos. Con el miedo a todo lo que daba, Alexi se paró de la cama y a tiempo lo hizo, pues un sonoro golpe seguido de un gutural gemido se escuchó. Al apenas voltear, Alexi vio que el jovencito había sido lanzado por los aires contra la pared cerca de la cabecera de la cama, dejando un rastro de sangre impresa en la blanca pintura.

Desgraciadamente Alexi no entendía si aquel chico lo defendía o iba también tras él, peleando por lo que era un suculenta presa. Con algo de torpeza por el dolor causa del ultrajo, Alexi tomó unos vaqueros que yacían en el suelo y mientras salía corriendo se los iba colocando. Más tardó en llegar a la puerta de su habitación que en ser atrapado nuevamente por el vampiro, que ya con un más que amenazante semblante, iba a por todo, a vaciarlo. Aterrado, Alexi soltó un grito desgarrador y solo puedo atinar a lanzar patadas voladoras a su enemigo. Fue cuando lo volvió a ver, el muchacho de cabellos largos aún con el rostro ensangrentado, hematomas y heridas casi por toda la piel, había regresado al ataque, volvía a estar literalmente colgado al vampiro e intentaba por todos los medios asir con sus dientes afilados el cuello del vampiros para desgarrarlo como lo había hecho con la otra femenina criatura, entonces Alexi comprendió que él lo defendía.

Una vez más pudo incorporarse, esta vez en lugar de optar por salir de su cuarto, corrió a la pared donde tenía aquello que conservaba de su padre: la escopeta. Sabía que si no hacía algo, tanto él como la joven yacerían ante el vampiro de fuerza superior, tenía que unir fuerzas y debido a que no poseía más que la fuerza mecánica y volátil de un arma, no se rendiría. Odió admitirlo, pero dio gracias a los consejos de su padre que siempre le dijo que un arma; siendo ésta quizá un objeto de decoración, siempre debía contener al menos tres balas, así que Alexi no perdió tiempo precioso en buscar municiones. Tomó el arma, bajó el cañón y apuntó.

Todo en la habitación parecía ralentizado a un tiempo increíblemente distorsionado. El jovencillo y el vampiro enfrascados en una pelea donde daban vueltas por todo el piso y Alexi esperando el momento oportuno. Tenía que advertir justo el momento exacto para disparar y que la bala fuera certera, ya que aquel par era más rápido que él.

Un disparo. Nadie en la habitación se movió. Todo el tiempo que antes pareció distorsionado ahora era perpetuo. El muchacho yacía debajo del vampiro tenía su mirada seria en aquel esperpento de la naturaleza diabólica. Su blanca piel comenzó a tinturarse de negra sangre que caía sobre su rostro… Alexi había acertado el disparo, dejando una bala en el cuello del vampiro, casi destrizándolo. Un segundo disparo, la criatura aterrizó unos cuantos metros de la chico; ese atravesó su corazón. Un tercer disparo a la cabeza del vampiro que terminó por destrozársela y solo así se sintió seguro de bajar la guardia. Alexi cayó de rodillas de un golpe seco. Se dejó caer sobre un costado, completamente exhausto y ciertamente débil causa y efecto de la sangre que le fue succionada, los forcejeos, la violación y todo lo demás. La última visión que tuvo fue: un cuarto borroso, un jovencito desnudo de cabellos negros que se incorporaba y el cadáver de un vampiro con la cabeza abierta de par en par.

«Agraciado espécimen, alabado tu cuerpo, bendito tu cálido elixir que fluye con fuerza. Bendita la corona del triunfo sobre las huestes malditas. Hoy la luna ha escudado vuestras súplicas en gratitud al amor que tenéis a la criatura que se haya en la delgada línea del bien y el mal».

El sol ya asomaba sus primeros rayos, Alexi comenzó a sentir la dureza del piso y aún magullado, parsimoniosamente fue despertando. Antes de abrir los ojos esperaba que todo aquello fuese solo una loca y bizarra pesadilla. Cuán errado estaba pues lo primero que vio fue el cadáver del vampiro. Con rapidez miró a todos lados, ¿dónde estaba el muchacho de cabellos cual ébano? En esa habitación solo había rastros de una batalla nocturna, la escopeta y el vampiro muerto. Alexi con fuerte decisión se paró y buscó una bolsa grande de basura, luego, tomó al inerte vampiro de un tobillo y lo arrastró hasta el patio trasero, sabía muy bien lo que tenía que hacer. Ya estando fuera, los rayos solares aún no eran suficientes, pero no importaba. Alexi tomó un hacha de la pequeña covacha que tenía y sin dar marcha atrás comenzó a mutilar al vampiro. Luego lo metió a la bolsa y esperó.

«Capuchino, ven, ¿dónde estas? ¡Ven, mi niño!», llamó Alexi con cierto temor a que algo le hubiese pasado. Volvió a llamar pero el negro gato no aparecía.

«Capuchino, ven, mi niño hermoso». Alexi pensó que su amado gato había escapado mucho antes de que los vampiros apenas llegaran, después de todo, resultó que sus instintos agudos habían percibido a sus atacantes nocturnos y cuan culpable se sintió de haberlo ignorado.

Justo cuando el sol comenzaba tomar suficiente fuerza en el patio trasero apareció el gato, dolorido, exhausto. Venía con el hocico lleno de sangre y su pelaje se mostraba húmedo. Angustiado, Alexi corrió hacía él y lo acunó tiernamente en brazos. Lo acarició del lomo y fue cuando advirtió que el gato no estaba húmedo, sangraba. Alexi, tuvo una epifanía que lo dejó helado. El gato, su pelo negro, sus garritas de color morado negruzco, la sangre en su lomo. La pelea de la noche anterior pasó como bólido por su cabeza y entonces lo comprendió… al menos lo mejor que pudo.

Durante la siguiente hora, Alexi y Capuchino estuvieron sentados como si fueran uno solo, mientras observaban al mutilado vampiro convertirse en cenizas dentro de la bolsa de plástico. Cuando no hubo nada más, Alexi cerró la bolsa y la enterró bien hondo en su patio.

Para el resto del día Alexi se declaró enfermó en su universidad y tampoco fue a trabajar, se quedó todo el día con su querido gatito negro. No sabía cómo y tampoco quería averiguarlo, pero Capuchino había sido claramente el extraño joven de alargados, gráciles y fuertes movimientos de la noche anterior. No había más explicación y no es que le importara mucho encontrarla, lo que realmente importaba es que su amado gato había estado ahí para Alexi y Alexi, siempre había estado ahí para él.

 

Notas finales:

Gracias por leer y si pueden comenten la historia que personalmente considero de un romanticismo gótico algo extraño en una autora.


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