Londres, 16 de Diciembre de 2013
Se podría decir que JongIn por fin se sentía a gusto. Estaba en una escuela de prestigio, estudiando para perseguir ese sueño que siempre había parecido tan imposible, con su mejor amigo y ex-novio, y haciendo nuevos amigos cada día.
Sí, la vida de Kim JongIn era genial.
Habían pasado casi tres meses desde que llegase a Londres y, aunque le había costado lo suyo adaptarse, lo estaba consiguiendo.
Las clases eran duras, pero eso se lo esperaba desde un primer momento y se había preparado tanto física como mentalmente para ello. Sus profesores parecían estar más que satisfechos con sus avances y él se sentía orgulloso de sí mismo. Sentía como si aquel sueño por el que tanto había sufrido desde su niñez, por fin le traía alguna alegría.
Aunque últimamente echaba de menos poder tener a alguien a quién contarle todas sus preocupaciones. TaeMin pasaba menos tiempo con él, aunque JongIn no se lo reprochaba. El mayor había conocido a un chelista, también estudiante de su escuela, y se había enamorado del chico nada más verle. JongIn conocía muy bien a TaeMin y sabía que aquel joven prodigio del chelo, de nombre Choi MinHo, podía hacer feliz al mayor. Al fin y al cabo, JongIn había sido el primer novio de TaeMin y viceversa.
JongIn caminaba por los pasillos del edificio principal de su escuela, profundamente metido en sus pensamientos. Pasó por delante de un aula de entrenamiento vocal sin más parsimonia.
Y de repente, se detuvo.
Aquella voz era majestuosa, y su dueño cantaba con un sentimiento que jamás había escuchado antes. Le recordaba a como se sentía cuando bailaba algún fragmento de algún conocido ballet. Como se metía en el papel que le tocase hasta el punto de sentirse el propio personaje, dejar de ser JongIn.
Se acercó con cautela a la puerta y miró por el cristal, solo para encontrarse con el rostro más hermoso e intrigante que jamás había visto.
Aquel chico de mediana estatura, desde luego más bajo que él, tenía la piel blanca como la leche, unos labios carnosos y acorazonados que hicieron surgir en JongIn una repentina ansia de morderlos. Y una voz prodigiosa, melodiosa y, oh, tan bella, que a JongIn se le puso el vello de punta.
Cuando el chico terminó de cantar, abrió los ojos. JongIn pudo jurar por un momento que se perdería en ellos.
JongIn no se lo pensó dos veces y abrió la puerta, entrando en aquella sala casi desértica, salvo por el chico que cantaba.
Se acercó a dicho chico, que lo miró entre sorprendido, asustado y confundido.
-Me llamo JongIn.
El otro chico parpadeó al reconocer el idioma y una sensación de alivio se asentó en el pecho de JongIn. Ese chico era coreano, igual que él. JongIn ladeó la cabeza ante el silencio del otro y compuso un puchero por la falta de respuesta a su presentación.
Aquel chico más bajito que él rio suavemente.
-Yo soy KyungSoo, Do KyungSoo.
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