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El príncipe de Sekkei y el kami de la vida por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

Versión editada de «Gensou-chi, el reino prohibido», fic que fue respuesta al desafío propuesto por GekitetsuNikki, «El sueño de una noche de verano».

El fic original no podrán encontrarlo porque lo he borrado, la idea es mejorarlo y que puedan acceder a su versión final.

~*~Cosas que motivaron este fanfic~*~


*La visión cosmológica del sintoísmo, en relación con la existencia de distintas criaturas y dioses.

*Sobre la posición geográfica de Gensou: me inspiré en la manera como flotaba el Reino de las Hadas en la plataforma virtual Neopets.

*El efecto mariposa.

Dedicado a: Doña GekitetsuNikki ;)

Notas del capitulo:

¡Hola!, ¡gracias por venir a leer!

Este fanfic está dividido en dos partes para facilitar su lectura (son casi 14,000 palabras en total), dos capítulos que he llamado «Energía» y «Magia». El segundo será publicado en pocos días.

Espero que disfruten de esta primera parte.

1. Energía

 

I

 

Más allá de las fértiles estepas que colindaban la ciudad de Sekkei, del celeste lago que les brindaba fresca agua y del profundo bosque de abetos, al que solían ser llevados los condenados a muerte para ser ejecutados, se alzaban con imponencia las montañas conocidas como Yukiyama: una cadena de picos que superaban los dos mil metros sobre el nivel del mar, siempre cubiertos con una gruesa capa de nieve blanca.

A pesar de los intentos por escalarla, nunca nadie regresó con vida. Por eso, también era conocida como Shiyama —la montaña de la muerte—. Curiosamente, era sabido que el agua del lago y los ríos cercanos tenían su nacimiento en los altos picos de Yukiyama, por lo que también se le veneraba como la montaña de la vida.

Cada cierto tiempo, algún joven aventurero se arriesgaba a subir el sagrado monte, con la idea de que conseguiría sabiduría, prosperidad y la bendición del dios que la habitara; a pesar del riesgo latente que eso significaba.

En una ocasión, el valiente era el príncipe de Sekkei, descendiente del linaje Takashima, su nombre era Kouyou; tenía dieciséis años y una actitud fuerte que había sido cultivada durante su entrenamiento como futuro rey y comandante del ejército de la gran ciudad en la que vivía. De contextura delgada y músculos trabajados, porte elegante y despreocupado, cabello castaño claro, ojos color miel y sonrisa contagiosa, el príncipe arrancaba suspiros a su paso.

Con métodos despiadados para la guerra, una capacidad de meditación bien lograda, justicia necesaria para tomar decisiones y su conocida estoicidad, el príncipe se sentía confiado en alcanzar la meta que muchos antes se habían propuesto, sin regresar jamás. Dejó atrás los finos ajuares satinados, la comodidad de su suave cama, la delicia de los platos preparados por la servidumbre y la cantidad de cómodos zapatos que tenía en casa para salir usando un traje de algodón color negro, zapatos de cuero (no muy cómodos, pero resistentes), su fiel espada y provisiones en un modesto envoltorio a espaldas. Preveía un viaje de un mes de ida y regreso a la cima de Yukiyama, pues de esa forma se lo había propuesto el día que cumplió la mayoría de edad —dieciséis—.

Los reyes no estaban de acuerdo, rotundamente habían demostrado su inconformidad y le amenazaron con desheredarlo si se atrevía a desobedecer, situación que le provocó una demora al joven en su viaje: si él conseguía el favor del kami de Yukiyama, era para ser un mejor monarca cuando debiese suceder a su padre. Si era desheredado, su esfuerzo se vería perdido. Luego de insistir durante muchas noches, escuchó la feliz noticia de que tenía el permiso de partir; pero primero debió enfrentar un discurso bien preparado que le tenían sus padres sobre el respeto a los dioses, la humildad y la armonía con la naturaleza.

—Soy descendiente de los dioses, como ustedes. ¿A qué temer?

La creencia decía que la familia Takashima descendía de un poderoso dios que había aparecido en las tierras de Sekkei siglos atrás, tomando por esposa a una joven doncella e instaurando un reinado eficiente en medio de los humanos que vivían en los dominios del kami. Se decía que su nombre era Yasunori, que el apellido provenía de la mujer y que él simplemente desapareció tras la muerte de ella, nombrando rey a su único hijo. Ese hijo era ancestro directo del padre de Kouyou, un hombre conocido por su sabiduría y su moralidad elevada. El hombre falleció a los cien años de vida, su hijo menor le sucedió a los treinta años (el único con vida cuando falleció su padre).

También se creía que Yasunori era el kami de Yukiyama. Si eso era cierto, el príncipe no tenía nada que temer, ¿o sí?

 

Contrario a las creencias humanas, el mundo en el que vivían no estaba lleno de kamis, sino de criaturas mágicas inferiores que mantenían el orden de la energía vital, los ciclos naturales, las relaciones sociales y los sentimientos humanos. Eran miles de ellas que obedecían órdenes de superiores que habitaban un mundo suspendido sobre el pico más alto de Yukiyama y donde habitaba el kami de esa región: Yasunori, un ser del que se desconocía la edad, cabellos negros hasta los hombros, ojos oscuros, piel clara y espíritu jovial al que le encantaba delegar funciones.

A pesar de ser la criatura de más alto rango, él no estaba directamente enterado de lo que ocurriera en las tierras bajas, sus subalternos de confianza eran los que le mantenían informado periódicamente al respecto y él tomaba las decisiones que resultaran pertinentes de acuerdo a los reportes; porque la ocupación principal de Yasunori era mantener la armonía de su tierra de fantasía, Gensou-chi.

Su hijo menor y supérstite era Yuu, kami igual que él, quien tenía a su cargo la energía vital de la tierra baja. Sus rasgos eran similares a los de su padre; pero su mirada tenía una profundidad más marcada y su carácter era ambivalente entre la jovialidad y la seriedad.

Su mano derecha y pareja eterna era un extraño ser que manipulaba magia oscura, encargado de los ciclos naturales, llamado Ryutaro. Cuerpo delgado, cabello oscuro, rostro inexpresivo —para la mayoría de las criaturas de Gensou— y capaz de hacer cualquier cosa para ver feliz a su pareja; aunque él mismo solía tener pocos “ataques de alegría”, como los llamase cariñosamente Yasunori. De hecho, Yuu era hijo de ambos: al ser un experto en cuestiones naturales y alteraciones mágicas, consiguió lo imposible, aunque estuvo al borde de la muerte; y no fue él quien «cargó» la vida del joven kami: fue una preciosa ninfa, a la que le confiaron el manejo de las relaciones sociales a cambio de ese trabajo, llamada Haruna.

Gensou era una especie de enorme isla flotante que en su zona alta se constituía en un llano valle, rodeado de picos escarpados, y surcado por cuatro ríos; la zona baja era un pico invertido que, en su punto más bajo, se encontraba a trescientos metros sobre el punto más alto de Yukiyama. Era poco visible, por la energía concentrada en ella, inaccesible para los humanos y la fuente de todo lo que existía en la cordillera nevada y sus alrededores en un amplio radio. Existían muchas aldeas, criaturas de todas las especies habitando en ella, la armonía con la naturaleza era la ley principal, seguida de la armonía en la sociedad, y todos vivían como iguales: no existía ni un castillo, sólo casas hechas en madera para todos, cuyo tamaño dependía del tamaño de la familia que la poblase. Por ser Yasunori y su familia la de mayor importancia, dado que era él quien ostentaba el equilibrio de todo, su vivienda estaba ubicada justo en el centro de Gensou (lo que facilitaba la labor de distribuir la energía uniformemente sobre las tierras bajas).

 

II

 

Cuando no estaba impartiendo órdenes, departiendo con sus amigos, escuchando a sus subordinados o comiendo, Yuu se dedicaba a relajarse en medio de un campo de flores de cierta belleza que le encantaba; las flores eran azules y tenían propiedades curativas mágicas. Tenía una especie de columpio en la rama de un abeto que se encontraba en medio de ese campo, desde el cual podía observar los pétalos danzando con el viento, recibir y dar energía con esas pequeñas criaturas inmóviles, olvidando sus oficios por un instante y las obligaciones a su cargo.

Ese era un corriente día de transición entre la primavera y el verano, el kami de la energía vital se columpiaba mientras observaba las florecillas curativas cuando llegó uno de sus subordinados con evidente afán. Se dignó a mirarle al notar su estado de ánimo. Era un sátiro adulto, por lo general calmado.

—Señor, malas noticias: otro joven de Sekkei ha intentado escalar Yukiyama. Está perdiendo su vida de a poco escondido en una roca, sin comida y sin agua. Una de las cabras a mi cargo lo acaba de informar —decía todo aquello con preocupación y tomando aire, pues había corrido para reportarlo.

—Los humanos deben dejar la codicia, escalar Yukiyama es peligroso y ellos lo hacen de todos modos. No puedo negar que me preocupa que otra vida se pierda en nuestro punto de conexión con la tierra baja, pero intervenir no sería prudente. —Bajó del columpio de un salto y miró frente a frente al sátiro—. Te lo he dicho muchas veces.

—Señor Yuu, es Kouyou Takashima, el príncipe de Sekkei. —Abrió los ojos con evidente asombro, ¿el príncipe?—. No podemos dejar que muera.

Por alguna razón que le era oculta, su padre le tenía mucho aprecio a la familia real y él no podía desconocerlo. Por más estúpida que hubiera sido la decisión que llevó al príncipe a jugarse la vida en Yukiyama, no podía dejarlo morir y menos cuando sabía en qué situación estaba. Su padre no lo perdonaría, claro que no.

—Iré por él. Gracias por avisarme. —Se alejó después de decir esas palabras y, en medio de la pradera, observó el cielo azul en tanto sus manos desprendían un suave brillo en forma de llamado.

Una enorme criatura voladora, un ave blanca que había domesticado décadas atrás, descendió tras unos instantes y agachó su cabeza en busca de caricias.

—Te tengo muy consentida, Shinju. Hay una misión de rescate ahora. —Sacó un bocadillo de su bolsillo, una bolita dulce que su padre Ryutaro cocinaba con frecuencia (era lo único que sabía preparar de comer) y se la ofreció; la criatura la comió con gusto. La llevó cerca de su casa, la ensilló y montó, partiendo con prisa al lugar donde se encontrase ese imprudente humano.

Le tomó un poco más de tiempo del que hubiera deseado; pero el olfato de Shinju le ayudó a dar con el joven príncipe. Era una pequeña hendidura en medio de la montaña que ya empezaba a llenarse con algo de nieve.

—Esto no es inteligente —dijo al aire y se apresuró en sacarlo. El humano era más alto, lo que le costó un poco de trabajo al cargarlo y subirlo a su fiel mascota para retornar a Gensou antes de que la tormenta de nieve se intensificara—. Esos dos —susurró en tono de reproche, aunque nadie pudiera escucharlo.

Arribó a casa poco después, esperando que estuviera sola, buscó una manta gruesa y la usó para cobijar todo el cuerpo del príncipe. Shinju yacía recostada cerca de la puerta trasera, ocultándose bajo las ramas frondosas de la suave lluvia que empezaba a caer. Yuu se sentó sobre la alfombra en medio de la sala y dejó la cabeza del joven sobre su regazo. Con el ánimo de reavivar su energía vital lentamente, empezó a acariciarle la cabeza.

—¿Dónde crees que estén? —dijo a su fiel bestia, la cual le miró sin mucho interés, pues no comprendía las palabras del kami—. Esta lluvia es extraña, no suele ocurrir en esta época. ¿Habrá ocurrido algo? —Dirigió la mirada a la pintura de su familia que colgaba de la pared—. Traviesos.

 

III

 

Después del poco convencional ritual que acababa de realizar en el templo de Gensou (donde las criaturas realizaban las ceremonias necesarias para bendecir o maldecir a la tierra baja), el mago Ryutaro se dirigió a su hogar para reponer energías. Ya caía la noche, varios charcos de una reciente llovizna se atisbaban por los campos y calles, el frío empezaba a mostrarse y todo lo que él quería era su cama calentita junto a su pareja, la misma que había huido después del ritual en un instante de distracción.

Le tomó una caminata de quince minutos llegar hasta la pequeña casa. A los pocos metros de distancia, un suave escalofrío le recorrió la columna y le trastocó; podía sentir una energía extraña que emanaba de su bien cuidada casa. Algo oscuro empezaba a crecer en su pecho, algo que había mantenido controlado durante mucho tiempo: odio.

—Buenas tardes, hijo —dijo al abrir la puerta, encontrándose con la escena de su pequeño sentado en el sofá junto a un extraño joven que estaba envuelto en su abrigo favorito. En lugar de hacer alguna observación, simplemente se dedicó a inspeccionar a ese desconocido de forma inquietante.

—¡Hola, papá! —Escuchó la respuesta casi inmediata, acompañada de una sonrisa que no vio—. Pensé que estarías aquí cuando llegué.

—¿Quién es él?

La efusividad del kami se esfumó y la poca tranquilidad que le quedaba al príncipe se desvaneció. Esas tres palabras sonaron casi que en un bramido molesto. Era un poco tarde para arrepentirse y el humano ya empezaba a creerlo así.

—Es un chico que salvé de Yukiyama, volverá a la tierra baja en cuanto…

—Es humano. —Interrumpió sin querer escuchar más. Todos en Gensou sabían que su reino estaba prohibido para los humanos, algo que debía conocer la segunda criatura más importante del lugar.

—En cuanto se recupere, volverá a la tierra baja. Iba a morir de hipotermia.

—Es hu-ma-no, su presencia está absolutamente vetada en Gensou. ¿Qué diría tu padre si se entera?

—¡Padre me hubiese reprendido si lo dejaba morir! —Se levantó de su lugar, en realidad no acostumbraba contradecir a Ryutaro; pero el caso, según él, lo valía.

—¡Te va a reprender por traer humanos! —Se le notaba cada vez más exaltado—. Y no me grites, soy tu padre y me respetas.

Conforme la discusión avanzaba, el castaño se iba sintiendo cada vez más pequeño, más insignificante y más estúpido por haber decidido emprender ese viaje. Estaba en un lugar extraño, gracias a que ese pelinegro llamado Yuu le salvase —¡qué humillante fue para él enterarse de que debió ser salvado!—; poco tiempo después llega alguien con un aura oscura y tenebrosa a decir que su presencia estaba prohibida, ¡y que encima de todo había alguien superior que esos dos! Creyó que su salvador era el kami de Yukiyama, aunque le bastaba con escuchar a esos dos para enterarse de que el kami era, probablemente, el padre de éste. Por otra conclusión, el demacrado pelinegro que acaba de entrar era algo así como la mamá de Yuu. ¿Qué clase de mundo loco era ese?

—Lo siento —murmuró bajando la cabeza por unos instantes, antes de volver a enfrentarle con palabras calmadas—. Es el príncipe de Sekkei, papá. Tú sabes cuánto cuida de esa familia mi padre.

—¿Es un Takashima? —Una sonrisa de incredulidad se dibujó en su rostro, mirando nuevamente al joven de manera despectiva—. Con mayor razón debiste dejarlo morir. ¡Los monarcas de Sekkei desafiando a los dioses!

—¿Quién desafía a quién?

El silencio que se formó en el lugar fue incómodo para tres de los presentes. El kami superior acababa de llegar, se notaba algo cansado y curioso; observó a todos con cuidado hasta quedar en medio de ellos, esperando una respuesta por varios minutos.

—¿Nadie piensa responder? —Se giró a ver detenidamente al joven que seguía sentado en el sofá, casi en forma de ovillo—. A ti no te han enseñado modales, ¿verdad? Cuando llega el jefe del hogar, hay que ponerse en pie.

—Discúlpeme, señor —susurró y se sacó el abrigo, poniéndose de pie al instante aún con la cabeza gacha—. Buenas tardes. —Hizo una suave reverencia y levantó el rostro, sin atreverse a mirarlo directamente.

—Nunca te había visto, ¿quién eres?

—Puedo responderte yo…

—Le pregunté a esta joven criatura, Ryu; gracias —dijo sin mirarle, estaba concentrado en develar quién era ese castaño que le resultaba tan familiar.

—Takashima Kouyou, príncipe de Sekkei. —Fue casi magia, pues con sólo decir eso, su postura se acomodó y recuperó su altivez, propia de la realeza. Su interlocutor, por el contrario, se desdobló ligeramente a causa de… un ataque de risa.

—¡¿Kouyou?! ¡Tú! —Rió un poco más, mirando con burla al joven y luego a sus familiares, haciendo gestos del tipo “éste cree que me engaña”. Pero su risa se apagó al momento en que volvió a mirar al castaño, que ahora lucía el típico gesto de los Takashima: un mohín de labios, ligeramente hacia el frente, formando una especie de pico de pato.

—Sí es Kouyou, padre. —Yuu se acercó y comentó lo que había ocurrido, que supo que no podía dejarlo así como así cuando supo quién era y que procedió de esa manera porque sólo le interesaba preservar esa vida, que sabía que había obrado mal al llevarlo a Gensou, mucho más a su casa porque era la más sagrada. Prometió que, en cuanto amaneciera, lo llevaría a Sekkei nuevamente para evitar consecuencias.

Yasu le escuchaba mientras observaba con un gesto indescifrable al humano. El único que supo descifrar eso fue Ryutaro y por eso abandonó la estancia, con el sigilo del viento que hubiese aprendido a dominar décadas atrás, antes de que su hijo terminara el discurso.

—Kouyou —dijo pausadamente—. Takashima Kouyou, tú no puedes volver a la tierra baja aún. —Los dos chicos le miraron sorprendidos—. Es cierto que la presencia de humanos está absolutamente vetada; pero lo más prudente ahora es que no regreses. —Caminó hacia una mesita con botellas, tomó la más alta y transparente para servir su líquido en una copa que sacó de un estante.

—¿Estás seguro, padre?

—Completamente. —Dio un sorbo al fuerte licor que acababa de servirse y se dio la vuelta para mirarlos—. Mi nombre es Yasunori, soy el superior de los dos kamis que dominamos sobre los terrenos de Sekkei y protector de la familia Takashima desde hace demasiados años. —El humano le observó con un toque de estupefacción y de emoción.

—¿Eso quiere decir que la leyenda es cierta? —Una enorme sonrisa se plantó en su rostro y recibió un dedazo de parte de su interlocutor, hecho al estilo resorte entre su pulgar y su índice derechos—. ¡Au! Eso dolió —susurró sobándose la frente.

—No sé quién se inventó esa leyenda, pero no tenía mucho para hacer. —Resopló en un gesto de molestia—. Escúchame bien ahora. —Le señaló con la mano en que tenía la copa de licor—. Se supone que eres el heredero al trono de Sekkei, el futuro rey, el que va a guiar a toda esa gente a su porvenir; pero eres un imbécil. —Tiró el contenido de la copa sobre el pecho del humano, dándose la vuelta para servirse más. Su hijo se limitaba a observar.

—Sólo quería que usted me concediera su favor para gobernar con sabiduría a mi pueblo, Yasunori-sama.

—¿Quién te dijo a ti que yo le concedo favores a ilusos suicidas que suben a montañas donde cientos han muerto antes por haberlo intentado? ¿Qué te hace pensar que el camino de la necedad te va a guiar a la sabiduría? —Todo lo dijo en un tono calmado y severo. Incluso Yuu se sintió abochornado por escucharlo.

—Eso dice la leyenda, es por eso que todos han intentado llegar a la cima de Yukiyama —susurró apenas, se sentía demasiado pequeño ante su kami.

—Las leyendas son eso, no le des credibilidad a algo sin tener certeza de su veracidad. —Terminó su nueva copa de licor y se giró para observarle con dureza—. Percibo que, aparte de necedad, tienes algo de soberbia en el corazón. Arriesgar la vida de forma tonta es pecado, ser temerario ante la naturaleza es un riesgo y desafiar la paciencia de un dios es crimen. No volverás a Sekkei hasta aprender a respetar a los demás, a la naturaleza y a tu dios. No permitiré que sea rey alguien como tú eres ahora.

El joven príncipe sólo consiguió cerrar sus ojos para no dejar que las amargas lágrimas cayeran. ¡Su kami le había negado la unción real! Le había dado la peor imagen posible y todo por intentar ser un mejor monarca. Se sentía peor que nunca, llevaba toda la vida preparándose para lo que era su inevitable y único destino, ser rey; pero en menos de cinco minutos, el ser superior al que estaba obligado a obedecer le había dejado muy en claro que no había hecho nada bien en la vida. Sollozó porque le dolía, porque se sentía inepto, porque no era lo que quería.

Su verdugo sólo le observaba con semblante serio, alternando la mirada entre él y su hijo.

—Tu progreso será vigilado de cerca por Yuu. Es un kami como yo y está encargado de todo lo relacionado con la vida, con él aprenderás a valorarla en todas sus expresiones. Cuando él considere que estás listo en ese aspecto, irás con Haruna-san: la ninfa encargada de las relaciones sociales, es una experta —dijo en tono de obviedad—. Después, irás con Ryu. Él te enseñará a estar en armonía con la naturaleza. Cuando termines con todos, vendrás conmigo y yo te enseñaré a controlar tus emociones. —Llevó una mano a la cabeza del joven, al que acarició en gesto fraterno por un par de segundos.

—Sí, señor —susurró en respuesta.

—Ahora quítate lo que tienes puesto, es de Ryu. No creo que le guste mucho la idea de que uses su ropa y, créeme, se lleva bien con los patos; pero no con los humanos con boca de pato —dijo en tono de broma, recibiendo una mirada de molestia, cristalizada por las lágrimas y esos labios arrugados en forma de pico nuevamente. Por lo visto, el muchacho no tenía reparo en olvidar la vergüenza con facilidad.

—Sí, señor. No era mi intención usar su ropa.

—La mía le queda pequeña —comentó Yuu mientras dejaba su mano derecha reposando en su nuca, mirando al joven—. La de papá le queda bien, por eso la saqué.

—Pídele a alguien que le haga ropa, podría ser con Ruki. Sabes que todo lo que hace ese gnomo hilandero queda bien.

—Claro, eso haré. Y me encargaré del progreso de Kouyou-kun —dijo no muy convencido de estar preparado para asumir ese tipo de responsabilidades... o, mejor dicho, de haber entendido qué responsabilidad estaba echándose al hombro.

—Confío en ti, hijo —dijo en tono de broma y les observó con seriedad: el humano se limpiaba el rostro con las manos y su hijo le miraba suplicante—. Nos vemos luego, tengo que buscar a un dragón que se me perdió. —Se despidió con una mano para luego retirarse sin más.

 

IV

 

—¿Y qué se supone que voy a hacer con esto?

—Tu desayuno.

La primera lección que se le ocurrió al kami encargado de supervisar el progreso del príncipe de Sekkei, fue conseguirle todos los ingredientes necesarios para que preparara su primera comida al día siguiente. También, fue exigirle que se cubriera el cabello como la servidumbre.

«Si valora su vida, debe comer, ¿no?», fue el simple razonamiento en la mente del pelinegro, que observaba con algo de gracia la forma en que el joven examinaba todo como si de algo extraño se tratara: arroz, verduras, pollo, fruta y hojas secas de té verde.

—Pero yo no sé cocinar —dijo notoriamente avergonzado—. ¿Tú sabes?

La habitación dispuesta como cocina en casa de la familia Yasu no era muy grande ni muy pequeña, había un horno pequeño y una pilera para cocinar a la leña. Yuu se hallaba recargado junto al marco de la puerta que daba al patio, Kouyou estaba cerca de la mesa de piedra ante los alimentos crudos, algunos cuchillos, platos y otras cosas que seguramente servirían para preparar lo primero. Dirigió sus claros ojos a su supervisor, esperando la respuesta.

—Puedo enseñarte a preparar una sopa.

Aunque no era un platillo del agrado del castaño, debía aceptar que no tenía más opciones y que, si valoraba su vida, tendría que comerlo. El mayor se dispuso, de la manera más paciente, a explicarle cómo picar las verduras y la carne (cosa que aprendió rápidamente, debido a que ya tenía experiencia manejando objetos afilados), cuánta cantidad de ellos usar y en qué orden agregarlos a la olla. También le dijo la diferencia entre usar el horno y la estufa, el tiempo de cocción, la cantidad de especias y las medidas necesarias de higiene.

Una hora después, con algunos cortes y quemaduras, ambos se sentaron a la mesa para tomar el desayuno. El pelinegro no necesitaba comer para vivir; pero aceptó la propuesta de su aprendiz con tal de inspirarle confianza. No estaba apetitosa; pero quitaba el hambre.

 

La vestimenta usual en Gensou consistía en una túnica larga con mangas hasta los codos, de un color uniforme, sujetada con un cordel de distinto color. Yuu usó su túnica favorita, de color azul real, con un cordel plateado; Kouyou se vistió con una blanca y cordel negro. Salieron cuando el Sol empezaba a alzarse sobre las montañas, en dirección de la cabaña del gnomo hilandero para que le confeccionara algunas prendas al príncipe.

—¿Puede ser del color que yo quiera?

—No, debe ser un tono claro y nada ostentoso.

—¡Pero el tuyo es ostentoso!

—¿Quién es el kami aquí?

El del traje azul se sentía algo agobiado, no le gustaba sortear más responsabilidades de las que ocupaba y el carácter de niño consentido que se cargaba el humano era poco menos que desagradable. Al de traje blanco no le gustaba que le mandaran, que le pidieran que hiciera algo ni que le dijeran cómo vivir; ¡él era un príncipe!

Su relación maestro-aprendiz había empezado con buen pie hasta que uno de los dos decidió abrir la boca. Sus personalidades chocaban, ambos eran unos hijos consentidos y la situación les crispaba los nervios: aguantarse era labor de valientes. Esperaban que no durara mucho.

La caminata fue silenciosa, tensa y sus rostros lo reflejaban. Llegaron cuando el Sol estuvo en su punto más alto a casa de Ruki, un simpático y rubio gnomo (no tan bajo para ser uno) que les invitó a almorzar, le tomó las medidas a Kouyou y le mostró las telas y colores que trabajaba.

—¿Cuánto me pagarás? De eso depende lo que puedo hacer por ti.

—¿Pagar? —susurró el humano e hizo su mohín de pato—. No tengo dinero.

—En Gensou no hay dinero; tú debes pagarme con algo que puedas darme. ¿En qué eres bueno?

—Manejo armas.

—No me interesa.

—Etiqueta y protocolo…

—No, tampoco. —El castaño titubeó un poco.

—Sé tocar algunos instrumentos de cuerda y percusión.

—Está bien, eso suena interesante. —La sonrisa en el rostro del gnomo se le antojó maliciosa—. Todas las noches me reúno con algunos amigos en un parque que queda en la aldea vecina, me gustaría que me acompañes con algún instrumento mientras canto.

—¿Tú cantas? —Le observó con curiosidad y una suave sonrisa se formó en sus labios.

—Soy el mejor cantante de Gensou-chi. Que te lo diga Aoi-sama. —Señaló al pelinegro, que curioseaba las telas más finas del hilandero—. ¡Oye! Serás todo lo “sama” que quieras, pero no toques eso. —Se acercó iracundo y le alejó en medio de manoteos.

—Están bonitas, Ruki. Hazme una túnica con eso, ¡por favor! Y una para papá, ya se ve muy feo con su negro siempre. —Kouyou reía suavemente ante el forcejeo de esos dos.

—Si tu papá la tira como las demás, no es problema mío.

—Aoi —susurró el príncipe con curiosidad, atrayendo la atención de los otros dos—. ¿Aoi como el cielo azul?

—No, Aoi como las malvas mágicas del estanque donde la energía brilla de noche. —Los ojos del kami se ilusionaron mientras decía aquello.

—Hace mucho no organizamos nada ahí. Buscaré a Guerrero-san e iremos durante la Luna Llena, ese será tu pago por las túnicas finas. —Sonrió el hilandero, al tiempo que le guiñaba a su cliente.

—Ten por seguro que estaré ahí. Pero lleva las túnicas a eso.

—¡¿Me harás cargar cosas?! —dijo fingiendo molestia—. Está bien, todo por ser tú. —Rió con gracia.

—Entonces lo mío será acompañarte, ¿no?

—Depende, ¿cuántas túnicas quieres?

—Con tres estaría bien.

—Tres noches serán.

—¡A él le pediste una noche por dos túnicas! No es justo.

—Ha sido mi cliente durante casi quince décadas, le hago descuentos.

—Me sonrojas, Ruki-kun. —Dramatizó el pelinegro, cubriendo el rostro con ambas manos.

—Sabes que mi corazón es tuyo, pero siempre me rechazas. —Le siguió el juego el otro, cubriendo su frente con el dorso de la mano.

—Tu corazón es de Guerrero-san, ¡no juegues con mis sentimientos! —Se dio la vuelta.

—Algún día será tuyo, sólo ten paciencia. —El humano empezaba a sentirse algo incómodo ante la situación, aunque le parecía divertida.

—¡Llevas diciéndome eso un siglo! —Se giró y le zarandeó un poco, riéndose luego para soltarle.

—Suficiente por ahora. —Rieron y observaron al olvidado joven.

—Eh, ¿una de esas puede ser en el estanque? Se oye divertido ver la energía brillando. —Sonrió tímidamente, los chicos se miraron de forma extraña y luego volvieron a ver al joven.

—Nadie puede saber que eres humano —dijo el pelinegro—. Ruki sabe porque es mi mejor amigo y porque confío en él, pero nadie más puede enterarse de eso. Es posible que la energía interactúe contigo, porque los humanos son centros curiosos de movimiento energético, y eso te delataría. —El chico sólo bajó la mirada, sintiéndose excluido.

—Señor kami, eres bastante aburrido —le reclamó el más bajo—. Puedo tejer algo que evite que eso ocurra, Kou… Eso sí, a cambio te pediré que seas muy social con esas criaturas y que te pongas un apodo, tu nombre es horrible.

—No es horrible; aunque si harías eso por mí, buscaré un apodo. —Suspiró antes de levantar la mirada, sonriendo levemente y tomando su postura principesca.

—Uruha —susurró el pelinegro sin dudar.

—Elegancia, porte, actitud —secundó el rubio.

—Eres Uruha. —La sonrisa del recién bautizado se ensanchó.

 

V

 

Durante los siguientes diez días, Uruha y Aoi fueron construyendo una pequeña rutina que consistía en cocinar su propio alimento, mantener limpia la casa y recorrer las aldeas próximas a la casa del kami. Cada vez que éste se entretenía observando un animal, una planta o un bebé, detenía al humano para que contemplara igual que él aquellas expresiones pequeñas de vida. Podía ser una simple mariposa, para el pelinegro era una vida valiosa y fascinante.

—Entiendo el punto, pero no quiero tener bichos en mi nariz. —La mariposa de alas rojas estaba posada en ese punto exacto, aprovechando que el castaño estaba descansando en el césped bajo un árbol.

—Es hermosa, Kouyou. Si pudiera retratar esto, sería genial.

—Quítamela. —Pidió en tono impaciente, mantenía los ojos cerrados para no ver al insecto.

—No lo haré —canturreó, mirando de cerca a la criaturita.

—Por favor, quítala.

—Aunque lo pidas así, no lo haré —susurró cerca de su oído, provocando un suave escalofrío en el humano y que la mariposa huyera ante la vibración—. Ya se fue —dijo en tono lastimero y volvió a recostarse junto al joven.

Los niños consentidos habían bajado la guardia después del encuentro con Ruki, porque ese día encontraron un gusto común: la música. Ambos eran bastante buenos tocando instrumentos de cuerda y se habían dedicado a practicar en sus ratos de ocio, consiguiendo congeniar a través de las mágicas vibraciones que sus dedos creaban.

El sonido de Yuu era melódico, suave, podía hacer reverberar y conquistar un alma con sólo eso. En cambio, el sonido de Kouyou era atrevido, impredecible, seductor y juguetón. Los dos en conjunto, eran una mezcla singularmente hermosa que había dejado boquiabierto a Ruki la noche anterior. Esa era la música que su voz, grave y profunda, necesitaba como acompañante.

Esa tarde pasaron bajo un gran abeto y resolvieron quedarse a descansar, recostándose el uno al lado del otro mientras la brisa les arrullaba.

—¿Dónde están tus padres? No los he visto desde hace mucho.

—Papá sale temprano y llega tarde, siempre ha sido así —dijo en tono divertido—. Padre debe estar haciendo revisión de rutina a las aldeas cercanas; cuando hace eso, se queda a dormir en casa de amigos y no regresa en varios días.

—Creo que no le caigo bien a, ¿tu papá? El que quería echarme de aquí el primer día.

—Ryu, a él le digo papá porque me consiente mucho —explicó para dejar en claro la diferencia entre los dos—. Creo que se sintió amenazado; es muy sensible a la energía y la tuya es algo extraña.

—Extraña —repitió en un murmuro, relacionando de inmediato ese adjetivo con el hecho de ser un humano—. Quisiera preguntarte algunas cosas, si me permites.

—No hay problema, pregunta. —Sonrió con suavidad, ambos seguían mirando las ramas y las nubes—. Pero yo te regreso las preguntas.

—Suena bien. ¿Qué edad tienes?

—Treinta y cuatro décadas.

—Eso es mucho. Yo tengo dieciséis años apenas. ¿Tus padres?

—Papá tiene treinta y ocho décadas. La edad de padre es un misterio para todos, incluso para mí —dijo en tono divertido.

—Padre tiene cuarenta años, mamá treinta y cuatro. ¿Hermanos?

—No conozco, aunque padre pudo tener hijos antes de conocer a papá. ¿Tú?

—Uno, es menor por dos años. Se llama Uke. —Sonrió—. ¿Lo que más te gusta hacer?

—Música, amo hacer música; también observar la naturaleza y tejer la energía vital de nuevas criaturas.

—¿Tejes la energía? —preguntó fascinado.

—Me tocaba preguntar a mí.

—Lo sé, lo siento. —Rió brevemente por la pena—. Me gusta la música, el combate amistoso de espadas y pintar paisajes —comentó con ilusión en la voz—. Ahora contesta. —Su acompañante se giró para poder verle.

—Tejo la energía de nuevas vidas. La tejo y la suelto en el mundo, para mantener los ciclos vitales. —El castaño ladeó el rostro, encontrándose con el kami a pocos centímetros.

—Y, ¿qué pasa cuando alguien muere? —susurró apenas.

—La energía se dispersa, llega a Gensou y vuelvo a tejerla; el ciclo reinicia. —Suspiró suavemente—. ¿Desde hace cuánto pintas y qué es lo que más te gusta pintar?

—Empecé cuando tenía ocho años, vi a un monje plasmando un paisaje en una visita al templo de la ciudad vecina —susurró, cerrando los ojos para recordar mejor—. Esa noche, intenté pintar algo que no lucía como lo que el monje hizo. Era brillante y colorido, él había usado sólo tinta negra —explicó lentamente—. Aunque no había pintura ni papel, únicamente eran mis dedos haciendo figuras en el suelo.

—Tal vez lo soñaste —sugirió en tono dudoso, esos detalles le sugerían algo grande.

—No lo soñé, Uke-chan lo vio también y dijo que era hermoso. A veces lo recordamos, intento hacerlo de nuevo; pero no soy capaz. Entonces sólo me queda el consuelo de usar pintura para acercarme algo a lo que alguna vez hice. —Terminó por recostarse de lado, al igual que el pelinegro, mirándose frente a frente—. Por lo general, son paisajes nocturnos o retratos de personas.

—Uruha, quiero que me retrates. —Sonrió con suavidad, casi malicia—. Pero con tus dedos, quiero que me plasmes en la energía. —El joven llevó, por inercia, sus manos a rozar el rostro suave y perfecto del centenario kami.

—¿Energía? Yo nunca he visto la energía, no podría dibujar con ella. —Mantuvo el roce, recorriendo la cara del otro con lentitud.

—No hagas eso, es extraño —dijo en tono divertido, pero el otro no se detuvo—. Eso que viste brillar fue energía, estoy seguro. 

—Lo que haya sido, fue hermoso. —Pasó intencionalmente sus dedos por los labios gruesos del mayor, dejándolos ahí.

—Podemos ir al estanque para que lo intentes —susurró y lamió los dedos del castaño, quien retiró su mano al instante.

—Eso fue extraño —dijo con un toque de acidez, otro de diversión y uno último de ligera excitación.

—¿Te gustó?

—¿Qué tipo de pregunta es esa?

—Sólo contesta. —Las mejillas pálidas del castaño tomaron un tono rojizo.

—Sí… sí me gustaría ir al estanque. —Desvió la mirada mientras el pelinegro rodaba sus ojos.

—Mañana iremos con tu siguiente maestra. Para mí, ya cumpliste la prueba.

Quizá era prematuro de parte del kami decir que el joven humano estaba listo para ir con su nodriza, Haruna; pero de todos modos lo haría, si iba a supervisarlo, sería capaz de guiarle en lo que le hiciese falta aún para “apreciar la vida”.

 

VI

 

La aldea que era hogar de la ninfa Haruna se encontraba realmente lejos del centro de Gensou. Aoi y Uruha salieron cuando el Sol apenas se alzaba sobre las montañas, almorzaron por el camino y llegaron cuando el atardecer se empezaba a disimular en el cielo. En un hermoso valle se levantaba la extensa aldea, con casas pequeñas de distintos colores que le daban un toque distintivo de lindura.

Muchos niños corrían o volaban llenos de alegría por las calles, varios se acercaron al kami para abrazarle con cariño o simplemente para saludarle.

—Los niños parecen quererte, ¿eh? —comentó el joven humano, una vez cruzaron una concurrida plazoleta.

—Son mis hijos, tienen que quererme —admitió sin atisbo de vergüenza.

—¿Todos esos son tus hijos? —Detuvo la caminata abruptamente, hecho que no pasó desapercibido para su acompañante, quien le miró confundido.

—Sí.

—¡Son muchos, Aoi!

—Tengo más, pero ya son adultos.

—¿D-de dónde? ¿Cómo? —Se sentía extraño, le resultaba increíble esa carencia de apego filial entre el dios y sus hijos.

—Son hijos de las más hermosas ninfas que puedan existir. —Acompañaba las palabras con gestos que demostraban algún grado de éxtasis—. No me culpes, no puedo resistirme a sus encantos. —Le tomó del brazo y lo llevó con prisa hasta que dieron con una cocina al aire libre—. ¡¿Las ves?! Son preciosas —susurró para no ser escuchado; muchas ninfas cocinaban, en túnicas cortas, algo que tenía un aroma muy dulce.

—En realidad, son encantadoras. —Concedió el joven, hablando también bajo—. Pero me parece exagerado que tengas hijos con todas.

—No todas, sólo las más guapas, las más dulces y las que tienen las tetas más grandes. —Recibió un golpe algo fuerte, lo que le hizo quejarse—. ¡Oye! —Volvió a tomarle con brusquedad, escondiéndose detrás de un muro.

—Eres un mujeriego sin remedio. ¿Al menos eres un buen padre para todos esos niños?

— No soy un padre, sólo los engendré. Ellos me ven como un hermano mayor divertido. —Sobó la zona golpeada sin mirarle—. Ahora, si soy un mujeriego o no, es mi asunto —dijo con seriedad, resopló y se recostó en el muro.

—Lo siento, Yuu-sama. No pregunto nada más. —El indignado castaño se cruzó de brazos y se alejó un par de pasos, mirando los floridos árboles que le rodeaban como si fueran lo más interesante para contemplar en ese instante.

—Haruna-san debe estar en casa, es cruzando la esquina. Vamos.

—¿A esa también le hiciste un hijo? —Rodó los ojos y se giró para seguirle, topándose con el pelinegro que le observaba de forma poco amable.

—“Esa” es mi nodriza. Ella me dio a luz y amamantó mientras papá luchaba por sobrevivir. No vuelvas a hablar así de ella.

—No sabía eso, lo siento. —Bajó un poco la guardia, aunque la actitud del mayor le parecía algo exagerada en esos momentos.

—No sabes nada, humano. —Justo cuando pensaba que los roces fueron algo de primera impresión que ya habían pasado, metía la pata e insultaba a la madrecita de su tutor-kami. Entonces se preguntó si algo había aprendido durante ese tiempo.

La corta y calmada caminata los llevó ante una preciosa casa con forma de flor en capullo, color rosa, con dos ventanas y una puerta. Estaba rodeada de muchas flores y comederos para avecillas que el joven nunca había visto.

En el momento que el mayor se fue a tocar a la puerta, Uruha se acercó a uno de los comederos donde observó maravillado a una especie de bolita emplumada, de colores brillantes, patas y pico corto que tragaba del alimento, alternando cada “bocado” con inspeccionar a la criatura sospechosa que le miraba.

—¡Le caes bien a Ten-chan! —Una dulce voz a su espalda le sobresaltó e hizo que se diera la vuelta para encontrarse con la dueña: una preciosa jovencita de sonrisa radiante. La avecilla revoloteó hacia ella y se posó en su dedo pulgar.

—Kouyou-kun, ella es Haruna-san. Mi nodriza y la ninfa encargada de las relaciones sociales. Es la más encantadora de todos. —Ese fue el pelinegro, que se acercó a medida que hablaba para terminar envolviendo con sus brazos a la chica, en un gesto de puro cariño filial.

—Mi pequeño, tan tierno como siempre. —La muchacha se separó para poder apretarle las mejillas con suavidad—. Y no me digas “Haruna-san”, dime “Haruru”. —La bolita emplumada ahora se posaba en la cabeza del pequeño.

—Sabes que no puedo decirte así. —Sonrió con simpleza mientras alzaba los hombros.

—Así que eres Kouyou. No te esperaba de visita por aquí tan pronto. —Sus rosadas y rápidas alas, en que apenas reparaba el humano, se movían a intervalos mientras su dueña inspeccionaba al recién llegado de arriba abajo.

—Es un gusto, señora. —Reverenció suavemente, manteniendo un gesto serio en todo momento.

—¡Nada de señora! Tú también debes decirme “Haruru”.

—Disculpe, es norma de cortesía decir “señora” a la madre de alguien importante, como Yuu-sama —explicó con una suave sonrisa en los labios.

—No, yo no soy su mamá. Soy su nodriza. —Le alborotó el cabello al mencionado, debiendo empinarse un poco para alcanzarlo.

—Pero dijo que tú le habías dado a luz —rebatió de inmediato, evidentemente confundido.

—Ah, eso. —La chica suspiró largamente—. Sí pasó, pero yo no soy su madre. Si quieres detalles, Ryutaro-sama podría explicarlo mucho mejor que yo.

Sin darle tiempo a decir algo más, Haruna les invitó a pasar a la casa a comer. Fue una cena muy ligera, hecha casi en su totalidad de verduras y dulces, acompañada de té verde; las asperezas entre Aoi y Uruha se diluyeron entre los comentarios amables que surgieron cuando ella les preguntó qué habían hecho desde la llegada del castaño. Hablaron desde las mañanas de diversión y angustia por los alimentos a medio preparar, pasando por la visita a Ruki y los ensayos de música, hasta las horas que invertían juntos en observar las pequeñas manifestaciones de vida. A Haruna le pareció muy bueno todo eso, pero sentía que faltaba algo.

—¿Ustedes se llevan bien? —preguntó en tono afable. Los chicos se miraron un instante.

—Al principio, fue difícil. Hubo muchas discusiones los primeros días, luego empezamos a ensayar música y dejamos de pelear tanto. —El kami escuchaba atentamente en tanto tomaba del té.

—Eso significa que ya arreglaron sus diferencias, ¿verdad? O, al menos, que saben por qué discuten. —Recargó el rostro en el dorso de su mano derecha, observando a esos dos.

—No creo que haya algo que arreglar, Haru…ru —susurró Aoi, casi que irritado.

—No hemos hablado al respecto.

A la ninfa no le interesaba si Kouyou cumplía con normas de etiqueta —algo en lo que le vio muy preocupado durante la cena—, su interés radicaba en que el chico se permitiera ser amable con otras personas y que diera su mejor esfuerzo por construir buenas relaciones en el medio en que debiera desenvolverse. Yasu le había dicho que un rey debe ser un amigo, un socio, un estratega y alguien de confianza; el príncipe tenía toda la formación, pero no se permitía ser él mismo ante los ojos del mundo y eso le mantuvo ocupada toda la noche.

 

Los próximos días, fueron de una intensa “socialización” —como la llamara su maestra— para Kouyou. Lo llevó a reuniones con ninfas, gnomos, sátiros y otras criaturas para cosas que consistían desde bailar hasta cocinar. Lo hizo relacionarse con niños, con jóvenes, con adultos y con ancianos; ella quería ver al castaño en otros ambientes para determinar qué debería hacer para ayudarlo. Yuu, sin otra opción, estuvo en todas las actividades junto a Kouyou.

Su relación era algo extraña a ojos de Haruna y, sin embargo, hermosa. Pocas veces el humano se mostraba calmado, relajado y dispuesto a hacer cosas sin pensarlo demasiado. En la mayoría de ellas, estaba su pequeño presente. Tenían una dinámica energética bastante extraña: cualquiera podía tomar la iniciativa y confiar en que sería seguido por su compañero porque, de hecho, esa confianza no era defraudada.

Y es que, incluso en las relaciones interpersonales, la energía está haciendo de las suyas. Cada gesto, palabra y acto corporal que realiza una persona, desprende energía que se dirige al centro energético de la persona a la que se la dirige; no importa si está lejos, le llegará. En el caso de los muchachos —como Haruna ya les decía de cariño—, el flujo era constante y dinámico: no siempre era calmo, no siempre era agresivo; pero se mantenía, como si no se cansaran de la energía del otro.

Aunque la energía no basta para construir buenas relaciones. Pocas criaturas tenían el don de identificarla, interpretarla y retroalimentarse de ella en forma constructiva para la relación. Kouyou no podía hacer nada de eso, pero tenía la sensibilidad para lograrlo. A cualquier tonto, la ninfa le enseñaría a leer el lenguaje corporal y el tono de voz ajeno; al príncipe de Sekkei, le enseñaría la hermenéutica de la energía. Primero, debía cerciorarse de la capacidad del joven para comprender algo tan complicado.

 

VII

 

La luna llena se alzaba imponente esa noche. Dado que el entrenamiento de Uruha con Haruna seguía en la aldea de ésta, Ruki no tuvo más opción que ir a ese lugar a buscarlos; la parte amable de todo, era que el estanque estaba más cerca de ese sitio que de la aldea en que el gnomo vivía. Siendo la nodriza una amante del baile y los instrumentos de percusión, no les permitió a los más jóvenes salir sin su compañía.

El estanque mágico era un lugar atractivo para los jóvenes de Gensou, que se reunían a su alrededor para entonar canciones, bailar y departir con sus amigos. Todas las noches, sin excepción, varios llegaban a improvisar la diversión del día. Su mayor atractivo era el espectáculo de energía en forma de líneas o puntos de luz danzando en el aire, de distintos colores y brillos. Lo que pocos tenían el privilegio de ver cada día, ahí podía ser visto por cualquiera.

Al ser noche de Luna Llena, esa fue una ocasión muy concurrida en el sitio, quizá demasiado para el novato príncipe. Licor de néctar era repartido en vasijas a los presentes, los instrumentos eran dispuestos sin restricción alguna a los más osados para que interpretaran la música que bailarían con entusiasmo los demás.

En cuanto llegó, el príncipe humano se sintió abrumado por el espectáculo lumínico que le rodeaba. Hermoso, imponente y tranquilo; demasiadas cosas para ser ostentadas por luz. Él sabía que había visto algo así antes, vagamente cuando dibujó su primer paisaje con los dedos en el aire. ¿Acaso era ésa la energía de la que hablaban? Según Haruna, sí.

Ruki se lució en esa ocasión, siendo su voz acompañada por las melodías de cuerda de Aoi y Uruha junto al ritmo de la ninfa superior. Algunas canciones fueron de baile, otras para admirar el lugar en el que estaban, unas pocas para pensar en la pareja. La última canción fue una de este tipo, al término fueron aplaudidos con ímpetu por los presentes y recibieron una botella de néctar cada uno. El joven gnomo se desapareció después de dar el primer trago a la suya.

Los otros tres músicos se sentaron a la orilla del estanque, lejos de los demás, bebían su ganado licor y comentaban lo inusualmente activa que estaba la energía ese día: preciosas ondas irregulares de color púrpura los rodeaban y se perdían junto al resto de luces. La fuente no podía ser Uruha, porque su túnica había sido diseñada especialmente para evitar ese tipo de cosas. Dedujeron que sólo bailaba al ritmo rápido que imponía el grupo de turno; uno que sedujo a Haruna con tal rapidez, que se fue sin terminar su licor a bailar.

—Yuu. —Esa ligeramente pasmosa voz llegó a sus oídos y sintió cómo el dueño se recostaba en su hombro con suavidad.

—¿Sí?

—¿No que todos los kami deben tener una familia para custodiar? ¿Cuál es la tuya? —Los kami, Aoi sólo conocía dos: su padre y él mismo. Hasta donde sabía, no era su deber conformar una familia.

—No quiero tenerla. Estoy bien con padre y papá; ellos me quieren, me consienten y no me estreso. ¿Para qué me iría de este paraíso? —respondió con calma, lidiando en ocasiones con enredos de su lengua (provocados por su indecisión). Al final, rio suavemente y contagió a su acompañante.

—Yo quiero vivir eso —susurró el menor, cuyos hombros fueron rodeados por el fuerte brazo del kami en gesto de camaradería.

—Quieres ser un dios, eso es muy ambicioso. —Una sonrisa de burla se tomó el rostro de Kouyou, era obvio que él no entendería.

—No, lo que quiero es embriagarme. —Estiró el brazo para tomar la botella de néctar del dios, la posó en los labios de éste y dejó fluir un corto chorro del licor.

—¿Qué hiciste? —Se alejó de inmediato, lamentando la mancha sobre su preciosa túnica sin reparar en el menor.

—Aoi, mírame —reclamó demandantemente, tomándole del mentón para acercar sus rostros.

—Uruha, ¿qué haces? —El mundo del pelinegro se trastocó en el instante en que su cadera fue rodeada por las largas piernas del castaño, ese del que, se decía, tenía una belleza hipnotizante.

Muchas veces había visto ese par de ojos color miel, aunque la cercanía le daba un atractivo desconocido para él hasta entonces. Pudo notar también que el cuerpo del joven, a pesar de ser igual al suyo, no le provocaba repudio, y que esos labios de forma extraña eran sumamente preciosos de cerca.

Uruha quería culpar al licor de estar cometiendo tantas acciones vergonzosas seguidas, si sus padres lo vieran, seguramente le quitarían el derecho al trono (consecuencia que, visto el mundo que conocía, no le parecía mala. Peor sería volver a donde estaba antes). Él, un Takashima, el futuro rey, ofreciéndose a otro hombre. Podría ser un dios, era otro hombre y uno que, en sus noches de sueño, invadía sus fantasías. Quizá, si lo besaba, el deseo se desvanecería y dejaría de soñarlo.

El castaño jugueteaba con las negras y rebeldes hebras de su custodio, lo peinaba y movía de sitio ligeramente; también miraba con deleite los rasgos de ese odioso kami. Los ojos de Yuu se habían cerrado ante la expectativa, sentía los mimos, el aliento a néctar fermentado, el roce de pieles causado por un inquieto joven, que parecía querer olfatearlo del todo.

—Tus labios son gruesos, suaves y húmedos —un susurro y unas caricias torpes, dos dedos que recorrían sus labios con timidez. Abrió la boca para atraparlos, succionó un poco y se dedicó a lamerlos—. Es extraño, ¿no crees?

No obtuvo respuesta, sólo observó al mayor deleitándose en saborear sus dedos a ojos cerrados un par de segundos, finalizando con una suave mordida. Los ojos negros, ocultos poco antes, le observaban intensamente; se sintió atraído, capturado y seducido. Rodeó ese cuello con sus brazos mientras acortaban la distancia entre sus labios, hasta fundirse en un corto y electrizante beso.

Ambos abrieron los ojos, a milímetros de distancia del otro, y se examinaron con recelo. Una misma pregunta rondaba sus mentes: «¿Qué fue eso?».

Ya de pie, camino a casa, se miraban de reojo, como queriendo asegurarse de que el otro no le miraba. Sus cabezas estaban hechas marañas de razones, sentimientos y excusas. Aoi no podía creer que había besado a un hombre, ni la descarga de sensaciones que le vinieron después ni lo culpable que se sentía por haber observado en el humano a un simple cuerpo de placer. Uruha no se arrepentía de nada, tan sólo de que aquel precioso momento hubiese sido tan breve.

Los cuerpos de ambos jóvenes eran rodeados por finas líneas brillantes, sólo visibles para Uruha y para Haruru —la ninfa que les seguía de cerca y en silencio, tratando de descifrar el cambio en la dinámica de los dos jóvenes ante ella—. De Aoi surgían líneas azules, con algunos tonos púrpura que salían en dirección a Uruha. De éste, fluían luces rojas que se fundían con el azul de su acompañante en ese hermoso púrpura.

Notas finales:

Quienes ya habían leído el fic original habrán notado algunas diferencias en este texto y, tengan por seguro, los pequeños (o grandes) errores que cometí la vez pasada se han corregido y estoy modificando un poco la historia para ser más coherente y ofrecer algo mejor a todos.

Como sabrán, este fic hace parte de una serie que, por el momento, contará con dos fanfics más.

 

Por ahora, si les ha gustado, si tienen alguna observación o si algo les deja duda, pueden comentarlo en un review.

 

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