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Poseído por el Diablo por Dolche

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Notas del fanfic:

Antes lo subia aqui, pero lo quite para subirlo solo en TPC, pero lo vuelvo a subir aqui porque me lo pidieron :)

Notas del capitulo:

Bueno, aqui las primera parte del primer capi! 

    Ese hombre  de apariencia tan amable, ese que siempre se paseaba tranquilamente por la mansión barriendo y limpiando de aquí a allá lo tenía acorralado. Parado frente a las escaleras del sótano impidiendo su salida. Su pequeño cuerpo temblaba del terror al otro lado de la estancia, se apretaba contra la pared esperando que ésta cediera contra su cuerpo y le dejara salir de aquella trampa.
    —Joven amo, espero me disculpe pero, usted va a ser mío—cada uno de sus pasos resonada en el frío lugar, no había escapatoria.
    "Tengo miedo", pensó. "Dijiste que siempre me protegerías".
    —Siempre lo hago—dijo la voz de su cabeza, esa que toda la vida le hiso compañía, la que le hablaba en sueños y lo cuidaba con gran devoción, espantando a todos esos niños que lo tachaban de fenómeno y anormal con palo en mano.
    Ese hombre que se le acercaba con malas intenciones pronto ardió. Cayó al piso retorciéndose y gritando del tremendo dolor que esas llamas le brindaban. La ropa quemada se pegaba en la carne se roja y llena de ampollas.
    —Corre. Corre y no mires atrás—le ordenó. El pequeño solo miraba esa figura moverse entre las llamas—. ¡Corre!
    Sus pies corrían lo más rápido posible, hasta dejar de escuchar los lamentos de ese hombre que pronto no sería más que polvo, y así como el aire se llevaría esas cenizas, así, él borraría ese episodio de su mente, fingiendo que nunca pasó, agradeciéndole de por vida el haberlo salvado. 
    El hecho de que todos en la mansión dijeran que él hombre había desaparecido como por arte de magia le parecía un tanto irónico, ya que de algún modo se podría decir que era verdad pero, ¿consistía eso en un acto de magia?
    Ni con el paso de los años esa respuesta llegó a su persona. Él sólo crecía y con él sus locos sentimientos.
     Locura. 
     Dentro de esa enorme mansión su madre había muerto. Todos decían que había enloquecido, retorciéndose, hablando lenguas del diablo, dejando sus dedos sin uñas por apretar las paredes. Que sufría y gozaba sola dentro de su demente cabeza, siendo él el resultado de esos nueve angustiosos meses de demencia.
     Pero ahora, era él el que temía estar loco, y no era precisamente por escuchar cosas que los demás no escuchaban, o ver cosas que para la otra gente eran invisibles. Todo eso le parecía tan normal como respirar. No, el problema era esa persona que desde siempre tuvo la apariencia de un joven hombre a sus veinticinco.
    A pesar de no tener una madre que lo cuidase, que le diera amor y cariño, nunca tuvo tiempo de sentirse solo, porque él lo acompañaba, descubriendo un amor muy profundo por ese ser infinitamente joven, ese que en sus sueños le amaba, ese que en sueños le poseía, ese que en sueños desapareció.

    “— ¿Enserio me amas? —le cuestionó por segunda vez sin poder creérselo.
    —Sí—dijo asintiendo—. Si no le crees a mis palabras, mi actos te lo pueden mostrar.
    — ¿Cómo? —pregunto dudoso.
    —Así—musito quedo, agachándose para estar a la altura del pequeño y puberto rubio frente a él—. Cierra los ojos—le ordeno en un susurro.
    Kibum acató la orden y las manos del moreno se acomodaron tibias en sus mejillas. Ya presentía lo que pasaría, los cuentos con finales felices que su abuela solía leerle se lo decían.
    El aliento del otro se colaba por entre sus labios y lo aspiro tratando de adivinar el sabor que tendría su boca. Su ataviada boquita se esforzaba por moverse con la misma fluidez que la del mayor.
    —Kibum, abre más la boca—de esa forma su lengua entraría sin problema en ese rosado corazoncito. El beso del menor era torpe, pero eso lo convertía más encantador, deseándolo sin descanso.
    Cuando el moreno lo levantó, Kibum solo atinó a aferrarse a él como lo haría un koala a un árbol, y así le condujo hasta la enorme e imponente cama con un dosel en madera oscura del cual caía una fina y traslucida tela de color negro; lo dejó caer sobre las blancas cobijas colocándose sobre él.
    El ancho cuerpo del mayor se le antojaba como una inquebrantable prisión de la que no estaba muy seguro de querer salir. 
    Sus cuerpos eran polos opuestos, la piel de él era oscura, su altura era mayor al igual que su edad, se notaba que los hombros y los brazos eran de constitución muy fuerte a pasar de estar cubiertos con un lujoso y negro taje. Los ojos, en un momento eran cafés como un delicioso chocolate y al otro tan oscuros como el ónix. Tan diferente al cuerpo de ese rubio quinceañero,  blanco y escualiducho, sin  músculos que le adornasen pero con la piel más suave y hermosa que el durazno más jugoso. En medio de esa tenue luz, la piel de Kibum brillaba dándole un aspecto suculento e inmaculado que hasta el ser más malvado querría mancharlo. Aunque, era precisamente eso lo que estaba a punto de ocurrir.
    Kibum lo deseaba, deseaba todo eso, tenerlo así saboreándole de manera salvaje toda la boca, sintiendo la saliva del otro resbalar por su lengua. Las grandes manos abrían su pijama rayada, dejando ver el pecho y ese ombligo que se movía suculento con cada respiración. Kibum sintió su pecho temblar cuando los labios succionaba su cuello, y los dientes enrojecían aún más la marca de su cuello.
    El más grande bajó sus besos hasta la ingle, pasando por ese lindo ombligo que no pudo evitar probar; sus manos de aferraron a los elásticos que rodeaban las blancas caderas,  bajándolos no mucho, sólo lo suficiente para torturar con sus besos al rubio. Bajó por entero los pantaloncitos y la ropa interior liberando ese bulto. El pequeño miembro se paró orgulloso pidiendo que lo calentara con su toque.
    —Ahhh~—Kibum se aferró a las cobijas con la reparación cada vez más agitada, echó la cabeza en la almohada sintiéndola dar vueltas por el aire que se le escapaba en cada exhalación. 
    El envite con que lo masturbaba le hacia temblar todos los dedos del cuerpo. Nunca antes sintió algo como eso, ni siquiera se daba por enterado de que esas sensaciones existieran. Los ojos se le cerraron con el cosquilleo que lo recorría y lo tensaba. —Ah, Ahhh…—hasta que todo su placer se volvió líquido, mojando la mano que lo acariciaba.
    El mayor lo veía aún estremecerse, pero todo eso sólo era una pequeña parte de todo el placer con que podía hacerlo gozar. Esparció el semen de su mano en aquel lechoso muslo para limpiarse un poco. Su lengua y su aliento caliente rosaron la cremosa entrada del menor, con su lengua tocaba dejando todo húmedo. Metía la lengua en ese tibio lugar hasta que sus dedos comenzaron a hacer su trabajo: dejarlo bien abierto.
    Cuando dejó esa pequeña entrada más grande que un limón se incorporó para deshacerse que sus ropas; el fino e imponente traje acabo esparcido por todo el piso de piedra. 
    Sólo en cueros se colocó entre las piernas del chiquillo que admiraba embelesado su musculoso cuerpo.
    —Sostente de mí—le dijo. Kibum se abrazó a él por el pecho, esperando su siguiente movimiento.  
    Tomó su anhelante miento y  lo incrustó en ese orificio hecho solo para él.
    Las lágrimas del chiquillo rubio salían solas, y sus uñas abrían la carne de su espalda, provocando heridas que sanaron al instante; esperó hasta que la tensión de su cuerpo se esfumó para comenzar empujar.
    A los minutos arremetía deprisa contra ese pequeño cuerpo, al que tenía gimiendo sin control bajo su cuerpo. ¡Divina música para sus oídos! Ver la cara del puberto contraída por el placer le hacía soltar más de ese líquido que lubricaba su pene deliciosamente. Su descontrolado sistema golpeaba con un viscoso eco al pequeño; pronto su resistencia acabaría, por lo que su mano jalaba con desespero el falo del menor para que tuviese otro orgasmo. Y con una ronca queja él también tuvo uno, soltando su esencia dentro de esos órganos que tanto gozo le proporcionaron. 
    Al fin ese niño le pertenecía, había manchado a ese pequeño ser quitándole toda pureza, toda inocencia.
    Kibum pronto caería dormido por el cansancio, así que listo se abrazó a él, pegándose lo más posible a ese fornido cuerpo que le brindaba su calor.
    — ¿Estarás conmigo por siempre? —se atrevió a preguntar.
    —Claro pequeño. Recuerda que naciste para que estemos juntos por siempre—dijo rodeándole con los brazos.
    Le prometió eso. Sin embargo, a la mañana siguiente que despertó, todo era otra vez normal. Seguía devuelta en una de las tantas habitaciones de la mansión, en esa que le pertenecía; recostado bajo las verdes mantas, sin ningún signo en su cuerpo de que ese sueño fuese real. 
    Le prometió eso, y sin embargo, esa fue la última vez que soñó con él, fue la última vez que su voz le habló, y fue la primera vez en mucho tiempo que realmente sintió la soledad.”
 

    Como ya le era más que costumbre se encontraba ahí, de pie frente al espejo, viendo al causante de todas sus desgracias. Esa era razón por la que todo el mundo buscaba alejarse de él “discretamente” cuando iba por la calle, la razón por que la  gente murmuraba sin parar.
    Él era hijo de un demonio, y no necesitaba que su madre muerta se levantara de la tumba para decírselo, esa marca roja se lo confirmaba. Ahí estaba, tan visible en su cuello, paseándose libremente y saludado a cada persona que se encontrase donde quiera que iba. 
    Toda la nobleza londinense se encontraba muy ofendida por su persona, si aún no lo vetaban completamente de cualquier evento se debía al gran temor que infundía su abuela, la marquesa y su alto puesto en corte. Todos se inclinaban ante ella temerosos de sus represalias, pero la verdad es que si no fuera por ella, desde el momento en que salió de su madre ya lo habrían echado a la hoguera.
    Sus uñas rascaron sobre la mancha, como tratando de retirarla. Simplemente imposible, igual de imposible que la ves que intento quitarla con una daga, por más que rasgaba en la piel, ésta permanecía ahí. Lo único que obtuvo de todo eso fue una dolorosa lesión y que en medio de un largo sermón su abuela le pinchara los dedos por hacer tonterías.
    No, esa marca permanecería con él, acompañándolo. Siendo lo único que lo unía a ese mundo de tinieblas y tabú.
   Los tres ligueros golpes a su habitación le apartaron la vista del espejo.
    —Joven Kibum, ¿estás usted listo? La marquesa le espera en el carruaje—dijo el lacayo tras la puerta.
    —Sí—contesto saliendo—. ¿Cómo luzco? —pregunto acomodando con orgullo su nuevo traje.
    —Tan jovial como siempre, joven amo. Tal vez esta noche conozca alguna bella doncella o un atractivo caballero—le sonrió esperanzado.  
    —Sí… quizás hoy sea la noche—correspondió con otra sonrisa.
    A pasar de parecer ilusionado por la idea, ya se había resignado a pasar toda una vida solo. Se encontraba más que seguro de que eso jamás pasaría. ¿Quién en su sano juicio querría estar con una criatura infernal como él?
    Se adentró en ese negro y lujoso carruaje jalado por cuatro fuertes y hermosos clyndesdale más oscuros y elegantes que el ébano. Tomó asiento frente a la marquesa, ambos se miraron las ropas entre sí, evaluándose. De tal palo, tal astilla.
     —Muy hermosa abuela, más fresca que el rocío en la mañana—apretó lo labios contra el dorso de la mano enguantada corroborando su argumento.
     —Gracias querido, pero tu luces más hermoso que esta anciana mujer. Eres la viva imagen de tu madre—dijo conteniendo la emoción. 
     Sin duda su nieto era la cosa más hermosa que jamás vio. Tan fino y delicado como la rosa más vanidosa en su jardín; tan exótico y atrayente como la miel más dulce. Su pequeño se había convertido en un espléndido joven.
     Llegaron al palacio en que se celebraría uno de los tantos bailes de las festividades. Todo el amplio lugar estaba exquisitamente decorado para ser la cosa más fina, con esa pista en el centro para que las doncellas y damas danzaran alguna de las piezas con un gallardo caballero. Todas las féminas envueltas en sus bombachos vestidos y brillantes gemas. Los hombres enfundados en sus finas ropas y elaborados trajes.
    Al igual que en cada evento en el que hacia acto de presencia junto a la marquesa los murmullos de la gente noble de Londres no se hacían esperar. La gente le señalaba con temor y se alejaban de él, dejaban más que claro que no lo querían con ellos, que nunca nadie se fijaría en él.
    — ¿Me permitiría ésta pieza? —levanto la vista de esa mano que se extendía frente a él, encontrando a un alto y apuesto joven, de ojos grandes y negros cabellos.
    — ¿Disculpe? —pregunto atónito sin poder creerlo.
    —Dije que, ¿si me permitiría éste baile? —contesto amable y sereno.
    — ¿Por qué? —la pregunta sólo se escapó de sus labios.
    — ¿Cómo dijo…? ¿Por qué? —parecía apurado, como sin saber que responder—. ¿Necesito una razón para querer bailar? 
    —Claro. ¿No es obvio?
    —Oh, caballero. Por favor perdone la descortesía de mi nieto, el estaría encantado de bailar con usted—intervino la marquesa tomando su mano y colocándola sobre la del desconocido.
    Los dedos de éste, presurosos se cerraron sobre su mano, arrastrándolo con él al centro de la pista, moviéndose lento. La demás gente y las parejas en la pista los miraban perplejos, como preguntándose quién sería el desconocido que se atrevía a bailar con él.
    El alto lo apretaba contra su cuerpo, guiándole diestramente en el vals.
    —Es usted sin duda muy hermoso…—dijo.
    Sus ojos se abrieron como platos. — ¿Está usted acaso tratando de coquetear conmigo? —pregunto.
    —No, claro que no…—rio quedo—. Yo ya tengo a alguien.
    —Si es así, entonces no veo qué hace aquí… mmm…
    —Minho, mi nombre es Minho.
    —Bueno, Minho. Le sugiero que me suelte y vaya a buscar a su pareja.
    —Lo siento mucho, Kibum. Pero aún no me puedo marchar sin completar mi misión.
    — ¿Misión? ¿Qué clase de misión? ¿Y por qué sabe mi nombre? —lo atestaba de mil preguntas cuando reparó en ese lunar rojo en su mano que antes no había visto—. ¡Tu mano! ¡Esa marca! ¡Tú…!
    —Sí. Yo soy como usted—dijo parando todo movimiento—. Sólo he venido a darle un mensaje de mi señor.
    — ¿Un mensaje? ¿Quién es su señor?
    —Eso es algo que pronto sabrá. Él dijo, que espere un poco más, pronto mandará por usted. Así que no pregunte nada más y sea paciente.
    La música había acabado, y tal como comenzó, le dejó en la mesa junto a su abuela, despidiéndose con una educada reverencia.



    No tuvo que esperar demasiado, dos noches después y hombre de cara risueña y amable sonrisa le despertó a media noche.
    —Supongo que Minho le comunico que él señor me enviaría por usted.
    A pesar de que la persona frente a él le inspiraba una gran confianza, Kibum se encontraba asustado. ¿Cómo había entrado a la protegida mansión de la marquesa? ¿Por qué lo quería llevar consigo? Y lo más importante, ¿a dónde?
    — ¿Quién eres? Y, ¿quién es tu señor?
    — ¡Oh, que grosero de mi parte! Discúlpeme. Mi nombre es Jinki, y estoy a sus órdenes amo—dijo besando su mano en una reverencia.  
    —Bueno, ya que dices que soy tu amo, te exijo que me digas el nombre de tu señor. No puedo ir a ver a un desconocido, es peligroso.
    —No puedo decirle eso, el señor quiere que sea una sorpresa. Pero sí puedo decirle que lo conoce “muy bien”—dijo con un tinte burlesco en su mirada—. Si no accede a acompañarme, tengo que llevarlo conmigo. Amo, usted decida, ¿por las buenas o por las malas?
     Kibum lo medito seriamente, si ese tal Jinki decía que lo acabaría llevando de todas formas, lo mejor era estar consiente para recordar el camino de regreso.
    —Por las buenas—levantó las cobijas y salió de la cama, siguiendo a lacayo por las escaleras hasta parar frente a la chimenea encendida.
    Ya con la luz del fuego puedo ver el rojo lunar de Jinki, pequeño y redondo, justo debajo de su oreja derecha. "Aquí hay gato encerrado", pensó. ¿Qué tenía que ver esa marca con todo esto?
    —Vamos—dijo Jinki tomado su mano, caminando hacia el fuego.
    — ¡Espera! ¿¡Por ahí a dónde crees que vamos a llegar!? —Preguntó con miedo.
    El otro solo lo miró con una sonrisa de suficiencia. —Al infierno—dijo antes de adentrarse en las llamas.

Notas finales:

Si ven algun error, diganme para volver a leerlo y corregirlo :) Cuidense


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