Doce de Marzo.
Disfrutas la ligera brisa que acaricia con sutileza las hebras castañas claras al contemplar el robusto paisaje que se dejaba mostrar ante tus vacíos ojos. Un alucinado gesto adorna tu lindo rostro, deformado en magulladuras y cicatrices. Inclinas suavemente la mirada, grabas complacidamente aquella majestuosa representación en tus razonamientos. Una imprevista ráfaga te sobresalta, el abrupto viento provoca que lo encajes de la falda de gasa asciendan, dejando ver inevitablemente los sujetadores que viajan desde tu ropa interior a las medias que adornan la mitad de tus muslos hacia la planta del pie.
Anhelas, anhelas tanto poder girar infantilmente sobre el regado pasto del parque, tal y como los demás infantes hacían. Resoplaste; derrotado.
Las nubes, aquellos afelpados y azucarados algodones que podías avistar abiertamente al tornar la mirada hacia la moqueta azul que encubría el edén, pareciesen burlarse de tu infame infortunio.
—Algún día, seré parte de ustedes. Flotaré.
Inconscientemente, implorabas por ello.
Percibes una campana resonar a lo lejos. El movimiento rítmico de tu corazón se redujo drásticamente, una descarga te recorrió sin piedad.
«Regresa, te meterás en problemas».
Palpas atropelladamente las ruedas traseras propulsoras de tu silla. Sin importarte la causa del quejido que escapó de tus resecos labios, impulsas éstas con tus descarriladas manos.
«Deprisa».
—No estuvo mal.
«Tardaste».
—Sabes que me repugna que observes a esa panda de escoria viviente.
—Tsk —bufas entre dientes—. Tu nefasto rencor.
El otro ríe secamente.
Cierras los párpados.
Se aproxima fémina y engatusadoramente a ti; le atiendes, intrigado. Pasea pícaramente su dedo índice en el apoyabrazos izquierdo de tu silla de ruedas, con evidente burla.
—Tu herida ha sanado.
Recorre con el mismo tu mentón. Tu estómago revolotea.
Se acerca peligrosamente a acecharte.
Sus ojos acarician los tuyos, acuchillan como filosas y destellantes dagas. Tortura; es áspero.
No.
—Niégate, ten huevos, mi querido…
Su semblante ensombrece. Sus labios se ensanchan hipócritamente. Lo sabe. No te liberará de su seducción enfermiza.
¿De qué lado abandonaste tu dignidad?
¿Por qué no opones resistencia?
Porque sabes que no vale la pena.
—Te deseo. ¿Y tú?
« ¡Apresúrate! »
Asientes, cabizbajo.
«Débil».
— ¿Me extrañaste?
Aprisionas los labios con tus dientes. Siseas, aún no sana por completo.
El propio delito es por el que te encuentras en esa maldita silla.
Sí, aquella inoportuna y efímera bala, despedazó tus sueños; los anhelos que resonaban como una canción de cuna, la cual, ya no se reproduce, y tu sueño se convierte en algo exasperante.
« ¿No te da vergüenza vencerte ante al pútrido sádico que tienes sobre ti? »
¿Hacer algo? ¿Con que extremidades lo harías? Vaya basura humana estás hecho.
Lesión de médula espinal, le habían mencionado.
Insufribles asuntos con su vejiga e intestinos.
Tu virilidad está afectada
Mas no debilita el añoro a la sensación.
— ¿Por qué? —susurras, extraviado—.
La ficticia negligencia que demuestras rebosa.
Descansa verticalmente su trasero en tus muslos, rodea con sus obtusos brazos el simétrico cuello que dominas. Se aproxima meticulosamente a su dulce preferido; aquellos opacos y ajados trozos de acera.
Musita sobre estos:
—Tus labios, especialmente hoy se presentan menos volubles; secos. El toque de tu herida a medio cicatrizar...
Tu mirada perdida le atrapa. Se dispone a probar el tacto de éstos, a remover con su húmeda y viscosa saliva el seductor líquido carmesí reseco que los adornaba. Delinea con la punta de su lengua el contorno. Cuatro especiales lamidas a la herida; gime extasiado. —Ah, delicioso.
— ¿Comenzarás?
Has caído en la tentación.
Eva no comprendió el significado de "Fruto Prohibido"
Adán ingenuamente procedió a asociarse a ella.
El mismo trayecto. Esa hipócrita serpiente, puede encontrarse frente tuyo.
La diferencia es...
¿Cuál es tu paraíso?
Tal vez, desterrarte de este mundo era lo que deseabas.
Desvías la mirada, frunciste levemente los labios.
El gesto le enloquece.
¿Así que era por eso que sus labios se resecaban tan fácilmente?
Atrae tu nuca a la propia.
Masaje sutil, un nocivo gloss natural te cubre.
En efecto, comenzará.
Labio a labio.
¿Iniciativa? Cuestionas indirectamente.
Te es concedido.
Lengua a lengua. Delirante jugueteo húmedo.
Es ahora o nunca, aprovecha la oportunidad que se te presenta.
Mimas las abultadas mejillas carmín del que está sentado sobre ti.
«Cierras los párpados»
Aunque sea una vez.
¿Por qué tu lengua se encuentra en la boca de otro ser?
Succiona abruptamente, comienzas a excitarte sin remedio.
Ahí, justo ahí. La semilla que derrames será la acuarela que adorne tu paleta.
Desgraciadamente, tus frágiles dedos plasman la cruel realidad de la que eres protagonista
El lienzo lo muestra. Estás consiente de que si lo atiendes, devolverás los insuficientes alimentos.
—Mm, te llevaré a la cama.
Se pone de pie. Interpone su antebrazo izquierdo en él apoya-piernas. Aparta tus lindas e inútiles piernas de éste. Rodeas sus hombros. Su brazo derecho se pasea por el respaldo. Te asciende cuidadosamente, tu cuerpo entre sus escuálidos bracitos pintan una amplia sonrisa en tu pálido rostro. Adoptan la típica posición de los "recién casados".
Se dirige a la habitación prohibida: su recamara. Recuesta tu anatomía en el lado derecho de la cama articulada que posee la habitación. La traviesa lengua que asoma sus incitantes labios te estremece.
Como un glorioso felino que acorrala a su presa, contempla la fragilidad y disposición con la que apaciguará el insalubre y desgarrador deseo que se acomoda en sus razonamientos y su anatomía activa sin pudor. Examinas sus labios; se ensanchan. Sus orbes, reflejados en abismal lascivia te desorbitan. Rodea tu pelvis con sus esbeltos muslos; suspiras quedamente. Un roce acertadamente exquisito impele una estremecedora carga eléctrica que aterriza en tus testículos. Tu ahora rígida excitación palpita demandante.
Despoja tu delgada camisa cuidadosamente, pero sigiloso. Analiza con ímpetu tu torso. Se relame; gustoso. Se lanza como a poseso a atacar tu cuello con sus delirantes y húmedas caricias. Los dedos que te han brindado tanto daño y placer en igualitario equilibrio, se pasean curiosas por tu plano pecho, en busca de tu punto erógeno.
Lo localiza, conforma un sello con sus labios y succiona mientras tu botoncito rosáceo es complacido. Jadeas; tus mejillas se encienden, tu cuerpo entero corresponde a la atención que le brinda tuverdugo provocando que esta hierva.
Desliza su mano, recorriendo tu abdomen hasta llegar al bulto que adorna aquel femenino refajo. Dejas escapar un gemido casi inaudible y entrecierras los ojos. Ríe con sorna; se burla mentalmente de tu necesidad.
Es doloroso, deseas con casa fibra de tu ser que se detenga.
La cadena de desgarradores gritos da inicio.
Una melodía escalofriante que, aquellos infantes y demás personas en un futuro no previsto, serán víctimas de ese regresivo e incesante tic-tac.
Masajea generosamente tu sexo por sobre el encaje, y suspiras.
Abres los párpados, y te encuentras en aquella triste realidad.
«Escapa de aquel infierno. Las fantasías son superiores»