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The Box por Omore

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Notas del fanfic:

Katekyo Hitman Reborn! ©Akira Amano

Letra e inspiración:
Thermostatic:
The Box (White O Remix).

Notas del capitulo:

 

       ADIVINEN QUIÉN VOLVIÓ PARA JODER LA MARRANA.

 

       Sí, la nena. Aunque regresa más mujer y más mejor. Y no sé, es raro, porque después de un par de años sin poder escribir nada, decente o indecente, y de quejarme de los fandom de un modo que hubiera cabreado a un perezoso, ciertas personitas consiguieron reavivarme la llama.

       Así que os lo dedico. A Hisue y Jen (aquí Neni), porque sólo les faltó atarme al PC para que regresara y esa perseverancia es bien. A Seiren y Violepatty por darme laiks en Facebook cuando rescato chorradillas. Y a Hana Miyoshi, cómo no, porque si ella no hubiese leído KHR! yo seguiría vegetando por ahí en mi frustración de nopuedoescribinrunamierda. También a Neko, porque me acuerdo mucho de su ironía, de su impulsividad y de su persona en general.

       Last but not least: Sek, sé-ke vas a recibir la notificación por email, así que espero que te alegre saber que esta mujerzuela sigue rodando por el mundo y está bien. Pelirroja, y bien. Volverá a Skype algún día. Un abrazote grande grande, por esa constancia y paciencia, por el cariño que siempre derrochas aunque te abandone, y por todo eso que tienes y que yo no conseguiré más que con lavativas de cerebro nazis.

       Enjoy~

 

 

«I hear whispers from the other side. I am so afraid.
I have opened up a secret door, tell me what to find.
Will I ever cross the line tonight between your world and mine?
One step closer into fantasy. There is no return.»

 

       A Hibari se le han terminado los números para contar las veces que ha visto a Dino conducir hasta algún cuarto a un Shamal borrachísimo, víctima de sus propios excesos, tras una fiesta. Ya no se puede decir que le sorprenda, pero tampoco se acostumbra. Es para cualquiera una estampa lamentable. Y si no se acostumbra, le chincha Dino en cuanto rezonga, es porque él mismo se vio una vez envuelto en una situación similar. Cállate, responde, y se quita la corbata para ocultar la sonrisa que asoma unos dedos diminutos por el borde de su boca.

       Ocurrió tras el cóctel que se celebró tras la ceremonia de sucesión de Sawada, un par de meses después de que Hibari cumpliera diecisiete y empezaran a manosearse impúdicamente tras los entrenamientos.
       Dicho evento llevaba posponiéndose lo suficiente como para que el arisco guardián asumiera que jamás llegaría y que, por tanto, se iba a librar. La única forma que tuvo Dino de convercerlo fue prometer, por lo bajinis y con los dedos cruzados, que le procuraría «algo especial» al final de la velada.

       Así fue como terminó Hibari Kyouya en una sala de baile de dimensiones hiperbólicas, con la única y fugaz compañía de camareros dotados de sonrisa profesional y pulcra camisa negra, a quienes pagaban por hacer circular el licor y no por preguntarse qué demonios hacía aquel joven de ojos asesinos, parapetado tras una absurda escultura de hielo con forma de león.

       Dos horas completas de su vida había desperdiciado de tal guisa, disimulando poco y mal el disgusto causado por un Dino que fluctuaba entre hombres de porte formal y mujeres con cuellos de garza, presumiendo de carisma pero sin hacerle ni puñetero caso. Era de una descortesía bárbara, se repetía Hibari apretando dientes y uñas contra la palma, hacerle acudir para aquello. Al parecer el Haneuma aún no había aprendido con quién se las veía. Si su curiosidad no era satisfecha en quince minutos, terminó decidiendo, se iría. Se acostaría en su futón y dormiría el sueño de la bestia durante lo que restaba de noche, porque a primera hora de la mañana estaría volando la puerta de cierta habitación de hotel para morder hasta que suplicara a su ocupante. Casualmente el mismo de quien había aprendido que ciertas afrentas no se pagan con la muert...

       —¿Champán, señor?

       La espiral de odio candente fue interrumpida por uno de los camareros. Era un tipo espigado de unos treinta años, que exhibía una expresión de educada profesionalidad en su apuesto rostro moreno. Quizá por el aburrimiento que le aquejaba, en lugar de ignorarle respondió con un escueto:

       —¿Para qué?

       —Mantiene las manos ocupadas, señor.

       Hibari siguió la mirada del joven hasta sus puños cerrados. Algo en la visión de sus propios nudillos, blancos de ira, le perturbó hasta el punto de flexionar los dedos agarrotados y cerrarlos en torno al esbelto tallo de la copa. Creyó detectar cierta indulgencia en la mirada del camarero, pero antes de poder soltar cualquier reclamo, éste ya se había alejado dejando tras de sí la estela de una suave sonrisa. Hibari gruñó por lo bajo. Después tornó a contemplar el líquido semitransparente con desconfianza, como si no supiera qué era o para qué servía aquello. Solucionó su dilema vaciándola de un trago, entera.

       Sorprendentemente, el sabor algo amargo de la bebida le agradó. O al menos no le disgustó demasiado. Más que nada, bebía por hacer algo; y es que visualizarse machacando al Haneuma parecía más entretenido con una copa en la mano. Sumaba puntos el hecho de que su visión comenzaba a volverse borrosa por los bordes, de modo que si se fijaba bien en Dino, parecía como si éste le mirara de vez en cuando, alzase su propia copa en una especie de brindis lejano, y le guiñara un ojo antes de llevársela a los labios...

       Le tomó a Hibari varias rondas percatarse de que eso era precisamente lo que Dino hacía. Y de que la multitud que abarrotaba el salón mermaba por minutos. Seguir los movimientos de Cavallone entonces se hizo menos complicado. Distinguía con bastante claridad su voz animada, los colores brillantes del tatuaje de su brazo, las piernas que cortaban el aire como tijeras envueltas en un pantalón sastre. Tenía unas piernas larguísimas. Seguro que por eso se veía más alto de lo que realmente era. Observándole con aquella libertad, reparó en un pequeño detalle que le llevaba molestando toda la noche, porque no lo podía ubicar: el cabello de Dino estaba más corto. Mucho más que varias noches atrás, cuando había enredado los dedos entre los trigueños mechones para llevarle hacia un beso medio forzado. Y el flequillo no caía hacia delante, como solía, sino a un lado, dejando completamente visibles aquellos ojos castaños que le observaban, que le recorrían... al aceptar al vuelo el octavo ofrecimiento de «¿Champán».

       Y además había algo en sus ademanes, en el modo en que le miraba mientras bebía; algo quemante y vagamente siniestro que hacía su sangre burbujear como el champán que ingería a ritmo aproximado de media copa por minuto. Miradas rápidas desde la distancia, sonrisas fugaces, ese endemoniado gesto de beber a su salud, e Hibari se halló mordiéndose el labio. Dejó de hacerlo al caer en la cuenta, estupefacto, de que Dino le estaba seduciendo.

       Entonces a sus oídos les dio por pitar. Echó un vistazo a través de las cristaleras, repentinamente mareado y agobiado. El rumor de las conversaciones era como un coro de gritos ahogados contra sus tímpanos. Evitar el centro de la sala no bastaba, claramente. Sus pupilas saltaron y se detuvieron en la primera puerta que encontró, que no era la principal sino una que daba a un precioso jardín de estilo versallesco. Utopía, comparado con el bullicio en que estaba inmerso.

       En apariencia preocupado, Dino le vigilaba de reojo.

       A Hibari se le ocurrió que, si salía al jardín, el italiano no tardaría en disculparse educadamente e ir detrás. Por eso no le sorprendió escuchar su voz entre las gardenias, llamándole. Perfecto. Así podría ajustarle las cuentas por... ¿por qué? Ah, ya. Por ignorarle. Más o menos.

       —Kyouya.

       —Deja de jugar —espetó. Como siempre, directo al grano, pensó Dino, su rostro dando a luz a una sonrisa irónica.

       —¿Quién está jugando? Yo sólo te miro, Kyouya. No puedes arrestarme por una cosa así con esas esposas tuyas, ¿verdad?

       —No me tientes.

       —No sé por qué estás molesto, de todas formas —continuó Dino—. No es como si quisieras que fuese en serio. ¿...O sí?

       Kyouya mantuvo los ojos cerrados. No necesitaba mirarlo para saber que estaba cerca, muy cerca, lo bastante como para percibir su olor a perfume dulzón y aftershave.

       —No me has molido a golpes todavía. Me lo tomaré como una buena señal.

       Dino le tocó detrás de la oreja y Kyouya sintió que los huesos se le volvían de algodón. El resto de la noche se reduce a que la boca de Dino estaba fría por el champán, pero ardió al contacto con la suya.

 

       (Moraleja: no muerdas nunca más de lo que puedes masticar.)


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