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Corazón cristalizado por Pookie

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Notas del capitulo:

Death note no me pertenece, es obra de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata.

La mécanica del corazón es obra de Mathias Malzieu.

Advertencia: una o dos palabras malsonantes, aún no hay una nada más que deba advertir.

Aclaración: este fic es un Au, es decir, un universo alterno. Lo que quiere decir que las personalidades de los protagonistas se verán afectadas, provocando un leve OoC, intentaré que sea lo menos.

Las frases en negrita están extraídas del libro de Malzieu, por lo tanto, son de su propiedad.

Nos leemos abajito. 

 

“Es el día más frío en la historia de la humanidad, y es el día de mi nacimiento.”

 

No planeamos en qué familia nacer, ni quiénes serán tus padres. Dónde vivirás, ni cómo lo harás. La vida simplemente te pone en un lugar determinado, con la gente determinada y espera que sepas vivir con eso. A veces, puedes soportarlo, te sacas la lotería y naces en el seno de una buena familia, con gente cariñosa que te quiere y cuida. Y otros, simplemente no tenemos tanta suerte.

Mi madre era una mujer de “mal vivir”. Prostituta, para ser más directos. Gozaba del dinero fácil y de la vida nocturna. Nuestro pueblo era pequeño, con pocos habitantes y bueno, ya sabes lo que dicen: “pueblo chico, infierno grande” Todos sabían cuál era su trabajo, las mujeres la miraban con asco, y cuchichiaban de ella a sus espaldas, e incluso, algunas más descaras lo hacían en su cara. Los hombres también la miraban con asco, aunque claro, cuando sus esposas los veían. Pero al momento de verse solos, la lujuria se apoderaba de ellos, recorriendo con sus ojos sórdidos el cuerpo de la mujer que me dio la vida.

Seguramente me tuvo por un descuido, sé que me odiaba. Aun no entiendo porque no me abortó, supongo que la culpa pudo más con ella, o tal vez el miedo de morir en el intento. Nunca lo sabré, jamás podré preguntarle pero no me importa, no lo hizo y punto. Sus motivos, a estas alturas, tienen poca incidencia en la vida que ella misma formó.

Me abandonó afuera de la única capilla del pequeño pueblo, esa que se mantenía descuidada y sucia. En el pueblo más frio y alejado, nadie adoraba a dios. ¿Por qué hacerlo, si él, supuestamente, nos había abandonado? Algunos le tenían rencor, otros: miedo. ¿Yo? Nada, dudaba de su propia existencia.

Ese día, era el día más frio. La nieve azotaba sin clemencia la tierra desnuda, y el viento golpeaba con fuerza las puertas y ventanas, formando una melodía llena de soledad y tristeza. Pude morir, nadie iba a salvarme. Después de todo, ¿quién salvaría al hijo de la puta del pueblo? Pensé que había nacido sólo para morir, con apenas unas horas en el mundo. Tan fugaz como la estela de un cometa. Pero no.

Como dije, la vida siempre te tiene algo preparado, sea o no bueno. Y en ese momento, supe que tal vez, podría tener algo de benevolencia en mi corta vida. Tal vez, sí tendría un poco de suerte.

Los brazos pequeños de una menuda mujer me levantaron de la pequeña manta raída que mi progenitora había puesto, en un acto de caridad poco convencional. Me estrechó contra su delgado pecho y acarició con paciencia mis blancos cabellos. No se asustó como lo hizo mi madre, ni me miró con miedo después de no sentir mis latidos. Simplemente me arropó con cuidado y me llevó a su hogar.

Crecí junto a ella, sus cantos me acompañaban hasta que la conciencia viajaba al mundo de los sueños. Me explicó mi delicada situación, intentó decirme porque mi corazón no sonaba y porque mi pecho no era cálido como el de ella.

Habían muchas leyendas en torno a esa supuesta maldición, la más difundida era que dios se había enojado con los pobladores y nos había maldecido para toda la eternidad. Lluvias y nieve siempre dominarían la tierra mancillada de este pequeño pueblo, y el frio sería una parte esencial de la vida de la gente que se atrevía a vivir en él. Y para que no se olvidaran de su odio, cada cien años nacería un niño que sería diferente a los demás, el día de mi nacimiento era la fecha donde supuestamente se cumplían mil años desde esa maldición. Fui el décimo niño en nacer con una parte de mi cuerpo hecho de un material anómalo. Es curioso, en verdad. Soy la prueba contundente de la supuesta maldición y aun así, me cuesta creer en ella. Creo que es la parte lógica de mi cerebro, pidiendo a gritos una explicación más razonable que: “Es la ira de Dios.”

Mi corazón era rígido, hecho de un cristal extraño, según el médico del pueblo que me visitó al día siguiente de que Beatriz, mi mamá, me trajera a su cálido y pequeño hogar. Él decía que no viviría mucho, que no tenía latidos ni pulso, era un muerto en vida, literalmente. Puesto que la definición de vida, es precisamente el latido del corazón. Era todo un milagro médico y aun así el miedoso hombre, luego de hacer mi diagnóstico, corrió de la casa como si hubiese visto al mismo diablo. Eso sería el preludio de toda mi vida, la gente huyendo al enterarse de que yo era el “elegido” y que por cien años, llevaría la maldición. Eran unos idiotas, pero sólo los ignoraba. Después de todo, ¿qué más podía pedirles? Habían crecido con ese miedo, estaba en su mentalidad. La gente es realmente apegada a todo eso de los convencionalismos. Para mí, puras patrañas inservibles.

La única que siempre mostró cariño hacía mí, fue Beatriz. Me defendía de los zánganos que me temían e insultaban. O de la gente que a veces, intentaba mirar mi pecho, sin descaro alguno. Pocas veces salía de mi hogar, y si lo hacía era en compañía de la afable mujer.

Crecí de esa manera hasta los quince años, mi corazón no me había dado jamás problemas y a pesar de que no latía, no extrañaba ese sonido pausado que tenía Beatriz en su pecho. Después de todo, no puedes extrañar algo que nunca tuviste. Mi cabello era blanco, como la nieve. Y por esos días podía camuflarme entre el hermoso paisaje níveo que se dejaba ver por todos lados.

La nieve siempre me había tranquilizado y al contrario de todo el que vivía en ese pueblo, a mí me gustaba sentir el viento helado revolotear entre mi cabello y jugar con mi ropa holgada. Eso siempre estaría aquí, ¿por qué preocuparse en odiarlo? Era poco práctico, pero en fin, jamás me ha importado mucho el por qué la gente piensa como lo hace, por qué pierde su tiempo con cosas tan banales y superficiales. No me interesaba tener interés por otras personas, estaba abrumado y atestado con el interés que estás parecían tener conmigo, era la atracción del pueblo.

Beatriz murió, su vida se fue menguando a medida que el invierno avanzaba. Hasta que un día, dejó de respirar. Por primera vez sentí dolor en mi pecho, como si el sentimiento no cupiera en él e intentase por todos los medios salir. Mi corazón quería latir fuertemente, intentando llevar la pena a cada parte de mi cuerpo pero no lo logró. Las lágrimas jamás salieron, y el dolor se quedó estancado en mi corazón congelado.

Me había quedado solo, completa y patéticamente solo. Abandonado en un lugar que ahora me parecía extraño, ajeno a mi propio mundo a pesar de haber nacido y crecido ahí. La pena del duelo, de verme abandonado por segunda vez en mi vida. El dolor se encogió en mi corazón, como la implosión de una estrella, concentrándose en una pequeña esfera densa llena de sentimientos que no podía expresar y que, irremediablemente debían salir. Y lo hicieron, golpearon con toda fuerza las paredes de un corazón no apto para tales emociones. Se rompió levemente, una pequeña fisura que dolía como si fuese a morir. Sentía que lo haría y aun así, no podía llorar. Nunca lo había hecho y al parecer, no empezaría ahora.

—Near, recuerda: sentir es muy peligroso para tu frágil corazón.  

No morí. De alguna manera pude aguantar, por poco, la verdadera fuerza de los sentimientos. Pero no me gustó sentirlos, la tristeza era amarga, pesada y muy difícil de remover una vez que se apodera de tu corazón. Hice lo que cualquier persona haría, me prometí que no volvería a sentir. Descubrí el miedo que Beatriz tenía, mi corazón no estaba hecho para sentir, apenas podía vivir.

Me alejé de todo contacto con otro hombre o mujer del pueblo, me recluí en mi hogar. Veía pasar los días lentos, aburridos. Leí cada libro de la atiborrada biblioteca de la antigua casa de madera, llenándome de conocimiento que jamás podría compartir con nadie. Sólo salía para comprar las cosas necesarias para vivir, y nada más.

Pasé tres años de mi vida como el ermitaño del pueblo, a veces, podía sentir a los curiosos revolotear por el jardín. Ni siquiera me molestaba en espantarlos, no me importaba demasiado. Ya no me importaba ser la atracción ni el fenómeno.

“A la gente no le gustan las cosas demasiado diferentes, y menos aún las personas que se creen diferentes. Aunque las aprecien como espectáculo, se trata sólo del placer del mirón. Lo mismo te pasará a ti. Disfrutarán, tal vez, contemplando tus males cardíacos pero nunca te querrán por lo que eres.”

No me importaba nada más, de esa manera mi corazón jamás volvería a sentir dolor, ni mucho menos romperse.

Pero la vida da muchos giros y vueltas. Las cosas que tienes planeadas cambian, se modifican y no vuelvan a ser las mismas. Puedes controlar muchas cosas, como tu corazón o tus sentimientos. Pero a veces, las personas no pueden ser manejadas, por mucho que lo intentes.

Ese día salí a comprar las provisiones para la semana. El mercado principal del pueblo era bastante animado, en comparación con la periferia. Había bastantes vendedores con su mercancía, gritando al viento las mejores ofertas o mostrando las mejores cosechas que podían obtener debido al contante frío, era casi una proeza que pudieran sembrar en esta tierra tan quemada.

Había algunos extranjeros, los cuales atraídos por la aparente maldición, se quedaban días maravillados con la incesante nieve. Era más que seguro que también venían a ver al niño con corazón de cristal. Era bastante curioso como una pequeña diferencia con el resto puede hacer que seas el centro de atención, era ridículo.

—¿Sí? —me preguntó una mujer. Era anciana y vendía las mejores manzanas del pueblo. A veces me sorprendía que me hablase, pero bueno, el interés por el dinero es más grande que los prejuicios.

Pedí la docena de manzanas que siempre compraba y me dediqué a recorrer el mercado en busca de todas las cosas que faltaban. No me apuré por regresar, después de todo, no podía agitarme demasiado.

Caminaba a paso lánguido por las calles, cuando el sonido en la plaza principal llamó mi atención. Era como una caja musical, una melodía bastante contagiosa. Como si mis pies se moviesen solos, terminé caminando hasta la aglomeración de gente, la cual por primera vez parecía preocupada por algo que más que por mí.

Era un dúo de jóvenes, al parecer tenían mi edad. Uno tocaba un pequeño instrumento que según recordaba de los libros de Beatriz se llamaba mandolina. Su cabello era de un extraño color rojo que resaltaba en todo el lugar, tenía una ligera sonrisa en su cara. El otro tenía el cabello largo y rubio, no sonreía pero sentía que también estaba contento, él cantaba. Su voz era suave pero masculina, cantaba en un idioma que no conocía pero era hermoso de todas maneras. Diferente y atrayente.

Nunca los había visto en el pueblo, así que supuse que eran extranjeros. Probablemente trovadores viajeros.

Estaba a punto de darme la vuelta y volver a mi hogar, cuando el chico rubio me miró. 

Notas finales:

Esta historia tendrá actualizaciónes más lentas y de menos frecuencia puesto que la temática es más difícil, el narrador protagonista es más complicado, y en general, Near me es más difícil de escribir, por eso lo elegí como narrador. Quería un reto.

Además, lindas, no voy a subir cualquier cosa. No soy así, les tengo el suficiente respeto para cuidar lo que escribo de manera que ustedes reciban lo mejor que puedo entregar de mí misma. 

Nos estamos leyendo en el próximo capítulo ♥

Ps: faltan dos semanas para salir de la universidad, y entonces, podré escribir como loca y me verán por aquí todos los días, bueno... no todos, pero sí con mayor frecuencia. Espero que estén contentas por eso, yo sí ♥.

Pss: tengo ganas de hacer otra historia con temática científica, tengo hasta la idea, sólo me falta tiempo. Pero, ¿quieren una pista? Es sobre unas leyes... la que adivina se gana un chocolate...(?)


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