El joven ángel observaba el mundo de los humanos. Contemplaba aquel lugar con fascinación y curiosidad, los miraba con anhelo en sus ojos, observaba como la perfecta estructura de cada uno de ellos que los hacía ver tan distintos pero a la vez tan iguales, como su perfección solo era externa y no interna, como su interior estaba lleno de pecados, de miedos, de dolores.
El joven ángel también observaba como sus enemigos, los Hijos de las Tinieblas, se encontraban camuflados entre los mundanos. Convivían día a día, humanos y demonios, en un mismo lugar, un mismo espacio, un mismo ambiente. Compartían sentimientos, compartían vidas, se identificaban entre ellos.
El joven ángel siempre había tenido muchas dudas sobre ello; ¿los humanos eran parecidos a los demonios? ¿O los demonios tenían similitudes con los humanos? ¿Por eso habitaban en la obscuridad, en la Tierra, debajo de ellos? ¿Y qué hay de los ángeles? Los demonios eran la versión pecadora de los ángeles, ¿verdad? ¿O era al revés?
El joven ángel estaba curioso, realmente curioso acerca de esos diablos y los mundanos. Quería descubrir cosas nuevas, quería investigar, quería saber tantas cosas acerca de ellos… Y ese fue el peor error que pudo cometer en su corta vida celestial.
El joven ángel pecó. Pecó al bajar a la tierra y observar desde las sombras a los humanos. Pecó al acercarse a un niño mundano y sonreírle. Pecó al tomar la mano de aquel niño y jugar con él. Y los Arcángeles, los ángeles superiores del cielo, castigaron joven ángel. Arrancaron sus alas y lo condenaron a vivir junto a esos seres mortales, negándole la vuelta a su verdadero hogar en las arribas de las nubes.
El joven ángel, tendido entre las aceras de las calles, la bruma y la lluvia. Ultrajado por la sociedad que creía buena, engañado por los mortales. La vergüenza, el arrepentimiento y el dolor de no poder volver al paraíso lo consumían. La lluvia caía golpeando su cuerpo, mojando sus prendas celestiales aún puestas y sus cabellos azabaches. La neblina le impedía ver más allá del horizonte, generando que sus ojos se cansasen y terminaran cerrándose. No podía sentir dolor, pero si lo sentía dentro de su corazón. El lugar de su espalda, donde antes se encontraban sus imponentes y hermosas alas blancas, liberaba sangre sin detenerse y la horrible herida no sanaba.
El joven demonio que vagaba por la tierra paró en seco y observo las aceras de la calle, observó al ángel moribundo que sufría en silencio.
El joven ángel suspiró y forzó su vista hacia el cielo, anhelando su regreso. Se dejó caer en el suelo y siguió mirando hacia arriba, dejando que las pequeñas gotas de agua cayeran en sus ojos.
Un joven demonio de cabellos revueltos y rubios se acercó a aquel ángel de aspecto adolorido. Se arrodillo a su lado y lo miró por unos segundos.
-Hola. - le sonrió.
El joven ángel se sobresaltó y miró a aquel ser que sonreía arrodillado a su lado.
-Hola. –le respondió y se sentó correctamente, algo nervioso por su presencia.
-Me presentaré como Kim Jong In, hijo de las tinieblas, perteneciente al mundo de los humanos. -el demonio se detuvo por unos momentos y clavó su mirada en el ángel-. ¿Cuál es su nombre, joven ángel? -preguntó un tanto curioso e interesado.
-Mi…-el joven ángel dudó unos momentos, preguntándose si aquel demonio era de fiar-. Mi nombre es Do Kyung Soo, un hijo celestial, desterrado por pecar. -contestó por fin-. Mis alas fueron arrancadas y arrebatadas, al igual que mi alma. -reveló en un murmullo triste antes de bajar su mirada.
Jongin dejó de sonreír y adoptó una pose reflexiva. Luego de unos segundos de silencio por parte de ambos, el demonio se levantó y extendió una mano hacia el ángel.
- ¿Le gustaría acompañarme, joven Kyungsoo?-preguntó-. Usted se encuentra herido y solo, además sería un honor para mí poder ayudarlo.
Kyungsoo miró con desconfianza aquella mano extendida por unos momentos, sintiéndose no muy seguro de lo que estaba por hacer.
-Pero no me haga daño, por favor. -fue el único pedido del ángel.
-Solo quiero ayudarlo y conocerlo, no le haría daño bajo ninguna circunstancia. -aseguró Jongin y el ángel Kyungsoo aceptó su mano, porque sabía que las intenciones del demonio eran verdaderas-. ¿Sabe? Usted atrajo mi atención, así que espero que luego de ser atendido por mí, se quede unos momentos para poder mantener una tranquila conversación. De demonio a ángel. -dijo Jongin, haciendo que las mejillas de Kyungsoo se tornaran de un leve color carmesí.
El ángel sonrió. El demonio también.
Y ambos caminaron, perdiéndose entre la bruma.