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Corazón cristalizado por Pookie

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Notas del capitulo:

Death note no me pertenece, es obra de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata.

La mécanica del corazón es obra de Mathias Malzieu.

Las frases en negrita están extraídas del libro de Malzieu, por lo tanto, son de su propiedad.

 Advertencia: AU (universo alterno), OoC.

¡Nos leemos abajito!

«Y para seguir con vida, cada mañana tendré que darle cuerda a mi corazón. A falta de lo cual, podría dormirme para siempre. »

 

Me quedé congelado por un instante, los ojos oscuros de aquel hombre  me miraban con miedo e ira. Como si yo fuese el culpable de todas sus desgracias, y probablemente así fuese. A su lado se encontraba un muchacho, tal vez de mi misma edad, sus ojos eran distintos a los del hombre, eran más compasivos, más cálidos, menos asustados. Nuestras miradas se encontraron y él bajó su cabeza inmediatamente, como si no pudiesen verme mucho tiempo. ¿Habría otra leyenda con respecto a eso?

El hombre entró a mi hogar, me percaté que llevaba un hacha en su mano. Un escalofrió me recorrió toda la espina, ¿me mataría? Intenté alejarme pero él me tomó por el brazo, apretándome con brutalidad, el dolor comenzó a resonar en mi cabeza, no estaba acostumbrado a sentir dolor físico.

¿Iba a matarme? ¿Por qué?

—Tú vienes con nosotros, tienes que ayudarnos—me dijo, su voz sonada trémula pero podía ver como el sudor perlaba su frente, aún con las bajas temperaturas del exterior. La mano que me sostenía el brazo, tambaleaba. Estaba más asustado él de mí, que yo de él.

Y eso que no yo era el del hacha.

—No—respondí, intentado soltarme de su agarre, mi voz sonaba fría y sin sentimientos, justo como todos creían que era—. No iré a ningún lugar con ustedes. ¿Ayudarlos? No, de ninguna manera.

Acerqué mi mano a la de él y lo toqué, su piel era cálida en contraste con la mía. El hombre huyó temeroso de mí, como si con sólo tocarlo pudiese congelarlo. Me apuntó con su hacha, intentando intimidarme. Sus ojos estaban desorbitados, ¿tanto miedo me tenía? Desvié mi mirada.

Me sentí como un monstruo.

Jamás había experimentado el miedo de una persona tan de cerca, tan palpable ante mis ojos, ante mi presencia.  Jamás había visto el verdadero pánico del pueblo. Las pocas veces que bajaba a él, nadie se me acercaba o hablaba más de lo necesario.

Pero ahora era distinto, pareciera…que ellos me necesitasen. Por una razón que no podía comprender. Me necesitaban, pero seguían teniendo miedo de mí. Era como un mal necesario.

—Por favor…—susurró el chico, quien se acercó, desobedeciendo las súplicas del hombre. Sus ojos mieles me miraban con súplica,  pidiendo mi compresión con un gesto desesperado—. Ven con nosotros, tu madre fue un antigua médico del pueblo hasta que mi madre la reemplazó. Pero ahora ella teniendo problemas con su parto y no hay nadie más que esté familiarizado con la medicina… tú debes saber algo, ¿no?

—Sí—afirmé.

Sabía nociones básicas, el día que aquel médico fue a verme y huyó despavorido, Beatriz asumió el rol de médico del pueblo. Ella no había estudiado medicina, pero la cantidad de libros y conocimiento que poseía, eran superiores a cualquiera. La amable mujer solía enseñarme y leerme sus libros de tratamientos caseros y de hierbas medicinales cada vez que podía.  . Luego de que ella murió, continué leyéndolos. Era en esas ocasiones donde podía sentirme más cerca de ella. Más cerca de su presencia, cuando entre las letras antiguas y los dibujos anatómicos, podía ver su sonrisa.

—Pero…—continué, luego de un momento, los miré con frialdad—, no tengo por qué ayudarlos.

Ellos me miraron asustados y me encaminé a la puerta aún abierta, ignorándolos. El frío aire golpeaba mi rostro, como pequeñas agujas que atravesaban mi piel. Sentía el frío en mis mejillas y lo seco de mis labios me dolía, podían romperse en cualquier momento. Agaché mi rostro, la nieve comenzaba a amontonarse en la madera de la entrada, mis pies desnudos la tocaban, mandando señales a mi cerebro para que saliera de ahí, pero decidí ignorarlo.

El dolor siempre me hacía pensar mejor.

El bravío viento movía mis cabellos, nublándome la vista en ciertos momentos. El camisón blanco se movía y el frío me penetraba sin misericordia, causándome espasmos, escalofríos. Cerré mis ojos, disfrutando de la sensación.

Me giré y los miré desde mi posición bajo la tormenta que comenzaba a amainar.

—Fuera de mi casa—espeté, mi voz perdiéndose entre el sonido del viento. Pero supe que ellos me escucharon, las expresiones sorprendidas en sus rostros me lo comprobaron—. Váyanse y no vuelvan. 

 «Déjenme solo»  quise agregar, pero no pude. Las palabras no se formaron en mis labios, simplemente no salían.

La realidad era que ya no deseaba estar solo. Pero desear las cosas no es suficiente. No siempre tenemos lo que deseamos, en muchas ocasiones, por nuestro propio orgullo. El causante principal de todo, éramos casi siempre nosotros mismos.

Miré el cielo, estaba nublado. Las nubes blancas y negras que se movían a gran velocidad, causaban un paisaje gris majestuoso. El ulular del viento resonaba, el choque de las ramas próximas creaban una melodía suave pero constante.  Les di la espalda a los extraños, no importándome mucho lo que fuesen a hacer conmigo. ¿Qué más daba?

Ahí, en medio de la nada y bajo la nieve de ese invierno eterno, me sentí solo.

Mi vida era un triste poema, una trágica leyenda. Sonreí, quería llorar. Quería tantas cosas que no podía tener. El hecho de estar solo tanto tiempo me había  hecho susceptible a la compañía. Qué idiota.

—¡Si no nos ayudas…! —escuché al hombre gritar entre el viento, me volteé y sentí la nieve chocar contra mi nuca—. ¡Si no nos ayudas no verás a tus amigos otra vez! Los mataremos…

—¡Papá! ¡No digas esas cosas!

¿Amigos?

—¿Quiénes? —cuestioné, acercándome a ellos nuevamente, mis pies se hundían en la nieve pero ya no sentía nada. No sentía nada más que mi corazón, mi corazón duro contra mi pecho parecía estar latiendo. Las costillas probablemente cediendo ante el hielo con el cual eran golpeadas. Todas eran ideas mías, pero de verdad sentía como si algo se moviera en mi pecho, al sonido de las palabras de ese hombre—. ¿Qué amigos?

El hombre me miró fijamente, vi como empuñaba el hacha con nerviosismo, moviéndola entre sus dedos. Se mordió el labio y el muchacho nos miraba a ambos, asustado de lo que podríamos hacer. Me acerqué más, sintiendo el cambio de la nieve a la madera, habían vuelto a entrar a mi hogar. Cerré la puerta tras de mí, la cual se azotó debido al viento que corría, el hombre ante el ruido se sobresaltó y volvió a apuntarme con su arma.

Mi vista no se despagaba de él, no me haría nada. Estaba demasiado asustado de mí para atacarme, su mano tiritaba en un patético intento por intimidarme. El chico se interpuso entre nosotros, defendiendo a su padre de mí.

O a mí de su padre.

—Los muchachos que estaban aquí contigo, el pelirrojo y el rubio—contestó el chico por su padre, su mirada exudaba culpabilidad. Se llevó una mano a su nuca, sacudiendo sus cabellos incómodo y desesperado—. Los del pueblo los encontraron merodeando en el bosque, quieren hacer un intercambio. Mi madre es lo único que el pueblo tiene, sin ella…. Por favor.

—Los secuestramos.

—Papá, déjame hablar a mí—reprochó el chico, empujando levemente a su padre del camino.

Mis ojos se clavaron en los cafés del chico, era un poco más alto que yo pero parecía más pequeño de alguna forma. Al contrario de su padre, no parecía temerme, al menos no ahora. Su voz era clara y firme, no tenía intenciones de herirme, no sentía hostilidad de su parte. Vi de reojo al que parecía ser su padre y él sólo tomó al muchacho de los hombros, alejándolo de mí, con miedo. El chico se soltó de su agarre con brusquedad, volvió a mirarme y dijo:

—Nadie va a matar a nadie, no somos asesinos—explicó, volteando sus ojos hacia su padre en forma de reproche. El hombre desvió la mirada, al parecer se veía avergonzado—. Ni nosotros ni tú, por favor, acompáñanos. Por favor.

Creo que entendía el sentimiento del hombre. Por un lado, estaba el miedo que el pueblo debía tenerme, inculcado por las raíces de las creencias falsas y los mitos de siglos. Pero por otro, estaba su la que debía ser su esposa y su futuro hijo, ambos peligrando y yo era el que podía salvarlos. Debía amarlos mucho si había venido hasta aquí para pedírselo al niño maldito.

—Por favor…—suplicó el hombre, su voz se escuchaba débil y agotada. Sus ojos me miraron y lágrimas se habían formado, luchando por no salir—. Por favor, ayúdalos. Sé que puedes sentir algo, por favor…

El chico también me miró mientras sonreía levemente, con tristeza. Apreté mis manos, formando puños y suspiré.

Beatriz los hubiese ayudado.

—Maldición—susurré, y me encaminé a la pequeña puerta que estaba en la sala.

Saqué algunas ropas gruesas y me las puse encima como pude, haciendo lo imposible para abrigarme.  Ambos hombres me miraban sorprendidos, y  la sonrisa del chico se ensanchó, pero de alegría. Me molestó por alguna razón. ¿Acababa de hacer a alguien feliz?

—Deja de sonreír y tráeme el primer libro del segundo estante que está a tu derecha—le dije al muchacho mientras me colocaba los zapatos para la nieve, quería quitarle esa sonrisa, me sentía incómodo con ella—. Es el rojo.

—Enseguida—asintió el chico, apresurándose en conseguirlo.

El hombre mayor me miró y sonrió levemente, el hacha estaba olvidada en su mano. Suspiré, apostaba a mi corazón de hielo, que él jamás intentó de verdad hacerme daño.

Una vez que el chico me trajo lo que pedí, junté algunos implementos en una bolsa que solía tener Beatriz, y la crucé sobre mi torso. Abrí la puerta y sentí la leve ventisca volver a golpear mi rostro, miré a mis acompañantes.  

—Vamos, guíenme—dije, sin querer imaginar cómo estaban los viajeros que estaban, aparentemente, secuestrados.

»  «

Estaba seguro que eso no era la definición de  «secuestro». Al menos, no la que conocía.

—Matt, ¿qué estás haciendo? —cuestioné una vez que crucé el umbral de la casa de los Gunnar, el apellido de la familia que me había pedido ayuda.

El chico pelirrojo llevaba dos ollas en sus brazos y parecía sumamente asustado. Al escuchar mi voz, dejó de hacer lo que fuese que estuviese haciendo y me miró sorprendido.

—¡Así que viniste! —mencionó, acudiendo a mi encuentro. Una sonrisa nerviosa bailaba en sus labios—. ¡Yo sabía que lo harías! Ven, tenemos que ayudarlos, ¡Eva no puede soportar más! Estaba a punto de hervir el agua, es decir, ¿eso se hace en estos casos cierto? Una vez estuve en un parto, pero me desmayé así que no sé qué sucedió al final. Pero supongo que el agua sirve, ¿verdad? ¡Yo no sé qué hacer!,  y Eva acaba de romper fuente y el agua tiene que estar hervida…

—Matt, cálmate—corté. Las palabras habían salido tan precipitadamente de la boca del pelirrojo que me habían mareado por un instante—. Estar así de nervioso no le hace bien a nadie, así que o te calmas o te vas.

El chico suspiró, y sentí deseos de preguntarle qué había pasado. Cómo habían terminado en ese lugar y por qué me habían dicho que los tenían secuestrados cuando era evidente que eso jamás había pasado. Pero al escuchar un grito femenino, recordé el por qué estaba ahí; Eva era la mujer que estaba a punto de dar a luz.

Una duda que no pude esconder azotó mi cabeza y salió de mis labios antes que pudiese pensarla.

—¿Y Mello?

Matt sonrió, casi imperceptiblemente y se encogió de hombros, apresurándose a llenar las ollas con agua. Lo vi cómo se alejaba, sin responder mi pregunta.

El chico de ojos cafés— Jack, recordé que me había gritado entre la ventisca mientras veíamos a su hogar—, me sonrió de manera cautelosa, la curva de su boca se movía, ¿estaba nervioso? Se me acercó y me entregó un delantal blanco con un olor femenino  impregnado con fiereza. Era el de su madre, al parecer.

—Ella lo usa cuando salva vidas—me dijo como toda explicación. Luego ladeó su cabeza y la sonrisa desapareció de su rostro, la angustia cubriendo como nubes sus ojos marrones—. Ahora es tiempo de que alguien la salve a ella. Úsale, tal vez te ayude.

Asentí y me dirigí de dónde provenían los gritos femeninos, respiré hondamente intentando calmar el ligero salto que sentía en mi corazón.  «No te pongas nervioso, te dolerá si te agitas demasiado», pensé tomando el pomo de la puerta. Antes de entrar el hombre, el esposo de la mujer, me miró con preocupación en sus ojos, pero había algo más en ellos, algo que no sabía que alguien podía dirigirme: confianza.

Sin saber qué hacer con ello, me giré y entré rápido a la habitación.

Para encontrarme con el rubio al lado de la mujer en labor de parto.  Sentí otro salto en mi corazón, pero esta vez, era muy alejado del nerviosismo. No supe qué era.

«Me invade una sensación de euforia. La presencia de esta joven muchacha me produce un carrusel de emociones como si fuera montado en un tiovivo. Un tiovivo que me da miedo a la vez que me atrae.»

Notas finales:

No pienso poner angst en este fic. Justsaying. Von tiene más que suficiente para ambos~ Por cierto, también lo actualicé, pueden verlo aquí. 

Gracias por sus comentarios, en serio. Ya alcancé más de 100 ;w; No sé por qué, pero... es lo mejor. Creo que son esos mismos comentarios los que evitaron que me retirara y dejara todo, así que esta actualización es mérito de ustedes. Gracias por seguir leyéndome a pesar del tiempo, de las actualizaciones esporádicas y tardías, son las y los mejores. Iré respondiendo los reviews de este y Von, no dejaré ninguno sin responder, después de todolos reviews son lo más genial para una autora tan boba como yo.

Btw, también gracias por las más de 10.000 visitas a Mutualismo Relacional, WOW, ¡gracias! 

¡Espero que tengan un hermoso día! Seguiré por aquí, tengo muchos oneshots sin postear que estaré subiendo por estos días. Y seguiré con Von y este fic. 

¡Muchas gracias por seguir leyendo esto♥! Si quieren preguntar algo, pueden hacerlo en mi ask: aquí. Y  si no pueden, también tengo un ask de tumblr, está el link en mi perfil por si quieren hablar por ahí~

Pookie, 


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