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El baile de los abanicos por albert2822

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Notas del capitulo:

Bueno, aqui les dejo el capitulo numero 14 de la serie. Espero que les guste.

Vuelvo a avisar que quedan escasos capitulos, no quiero decir el número, pero son muy pocos.

Bueno volverós a desar feliz navidad.

El chico de rubios cabellos caminaba todavía perdido por la ciudad. Seguía sin tomar una decisión, a pesar de que él no solía ser una persona indecisa. Sin embargo, parecía que su cuerpo le estaba dando la respuesta, porque le conducía justo a donde estaba alojado su gran amor. Conforme sus pasos avanzaban, y se acortaba la distancia que les separaba, su corazón comenzaba a latir fuertemente. No entendía porque. Si en verdad toda esta situación era muy estúpida. Hace tiempo que ambos se confesaron su amor, así que no tenía que temer por nada. Pero involuntariamente, su cabeza continuaba dándole vueltas al asunto.


Pensaba en lo feliz que se sentía cuando estaba cerca de aquel marimo idiota. Recordó la primera vez que lo vio, y una risa apareció en su rostro al rememorar aquella erección que mostró su gran hombre rudo. Al principio solo quería jugar con él, divertirse, salir de la rutina del cabaret, por eso le sedujo cuando se lo encontró en su habitación del sótano. Pero todo cambio al sentir sus dulces labios apasionados, que se juntaron con los suyos en un fortuito beso. En la vida se había planteado estar con un hombre. Vale que trabajaba en un local algo lujurioso y obsceno para la sociedad, el cual solo lo frecuentaban hombres salidos, y que el rubio había rechazado a alguno más de una vez. No obstante, a ver aquel hombre que aparentaba ser tan fortachon y serio, verlo casi temblar cuando sus labios se cruzaron, eso le cambio la vida. Comenzó a sentir como si su corazón ardiera de pasión, como si necesitara a esa persona para seguir viviendo. Al igual que le ocurrió a Zoro, el rubio estuvo varias noches sin pegar ojo, no se lo quitaba de su cabeza, hasta que al final se rindió y aceptó sus sentimientos. Fue un palo para él escuchar aquella estúpida norma sobre las relaciones personales que su jefa había impuesto.


Sanji continuaba andando por la ciudad nocturna de Londres, ya casi cerca de los astilleros, mientras recordaba todas esas sensaciones que había sentido. Recordó aquella noche en que todo se estropeo, cuando tomó la peor decisión de su vida. Intentó justificarse con que así las cosas serían mucho más fácil para él y para Zoro, no quería causar problemas al cabaret que tantas alegrías le había proporcionado, y sobretodo, no dañar a la persona que más amaba. La decisión de cortar sin haber empezado fue un error. Unas lágrimas salieron al recordar la expresión de ira y tristeza que le mostró Zoro tras recibir el golpe. Para los dos, sus vidas habían acabado, ya no las iban a vivir de la misma forma.


Estaba a punto de llegar a la barriada de obreros cuando se pasó por su mente la primera vez que él y Zoro tuvieron sexo. Nunca olvidará ese sentimiento, la calidez de la persona que amas y la protección que te proporciona. Sentía que su felicidad era plena. Es extraño tener dudas ahora, cuando ya habían pasado por todos estos problemas. Finalmente Sanji tomó una decisión. No le preocuparía ninguna cosa más en la vida, mientras pueda mantener a su verdadero amor cerca de él. Con esta resolución tomada, llegó frente a la puerta del edificio donde vivía el de cabellos verdosos.


En ningún momento pensó en si la puerta podía estar cerrada, y como era tan de noche, así estaba. En ese momento su mundo se hundió. Pero para su sorpresa, dos jóvenes que le resultaban conocidos se acercaban. Parecía que no andaban muy bien, algo de alcohol se notaba que llevaban en el cuerpo, pero aun así se acercó a ellos.


-Perdonen, ¿ustedes son los amigos de Zoro, no?- preguntó Sanji algo inquieto por la contestación que le darían.


-Sí, nosotros somos. Sus amigos de toda la vida, pero aún así, parece que últimamente pasa de emborracharse con nosotros- responde Yosaky mientras intentaba mantener la mirada para entabla un conversación.


-Si no es mucho pedir, ¿me dejarían verlo ahora?- vuelve a preguntar Sanji, ahora más nervioso que antes.


-Para que querrá un hombre como usted, ver a ese idiota a estas horas de la noche- pregunta Yosaku algo malhumorado con su amigo. Además, ¿quién es usted?


-Bueno, si eso es verdad. Me llamó Sanji y soy... un viejo amigo de Zoro- tardó un poco tiempo el responder el rubio, ya que se tenía que inventar una excusa convincente. Quería hablarle de algo importante.


-Sanji- vuelve a decir el nombre Johnny en voz baja, intentando recordar de que le sonaba hasta que le vino a la mente la escena de cuando pilló a Zoro masturbándose mientras decía ese mismo nombre.


-Nunca nos ha hablado de ti- dice Yosaku, algo celoso del otro “amigo” de Zoro.


-Si, bueno, es que...- Sanji no sabía como actuar ya, tantos ensayos en el cabaret y ahora no sabía como actuar delante de dos personas.


-Déjalo ya, Yosaku. Seguro que esta persona tiene cosas importantes de que hablarle- dice Johnny al comprender perfectamente la situación que estaban viviendo su amigo y esta persona rubia. Además creo que es bueno que este aquí, Zoro necesita animarse.


-Muchas gracias- responde muy sinceramente Sanji, aunque algo le paso por la cabeza al darse cuenta de que Johnny parecía haberlos descubiertos.


Acabaron la conversación y se dirigieron justo a la puerta del edificio. Tras abrir la cerradura, entraron sigilosamente para no despertar a las demás personas. Johnny dejó a Yosaku en su habitación, quien parecía que estaba más borracho o al menos le afectaba más. Johnny, a pesar de no estar en las mejores condiciones, tuvo la amabilidad de acompañar a Sanji hasta la puerta de la habitación de Zoro, antes de entrar, le habló al rubio.


-No tengo derecho para juzgaros, y tampoco lo quiero hacer. Conozco a Zoro desde hace mucho tiempo, igual que Yosaku, y nunca ha sentido afecto por nada ni por nadie. Pero últimamente algo en su cara estaba cambiando, estaba más relajada, más feliz- decía Johnny con palabras muy sincera, seguramente porque aun estaba borracho. No se que habrás hecho, pero me alegro de verlo feliz, por favor, cuídalo.


-Por supuesto- contesta rápidamente Sanji ante las sinceras palabras de un amigo pensando que Zoro tenía grandes amigos, igual que él con Nami y la gente del cabaret. Muchas gracias por todo.


Los dos chicos se despidieron. Fue algo así a un encuentro que acaba en despedida. Johnny regresó a su habitación, que estaba un piso más abajo, mientras que el rubio aguardaba en la puerta. Ahora era el momento, necesitaba estar con Zoro, y eso lo notaba su corazón que cada vez latía con más intensidad. Siguió el consejo que Johnny le había dado antes de marcharse. Le dijo que abriera la puerta sin más, que nunca la tenía cerrada, así podría despertarlo con más suavidad. Sanji giró el pomo sigilosamente, para no hacer ningún ruido, y se adentró a la habitación. Estaba bastante oscuro ya que eran altas horas de la noche, pero la luz de la luna se reflejaba por la ventana, iluminando justo el recodo donde estaba situada la cama de Zoro. Allí estaba su amante, durmiendo plácidamente, con el torso descubierto, ruborizando así la cara de Sanji cuando unos pensamientos obscenos se cruzaron por su mente. Paso a paso, se acercó lentamente hasta la cama, sentándose en uno de los extremos. Miró el rostro durmiente de Zoro y acarició suavemente sus mejillas. Pronto sintió unas ganas terribles de besarle. Lentamente fue acercándose hacia sus labios, hasta que ambos se cruzaron en un apasionado beso. Reafirmo lo de apasionado porque parecía que Zoro lo sentía de verdad, como si lo estuviera soñando. Hasta que abrió los ojos.


-¡Sanji, que haces aquí!- gritó Zoro casi del susto al encontrarse a su pareja en su habitación a esas horas de la noche.


-La verdad es que tenía muchas ganas de verte, pero me ha costado decidirme si necesitaba estar solo o no- contesta tímidamente el de rubios cabellos mientras Zoro se incorporaba de la cama. Quería decirte algo importante.


-No me esperaba que vinieras a estas horas, pero no me importa- contesta Zoro feliz por ver a su amante que se preocupaba por él. Dime lo que tengas que decirme, y no te preocupes tanto, que yo soy un hombre fuerte.


-Jajaja, salió el orgullo de mi fortachón- responde Sanji entre algunas carcajadas, provocando un poco la ira de Zoro, haciendo que este lo coja y lo arrastre hasta tumbarlo en la cama, colocándose él encima. ¿Que haces Zoro? Solo era una broma.


-Ahora sufrirás tu castigo por haberte burlado del orgullo de un valeroso hombre como yo- contesta el de verdosos cabellos con una sonrisa en la cara.


-Espera, Zoro, primero tengo que hablarte de algo- intentaba decir Sanji cuando ya tenía media camisa desabotonada. Por favor, para, detente.


-Vale, vale, si te pones así no se para que has venido- dice Zoro algo enfadado por haberse detenido. Entonces, hablemos tal y como quieres.


-No te enfades, que no es para tanto- intenta relaja el rubio a su amante, propiciándole un beso en los labios, calmando momentáneamente el ansia que tenía el otro. Quería decirte que...


-Estoy esperando, y no tengo todo el día- contesta Zoro mientras el rubio se ruborizaba por las palabras que iba a decir, eran demasiado vergonzosas para decirlas en voz alta, pero finalmente se rindió.


-Quería decirte que te quiero. Al principio me pareció solo un pequeño juego con el que salir de la rutina del cabaret, pero en cuanto te besé no dejé de pensar ni un solo instante en ti. Te buscaba en mis sueños, me pasaba los días pensando en ti y en cuando te volvería a ver. Me rinde ante lo fácil cuando implantaron esa estúpida norma del cabaret, pero definitivamente, ahora que te tengo no quiero perderte. Estos días en que no nos hemos visto, han sido terribles, te necesitaba a mi lado, y estaba muy preocupado por ti, por tu futuro en la Galley-La Company. Pero sobretodo, no quiero perderte porque te amo- se sinceraba completamente Sanji de sus sentimientos, muy avergonzado por la situación pero quedándose mucho más tranquilo cuando lo dijo.


Zoro estaba escuchando atentamente todo lo que el rubio decía, manteniendo un semblante bastante serio, pero en su interior la felicidad recorría por sus venas. Se olvidó por completo de todos los problemas con su trabajo y se dejó llevar por el amor. Sin llegar a darle una respuesta directa al rubio, lo vuelve a tirar sobre la cama, colocándolo cara a cara con él. Sus miradas se cruzaron durante unos intensos instantes, hasta que Zoro habló.


-Te quiero, y lo demás me da igual- responde Zoro con sus verdaderos sentimientos, cosa que era extraño para él. No me importa donde esté o que pase, mientras pueda estar a tu lado.


Tras estas dulces declaraciones de amor entre los miembros de la pareja, se fundieron en un lujurioso beso lleno de amor, el más intenso que habían sentido desde que eran una pareja. Sanji estaba feliz por la respuesta de Zoro, no se arrepentía de la decisión de haber ido a verlo. Esa noche se dejó llevar por las fuertes manos de su amante, hasta que lo colmaran de placer.


El chico de verdes cabellos terminó de desabotonar la camisa del rubio, hasta dejarle completamente al desnudo su esbelto torso, trabajado por el espectáculo. Por primera vez, se detuvo a contemplarlo en su totalidad. Se sentía muy afortunado por encontrar una pareja tan bella como lo era Sanji. Delicadamente pasó uno de sus dedos por el contorno de los notables abdominales del rubio. Esto provocaba unas temblorosas sensaciones de placer que avergonzaban al rubio. Incluso de vez en cuando soltaba un pequeño gemido, del cual se percataba Zoro. El chico del cabaret quería más, lo ansiaba.


Zoro cambió el dedo por su lengua y sus labios, recorriendo todo el torso desnudo desde el cuello hasta casi llegar a la parte inferior del rubio. Varias veces se detuvo en los pezones de Sanji, lamiéndolos suavemente, a parte de añadir unos pequeños mordiscos que acrecentaban la excitación del rubio. Parecía que había encontrado una debilidad en el cuerpo de su amante. Entre besos al cuerpo, también tenía tiempo para observar la cara que mostraba su compañero, con casi los ojos llorosos de semejante satisfacción. Antes de seguir más adelante, se acercó al rostro de Sanji para darle un gran beso con lengua, como si le estuviera pidiendo permiso para continuar. La respuesta tan apasionada de Sanji, le dio la confianza a Zoro para proseguir.


Sanji miraba fijamente las acciones que su pareja hacía a su cuerpo. Zoro terminó de despojarle de la camisa del rubio e hizo lo mismo con la suya. Sus cuerpos ya estaban bastante sudorosos y algo pegajosos de tanto lamerlos. Zoro sentía que era el momento de pasar a más. Arrebató los pantalones a Sanji, y acarició su miembro desde por encima de la ropa interior. Pero esto parecía que a Sanji no le terminaba de agradar, o más bien, no le satisfacía por completo. A si que rápidamente retiró la ropa interior del rubio, y comenzó a chupar su pene sin ningún reparo. Al principio actuaba lentamente, pero introduciendo lo por completo en su boca. Pero pronto descubrió que a Sanji le excitaba que le lamieran solo la punta, y eso hizo. El rubio estaba a punto de correrse, y eso no pasó porque Zoro se lo impidió.


-Aún no es pronto- dice Zoro con cierto toque lujurioso en sus palabras.


Cuando acabó de decir aquellas palabras, Zoro volvió a la faena. Sanji sentía la necesidad de ayudar a Zoro a excitarse, pero parecía que no lo necesitara, ya que había un bulto que se notaba debajo de su pantalón. El de cabellos verdosos colocó a Sanji a cuatro patas, dejando bastante visible la entrada del rubio. Zoro lamió dos de sus dedos y los introdujo con suavidad. Se movía lentamente, pero pronto parecía que Sanji se había acostumbrado, ya que gemía de placer. Después de haber hecho el amor varias veces, era normal que no necesitara tanto tiempo para acostumbrarse. Pronto se pudo introducir más dedos. Al poco rato, Sanji ya estaba preparado para continuar disfrutando.


Zoro se despojó de sus pantalones y de su restante ropa, para poder trabajar mucho mejor. Ambos estaban completamente desnudos, y por unos instantes se detuvieron, contemplando el semblante del otro. Pero eso se acabó rápidamente. Zoro metió con suavidad su pene dentro del orificio de Sanji, para no causarle ningún dolor. Este respondió bien, así que prosiguió.. Al principio mantenía un ritmo relajado y constante, sintiendo sus respiraciones compasadas, y escuchando los gemidos y sollozos que producía Sanji. Pero algo le hizo cambiar de opinión.


-Zoro, más rápido- intentaba decir Sanji con la voz algo entrecortada por las distintas embestidas que estaba recibiendo en ese instante.


Zoro cogió la espalda esbelta del rubio y la pegó junto a la suya, sintiendo sus cuerpos pegados. Comenzó a moverse con mayor velocidad y rapidez, aumentando los gemidos para Sanji. Incluso él sentía que de vez en cuando se le escapaba algún sonido, que aumentaba la excitación del rubio. Estaban a punto de llegar al clímax, pero de nuevo, Zoro se detuvo. Quería más.


Volteó el cuerpo sudoroso de Sanji encima de la cama, dejándolo cara a él. Ahora podría estar muchas más cerca de su amor. Volvió a introducir su pene, y de nuevo comenzó el vaivén. Las piernas de Sanji se entrelazaban con las de Zoro, y parecía que se buscaban. Lo mismo ocurría con sus labios, ya que eran incapaces de mantenerlos separados. Zoro se volcaba para propiciarle distintos besos en su boca, mientras continuaba moviéndose por la parte inferior.


Las embestidas cada vez iban aumentando su intensidad. Ya no se podían aguantar los gemidos, ninguno de los dos, y los dejaban salir. El orificio de Sanji estaba bastante húmedo, a causa de la saliva de los dedos de Zoro, provocando que el vaivén fuera mucho más ameno, en cuanto a dolor se refiere. Prácticamente ya no sentía nada de dolor, sino más bien, un placer intenso, casi supremo. Su corazón no paraba de latir, y él no paraba de gemir ante la expresión de felicidad de Zoro. Todo estaba a punto de acabar, por fin sus cuerpos se unían completamente, igual que lo habían hecho sus sentimientos con anterioridad.


-Zoro- dijo Sanji en voz alta consumiéndose por completo por el placer y la lujuria que le provocaba Zoro, que tal era, que su voz era entrecortada por los gemidos y sollozos que estaba soltando.


-Sanji- responde Zoro que ya se había dejado llevar por completo, sintiendo un placer inmenso que transmitía su amante.


Finalmente ambos acabaron a la vez. Los dos se corrieron al mismo tiempo, igual que las anteriores veces, pero esta vez era distinto. Lo habían sentido mucho más, era como si fuera la plenitud. El semen corría por sus cuerpos, que no tenían ganas de separarse. Tras limpiarse un poco por encima, ambos se recostaron juntos, cogidos por los brazos y entrecruzando las piernas. Mantenían sus miradas y de vez en cuando se daban un tierno beso.


La feliz pareja se quedó junta durante lo que restaba de noche, sintiendo que un aura de felicidad les envolvía y que nada malo iba a ocurrir. Sin embargo, algo estaba pasando en el otro extremo de la ciudad londinense.


Ya eran altas horas de la noche, y la luna, aunque no en su plenitud, reflejaba bastante luz por las calles estrechas del céntrico barrio donde se encontraba el cabaret Big Mom. Dos chicas iban a comenzar una terrible pelea, que supondría la muerte de una de ellas. El pánico y el dolor se percibía en el ambiente, ya que este se mostraba frio, casi gélido. Una única luz de una farola iluminaba con fuerza la cara de terror que sentía la muchacha de cabellos anaranjados, cuando sintió que iba a morir. La batalla estaba a punto de dar comienzo.


-No me esperaba que este inconveniente surgiera- dice Monet con voz malévola mirando fijamente a la chica de cabellos naranjas. Nami, ha llegado tu fin.


-¿Mi fin?Ja, no pienses que esto te va a resultar sencilla- responde Nami, intentando hacer se la fuerte ante su rival. Por algo me apodan la Gata ladrona.


-Crees que le temo a ese nombre. Veo que confías mucho en tus habilidades, pero tú no me conoces y no sabes de lo que soy capaz- intimida la joven de cabellos verdes a la otra, acercándose cada vez más, mientras la otra se retira poco a poco hacia atrás. No te retires y lucha como una valiente, gata.


-No me retiro- intenta convencerse Nami de no tener miedo, aunque es algo que su instinto le decía.


-¿Aún piensas que soy una simple extranjera que solo sabe bailar? Para tu información, he sido entrenada para matar, y esa es mi mejor virtud- responde Monet ante el semblante valiente de la otra. Veremos cuanto duras.


Justo cuando acabó de decir esas palabras, Monet se sacó un par de cuchillos que estaban escondidos en sus medias, y comenzó a girarlos en sus manos, acercándose cada vez más a Nami. La chica de cabellos naranjas se asustó y comenzó a correr en dirección contraria.


-Eso es inútil- dice Monet mientras ve a lo lejos como escapaba su presa.


La harpía de cabellos verdes empezó a hacer piruetas para alcanzar la velocidad de su presa, y justo se colocó delante de ella. Gracias a esa gran flexibilidad, había sido entrenada especialmente para el combate cuerpo a cuerpo, y para capturar a sus presas en sus garras.


-Mi nombre es Monet, conocida por mis presas como la Harpía, y hoy es el día de tu final-dice la chica de verdes cabellos mientras detiene a Nami.


Cuando Nami se queda parada recibe un golpe de uno de los cuchillos, hiriéndola en uno de los brazos y saliendo disparada. Se chocó contra una pared y cayó al suelo. Allí encontró una escoba y pensó que podía luchar con eso. Se volvió a levantar y se encaró contra Monet. Pero las habilidades de esta asesina eran muy fuertes, y de un cuchillazo rompió la parte de barrer del cepillo, dejando solo el palo.


-Ilusa. Piensas que un cepillito va a destruirme a mi, la gran asesina- dice Monet con cierto tono de orgullo.


-Pienso derrotarte, sea como sea, no te saldrás con la tuya, vieja bruja- responde algo temeraria Nami.


Monet comenzaba a estar algo cabreada por la actitud prepotente que mostraba la chica. Parecía como si no tuviera miedo, o era muy confiada. La espía decidió ir a por todas. Tiró sus cuchillos y se sacó una pequeña lanza. Aparentemente no daba mucho miedo, pero cuando la habría por completo, era una lanza que casi tenía el tamaño de una persona. Nami comenzó a asustarse.


Monet fue directa a atacar al corazón de la muchacha y por suerte, esta casi ni lo cuenta. Nami se protegió como pudo con el palo, pero aun así recibió una estocada en su hombre, dejándola en el suelo, casi sin poder moverse. Justo había caído donde estaba el pequeño fanal, iluminando la sangre que le estaba cayendo por el brazo. Casi no tuvo tiempo de pensar cuando Monet ya se abalanzó sobre ella. Le atacaba desde el aire, casi como si volara, pero solo era su gran flexibilidad. Le apuntaba con la lanza, y Nami no tenía escapatoria.


Involuntariamente lanzó el palo hacia el cielo, para intentar protegerse del ataque. Para su sorpresa, el palo destruyó el fanal, provocando que salieran chispas eléctricas justo cuando caía Monet. Esas chispas le alcanzaron, electrocutandola al instante. La gata aprovechó ese momento para intentar alejarse de allí.


La harpía estaba tendida en el suelo, aun perpleja por el ataque recibido. Con gran enfado se levantó, dirigiendo unas dulces palabras hacia su rival.


-Tú, como osas atacarme a mí, la brillante asesina. Ahora si que me has hecho enfadar, pienso matarte con mis propias manos, si hace falta- decía Monet consumida por la ira del ataque.


-Cálmate Monet, no te dejes llevar por un sentimiento tan irrelevante como la ira. Recuerda nuestro duro entrenamiento para no dejarnos llevar por las emociones- interviene un hombre que aparece entre las sombras de la noche. Acabemos con este problema y olvidémonos de este asunto.


-Vergo, ¿qué hace usted aquí? Bueno, mejor no responda- intenta volver a tener la sangre fría, la harpía. Mátala ya.


-¿Como? Dos contra uno, eso es injusto- dice Nami, ahora si preocupada por su muerte.


Vergo saca una pistola y la apunta al rostro de la joven muchacha, pasando de las palabras de la joven. Justo a la cabeza, para que muera al instante. Monet sonríe porque ya se acerca el final de aquella gata. Nami solo podía pensar en que iba a morir.


-Se acabo- dice Vergo justo antes de apretar el gatillo del arma.


En ese mismo momento, Nami cerró los ojos, no quería ver su muerte, solo esperarla a que llegara. Pero no fue así. Cuando los volvió a abrir, vió que alguien la había salvado. De repente, una bala se chocó contra la otra bala disparada por Vergo, y ambas se destruyeron.


-¿Quien anda ahí?- pregunta Vergo algo inquieto por el asunto. Responde.


-Soy el fiel galán y caballero de nombre Usopp, más conocido como conde de Gales. Mi deber es proteger a jóvenes dulces y bellas como ella- interviene en la batalla el conde, que aparece desde uno de los tejados. No dejaré que mates a Nami.


-¡Conde Usopp! ¿Qué hace usted aquí?- pregunta la joven, bastante alegre por haber salvado su vida.


-Estaba preocupado por usted, señorita, y decidí quedarme por los alrededores para protegerla- contesta sinceramente el conde ante la joven, que por primera vez tenía esperanzas de salir con vida.


-Dejémonos de parlotear. Creo que es un inconveniente matar a una persona tan importante como es usted, señor conde de Gales- explica Vergo algo enfadado por la situación. Pero no tengo alternativa, debe morir.


-¿Qué hace un capitán de la armada inglesa como usted, atacando a una civil?- preguntaba el conde algo preocupado por el asunto.


-¡Capitán de la armada inglesa!- dice sobresaltada Nami, al no esperarse esa identidad de su agresor.


-Eso a usted no le incumbe- dice Vergo intentando evitar el tema. Luchemos.


Vergo comenzó a disparar hacia el tejado de la casa donde se encontraba subido el conde. Pero, para su sorpresa, Usopp era bastante veloz y pudo esquivar las balas con facilidad. Saltó desde lo alto de la casa, hasta el suelo y allí se encaró con Vergo. Comenzaron los disparos, entre ambas partes, por toda la calle. Parecía una antigua pelea del oeste. Sin embargo, Usopp no se dio cuenta, y dejó sola a Nami, frente a la harpía. En la pelea entre Usopp y Vergo, el conde sufrió una herida de bala en la pierna al distraerse cuando se dio cuenta de que había abandonado a la joven cantante.


-Me parece que su salvador esta bastante ocupado- dice Monet con sonrisa malévola. Ahora quien vendrá a ayudarla.


-No necesito ayuda ninguna para derrotar a una harpía como tú, zorra- dice Nami sacando algo de valor tras la llegada del conde.


-Dios, me sacas de quicio- dice Monet al borde de un ataque de nervios. Muere de una puta vez, gata.


La pelea entre las dos jóvenes se reanudó. Mientras, en la otra calle, estaban luchando una pelea de francotiradores, entre el conde y el capitán. Las balas salían en todas las direcciones, estampándose contra las fachadas de las casas. Ambos tenían alguna herida de bala por sus cuerpos, pero no desistían en la batalla. Sin embargo, parecía que Vergo había acorralado al conde en un callejón sin salida. Era hora de enfrentarse cara a cara contra un capitán de la armada. El combate se desarrolló, pero Usopp iba perdiendo, hasta que incluso cayó al suelo casi completamente derrotado.


En la otra calle, Monet atacaba a Nami con su lanza. La chica, apenas podía evitar los golpes con su simple arma improvisada de madera. Pero estaba aguantando.


-Mira que eres dura, gata ladrona- dijo Monet como medio halagando a su contrincante. Al menos estás durando algo más que aquella panda de idiotas.


-¿Qué les hiciste a Bon Kure y a Violet?- pregunta Nami algo preocupada por la respuesta.


-Están muertos- respondió la harpía, aunque eso no era del todo cierto, ya que solo mató a Mr.2. Yo los maté con mis propias manos.


Al escuchar las palabras de que sus amigos habían muerto y que los había asesinado ella, comenzó a subirle la rabia. La estaba consumiendo por completo y en un ataque de ímpetu, se levantó y cogió el palo que estaba prendido de fuego a causa de las chispas de antes.


-Esto es por mí y por mis amigos- gritaba furiosamente Nami ante una Monet algo sorprendida.


Atacó ferozmente a Monet, casi sin darle tiempo a reaccionar, y le apuñaló en el corazón, con el bastón incendiado, como si fuera una lanza de fuego creada por la electricidad. La harpía cayó rendida al suelo, saliendole sangre por el agujero. A los pocos instantes, murió en aquel lugar, recostada a los pies de Nami quien aún estaba en shock por lo ocurrido. En su mente estaba el dilema de haber matado a una persona, aunque fuera en defensa propia. Pero pronto se disipó, ya que vio al costado de Monet, la carta que incriminaba a Sanji.


Justo en la otra parte de la calle, estaba a punto de finalizar la pelea entre Vergo y Usopp. Vergo había acorralado al conde en un callejón, y no tenía escapatoria. Solo le quedaba una bala en la pistola y sabía que era su fin. Vergo le apuntó con su arma, sin ningún reparo. Pero una ruido se escuchó en la otra parte, cuando Nami había matado a Vergo. En ese instante de distracción Usopp, que tenía rápidos reflejos como francotirador, disparó y dio de lleno en la cabeza del capitán. Al instante cayó y murió.


Cuando parecía que todo había acabado, fue en busca de su bailarina. La encontró tirada en el suelo, con la mente completamente en blanco. Intentó hacerla reaccionar, aunque le costó, finalmente lo consiguió.


-¡Nami! ¡Nami! Responde- intentaba hacer que reaccionara la chica. Ya todo acabó.


Usopp abrazó fuertemente a Nami, haciendo que esta volviera en sí. La chica miró el cuerpo de la otra bailarina, y luego vio al final de la calle, el cadáver del capitán. Supo que estaba a salvo. Daba gracias al conde pro haberla ayudado, pero sobretodo por hacerla reaccionar ahora.


-Usopp, debemos ir rápido a decirlo a la policía- dice la muchacha con la voz un poco entrecortada.


-No podemos, debes entender. Hemos asesinado a un capitán de la armada inglesa, aunque halla sido en defensa propia- responde algo triste el conde al ver los ojos llorosos de la chica por recibir esta respuesta. Debemos marcharnos de la ciudad.


-Pero yo no puedo. Debo trabajar en el cabaret, me gusta y es allí donde tengo a Sanji y a mis amigos- intenta convencer la chica al conde.


-Pero entonces no podrás vivir con ellos. Porque tarde o temprano la policía te encontrará y te acusará de asesinato. Lo más seguro es una condena de pena de muerte- intenta explicar el conde con la mayor delicadeza posible. ¿Te gustaría ver ese sufrimiento de perderte para tus seres queridos? Es mejor estar lejos, pero estar viva.


-Pero...- Nami aún no estaba muy convencida, ya que sabía que echaría de menos todo esto, sobretodo a su mejor amigo Sanji. Pero, ¿donde iremos?


-Nos refugiaremos en Gales. Allí tengo bastantes influencias y aún conservaré eñ título, así que por eso no es problema- explica el conde. Debemos partir ya, antes de que nos vea alguien.


-Debo despedirme al menos de Sanji, pero él no está- Nami se sentía apenada por toda esta situación.


-No hay tiempo. Por favor, es la única forma de salvarnos, de salvarte la vida, bastante difícil es hacerte separar de tus amigos- intenta explicar el conde Usopp muy afligido por lo que le estaba causando a la chica. Por favor, partamos ya.


Justo en ese momento, Usopp de manera impulsiva, se acerca a Nami y le da un dulce beso en los labios, que transmitía tranquilidad y protección. La chica por primera vez sentía eso que tanto le describía el chico rubio cuando estaba con su amor. Se ruborizó y corazón comenzó a latir fuertemente. Cuando ambos se separaron, Nami asintió con la cabeza para decirle que había tomado la decisión de abandonar Londres.


Por primera vez, no miró atrás, solo pensó en un futuro algo incierto. Ayudó a Usopp para cargar los dos cadáveres y tirarlos al río Támesis. Luego, quemó la carta con fuego, aquella que perjudicaría a Sanji y a ella. El conde y la ladrona se marcharon de la ciudad, unidos por un mismo destino, aunque todavía era desconocido.


Julio de 1914, Londres, Inglaterra.


Cerca de la ciudad londinense, se encontraba detenido un barco en el mar, un barco que no era de la armada inglesa. Esa embarcación estaba repleta de soldados, comandados por un capitán que instruía una serie de normas. Justo en la cubierta había un gran cañón, conocido por sus disparos a larga distancia. En uno de los extremos del barco, estaba el capitán.


-Por fin hemos llegado a Londres. Es hora de cumplir nuestra misión para el bien de la causa- dice un hombre cuyo nombre era Kizaru, capitán de la armada aliada. ¡Todo sea por el bien de la Alianza!

Notas finales:

Gracias de nuevo por leer mi historia. Me gustaría que comentarais que tal os parece la trama y como se estan desarrollando los acontecimientos.

 

TO BE CONTINUED=)


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