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No Regrets, Just Love. por ipen shidemiru

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Notas del capitulo:

Reconozco que estoy algo desanimada... este es el tercer capitulo y aun no tengo tiempo para terminar de escibir la historia... Recién esta semana mi ciclo de sueño se esta normalizando (eso de tener la computadora, instalarle juegos, estudiar la Uni y la vida de un adulto (?) no ayuda). Hay personas que me entienden y dicen "Animo, yo sé que puedes" pero sería más sencillo si las horas para jugar, escribir, ver anime, leer manga, editar raws, traducir, blablabla no fueran casi las misma que para estudiar, hacer tarea y dormir .___.

Una ráfaga de viento helado me despierta. Abro los ojos y me encuentro solo en la cama. Giro la cabeza y doy con Akira desnudo mirando por la ventana —no está nada mal.

—     Tú también quieres que se suiciden tirándose por la ventana ¿me equivoco?

—     No le desees mal a nadie — digo buscando las sabanas al fondo de la cama — ¿qué hora es?

—     Cinco y media de la mañana ¿Por qué no tenemos balcón?

—      ¿Hace cuánto que estás ahí?

—     Una media hora, no podía dormir. Será una lástima mudarnos… quiero un balcón.

—      ¡Akira! — Me apresuro a cubrirlo con una sábana — pescarás un resfriado.

—     Nunca he estado enfermo.

—      ¿Y hace año y medio años cuando me fui por una semana y te encontré tirado en tu taller con fiebre?

—     Bien. Me enfermo pocas veces.

—     Aki… si quiere seguir viendo por la ventana te pones algo o la cierras.

—     Mamá, tengo hambre — ríe.

—     Idiota.

Nuestro tiempo pasa y dice que debemos ir a trabajar.

Apresuramos el paso, ninguno de los dos se dio prisa y ahora estamos a la carrera. Llevamos unas tres horas despiertas hablándole a la nada, teniendo esas estúpidas conversaciones que hemos tenido ya pero que parecen que son nuevas —y fingimos oír.

Akira se despide de mí en la primera parada del tren y él continua su viaje. Le digo adiós pensando en lo mal que me veo. Mis zapatos tienen una leve capa de polvo, mi saco esta desalineado y mi cabello no quiere aplacarse. Me resigno de inmediato. Podré hacer algo con los zapatos y la ropa, pero el cabello me llevará más tiempo…

Trabajo en una compañía constructora, como ya he dicho soy arquitecto, pero por el momento no asesoro ninguna construcción más allá de papeles y una que otra visita. En los años pasados logré mucho y  cualquier día puede llegarme la oportunidad que espero. Ha habido rumores sobre una compañía que desea darnos un reto, sin embargo, hasta ahora nada.

Entro con la mano en la cabeza de tal forma que parezca que yo mismo me despeino. Saludo en recepción y me dirijo al piso número ocho. No muy lejos de mí hay una aglomeración, parecen zombis en la escasez de humanos. Sabrán ellos lo qué hacen.

No he llegado a mi destino cuando el móvil suena, piden explícitamente que cambie de dirección y me dirija  a la sala de conferencias. Subo dos pisos más. Soy el segundo en llegar. Saludo cordialmente al primero ya que nunca lo he visto. Su cabello es castaño y lacio, lo lleva un poco más allá de los hombros, se nota muy bien cuidado —y no dudo que así sea—. Viste un traje tipo sastre color negro con líneas verticales grises, una camisa negra y una corbata plata lo que lo hace parecer un gánster, sin embargo, su rostro es completamente distinto. Podría pasar por alguien que va rumbo a un fiesta y por casualidad llego aquí.

Rápidamente entras unas ocho personas más.

—     Takashima-sama, por un momento pensamos que se había ido — tres de los ocho de dirigen a él.

Takashima ¿eh? Un nombre interesante.

—      Suzuki-san, buen día— uno de mis colegas me distrae.

El jefe por fin presenta.

—     Bueno, ya que todos estamos aquí comencemos. Él es Takashima Kouyou, es dueño de varios hoteles seis estrellas, y quiere que diseñemos uno de tres joyas que cumpla con sus términos.

—     Sólo quiero propuestas y tal vez unas ilustraciones. Regresaremos en unos días— se pone en pie con un movimiento suave bastante extraño. Se dirige a la puerta.

—     Disculpa — dice Shiroyama— ¿existe algún límite?

—      Nueve hectáreas, el resto a su imaginación.

No es la primera vez que un excéntrico de ese tipo nos visita. Y gracias a eso la compañía tiene una buena reputación al lograrse con más de la mitad de extrañas peticiones.

 

 

El viento sopla favorablemente. Lloverá en cualquier momento, es seguro.

¿Me pregunto qué pasó con aquel niño? No lo he vuelto a ver, simplemente se escapó y ya… según las enfermeras  lo dejaron durmiendo y cuando regresaron la cama estaba vacía. La cámara de vigilancia lo grabó saliendo por recepción, a esa hora de la madrugada no había nadie y se fue sin hacer un alboroto. Me habría encantado hablar con él, que tal si era huérfano… podría adoptarlo… lo llamaría Kain… no es un perro para cambiarle de nombre.

Pero, si era bastante inusual. Ojos azules. Japonés, Rubio. Menor de seis años. Con fiebre. Y empapado por la lluvia. ¿Una extraña coincidencia? Un pequeño con tales cualidades debe ser valioso, y más en caso de tener padres. Era un chiquillo muy tierno —por lo que pude ver— llevaba un suéter color rojo con un oso en el pecho y un pantalón caqui.

 

 

—      ¿Qué tal va el trabajo? — asomo la cabeza en el taller de Akira. Como de costumbre, es un desorden. Una repisa con partes electrónicas, un ordenador con tres monitores, una TV  conectada a la última consola lanzada al mercado, una silla de oficina, un sillón y un mar de cables sobre el piso.

—     No es la gran cosa. Tus gráficos me dieron algo de lata pero ya están listos.

—     Te dije que me enseñaras a usar el programa y yo lo haría.

—     Es bueno saber que te sirvo de vez en cuando.

—     Bien, quiero utilizarte para limpiar este sitio. Cada que me asomo da más miedo.

—     Déjate de bromas y acércate a ver lo que vas a presentar en tu junta.

Salto de mancha en mancha de piso y arrastro el sillón frente al ordenador. Lo que aparece en las pantallas  es el recorrido muy básico de edificio que diseñé.

—     Ahora me van a pedir que yo haga todas las animaciones…

—     Diles que tu adorado esposo lo hizo y sólo le pediste que hiciera unos arreglos.

—     Eso no es ningún consuelo… ¿Quieres chocolates? Tengo unos en la mesa del comedor.

—     Claro, comeré tantos hasta que me vuelva pachoncito.

—     Dios, Akira.

—     Me has tenido comiendo chocolates desde hace una semana ¿Qué esperabas?

—     Son los malditos antojos… ya te lo dije.

—     A mí se me antoja un pizza y lo único que obtengo son chocolates

—     Si quieres una pizza puedes comprártela, por lo que sé, ganas bien.

—     Dije “pizza” y tu cara quedo verde ¿Crees que la voy a comprar así?  Prefiero tu salud a una pizza.

—     Buena respuesta.

—     Gracias, lo ensayé mientras hacía tu trabajo.

Pongo los ojos blancos y salgo de la habitación.

—     La cena esta lista desde hace unos minutos.

—     Ahora voy.

Regreso al comedor. La caja de chocolates está intacta. Es un desperdicio tirar unos de tan buena calidad, por eso los traigo a casa. Son de tipo que tienen nuez, cacahuate o avellanas rodeado de chocolate amargo dentro de una galleta de barquilla dulce cubierta de otra capa de chocolate. La caja es de tamaño mediano, su precio varía entre los 30 y 50 dólares. Eso no es algo que Akira o yo comprásemos regularmente, pero es la segunda vez en la semana que regreso con una caja de chocolates marca Kar'cibe.

 

 

—     Buenas tardes —una voz me sorprende saliendo de la oficina —. Me disculpo por llegar sin previo aviso. Hoy quise traerte un regalo personalmente — es Takashima Kouyou. Va vestido con un traje completamente blanco y el cabello en una coleta, el fleco le cae a un lado de la cara.

—      Buenas tardes... —dudo— No comprendo a qué se refiere.

—      Suzuki-san, te he traído estos chocolates que al parecer te gustaron tanto — extiende hacia mí una caja de Kar'cibe —. Son tuyos. Tómalos.

Me siento como un niño de seis al que un extraño le extiende su golosina favorita y la quiere pero de su mente brota el recuerdo de su madre que le recuerda no aceptar nada de nadie que desconozca.

—     Entonces... — digo atando cabos — ¿Fue usted quien mandó todos esos regalos? Todos esos chocolates, las rosas y las frutas tropicales.

—     Pienso que en su condición es más sencillo mitigando los gastos de los antojos. Sé que espera un hijo, y será un lástima que su bello cuerpo se deforme unos meses por traer una vida al mundo. Ni siquiera su progenie se merece eso de usted.

—     Takashima-kun, gracias por todos los regalos, los acepto gustoso. Usted es mi jefe, así que como empleado se lo agradezco. Disculpe las molestias, tengo que retirarme.

—      Recién le hago saber que me gusta y lo que recibo es un rechazo brutal.

Levanto el rostro. Takashima no parece ser tan diferente de otras personas, es muy guapo y más educado que el resto de la gente.

—     Por lo menos permítame llevarlo a casa, tengo tiempo libre.

—     No se moleste, aún puedo hacerlo por mí mismo.

—     ¿Irá caminando? — Pregunta iluso.

—     Sé tomar subterráneos.

—     Vamos, Suzuki-san, no me importaría llevarlo a Hiroshima en este momento. Piénselo como un paseo. Puede hablar de lo que quiera, incluso de las náuseas y ultrasonidos si lo desea.

Es amable, bien parecido y tiene una linda sonrisa —en algún momento iba a decirlo—, sin embargo, no es la primera vez que esto me sucede —aunque por lo regular son hombres más viejos— así que sé cómo tratarlo sin perder el empleo. Takashima  me dedica otra de sus sonrisas. Su manera de coquetear es magnífica: ojos juguetones,  labios pícaros y lenguaje corporal nada mundano. Estoy indeciso sobre la forma de cortar definitivamente los tratos preferentes.

—     Un paseo nunca ha matado a nadie.

—     Takashima-san, ¿usted sabe que «Suzuki» es el apellido de mi esposo?

—     Disculpa, todos te llaman de esa forma, creí que la preferís a Yutaka-kun.

Le lanzo una sonrisa, ha investigado más allá que todos los anteriores juntos ¿Pero cuánto más? ¿Dos preguntas? Mi matrimonio no es algo que esconda y gran parte del personal me ha visto con Akira y sabe que él es mi esposo. Admito igual su sutileza, su excusa por haberme llamado Suzuki y no Yutaka es muy profesional.

—     No importa. Sólo quería estar seguro que lo supiera. Hoy en día es tan normal una madre o padre soltero que seguido me toman por uno, y cuando digo que soy felizmente casado todos se ríen.

—     No comprendo todo lo que dices. Soy la clase de persona que nunca se ha enamorado de alguien a su alcance, siempre existe alguien más o incluso pensarlos me hace daño.

—     Ya veo, lo siento — Takashima vuelve a sonreír —. Ya es tarde, debo irme.

La casualidad me ataca, siempre la casualidad. El suelo bajo mis pies tiembla. Las náuseas suben a mi cabeza, mis piernas flaquean y mi equilibrio se derrumba. Debería caer al piso por culpa de las hormonas y sus ganas, pero no lo hago. Unos brazos me suspenden en un pecho superpuesto de satén y aroma a colonia. Escucho mi portafolio llegar al pavimento sin mi aprobación. Guío mis ojos hacia donde pueda sostenerlos y el blanco empapa mi vista.

—     De ninguna manera dejaré que vayas solo a casa. Sube a mi auto— no distingo si su tono es imponente o tierno.

No hay manera de rechazarlo ahora. También yo temo lo que pueda suceder.

Regresamos unos metros hasta su auto. Debería llamarla camioneta pero algunos pensarían en un cacharro sin color y lleno de óxido, mientras su referencia absoluta es Mercedes Benz. Subo con ayuda al asiento del copiloto. Dentro es muy fresco pese al calor del verano afuera. Los sillones son de cuero y el tablero de madera pulida. Incluso el aroma no es asfixiante como en los vehículos del resto de los mortales y no logro ver por ninguna parte aromatizantes.

Takashima enciende el motor antes de cerrar la puerta. Luce distinto ante el volante. Deja mi portafolio en los sillones traseros y arranca. Doy una breve instrucción de cómo llegar a mi casa que es acatada sin preguntas.

—     ¿Estás mejor? ¿Quieres agua? Tengo una botella aquí mismo. — asiento con la cabeza. Tomo un par de tragos y le agradezco — No es nada. ¿Se te antoja algo? De camino podemos parar donde gustes.

—     Únicamente quiero llegar — me toco las sienes.

—     ¿Es la primera vez que las náuseas te atacan?

—     No — digo al momento —, pero si es la primera vez que me mareo tanto.

—     ¿Hay alguna forma de evitarlo? No creo que sea saludable nauseas tan fuertes.

La luz roja aparece en el semáforo. Takashima se detiene. Es un alto que no se nota para nada, su velocidad oscila entre los 40 y 80 kilómetros por hora. El tiempo da la impresión de detenerse y que ocurrirá algo inesperado. ¿Un beso? ¿Por qué un beso? Esto no es una comedia ni una mala novela erótica donde el sadismo se refleje en el momento que el protagonista —que en este caso sería yo— es atacado por el coprotagonista —que inesperadamente sería Takashima— robándole un beso en un lugar cerrado evitando así, pueda protegerse y se deje hacer lo que quiera. Takashima no lo haría. Por lo que he conocido de él hasta el momento puedo decirlo con más del cincuenta por ciento de seguridad. Tampoco lo conozco lo suficiente como para negarlo.

 Nada ocurre. Suspiro en paz.

—     Es muy amable al preocuparse cuando no debería hacerlo. Es claro que la salud del responsable de su edificio es importante pero eso déjemelo a mí.

—     ¿Por qué insistes en rechazarme? ¿Acaso no te soy agradable?

—     Estoy casado. No insista, se lo suplico. Soy feliz con la vida que llevo. Lo respeto, no hay duda y de cierta manera lo admiro pero no me siento atraído por usted.

—     ¿Dices que ya encontraste al amor de tu vida y que yo sólo seré el que firme tus cheques?— su tono de voz hace que suelte una risa — Eso es lo que dijiste.

—     Usted lo hace sonar muy mal.

—     ¿Cuántos años tienes? Yutaka-kun

—     ¿Mi edad? Creí que sabría algo tan insignificante — Ríe —. Tengo veintinueve años. ¿Por qué pregunta?

—     Hablas como alguien que ya ha vivido pero se niega a aceptar muchas cosas. Por ejemplo, quién dice que debas ser infeliz para hacerme caso, o que tengas que ser soltero para salir conmigo.

—     Es aquí — Takashima se detiene. Bajo. — Muchas gracias.

—     Espera —desciende con mi portafolio en una mano. Olvida cerrar su puerta — Yutaka-kun, piensa en lo que he dicho. La felicidad es sólo un momento de la vida y se escapa en un parpadeo. A mí lado podrías prolongarla el resto de tu vida. Hablo muy en serio.

—     Buenas tardes.

Un par de brazos me sorprenden por detrás y se amarran a mi cintura. Una cabeza aparece sobre mi hombro.

—     Hola, Kai-chan — Akira besa mi mejilla. Es extraño pero sigo su pequeño teatro de celos, puede salvarme sin saberlo.

—     Bienvenido — le regreso el beso —. Akira, esta persona es Takashima Kouyou-san, él es dueño del proyecto del que hemos hablado. Takashima-san, este es Suzuki Akira, mi esposo.

Ambos se dan la mano. Ninguno sede ante el otro, mantienen sus miradas firmes y una postura intimidante.

—     Takashima-san hizo el favor de traerme, me sentí algo mal mientras conversábamos... — Akira recoge mi portafolio de la mano de Takashima — Tuve náuseas.

—     Y a decir verdad, unas muy fuertes. ¿Por qué no pides unos días y visitas al doctor? Tal vez te recete algo y tus náuseas se aminoren o desaparezcan.

—     Muchas gracias por haberlo traído de regreso, yo habría tardado mucho en ir por él — inclina la cabeza. Akira no viste tan imponente como Takashima pero eso no hace que se vea menos gallardo: zapatos caquis, jeans ajustados y camisa negra arremangada acompañado de una mochila negra sobre su espalda. Voltea a verme —. Debes descansar — dice convencido.

—     Será lo mejor — agrega mi jefe.

—     Con su permiso — Nos disculpamos y entramos al lobby.

Sin decir una sola palabra llegamos al ascensor. Akira me mira. Los celos son reales. Es un tonto. Sí quisiera engañarlo hacia mucho lo habría hecho, pretendientes no me faltan. Aún no se da cuenta que no puedo ver ni pensar en nadie que no sea él, a su lado soy más que feliz y un rostro lindo cargado de dinero no me va hacer dejarlo.

—     Dilo, estás celoso. Reconócelo, de vez en cuando es bueno sentirlo.

—     ¿Alguna vez has sentido celos por mí?

—     No que recuerde, sé que soy muy importante para ti y no me dejarías.

—     ¿Y si dijera que te he sido infiel?

—     ¿Por qué me serías infiel? — le acaricio el rostro. Akira sostiene su mirada fija en la mía.

—     ¿Por qué no?

Notas finales:

Bueno, ni qué decir. Espero que les haya gustado y yo me voy a mi clase de programación. Sí, señores, estoy por entrar a clases... no quiero -_- tengo hambre TnT

Si lo pienso un poco mi imagen de Reita en este fic se parece un poco a mi maestro de programación xD cohincidencia lo juro, hace unos días me di cuenta...

Nos vemos.


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