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The Babysitter por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Hola, pues regresé y estoy muy feliz de traerles mi primer original. De todo corazon espero lo disfruten y estaré muy feliz si me honran con sus mensajes.


Esta es la primera de tres historias que giraran en torno a las vidas entrelazadas de Gal, Dominic y Nathaniel. Ojala quieran conocer sus historias y me acompañen en esta nueva aventura.

 

Entusiasmada por mi primer trabajo original le cree una portada si quieren conocerla los invito por mi Blog.

http://fcbutterfly.blogspot.com/

Para no perder la costumbre les aclaro que como todas mis historias tiene MPREG,  SI NO TE GUSTA NO LEAS. Me evitas y te evitas un disgusto.

 

Un beso y un abrazo enorme para todos los que me acompañen y desde ya Mil gracias por leer.

Notas del capitulo:

Sin mas preambulo y deseando de todo corazon su compañia les dejo el primer capitulo. Las actualizaciones seran dos por semana. Asi que nos vemos el lunes.

 

Gracias por leer.

Escribir nunca había sido tan difícil. Las ideas se perdían en su mente. Volando dispersas entre los retazos de sus pensamientos persistentes. Sus manos largas y fuertes permanecían suspendidas sobre el teclado, esperando inertes las órdenes de su corazón. Pero él no quería colaborar, el que siempre estuvo lleno de energía, con un palpitar potente y apasionado, aquella mañana yacía apaciguado, ante la indiferencia del que ya no tenia nada que soñar.

 

Nicolai amaba escribir. Amaba el dejar ir su espíritu tras las letras, donde el sentido de la vida perdía simetrías, contornos, curvas o recovecos. Donde las situaciones cotidianas, los sueños, las esperanzas, los malos momentos, los buenos, eran como una plastilina que el podía moldear en su mente a su gusto para luego plasmarlo en palabras y crear así una historia.

 

Suspiró con cansancio. Sus ojos oscuros como pedazos de cielo nocturno, se perdieron en los nubarrones siniestros que se cernían como promesas de malos augurios sobre la ciudad de Nueva York. Nicolai sabia que se engañaba a si mismo, jamás volvería a ser como antes, jamás volvería a escribir con la misma emoción del principio. En aquella época tenia sueños, en aquella etapa de su vida se creyó capaz de alcanzar las cimas más altas de las montañas mas escarpadas.

 

Las primeras gotas comenzaron a caer, dispersas y sutiles como las lágrimas efímeras de quien se despide sin amor en su corazón. Desistió de lograr aquello que sabia no podía aunque quisiera, volver a hacer. Se puso de pie y caminó hacia el enorme baño de su oficina, las manos sobre el lavamanos, inciertas, como si ya no tuvieran nada por el que sentirse útiles. El rostro que se mostró en el espejo, era ciertamente perfecto, de rasgos fuertes y varoniles, de líneas duras y acentuadas, con una barbilla marcada de guerrero antiguo, un cabello negro que se ondulaba en elegantes y suaves rizos, una nariz recta y unos labios finos que habían dejado de sonreír.

 

Nicolai se miró unos minutos. El traje de fina tela, hecho a mano y a la medida, lo asfixiaba. Así como todo lo que lo rodeaba en aquel enorme edificio. El hombre que le miraba desde el espejo no era él, era lo que el destino había hecho de él. Él hombre que le miraba desde el espejo era un hijo siendo consecuente con los deseos de su padre. Era un esposo que había fallado en cumplir sus promesas. Pero sobre todo era alguien que se había fallado así mismo.

 

"No puedo vivir mas con tus silencios Nico... Yo solo quería tu amor...¿Por que nunca pudiste amarme?... Pensé que podía cambiarte, pensé que cambiaríamos juntos"

 

¿Era posible que en la época de los descubrimientos científicos mas asombrosos, de los adelantos tecnológicos mas deslumbrantes, de los cambios relevantes a nivel mundial, aun hubiese personas que te señalaran por pensar diferente, por querer diferente?

 

Nicolai apartó su mirada del reflejo triste que veía en el espejo, pensado que si, era posible. Así se había destruido su vida, así se habían ido al traste sus sueños. Así había sido herido y había herido él a alguien por quien ahora pagaba una auto impuesta pena.

 

—Nicolai, los canadienses están esperando en la sala de juntas.

 

Diandra lo sacó de sus amargos pensamientos. Asintió sin decir más. Se acercó al escritorio donde una carpeta llena de papeles le esperaba. Miró con nostalgia su laptop y borró las pocas palabras que había logrado escribir.

 

"Las palabras y el silencio, una sonata para Sara"

 

Pero aunque borrara aquellas palabras, aunque decidiera no pensar mas en ellas y meterse de nuevo en la piel de quien no era. Ellas seguían allí, en su mente. En la presencia de una pequeña persona que vivía con el dolor de su rechazo.

 

 

******

 

¿Como saber si eres demasiado confiado, cuando nadie está a tu lado para guiarte en el camino?

 

"¿Estaba conciente de lo que estaba aceptando cuando firmó el documento para someterse al tratamiento? ... Apenas tiene diecinueve años, ¿como cree ser responsable para hacerse cargo de un niño?... Un muchacho huérfano, sin ningún titulo universitario. Usted no tiene derecho de arrebatarle al señor Preston la custodia de su hijo... Alguien como usted nunca seria la mejor opción para ese hijo que irresponsablemente decidió traer al mundo"

 

Las palabras crueles se repitieron en su mente, una y otra y otra vez. Hasta que el terror que llenaba su corazón lo hizo despertar. En medio de aquella fría habitación, miró a todos lados asustado y sudoroso. Se puso de pie cuando logró recobrar el dominio de su cuerpo y caminó hasta la cunita donde un inocente ángel dormía placidamente, ajeno a toda la angustia que recorría el cuerpo de su papi.

 

Acarició con ternura los suaves cabellos de su bebé, respirando profundamente para calmar sus miedos. Él estaba allí, a su lado y nadie jamás se lo quitaría.

 

Sabiendo que no podría volver a dormir, se preparó un café bien cargado y se sentó en el mueble de la sala para observar la oscuridad, a través de su pequeña ventana.

 

Gallager Nolan, era un joven sin igual. Había perdido a sus padres a la temprana edad de cinco años. Tenia un hermano mayor pero apenas lo recordaba, al joven adolescente no se le había permitido tener la custodia de su hermanito. Así Gallager había pasado su vida en centros de adopción, de los que nunca logró salir a un hogar verdadero.

 

Aun a pesar de lo trágica que pareciera ser aquella situación, la vida había dotado a Gallager de un carácter muy singular, además de una belleza muy inusual, con hermosos ojos verdes, que miraban siempre con entusiasmo, con hermoso cabello rubio que le rozaba los hombros, una fina silueta de largas piernas, redondeada cadera y estilizado torso, todo perfectamente distribuido en un metro setenta de estatura. Pero no era su belleza lo que mas encantaba, era su manera de ver la vida lo que lo hacia irresistible.  Él era el que veía el vaso siempre medio lleno, el de las sonrisas mañaneras, el de las palabras de animo, el de mirar siempre el lado positivo de las cosas.

Cuando salió del orfanato siendo ya un joven de dieciocho años, no le costó conseguir un empleo. Se había ganado demasiados amigos en el transcurrir del tiempo y todos lo admiraban por su puro corazón. La trabajadora social que llevaba su caso le había recomendado en un pequeño restaurante en Fisherman's Wharf, en la costa norte de San Francisco. Habiéndose criado en el peligroso barrio de Tenderloin, el cambio de ambiente había sido gratificante para el joven.

 

Inmediatamente hizo amigos, tanto de empleadores como de clientes, que iban felices a escucharlo hablar con desmedido entusiasmo, de las aventuras que esperaba vivir una vez que se graduara de la universidad.

 

Algunos quizás sentían lastima por el soñador chico, pues con sus apenas dieciocho años tenia mucho camino por recorrer. Además con el minino sueldo que ganaba en el restaurante apenas le alcanzaba para pagar la habitación donde se alojaba, cortesía de sus jefes, que le habían arreglado una diminuta habitación arriba del local. Pero lastima era lo que menos merecía aquel emprendedor joven, pues en su corazón valiente él se había fijado una meta y no descansaría hasta lograrla.

 

Solo que la vida nunca va en caminos rectos y Gallager encontraría muchas curvas y recovecos antes de llegar a su destino.

 

La mañana lo sorprendió despierto, acurrucado en el sofá. Pero no se sentía cansado a pesar de no haber dormido nada. Caminó a la cocina y se dispuso a hacerle el tetero a su hijo. Cuando Dylan despertó, se acomodó en la cómoda mecedora y le dio su tetero. Mirándolo con amor.

 

Había valido la pena luchar, todo valía la pena si se trataba de luchar por su hijo. Aunque lo señalaran, aunque lo tildaran de irresponsable, aunque los demás dijeran que no podría darle un hogar correcto a su bebé. El estaba dispuesto a demostrarles a todos lo equivocados que estaban. Estaba dispuesto a enseñarles a todos, lo que era capaz de hacer, a enseñarles que era perfectamente capaz de darle una vida feliz a su hijo. Y cuando lo lograra, no solo habría ganado su propia batalla, sino la de todos aquellos que como él, eran señalados por una sociedad cruel que perseguía a los demás por sus defectos sin detenerse a mirar los propios.

 

En la tarde cuando ya el sol comenzaba su descenso, se preparó para ir al trabajo.

 

—Vamos Dilan, es hora de ir a trabajar.

 

Las sonrojadas mejillas de su hijo lo hicieron sonreír. El pequeño bebé lo miraba con su diminuta sonrisa, que lograba siempre derretir su corazón. Dilan tenía diez meses de edad, sus enormes ojos verdes eran la delicia de todo el que lo conocía, todos alababan su carita redonda y dulce, además de su hermosa cabellera de rizos cafés.

 

Cuando Gal lo colocó en la cama para vestirlo, el pequeño movió sus piernitas con vigor, dejándole saber a su papi que estaba contento. Eran esos momentos los que sostenían el corazón de Gallager, los que le recordaban que debía seguir adelante.

 

La ciudad de Toronto, estaba por demás fría en aquel invierno. Se había ido lo mas lejos que había podido, cuando su amiga y abogada le dijo que lo mejor era poner muchos kilómetros de distancia, entre él y el hombre que había destruido sus sueños. Muy pronto aprendió a amar aquella ciudad que estaba siempre particularmente alegre. Vivía al este del centro de la cuidad en Old Toronto, en la vecindad de Regent Park. No era la mejor zona de la ciudad, pero su apartamento era acogedor y seguro para él y para su hijo.

 

Tomaron el tren que les llevaría a su destino, Queen Street West, un lugar lleno de pequeños restaurantes y bares. Muy frecuentados por turistas y locales. En uno de aquellos bares trabajaba Gallager o Gal como le decían sus amigos. Quizás había sido su fortaleza y su disposición para ver la vida con diferentes matices, lo que le trajo la suerte de conocer a la dueña de aquel local, el día justo de llegar al aeropuerto.

 

Galatea Parsons, una mujer tan extravagante como su nombre, se había conmovido al ver al joven con el pequeño bebé entre sus brazos y con una cara de susto que derretía hasta al más duro corazón.

 

The moon club, era un local alegre que fungía de restauran en el día y de club en las noches. Gal comenzaba su turno a las siete en punto y no salía de allí sino hasta bien entrada la madrugada. Dylan tenía una cómoda cunita en la oficina de la dueña, donde dormía calentito y feliz hasta que su papi terminaba su turno.

 

—Uff que bueno que llegas. Hoy estamos a reventar. — Le dijo Galatea recibiéndolo con una brillante sonrisa. — ¿Como está mi príncipe hermoso?

 

Dylan le regaló a la mujer que lo mimaba, una de sus deslumbrantes sonrisas sin dientes y esta se lo comió a besos al instante. Seguro de que su hijo estaba en buenas manos, Gal se puso su ajustado uniforme y salió para hacer lo que había hecho cada noche de aquellos nueve meses, ser el barman estrella de The moon club.

 

Galatea, que jugaba con el pequeño bebé, sonrió al escuchar el alboroto de risas y aplausos que causó Gal al entrar a la barra. Nunca se arrepentiría de haberlo ayudado. No solo porque Gal, le había dado un nuevo aire a su local. Sino también porque admiraba la fortaleza y el amor de aquel joven. Sabía que muy pronto lo perdería, pero estaba feliz de que Gal estuviese por terminar sus estudios a distancia. Muy pronto obtendría su titulo de maestro de preescolar y viviría la vida que merecían él y su bebé. Gal había estado ahorrando las propinas que le daban, para poder darle un hogar mejor a su hijo.

 

Cuando llegó la madrugada y el último de los clientes se marchó. Gal tomó en sus brazos a un Dylan profundamente dormido.

 

—Fue una noche de locos ¿no Gal?

 

Este le sonrió a Phillipe, un hombre adulto, que con sus casi dos metros daba un aire de peligro que le servia para su labor como portero, pero que era tan amable y gentil como nadie que no lo conociera lo imaginaria. Llevaba casi treinta años casado con la misma mujer y cada noche le llevaba flores como si solo tuvieran unos días. A Gal le encantaba aquel eterno romance. Phillipe lo llevaba todas las noches en su destartalado Century y no se iba hasta que Gal encendía la luz de su departamento y se asomaba a la ventana para avisarle que todo estaba bien.

 

Esa madrugada sin embargo, Phillipe lo detuvo un rato para hablarle.

 

—Vino el dueño de la pizzeria hoy otra vez, ya lleva casi dos semanas viniendo seguido.

 

Gal miró la tranquilidad de la calle, afuera hacia frío, pero dentro del auto había un acogedor calor.

 

—Viene porque quiere, yo no le he dado ningún tipo de esperanzas. —Se encogió de hombros restándole importancia al comentario de Phillipe.

 

Miró por la ventana una vez más sin saber que mas decir. Siempre había estado conciente de sus preferencias sexuales. De adolescente en el orfanato había tenido ciertas experiencias con otros chicos, que no habían pasado de caricias y besos tímidos, pero que le habían servido para aceptar lo que era. Había tenido la suerte también de encontrar personas en su camino que no le daban importancia a sus gustos sentimentales. Todos sus amigos le respetaban y querían, la mejor prueba de eso era el hombre que ahora le hablaba con cariño. Phillipe era de otra época, de la época de aquellos que condenaban tales preferencias y sin embargo jamás le criticaba, lo trataba como un hijo y en ese momento le estaba tratando de conseguir novio.

 

Gal le sonrió al hombre agradeciendo su preocupación.

 

 —Phil, lo que tienen Marieta y tu es algo que sucede muy poco. —Suspiró y miró al moisés donde su hijo dormía profundamente— .Yo ya no creo poder volver a sentir otro amor que no sea el que siento por mi hijo. No quiero Phil, no quiero volver a sufrir.

 

Phillipe extendió su gran mano y acarició los hermosos cabellos cafés.

 

— Tú eres un joven excepcional Gal, mereces amar a alguien y que es persona te ame. No puedes pasarte toda la vida solo.

 

Un rato después, cuando Gal puso a su hijo en la cunita, lo besó amorosamente. Aun pensaba en las palabras de Phillipe, se preguntó, si a pesar de todo lo que había sufrido, cambiaria aunque fuera un segundo de su vida. Se preguntó si teniendo la oportunidad se volvería a enamorar, si volvería a permitir que otra persona se instalara en su corazón.

 

Sacudió la cabeza, espantando las ideas de su mente. Se iría a dormir sin pensar, pues se dijo a si mismo que enamorarse de nuevo era lo ultimo que haría. Solo que nunca se debe decir jamás pues no sabes lo que el destino te depara y quizás Gal tenía el amor más cerca de lo que esperaba.

 

******

 

El día no podía empeorar más. O eso pensaba Nico. La reunión con los nuevos socios había sido un desastre. Los accionistas estaban descontentos. Hubo una fuga de información sobre la nueva fusión y para mas colmo su diligente asistente se marchaba ese día.

 

Diandra Harlow había renunciado hacía quince días. La mujer le había servido al padre de Nicolai por años y luego cuando él se puso al frente de la corporación lo había servido a él como la misma diligencia, pero ya pasaba de los cincuenta y estaba cansada. Aunado a eso, su esposo había enfermado y ella necesitaba estar a su lado. Eso supuso un duro golpe para el joven empresario. Diandra lo conocía de palmo a palmo, era cortes, educada, discreta y sobre todo sabia parársele sin miedo cuando Nico excedía los límites. Él la respetaba y delegaba en ella todo lo que correspondía a las partes más delicadas de su trabajo.

 

En el transcurso de aquellos días, habían entrevistado a muchos aspirantes al puesto. Nicolai no era una persona necesariamente exigente, pero la importancia de su cargo lo llevaba a tener enormes responsabilidades que le exigían tener una persona competente a su lado. Eso era lo que menos había conseguido en aquellos días. Las que no habían ido con la esperanza de conquistar al joven magnate, habían ido sin preparación alguna, creyendo que con su cara bonita y delineadas curvas conseguirían el empleo.

 

Nicolai era una persona seria y reservada. Hacia mucho que había dejado atrás su figura publica, desde que escribió su último libro, desde que sobrevino la tragedia que lo alejó para siempre de las letras. Era poco dado a las reuniones sociales, algunos lo tachaban de ermitaño. Era reacio a conversar de su vida privada o a mantener amistades sin sentido con personas vacías a las que solo les importaban las apariencias. Cumplía la misión que se le había impuesto y solo en ocasiones específicas volvía al ruedo social. Siempre que eso beneficiaria a la empresa.

 

Saboreaba una copa de vino mientras miraba la caída del atardecer. No sintió la puerta abrirse.

 

—Pedí a la agencia que envíe a otras aspirantes para entrevistarlas el lunes. No me iré hasta que consigamos un reemplazo.

 

Gal se dio a vuelta para mirar el rostro preocupado de Diandra.

 

—No hace falta que te quedes. Mark te necesita y tú ya le has dado demasiado a esta empresa —. Aunque de verdad lamentaba su partida. Nicolai sabia que dejarla marchar era lo más justo. Ella sonrió agradecida. Iba a decir algo cuando el teléfono de la oficina sonó.

 

—Señor Kiev, buenas tardes... Si, ya se lo comunico.

 

Nicolai miró el teléfono como si este fuera a morderle. Sí, el día había sido terrible, y la llamada de su padre solo lo empeoró.

 

Diandra se retiró en silencio, cuando Nicolai se puso el teléfono al oído.

 

—Padre. —La palabra apenas salio de su boca.

 

Cuando colgó, ya tenía la certeza de que su día terminaría con broche de oro.

 

Tenía casi tres meses sin pisar aquella casa. Cuando se detuvo frente a la verja de la entrada su corazón dejó de latir. En aquel lugar había un recuerdo que no deseaba. El guardia de seguridad le abrió la puerta y su auto rodó con extrema lentitud hacia la entrada principal. Con movimientos imprecisos descendió del auto y caminó con pasos inciertos hasta la gran puerta.

 

—Buenas noches señor Nicolai, sus padres lo esperan en el salón.

 

Nico ni siquiera miró a la chica que le recibió. Caminó sonámbulo hasta la estancia y abrió la puerta despacio. Sus padres estaban sentados en un enorme sofá. Nicolai buscó nervioso con la mirada, pero no encontró aquello que lo aterraba.

 

—Sara está dormida en su cunita. —Le dijo su madre a modo de saludo.

 

Su padre se puso de pie a duras penas, mirándolo con seriedad.

 

—Siéntate hijo, tenemos que hablar.

 

Habían pasado ocho meses, Un recuerdo congeló sus manos. Se vio destrozando el que fuera su amado hogar. Se vio cegado por las lágrimas, por la culpa. Vio el rostro asustado de su madre cuando se apareció en la madrugada en la casa. Su mirada perpleja cuando le entregó a la niña. Se vio marchándose si mirar atrás. Sabia lo que iban a decirle, lo sabia, solo que no quería escucharlo, no estaba preparado para eso.

 

—No tengo tiempo para esto. Tengo que prepararme para mi viaje y necesito descansar.

 

—¡Siéntate Nicolai!— Gritó Dimitri con molestia, soportando con entereza la mirada furiosa de su hijo.

 

—Por favor Nicolai. —Intervino Ann Marie.

 

Su madre lo miraba con tristeza. Así que Nicolai solo pudo asentir sentándose obedientemente.

 

Dimitri caminó apoyado en su bastón hasta quedar parado frente a un enorme ventanal. Dándole la espalda a su esposa y a su hijo, les dijo con sincero arrepentimiento.

 

—Estar al borde de la muerte te enseña a ver las cosas desde perspectivas diferentes. Ahora que siento el final tan cerca, me doy cuenta lo mucho que me equivoqué con mis hijos. —Dimitri suspiró y se dio la vuelta para encarar a su familia. —Se que es tarde para arrepentimientos, la prueba esta en que Dominic aun con ese corazón tan compasivo que tiene no quiso venir esta noche.

 

Cuando las fuerzas comenzaron a fallarle, caminó despacio para sentarse de nuevo y poder así continuar.

 

 —No te sirve de nada que te diga que lo siento, hijo. Pero de verdad, de verdad siento lo que te hice.

 

—Como lo dijiste padre, ya es tarde para arrepentimientos y no tengo tiempo para esto.

 

Nicolai se puso de pie para marcharse, pero esta vez fue su madre la que lo detuvo.

 —Nicolai, te vas a ir, sí, pero te llevaras contigo a Sara.

 

Esas palabras eran peores que una sentencia de muerte. Nicolai se dio la vuelta para mirar a su madre con horror.

 

—No puedes hacerme esto.

 

—Puedo y lo haré. —Le respondió su madre serenamente. —Sara te necesita y no puedes seguir negándote a darle a tu hija el amor que merece.

 

—¡¿Que amor mamá?!... ¡¿Cual maldito amor?! ¡¿Es que acaso no te has dado cuenta que no tengo nada dentro de mi?! No hay amor en mi, madre, ni compasión, ni tristeza, ni sueños. No tengo nada que ofrecerle a ella, solo siento culpa, ira ¿quieres que ella crezca al lado de alguien que jamás podrá amarla? ¿Quieres que la destruya como hice con Samantha?

 

Nicolai estaba fuera de si. Los gritos desesperados salían de su alma. Lastimando el corazón de sus padres que también se sentían culpables de su miseria. Pero era esa misma culpa la que los llevaba a hacer aquello, era el ferviente deseo de que su hijo no hiciera algo de lo que mas adelante podría arrepentirse. Habían tomado una decisión y por más dolorosa que fuera tendrían que seguir adelante con ella.

 

Ann Marie se puso de pie y se acercó a él tomando sus manos con amor.

 

 —Vas a estar seis meses en Canadá cariño, aprovecha ese tiempo para alejarte de todo con ella. Dale una oportunidad a tu hija Nicolai, ella esta esperando esa oportunidad, ella necesita que tú la ames.

 

Nicolai retiró las manos del dulce agarre de su madre, sabia que no tenía salida y estaba furioso porque lo acorralaran de esa forma.

 

—Como siempre no tengo derecho a opinar ¿No es así? Están allí, hablando de arrepentimiento y culpas, pero me vuelven a hacer lo mismo. Me están forzando a hacer algo que no deseo, algo que se,  me va a destrozar aun más.

 

Nicolai comenzó a alejarse de su madre mirándola con resentimiento.

 

—Esta bien madre, tu ganas. Me llevaré a Sara. Pero te invito a que te despidas de ella ahora que puedes, porque una vez que regrese se la daré a los padres de Samantha. Firmaré la maldita orden de adopción con la que me han acosado desde que ella murió.

 

Salió de la estancia dando un portazo.  Afuera lo esperaba su peor pesadilla, en los brazos de una joven risueña.

 

Nicolai se quedó petrificado. Hacia mas de dos meses que no la veía. Y si fuera sincero consigo mismo, sabría que había pasado sus casi nueve meses de vida, sin verla realmente.

En el tiempo que había transcurrido luego de la muerte de Samantha. Día tras día Nicolai se había sumergido en el trabajo, olvidando todo lo demás. Se había instalado en su antiguo departamento del que no salía sino para ir a la oficina. Dos veces más había visto a la niña desde el día que la dejara con su madre. La primera por una repentina fiebre que no le bajaba, lo que los mantuvo a todos en agónicos días en el hospital. La segunda por petición de su madre que casi le había rogado para que fuera a verla.

 

Sara tenía siete meses, estaba gordita y rebosante de energía. Movía sus bracitos con emoción, como si lo conociera. Le sonreía con inocencia, parecía invitarlo a amarla. Era una odiosa ironía, había deseado tanto a aquella niña y ahora que la tenia, el dolor era tan grande que no le permitía quererla.

 

Cuando su mano fuerte tomó la diminuta de ella, sintió que su corazón se partía en mil pedazos de nuevo. Los ojos grandes y azules de ella lo miraban con amor, así como los de su madre lo hicieron alguna vez. En ella podía encontrar de nuevo el camino, con ella podría de nuevo volver amar. Pero él no quería, abrazaba su frustración, su dolor, su furia, como un castigo. El castigo que merecía por no haber amado suficiente a Samantha, por haberla reducido a ser una hermosa ave encerrada en una jaula dorada, añorando, deseando su amor.

 

Con dolor había retirado la mano ese día, no deseaba sentir la suavidad de aquella piel, ni el delicioso aroma de aquel frágil cuerpecito. No deseaba enamorarse de la inocente belleza de su hija, no quería sentir orgullo, no quería sentir ternura. No quería ser su padre. Estaba aterrado de sentir nada que pudiera lastimarla, porque muy en el fondo la amaba pero se negaba a reconocerlo.

 

Se encerró en su torre de marfil, dejando todo lo que lo atormentaba fuera. El destino era un libro cerrado para él. Se dijo que era capaz de escribir su propia historia alejado de los sentimientos. Envuelto en una capa dura de metal, que lo protegería de volver a lastimar a alguien más. No le permitiría a su corazón, volver nunca a dirigir sus acciones, porque él era el dueño de su vida. Como un ser vacío decidió vivir, pues la primavera de sus sueños se había dormido en su corazón, con la forma de una gitana que le miraba con risueños ojos de cielo y que le rogaba en silencio que la amara. Dejó entonces que se instalara un invierno eterno, que dejaría su corazón helado para siempre.

 

Ni el llanto de Sara logró conmoverlo aquella vez, le dio la espalda y se marchó sin remordimientos, pues finalmente lo hacia por ella. Era lo mejor para su hija que él jamás la amara.

 

Y entonces el destino volvía a reírse en su cara, volvía para decirle que era él quien movía los hilos de su vida. Allí frente a él estaba su hija y lo miraba sin resentimiento. Su carita preciosa se iluminó al verlo, los rizos negros rebotaron ante su entusiasmo y fijó en él sus ojos grandes, expresivos y tan azules que le hicieron sentir un dolor profundo de solo mirarlos. Tenía una expresión ansiosa que lo invitaba a tomarla en brazos, a quererla. Pero él no podía quererla, no podía. El dolor, la culpa, el resentimiento, se lo impedían.

 

Apartó la mirada, pidiéndole sin emoción a la mujer que la cargaba. —Llévela al auto y espéreme con ella allí.

 

Sacó su celular y comenzó a hacer una llamada, cuando se dio cuenta que la chica no se movió de su sitio, y lo miraba nerviosa. Exasperado por la situación, le espetó con insolencia.

 

—¿Acaso no le di una orden?

 

La chica pareció recobrar el aplomo. Le dio un beso en la frente a la pequeña y se la tendió diciéndole con tranquilidad.

 

—Yo no iré con usted señor Kiev. La señora Ann Marie me dijo que usted se hará cargo de Sara.

 

En un segundo se vio con la niña en brazos, y miró como la mujer desaparecía por las escaleras. Quería gritar de indignación, de miedo, de dolor. Pero no se permitió más debilidad. Salió con la niña en brazos y se sentó con ella en el interior de su auto, esperando que llegaran los refuerzos. La única persona que lo conocía, que sabía quien era él, que lo entendía hasta en los más oscuros momentos.

 

Por lo que le pareció una eternidad, recurrió a un viejo truco que usaba en sus días de escritor, cuando el bloqueo le ganaba a la inspiración y ni una palabra salía de su imaginación. Puso a la niña en el asiento del copiloto y cerró los ojos, respirando profundamente. Bloqueo todo sonido, toda emoción y se concentró en respirar.

 

Unos toques a su ventana lo sacaron de su meditación. Miró al asiento de al lado, Sara dormía. Cuando salió, su hermano lo miraba sonriente.

 

—Vaya problema, no pensé que mamá lo haría. —Le dijo palmeando su hombro.

 

— Tienes que venir conmigo a Canadá Dominic. No puedo hacer esto solo. —En la voz de Nicolai se denotaba su frustración.

 

Dominic suspiró y sacó a Sara del auto para llevarla al suyo que si tenía un asiento para bebés.

 

—Vamos a tu departamento a arreglar las cosas. Iré contigo.

 

Cuando Nicolai relajó la expresión de su rostro. Dominic lo miró con un dejo de molestia.

—No hago esto por ti Nico, lo hago por ella y tengo condiciones.

 

Dominic se subió en su camioneta y Nicolai lo miró indignado. Aun así lo imitó y subió a su auto. Aceptaría cualquier exigencia de su hermano con tal de que lo acompañara en aquel viaje que desde ya sabia seria un infierno. No se imaginaba Nicolai que el destino tenia otros planes para él.

 

 

 


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