Cada historia tiene un principio y un final. Aquel final, había sido más esperado que su principio, al principio. Pero esas eran las palabras de las que todos los presentes en el funeral se habían arrepentido al pesarlo.
-Estamos todos aquí presentes.- Se aclaraba la voz un cura, en medio de la lluvia- Para acontecer la muerte del difunto Raydark.-
Unos pies se movieron inquietos en la primera fila, al rato de recomponerse el silencioso alborotador, volvió a su lugar. Un asiento entre el entrenador Percival Travis y examigo del difunto, Seymour Hillman. El féretro estaba abierto con el cadáver mencionado sobre un caro ataúd pagado por la acaudalada familia Sharp.
-Era para todos un amigo, un hermano, un padre y un ejemplo a seguir, los que lo conocían podrán decir mejor qué tipo de persona era…-
Se hizo a un lado y un muchacho de altura media camino hasta el altar, había previsto la lluvia y tenía el discurso en la cabeza.
-Queridos comensales, amigos e invitados a este respetado funeral, quería daros las gracias por venir. Raydark era un hombre odiado por muchos.- Camino hasta el principio de las escaleras.- Pocos conocíamos el interior de este hombre; sin embargo debo escribir que el mismo Raydark que conocíamos ya no era el mismo.-
Pasaron las horas, los minutos y segundos y el ambiente se diluía en el agua. Todos se acercaron a dar el pésame a Jude Sharp, según ellos, el más afectado en esta relación. Nadie fue capaz de encontrar las palabras para aplacar su dolor.
Hasta que llegó Caleb Stonewall.
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La lluvia no había disminuido el ansia de los dos, que a pesar de estar unidos por un mismo pene de dominante, sus corazones no latían con la misma decencia, el pasivo se agarraba a unas de las coronas de flores traídas por los invitados y el seme al ataúd del muerto, demostrándole que le devolvía todas sus penetradas.
-¡AH! ¡CALEB!.-
No era una violación ni nada por estilo, solo un pequeño insulto a la decencia.
Era tan parecido a lo que le hubiese gustado sentir con el muerto, casi tan cerca de él, respirando el aroma medio pútrido, medio descompuesto, le llegaba ese amor obseso que había procesado desde pequeño. No era virgen, había estado con otros chicos del equipo, más veces con Caleb, con Mark, hasta incluso con el afeminado de Nathan, cuando había tanto roce masculino en ese equipo a veces era inevitable fijarse en cuán grande la tenía uno y otro.
El imitador de los mohicanos cogía las gafas y intentaba levantármelas por detrás para al menos acercarse un poco más a su corazón, por alguna extraña reacción él jugador sentía algo más que el sudor salvaje de su columna, solo una persona que sintiera de ese modo sabría en que puntos se encoge cada vez que entra. Un enorme vacío le llenaba a pesar de estar apretado, era la sensación que se acaba, qué no está, que no se vive.
Aun así lo amaba, sabía que sería capaz de borrar su recuerdo y sustituirlo por el presente.
Porque él lo amaba, amaba su cuerpo, amaba su manera de ser.
Pero no sabía nada de él. De Kidou.
Más alla en la lejanía del parque, el padre del rico no le esperaba, no lo necesitaba, siempre andaba ocupado con todo aquello del trabajo. Y su hijo ya era lo suficiiente mayor para todas aquellas charlas sobre la muerte, había sido preparado para que tragara las lágrimas, a nadie le importaban. En cuanto a su que su amigo se quedase a consolarle le parecía una estupidez, su hijo siempre guardaba las emociones por dentro, pero había que reconocer que tenía algo especial en sus ojos.
Tonterías, no podía ser eso.